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Máximo Gorki La Madre. - Partido Comunista del Ecuador

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-Ya se ve que es menos provechoso atrapar a los ladrones -gruñó encolerizado uno grande y tuerto-. Ahora detienen a<br />

las gentes honradas.<br />

-¡Si siquiera fuese de noche! -prosiguió otra voz entre la multitud-. Pero, ¡no les da vergüenza, en pleno día, los<br />

bribones...!<br />

Los policías andaban de prisa, el aspecto sombrío; se esforzaban en no ver nada y parecían no oír las exclamaciones<br />

que los acompañaban. Tres obreros avanzaron hacia ellos, llevando una gruesa barra de hierro con la que los<br />

amenazaron, gritando:<br />

-¡Atención los aficionados a la pesca!<br />

Al pasar cerca de Pelagia, Samoilov, riendo, le hizo una seña con la cabeza y dijo:<br />

-¡Me atraparon!<br />

Silenciosa, respondió con un gran saludo, conmovida por el espectáculo de aquellos jóvenes valerosos, que no bebían e<br />

iban a la prisión con la sonrisa en los labios. Comenzaba a sentir hacia ellos un comprensivo amor de madre. De regreso<br />

de la fábrica, pasó toda la tarde en casa de María, ayudándola en su trabajo y escuchando su charla. Volvió entrada la<br />

noche a su casa vacía, fría, hostil. <strong>La</strong>rgo rato anduvo de aquí para allá, sin encontrar dónde acomodarse ni saber qué<br />

hacer. <strong>La</strong> inquietaba ver llegar la noche sin que Iégor hubiese aparecido con los folletos, como le había prometido.<br />

Tras la ventana danzaban los pesados copos grises de la nieve de otoño. Se pegaban a los cristales, se deslizaban sin<br />

ruido y se fundían, dejando una huella húmeda. Ella pensaba en su hijo.<br />

Llamaron cautelosamente a la puerta. Corrió vivamente a abrir el cerrojo y entró Sandrina. Hacía tiempo que la madre no<br />

la veía, y lo primero que le chocó fue el anormal engrosamiento de la muchacha.<br />

-Buenas noches -dijo, feliz de tener compañía y no pasar tan sola aquella parte de la velada-. Hace mucho que no nos<br />

veíamos. ¿Estaba de viaje?<br />

-No, en la cárcel -dijo la joven sonriendo-. Con Nicolás Ivanovitch, ¿se acuerda de él?<br />

-¡Cómo podría olvidarlo! -exclamó la madre-. Iégor me ha dicho ayer que lo habían soltado, pero de usted no sabía...<br />

Nadie me dijo que usted estaba...<br />

-¡Bah! ¿a qué hablar de ello? Tengo que cambiarme mientras viene Iégor -dijo la muchacha, mirando a su alrededor.<br />

-Está empapada...<br />

-He traído las hojas y los folletos.<br />

-¡Démelos! -dijo vivamente la madre.<br />

<strong>La</strong> joven desabrochó rápidamente su abrigo, se sacudió y de su cuerpo se desprendieron, como hojas de árbol, fajos de<br />

papeles. <strong>La</strong> madre los recogió riendo:<br />

-Estaba diciéndome al verla tan gruesa, «seguro que está casada y espera un niño». ¡Todo lo que ha traído! ¿No habrá<br />

venido a pie?<br />

-Sí -dijo Sandrina. Estaba esbelta y fina como antes.<br />

<strong>La</strong> madre observó sus mejillas hundidas: los ojos, cercados de negro, parecían inmensos.<br />

-Acaban de ponerla en libertad..., debería descansar -dijo la madre moviendo la cabeza-. Y en vez de eso...<br />

-Hay que hacerlo... Dígame, ¿cómo está Pavel? ¿No está demasiado deprimido?

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