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Máximo Gorki La Madre. - Partido Comunista del Ecuador

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-Cristo no tenía una voluntad firme. «Aleja de mí este cáliz», decía. Reconocía al César. Dios, que es todo Poder, no<br />

puede reconocer el poder de un hombre sobre los otros. No comparte su alma, no dice: «esto es divino, esto es<br />

humano». Pero Cristo admitía el comercio, admitía el matrimonio. Y maldijo la higuera:<br />

Fue injusto. ¿Era culpa de ella el ser estéril? Si el alma no da buenos frutos, no es culpa de ella. ¿Soy yo quien ha<br />

sembrado el mal dentro de mí? ¡Está claro!<br />

<strong>La</strong> voz de los dos hombres no cesaba de resonar en la habitación, apagándose y combatiendo, como en la excitación de<br />

un juego. Pavel iba y venía, el suelo crujía bajo sus pasos. Cuando hablaba, todos los sonidos se fundían en el de su<br />

voz, y cuando Rybine replicaba, en su tono grave y tranquilo, se oía el «tic-tac» <strong>del</strong> reloj y el seco chasquido <strong>del</strong> hielo que<br />

arañaba con sus agudas garras los muros de la casita.<br />

-Voy a decírtelo a mi modo, como fogonero que soy: Dios es como el fuego. Así es. Vive en el corazón. Lo ha dicho El:<br />

Dios es el Verbo... y el Verbo es el espíritu.<br />

-¡<strong>La</strong> razón! -repitió Pavel obstinadamente.<br />

-¡Así es! Lo cual quiere decir que Dios está en el corazón y en la razón, pero no en la iglesia. <strong>La</strong> iglesia es la tumba de<br />

Dios...<br />

<strong>La</strong> madre se durmió y no oyó salir a Rybine.<br />

Comenzó a venir con frecuencia, y si alguno de los camaradas de Pavel estaban allí, el fogonero se sentaba en un rincón<br />

y guardaba silencio, diciendo solamente de cuando en cuando:<br />

-¡Eso! Así es.<br />

Una vez, paseó su sombría mirada sobre los asistentes, y dijo con aire gruñón:<br />

-Hay que hablar de lo que es, pero lo que será no lo sabemos, ¡eso es! Cuando el pueblo sea libre, él mismo verá lo que<br />

sea mejor hacer. Le han metido en la cabeza demasiadas cosas que no quería: es bastante. Que vea todo por sí mismo.<br />

Quizá querrá rechazarlo todo, toda la vida y todas las ciencias; quizá vea que todo ha sido dirigido contra él, como por<br />

ejemplo, el Dios de la iglesia. No tenéis sino poner todos los libros entre sus manos, y él responderá por sí mismo. ¡Eso<br />

es!<br />

Pero si Pavel estaba solo, se lanzaban inmediatamente a una discusión interminable, pero siempre tranquila, y la madre<br />

los escuchaba inquieta, siguiéndolos con la mirada, tratando de comprender lo que decían. A veces, le parecía que, tanto<br />

el mujik de anchos hombros y negra barba, como su hijo, fuerte y apuesto, estaban ciegos. Se hundían, de una y otra<br />

parte, a la busca de una salida, se agarraban a todo y sacudían todo de sus manos, vigorosas pero torpes, desplazaban<br />

las cosas de un lado a otro, las dejaban caer en tierra y las pisoteaban después. Desfloraban esto, palpaban esto otro, lo<br />

rechazaban, y todo ello sin perder la fe ni la esperanza.<br />

<strong>La</strong> habían acostumbrado a escuchar un montón de palabras, terribles por su franqueza y su audacia, pero estas palabras<br />

no la herían ya con la misma violencia que la primera vez y había aprendido a defenderse de ellas. Y, algunas veces, tras<br />

las frases que negaban a Dios, Pelagia sentía una sólida fe dentro de sí. Entonces, sonreía con una dulzura indulgente.<br />

Si Rybine seguía sin gustarle, tampoco sentía hostilidad hacia él.<br />

Una vez por semana iba a la prisión a llevar ropa limpia y libros al Pequeño Ruso: En una ocasión obtuvo autorización<br />

para verlo. Al volver, dijo enternecida:<br />

-Sigue siendo el mismo que en casa. Amable con todo el mundo, todos bromean con él. Es duro y penoso, pero no lo<br />

demuestra.<br />

-Es lo que hay que hacer -dijo Rybine-. Vivimos en el dolor como en nuestra piel, lo respiramos, es como una vestidura.<br />

No hay por qué alabarse. No todos tienen los ojos cerrados: hay quien los cierra voluntariamente; eso es. Pero cuando<br />

uno es estúpido, no hay sino tener paciencia...<br />

XII

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