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Capitulo 1.pdf - Carpe Diem

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Luis Britto García<br />

ZAMORA<br />

CAPÍTULO 1<br />

LA LANZA DEL LLANERO<br />

ESCENA 1<br />

EXTERIOR. AMANECER. LLANOS CENTRALES<br />

Generador de caracteres: Llanos centrales, 1840<br />

Sol naciente.<br />

Panorama de los llanos centrales.<br />

Primer plano de cabeza de un zamuro.<br />

La cámara recorre un festón de carcasas de animales, sobre las cuales aletea<br />

una zamurera en medio de un obsesivo zumbido de moscas.<br />

Plano general de cielo en el cual giran zamureras.<br />

Entra en cámara el rostro del joven Ezequiel Zamora, quien en 1840 conduce<br />

un arreo de ganado por los llanos centrales de Venezuela.<br />

ZAMORA:<br />

-La peste está devorando el Llano.<br />

Zamora es un joven a quien una requisitoria librada en 1847 describe así:<br />

“Pelo rubio pasudo y bastante poblado, color blanco y algo catire, frente<br />

pequeña, ojos azules y unidos, nariz larga perfilada, nuca pequeña y algo<br />

sumida, labios delgados, barba roja y escasa, estatura regular, cuerpo delgado,<br />

muy junto de muslos y piernas manetas y cubiertas de un vello ásperos; los<br />

pies son también largos y flacos; es de un andar resuelto...” Para el inicio de la<br />

película tendrá unos 23 años.<br />

Su vestidura es la misma de los cinco llaneros que lo ayudan en el arreo. Para<br />

la época Ramón Páez, hijo de José Antonio, afirma que la indumentaria del<br />

llanero “consta principalmente de una larga y amplia camisa de bizarros<br />

dibujos en colores, y de unos calzones abotonados a la rodilla”. Estos<br />

calzones, muy amplios y holgados, se abotonan con una uña de pavo, o<br />

garrasí. Los llaneros no calzan zapatos; a veces, alguna alpargata de cuero o<br />

cotiza, aunque sí utilizan “un par de polainas de cuero, o botines, sujetas<br />

fuertemente a la pierna por botones o clavos de buena plata labrada, sirven de<br />

protección contra las espinas y yerbas sabaneras”. Como tocado llevan “el


pañuelo de tela rayada negligentemente atado a la cabeza. Su aparente uso es<br />

para protegerlos de la fuerte intensidad del sol, pero, el constante hábito de<br />

llevarlo, ha hecho de ese pañuelo un tocado indispensable para el llanero”<br />

(Páez, 45). Sobre el pañuelo a veces llevan sombreros de cogollo. También<br />

portan una manta de lana de color azul de un lado y rojo del otro, que sirve<br />

para dormir y a veces para cubrirse: lucen hacia fuera el rojo, que refleja los<br />

rayos solares, cuando hay calor, y el azul, que recoge los rayos y el calor,<br />

cuando refresca.<br />

Al lado de Zamora cabalga su cuñado, amigo y protector Johann Gaspers,<br />

revolucionario utopista de origen alsaciano, cuya edad pasa de la treintena. No<br />

se conservan retratos de Gaspers; podemos imaginárnoslo alto, con cabellos<br />

algo claros y tupido bigote, probablemente con unos lentes al aire que señalan<br />

su condición de empedernido lector y de teórico. Al hablar se le nota un<br />

remoto acento alemán, que no debe ser exagerado. Aparte de unas botas y<br />

alguna otra prenda como un sombrero que revelan alguna influencia europea,<br />

también viste como los llaneros.<br />

Gaspers mira la zamurera, entrecerrando los ojos para disminuir el fulgor de la<br />

sabana.<br />

GASPERS:<br />

-Primero murieron los caimanes. Después los peces.<br />

Después los monos. Después los caballos. Y sin caballos,<br />

se muere el llano...<br />

Entra en cámara un llanero, esgrimiendo una vara de arreo de unos tres<br />

metros:<br />

LLANERO:<br />

-¡Mañana, prenda adorada<br />

Me voy pa una vaquería!<br />

¿Quieres tú que yo me acuerde<br />

de tu amor todos los días?<br />

Zamora se le adelanta, por no tragarse la polvareda del arreo, y le contesta:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Que no me mate una res<br />

Ruégale a Dios en tus rezos<br />

Que alguna flor sabanera<br />

Me jará pensá en tus besos!<br />

Otra bandada de zamuros echa a volar a la distancia, entre altos pajonales.


RAFAEL FLORES CALVAREÑO, un llanero negro de unos cincuenta años,<br />

mira con el ceño fruncido el vuelo de los animales, frena su caballo, y dice:<br />

RAFAEL FLORES CALVAREÑO:<br />

-Poallá viene una comisión con gente armá. Este que<br />

está acá se despide, no vaya a ser que estén<br />

agarrando a los esclavos que nos soltaron por<br />

servicios en la Independencia, pa devolvéselos al<br />

amo.<br />

GASPERS se yergue sobre el caballo, frunce el ceño y se tapa el sol con la<br />

mano, intentando en vano distinguir algo en la dirección que señaló Rafael<br />

Flores:<br />

GASPERS:<br />

-Pero cómo lo van a detener, Flores. Usted es libre<br />

por ley.<br />

Flores enasta una punta de lanza en el extremo de la vara.<br />

FLORES:<br />

-¡Por Ley! ¡Cómo se ve, catire, que a usted nunca lo<br />

han amarrado de un botalón como un becerro!<br />

¡Y no digo que soy guapo<br />

Mas si este negro se enoja<br />

Yo no veo quien lo recoja<br />

Si le hace espuma el guarapo!<br />

GASPERS voltea, pero de Flores y su caballo sólo queda la polvareda del<br />

galope.<br />

ESCENA 2<br />

EXTERIOR. DÍA. LLANOS ORIENTALES<br />

ZAMORA mira hacia la llanura, donde distinguimos ahora la veloz<br />

aproximación de un grupo montado.<br />

Si es posible, la cámara debe fotografiar el grupo montado con la zamurera en<br />

primer plano, de manera que parezca que los recién llegados surgen de entre<br />

las aves de rapiña.


En comitiva cabalgan un oficial, tres soldados con fusiles y un escribiente de<br />

Tribunal con incómoda levita, chaleco y sombrero de ciudad, que los sigue a<br />

duras penas en una mula, secándose el sudor con un mugriento pañuelo.<br />

Para el momento, el uniforme de la tropa se compone de blusa y pantalón<br />

blancos, muy sueltos, con fornitura y cartuchera negras de cuero, y kepis, a<br />

veces con una cobija enrollada atada al tórax, que los jinetes prefieren atar a la<br />

parte posterior de la silla. El calzado es usualmente de alpargatas. Este<br />

uniforme será el usual posteriormente para ambos bandos durante la Guerra<br />

Federal.<br />

Para el momento, los oficiales conservan el uniforme que se adoptó hacia<br />

finales de la Guerra de Independencia: casaca y pantalón azul, chacó de suela<br />

negra, fornitura y polainas negras. Cada oficial lleva las insignias de su grado,<br />

y usualmente porta un sable.<br />

Salvo algún kepis y una ocasional insignia o correaje, por sus disparejas<br />

armas, sus desarregladas y desgastadas ropas y su catadura los recién llegados<br />

parecen una partida de salteadores.<br />

Casi instintivamente, los llaneros que siguen a Zamora y Gaspers están a<br />

punto de espolear sus caballos.<br />

Zamora alza la mano y los detiene con un gesto, adelantándose al encuentro de<br />

la comisión.<br />

OFICIAL:(Extendiendo la mano)<br />

-¡El peaje!<br />

ZAMORA:<br />

-¿Qué peaje, si aquí no hay camino?<br />

OFICIAL:<br />

-Ahí mismito está un límite entre Estados. Lo acaba de<br />

pisar.<br />

GASPERS:<br />

-¿No sabes, Ezequiel, que en Venezuela hay que pagar<br />

peaje para pasar de Venezuela a Venezuela?<br />

Con el ceño fruncido, Zamora saca monedas de su escarcela y va poniendo en<br />

la mano del Oficial, hasta que éste parece quedar contento.<br />

OFICIAL:<br />

-Quién es usted y dónde se dirige.<br />

ZAMORA:<br />

-Ezequiel Zamora, comerciante en ganados. Le llevamos<br />

este arreo al que lo compró, Matías Araure, “Gavilán”.<br />

El escribiente se une por fin al resto de la comisión, se pasa el pañuelo<br />

arrugado por la frente sudorosa, saca un legajo escrito en papel sellado de la<br />

época, y dice, señalando las reses:


ESCRIBIENTE:<br />

-Por autoridad de este tribunal quedan embargados, como<br />

bienes del deudor insolvente Matías Araure también<br />

llamado Gavilán, como garantía de los acreedores y las<br />

costas judiciales del proceso.<br />

GASPERS (entre dientes):<br />

-Llegó la peste.<br />

El Oficial acerca su caballo al de Zamora y pregunta, con sorna:<br />

OFICIAL:<br />

-¿Y quién era ése que arrancó al vernos?<br />

ZAMORA:<br />

-Un mozo que preguntaba por el camino a Charallave.<br />

OFICIAL:<br />

-¿Llanero preguntando camino? ¿Usted no sabe que es<br />

delito ayudar a esclavos fugados?<br />

Zamora guarda silencio, impasible.<br />

ESCENA 3<br />

EXTERIOR. DÍA. CASA DE HATO EN LLANOS CENTRALES<br />

Un perro ladra a la comitiva de recién llegados.<br />

La casa de hato es apenas un modesto rancho, con algunos caballos que pacen<br />

la hierba, algunas gallinas, dos o tres cochinos, y si es posible, un potrero con<br />

desvencijada cerca.<br />

En primer plano, se enfrenta a los recién llegados Matías Araure, “Gavilán”,<br />

un sesentón de rostro curtido por la intemperie y mechas grisáceas, con<br />

desgastado traje de llanero, roídas alpargatas y una punta de lanza terciada en<br />

el cinturón.<br />

GAVILÁN:<br />

-¿Embargado, yo? ¿Me van a quitar la tierra que me dio Bolívar<br />

por diez años de campañas?<br />

El escribiente lee aquí y allá de los enmarañados legajos:<br />

ESCRIBIENTE:<br />

-...De la aplicación del interés convenido de 45%... De la<br />

sumatoria del capital mas los intereses mas los intereses de los<br />

intereses... mas las costas procesales... mas las cantidades en<br />

mora acumuladas y multas...


GASPERS, inclinado sobre la silla, comenta entre dientes a Zamora:<br />

GASPERS:<br />

-La peste... se comerá al género humano...<br />

GAVILÁN se enfrenta a la comisión, cada vez más furibundo:<br />

GAVILÁN:<br />

-¿Qué vaina es esa? ¿Pedí prestados trescientos pesos para<br />

comprar caballos que me mató la peste y tras cinco años<br />

pagándolos ahora debo dos mil? ¡Ninguno de ustedes sabe lo que<br />

es ganarse un solo peso trabajando!<br />

ESCRIBIENTE:<br />

-Otrosí no permitiendo la ley plazos ni obstáculos para el<br />

inmediato remate de los bienes... pudiendo el mismo acreedor<br />

efectuar legítima oferta por la cantidad que a bien tuviere... para<br />

ser subastados de inmediato en los términos de la ley del 10 de<br />

abril de 1834, y desalojado el susodicho ocupante...<br />

GAVILÁN:<br />

- ¿Desalojado? ¡Esta tierra me la gané peleando, y no me la<br />

quitan sino peleando!<br />

GAVILÁN desnuda la lanza que lleva terciada, una daga larga de las que<br />

usaron los soldados de la Independencia como punta de sus lanzas, y se planta<br />

ante la puerta de su rancho, desafiante.<br />

Los soldados amartillan sus fusiles.<br />

ZAMORA intenta interponerse, pero antes de que lo logre, revienta la<br />

descarga de fusilería.<br />

GAVILÁN es derribado por el impacto de las balas en su pecho; por un lado<br />

vuela su desgastado sombrero de palma y por el otro la punta de lanza.<br />

Gaspers y los cuatro llaneros de la comitiva de Zamora se llevan la mano<br />

instintivamente a sus respectivas lanzas. Manteniendo su control a duras<br />

penas, Zamora los aquieta alzando la mano:<br />

ZAMORA:<br />

-No más sangre.<br />

ZAMORA se inclina sobre el moribundo, que se desangra por varias heridas.<br />

Gavilán apenas puede tomar la punta de lanza, ofrecérsela a Zamora, y<br />

susurrar:<br />

GAVILÁN:


-Gracias... Esto es suyo... Me la dio el catire Páez en<br />

las Queseras del Medio... donde voy no la necesito...<br />

Zamora toma en su mano la punta de lanza, la examina y discierne una “P”<br />

toscamente grabada en el mango.<br />

Gavilán abre la boca, pone en blanco los ojos y expira.<br />

EL SECRETARIO mira con codicia hacia la punta de lanza, consulta el<br />

legajo, y lee, consultando las hojas:<br />

SECRETARIO:<br />

-Se procederá al embargo de bienes muebles e<br />

inmuebles... comprendidas herramientas...<br />

Zamora, a punto de perder el control, le asesta una feroz mirada.<br />

El SECRETARIO alza los ojos en busca de aprobación hacia el OFICIAL, el<br />

cual, asqueado de la usura leguleya, hace una mueca de desdén, frunce el ceño<br />

y mueve la cabeza negativamente.<br />

ESCENA 4<br />

EXTERIOR. CREPÚSCULO. CASA DE HATO DE GAVILÁN<br />

Zamora, Gaspers y sus cuatro llaneros terminan de cubrir de tierra una tosca<br />

sepultura. Gaspers lee de un estropeado volumen del utopista Gracus Babeuf,<br />

como si fuera un libro de oraciones:<br />

GASPERS:<br />

-“Veo sin camisa, sin traje, sin zapatos, a la mayoría de los<br />

que cultivan el lino y el cáñamo, la mayoría de los que<br />

producen las materias textiles, la lana o la seda, la mayoría<br />

de los que las hilan, hacen la tela y los tejidos, preparan el<br />

cuero, confeccionan los zapatos. Veo igualmente que les<br />

falta casi todo a los que trabajan manualmente... si observo<br />

seguidamente la débil minoría a la que nada falta, aparte de<br />

los propietarios de los terrenos, la veo compuesta de<br />

aquellos que no producen nada... ¡El pueblo se basta a sí<br />

mismo!”<br />

Gaspers cierra abruptamente el libro. Ninguno de los presentes parece<br />

encontrar nada extraño en el curioso responso, de tono casi evangélico.<br />

El escribiente lee un papel que acaba de redactar, y lo entrega a Zamora:<br />

ESCRIBIENTE:


-En nombre de la República y por autoridad de la Ley... se<br />

encomienda al ciudadano Ezequiel Zamora, vecino de Villa<br />

de Cura y comerciante en ganados... de ejecutar en servicio<br />

de este tribunal la entrega de los semovientes al legítimo<br />

acreedor y ahora propietario...<br />

Uno de los llaneros termina de atar con una soga de cuero una tosca cruz de<br />

palo, y dice la siguiente copla, a la vez conmovido y furioso, plantando al<br />

terminar la cruz en el suelo, como quien asesta un lanzazo:<br />

LLANERO:<br />

Después de tanto sufrir<br />

Y tanto pasar trabajo<br />

Tenerse uno que morir<br />

¡Qué buena vaina, carajo!<br />

Zamora, Gaspers y sus cuatro llaneros, parados ante el sepulcro, se quitan los<br />

sombreros, y quedan perfilados contra el crepúsculo.<br />

ESCENA 5<br />

EXTERIOR. AMANECER. LLANOS CENTRALES<br />

Amanecer.<br />

Zamora, Gaspers y los cuatro llaneros siguen conduciendo el arreo, evitando<br />

con sus largas garrochas que se desvíe el toro madrinero, al cual sigue el resto<br />

del ganado.<br />

Zamora se yergue sobre los estribos, y otea la llanura.<br />

Una polvareda anuncia un gran grupo de llaneros a caballo que cerca un tropel<br />

de ganado cimarrón.<br />

Un padrote rompe el cerco y echa a correr hacia el llano abierto, seguido por<br />

varios llaneros que gritan e intentan inútilmente enlazarlo.<br />

Como movido por un instinto, Zamora espolea su caballo y se lanza a la<br />

persecución del padrote.<br />

En la pista musical, un animado pajarillo acompaña las tomas siguientes.<br />

En la rápida persecución, Zamora deja atrás en un instante al más rápido<br />

perseguidor, un hombre maduro que pasa de la cincuentena, en sombrero de<br />

cogollo, con el pecho cruzado por una banda azul de la cual cuelga un sable,.<br />

Zamora se inclina sobre la montura, agarra la cola del toro, le da un tirón<br />

formidable, y el animal rueda pataleando.<br />

Mientras los restantes jinetes llegan entre una nube de polvo, Zamora<br />

desmonta, cae sobre el padrote, le mete el dedo gordo del pie en el ojo para


inmovilizarlo, con destreza fulminante ata las patas del animal y salta para<br />

alejarse de sus convulsiones.<br />

Zamora, en pie, se quita el sombrero para saludar al hombre maduro, que frena<br />

su caballo ante el padrote atado que se debate inútilmente.<br />

ZAMORA:<br />

-Ezequiel Zamora.<br />

El jinete maduro se quita lentamente el sombrero de cogollo, dejando ver una<br />

melena leonina y rizada, de reflejos claros, y una cara ancha y enérgica,<br />

curtida por el sol de los llanos, y se presenta:<br />

PÁEZ:<br />

-José Antonio Páez.<br />

Juan Gaspers, que acaba de llegar, refrena su caballo, y cubriéndose la boca<br />

con el puño para aguantar la risa ante el atrevimiento de su joven cuñado,<br />

añade:<br />

GASPERS:<br />

-Presidente de la República.<br />

El joven Zamora queda un instante en pie, desconcertado, mientras el jinete<br />

maduro y varios de sus jinetes con lanzas le dan vueltas alrededor, esperando<br />

la reacción del jefe.<br />

Páez al fin rompe a reir, y grita:<br />

PÁEZ:<br />

-¡Bien hecho! ¡Se me jué alante!<br />

Los llaneros bajan el círculo de lanzas y echan a reir, como niños, mientras sus<br />

caballos sofrenados hacen cabriolas y alzan las manos al aire.<br />

ESCENA 6<br />

EXTERIOR. DÍA. LLANOS CENTRALES<br />

Los llaneros descabalgan y caen sobre el padrote, le perforan las narices con<br />

una punta de lanza, le pasan una soga por ella.<br />

El animal muge, impotente.<br />

Zamora va hacia su caballo y toma unos papeles y la punta de lanza de<br />

“Gavilán”.<br />

ZAMORA:<br />

- Si usted es el Presidente, esto es suyo.<br />

Zamora le entrega el legajo de papeles del embargo de las propiedades de<br />

Gavilán, que Páez, todavía en la silla, examina con desgano.<br />

ZAMORA:<br />

- Y esto también.<br />

Zamora le presenta la punta de lanza que le entregó Gavilán.<br />

Los lanceros, sobresaltados, apuntan sus lanzas hacia Zamora.


Zamora voltea la punta de lanza para presentarle ostensiblemente el mango a<br />

Páez, quien hace una seña. Los llaneros bajan sus lanzas. Páez toma la punta<br />

de lanza, frunce el ceño y la examina.<br />

Sus ojos escrutan la tosca P grabada en el mango de la punta de lanza, y<br />

levanta la mirada hacia Zamora.<br />

PÁEZ:<br />

- ¡Gavilán! ¿Cuándo lo vio, catire?<br />

ZAMORA:<br />

- Ayer lo mataron.<br />

La expresión de Páez se ensombrece.<br />

ESCENA 7<br />

EXTERIOR. NOCHE. CAMPAMENTO EN LLANOS CENTRALES<br />

Páez y su comitiva de llaneros, Zamora, Gaspers y sus acompañantes cenan<br />

carne asada, cortando con las dagas de las puntas de las lanzas, separadas de<br />

las varas, trozos de la carcasa de una res que se asa en una hoguera al aire<br />

libre.<br />

Un maraquero y un cuatrista cantan turnándose un viejo romance de la Guerra<br />

de Independencia, que por momentos se sobrepone a la conversación y a los<br />

chasquidos del fuego, y sigue, variando de intensidad, durante el diálogo entre<br />

Zamora, Gaspers y Páez. El director decidirá, en el montaje final de la escena,<br />

cuáles coplas deben hacerse audibles y cuáles quedar como una música de<br />

fondo que no tape la conversación:<br />

MARAQUERO:<br />

A la lanza del llanero<br />

Le echó Dios su bendición<br />

Diciéndole: mata godos,<br />

Viva la revolución<br />

CUATRISTA:<br />

Para no entuertar la lanza<br />

Del godo en la retirá<br />

Hay que lancealo en la nalga<br />

Que no tiene que quebrá<br />

MARAQUERO:<br />

EL veinticuatro de junio<br />

Fue la pelea e Carabobo<br />

Donde corrieron San Juan


Los patriotas y los godos<br />

CUATRISTA:<br />

Morillo sintió el rajuño<br />

Boves el cacho torció<br />

Que la lanza del llanero<br />

La bautizó el mismo Dios<br />

MARAQUERO;<br />

Morales capituló<br />

Con el agua a la garganta<br />

Si no capitula monda,<br />

Como lo dijo la Campos<br />

CUATRISTA:<br />

Morales capituló<br />

Con el agua a la rodilla;<br />

Si no capitula, monda<br />

Como lo dijo Padilla.<br />

MARAQUERO:<br />

El año de veinticuatro<br />

Comimos coco y patilla<br />

Y nos hubiéramos muerto<br />

Si no nos llega Padilla<br />

CUATRISTA:<br />

A doña María Campos<br />

Señora muy distinguida<br />

La azotaron en un burro<br />

Porque victoreó a Padilla<br />

MARAQUERO:<br />

Diga Zulia a boca llena<br />

Quién lo liberó de males,<br />

Cuando el general Morales<br />

Lo apresó con sus cadenas<br />

CUATRISTA:<br />

Santa Marta y Cartagena


Río de Hacha y el Mompós<br />

Digan, respiren por Dios<br />

Por quien gozan libertad<br />

MARAQUERO:<br />

Por él, como lo dirá<br />

Toda Colombia a una voz<br />

Y su muerte está clamando<br />

Ante los ojos de Dios<br />

Mientras suena la primera copla, Páez, melancólico, da vueltas a la<br />

punta de lanza de Gavilán, acariciándola y mirando los destellos que le<br />

arrancan las llamaradas de la hoguera.<br />

PÁEZ:<br />

-Gavilán, Gavilán... En la Guerra de Independencia...<br />

cuando yo entraba en batalla me daba como un ataque,<br />

como un síncope, y yo caía echando espuma bajo las patas<br />

de los caballos... Gavilán era el que no se despegaba de mí,<br />

y me cubría de los lanzazos cuando yo no sabía de mí... Y<br />

lo primero que yo veía después de la batalla era su cara y<br />

me decía: “Ganó, catire”... o me decía “Perdimos, catire,<br />

qué vaina, perdimos todo menos la vida”.<br />

Zamora mira hacia la oscuridad, impenetrable.<br />

ZAMORA:<br />

- Murió defendiendo las tierras que le dio la Patria.<br />

Páez clava la lanza en el suelo, mirando también en otra dirección.<br />

PÁEZ:<br />

-Ahora la Patria soy yo.<br />

Aumenta de intensidad la voz de cantante, que canta el viejo romance de la<br />

Guerra de Independencia.<br />

Un chorro de grasa disuelta cae de la carne asada a la hoguera, que revienta en<br />

una chispeante llamarada.<br />

PÁEZ:<br />

- Ahora la Patria es una sarta de bandoleros que asaltan en<br />

los caminos… Hace poco tuve que ir solo hasta la guarida<br />

de uno llamado Cisneros, que no dejaba tranquilo ganado


ni comercio… No hubo manera de rendirlo por la fuerza…<br />

Al fin cayó con un indulto… Todos caerán…<br />

Páez, con la palma de la mano, empuja la contera de la lanza de Gavilán, que<br />

se hunde todavía más en la tierra.<br />

Gaspers deja el trozo de carne que comía llevándoselo a la boca con las<br />

manos, mira a Páez, carraspea, y se resuelve a contestarle, con una voz en la<br />

cual quedan todavía restos de acento alsaciano:<br />

GASPERS:<br />

-Con todo respeto, Presidente… muchas de esas gentes no<br />

andarían juntando ganado en tierra ajena si la República les<br />

hubiera entregado las tierras que les adjudicó Bolívar por<br />

servicios militares durante la Independencia…<br />

PÁEZ:<br />

-A la República le dio la gana de retardar la entrega de<br />

tierras… A los soldados les dio la gana de venderme<br />

baratos los títulos… A mí me dio la gana de comprárselos,<br />

para ayudarlos…<br />

GASPERS:<br />

- Y ahora usted tiene las tierras y los soldados no tienen<br />

donde caerse muertos…<br />

Páez voltea hacia Gaspers, molesto:<br />

PÁEZ:<br />

- ¿Y usted de dónde es, catire?<br />

GASPERS:<br />

- Nací en Alsacia… Soy alemán o francés, según quien<br />

ocupe mi país... Me persiguieron porque a las autoridades<br />

no les gustaba cómo pensaba… Y me vine a un país donde<br />

hay libertad de pensamiento…<br />

PÁEZ:<br />

-Usted tiene suerte, catire… En este país todo el mundo<br />

hace lo que le dé la gana… Hasta que a alguien le da la<br />

gana de no dejarlo hacer…<br />

Zamora sigue atento la conversación, sin atreverse a intervenir, con aire de<br />

quien examina minuciosamente lo que escucha. Páez repara en él, y le<br />

pregunta:<br />

PÁEZ:<br />

-¿Hacia dónde siguen camino, mozo?<br />

ZAMORA:<br />

-Con el cuñado arreamos hacia Caracas para comprar a<br />

crédito unos bastimentos.


PÁEZ:<br />

-Si es su voluntad les presto una escolta para defenderlos<br />

de alguno de esos que creen que todo es de todos.<br />

Zamora sonríe, modestamente:<br />

ZAMORA:<br />

-No, gracias, Presidente. Ya no llevamos ganado, ni dinero,<br />

ni papeles ¿Qué podrían quitarnos?<br />

PÁEZ:<br />

-La vida.<br />

Zamora acentúa la sonrisa, mirando hacia la lejanía.<br />

ZAMORA:<br />

- La vida es de Dios. Y Gavilán nos protege.<br />

El MARAQUERO alza la voz cerrando con los siguientes versos:<br />

MARAQUERO:<br />

Pero antes de terminar<br />

Quiero decir mi saber<br />

Que fue José Antonio Páez<br />

Que para el agua era pez<br />

Quien dijo ¡vuelvan, carajo!<br />

Volvieron cara y después,<br />

No quedó ni uno en la silla<br />

De los jinetes del rey.<br />

Páez sonríe, melancólico, al recordar la vieja hazaña, y se guarda en el cinto la<br />

lanza de Gavilán.<br />

Vista panorámica del grupo en una llanura nocturna en la cual las hogueras<br />

parecen extinguirse lentamente.<br />

ESCENA 8<br />

INTERIOR. DÍA. CASA DE PÁEZ EN VALENCIA.<br />

Sala de la casa de Páez en Valencia. En los muros, los ingenuos murales que<br />

representan algunas batallas de la Independencia. Alrededor de ellos, las<br />

inscripciones en grandes cursivas: “Nada mejor que la amistad” y “La visita<br />

del amigo refresca como el rocío de la mañana”.<br />

Barbarita Nieves toca en el piano un arreglo de las Variaciones Goldberg de<br />

Bach, equivoca una nota, repite con impaciencia el compás, sigue adelante.<br />

Barbarita es una mujer bella, con abundante cabellera negra, altanera, vestida


de blanco, todavía con apariencia juvenil a pesar de que se acerca a la<br />

cuarentena.<br />

A su lado, paradas, atentas a su menor gesto, dos esclavas negras.<br />

José Antonio Páez entra, alforjas en mano, las polainas y botas y ropas<br />

embarradas, pisando delicadamente como quien entra a escondidas.<br />

Sin desviar la atención del piano, Barbarita dice, con reproche:<br />

BARBARITA:<br />

-¡Teté!<br />

Como un niño pillado en falta, Páez se devuelve hacia una alfombrilla, y<br />

restriega en ella las botas para quitarles el barro y no manchar el lustroso piso<br />

embaldosado. Luego, avanza hacia Barbarita, con la cautelosa ternura del<br />

enamorado.<br />

PÁEZ:<br />

-¿Cómo está mi estrella?<br />

BARBARITA:<br />

-Teté, no haces más que andar por esos llanos, juntando<br />

ganado.<br />

Con la cabeza baja, haciendo una reverencia, las dos esclavas negras<br />

presencian la escena. Páez y Barbarita no les prestan atención, como si no<br />

existieran.<br />

Páez se sitúa tras Barbarita, le toma la cabeza y la acaricia:<br />

PÁEZ:<br />

-Mejor arrear ganado que matar gente.<br />

BARBARITA:<br />

-Esos son oficios de caporal. Ahora eres Presidente, Teté.<br />

PÁEZ:<br />

-Es lo mismo.<br />

BARBARITA:<br />

-Empezaste como caporal de los Pulido en el hato La<br />

Calzada, y ahora eres caporal de los propietarios.<br />

Mantienes el hato en orden, matas los bandidos, y cuando<br />

no te necesiten te despedirán.<br />

PÁEZ:<br />

-Me necesitan.<br />

Barbarita mira fijamente delante de sí, sin hacer caso de las caricias.<br />

BARBARITA:<br />

-Sólo mientras seas útil. A mí me desprecian porque no soy<br />

tu esposa, y a ti porque no naciste propietario. Los conozco,<br />

Teté.


De repente, Barbarita se vuelve, pone sus manos en la cabeza de Páez, y le<br />

acaricia la leonina melena, revelando de repente una adoración absorta:<br />

BARBARITA:<br />

-Eres un Dios, Teté, y para ellos no eres más que un<br />

caporal. Los presidentes pasan, y los propietarios quedan.<br />

Páez se dirige a una gran mesa cubierta de legajos y bolsas con monedas,<br />

deposita las alforjas y saca los papeles y la lanza de Gavilán.<br />

PÁEZ:<br />

-Si los propietarios no pueden llegar a presidentes, los<br />

presidentes sí podemos llegar a propietarios.<br />

BARBARITA:<br />

-¿Qué es eso?<br />

PÁEZ:<br />

-Más escrituras de tierras para ti. Los veteranos de la<br />

Independencia me las venden por nada, porque la<br />

República nunca les entrega las tierras asignadas y a mí sí,<br />

o las recupero prestándoles dinero...<br />

Barbarita toma entre sus manos las fuertes manos de Páez.<br />

BARBARITA:<br />

-Teté: todas las propiedades, todos los linderos de este país<br />

no son nada si no las defienden estas manos. Tú no estás<br />

para defender la propiedad. La propiedad de los que nos<br />

desprecian está porque tus manos la protegen.<br />

PÁEZ:<br />

-Cuando estas manos ya no estén, mi estrella, vas a brillar<br />

para siempre.<br />

Páez deposita sobre los legajos en la mesa atestada de papeles, como<br />

pisapapeles, la lanza de Gavilán.<br />

BARBARITA:<br />

-Tú no te vas a morir nunca, Teté, y cuando me hayas<br />

olvidado, acuérdate sólo de esto: los dioses no son<br />

caporales de nadie.<br />

Barbarita toca con un dedo los labios de Páez, como pidiéndole que calle, y<br />

hunde la cabeza en el pecho del Centauro.<br />

ESCENA 9<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE DE CARACAS<br />

Generador de caracteres: Caracas, 1840


Zamora pasa por Caracas con Gaspers y sus llaneros para comprar<br />

bastimentos para su pulpería en Villa de Cura, y cabalga ante una casa en la<br />

cual un cartelón anuncia: “Imprenta Valentín Espinal”.<br />

Del zaguán sale el abogado Antonio Leocadio Guzmán, un petimetre<br />

cuarentón de cara afilada, nariz aguileña y largas patillas, que lleva bajo el<br />

brazo un fajo de ejemplares del primer número del semanario El Venezolano.<br />

A su lado, un trabajador de la imprenta, con un delantal y las manos<br />

manchadas de tinta, carga otro fajo de ejemplares. Tras Antonio Leocadio<br />

Guzmán, varios políticos del partido liberal, enlevitados, con sombreros de<br />

copa y cadenas de oro en el chaleco.<br />

Al ver que pasan los arrieros de Zamora y otros transeúntes, y que caballeros<br />

conservadores de levita y sombrero de copa se reúnen en la acera de enfrente,<br />

escandalizados, Antonio Leocadio Guzmán empieza a perorar, esgrimiendo un<br />

ejemplar enrollado del semanario en forma acusadora hacia los señorones de<br />

la esquina opuesta:<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-¿Creen que tener las armas es tenerlo todo? ¡Aquí está nuestra<br />

arma! ¡Combatir con el lenguaje de la razón los principios de la<br />

oligarquía política que aflige a Venezuela! ¡Combatir las leyes<br />

que destruyen la propiedad; leyes que hacen espantosa la suerte<br />

del trabajador; leyes que entronizaron la usura, que aconsejaron la<br />

avaricia, que autorizaron las más bárbaras persecuciones contra el<br />

pueblo!<br />

Zamora detiene su caballo, y al escuchar la frase “leyes que entronizaron la<br />

usura” voltea hacia el vociferante político.<br />

Desde la otra acera, agitando su bastón, contesta Cecilio Acosta, un abogado<br />

con pelo ralo y lentes al aire:<br />

CECILIO ACOSTA:<br />

-¡Cuidado, Antonio Leocadio Guzmán! No lo olvidemos: pueblo,<br />

en el sentido que nosotros queremos, en el sentido que deben<br />

querer todos, en el sentido de la razón, es la totalidad de los<br />

buenos ciudadanos. Y los buenos ciudadanos deben tener<br />

propiedad, o renta. Y los que no tienen propiedad ni son<br />

ciudadanos, ni deben votar. ¡Guardémonos de las revoluciones<br />

como de la mayor calamidad!


Johann Gaspers frena su caballo y lo increpa:<br />

GASPERS:<br />

- ¡Filisteo! ¡Fariseo! ¡Lacayo de los ricos!<br />

El panfletista Juan Vicente González, un gordo de poco más de treinta años,<br />

con desarreglada melena, de ropas desastradas y desaliñado, saca de sus<br />

abultados bolsillos una cachapa envuelta en un grasiento papel, la muerde,<br />

mastica y chilla: :<br />

JUAN VICENTE GONZÁLEZ:<br />

-¡Antonio Locario! ¡El hijo de la Tiñosa, la amante de a centavo<br />

de los soldados realistas! ¿No conseguiste nada en España, que<br />

regresaste a buscar sobras en Venezuela?<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-¡Por lo menos mi madre se conoce! ¿Quién te parió a ti, Juan<br />

Vicente González, que le da pena confesarlo?<br />

JUAN VICENTE GONZÁLEZ:<br />

-¡Guzmán de Alfarache! ¡Te decías secretario de Bolívar y<br />

después conspiraste contra Bolívar! ¡Cabeza de quincalla!<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-¿Y tú, Juan Bisonte Sodoma y Gomorra, tragafote? ¡Ayer<br />

liberal! ¡Hoy oligarca! ¡Te cambias más rápido de partido que de<br />

medias! ¿Quién te comprará mañana? ¿O te regalarás por una<br />

cachapa?<br />

Juan Vicente González resiente la injuria, y se deshace en denuestos,<br />

amenazando con el bastón a Antonio Leocadio mientras escupe trozos de la<br />

cachapa a medio masticar:<br />

JUAN VICENTE GONZÁLEZ:<br />

-¡Antonio Locario! ¡Perecerás bajo la cuchilla de la ley!<br />

Peones que pasan cargando sacos y pobres increpan a Acosta y a González:<br />

PEONES:<br />

-¡Mamantones! ¡Oligarquistas! ¡Godos!<br />

Un grupo de jóvenes petimetres, bastones en ristre, se suma a los<br />

conservadores, en actitud amenazante.


PETIMETRES:<br />

-¡Demagogos! ¡Turbas! ¡Chusmas!<br />

Antonio Leocadio arroja varios ejemplares de El Venezolano, como<br />

proyectiles.<br />

Los grupos hacen contacto. La reyerta verbal pasa a los empujones y a los<br />

bastonazos.<br />

Zamora y Gaspers interponen sus caballos y protegen el escape del verboso<br />

Antonio Leocadio Guzmán entre nubes de panfletos.<br />

Zamora toma un puñado de periódicos y lo guarda en las alforjas.<br />

Una cuerda de niñitos semidesnudos persigue al gordo Juan Vicente González,<br />

cantándole;<br />

NIÑOS:<br />

-¡Tres cosas me tienen preso<br />

de amores el corazón:<br />

el plátano, el chicharrón<br />

y las cachapas con queso!<br />

El obeso panfletista, indignado, se voltea y les lanza los restos de la cachapa<br />

con queso.<br />

ESCENA 10<br />

INTERIOR. DÍA. CASA DE PAULA CORREA EN VILLA DE CURA<br />

Llegan a casa de Paula Correa, viuda de Alejandro Zamora, su hijo Ezequiel<br />

Zamora y su nuero Johann Gaspers, esposo de Carlota Zamora. Paula Correa<br />

es una señora cincuentona, menuda, enérgica, que viste sencillamente de<br />

negro sin ningún lujo, con pelo lacio negro recogido en un moño.<br />

Paula Correa besa a su hijo en la frente, y le dice:<br />

PAULA CORREA:<br />

-Dios lo bendiga.<br />

Varios niños y niñas, hermanos de Zamora o hijos de Gaspers, corren<br />

bulliciosamente a abrazar a los recién llegados, les tiran de las vestiduras, les<br />

revisan las alforjas buscando caramelos y regalos.<br />

NIÑOS:<br />

-¡Bendición! ¡Bendición! ¿Qué me trajiste?<br />

Zamora les entrega trompos, metras, silbatos.


Carlota Zamora, una mujer algo mayor de treinta años, salta al cuello de su<br />

marido Johann Gaspers, que llega cargado con alforjas:<br />

CARLOTA ZAMORA DE GASPERS:<br />

-¡Johann! ¡Johann! ¿Qué traes de Caracas?<br />

GASPERS:<br />

-Varas de cotona para vestidos... Sueños para soñar...<br />

Gaspers deja sobre la mesa piezas de tela, el ejemplar de Gracus Babeuf,<br />

algunos periódicos de los revolucionarios europeos y, advirtiendo que<br />

Ezequiel está absorto en las páginas de El Venezolano, toma una vara, se<br />

cuadra en una pose de esgrimista, y lo toca en la espalda.<br />

GASPERS:<br />

-Touché. No hay que descuidarse.<br />

De un salto, Ezequiel toma un sable en una oxidada vaina que cuelga de la<br />

pared, en cuya empuñadura y vaina están incrustadas decoraciónes de metal<br />

en forma de sol, u otro adorno que haga fácil reconocerlo, pues el arma<br />

reaparecerá en escenas posteriores.<br />

Zamora desenvaina el sable, adopta posición de esgrimista y comienza un<br />

impetuoso ataque contra Gaspers, ejecutando con soltura defensas y ataques<br />

en todas las posiciones clásicas.<br />

El disparatado duelo de vara contra sable sigue por el corredor junto al patio,<br />

haciendo correr perros, gatos y gallinas, dando lugar a todas las posibilidades<br />

de lucimiento que soporten los actores y la paciencia del director.<br />

Paula Correa toma una mano de pilón y quiebra el encuentro, separando a los<br />

esgrimistas y quitándole el sable a su hijo:<br />

PAULA CORREA:<br />

-¡Se acabó la guerra! ¡Esto no es juguete, es la espada de su<br />

difundo taita Alejandro, que sirvió con Bolívar! ¡Respete!<br />

Zamora señala a Gaspers, parodiando un niño que se disculpa:<br />

ZAMORA:<br />

-Él empezó.<br />

Paula Correa envaina el sable, lo besa, lo cuelga de nuevo respetuosamente, y<br />

al voltearse advierte que la refriega ha dispersado por el piso el fajo de<br />

ejemplares de El Venezolano y algunos carteles con retratos de Antonio<br />

Leocadio Guzmán que Ezequiel Zamora sacó de sus alforjas sobre la mesa del<br />

comedor:<br />

PAULA CORREA:<br />

-¡Gaspers! ¿Ahora a Ezequiel lo manejan los políticos de<br />

Caracas?


Gaspers sigue congelado en una cómica pose de esgrimista.<br />

GASPERS:<br />

-A Ezequiel no hay quien lo maneje, suegra.<br />

ESCENA 11<br />

INTERIOR. DÍA. GRAN SALA DE CASA EN CARACAS<br />

Antonio Leocadio Guzmán, con varios folios en mano, con grandes ademanes<br />

lee el Programa del partido liberal en la sala de una amplia casona en Caracas,<br />

ante un público de políticos, abogados y comerciantes vestidos atildadamente,<br />

que aplauden con educación, casi sin hacer ruido:<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

- El Gran Partido Liberal sustenta como programa político, civil,<br />

económico y social, los siguientes principios: Cumplimiento<br />

rígido de la Constitución y las leyes, por lo cual nos llamamos<br />

partido de oposición constitucional. Efectividad del principio de<br />

alternabilidad en el desempeño de los cargos públicos. Uso o<br />

empleo del poder electoral, en virtud del cual, el Partido... debe<br />

trabajar por constituirse en mayoría para ganar la victoria.<br />

Creación de dos grandes partidos nacionales que, sometidos de<br />

buena fe a las leyes fundamentales del país, pudieran garantizar<br />

las libertades públicas. Difusión de las republicanas prácticas de<br />

examinar libremente, por medio de la prensa o en asociaciones<br />

públicas, todo lo que pudiera afectar los intereses de la<br />

comunidad...<br />

Mientras Antonio Leocadio lee, descartando página tras página, la cámara<br />

alterna la perorata del político con los rostros del público, casi todo compuesto<br />

de burgueses bien vestidos, con almidonados cuellos y atildadas corbatas.<br />

La cámara se detiene un instante en el rostro atento de Juan Crisóstomo<br />

Falcón, para ese entonces un obeso joven de unos treinta años, con bigotes<br />

lacios, que se golpea nerviosamente la palma de la mano izquierda con un par<br />

de guantes asidos en la derecha.<br />

Un joven petimetre cubre un desdeñoso bostezo con una mano enguantada y,<br />

con los párpados bajos, dirige una presuntuosa mirada hacia una señorita<br />

emperifollada, que mira por la puerta del salón, cubriéndose en parte el rostro<br />

con un abanico.<br />

La señorita capta la mirada y con emocionada coquetería se cubre el rostro<br />

con el abanico.


Desde la calle, asomados a las ventanas enrejadas, hombres y mujeres del<br />

pueblo asisten al acto, intentando comprender los discursos, curiosos como<br />

esas barras que desde la calle fisgonean las fiestas de la alta sociedad.<br />

ESCENA 12<br />

INTERIOR. DIA. PULPERÍA DE EZEQUIEL ZAMORA<br />

Zamora habla en el interior de su pulpería en Villa de Cura ante una<br />

concurrencia de arrieros, llaneros y agricultores, en gran parte pardos,<br />

zambos o negros, entre la cual alterna alguna mujer campesina con niños y<br />

alguna vieja que masca tabaco cadenciosamente. Algunos llevan la “camisa de<br />

mochila”, prenda de los pobres hecha con un saco de harina. En la pared de<br />

bahareque está pegado con almidón un retrato de Antonio Leocadio Guzmán,<br />

y una primera página de El Venezolano.<br />

ZAMORA:<br />

-Dios hizo iguales a todos los hombres en cuerpo y alma ¿por qué<br />

entonces un puñado de ladrones y facciosos van a vivir del<br />

trabajo de los pobres, especialmente quienes tienen el pellejo<br />

negro? Cuando Dios hizo el mundo repartió en común el agua, el<br />

sol, la tierra, ¿por qué entonces los godos se han apoderado de las<br />

mejores tierras, bosques y aguas, que son propiedad del pueblo?<br />

Zamora da un puñetazo en la larga tabla del mostrador. Saltan las pesas de una<br />

balanza. Arrieros, llaneros y agricultores gritan, aplauden y lanzan sus<br />

sombreros al aire.<br />

Juan Gaspers remata leyendo textos sueltos de Gracus Babeuf, pasando<br />

rápidamente de una a otra hoja de un volumen empastado. Lee secamente,<br />

como un predicador protestante, aunque la emoción lo va ganando en forma<br />

paulatina y su entonación se va haciendo cada vez más tajante. Mientras lee, el<br />

montaje alterna su austera expresión con primeros planos de la gente del<br />

pueblo que lo escucha: rostros curtidos por el sol, ropas casi andrajosas,<br />

manos callosas, pies cuarteados, sogas terciadas en el torso, mellados<br />

machetes y lanzas.<br />

GASPERS:<br />

- “Que la tierra no debe ser alienable; que en el momento de nacer<br />

cada hombre debe encontrar su parte suficiente como la encuentra<br />

de aire y de agua; que en el momento de morir debe dejar como<br />

herederos, no a los más próximos de la sociedad, sino a la<br />

sociedad entera; que no ha sido nada más que este sistema<br />

alienable el que ha transmitido todo a unos y no ha dejado nada a


otros... Que no exista más la división de los ciudadanos en clases;<br />

admisión en todos los puestos; derecho de voto para todos, a<br />

emitir sus opiniones en todas las asambleas... Probaremos que la<br />

tierra no es de nadie, sino que es de todos... Que no se llega a<br />

tener demasiado sino es haciendo que los otros no tengan lo<br />

suficiente... ¿El pueblo debe hacer una insurrección? No hay duda<br />

de ello, si no quiere perder definitivamente su libertad y si no<br />

puede continuar expresando que sus derechos son violados. ¡La<br />

insurrección es el más indispensable de los deberes!” Gracus<br />

Babeuf, mártir.<br />

Gaspers cierra de un golpe el estropeado volumen y alza la mirada.<br />

La cámara recorre un grupo de rostros suspendidos en la más devota<br />

concentración, algunos con el ceño fruncido, otros con la boca ligeramente<br />

abierta, como quienes han escuchado palabras nunca oídas, cuyo sentido casi<br />

adivinan, o presienten como una anunciada maravilla.<br />

ESCENA 13<br />

INTERIOR. DÍA. CASA DE REUNION DE LOS LIBERALES EN<br />

CARACAS<br />

Generador de caracteres: Caracas, 1846<br />

Antonio Leocadio Guzmán habla en Caracas sobre el voto para las elecciones<br />

de junio de 1846, en la misma sala de reuniones donde expuso los principios<br />

del Partido Liberal hacia 1840. Algunos detalles han cambiado, para sugerir el<br />

paso del tiempo. La disposición de los muebles es otra, Antonio Leocadio<br />

tiene algunas canas y arrugas más.<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-Tenemos seguro el triunfo con las venideras elecciones de junio<br />

de 1846. No importa que la Constitución sólo permita votar a la<br />

minoría de los varones propietarios con renta anual de 500 pesos,<br />

u oficio útil que produzca 100 pesos anuales. No importa que<br />

prohíba el voto a los que no sepan leer o escribir, que son la<br />

mayoría. Tampoco importa que en todo el país haya sólo 128.785<br />

electores inscritos. Con esos electores conseguiremos la mayoría.<br />

El gobierno no puede hacer nada para impedirlo. ¡Nada! ¡Nada!<br />

ESCENA 14<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE DE PUEBLO.<br />

Un citadino sale de su casa. Dos soldados con fusiles y bayoneta calada lo<br />

esperan:


SOLDADO I:<br />

-¿Hacia dónde se dirige, “suidadano”?<br />

CITADINO:<br />

-Cómo que hacia dónde. Hoy es día de elecciones. Voy a votar.<br />

SOLDADO I:<br />

-Usté no puede votar, porque está “reclutao”.<br />

CITADINO:<br />

-¿Cómo? ¿Reclutado?<br />

SOLDADO II:<br />

-¡Guá! ¿No es liberal? ¡Llame a Antonio “Locario”, pa que lo<br />

saque del cuartel!<br />

El citadino va a protestar: el Soldado I lo disuade, esgrimiendo el fusil. El<br />

campesino le pasa al ciudadano un lazo corredizo por la garganta, y lo remata<br />

con un rápido nudo que le ata las manos en las espaldas.<br />

SOLDADO I:<br />

-¡Un, dos! ¡Un, dos! ¡Un, dos!<br />

En la acera de enfrente, varios soldados con fusiles acompañan un contingente<br />

de citadinos y de campesinos, amarrados por el cuello, que avanzan a<br />

empellones mientras un soldado toca destempladamente un tambor.<br />

La cámara se acerca a los infelices reclutados, tanto citadinos como<br />

campesinos, muchos de ellos casi niños, que marchan con grandes lagrimones<br />

en la cara.<br />

Se superponen imágenes de manos maniatadas, pies descalzos o con zapatos<br />

tratando de marcar el compás, primeros planos de tamborileros, para sugerir<br />

una gran cantidad de reclutados.<br />

Mientras pasan las imágenes anteriores y los reclutados a la fuerza avanzan<br />

trabajosamente, un cantante, en OFF, va cantando un corrido alusivo a las<br />

reclutas forzosas:<br />

CANTANTE: (EN OFF)<br />

-Salió la tropa coriana<br />

Con rumbo a la cordillera<br />

Virgen pura y soberana,<br />

Que ninguno de ellos muera.<br />

Oh que grande violación<br />

Habiendo leyes vigentes<br />

El reclutar tanta gente<br />

Contra la Constitución<br />

Robar así el corazón<br />

A una juventud lozana


Con esperanza temprana<br />

De un glorioso porvenir<br />

Para vencer o morir<br />

Salió la tropa coriana...<br />

(Ramón y Rivera 52).<br />

ESCENA 15<br />

INTERIOR. DÍA. MESA ELECTORAL EN PUEBLO<br />

En la modesta sala de una casa de ciudad, el “Indio” Rangel se presenta ante<br />

una mesa electoral. Para la época, según la descripción de Laureano<br />

Villanueva, es “un indio como de 50 años, chato, de manos y pies grandes y<br />

gruesos, muy empulpado, lampiño, y de estatura mediana; solía andar desnudo<br />

de la cintura arriba”. Para la solemne ocasión, el “Indio” se ha puesto sin<br />

embargo los restos de una desastrada camisa y una desgarrada levita. Del<br />

cuello cuelgan las tiras de un corbatín, en el cual se ha ensayado con poco<br />

éxito un lazo bastante disparejo. Imponente a pesar de su castigada<br />

indumentaria, Rangel se planta ante la mesa electoral.<br />

Dos hombres en traje de ciudad están sentados ante una mesa donde hay un<br />

libro de contabilidad con la lista de electores, tintero con plumas de ganso,<br />

salero con arena para secar la tinta, papeles, una caja de cartón para depositar<br />

los sufragios. Dos soldaditos con fusiles flanquean la mesa; en la pared, una<br />

bandera de Venezuela de la época.<br />

El “Indio” Rangel avanza, y presenta una tarjeta en la cual está impreso el<br />

retrato de Antonio Leocadio Guzmán, con el nombre al pie.<br />

FUNCIONARIO I DE LA MESA:<br />

-Señor, está prohibido el voto “por muñecos”<br />

RANGEL:<br />

- ¡Pero si es él, Antonio Leocadio! ¡Y ahí está su nombre!<br />

FUNCIONARIO II DE LA MESA (Con sonrisa de mal<br />

disimulada satisfacción):<br />

- Su voto no es válido.<br />

Rangel se yergue, amenazador.<br />

Los dos soldaditos le apuntan los fusiles, con las bayonetas caladas.<br />

Rangel se paraliza ante la amenaza, y cierra los puños, colérico.<br />

ESCENA 16<br />

INTERIOR. DÍA. MESA ELECTORAL EN CARACAS


Antonio Leocadio Guzmán se presenta ante otra mesa electoral. La<br />

escenografía es muy parecida a la de la escena anterior: mesa, tintero, plumas,<br />

libro de contabilidad con lista de electores, algunos papeles, dos burócratas<br />

sentados ante la mesa, una bandera nacional. Para ese momento, y durante<br />

toda la época de la película, el pabellón es muy parecido al actual: amarillo,<br />

azul y rojo en franjas iguales; siete estrellas en arco en el campo azul, y<br />

escudo en el campo amarillo, similar aunque no idéntico al de ahora: las<br />

cornucopias están invertidas hacia abajo, detalle muy difícil de advertir para el<br />

espectador. Al lado de los dos burócratas, desgonzado en un sillón, come una<br />

empanada mientras se abanica con unos folios el obeso JUAN VICENTE<br />

GONZÁLEZ.<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-Vengo a ejercer mi derecho al voto.<br />

JUAN VICENTE GONZÁLEZ:<br />

-Usted ha sido eliminado de la plancha de electores.<br />

GONZALEZ deja de abanicarse con los folios arrugados, los extiende ante su<br />

cara, y lee, con maligna satisfacción:<br />

JUAN VICENTE GONZÁLEZ:<br />

-“Consta que dicho señor Antonio Leocadio Guzmán es deudor a<br />

fondos públicos por impuesto para gastos de justicia en el<br />

expediente incoado contra él por José Vicente Aramburu, según<br />

lo certifica el secretario del Juzgado de Primera Instancia, Señor<br />

Juan Valero. De seguidas, se propuso que el Concejo declarase al<br />

señor Antonio Leocadio Guzmán, inhabilitado para el uso del<br />

voto”.<br />

ANTONIO LEOCADIO se queda estupefacto, y apenas puede musitar,<br />

tembloroso:<br />

ANTONIO LEOCADIO GUZMÁN:<br />

¿Cómo? ¿Inhabilitado? ¿Yo? ¿Por unos céntimos de costas<br />

procesales?<br />

ESCENA 17<br />

INTERIOR. DÍA. MESA ELECTORAL EN PUEBLO<br />

La misma sala donde fue rechazado el voto del “Indio” Rangel. Entra Zamora,<br />

y se tropieza con Rangel, que sale furioso, mascullando maldiciones.<br />

Zamora llega ante los dos burócratas que revisan la lista de electores con<br />

sonrisa maliciosa.<br />

ZAMORA:<br />

-Vengo a ejercer mi derecho al voto.<br />

El Director de la Mesa lee un papel, son sonrisa de satisfacción:


DIRECTOR DE LA MESA:<br />

-Son nulos y de ningún valor los votos que se han recibido a favor<br />

del expresado Zamora, declarándose asimismo que éste no puede<br />

sufragar.<br />

Atónito ante la injusticia que lo despoja de sus derechos de ciudadano,<br />

Zamora derriba a trompadas a los integrantes de la Asamblea Parroquial.<br />

Un piquete de guardias le cae encima, lo reduce, lo arrastra.<br />

El “Indio” Rangel se mete en la reyerta y empieza a repartir puñetazos.<br />

ESCENA 18<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE REUNION DEL PARTIDO LIBERAL EN<br />

CARACAS<br />

Antonio Leocadio Guzmán dirige una apasionada arenga ante una reunión de<br />

partidarios en Caracas, en la misma sala donde expuso los principios del<br />

Partido liberal, casi con las mismas personas, que ahora muestran expresiones<br />

de preocupación o abierto disgusto.<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-La situación es grave, señores. Con notable alarma ha visto la<br />

población la entrada en esta capital, de una fuerza armada con<br />

gente colectada, cuando consta a todos que ningún reclutamiento<br />

se ha hecho con sujeción a las terminantes disposiciones de las<br />

leyes. Es una recluta inconstitucional, para impedir votar a<br />

nuestros partidarios, y para intimidar a los votantes. El gobierno<br />

ha impedido en todas las formas el ejercicio del sufragio. Se los<br />

ha descalificado con todo tipo de trucos jurídicos, se los ha<br />

reclutado y encerrado en los cuarteles para que no puedan ejercer<br />

el voto...<br />

Una esclava trae un vaso con agua en una bandeja, y se lo sirve a Antonio<br />

Leocadio con una profunda reverencia. Antonio Leocadio, congestionado,<br />

bebe grandes sorbos.<br />

Mientras Antonio Leocadio habla y bebe para aclararse la garganta, la cámara<br />

recoge algunas expresiones de preocupación de los acomodados liberales que<br />

escuchan. Entre ellos, se detiene un instante en Juan Crisóstomo Falcón, un<br />

gordo con lacios bigotes que para el momento se acerca a los 35 años, que se<br />

golpea nerviosamente la palma de la mano con el puño del bastón. Falcón<br />

interrumpe, desconsolado:<br />

FALCÓN:


-¿Y qué vamos a hacer, si el enemigo levantó un ejército y<br />

nosotros no?<br />

Antonio Leocadio Guzmán concluye mostrando una invitación escrita, que<br />

agita por sobre su cabeza:<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-¡Tenemos la razón, tenemos las leyes! ¡Y con la razón y las leyes<br />

he hecho ceder a José Antonio Páez! ¡Me acaba de llegar una<br />

invitación suya, para que discutamos la situación nacional en La<br />

Victoria! ¡Señores, ganamos! ¡Llevamos al enemigo a la mesa de<br />

negociaciones!<br />

Antonio Leocadio, triunfante, bebe otro gran sorbo del vaso.<br />

Los liberales reunidos aplauden con entusiasmo, algunos golpean sus bastones<br />

contra el suelo rítmicamente y dan vivas:<br />

LIBERALES:<br />

-¡Viva! ¡Bien! ¡Viva la negociación!<br />

Antonio Leocadio toma de nuevo el vaso para refrescarse, pero después que lo<br />

pone en sus labios y lo alza para beber, advierte que ya no tiene agua.<br />

La esclava regresa, y con una reverencia todavía más profunda toma el vaso<br />

de agua, lo coloca en la bandeja y se marcha, silenciosa.<br />

ESCENA 19<br />

EXTERIOR. DÍA. PUERTA DE LA CÁRCEL.<br />

Zamora sale de la cárcel, adusto y sacudiéndose la ropa y el sombrero como<br />

para limpiarlos de alguna inmundicia. Juan Gaspers lo espera en la puerta,<br />

sonriente, a caballo y con otro caballo ensillado.<br />

ESCENA 20<br />

EXTERIOR. DÍA. PEQUEÑO CAMINO RURAL<br />

Generador de caracteres: Camino a La Victoria, 1846<br />

Antonio Leocadio Guzmán viaja incómodo en mula por una trocha rural<br />

seguido por una pequeña comitiva de partidarios, cubriéndose con una<br />

sombrilla y saludando con el sombrero de copa con grandes ademanes de<br />

político en campaña:<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-¡Hemos llevado a la oligarquía a la mesa de<br />

negociación! ¡El peor arreglo es mejor que el mejor<br />

pleito! ¡El general Páez nos espera ansioso en<br />

Valencia! ¿Qué les parece?


Una cuerda de niños semidesnudos se adelanta a la grotesca comitiva, y con<br />

burlescos ademanes de marcha militar y agitando espadas de madera cantan<br />

una variación de la canción infantil de Mambrú:<br />

NIÑOS:<br />

Mambrú se fue a la guerra<br />

Montado en una perra<br />

¡La perra se cayó,<br />

Mambrú se espaturró!<br />

El pueblo fue a la guerra<br />

Luchando por la tierra<br />

La guerra se ganó<br />

¡Sin tierra se quedó!<br />

Doremí, Doresol<br />

¡Sin tierra se quedó!<br />

Antonio Leocadio hace vanos gestos para espantarlos con su sombrero de<br />

copa. Uno de los petimetres liberales alza el brazo con su fuete y espolea su<br />

mula hacia los niños burlones.<br />

Los niños echan a correr en direcciones diversas.<br />

NIÑOS:<br />

¡Sin tierra se quedó!<br />

Doremí, Doresol<br />

¡Sin tierra se quedó!<br />

ESCENA 21<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMINO RURAL<br />

En medio del camino se le une a Antonio Leocadio Guzmán una comitiva de<br />

campesinos y llaneros encabezada por Ezequiel Zamora, compuesta por<br />

hombres de aspecto rudo con las armas o herramientas ofensivas que se<br />

acostumbra portar en el campo, quienes gritan consignas cada vez más<br />

radicales contra la esclavitud, la usura, la oligarquía.<br />

Zamora apoya la mano derecha en la empuñadura del viejo sable decorado con<br />

soles de su padre, que ya vimos en la sala de su casa en Villa de Cura.<br />

CAMPESINO:<br />

-¡Muera la oligarquía!<br />

LLANERO:<br />

-¡Mueran los godos!<br />

CAMPESINO:<br />

-¡Mueran los usureros!<br />

NEGRO:


-¡Abajo la esclavitud!<br />

MUJER CAMPESINA:<br />

-¡Tierras para todos!<br />

Antonio Leocadio repara en Zamora, lo saluda con un amplio gesto del<br />

sombrero de copa:<br />

-¿ ANTONIO LEOCADIO:<br />

-Qué le parece, Zamora? ¡Vamos a negociar con los<br />

oligarcas! ¡He forzado a Páez a una entrevista en La<br />

Victoria!<br />

Zamora resopla, desconfiado:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Hum! Páez se metió solo en el monte para<br />

parlamentar con el bandolero Cisneros. ¿Cómo es<br />

que no fue a Caracas para hablar con usted?<br />

Antonio Leocadio termina su amplio saludo con el sombrero en un gesto<br />

desolado:<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-Palabras no quiebran huesos, pero quiebran<br />

voluntades.<br />

La grita de los niños se oye, cada vez más distante:<br />

NIÑOS:<br />

¡Sin tierra se quedó!<br />

¡Sin tierra se quedó!<br />

ESCENA 22<br />

EXTERIOR, DÍA. CAMINO RURAL DE LOS VALLES DE ARAGUA<br />

A medida que la comitiva cabalga, se unen contingentes de pobres con<br />

estacas, azadones e improvisadas lanzas con un machete atado a un asta. Los<br />

reunidos gritan consignas cada vez más radicales, ante la mirada de terror de<br />

Antonio Leocadio y de los abogados y polítiqueros que lo rodean, que más<br />

que conducir el cortejo parecen empujados por él.<br />

CAMPESINO:<br />

- ¡El voto para todos! ¡Comunidad de tierras!<br />

LLANERO:<br />

- ¡Mueran los usureros!<br />

A la comitiva se unen grupos que se proclaman dispuestos a no soportar más<br />

la dominación de los “godos” oligarcas. El negro Rafael Flores Calvareño, el<br />

peón que escapó de la comisión en la primera escena, se une a la comitiva


seguido por grupos de negros que son evidentemente esclavos fugados de las<br />

haciendas.<br />

RAFAEL FLORES CALVAREÑO:<br />

- ¡Libertad para los esclavos! ¡Viva la libertad!<br />

Antonio Leocadio se da vuelta en la montura, y contempla la comitiva de<br />

seguidores con abierto temor.<br />

ESCENA 23<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE LA CASA DE PÁEZ<br />

Barbarita Nieves toca en el piano un arreglo de la escena del desafío del<br />

Comendador en el Don Giovanni, de Mozart.<br />

Operático, con primorosa camisa de lujo de la época, Páez canta la parte del<br />

Comendador, mientras una de las esclavas sostiene ante él una partitura:<br />

PÁEZ:<br />

-“¡Don Giovanni!<br />

M´ invitaste<br />

A cenar teco!”<br />

BARBARITA:<br />

-Con mas astucia, Teté. Don Juan ha invitado a la<br />

estatua del Comendador a una cena, para mostrarle<br />

su desprecio. Pero el Comendador, el Convidado de<br />

Piedra, es quien va a arrastrar a Don Juan al fuego<br />

eterno.<br />

Páez repite el pasaje, extremando la teatralidad, con largos calderones.<br />

PÁEZ:<br />

-¡Don Giovanniii<br />

M´invitasti<br />

A cenar teeeecoooo!<br />

Irrumpe el teniente Julián Castro y se cuadra ante el teatral Páez:<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-Jefe. A la comitiva de Antonio Leocadio se le está<br />

uniendo un tumulto.<br />

Páez sonríe, sin incorporarse:<br />

PÁEZ:


Déjenlo. Dénle mecate, para que se ahorque.<br />

Barbarita Nieves ensaya en el piano la repetición de un acorde:<br />

BARBARITA:<br />

-Teté. Ese Antonio Leocadio es taimado. ¿Qué te<br />

cuesta hablar con él? ¿Qué te cuesta comprarlo?<br />

PÁEZ:<br />

-Puestos a pedir, lo quieren todo. Puestos a correr, se<br />

contentan con nada.<br />

BARBARITA:<br />

-Teté, ese pobre diablo es muy útil. Necesitas que<br />

alguien le dé miedo a los propietarios, para que ellos<br />

te necesiten a ti. Si acabas con el miedo, nadie te<br />

necesitará.<br />

Barbarita pulsa con el dedo una tecla, que suena como un punto final.<br />

ESCENA 24<br />

EXTERIOR. CREPÚSCULO. CALLE DEL PUEBLO DONDE<br />

ACAMPA LA COMITIVA DE ANTONIO LEOCADIO.<br />

Al comenzar la noche, Antonio Leocadio, con cara de terror, escapa a<br />

escondidas por el corral trasero de una casa, dejando caer papeles y legajos y<br />

notas de un atestado portafolios, eludiendo a sus propios seguidores, que<br />

acampan en la calle de la aldea, mientras alega:<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

-¡Yo no he hecho esta propaganda eleccionaria ni<br />

esta predicación en El Venezolano para formar<br />

soldados sino ciudadanos! ¡Ciudadanos!<br />

¡Ciudadanos!<br />

Seguido por dos o tres políticos con levita y sombrero de copa como él, se<br />

pierde en las sombras, tropezando con los matorrales.<br />

Un campesino de aspecto miserable observa la fuga de reojo, y echa a correr<br />

en otra dirección.<br />

ESCENA 25<br />

INTERIOR. NOCHE. CASA DE PÁEZ EN VALENCIA.<br />

Barbarita interpreta las obsesivas Variaciones Goldberg.<br />

Páez se mece en la gran hamaca de la sala en su casa de Valencia. Ante él, un<br />

edecán y un coronel, y el mismo campesino de aspecto miserable que observó


la fuga de Leocadio Guzmán en la escena anterior. Con el sombrero en las<br />

manos, inclinado, informa:<br />

ESPÍA:<br />

- Aquello es un desorden. Hay gente armá. Con<br />

palos, con lanzas, con trabucos. Se están alzando los<br />

peones. Se están fugando los negros de las haciendas.<br />

PÁEZ:<br />

-¿Para dónde huyó Antonio Leocadio?<br />

ESPÍA:<br />

- Pa Caracas, según vide. No pude seguirlo. Me<br />

vine pa acá espeando la mula pa informale.<br />

Páez se incorpora repentinamente, y avanza hacia la gran mesa cubierta de<br />

títulos de propiedad y escrituras, donde arde un candil.<br />

Por la aproximación de Páez a la luz, su sombra se va agigantando en una de<br />

las paredes, donde un ingenuo mural representa algunas batallas de la<br />

Independencia.<br />

PÁEZ:<br />

-Arresten a Antonio Leocadio. Maten a los<br />

seguidores. No tomen prisioneros.<br />

Páez palpa en la mesa, buscando la lanza de Gavilán.<br />

PÁEZ:<br />

-¡Ahora van a saber lo que es una Guerra a Muerte!<br />

La mano de Páez tantea entre papeles, temblorosa, toca una o dos veces la<br />

lanza de Gavilán sin asirla, sufre un espasmo que aleja el arma, termina dando<br />

un gran puñetazo sobre la mesa.<br />

La hamaca se sigue meciendo por el impulso.<br />

Comienza a sonar una cortina musical parecida a un espantoso zumbido.<br />

La cara de Páez se contrae en una mueca de ferocidad inenarrable, sus dientes<br />

se entrechocan y entre ellos mana espuma.<br />

Páez se arquea violentamente, golpea contra la mesa, que se voltea con una<br />

desordenada avalancha de papeles y bolsas de monedas que va a dar al piso, y<br />

cae al suelo, con un ataque de epilepsia. A su lado rebota tintineante la lanza<br />

de Gavilán.<br />

Barbarita se lleva las manos a la cara y grita:<br />

BARBARITA:<br />

- ¡Teté!


Barbarita se arroja sobre el viejo caído, intentando auxiliarlo, tocándole las<br />

mejillas, aflojándole la camisa.<br />

Páez se retuerce, entrechocando los dientes con una expresión demoníaca en la<br />

cual los ojos en blanco parecen borrar toda humanidad y las manos parecen<br />

garras descarnadas.<br />

Los edecanes y el espía y dos esclavas que entran corriendo rodean a la pareja,<br />

sin atreverse a acercarse ante el espantoso espectáculo del mal sagrado.<br />

Las lámparas iluminan con luz temblorosa el espectáculo del titán que muge y<br />

se agita como un toro derribado y de la bella muchacha que inútilmente se<br />

aprieta contra su pecho.<br />

ESCENA 26<br />

EXTERIOR. NOCHE. CALLE DE PEQUEÑO POBLADO<br />

En las afueras del pequeño poblado en la vía hacia Valencia, una mano con<br />

una antorcha incendia un muñeco de paja que cuelga de un poste de madera o<br />

de una cuerda entre dos tejados. El muñeco es una rudimentaria caricatura de<br />

Páez, con el rostro pintado en tinta o creyón sobre un cartón, y de su cuello<br />

cuelga un cartelón donde dice: “PÁEZ, JUDAS”.<br />

Tomas de la combustión del muñeco alternan con tomas de la agitación en la<br />

pequeña calle.<br />

Ezequiel Zamora mira confundido a los contingentes de campesinos y<br />

llaneros que se preguntan a grandes voces por el paradero de Antonio<br />

Leocadio Guzmán y discuten qué hacer.<br />

HOMBRE DEL PUEBLO:<br />

-¡Antonio! ¡Antonio Leocadio!<br />

NEGRA:<br />

- ¿Dónde está el niño Antonio Leocadio? ¿Me lo mataron?<br />

CAMPESINO:<br />

- ¡Esto no se queda así! ¡Vamos a alzarnos!<br />

Zamora alza las manos:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Un momento! ¡Hay que saber qué pasa! ¡No se puede hacer<br />

nada sin saber qué pasa!<br />

Se escuchan disparos lejanos.<br />

Un jinete llega a toda carrera, y frena el caballo en medio de la gente que<br />

gesticula en la calle:<br />

JINETE:<br />

-¡Porai vienen las tropas de Páez matando gente!


Uno de los abogados de la comitiva de Guzmán sale de una puerta a la calle de<br />

tierra del poblado, ajustándose a toda prisa las ropas como quien se ha<br />

quedado dormido y no se ha enterado bien de lo que pasa, calándose el<br />

sombrero de copa y los quevedos. Al ver la agitación, grita:<br />

ABOGADO:<br />

-¡Señores, soltemos las armas y disolvámonos! ¡Que no nos<br />

tomen por salteadores!<br />

Montado en un magnífico caballo se le interpone el “Indio” Francisco José<br />

Rangel. A pesar de que no lleva camisa, porta sobre los hombros los restos de<br />

una desastrada levita, y esgrime un machete mientras hace girar su bestia,<br />

exhibiendo su pobre vestimenta y sus pies en alpargatas:<br />

EL INDIO RANGEL:<br />

-¿Salteadores? ¡Peleé por la Independencia, con el general<br />

Zaraza, y ahora no me dejan votar, y me amarraron un sobrino al<br />

botalón, y me expulsan de las tierras que trabajo! ¡Que me<br />

registren para que vean si encuentran algo que no sea la tierra que<br />

trabajo entre las uñas!<br />

Delante del Indio Rangel cruza en otro caballo Rafael Flores Calvareño<br />

seguido de una partida de negros con azadones y machetes:<br />

RAFAEL FLORES CALVAREÑO:<br />

-¡Salteador el que encierra a otro y dice que es su dueño! ¡Bolívar<br />

le dio la libertad a los esclavos! ¡Nadie es dueño de nadie! ¡Venga<br />

conmigo el que quiera ser libre!<br />

RAFAEL FLORES CALVAREÑO sofrena a su caballo, que caracolea, y sale<br />

luego disparado.<br />

Suenan disparos cada vez más próximos.<br />

Los reunidos en la calle del poblado echan a correr en distintas direcciones.<br />

La milicia de la oligarquía cruza por la esquina, enfila sus fusiles hacia la<br />

muchedumbre, y dispara.<br />

La humareda de las detonaciones cubre a los que protestan y hace borrosos<br />

sus gestos crispados mientras caen.<br />

Zamora, a pie, con las bridas del caballo en la mano, mira hacia uno y otro<br />

lado, intentando tomar una resolución. Al final aferra el sable de su padre,<br />

marcado con el inconfundible adorno metálico en forma de sol, y dice:<br />

ZAMORA:


-No soy orador, ni hombre de pluma… ¡Tenemos que<br />

apelar en el acto a las armas para salvarnos y salvar a la<br />

Nación de las garras de la oligarquía! ¡Hay que echar por<br />

tierra a los oligarcas a hierro y plomo!<br />

Luego, grita una orden que se hará célebre:<br />

ZAMORA:<br />

-“¡Ensillen!”.<br />

Con celeridad de rayo Zamora salta al caballo, lo espolea y arranca al galope,<br />

mientras los desorganizados integrantes de la comitiva montan y lo siguen<br />

como pueden.<br />

Algunos ruedan por la calle, heridos por la segunda descarga de fusilería.<br />

El muñeco que figura a Páez como un Judas termina de consumirse. Lo último<br />

que se quema en él es el cartón con la caricatura del rostro, donde los ojos<br />

desmesuradamente abiertos parecen contemplar las llamas del infierno.<br />

A medida que pasan las escenas anteriores, un maraquero popular, bien en<br />

pantalla o en OFF, a discreción del director, y acompasando los versos con la<br />

duración de las escenas, va cantando el siguiente corrido de la época:<br />

CANTANTE:<br />

¡Ay Zamora peliador<br />

de la comunidá e la tierra<br />

ponga con todo valor<br />

el machete en la madera<br />

lleve en alto la bandera<br />

del color tradicional<br />

y ponga al godo a temblar<br />

que nosotros empuñamos<br />

el rabón con interés<br />

pá escogotá de una vez<br />

a los amos asesinos!<br />

Cántele compadre mío<br />

A ese catire Ezequiel<br />

Cántele con alegría<br />

Aunque los Otáñez lloren<br />

Porque Braulio morirá<br />

De una fiebre amarilla<br />

Y pondremos una fiesta


En la casa de Rangel<br />

Viva Antonio Leocadio<br />

Viva la revolución<br />

Viva el catire Zamora<br />

La sociedad liberal<br />

¿Quién será ese hombre catire<br />

tan jipato y narizón<br />

tiene noble corazón<br />

y responde por ¡Zamora!<br />

ESCENA 27<br />

EXTERIOR. NOCHE. CALLE DE CARACAS<br />

Generador de caracteres: Caracas, 1846<br />

El obeso Juan Vicente González, acezando, con los bolsillos llenos de papeles<br />

arrugados, va por una calle empedrada de Caracas, dirigiendo un pelotón de<br />

unos seis policías con fusiles, a los que azuza afanoso, señalándoles el camino<br />

con un papelote arrugado:<br />

GONZÁLEZ: -<br />

-¡Rápido! ¡Por aquí! ¡Que no se escape! ¡Vigilen los<br />

tejados! ¡Que no se vaya! ¡Aquí! ¡En esta casa!<br />

INTERIOR. NOCHE. CASA DE CARACAS<br />

El pelotón abre a culatazos la puerta de una vieja casa, y a la carrera abre<br />

también la puerta del zaguán, e irrumpe en una casa de familia.<br />

Una mujer con una vela se cubre la boca, horrorizada.<br />

Juan Vicente González, precediendo a los policías, entra en una tradicional<br />

cocina de la época, con hornacinas para alojar el fuego de carbón o leña, ollas<br />

de hierro ennegrecido y barro, y algunos desvencijados barriles.<br />

Varios gatos echan a correr ante la invasión.<br />

González empieza a hurgar los enseres de cocina con un bastón, y desviado<br />

por la gula, empieza a destapar ollas y examinar y oler los restos de manjares<br />

que quedan en ellos, hasta que al destapar una olla se quema los dedos.<br />

González grita y sacude vigorosamente la mano, retrocede unos pasos<br />

contrariados y examina el tosco fogón de ladrillo con el ceño fruncido.<br />

De repente, mete la mano tras un barril, y grita:<br />

GONZALEZ:<br />

- ¡Ajá! ¡


González saca, tirándole de una oreja, a un tembloroso Antonio Leocadio<br />

Guzmán de debajo de un fogón, cubierto de cenizas y gimoteando que:<br />

ANTONIO LEOCADIO:<br />

- Yo no soy hombre de guerra, sino de paz, leyes y<br />

derechos en el seno de las instituciones que nos<br />

rigen. ¡No soy hombre de guerra, sino de paz!<br />

GONZÁLEZ (Casi entrechocando los dientes por el<br />

odio):<br />

-Paz te voy a dar yo, Antonio “Locario” ¡Panfletario!<br />

¡Guzmán está preso! ¡El enemigo de mi patria es mi<br />

enemigo!<br />

Los policías asen a Antonio Leocado, quien gime mientras lo arrastran por la<br />

casa y, todavía a rastras, lo llevan por la calle .<br />

ESCENA 28<br />

EXTERIOR. NOCHE. CALLE DE CARACAS<br />

La comitiva que lleva a prisión a Antonio Leocadio Guzmán se cruza con<br />

otras partidas que arrestan y maltratan liberales.<br />

Abriéndole el paso al piquete policial, González masculla, con crueldad:<br />

JUAN VICENTEZ GONZÁLEZ:<br />

-El capitán Araña<br />

Fue a la guerra<br />

Embarcó a la gente<br />

¡Y se quedó en la tierra!<br />

ESCENA 29<br />

INTERIOR. MAÑANA. SALA DE LA CASA DE PÁEZ EN VALENCIA<br />

Dos esclavas negras recogen del suelo los títulos de propiedad que Páez<br />

coleccionaba para Barbarita y los van tirando en un arcón.<br />

Páez se mece en la gran hamaca, sombrío, apenas repuesto del ataque de<br />

epilepsia, y juguetea con la lanza de Gavilán, que servía de pisapapeles de<br />

algunos de los legajos.<br />

Dos llaneros ordenanzas colocan sobre la mesa un gran mapa de campaña de<br />

la región central, de los elaborados por Agustín Codazzi.


Páez se incorpora, trabajosamente, como un gigante que se despereza. Pero<br />

desde ese momento, falta en su rostro la animación, la jovialidad que exhibió<br />

casi constantemente. Macilento, parece un animal de presa fatigado de cazar.<br />

Al fin se apoya en la mesa, sólidamente, y empieza a señalar puntos en el<br />

mapa con la lanza de Gavilán, hasta que termina apuñalando el mapa, que<br />

queda trizado.<br />

Tras de él, varios oficiales del ejército oligarca, entre ellos el teniente Julián<br />

Castro, un hombre de cabellos ralos y bigotes desmirriados.<br />

PÁEZ:<br />

-Hay alzamientos en Magdaleno, Manuare, la Victoria, Guanare,<br />

Cagua, Yuma, Tacarigua, Curiepe, Capaya, Valles del Tuy, Los<br />

Guayos. En Charallave se alzó un tal Rafael Flores Calvareño,<br />

que anda libertando esclavos. Hay que dar orden de que todos los<br />

negros estén encerrados y bajo llave a las siete de la noche.<br />

Llamen a servicio diez mil hombres de la milicia nacional de<br />

reserva. Traigan trescientos hombres de las milicias de cada<br />

provincia. Levanten un cuerpo de tres mil hombres de infantería y<br />

caballería.<br />

JULIÁN CASTRO<br />

-Tienen rabia, pero no pertrechos.<br />

PÁEZ:<br />

-Lo primero que van a hacer es asaltar una guarnición para tener<br />

armas y municiones.<br />

Páez frunce el ceño, se toca los labios con el mango de la lanza de Gavilán, y<br />

luego la clava sobre el letrero que en el mapa identifica a Villa de Cura:<br />

PÁEZ:<br />

-¡Manden al general Piñango con una fuerza para apoyar la<br />

guarnición de Villa de Cura!.<br />

ESCENA 30<br />

EXTERIOR. NOCHE. CALLE DE VILLA DE CURA<br />

El Indio Rangel, con su desastrada levita sobre el tórax sin camisa, armado<br />

con una lanza y un trabuco, se desliza por una calle de Villa de Cura, seguido<br />

por varios campesinos, llaneros y esclavos alzados, armados con palos,<br />

escardillas, lanzas y chícuras.<br />

En todas las siguientes escenas de batalla, se jugará con los primeros planos y<br />

los planos cerrados para que grupos pequeños den la impresión de<br />

contingentes nutridos.


Rangel llega a la esquina, se asoma con cuidado, contempla una casa con un<br />

largo muro, ventanucos estrechos y alguna garita, vuelve a esconder la cabeza,<br />

y dice a sus seguidores.<br />

RANGEL:<br />

-Ahí está. La casa fuerte de Villa de Cura. Le tumbamos la<br />

puerta, entramos y lo demás es arma blanca.<br />

LLANERO:<br />

-¿Arma blanca contra fusiles?<br />

RANGEL:<br />

-Así no más. Así acabamos con el Taita Boves en Urica.<br />

Al otro lado de la calle, a la luz de un candil, se divisan dos centinelas frente a<br />

un gran portón cerrado.<br />

RANGEL:<br />

-Síganme los machos, carajo. ¡Muera la oligarquía!<br />

Rangel y sus seguidores se lanzan gritando a una suicida carga contra la casa<br />

fuerte, mientras empujan un carretón para estrellarlo contra el portón de ésta.<br />

Los dos centinelas disparan, y antes de poder cargar de nuevo son arrollados<br />

por la montonera de Rangel, que avanza y a su vez estrella el carretón contra<br />

el portón y trata de romperlo dando culatazos con dos o tres trabucos y golpes<br />

de azadón.<br />

De las ventanas adyacentes abren un cerrado fuego de fusilería contra los<br />

hombres de Rangel que, desamparados en medio de la calle, comienzan a caer.<br />

Rangel contesta con el único disparo de su trabuco, y vuelve a la carga,<br />

poseído de un coraje temerario:<br />

RANGEL:<br />

-¡A tumbar el portón, carajo! ¡Muera la oligarquía!<br />

Rangel y sus seguidores inician otra carga contra el portón, retiran algunos<br />

metros el estropeado carretón, y con un sobrehumano esfuerzo vuelven a<br />

estrellarlo.<br />

El portón trepida, a punto de ceder.<br />

Otra cortina de disparos desde garitas y ventanas diezma a los seguidores de<br />

Rangel, que al caer sueltan hoces, garrotes, lanzas.<br />

Uno de los llaneros grita, desde el otro extremo de la calle:<br />

LLANERO:<br />

-¡Viene un destacamento con refuerzos!


Por la esquina aparece una hilera de fusileros, que dirige un mortal fuego<br />

hacia los seguidores de Rangel.<br />

Rangel y sus maltrechos campesinos y llaneros empiezan a retirarse,<br />

guareciéndose en el precario amparo de portones<br />

Los fusileros avanzan disciplinadamente: la primera fila dispara, y la segunda<br />

pasa al frente para disparar mientras los que estaban en primera fila cargan<br />

de nuevo sus armas.<br />

Primerísimo primer plano de la hilera de bocas de fuego, cuyas detonaciones<br />

relampaguean en la noche.<br />

ESCENA 31<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE DEL PEQUEÑO CASERÍO DE GUAMBRA<br />

Generador de caracteres: Guambra, 1846<br />

El 7 de septiembre de 1846 Ezequiel Zamora pasa revista a su montonera en<br />

Guambra, un pequeño caserío del cual aparecerán en pantalla apenas algunos<br />

ranchos. Irguiéndose sobre la silla de su caballo, se dirige a los heterogéneos<br />

integrantes de la milicia, entre los cuales hay uno que otro montado a caballo<br />

o en mula, y muchos campesinos apenas armados con garrotes o escardillas<br />

(La arenga que sigue fue pronunciada en Tiznados, pero por razones de<br />

desenvolvimiento dramático se la coloca al inicio de la campaña).<br />

ZAMORA:<br />

-Luchamos para proporcionar una situación feliz a los<br />

pobres. Los pobres no tienen nada que temer, no tienen<br />

nada que perder. Que tiemblen los oligarcas, no habrá ni<br />

ricos ni pobres. Queda prohibido el cobro de renta por el<br />

cultivo de la tierra ¡La tierra es libre, es de todos!¡Tierras y<br />

hombres libres!<br />

La última consigna suscita entusiastas vivas:<br />

CAMPESINOS:<br />

-¡Viva el general Zamora!<br />

ZAMORA:<br />

-Yo no soy general.<br />

Mientras Zamora habla, aparecen por una esquina del poblado los restos de la<br />

castigada montonera del Indio Francisco José Rangel, ropas desgarradas y<br />

manchadas de sangre, vendajes improvisados con trapos sucios, heridos que<br />

apenas se mantienen sobre los caballos. El mismo Rangel lleva varias heridas<br />

superficiales, como largos arañazos, y un ensangrentado vendaje en la cabeza,<br />

que parece sustituir la tradicional pañoleta del llanero, y grita, levantando su<br />

trabuco:


INDIO RANGEL:<br />

-¡Sí es, carajo! ¡General del Pueblo Soberano!<br />

Hombres, mujeres y niños de la montonera gritan, alzando las escasas armas,<br />

los garrotes, las escardillas, los machetes, los instrumentos de labranza, y<br />

arrojando sombreros al aire:<br />

TODOS:<br />

-¡General del Pueblo Soberano!<br />

ESCENA 32<br />

INTERIOR. NOCHE. PATIO DE CASA DE HACIENDA<br />

Irrumpen Rafael Flores Calvareño y una partida de negros esclavos que<br />

esgrimen antorchas, palos, hoces, machetes, escardillas, y vuelcan muebles.<br />

Un florero estalla en mil pedazos, las flores se esparcen, pies desnudos negros<br />

las pisotean mientras avanzan. El propietario, su mujer y una hija contemplan<br />

horrorizados la invasión. Gallinas, perros y gatos echan a correr desde la<br />

cocina.<br />

FLORES:<br />

-¡Los papeles! ¡Busquen los papeles!<br />

Un esclavo trae un arcón, lo revienta contra el suelo. De él caen sobre el<br />

pavimento viejos papeles manuscritos.<br />

Flores sostiene en sus manos los papeles, les acerca una antorcha ardiente, y<br />

los mira arder con delectación:<br />

FLORES:<br />

-¡Candela, carajo! ¡Los hombres son libres! ¡La tierra es de<br />

todos! ¡Nadie es dueño de nadie!<br />

En un arrebato, tira los papeles que arden al arcón, y cuando éste coge fuego,<br />

lanza el arcón contra una cama en desorden, que empieza también a arder.<br />

Los esclavos miran fascinados el fuego, que se refleja en su abrillantada piel<br />

oscura.<br />

FLORES:<br />

-¡A liberar los hermanos, carajo! ¡Vamos para San<br />

Francisco de Tiznados, para Los Bagres, para Los Leones!<br />

ESCENA 33<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMPO CON MATORRALES.


Tras un tupido matorral, tirados sobre el suelo, Ezequiel Zamora y el Indio<br />

Rangel observan atentos el paso de una partida del ejército conservador,<br />

precedida por el teniente Julián Castro a caballo.<br />

INDIO RANGEL:<br />

-No conseguimos pertrechos. Dos veces cargamos contra el<br />

portón de la guarnición de Villa de Cura, y nos mataron<br />

como conejos.<br />

ZAMORA:<br />

-No hay que atacar al enemigo donde es fuerte, sino donde<br />

se quiere.<br />

La cámara se retira lentamente, dejando ver, también tirados contra el suelo,<br />

campesinos y llaneros de las guerrillas combinadas de Zamora y del Indio.<br />

Zamora toma la lanza de Gavilán, y la enasta cuidadosamente en la punta de<br />

una vara de palma alvarico.<br />

Zamora alza el brazo, y lo baja repentinamente.<br />

Los guerrilleros disparan con sus escasos y rudimentarios trabucos.<br />

ESCENA 34<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMINO CAMPESINO BORDEADO DE<br />

MATORRALES<br />

La descarga hace caer varios soldados de la vanguardia, y siembra el pánico<br />

en los demás, que corren en diversas direcciones para cubrirse.<br />

El teniente frena su caballo, mira desesperado hacia las espesuras, y se les<br />

interpone a los soldados que buscan cubrirse:<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-¡No corran! ¡Formación! ¡Presenten armas!<br />

De la parte de atrás de la partida irrumpe un grupo de jinetes con lanzas,<br />

encabezado por Ezequiel Zamora, quien dando terribles gritos embiste al arma<br />

blanca contra la formación que empieza a desordenarse.<br />

El oficial, furioso, saca un largo revólver y dispara contra sus propios soldados<br />

que huyen.<br />

Zamora pasa junto a él como una exhalación.<br />

El oficial grita, espolea su caballo, huye y suelta su revólver, que rebota en el<br />

camino de tierra.<br />

Los soldaditos corren, tirando las armas.


ESCENA 35<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMPO<br />

En un Estado Mayor improvisado bajo un árbol, el teniente Julián Castro dicta<br />

a un amanuense : .<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-No es posible conseguir la total destrucción de estos<br />

malvados si no se adopta un plan desolador, pero<br />

indispensable. Tal es: quemar todos los conucos, y aun los<br />

ranchos, y sacarles las familias a poblado; de lo contrario<br />

puede aseverarse que la seguridad pública quedará<br />

amenazada tan pronto como se retiren las tropas; primero:<br />

porque puede asegurarse también que no hay una sola<br />

persona de los colonos inquilinos en este valle y en el de<br />

Tacasuruma que no tenga sus afecciones con los facciosos;<br />

y segundo: porque sus localidades les ofrecen ventajas<br />

naturales para burlarse de la moral, atacando impunemente<br />

la vida y la propiedad ajena.<br />

Mientras Julián Castro dicta, la cámara registra tomas de algunos de sus<br />

maltrechos subordinados: soldados heridos, otros aparentemente muertos,<br />

tirados sobre el piso con ensangrentadas heridas, oficiales con el uniforme<br />

desarreglado y cubiertos de polvo.<br />

ESCENA 36<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE LA CASA DE PÁEZ<br />

Meciéndose en la hamaca de su casa en Valencia, el 7 de octubre de 1846<br />

Páez dicta a otro atareado amanuense, que ejecuta complicados floreos con su<br />

pluma de ganso sobre varias hojas de papel:<br />

PÁEZ:<br />

-Debo manifestar a usted: que no tenía facultades para<br />

quemar y destruir, y que semejantes medidas no podían<br />

ejecutarse sin recurrir en responsabilidad; y que además la<br />

experiencia ha probado lo ineficaz de tal procedimiento; a<br />

la vez que privaba a las autoridades de la fuerza moral de<br />

las Leyes: sintiendo no convenir con usted por las razones


expuestas. Acompaño un indulto para quienes dejen las<br />

armas.<br />

ESCENA 37<br />

EXTERIOR. DÍA. ESTADO MAYOR DEL EJÉRCITO<br />

CONSERVADOR<br />

Un improvisado Estado Mayor, con pequeños cambios con relación al<br />

anterior, que delatan el paso del tiempo: por ejemplo, podría estar instalado en<br />

una tienda de campaña. El teniente conservador Julián Castro lee<br />

silenciosamente la comunicación dictada por Páez .<br />

Mientras lee, pasa delante del Estado Mayor un par de soldados campesinos<br />

que llevan en hombros una larga vara, de la cual pende un chinchorro<br />

miserable con un herido manchado de sangre y mal vendado, cuyo brazo<br />

pende oscilando al caso de los cargadores.<br />

Julián Castro bate el manuscrito con disgusto contra la mesa, y comenta<br />

amargamente ante dos oficiales conservadores y el amanuense:<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-¡Ah Catire Páez pa zamarro! Ya se lavó las manos y me<br />

dejó el Nazareno para que yo lo crucifique. Las palabras<br />

bonitas en el papel se quedan. Esta guerra no la voy a ganar<br />

con palabras bonitas.<br />

Julián Castro besa burlescamente el comunicado de Páez:<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-Se acata pero no se cumple.<br />

Julián Castro arruga el papel en su mano hasta volverlo una bola, y luego<br />

acerca el comunicado y el papel que exhibe la palabra INDULTO a una vela,<br />

los ve comenzar a arder, los muestra a sus subordinados y los arroja hacia<br />

fuera, como quien lanza una antorcha incendiaria:<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-Quemen. Arrasen. Maten. Que no quede un techo, una<br />

gota de agua, un grano de maíz para los alzados.<br />

ESCENA 38<br />

EXTERIOR. DÍA. RANCHOS Y TROJES


Disolvencia del papel del comunicado que arde en el suelo, a manos con<br />

antorchas que queman un maizal y el techado de paja de un rancho.<br />

Soldaditos empujan a culatazos a familias pobres apersogadas con cabestros<br />

hacia las trochas que llevan a los poblados.<br />

Llamaradas voraces.<br />

Humaredas espesas de campos quemados y ranchos devastados llenan el cielo<br />

de Güigüe.<br />

ESCENA 39<br />

INTERIOR. NOCHE. PATIO DE HACIENDA<br />

En primer plano, Flores Calvareño y otros negros, atados, bañados en sangre<br />

por sus heridas, son empujados violentamente contra el paredón del patio de<br />

una casa de hacienda.<br />

Flores Calvareño grita, desafiante hacia la cámara:<br />

FLORES CALVAREÑO:<br />

-¡Antes muerto que esclavo! ¡La tierra es de todos! ¡Nadie<br />

es amo de nadie!<br />

La cámara retrocede y deja ver los cañones de fusiles con bayonetas que<br />

apuntan al pecho de los negros empujados contra el muro. El teniente Julián<br />

Castro da la orden al pelotón<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-¡Disparen!<br />

Relampagueante detonación.<br />

Los fogonazos de los disparos van haciendo un efecto de estroboscopio, que<br />

ilumina por segmentos la caída de Flores Calvareño y los esclavos insurrectos<br />

al suelo, dejando largos rastros de sangre en el paredón.<br />

ESCENA 40<br />

INTERIOR. NOCHE. SALA EN RESIDENCIA DE PÁEZ<br />

Las esclavas negras, sincronizadas como bailarinas, traen candelabros<br />

encendidos desde los dos extremos de la sala.<br />

Páez, ante el mapa de Codazzi, ahora tachonado de marcas, desgarraduras y de<br />

cruces rojas. Lo escuchan dos oficiales oligarcas, y el amanuense, que se afana<br />

anotando todo con su pluma de ganso. Atentos, dos ordenanzas llaneros, con<br />

el uniforme de gala.<br />

PÁEZ:


-Medio año lleva el Zamora en pleno corazón del país y no<br />

hemos podido agarrarlo. Dijeron que estaba muerto en El<br />

Limón, y sesenta días después nos destruye un cuerpo del<br />

ejército en Los Bagres.<br />

OFICIAL I:<br />

-Cuando lo buscamos se huye; cuando nos retiramos, ataca.<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-Siempre cuenta con el apoyo de los vecinos; siempre<br />

encuentra muchos dispuestos a seguirle.<br />

Páez frunce el ceño. La dureza paraliza su rostro.<br />

PÁEZ:<br />

-Esto ya no es un alzamiento. Es una guerra.<br />

Paseándose, dicta al amanuense:<br />

PÁEZ:<br />

-Pongan en La Victoria doscientos hombres de la milicia de<br />

reserva. Refuércenlos con doscientos más en Turmero.<br />

Formen compañías en Turmero y un campo volante que<br />

recorra el frente del Sur, por las montañas de Magdaleno,<br />

Tocorón y Castillo. Indíquenle al general Soublette que es<br />

indispensable destinar 800.000 pesos para esta<br />

movilización. Yo mismo salgo al mando de una fuerza de<br />

ochocientos hombres para La Cuesta de Las Mulas.<br />

Mientras habla, los llaneros le van ayudando a ponerse una incómoda<br />

guerrera de general, con profusos dorados, y el correaje del sable.<br />

El teniente Julián Castro le ofrece un aparatoso bicornio emplumado.<br />

Páez siente una evidente incomodidad al revestir aquellos arreos. Se pone el<br />

bicornio en varias formas, como si ensayara poses ante un espejo, se quita la<br />

ridícula prenda, la examina, y la tira sobre la mesa.<br />

ESCENA 41<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMPO DE BATALLA DE PAGÜITO<br />

Primeros Planos de oficiales y soldados del ejército oligarca que ascienden<br />

trabajosamente una cumbre.<br />

Parapetado en las alturas, Zamora y los rebeldes asestan un mortífero fuego<br />

con sus escasos trabucos y fusiles.<br />

El Indio Rangel dispara su trabuco, voltea a ambos lados, y grita:<br />

INDIO RANGEL:<br />

-¡Se nos acabaron los cartuchos!<br />

ZAMORA:


-¡A machete y lanza!<br />

Los sublevados dejan sus posiciones y bajan a la carrera, gritando y<br />

blandiendo machetes, lanzas, hoces.<br />

El teniente Julián Castro ve venir la acometida, y gritando dispara su revólver<br />

contra los atacantes.<br />

Primeros planos de enfrentamientos de lanzas y machetes contra fusiles y<br />

bayonetas.<br />

Caen combatientes de lado y lado.<br />

Zamora hace prodigios de esgrima con su sable, decorado en la vaina y la<br />

empuñadura con el distintivo adorno metálico del sol.<br />

El Indio Rangel recibe un balazo en el pecho, y cae malherido.<br />

La firme cadencia de los disparos de la fusilería va diezmando a los<br />

sublevados.<br />

ESCENA 42<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMPO DE BATALLA DE PAGÜITO. ORILLA DE<br />

RÍO<br />

Zamora conduce a su castigada partida hasta romper el cerco del ejército<br />

oligarca y llegar a la orilla de un río, donde la mayoría se salva arrojándose a<br />

las aguas.<br />

Zamora nada vigorosamente, y grita:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Dispersarse! ¡Nos reunimos en el sitio convenido!<br />

Zamora se zambulle, y sin soltar el fusil ni el sable que le cuelga de un<br />

correaje, aflora, vuelve a zambullirse, entre varios guerrilleros que también<br />

nadan, y uno que otro que se hunde, herido mortalmente por un disparo.<br />

Primer plano de fusileros del ejército oligarca, que disparan a los fugitivos,<br />

que se pierden tras una vuelta del río.<br />

El teniente Julián Castro toma por el cabello al Indio Rangel, que está<br />

moribundo de terribles heridas, alza un machete, y lo baja, dando terrible<br />

golpe.<br />

Un soldadito le ofrece un saco de sisal, el oficial, agachado, hace gesto de<br />

meter algo en él, y después se yergue, alzando orgulloso, como un trofeo, el<br />

saco ensangrentado, en el cual se balancea un bulto del tamaño de la cabeza<br />

del Indio Rangel.


ESCENA 43<br />

EXTERIOR. ATARDECER. ORILLA DE RÍO.<br />

Zamora, exhausto, vestido apenas con una desgarrada camisa y un pantalón<br />

llanero manchados de sangre, se arrastra trabajosamente por la orilla del río,<br />

hasta alcanzar la ribera, sobre la cual cae, sin fuerzas.<br />

Su mano todavía ase el inútil fusil sin municiones, y del correaje cuelga el<br />

sable con el adorno en forma de sol, que también pone en la ribera, con el<br />

último esfuerzo.<br />

Durante largo rato yace inmóvil, como un tronco, a medida que crece la<br />

sombra.<br />

ESCENA 44<br />

EXTERIOR. AMANECER. CERCANÍAS DEL RÍO.<br />

Apoyándose trabajosamente en el sable como un bastón, Zamora deja a sus<br />

espaldas el río, y se interna en las espesuras.<br />

Sucesivas disolvencias muestran cómo se mueve de un paraje a otro,<br />

sugiriendo un prolongado desplazamiento.<br />

Zamora eleva los ojos al cielo, y con el ceño fruncido descubre numerosas<br />

zamureras.<br />

A lo lejos, en cámara subjetiva, discierne humaredas de incendios.<br />

Vencido por un irresistible cansancio, se recuesta en un tronco de árbol, se<br />

desliza apoyando la espalda en él y cae inerte y tembloroso al suelo.<br />

ESCENA 45<br />

EXTERIOR. ATARDECER. ESPESURA<br />

Zamora abre los ojos.<br />

En cámara subjetiva, vemos que percibe borrosamente las formas de una<br />

muchacha acurrucada a pocos metros frente a él.<br />

La visión se aclara, y revela una muchacha de abundante cabellera<br />

desgreñada, que casi le cubre el rostro hermoso, vestida con un camisón<br />

desgastado y grisáceo, sentada al lado de un enorme haz de chamizas atado<br />

con mecatillo. La muchacha lo mira con fijeza, con más desafío que<br />

curiosidad, y afirma:<br />

VIVIANA:<br />

-No eres del gobierno. Eres un alzao.<br />

Zamora le sonríe, callado.<br />

La muchacha se acerca, y le pone la mano sobre la frente:<br />

VIVIANA:<br />

-Estás ardiendo en fiebre.<br />

ZAMORA:


-¿Tus papás?<br />

VIVIANA:<br />

-Se los llevó una comisión del gobierno. No dejaron<br />

nada. Hasta al perro lo mataron. Yo estaba escondida<br />

aquí, en el monte.<br />

Zamora entrecierra los ojos.<br />

La imagen de Viviana se desdibuja, borrosa, como una alucinación.<br />

VIVIANA:<br />

-Con esa fiebre no puedes pasar la noche en el<br />

monte.<br />

ESCENA 46<br />

INTERIOR. NOCHE. RANCHO DE VIVIANA<br />

Interior de un desvencijado rancho con paredes de bahareque, donde la<br />

mayoría de los enseres de barro han sido despedazados en el suelo.<br />

Entre tres topias, arde un fuego de chamizas sobre el cual está el resto de una<br />

olla de barro, donde burbujea un líquido.<br />

VIVIANA:<br />

-Contra la fiebre, chaparro de sabana. Infusión de la<br />

corteza, contra la fiebre fría del tifo.<br />

Viviana acerca una totuma a los labios de Zamora, y le sostiene la cabeza,<br />

logrando que beba algunos sorbos.<br />

ESCENA 47<br />

EXTERIOR. DÍA. ESPESURA DEL BOSQUE<br />

Zamora se encuentra repentinamente en un luminoso claro del bosque, sano,<br />

feliz, desnudo de la cintura para arriba. Frente a él, recoge chamizas Viviana,<br />

eligiendo palos secos del matorral, quebrándolos con las manos o partiéndolos<br />

sobre el muslo.<br />

ZAMORA:<br />

-¿Cómo te llamas?<br />

VIVIANA:<br />

-Viviana.<br />

ZAMORA:<br />

-Yo me llamo...<br />

Viviana le tapa la boca con la mano. En la mano hay un polvo, que le<br />

introduce en los labios.<br />

VIVIANA:


-Luciérnagas machacadas, para los sueños.<br />

Zamora toma una flor amarilla de un matorral y la entrega a Viviana.<br />

Viviana se acerca, y le prende la flor a Zamora en el pelo.<br />

Al acercarse, ambos se contemplan.<br />

Zamora besa a Viviana en la boca.<br />

Viviana responde al beso con intensidad.<br />

Ambos se acarician, con la desesperación y la violencia del deseo contenido<br />

largo tiempo, antes de rodar por los matorrales, entrelazados.<br />

Corte a las nubes que pasan.<br />

Contraplano de Viviana y Zamora, que semidesnudos miran pasar las nubes,<br />

como si el tiempo no existiera.<br />

ESCENA 48<br />

INTERIOR. DÍA. EL RANCHO DE VIVIANA<br />

Tirado en el suelo, perdido el conocimiento, Zamora tirita en medio del ataque<br />

de tifo.<br />

Viviana le pasa por la frente y por el torso desnudo un trapo húmedo que moja<br />

en una vasija de barro.<br />

Al lado de la cabeza de Zamora, en el piso de tierra, una mustia flor amarilla.<br />

Viviana oye el chasquido de una rama quebrada y, atenta, alza la cabeza.<br />

Un nuevo chasquido, que proviene de otra dirección, la hace volver la cabeza.<br />

ESCENA 49<br />

EXTERIOR. CAMPO, ALREDEDORES DEL RANCHO DE VIVIANA.<br />

DIA.<br />

El teniente Julián Castro y varios soldados, con las ropas desordenadas y<br />

cubiertas de polvo, se acercan al rancho. Uno de ellos tira del cerrojo de un<br />

fusil.<br />

ESCENA 50<br />

INTERIOR. DÍA. RANCHO DE VIVIANA<br />

Viviana voltea la cabeza a uno y otro sitio. Su agudo oído le hace saber que<br />

están rodeados.<br />

Viviana se abraza del inconsciente Zamora y, sin otro recurso, empieza a<br />

rezar la oración del Justo Juez:<br />

VIVIANA:<br />

- ¡Oh, Justo Juez! Mis enemigos veo<br />

En cualquier paja o árbol de monte sea mi cuerpo<br />

resguardado


En la hostia consagrada mi cuerpo sea cortado<br />

Ni mi sangre derramada<br />

Lazos y cadenas en mí sean reventados<br />

¿Traes pies? No me sigas<br />

¿Traes boca? No me hables<br />

¿Traes manos? No me agarres.<br />

¿Traes ojos? No me veas<br />

¿Traes oídos? No me oigas.<br />

¡Oh, Justo Juez! Mis enemigos veo,<br />

veo venir.<br />

Con su abundante cabellera casi cubriéndole la cara, Viviana desorbita los<br />

ojos y mira directo hacia delante, por encima del hombro de Zamora.<br />

Mientras Viviana reza, el oficial y los soldaditos entran al rancho y luego el<br />

oficial, apuntando hacia Viviana y Zamora fusiles, bayonetas y sables.<br />

El teniente Julián Castro toma a Viviana por la cabellera y la separa de<br />

Zamora con un violento tirón.<br />

VIVIANA:<br />

-Es mi hombre, y se llama Juan Pérez.<br />

De un empellón, sacan a Viviana del rancho, cayéndole a culatazos, y golpean<br />

también al exánime Zamora.<br />

ESCENA 51<br />

EXTERIOR. DÍA. ALREDEDORES DEL RANCHO DE VIVIANA<br />

El teniente Julián Castro y los soldaditos arrastran al desmayado Zamora fuera<br />

del rancho, lo atan con un cabestro y lo montan como un fardo en una mula.<br />

Tras un matorral, varios soldaditos siguen golpeando a culatazos a Viviana,<br />

que grita con rabia.<br />

Zamora entreabre los ojos, capta borrosamente parte de la escena, distingue<br />

los rostros de los captores, y vuelve a perder el conocimiento.<br />

Un soldadito toma una chamiza del fogón, la sopla para avivar la llama, y la<br />

acerca al techo de paja, que empieza a incendiarse.<br />

ESCENA 52<br />

EXTERIOR. DIA. CAMPAMENTO MILITAR


Zamora, sentado, atado de un árbol, apenas consciente. Ante él, un coronel, el<br />

teniente Julián Castro y dos soldaditos.<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

-Apriétalo. Éste debe saber dónde está Zamora.<br />

Zamora entreabre los ojos con dificultad, los alza hacia sus captores, y dice<br />

desafiante, con voz ronca:<br />

ZAMORA:<br />

-Yo soy Ezequiel Zamora.<br />

El teniente Julián Castro mira al prisionero con odio concentrado, se lleva la<br />

mano a la empuñadura del sable, y empieza a desenvainarlo.<br />

El coronel lo detiene con un gesto:<br />

CORONEL:<br />

-Déjalo. Si no lo mata el tifo, ya está condenado a muerte.<br />

Y si lo matamos aquí, nadie va a creer que lo agarramos.<br />

ESCENA 53<br />

EXTERIOR. DÍA. ALREDEDORES DEL RANCHO DE VIVIANA<br />

Viviana se arrastra trabajosamente, afincando las manos como garras en la<br />

tierra reseca.<br />

En un momento, alza la mirada. Sus ojos relumbran en una cara bañada en<br />

sangre.<br />

Viviana se arrastra hasta un matorral seco, mete la mano en él, y palpa hasta<br />

que encuentra el fusil y el sable del padre de Zamora, con el distintivo adorno<br />

metálico en forma de sol en la vaina y la empuñadura.<br />

Apoyándose en el fusil como en una muleta, se pone de pie a duras penas, y<br />

se ciñe el sable.<br />

A sus espaldas se eleva una columna de humo del rancho incendiado.<br />

Viviana no vuelve la mirada hacia el pequeño incendio.<br />

Con un esfuerzo sobrehumano, se echa el fusil al hombro, y camina<br />

trabajosamente hacia un paisaje devastado.<br />

El viento agita sus harapos y la cabellera que por momentos oculta su<br />

expresión de sonámbula.<br />

Una cortina de humo desdibuja su figura, que se pierde hacia el monte<br />

cerrado.<br />

FIN DEL CAPÍTULO I<br />

Luis Britto García


ZAMORA CAPÍTULO 2<br />

TIERRAS Y HOMBRES LIBRES<br />

ESCENA 1<br />

EXTERIOR. DIA. CALLE DE VILLA DE CURA<br />

Cargado de grillos y cadenas, Zamora es conducido por las calles del pueblo<br />

de Villa de Cura.<br />

Delante de él, el teniente oligarca Julián Castro cabalga llevando en la grupa<br />

el saco ensangrentado con la cabeza del Indio Rangel. Cuatro soldaditos<br />

siguen a pie al prisionero, con bayonetas caladas.<br />

Grupos de caballeros en levita y de damas empiringotadas con sombreros y<br />

abanicos esperan el paso de la comitiva. Cuando ésta se aproxima, vejan y<br />

escupen al prisionero:<br />

MUJERES OLIGARCAS:<br />

-¡Animal! ¡Bestia! ¡Mono!<br />

PETIMETRES OLIGARCAS:<br />

-¡Chusma! ¡Horda!


Una oligarca golpea al prisionero con una sombrilla llena de volantes y<br />

encajes.<br />

Un petrimetre le larga un bastonazo.<br />

Otro elegante, con una sonrisa, le mete una zancadilla al preso, que cae<br />

aparatosamente, con gran tintineo de grillos y cadenas.<br />

Ni el coronel ni los soldados hacen nada para evitar la vejación.<br />

Paula Correa de Zamora, la madre de Ezequiel, se enfrenta vestida de luto a<br />

los oligarcas, los reprende duramente:<br />

PAULA CORREA:<br />

-¡Cobardes con el pueblo alzado, valientes con el caído!<br />

¡Péguenme a mí, que también estoy indefensa!<br />

Los oligarcas se detienen, estupefactos ante aquella mujer que se enfrenta sola<br />

contra todos.<br />

Zamora se incorpora trabajosamente sin decir palabra y avanza, impávido,<br />

sobreponiéndose a duras penas a la enfermedad y al impedimento de grillos y<br />

cadenas.<br />

ESCENA 2<br />

INTERIOR. SALA DE TRIBUNAL. DÍA.<br />

En una vasta sala donde funciona una Corte Marcial, el Juez lee la sentencia<br />

de muerte de Antonio Leocadio Guzmán.<br />

JUEZ:<br />

-Por conspiración y de acuerdo con el artículo 2 de la ley<br />

de 15 de junio de 1931, se condena por conspiración al<br />

último suplicio al ciudadano Antonio Leocadio Guzmán,<br />

mas las costas procesales.<br />

El político abre la boca, aterrado, y se cubre la cara con las manos.<br />

La esposa de Antonio Leocadio, una dama madura que viste algunas galas de<br />

mujer acomodada, abre la boca, gime, suelta el abanico y se desmaya.<br />

ESCENA 3<br />

INTERIOR. SALA DE TRIBUNAL EN MARACAY. DÍA.<br />

En otra modesta sala donde funciona otra Corte Marcial en Maracay, donde ha<br />

sido trasladado Ezequiel Zamora para evitar su posible liberación por sus<br />

partidarios, el Juez lee su sentencia de muerte.<br />

JUEZ:<br />

-Administrando justicia por autoridad de la ley, y con<br />

sujeción entera al artículo 2 de la ley de 15 de junio de<br />

1831, que determina el modo de proceder contra los


conspiradores y las penas en que incurren, se condena al<br />

expresado Ezequiel Zamora a la pena de último suplicio,<br />

con las costas procesales.<br />

Zamora, cargado con grillos, visiblemente enfermo, apenas escucha, como<br />

sumido en pensamientos insondables.<br />

ZAMORA:<br />

-Esto no termina aquí.<br />

Un tumulto lo obliga a levantar la mirada: tras la ventana enrejada, una<br />

multitud de pobres lo vitorea.<br />

CIUDADANOS POBRES, PARDOS Y NEGROS:<br />

-¡Zamora! ¡Zamora! ¡Cárcel para los asesinos! ¡Cárcel para<br />

los ladrones! ¡Cárcel para los esclavistas! ¡Que suelten a<br />

Zamora! ¡Que suelten a Zamora! ¡Zamora! ¡Zamora!<br />

Paula Correa de Zamora está entre quienes piden la libertad del reo.<br />

Las espaldas de hombres con fusiles se interponen entre la multitud y la<br />

ventana.<br />

ESCENA 4<br />

INTERIOR. DIA. CALABOZO EN CÁRCEL DE MARACAY<br />

En la cárcel de Maracay, Ezequiel Zamora tirita ovillado en el suelo, apenas<br />

cubierto por una harapienta sábana.<br />

Un oficial oligarca llega ante el calabozo, se toca la boca con un dedo<br />

ordenándole silencio al confundido soldadito de guardia, se planta frente a<br />

Zamora, desenvaina la espada, y la alza.<br />

Zamora entreabre los ojos, y ve la figura amenazante, que se apresta a lanzar<br />

un sablazo fulminante.<br />

El oficial de guardia aparece a las espaldas del oficial intruso, y carraspea.<br />

Ambos hombres se miden con la mirada.<br />

El oficial de guardia empieza a desenvainar su espalda.<br />

El oficial intruso, tras un momento de vacilación, empieza a envainar la suya.<br />

El oficial intruso vuelve a mirar con odio al postrado Zamora, y sin hacer<br />

saludo militar, da media vuelta y sale de la cárcel.


El oficial de guarda resopla, y ase firmemente la empuñadura de su espada<br />

envainada.<br />

Zamora, que contempla la escena postrado en el delirio de la fiebre, se<br />

incorpora tembloroso hasta sentarse, y mira fijamente al pavimento.<br />

El pavimento está embaldosado con lajas de ladrillo cuadradas.<br />

La mano de Zamora arranca un trozo del revoque blanco de la pared, y<br />

usándolo como si fuera una tiza, traza toscamente en una casilla el perfil de la<br />

pieza de ajedrez del caballo.<br />

ESCENA 5<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE LA CASA DEL PRESIDENTE MONAGAS<br />

EN LA PLAZA DE SAN PABLO<br />

En la sala de su casa en la plaza de San Pablo, el general José Tadeo Monagas<br />

recibe en 1847 a Paula Correa de Zamora, la cual, con su sobrio luto de<br />

siempre, hace observaciones al mandatario sobre la difícil situación que<br />

encuentra.<br />

PAULA CORREA:<br />

- Presidente, no vengo a suplicarle. En este Despacho no se habla de<br />

sentimientos sino de política. De 8.798 electores de segundo grado<br />

inscritos, sólo votaron 342 en todo el país. 8.456 no se atrevieron a<br />

votar, por miedo de la persecución. Usted fue elegido con 107 votos.<br />

Con sólo 107 votos de su lado, usted no va a tener más remedio que<br />

seguir las orientaciones del general Páez y del ex Presidente<br />

Soublette, contra esos 8.456 votos que representan el resto del país.<br />

Monagas mira con preocupación sendos retratos de Páez y de Soublette, que<br />

flanquean la sala. Paula Correa sigue, con igual intensidad.<br />

PAULA CORREA:<br />

- Presidente Monagas: los que no quieren dejar de ser jefes quieren<br />

que usted les elimine a sangre y fuego a la mayoría. El camino de la<br />

paz no está en seguir matando a nombre de esos 107 votos que nunca<br />

le agradecerán nada. La paz es el indulto que pondrá de su lado a la<br />

mayoría del país.<br />

El presidente Monagas sigue con creciente atención los argumentos de aquella<br />

mujer, que parece comprender diáfanamente la disyuntiva en que se encuentra.


MONAGAS:<br />

-Señora Correa de Zamora... Usted que entiende tan bien todo,<br />

comprende también que esos 107 votos, con ser la minoría del<br />

país, son la mayoría de un Congreso que podría hacerme enjuiciar<br />

y destituirme de la Presidencia...<br />

Paula Correa lo mira intensamente:<br />

PAULA CORREA:<br />

- Entonces, señor Presidente, yo no vengo a pedir por el destino<br />

de uno, sino de dos prisioneros. Uno de ellos todavía está libre...<br />

Libre de actuar para salvarse.<br />

En la antesala del despacho se escuchan voces, quejidos femeninos.<br />

Se abre la puerta y entra atropelladamente Carlota Blanco, la esposa de<br />

Antonio Leocadio Guzmán, vestida de riguroso y recargado luto, hecha un<br />

mar de lágrimas, mientras un ordenanza hace inútiles esfuerzos para detenerla,<br />

temeroso de emplear la fuerza contra una dama de calidad.<br />

El presidente Monagas se levanta y va a su encuentro.<br />

Carlota Blanco se arrodilla frente a él, junta las manos en las cuales tiene<br />

entrelazado un rosario como quien ora ante un santo, y rompe a llorar<br />

inconteniblemente.<br />

CARLOTA BLANCO:<br />

-¡La vida de Antonio Leocadio! ¡Mis lágrimas, Presidente! ¡Mi<br />

único argumento son mis lágrimas!<br />

Carlota Blanco se abraza de las rodillas de Monagas y solloza<br />

violentamente.<br />

Éste queda indeciso un instante, y luego la ayuda a levantarse, entre<br />

caballeroso y cortado.<br />

MONAGAS:<br />

-Por Dios, señora. Váyase usted persuadida de que yo no he<br />

venido a este puesto a servir de instrumento de las pasiones de<br />

nadie.<br />

Paula Correa se vuelve para contemplar la escena, y se incorpora de la silla<br />

que ocupaba, con expresión de quien abriga una esperanza.<br />

ESCENA 6<br />

INTERIOR. DÍA. CALABOZO DE ZAMORA EN MARACAY<br />

Una vez más el estrecho calabozo donde está engrillado Zamora. El soldadito<br />

de guardia, profundamente aburrido, mira sin prestar atención a otro hombre


que trae un tosco plato de barro con una hallaca y un tenedor. Sin embargo,<br />

para los espectadores es evidente que el portador de la comida es la misma<br />

persona que intentó entrar en la celda con una soga con lazo corredizo.<br />

Zamora abre las hojas de la hallaca, y con mano tembloroso parte la masa con<br />

un tenedor. El relleno, y parte de la masa, presenta un ominoso tono negro.<br />

Zamora voltea el plato contra el suelo, y también el pocillo de barro donde le<br />

traían un líquido para beber.<br />

Una rata prueba un trozo de la hallaca, y rueda convulsamente, envenenada.<br />

Zamora vuelve a acurrucarse en un rincón, tembloroso.<br />

Desde su punto de vista, vemos las baldosas de la cárcel en las cuales, como<br />

en casillas, están toscamente dibujadas las piezas de ajedrez, unas con tiza<br />

blanca del revoque, otras con trazos negros de un pedazo de carbón, listas a<br />

enfrentarse.<br />

Cortes y sobreimposiciones sugieren el paso del tiempo. Desde el punto de<br />

vista de Zamora, van sobreimponiéndose tomas del piso en las cuales las<br />

piezas de ajedrez garabateadas con revoque blanco se borran y reaparecen,<br />

como en el curso de una partida mental.<br />

Entre ellas aparecen cada vez más platos de barro, volcados, con restos de<br />

comida teñida de negro sin probar. Al borde de los platos, la rata paralizada.<br />

Las piezas se van borrando, como si quedaran fuera de combate.<br />

Finalmente, Zamora dibuja la pieza del caballo aparece frente a la casilla<br />

donde está toscamente dibujada la pieza del Rey.<br />

ZAMORA:<br />

-Jaque.<br />

ESCENA 7<br />

INTERIOR. DIA. GRAN SALA DE LA CORTE MARCIAL<br />

Nuevamente la sala de la Corte Marcial que condenó a Antonio Leocadio<br />

Guzmán. Se nota que el tiempo ha pasado por el desarreglo del pelo, las<br />

arrugas de las ropas, el temblor de las manos del político. Como si continuara<br />

el dictado del despacho presidencial, el Juez lee la conmutación de su<br />

sentencia de muerte por destierro “perpetuo”, firmada por el presidente José<br />

Tadeo Monagas.<br />

JUEZ:<br />

-En uso de la atribución 21 que me confiere el artículo 117<br />

de la Constitución, y previo el acuerdo y consentimiento<br />

del Consejo de Gobierno, yo, José Tadeo Monagas,<br />

presidente de la República. Decreto: Artículo 1. Se


conmuta la pena de muerte a que ha sido condenado<br />

Antonio Leocadio Guzmán, por la de destierro a<br />

perpetuidad del territorio de la República.<br />

Antonio Leocadio Guzmán pone expresión taimada:<br />

ANTONIO LEOCADIO GUZMÁN:<br />

-¿Y en Venezuela cuánto dura la “perpetuidad”?<br />

ESCENA 8<br />

INTERIOR. DÍA. SALA PEQUEÑA DE CORTE MARCIAL EN<br />

MARACAY<br />

Otra vez la modesta sala de la Corte Marcial de Maracay donde se sentenció a<br />

muerte a Zamora. Éste está sentado en un banco, con grillos, mientras se le<br />

lee la conmutación de la pena de muerte por diez años de presidio cerrado en<br />

Maracaibo decidida por el presidente Monagas.<br />

JUEZ:<br />

-Artículo 1. Se conmuta la pena de muerte a que ha sido<br />

condenado Ezequiel Zamora, en la de diez años de presidio<br />

cerrado en el de Maracaibo...<br />

El cabo de presos comenta, brutalmente:<br />

CABO DE PRESOS:<br />

-Diez años en Maracaibo también es sentencia de muerte.<br />

ESCENA 9.<br />

INTERIOR. DÍA. CÁRCEL DE MARACAY<br />

El oficial de guardia se levanta. Se le acerca el oficial intruso que ya ha<br />

entrado dos veces en la prisión, y le entrega un papel:<br />

OFICIAL INTRUSO:<br />

-Usted ha sido transferido.<br />

El oficial de guardia despliega el papel, le da un vistazo, y con gesto de<br />

impotencia mira a Zamora, quien le devuelve la mirada, comprendiendo.<br />

Ante el oficial de guardia ahora relevado pasan el oficial intruso, el cabo de<br />

presos, Zamora y tres de los integrantes de la pequeña turba de linchamiento.


ESCENA 10<br />

INTERIOR. DÍA. CALABOZO DE ZAMORA<br />

En el estrecho calabozo donde está recluido Zamora con sus grillos, entra el<br />

cabo de presos y anuncia:<br />

CABO DE PRESOS: -<br />

-Tiene visita.<br />

Entra Juan Gaspers (históricamente fue Rafael Gaspers, pariente del anterior,<br />

pero cinematográficamente se pueden fundir ambos personajes), y muestra al<br />

macilento prisionero un pesado libro del utopista Charles Fourier. Del lomo<br />

del libro Gaspers saca una lima escondida, la muestra a Zamora, y sonríe,<br />

mientras dice<br />

GASPERS:<br />

-Las ideas liberan.<br />

ESCENA 11.<br />

INTERIOR. DÍA. PREVENCIÓN DE LA CARCEL<br />

Entran en la oficina de la cárcel un maraquero y un cuatrista, con botellas y<br />

una baraja. Con pícara jovialidad, Gaspers toma el primer trago, invita a los<br />

soldaditos, se sienta en el suelo, toma otro trago, parte el mazo de la baraja y<br />

coloca unas monedas al lado de ella.<br />

El maraquero y el cuatrista empiezan a cantar el corrido de la fuga de Zamora.<br />

ESCENA 12.<br />

INTERIOR. DÍA. CALABOZO DE ZAMORA<br />

Vuelto hacia la pared, en el rincón del calabozo menos expuesto a la vigilancia<br />

desde la puerta, Zamora lima frenéticamente los grillos que entraban sus pies,<br />

mientras el preámbulo instrumental de cuatro y maracas ahoga el ruido.<br />

ESCENA 13<br />

INTERIOR. DÍA. PREVENCIÓN DE LA CÁRCEL<br />

Gaspers examina las cartas que le han tocado, finge cara de decepción, se<br />

rasca la cabeza.<br />

El oficial intruso saca del juego de cartas que tiene entre manos una sota de<br />

oros, y la pone ostentosamente en el piso.<br />

Gaspers saca un caballo de espadas y lo pone sobre la sota.<br />

ESCENA 14.<br />

EXTERIOR. DÍA. MURO DE LA CÁRCEL QUE DA A UNA<br />

QUEBRADA.


Exterior de la prisión, con una ventana alta con barrotes que da a una<br />

quebrada. Una partida de jinetes se acerca, lanza una soga a la ventana.<br />

Zamora la ase, la ata a un barrote firme, empuja el barrote que ha limado, sale<br />

trabajosamente por el agujero, se descuelga hasta el suelo y monta en un<br />

caballo blanco aperado.<br />

Los jinetes arrancan, mientras de la ventana los guardias hacen inútiles<br />

disparos.<br />

En off resuenan los versos populares que celebran la fuga. Por licencia<br />

cinematográfica, éstos pueden comenzar a sonar desde el momento en que<br />

empieza el operativo de la fuga:<br />

CANTANTES:<br />

- Zamora no quiso<br />

Burro ni sillón<br />

Sino un buen caballo<br />

Brioso y trotón.<br />

Por haber luchado<br />

En pro de la ley<br />

Quería fusilarlo<br />

La malvada grey<br />

Y cuando Monagas<br />

Conmutó la pena<br />

Horribles insultos<br />

Vomitó La Prensa<br />

Las Catilinarias<br />

Y El Espectador<br />

¡Todos los papeles<br />

del bando opresor!<br />

¡Tiembla el oligarca<br />

se espanta y se azora<br />

al oir el nombre<br />

de Ezequiel Zamora!<br />

A todo galope, Zamora se pierde en una polvareda, mientras espolea el caballo<br />

hacia la sabana abierta.


ESCENA 15<br />

EXTERIOR. DÍA. ALREDEDORES DEL RANCHO DE VIVIANA<br />

En la silla del mismo caballo y casi con la misma desarreglada ropa de la fuga,<br />

Zamora examina ansioso con la mirada los restos del rancho de Viviana,<br />

ahora un amasijo de troncos carbonizados y de bahareque en terrones.<br />

Cerca del rancho, tirado, un haz de chamizas casi deshecho.<br />

Pasa una mujer harapienta muy vieja y con cara de amargura, llevando sobre<br />

la cabeza una olla de barro.<br />

ZAMORA:<br />

-¿Qué fue de la gente que vivía aquí?<br />

La vieja le lanza una mirada de desconfianza:<br />

VIEJA:<br />

-Nadie sabe.<br />

ZAMORA:<br />

-¿Conoce una muchacha llamada Viviana?<br />

VIEJA:<br />

-En la guerra nadie tiene nombre.<br />

Zamora mira de nuevo con desesperación las ruinas carbonizadas, las topias<br />

donde estuvo la cocina, los restos desperdigados del haz de chamizas.<br />

ESCENA 16<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE SESIONES DEL CONGRESO NACIONAL<br />

Sala de sesiones del Congreso Nacional, que para la época funciona en una<br />

gran casa del centro frente a la plazuela de San Francisco. El 24 de enero de<br />

1848 los parlamentarios conservadores, emperifollados con sus levitas de<br />

etiqueta, cargados de legajos, van entrando a la amplia sala de la casona<br />

donde se reúne el Congreso.<br />

Primer plano del diputado conservador José María de Rojas, que discursea<br />

ante sus colegas, mientras un ujier cierra las ventanas que dan a la calle:<br />

DIPUTADO JOSÉ MARÍA DE ROJAS:<br />

-Vista la insólita conmutación de sentencias de muerte acordada<br />

por el ciudadano Presidente José Tadeo Monagas, propongo a<br />

esta asamblea, reunida en sesión secreta: Primero: Enjuiciar al<br />

Presidente, para deponerlo del cargo. Segundo: Mudar esta<br />

Asamblea a Puerto Cabello, bajo la protección del general José<br />

Antonio Páez. Tercero: Crear un cuerpo armado propio, al mando<br />

del coronel Smith, para ejecutar nuestras decisiones, con


independencia de las del encausado presidente José Tadeo<br />

Monagas.<br />

Gran aclamación de los diputados conservadores, que son la mayoría en el<br />

Congreso, ante cada uno de los puntos.<br />

DIPUTADOS:<br />

-¡Bien! ¡Muera Monagas! ¡Viva Páez! ¡Páez! ¡Páez!<br />

Entre la tumultuosa aclamación y los aplausos de los conservadores, la cámara<br />

se retira lentamente, dejando ver a espaldas del diputado Conservador José<br />

María de Rojas una cerrada formación de soldados con sus fusiles prestos, y al<br />

lado de ella, con uniforme de oficial lleno de bandas y medallas, el coronel<br />

Smith, rubio y de ojos azules, en ostentosa posición de firme.<br />

Gente del pueblo que llena la plaza de San Francisco, golpea las hojas<br />

cerradas de las ventanas, a través de las cuales se escucha su barra, que grita<br />

airada:<br />

PUEBLO (EN OFF):<br />

-¡No, no! ¡Viva Guzmán! ¡Viva Zamora! ¡Muera Páez, bastonero<br />

de la oligarquía! ¡Viva Guzmán! ¡Viva Zamora! ¡Viva el pueblo!<br />

¡No al enjuiciamiento de Monagas!<br />

ESCENA 17<br />

INTERIOR. DÍA. OFICINA DE NEGOCIOS DE ESTADOS UNIDOS<br />

EN VENEZUELA<br />

El Encargado de negocios Benjamín G. Shields sentado en su Despacho, una<br />

amplia sala de una casa de la época, con un escritorio de madera pulida y la<br />

consabida carpeta con tinteros. Tras él, una bandera de Estados Unidos de la<br />

época. Si es posible, un águila de bronce, y un mapa de época con Estados<br />

Unidos, Centroamérica y el Caribe.<br />

Al fondo, en un piano o una pianola, resuena una destemplada versión del<br />

Yankee Doodle.<br />

Ante el escritorio del Encargado está sentado el diputado conservador Fermín<br />

Toro, quien con gesto apasionado saca del bolsillo interior de la levita un<br />

legajo, y lee :<br />

FERMÍN TORO:


-Míster Benjamin G. Shields, United States Chargé d´ Affaires at<br />

Caracas: A los Estados Unidos una nueva fuerza de expansión le<br />

(impele) a ejercer los poderosos medios de su influencia exterior.<br />

Convencida de ese poder y de esta influencia, una parte mui<br />

principal de la sociedad venezolana dirije hoy sus miradas al<br />

Gobierno de los Estados Unidos y espera que por su mediación<br />

pacífica, por un consejo a que dan tanto peso su sabiduría y su<br />

experiencia, impedirá en un pueblo amigo el reino de la anarquía<br />

y los horrores de una guerra fratricida...<br />

ESCENA 18<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE SESIONES DEL CONGRESO NACIONAL<br />

Un ujier ingresa en la sala de sesiones y anuncia:<br />

UJIER:<br />

-¡El doctor José Tomás Sanabria, Secretario del Interior!<br />

Entra, un tanto azorado, el doctor José Tomás Sanabria, un hombre maduro,<br />

que trae en las manos un folio enrollado y busca con la mirada a quién<br />

entregarlo, reparando con cierto temor en la fila de soldados y en el<br />

provocador apresto militar del coronel Smith.<br />

JOSÉ TOMÁS SANABRIA:<br />

-Señores… Tengo que entregar esta comunicación… No<br />

puede esta asamblea deliberante formar cuerpos armados<br />

propios… No puede dejar la capital de la República… No<br />

puede buscar el apoyo particular de caudillos militares…<br />

Lenta, premeditadamente, el diputado José María de Rojas saca un puñal que<br />

tenía disimulado tras el chaleco, salta hacia José Tomás Sanabria para asirlo<br />

por la espalda y le pone el puñal al cuello:<br />

JOSÉ MARÍA DE ROJAS:<br />

-¡Usted no puede decirnos qué hacer! ¡Por autoridad de este<br />

Congreso, queda detenido! ¡Mande a buscar a los demás<br />

ministros! ¡Que vengan sin armas, o usted responde!<br />

Los diputados conservadores sacan dagas, desenvainan estoques, esgrimen<br />

cortapapeles, en farsesca parodia del asesinato de César en el Capitolio<br />

durante los idus de marzo.


ESCENA 19<br />

EXTERIOR. DÍA. PLAZA DE SAN FRANCISCO<br />

Una hilera de soldados, fusiles en ristre, va saliendo del portón de la Casa del<br />

Congreso, y empieza a ocupar la fachada del edificio, forzando a retirarse a la<br />

muchedumbre que llena la plaza de San Francisco. Tras ellos, el coronel<br />

Smith, con el sable desnudo.<br />

Antes de dejar a la fuerza las rejas de las ventanas, un hombre del pueblo<br />

grita:<br />

HOMBRE DEL PUEBLO<br />

:-¡Pusieron preso al doctor Sanabria!<br />

MUJER DEL PUEBLO:<br />

-¿Qué?<br />

OTRO HOMBRE DEL PUEBLO:<br />

- ¡Mataron al doctor Sanabria!<br />

HOMBRES Y MUJERES:<br />

-¡Lo mataron! ¡Mataron a Sanabria! ¡Godos! ¡Asesinos!<br />

¡Mueran los godos!<br />

La multitud exaltada avanza hacia la hilera de soldados.<br />

El coronel Smith alza el sable, y luego lo baja.<br />

La hilera de fusileros dispara.<br />

Una humareda de pólvora se arremolina mientras caen, heridos mortalmente,<br />

tres hombres del pueblo.<br />

Violenta sucesión de rostros llenos de pavor, personas que caen heridas, puños<br />

que se cierran.<br />

HOMBRES Y MUJERES DEL PUEBLO:<br />

-¡Asesinos! ¡Godos! ¡Matones!<br />

Antes de que los fusileros puedan cargar de nuevo, la marejada popular<br />

arremete contra ellos y pedradas, puñetazos, patadas y garrotazos se trenza<br />

en desigual combate cuerpo a cuerpo.<br />

El coronel Smith intenta dar un sablazo y recibe en la cabeza un fuerte<br />

bastonazo que lo hace rodar maltrecho y soltar el sable.<br />

Un hombre del pueblo toma el sable y arremete hacia el portón del Congreso,<br />

que los restantes soldaditos intentan cerrar en vano contra la ira popular.<br />

ESCENA 20<br />

INTERIOR. DÍA. EMBAJADA DE ESTADOS UNIDOS EN<br />

VENEZUELA


Sigue sonando la destemplada interpretación pianística del Yanky<br />

Doodle. El diputado conservador Fermín Toro sigue leyendo su<br />

solicitud de intervención, resaltando pasajes con el tono y el gesto:<br />

DIPUTADO FERMÍN TORO<br />

Esta mediación no parecería de ninguna manera extraña.<br />

Las naciones europeas no se descuidan en egercer su<br />

influencia ora por motivos políticos, ora por miras<br />

comerciales en las repúblicas hispanoamericanas...<br />

echándose siempre de menos en estos países la influencia<br />

que con miras menos interesadas pudieran egercer los<br />

Estados Unidos.<br />

El diputado conservador entrega el legajo de solicitud de intervención al<br />

Encargado de Negocios, quien contesta con un ligero acento inglés, no<br />

exagerado, conciliador:<br />

ENCARGADO DE NEGOCIOS:<br />

-Diputado Toro... Ciertos países de América española deben caer<br />

bajo nuestro dominio... como por leyes de gravitación política...<br />

Pero estamos involucrados en una intervención militar mayor<br />

contra México... Que nos dificulta ampliar nuestra área de<br />

influencia...<br />

DIPUTADO FERMÍN TORO:<br />

-¡Pero precisamente! ¡Una operación, dos países ricos, que<br />

garantizarían el dominio de Panamá, Excelencia!<br />

El diputado, preso de exaltación, de pone en pie y gesticula ante el mapa,<br />

señalando con el escrito de solicitud a México, Venezuela, Panamá, y luego la<br />

bandera estadounidense.<br />

El Encargado de Negocios lo mira, hermético, resuelto a no comprometerse:<br />

ENCARGADO DE NEGOCIOS:<br />

-No puedo anticiparle nada... Pero no pierda las esperanzas, señor<br />

Toro.<br />

ESCENA 21<br />

INTERIOR. DÍA. CASA DEL CONGRESO<br />

Revuelo entre los diputados conservadores, que corren en todas direcciones,<br />

agitando farsescos estoques y uno que otro pistolón.


González, No es indispensable caracterizar a la mayoría de los personajes de<br />

esta escena y las inmediatas. Basta que sean caballeros maduros, vestidos con<br />

trajes de citadinos: casaca, chaleco, corbatas y cuellos de la época,<br />

preferiblemente con barbas y bigotes. Conservamos los nombres originales<br />

porque es más sencillo distinguirlos así que llamándolos Diputado 1, 2, 3,<br />

etcétera>.<br />

Juan Vicente González se sube en una silla, y saca de los grandes bolsillos de<br />

su levita un papel manchado en manteca:<br />

JUAN VICENTE GONZÁLEZ:<br />

-¡Calma! ¡Aquí hay una carta del general Páez que nos invita a<br />

resistir como romanos!<br />

A su lado se planta, resuelto, el diputado oligarca Miguel Palacio, que saca<br />

una daga y blasona:<br />

DIPUTADO MIGUEL PALACIO:<br />

-¡Ahora van a ver como pelea un llanero, carajo!<br />

El diputado conservador Antonio Sucre saca un pistolón, y lo apunta contra<br />

Sanabria, quien todavía se debate asido por José María de Rojas:<br />

ANTONIO SUCRE:<br />

- ¡Malvado! ¡Este es el fruto de tus doctrinas!<br />

JOSÉ MARÍA DE ROJAS:<br />

- ¡Toño, apunta para otro lado, coño!<br />

El hombre del pueblo armado con el sable de Smith irrumpe de un empellón<br />

en la sala de sesiones, seguido por hombres y mujeres encolerizados, muchos<br />

sangrando por los balazos y bayonetazos.<br />

El hombre del pueblo salta hacia el diputado José María de Rojas, quien<br />

todavía ase como rehén al doctor Sanabria, y de un formidable planazo hace<br />

rodar por el suelo al oligarca, quien suelta el puñal, se incorpora y echa a<br />

correr sobándose las nalgas y dando alaridos.<br />

Antonio Sucre le descarga el pistolón al hombre del pueblo, falla el tiro, que<br />

sólo derriba un austero retrato de Páez, y huye.<br />

El espectáculo infunde pavor en Juan Vicente González, quien suelta la carta<br />

de Páez, salta al suelo y echa a correr.<br />

Una mujer del pueblo, armada con una escoba, le cae encima como una fiera.<br />

Un diputado liberal protege al corpulento panfletista:<br />

DIPUTADO LIBERAL:<br />

-¡A Tragalibros no! ¡A Tragalibros no le hagan nada, que él me<br />

educa los muchachos!<br />

ESCENA 22


INTERIOR. DÍA. PATIO TRASERO Y TEJADO DE LA CASA DEL<br />

CONGRESO<br />

El Diputado llanero Palacio, mientras tanto, valiéndose de una mesa y una<br />

silla, (o de una providencial escalera de mano), trepa al techo desde el patio<br />

trasero. Juan Vicente González lo mira, y lo increpa:<br />

JUAN VICENTE GONZÁLEZ:<br />

- ¿Qué haces, Miguel Palacio? ¡No corras ante el populacho!<br />

¡Defiéndenos como un romano!<br />

Miguel Palacio echa a correr por el tejado, y desaparece saltando al patio de la<br />

casa vecina:<br />

MIGUEL PALACIO:<br />

-¡No joda, yo no soy romano, yo soy de Naguanagua! ¡Llanero no<br />

pelea enchiquerado!<br />

Juan Vicente González echa a correr protegido por el diputado liberal y,<br />

usando la misma mesa y silla o escalera dispuestas por Palacio, resoplando por<br />

su corpulencia, gana el tejado y gatea trabajosamente por las tejas, que se<br />

quiebran en forma intranquilizante.<br />

Un gordo gato se le enfrenta, maullando, erizado.<br />

González queda paralizado al sentir bajo él un ominoso crujido de las tejas.<br />

ESCENA 23<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE SESIONES DE LA CASA DEL<br />

CONGRESO<br />

En la sala de sesiones entra el pueblo, tomando las sillas como armas,<br />

arrojando tinteros, volcando escritorios.<br />

Un diputado oligarca llora en su asiento.<br />

Otro, de rodillas, asido de los faldones de un cura, suplica la absolución:<br />

DIPUTADO OLIGARCA: ¡La absolución, padre!<br />

El cura se sacude el molesto impedimento para la fuga, y grita, a toda carrera:<br />

CURA: ¡Ego te absolvo, pero corre, corre, pendejo!<br />

Se traba una refriega a pescozones, bastonazos y silletazos entre pueblo y<br />

diputados oligarcas. Tres diputados caen al suelo, con heridas de<br />

consideración.


Santos Michelena se recuesta en una silla, tocándose tembloroso una herida de<br />

arma blanca en un costado.<br />

Silverio Galárraga esgrime un trabuco y lo pone en el pecho del doctor<br />

Francisco Díaz, mientras le grita:<br />

GALARRAGA:<br />

-¡Tú me sentenciaste a muerte! ¿Recuerdas? Ahora,<br />

prepárate a morir.<br />

De repente, los contendores miran hacia la puerta, y la violencia cesa como<br />

por arte de magia.<br />

El presidente José Tadeo Monagas, sereno, acompañado de dos edecanes,<br />

entra por la puerta de la casona del Congreso, mira la sala revuelta, el suelo<br />

alfombrado de papeles y los hombres del pueblo y diputados que yacen en el<br />

suelo o se asen la cabeza, y suspira.<br />

La gente del pueblo va retirándose, con la mirada clavada en el Presidente,<br />

quien los mira marcharse sin decir nada. Golpeados o simplemente asustados,<br />

sentados en el suelo o tendidos, los diputados oligarcas gimen, gritan,<br />

muestran los puños cerrados a la gente del pueblo que deja el recinto.<br />

ESCENA 24<br />

INTERIOR. NOCHE. SALA DE SESIONES EN LA CASA DEL<br />

CONGRESO<br />

El presidente José Tadeo Monagas y algunos ministros de su gabinete,<br />

reunidos en la Sala del Congreso que fue escenario de los sucesos, y que<br />

todavía es un caos de sillas volcadas, mesas patas arriba, papeles<br />

desparramados, manchas de tinta y ocasionales manchones de sangre .<br />

En el fondo, casi fuera de foco, la misma mujer del pueblo que arremetió a<br />

escobazos contra Juan Vicente González barre pacientemente con la misma<br />

escoba las partes del suelo que no están cubiertas de papeles, infolios o sillas<br />

derribadas.<br />

MONAGAS:


- Tres hombres del pueblo muertos. Muertos los diputados Salas,<br />

Argote y Juan García.<br />

JOSÉ TOMÁS SANABRIA:<br />

-Y Santos Michelena mal herido. De ésta no sale.<br />

MINISTRO I:<br />

-Pero el Poder Legislativo se ha deslegitimado por sus propios<br />

abusos. Usted debería asumir la dictadura, Presidente.<br />

Monagas abre y cierra los ojos sin decir nada, escéptico.<br />

MINISTRO II:<br />

-Páez se va a alzar. Esto no ha sido más que la proclama del<br />

alzamiento de Páez. Hay que reunir un ejército y combatirlo.<br />

Monagas alza las cejas y arruga la frente.<br />

El vicepresidente Urbaneja de repente sonríe, con expresión de quien ha dado<br />

con una maravillosa idea:<br />

VICEPRESIDENTE URBANEJA:<br />

-Aquí no ha pasado nada. Hay que recuperar la normalidad.<br />

Mañana mismo hay que reunir de nuevo las cámaras.<br />

MINISTRO I:<br />

-¿Y si no quieren venir?<br />

VICEPRESIDENTE URBANEJA:<br />

- Vendrán. Nadie deja vacante una curul parlamentaria. Mucha<br />

dieta, mucha influencia, mucho negociado.<br />

MINISTRO II:<br />

- ¿Y si alguno se niega?<br />

VICEPRESIDENTE URBANEJA:<br />

-Se convoca al suplente. El que se fue a Sevilla, perdió su silla.<br />

Mañana mismo tenemos Congreso de nuevo. Una reyerta no<br />

puede quebrantar el hilo constitucional.<br />

Monagas deja vagar la mirada por el desordenado recinto, suspira, y exclama,<br />

resignado, con el comienzo de una sonrisa amarga:<br />

MONAGAS:<br />

- La Constitución sirve para todo…<br />

La mujer del pueblo mira el desordenado y enorme recinto que debe terminar<br />

de limpiar y ordenar, se pasa la mano por la frente, se apoya cansada en el<br />

palo de la escoba, y resopla, con resignación forzada.


ESCENA 25<br />

INTERIOR. NOCHE. SALA DE CASA DE PÁEZ EN VALENCIA<br />

Páez, erguido en medio de la sala, interroga al escribiente, que le trae noticias<br />

de Caracas:<br />

PÁEZ:<br />

-¿Y se reunieron?<br />

ESCRIBIENTE:<br />

-Al día siguiente, excelencia. Y dirigía la sesión, porque le<br />

ofrecieron el cargo, Juan Vicente González.<br />

Desde el fondo de la sala, sentada en un sillón, Barbarita Nieves sigue<br />

con atención la escena, ocupada en una labor de tejido de estambre rojo con<br />

agujas. A su lado, las dos esclavas de siempre la sirven, sosteniendo en el aire<br />

las rojas madejas que Barbarita teje, como Parcas que dosificaran el hilo de la<br />

vida.<br />

BARBARITA:<br />

-Cómpralos, pero no te sacrifiques por ellos.<br />

PÁEZ:<br />

-¿Y enjuiciaron al presidente Monagas? ¿Lo condenaron a<br />

muerte? ¿Me confirieron plenos poderes para restablecer la<br />

constitucionalidad?<br />

Sin atreverse a contestar, el Escribiente baja la cabeza y, con disgusto, la<br />

mueve negativamente.<br />

BARBARITA:<br />

-Nombrar sucesor, es nombrar enterrador.<br />

De repente, a Barbarita la acomete un espasmo, suelta las agujas, se lleva las<br />

manos a la garganta, abre desmesuradamente los ojos, suelta una desgarrada<br />

quejumbre y cae de lado en el sillón.<br />

Las esclavas se arrojan sobre ella, despavoridas, para auxiliarla.<br />

Páez se levanta de un golpe de la hamaca, imponente, y por un momento su<br />

amplia espalda tapa la escena.<br />

La bola de estambre rojo corre sobre el piso hasta sus piernas, dejando un<br />

largo hilo parecido a un reguero de sangre.


ESCENA 26<br />

EXTERIOR. DÍA. DESPACHO DEL PRESIDENTE MONAGAS<br />

En el despacho del presidente Monagas comparece Ezequiel Zamora.<br />

El mandatario le informa, mientras muestra un documento tras otro, y el<br />

secretario dirige temerosas miradas al visitante:<br />

MONAGAS:<br />

-Páez se alzó en armas con los conservadores. Mire la carta que<br />

me manda: “Ya Vuecencia no inspira confianza a la parte más<br />

sana, más concienzuda y más fuerte de la sociedad”.Me exige que<br />

renuncie a la Presidencia. Se pregunta si habrá esperanzas de que<br />

se reúna otro Congreso independiente en Venezuela. Desconoce<br />

el pronunciamiento del propio Congreso, que me comunica:<br />

“Cualquiera que sea la naturaleza del alzamiento del general Páez<br />

y sus propósitos, la Cámara de Representantes se une a Vuecencia<br />

para condenar el hecho y lamentar los males que pueden serle<br />

consiguientes”. Acabo de decretar una amnistía para todos los<br />

sublevados en anteriores insurrecciones. Ezequiel Zamora, su<br />

condena está sobreseída. Le encargo organizar un batallón en<br />

Villa de Cura en defensa de la Constitución.<br />

Zamora queda un instante pensativo. Luego se incorpora ante el Presidente,<br />

derecho como una lanza, y sin decir palabra le tiende la mano a Monagas.<br />

Ambos se dan un apretón, vigorosamente.<br />

ESCENA 27<br />

INTERIOR. MADRUGADA. CASONA DE PÁEZ EN MARACAY<br />

Acostada en una cama de alto copete, entre candelabros con velas ardientes,<br />

flanqueada por las dos esclavas negras, con la cabellera desordenada sobre la<br />

almohada, Barbarita Nieves respira con dificultad en la agonía, los ojos<br />

semicerrados.<br />

BARBARITA:<br />

-¡Teté...!<br />

José Antonio Páez se abalanza sobre la moribunda, que deja caer la cabeza<br />

sobre el regazo.<br />

Páez le toma las manos, trata de encontrar el pulso, le cierra los ojos, le<br />

acaricia la frente.<br />

Luego se incorpora y vuelve la espalda para que las esclavas no vean su<br />

expresión de dolor, quedando frente a la cámara:


PÁEZ:<br />

-Murió mi estrella...<br />

A sus espaldas, las esclavas negras tienden la sábana para cubrir el rostro de<br />

Barbarita, apagan las velas de los candelabros ante la grisácea luz de la<br />

madrugada.<br />

ESCENA 28<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMPAMENTO MILITAR.<br />

Zamora y Juan Gaspers sentados en un campamento militar, frente a una mesa<br />

con una partida de ajedrez avanzada.<br />

Frente a ellos las tropas, en su mayoría de campesinos con algunos arreos<br />

militares que casi no se diferencian de los sublevados del alzamiento de<br />

Guambra, salvo por el armamento de fusiles y bayonetas de la época.<br />

Gaspers, un tanto envejecido, sin ninguna insignia militar, le dice<br />

irónicamente a Zamora:<br />

GASPERS:<br />

-¿No pudiste buscarte un enemigo mejor? El Ciudadano<br />

Esclarecido. El Centauro. El Rey de los Llanos. El Héroe<br />

de mil batallas. El Mesías de los Propietarios. El mayor<br />

terrateniente de Venezuela. El León de Payara. El amigo de<br />

los ingleses. El mago de los empréstitos para comprar<br />

armamentos. ¿Cómo le vas a ganar a un enemigo que lo<br />

tiene todo?<br />

Gaspers avanza sobre el tablero un Rey blanco.<br />

Zamora lo saca del tablero con un caballo negro.<br />

ZAMORA:<br />

-Le falta el pueblo.<br />

Gaspers se palmea la frente, como reprochándose por el descuido.<br />

GASPERS:<br />

-Cuñado, como comerciante compro y vendo mercancía,<br />

pero también compro información. Los godos van a invadir<br />

por Maracaibo, para sublevar los Andes. Si se ponen en los<br />

recursos de la Cordillera, nada podrá pararlos. Maracaibo<br />

es la llave de los Andes, y los Andes la puerta del país.<br />

Zamora sonríe, y preso de una determinación súbita, salta sobre la silla del<br />

caballo, y da la orden que desata una frenética actividad:


ZAMORA:<br />

-¡Ensillen!<br />

En primer plano, un corneta ejecuta un destemplado toque de movilización.<br />

Con atropellada prisa, los jinetes saltan sobre las monturas de sus caballos,<br />

equipo militar en mano.<br />

ESCENA 29<br />

EXTERIOR. DÍA. DIVERSAS LOCACIONES EN CAMPOS DE<br />

BATALLA RURALES<br />

Resuenan clarines que ordenan cargas.<br />

Pasan y se disuelven unas en otras escenas de guerra rural con lentas cargas de<br />

caballería y de infantería, en las cuales casi no se distinguen los bandos.<br />

Disolvencia tras disolvencia, primeros planos de soldaditos de ropas humildes<br />

que se acometen en cámara lenta con fusiles, bayonetas, machetes y lanzas.<br />

Si la producción lo permite, algunas de estas escenas se filmarán a orillas de<br />

alguna laguna o represa que sugiera el Lago de Maracaibo, en cuyas aguas<br />

caen muertos y heridos.<br />

Sobre la humareda de las detonaciones y de los incendios pasan banderas<br />

amarillas y banderas rojas, como fantasmas.<br />

ESCENA 30<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMPO DE BATALLA DE LOS ARAGUATOS<br />

El anciano José Antonio Páez, plantado orgullosamente en pleno campo de<br />

Los Araguatos, flanqueado por un Estado Mayor de desdeñosos oficiales<br />

oligarcas con lujosos uniformes, plumajes, suntuosos anillos, monóculos.<br />

Alguno se lleva a la nariz un frasco con sales aromáticas.<br />

El general José Laurencio Silva y Ezequiel Zamora avanzan hacia Páez y se<br />

le plantan delante. Páez se desciñe la espada, se la entrega a José Laurencio<br />

Silva, y en ese momento advertimos que el Rey de los Llanos se entrega<br />

prisionero tras su rendición.<br />

PÁEZ:<br />

- Esto es del Presidente.<br />

Paez también se desciñe la mellada punta de lanza del viejo llanero “Gavilán”<br />

y la devuelve a Zamora:<br />

PÁEZ:


-Y esto es de usted. Salgo de este país como nací: sin<br />

nada encima.<br />

Zamora toma respetuosamente la vieja punta de lanza, se la ciñe entre el<br />

correaje y la guerrera, desvía la vista con expresión de pesadumbre hacia el<br />

campo, y la cámara, que sigue la dirección de su mirada, pasa más allá de los<br />

atildados oficiales oligarcas y descubre una llanura cubierta de cadáveres,<br />

clavadas banderas con desgarrones y rotos pertrechos militares.<br />

ESCENA 31<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMINO RURAL A LA ENTRADA DE CASERÍO<br />

A caballo, Zamora encabeza el cortejo que lleva al prisionero Páez hacia la<br />

prisión y luego hacia el exilio.<br />

Páez va a caballo, sin cadenas ni grillos, encorvado, conservando una<br />

ensimismada dignidad en la derrota. Su ostentoso uniforme ha sido cambiado,<br />

según la crónica de la época, por una cobija roja y un sombrero de hule<br />

amarillo, que podría ser sustituido por uno de cogollo.<br />

Grupos de campesinos, de mujeres del pueblo y de esclavos y esclavas se<br />

congregan y empiezan a gritar al prisionero:<br />

CAMPESINOS Y ESCLAVOS:<br />

-¡Godo! ¡Oligarca! ¡Esclavista! ¡Asesino de los pobres!<br />

¡Rey de los Araguatos! ¡Rey de los Araguatos!<br />

Un peón enarbola un palo en el cual está enastada la grotesca caricatura en la<br />

cual Páez derrotado y con ridícula corona aparece como “Rey de los<br />

Araguatos”.<br />

Zamora se adelanta y alza la mano. El gesto impone silencio a la multitud, que<br />

de repente parece comprender el enorme patetismo de la caída del Centauro.<br />

Zamora y Páez se miran con tristeza, el uno sin la prepotencia del vencedor y<br />

el otro sin la humillación del vencido. Para Zamora, o quizá para sí mismo,<br />

Páez musita:<br />

PÁEZ:<br />

-De León de Payara a Rey de los Araguatos. Debí terminar<br />

mi carrera política cuando terminó la guerra de<br />

Independencia.<br />

Con melancólico gesto, Zamora ordena que continúe avanzando el cortejo.<br />

PÁEZ:


-El que coge por el camino de la sangre no puede<br />

devolverse. Y la sangre lleva al poder, y el poder te vuelve<br />

igual a tu enemigo.<br />

Zamora guarda un reconcentrado silencio, como si las palabras de Páez le<br />

removieran algo.<br />

PÁEZ:<br />

-Mírese en mí, Catire. Si llega a mi edad, se acordará de<br />

este viejo.<br />

Un cuatrista, acompañándose con su instrumento, interpreta con sorna y<br />

melancolía los siguientes versos de la época:<br />

CUATRISTA:<br />

Cuando Monagas mandaba<br />

Era un buen hombre, excelente<br />

Porque con él “se mamaba”<br />

Y para ese tiempo estaba<br />

Páez, el Esclarecido<br />

Echado en eterno olvido<br />

Porque no tenía que dar.<br />

Sea civil o militar<br />

¡Desgraciado del caído!<br />

En primer plano, un grupo de esclavas y de esclavos negros rompen a gritar<br />

atronadoramente, agitando escardillas y machetes:<br />

ESCLAVAS Y ESCLAVOS:<br />

-¡Tierra y hombres libres! ¡Hombres libres! ¡Hombres<br />

libres!<br />

ESCENA 32<br />

INTERIOR. DÍA. VENTANAS DE LA CASA DEL CONGRESO EN LA<br />

PLAZA DE SAN FRANCISCO<br />

Generador de caracteres: Caracas, 1854<br />

Una apretada muchedumbre de negros y negras se apretuja en marzo de 1854<br />

ante las rejas de las ventanas de la casona donde funciona el Congreso,<br />

gritando, casi como continuación del plano anterior:<br />

NEGRAS Y NEGROS:<br />

-¡Hombres libres! ¡Hombres libres! ¡Hombres libres!


Adentro, el Presidente del Congreso lee el texto de la Ley que se acaba de<br />

aprobar:<br />

PRESIDENTE DEL CONGRESO:<br />

-“1° Abolida para siempre la esclavitud en Venezuela 2°<br />

Cesante la obligación de prestar servicios los manumisos 3°<br />

Libres los esclavos extranjeros que pisen el territorio de la<br />

República”...<br />

La gente del pueblo y los esclavos liberados que se agolpan ante las ventanas<br />

arrojan sus sombreros al aire, se abrazan y prorrumpen en prolongada ovación.<br />

El diputado oligarca Vicente Amengual interrumpe la lectura gritando:<br />

VICENTE AMENGUAL:<br />

-¡La propuesta de libertar los esclavos es digna de Hebert,<br />

Chaumete y Blanqui, propagandistas del comunismo en<br />

Francia, porque envuelve la idea, o cuando menos nos<br />

señala un comunismo espantoso!<br />

Las rechiflas desde la barra de las ventanas lo acallan, y los diputados<br />

conservadores vuelven la asamblea una algarabía.<br />

Un diputado conservador comerciante, con ropas lujosas, sortijas y ostentoso<br />

pisacorbatas, arrellanado en su silla, convoca con el gesto a otros<br />

conservadores, que se inclinan para escucharlo como en una pequeña<br />

asamblea:<br />

DIPUTADO CONSERVADOR COMERCIANTE:<br />

-Aquí entre nos, más barato que el esclavo sale el peón: no<br />

hay que comprarlo, no hay que alimentarlo cuando está<br />

enfermo o viejo o no hay trabajo, y nos pertenece por lo<br />

que nos debe en las tiendas de raya. Aquí el problema es<br />

quién va a pagar esa liberación.<br />

El Presidente del Congreso toca la campanilla y carraspea para imponer<br />

el orden, y continúa la lectura:<br />

PRESIDENTE DEL CONGRESO:<br />

- “4° Los dueños de los esclavos serán indemnizados.”<br />

Gran ovación y aplausos de los diputados conservadores.<br />

Un repentino silencio se hace en la barra de la calle.


ESCENA 33<br />

INTERIOR. DÍA. ALMACEN DE HACIENDA<br />

Un caporal, manojo de llaves en mano, abre un portón con pesados cerrojos y<br />

libera de cadenas y de cepos de castigo a esclavos castigados.<br />

ESCENA 34<br />

EXTERIOR. DÍA. PATIO DE CASA DE HACIENDA<br />

A la carrera, un grupo de negros y negras deja una casa de hacienda, tirando a<br />

sus espaldas herramientas de trabajo.<br />

Más allá, grupos de negros danzantes celebran al compás de tambores.<br />

ESCENA 35<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE SESIONES DEL CONGRESO EN<br />

CARACAS<br />

Algunas tomas de la celebración danzante al son de tambores de la escena<br />

anterior son intercaladas por el montaje en la escena presente, en un<br />

contrapunto con las protestas de los diputados conservadores. En el Congreso,<br />

Ezequiel Zamora, con un sobrio traje de citadino, denuncia las fallas del<br />

proceso de liberación de los esclavos:<br />

ZAMORA:<br />

-Es una injusticia que se haya contraído una pesada deuda<br />

pública para indemnizar a los propietarios, y no a los<br />

esclavos. Los propietarios hacen trampa, y cobran por la<br />

liberación de esclavos que no existen o inflan la<br />

indemnización ilegalmente.<br />

DIPUTADOS CONSERVADORES:<br />

-¡Mentira! ¡Calumnia! ¡Comunismo!<br />

(Se intercalan tomas de la vigorosa celebración de los negros liberados)<br />

ZAMORA:<br />

Los esclavos liberados han sido puestos en la calle sin un<br />

centavo, sin una herramienta, sin otra opción que volverse a<br />

emplear con sueldos miserables o como arrendatarios o<br />

siervos con sus antiguos patronos. Y los indios sin sus<br />

resguardos y tierras de comunidad también son esclavos, la<br />

papeleta de libertad sin libertad económica lleva a los<br />

manumisos nuevamente al botalón del amo.


DIPUTADOS CONSERVADORES:<br />

-¡No, no! ¡Eso es comunismo! ¡El fin de la propiedad!<br />

¡Comunismo! ¡Comunismo!<br />

(Se intercalan tomas del baile de tambor)<br />

Zamora se saca del bolsillo interior de la chaqueta un folio con anotaciones y<br />

diagramas, y lo muestra en alto:<br />

ZAMORA;<br />

-Propongo un plan para repartir entre los liberados<br />

extensiones de tierras baldías en Barlovento, El Tuy y los<br />

valles de Aragua, en usufructo y sin pago de alquileres,<br />

para convertirlos en productores independientes. ¡Sin<br />

tierras para trabajar, no hay hombres libres!<br />

DIPUTADOS CONSERVADORES Y ALGUNOS<br />

LIBERALES:<br />

-¡No! ¡comunismo! ¡Anarquismo! ¡Es el fin de la<br />

propiedad! ¡Nunca! ¡No conseguiremos peones! ¡Nadie nos<br />

trabajará en las haciendas! ¡Comunista! ¡Anarquista!<br />

Zamora pasea la mirada por la sala, en la cual el creciente escándalo de los<br />

diputados impide hablar, y verifica que muchos de los liberales se unen a la<br />

grita contra la repartición de tierras.<br />

En las escenas de celebración intercaladas, cesa la música de tambor, y los<br />

esclavos se quedan inmóviles, desorientados ante el abrupto fin de la fiesta.<br />

ESCENA 36<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE DE CARACAS.<br />

Zamora camina molesto por una calle de la Caracas de la época, llevando<br />

todavía en la mano el arrugado legajo con la propuesta rechazada en el<br />

Congreso, cuyas páginas hace una bola una a una con la mano antes de tirarlas<br />

al empedrado.<br />

A su lado camina Gaspers, un tanto envejecido, que comenta filosófico:<br />

GASPERS:<br />

-Tú no conoces, Ezequiel, la malignidad del enemigo…<br />

Cuando creas que no puede ir más lejos, que ha alcanzado<br />

su límite… apenas comienza.


En el camino se cruzan con negros harapientos, casi semidesnudos, que vagan<br />

por las calles pidiendo limosna inútilmente.<br />

Un mendigo negro viejo, descalzo, harapiento y encorvado le extiende la<br />

mano.<br />

Zamora, casi distraido, se busca en el bolsillo del chaleco para dar una<br />

moneda como limosna.<br />

De repente, repara en lo que está haciendo, tira al suelo el resto del legajo con<br />

la propuesta rechazada, se registra los bolsillos, y en forma frenética y<br />

destemplada empieza a acumular monedas en las manos del viejo pordiosero,<br />

hasta que saca la cartera y vuelca el contenido en ellas, y tira con rabia las<br />

últimas monedas y la cartera vacía al suelo.<br />

Gaspers voltea sus bolsillos, consigue en ellos algunas monedas, y las ofrece<br />

con humildad al grupo de negros y de niños que los rodea, y que está a punto<br />

de empezar a pelearse, como en una piñata.<br />

ZAMORA:<br />

-Esta es… la libertad sin tierras. ¡Miseria!<br />

El anciano mendigo negro, con el montón de monedas en la mano, lo mira<br />

fijamente:<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-Nunca había tenido tanto dinero en mi vida… ¿Me<br />

permite… convidarlo?<br />

ESCENA 37<br />

INTERIOR. DIA. PULPERÍA DE CARACAS<br />

Acodados en la tabla que sirve de mostrador de una pulpería de Caracas,<br />

Gaspers, Zamora, el viejo mendigo negro y otros negros harapientos departen<br />

como viejos camaradas. El pulpero pregunta, fuera de cámara:<br />

PULPERO:<br />

-¿Qué quieren los señores?<br />

GASPERS: (Irónicamente)<br />

-Vino del Rin.<br />

Aparece en cámara el brazo del pulpero que, sin mayor ceremonia, coloca ante<br />

los clientes una garrafa de aguardiente de culebra, tapada con una tusa. El<br />

mendigo negro toma un gran trago, con avidez, y con voz monótona cuenta:


MENDIGO NEGRO:<br />

-Toda la vida de esclavo, y me sueltan, y como peón gano<br />

real y medio en comida, casabe y papelón trabajando<br />

noventa días, sin salario en dinero, y el resto del año por mi<br />

cuenta, y las deudas en la pulpería de la hacienda pasan de<br />

padres a hijos...<br />

Gaspers toma otro generoso trago de la garrafa, parece inspirarse, y saca un<br />

folleto de su bolsillo, que lee con convicción:<br />

GASPERS.<br />

-Anímate, Ezequiel. Me llegó algo de unos muchachos<br />

alemanes que son una maravilla: “La historia de todas las<br />

sociedades que han existido hasta nuestros días es la<br />

historia de las luchas de clases... Los obreros, obligados a<br />

venderse al detal, son una mercancía como cualquier otro<br />

artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las<br />

vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del<br />

mercado... Los proletarios no tienen nada que perder, más<br />

que sus cadenas... ¡Proletarios de todos los países, unios!”<br />

El mendigo negro toma otro generoso trago de aguardiente de culebra, y<br />

pregunta:<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-Mozo ¿usted es poeta?<br />

Gaspers toma otro trago de la botella, acusa el castigo, y la planta frente a<br />

Ezequiel.<br />

GASPERS:<br />

-Todo revolucionario es poeta. Los reaccionarios son<br />

poetastros.<br />

Ezequiel Zamora, mirando fijamente hacia delante, habla como para sí mismo:<br />

ZAMORA (Sombrío):<br />

-No hay tierra para los libertos, pero doce miembros de la familia<br />

Monagas recibieron concesiones de baldíos por 34 leguas, 2.219<br />

fanegadas y 8.485 varas cuadradas... Monagas me ha salvado del<br />

patíbulo, pero está rodeado por un círculo de liberales-oligarcas,<br />

marcha por un camino contrario al pueblo… Jamás seré traidor a


quien debo la vida… ¡Hay que hacer la revolución, tengo los<br />

planes aquí, en la cabeza!<br />

Zamora se toca la frente con insistencia. Gaspers le señala con un gesto la<br />

botella.<br />

ZAMORA:<br />

-Cuñado, usted sabe que yo no bebo.<br />

El viejo mendigo negro lo mira y también señala la botella, suplicando:<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-En toda mi vida no he tenido tanto dinero. Hoy soy rico por una<br />

hora. Quiero que todos también sean...<br />

Incapaz de desairar la invitación, Zamora se lleva la garrafa a la boca, engulle<br />

un trago generoso, y de repente, sin separar los labios de la garrafa, sus ojos<br />

se desorbitan y queda como paralizado por el efecto del poderoso aguardiente<br />

de culebra.<br />

ESCENA 38<br />

EXTERIOR. AMANECER. CALLE DE CARACAS.<br />

La campana de una iglesia suena a lo lejos, llamando a misa.<br />

Ante un portón cerrado, yacen el mendigo negro, Gaspers y Zamora,<br />

despeinados, con los brazos entrelazados, cuellos abiertos y corbatines sueltos<br />

como los típicos borrachines que duermen la mona. Para mayor evidencia, a<br />

su lado está la garrafa vacía.<br />

El insistente sonido de la campana despierta a Zamora, que parpadea<br />

desorientado, frunce el ceño y se cubre la frente con la mano.<br />

Por la acera se acerca una bella joven muy blanca, con pelo negro, riguroso<br />

luto y misal y rosario en la mano, que parece ir al oficio religioso junto con<br />

una enlutada dama de compañía.<br />

Zamora se restriega los ojos, y desde el suelo clava la mirada en la bella joven.<br />

La joven repara en la fijeza con la cual la mira el ebrio, frunce las cejas,<br />

disgustada, y se cubre el rostro con un nervioso aleteo de su abanico negro.<br />

Zamora mira a ambos lados, y repara en el lamentable espectáculo que está<br />

dando ante la bella mujer.<br />

La joven pasa rápidamente ante los caídos, evadiéndolos, y se dirige hacia la<br />

cámara, alzando la mirada orgullosa, con aire de disgusto.<br />

A sus espaldas, Zamora se incorpora dificultosamente, apoyándose en la pared<br />

y en la reja de una ventana, y queda mirándola con fijeza, desesperado ante la


conciencia del espectáculo que acaba de dar, mientras el movimiento de<br />

cámara, que sigue el caminar de la muchacha, lo va dejando cada vez más al<br />

fondo.<br />

ESCENA 39<br />

EXTERIOR. MADRUGADA. CALLE DE CARACAS<br />

Resuena el canto de un gallo.<br />

Por una calle de Caracas el Mendigo Negro camina trabajosamente, como una<br />

tortuga. Viejo, harapiento, descalzo, carga sobre la espalda un pequeño marco<br />

de madera que aloja una piedra de amolar en forma de rueda, horadada en el<br />

centro con una manivela que sirve para hacerla girar.<br />

Con una zanfoña de canutillos de flauta atada de un cordel que le cuelga del<br />

cuello, el viejo negro hace sonar en escalas ascendentes y descendentes el<br />

pregón del amolador, y canta:<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-¡Amoladooor! ¡Amoladooor!<br />

En la ventana de una casa de cierta importancia, instalada en el poyo, de una<br />

de las tres ventanas, una adolescente que borda le dice a una niñita que la<br />

acompaña:<br />

ADOLESCENTE BORDADORA:<br />

-¡Pónte algo en la cabeza para que no te la corten!<br />

La adolescente, muy seria, se pone el aro con el bordado, y la niña, riendo, un<br />

carrete de hilo rojo.<br />

Desde la parte posterior de la ventana, una criada morena y de ropas humildes<br />

llama al amolador:<br />

CRIADA:<br />

-¡Amolador!<br />

ESCENA 40<br />

INTERIOR. MAÑANA. COCINA DE CASA DE CARACAS<br />

En la cocina, sentado en el suelo, el afilador hace girar la rueda de amolar,<br />

acercándole la hoja del primero de una larga hilera de cuchillos mellados que<br />

están a su lado, sobre un trapo.<br />

Al limar el cuchillo con la rueda que gira, surge un pequeño chorro de<br />

chispas.


Cada vez que surge el surtidor de chispas, la niña salta, alborozada.<br />

Amarradas del fogón, varias gallinas voltean la cabeza de un lado y otro,<br />

como si adivinaran que el filoso cuchillo no anticipa nada bueno.<br />

La adolescente pregunta a la niña, siguiendo el clásico juego infantil:<br />

ADOLESCENTE:<br />

-¿Tu papá mató cochino? ¿Y le tuviste miedo?<br />

La adolescente salpica con la mano mojada la cara de la niña, la cual cierra los<br />

ojos y ríe con fingido pavor.<br />

Un lechón gruñe, intranquilo.<br />

ESCENA 41<br />

INTERIOR. MEDIODÍA. LUJOSO COMEDOR DE CASA.<br />

En el amplio y lujoso comedor de la casa, el Diputado Conservador<br />

Comerciante a quien vimos en la escena 28 calcular las ventajas de sustituir la<br />

esclavitud por el peonaje, brinda jovial con varios conservadores más,<br />

mientras en apoyo de sus argumentos lee un libro titulado Memoria de<br />

Hacienda, 1856:<br />

DIPUTADO CONSERVADOR COMERCIANTE:<br />

-Por principio debemos quejarnos, pero estamos haciendo<br />

mejores negocios que nunca. Fíjense en la Memoria de<br />

Hacienda: “Va acumulándose silenciosamente en pocas manos,<br />

una riqueza territorial inmensa, que destruyendo aquella porción<br />

feliz que por parte del Gobierno pudiera conservarse en la<br />

distribución de las fortunas, va preparando para el día en que su<br />

población se ensanche y engrandezca, la esclavitud y la miseria<br />

que serán el infalible resultado de estar aquella dividida para<br />

entonces, entre una copia enorme de colonos humildes e infelices,<br />

y un número demasiado corto de opulentos y soberbios<br />

propietarios...”<br />

Interrumpe la perorata la llegada de la Criada, vestida con ropas desgastadas y<br />

remendadas, cargando una enorme fuente con un lechón cocinado.<br />

Los convidados prorrumpen en exclamaciones de alegría, y alzan sus copas.<br />

ESCENA 42<br />

EXTERIOR. TARDE. PATIO TRASERO DE LA CASA<br />

La Criada, en un plato roto de barro o una hoja de plátano, lleva algunas<br />

sobras de comida al Mendigo Negro, quien está sentado sobre un suelo<br />

salpicado por manchas de sangre.


Ambos se contemplan mutuamente, quizá reparando en su común miseria.<br />

El Mendigo Negro comienza a comer con la mano, silenciosamente.<br />

Las gallinas cacarean, inquietas, como contemplando con sus ojos muy<br />

abiertos un destino intranquilizante.<br />

ESCENA 43<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE TRIBUNAL<br />

Sentado en el suelo, haciendo girar mansamente su rueda de afilar, el Negro<br />

Mendigo pule el filo de un bastón de estoque de un abogado que, parado ante<br />

una mesa llena de legajos, tinteros y viejos libros, lee varios folios al Juez, que<br />

lo escucha despatarrado en un sillón de cuero claveteado:<br />

ABOGADO:<br />

-Ante este tribunal introduzco demanda contra Ezequiel Zamora,<br />

como apoderado de Josefa Peraza, Teresa Gabaldón, Francisco<br />

Gabaldón, Felicita Malpica de Peraza, Benigna Escalona, Antonio<br />

Peraza, Francisco José Rodríguez, Pedro Antonio Villegas,<br />

Casimiro Rodríguez y Federico Antonio Ramos. El motivo de la<br />

demanda es que el susodicho Zamora, apoyado en la fuerza de las<br />

armas, prohibió a los campesinos el pago de renta por el cultivo<br />

de tierras de nuestra propiedad.<br />

El mendigo arranca un último surtidor de chispas al afilado estoque e,<br />

inexpresivo, lo devuelve al abogado, quien lo prueba con la yema del pulgar.<br />

ESCENA 44<br />

INTERIOR. DÍA. PATIO CON TALABARTEROS.<br />

El Mendigo Negro, sentado en el suelo, hace girar pacientemente su rueda de<br />

amolar afilando leznas y cuchillos de talabarteros y zapateros.<br />

A su alrededor, un patio con trozos de cueros, potes de cola, hormas de<br />

zapatos y artesanos con mandiles de cueros que clavetean suelas de zapatos,<br />

con las bocas llenas de clavos.<br />

Ezequiel Zamora habla ante los artesanos, que lo escuchan mirándolo<br />

incidentalmente, y van interrumpiendo su trabajo, sin soltar las herramientas.<br />

El Mendigo Negro, absorto en el afilado de las leznas, sigue trabajando como<br />

si no lo reconociera.<br />

ZAMORA:<br />

-No sólo hay que unirse en el campo, para no pagar alquiler por la<br />

tierra que se trabaja. ¡Los trabajadores tienen que organizarse en<br />

las ciudades! Aquí, en Santa Rosalía, ya los talabarteros se han


juntado en grupos secretos de cinco, con un jefe en la cabeza.<br />

Vengo de la parroquia San Juan, de hacer una unión con los<br />

sastres y otra con los albañiles. En Puerta de Caracas ya están<br />

organizadas las lavanderas y mujeres del servicio doméstico.<br />

Tenemos gentes en el mercado. Ahora hay que organizar a los<br />

peones y vegueros en las Adjuntas, Mariches, Tazón, La<br />

Rinconada...<br />

El Negro Mendigo lleva una lezna ante sus ojos, y comprueba<br />

minuciosamente el filo colocándola de frente y de perfil.<br />

ESCENA 45<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE DE CARACAS<br />

Un petimetre conservador, bastón de estoque en ristre, atisba por el borde de<br />

una esquina.<br />

Zamora, en su sencillo traje de citadino, dobla la esquina.<br />

Ocho petimetres conservadores, bastones de estoque en mano, le cierran el<br />

paso.<br />

Uno de ellos le pone la punta de un bastón en el pecho.<br />

PETIMETRE I:<br />

-Las aceras son para la gente.<br />

Con expresiones desafiantes, varios de ellos desenfundan las hojas metálicas<br />

de los bastones, mientras lo van rodeando.<br />

Otro entreabre su casaca, dejando ver la cacha de un revólver.<br />

Zamora los contempla inexpresivo.<br />

De repente, con velocidad fulminante, arrebata el bastón al más próximo, y<br />

golpea al que está a su lado en la mano, forzándolo a soltar el estoque.<br />

Por un instante, los contendores se contemplan, midiéndose.<br />

Empieza a sonar, en Off, la música de “La batalla” del Tamunangue.<br />

Zamora sonríe, alentado por la música que parecería resonar en su cabeza, y<br />

barre el suelo ante sí con la punta del bastón.<br />

Siguiendo las figuras del Tamunange, revolviéndose con su proverbial<br />

agilidad de esgrimista, Zamora golpea en la mano al petimetre que esgrime el<br />

revólver, y a garrotazos va desarmando, tendiendo en la acera o poniendo en<br />

fuga a los provocadores, no sin recibir varios golpes que le desarreglan la ropa<br />

y el peinado y le arrancan un hilo de sangre en la frente.<br />

Por la esquina dobla la misma bella joven vestida de negro con la cual se<br />

encontró luego de brindar con el Mendigo Negro y con Gaspers. Ésta viene,<br />

como en aquella ocasión, con un misal negro, y con una madura dama de<br />

compañía.


La muchacha mira con desagrado el espectáculo, que con su saldo de<br />

petimetres con la cabeza entre las manos, caídos o corriendo, parece el fin de<br />

una vulgar reyerta de pendencieros. Una vez más, se cubre la expresión de<br />

rechazo con un rápido aleteo del abanico negro.<br />

Zamora queda apoyado en una ventana, mirando sin atreverse a moverse<br />

cómo se aleja la hermosa aparición.<br />

Esta vez, sin embargo, se anima, y renqueando, apoyándose en el bastón con<br />

el cual se ha defendido del atentado, empieza a seguir a la bella muchacha y a<br />

la dama de compañía.<br />

El Mendigo Negro, que había seguido a Zamora lentamente, toca en la<br />

zanfoña su melodía de tonos ascendientes y descendientes.<br />

La bella muchacha se aleja, y obediente a la superstición asociada a la flauta<br />

del Amolador, se pone el abanico negro sobre la cabeza.<br />

ESCENA 46<br />

EXTERIOR. DÍA. ZAGUÁN DE LA CASA DE LA<br />

REPRESENTACIÓN DIPLOMÁTICA DE ESTADOS UNIDOS.<br />

El Mendigo Negro pasa trabajosamente, cargando su rueda de amolar, frente<br />

al zaguán de la casa de la representación diplomática de Estados Unidos.<br />

Dentro del zaguán, vemos al diputado Fermín Toro, que toca de manera<br />

insistente la puerta. En el dintel de ésta, como un dosel, la bandera de Estados<br />

Unidos de la época.<br />

DIPUTADO FERMÍN TORO:<br />

-¡Mister Eames! ¡Mister Eames! Los ciudadanos probos de<br />

este país imploramos el apoyo de Estados Unidos!<br />

Toro voltea hacia la calle y la cámara, como preocupado de que puedan verlo,<br />

y vuelve a la carga con sus insistentes toques.<br />

DIPUTADO FERMÍN TORO:<br />

-¡Mister Eames! ¡Requerimos el apoyo de Estados Unidos<br />

para un golpe contra este gobierno, que irrespeta los<br />

intereses económicos de los inversionistas<br />

norteamericanos!<br />

La puerta se entreabre, apenas lo indispensable para que el Encargado de<br />

Negocios asome un ojo calculador y despectivo.<br />

Fermín Toro insiste en tocar, aun más vehemente.<br />

DIPUTADO FERMÍN TORO:<br />

-¡Mister Eames! ¡Si triunfamos, declararemos de nuevo<br />

válido el contrato de mister Wallace, propietario de la


compañía del guano, que ha sido anulado por el gobierno<br />

de Monagas!<br />

De repente, dos manos con pesados anillos abren la puerta de par en par,<br />

dejándole vía libre al diputado Fermín Toro.<br />

ESCENA 47<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMINO EN LAS AFUERAS DE POBLADO<br />

Generador de caracteres: Valencia, 5 de marzo de 1858<br />

Con su marcha de tortuga, cargando a duras penas como un Cirineo la piedra<br />

en las espaldas, el Mendigo Negro avanza por el medio de un camino de tierra,<br />

por el cual de cuando en cuando el viento levanta nubes de polvo.<br />

Primerísimos primeros planos de patas de caballo.<br />

Primerísimo primer plano de un redoblante que comienza un desacompasado<br />

repique.<br />

Primeros planos de arreos de cabalgaduras, espuelas, correajes con sables,<br />

banderas nacionales y otros aprestos de una unidad de caballería.<br />

Resuenan destemplados toques de corneta.<br />

El Mendigo Negro no levanta la cabeza, y desde su punto de vista apenas<br />

vemos patas de caballos, muslos, sables, colas.<br />

Alguno de los jueces a quienes hemos visto en escenas anteriores, sigue en<br />

mula a la comitiva, leyendo en vocinglería ininteligible legajos judiciales que<br />

van soltando al camino.<br />

El Diputado Conservador Comerciante forma parte de la comitiva, revisando<br />

cuentas en un libro que lleva en la mano, pluma sobre la oreja.<br />

Juan Vicente González muerde trozos de empanada y alternativamente lee<br />

papeles, haciendo declamatorios ademanes para los vientos.<br />

A su lado, Antonio Leocadio Guzmán habla solo como un loco de camino.<br />

El diputado conservador Fermín Toro lo sigue, leyendo como para sí el legajo<br />

en el cual pidió la intervención.<br />

A su lado, en otra mula, el Encargado de Negocios de Estados Unidos.<br />

Muchos de los diputados conservadores y ricachones y oficiales oligarcas de<br />

las escenas anteriores aparecen en el cortejo.<br />

Delante de cada uno de ellos pasa un erizo de bayonetas.<br />

La unidad de caballería avanza hacia el Mendigo Negro, que sigue su lento<br />

caminar por la mitad del camino, imperturbable.<br />

La unidad de caballería empieza a rodear al Mendigo Negro, y hace círculos a<br />

su alrededor, más como un espectáculo de circo que como una verdadera<br />

fuerza militar.


A medida que la carnavalesca turba evoluciona, un viento cada vez más<br />

intenso forma una polvareda. Los faldones de las levitas tremolan, los<br />

petimetres se agarran los sombreros.<br />

Un viejo venerable, con estropeado uniforme militar y cargado de cadenas y<br />

grillos, se tambalea sobre su montura.<br />

La ventolera cimbra los matorrales de la vera del camino. Vuelan papeles,<br />

plumas.<br />

El cielo empieza a oscurecerse.<br />

El dictador, general Julián Castro, a caballo y con ostentoso uniforme lleno de<br />

dorados y condecoraciones, con una gallina robada atada al cinto, se desgañita<br />

como un presentador de feria, señala al prisionero y exhibe órdenes de<br />

detención:<br />

JULIÁN CASTRO:<br />

¡En nombre del ejército me nombro y juramento Presidente<br />

de la República!<br />

¡Aquí va cargado de cadenas el Libertador de los Esclavos,<br />

José Gregorio Monagas!<br />

¡Aquí está la orden de detención para José Tadeo Monagas!<br />

¡Aquí está la orden de detención para el faccioso Ezequiel<br />

Zamora!<br />

¡En las elecciones participará un solo partido, el<br />

Conservador!<br />

¡Vivan los propietarios! ¡Vivan los ricos! ¡Viva la<br />

propiedad!<br />

¡Viva yo, Julián Castro!<br />

¡La Causa es común para todos!<br />

Con la última arenga, el dictador Julián Castro saluda con el decorado<br />

bicornio lleno de plumas que Páez estuvo a punto de ponerse y dejó sobre una<br />

mesa en la escena del capítulo 1. Su imagen queda congelada, en medio de un<br />

ensordecedor estruendo de desacompasadas cornetas y tambores.<br />

El Mendigo Viejo se sienta en el suelo en medio del tropel, se descarga la<br />

piedra de amolar de la encorvada espalda, la planta en el polvoriento camino,<br />

y desde el suelo alza la mirada, desafiante.<br />

El mendigo toma la zanfoña que cuelga de su pecho atada con una cuerda, y<br />

toca el escalofriante compás de tonos ascendentes y descendentes del<br />

amolador.<br />

La imagen de su rostro queda congelada.<br />

Del cielo, cargado de nubes amenazantes, brota un relámpago.


ZAMORA CAPÍTULO 3<br />

¡OLIGARCAS, TEMBLAD!<br />

ESCENA 1<br />

INTERIOR. DÍA. INTERIOR DE RANCHO BAHAREQUE EN<br />

PUEBLO DE RÍO VIEJO<br />

La mujer de Martín Espinoza, una cuarentona aindiada, con el rostro curtido y<br />

camisón desgastado, sentada en el piso del rancho despioja con un peine fino a<br />

Viviana, una adolescente de poco más de doce años, un poco más blanca, con<br />

una larga cabellera que le cubre el rostro, descalza y vestida con un camisón<br />

todavía más desgastado. Tras ellas, tres grandes haces de chamizas.<br />

Frente a ellas, sobre un fuego de chamizas sostenida por tres topias se calienta<br />

una olla de barro donde hierve un sancocho.<br />

La mujer de Martín Espinoza saca los piojos de la larga melena de Viviana, y<br />

los aplasta entre las uñas de sus pulgares, frunciendo el ceño para enfocar la<br />

mirada.<br />

MUJER DE MARTÍN ESPINOZA:


-¡Estás cundida de piojos! ¿Tu mamá no te despioja?<br />

VIVIANA:<br />

-Mi mamá murió.<br />

MUJER DE MARTÍN ESPINOZA:<br />

-¿Y de qué murió?<br />

VIVIANA:<br />

-De mal de amores.<br />

La mujer de Martín Espinoza sonríe, y da un cariñoso pellizco en el pecho a<br />

Viviana, quien se retuerce de la risa.<br />

Los perros del rancho ladran.<br />

Las dos mujeres alzan la mirada, inquietas.<br />

Al alzar la mirada, la melena de Viviana deja ver sus ojos azules, del mismo<br />

tono que los de Ezequiel Zamora <br />

ESCENA 2<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE Y PLAZOLETA DE PUEBLO DE RÍO<br />

VIEJO<br />

Por la calle del pequeño pueblo entra a todo galope una partida de una docena<br />

de soldados del ejército oligarca, con lanzas, fusiles y prendas heterogéneas de<br />

uniforme como kepis y cartucheras anárquicamente combinadas con piezas de<br />

vestir de llanero, salvo el oficial, que viste uniforme completo. Indicamos en<br />

el Capítulo 1 que para la época los oficiales conservan aproximadamente el<br />

uniforme que se adoptó hacia finales de la Guerra de Independencia: casaca y<br />

pantalón azul, chacó de suela negra, fornitura y polainas negras. Cada oficial<br />

lleva las insignias de su grado, y usualmente porta un sable.<br />

La partida llega a la plazoleta, apenas un espacio abierto con una altísima cruz<br />

blanca de madera.<br />

Los jinetes dan una vuelta al galope, mientras el oficial que los encabeza<br />

grita, disparando al aire:<br />

OFICIAL OLIGARCA:<br />

-¿Dónde está Martín Espinoza?<br />

Varias mujeres descalzas que caminaban por la calle cargando en la cabeza<br />

mucuras de barro con agua y totumas con granos echan a correr hacia sus<br />

casas y hacia la salida del ínfimo poblado.


Los jinetes desmontan y, gritando y disparando, corren hacia los ranchos de la<br />

calle y hacia las mujeres en fuga.<br />

ESCENA 3<br />

INTERIOR. DÍA. INTERIOR DE RANCHO DE BAHAREQUE<br />

La mujer de Martín Espinoza trata de escapar por la puerta trasera del rancho,<br />

desmelenada.<br />

El oficial que la persigue la agarra por el pelo, y la bate contra el piso.<br />

Una totuma volcada derrama granos por el piso de tierra. Un desvencijado<br />

chinchorro se mece por la violencia de la caída.<br />

Varios soldados entran tras el oficial, armas en ristre.<br />

El oficial se arroja sobre la mujer e intenta violarla al lado de los tres grandes<br />

haces de chamizas amontonados contra el rincón, mientras la víctima se<br />

resiste, derribando ollas y platos de barro de una rústica alacena de tablas<br />

apoyadas contra la pared.<br />

Un soldado tira del pie de un niño semidesnudo que trata de esconderse detrás<br />

de varios sacos de sisal a medio llenar de maíz.<br />

ESCENA 4<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE Y PLAZOLETA DE PUEBLO DE RÍO<br />

VIEJO<br />

En primer plano, una anciana, una mujer madura y un niño, con los cabellos<br />

desordenados y las ropas desgarradas gritan mientras varios soldados les<br />

tironean el pelo y les amenazan con fusiles y lanzas.<br />

El oficial oligarca sale, ciñéndose los calzones.<br />

Tras él, sale otro soldado, colgándose del cinturón como botín una gallina<br />

amarrada por las patas, que aletea desesperada:<br />

OFICIAL OLIGARCA:<br />

-¿Qué dónde está Martín Espinoza, carajo?<br />

Otra mujer con las ropas desgarradas sale gritando de la puerta de un rancho,<br />

mientras un soldado la persigue.<br />

Otro soldado sale con un saco de maíz a cuestas.<br />

Otro soldado sale de otra puerta, tirando en medio de la calle las ollas y los<br />

platos de barro para hacerlos pedazos.<br />

Otro soldado sale de la puerta del rancho de la mujer de Martín Espinoza,<br />

mostrando una larga vara de las usadas por los bongueros para impulsar sus<br />

embarcaciones, que tira al medio de la calle:<br />

SOLDADO:<br />

-¡Estas son las varas que usa Martín para empujar el<br />

bongo! ¿Nos van a decir dónde está?<br />

OFICIAL OLIGARCA:


-¿En este pueblo no hay hombres, carajo? ¡Entonces<br />

vamos a pelear con las mujeres!<br />

El oficial oligarca vuelve a desenfundar el revólver.<br />

Cerca de una docena de mujeres, niñas y niños son empujados hacia la alta<br />

cruz del centro del poblado, hasta que forman alrededor del vástago un<br />

círculo cuyos integrantes gimen, se debaten, se arrodillan. Un perro ladra a los<br />

soldados.<br />

La cámara empieza a alejarse por encima de los techados de palma hasta que<br />

sólo capta los brazos de la alta cruz que se elevan sobre ellos.<br />

Se escuchan disparos, alaridos, el chillido de un perro herido, estrépito de<br />

cacharros y muebles despedazados.<br />

ESCENA 5<br />

EXTERIOR. NOCHE. CAMPOS CERCANOS AL PUEBLO DE RÍO<br />

VIEJO<br />

Martín Espinoza, un indio cuarentón, fornido, de pelo lacio y desarreglado,<br />

con traje de campesino, avanza cautelosamente en la oscuridad, y luego se<br />

tiende en el pajonal, atisbando hacia el poblado de Río Viejo.<br />

A su lado, una docena de campesinos tendidos en el pajonal de la llanura<br />

miran en la misma dirección, apenas armados con machetes, lanzas, y varios<br />

de ellos con arcos y carcajs de flechas como los de los indios caribes.<br />

Con silencioso gesto, Martín Espinoza señala hacia el lejano poblado, donde<br />

titila la luz del rancho de los soldados.<br />

El brujo Tiburcio, un hombre casi esquelético, de enmarañada cabellera, barba<br />

de profeta y ojos desorbitados, que lleva al cuello sobre el pecho desnudo<br />

escapularios y rosarios ensartados con los más disímiles amuletos, tales como<br />

exvotos, vértebras de animal, colmillos de caimán, cuentas de colores y pepas<br />

de zamuro, bendice uno a uno los machetes y puntas de lanza y se los pasa al<br />

Mendigo Negro.<br />

El Mendigo Negro, con su piedra de afilar en el suelo, arranca un chorro de<br />

chispas mientras saca doble filo a la hoja del machete de Martín Espinoza, y<br />

se lo pasa a éste, quien lo amarra con atento cuidado en un asta de impulsar<br />

bongos, que sirve como lanza.<br />

Martín Espinoza contempla la poderosa arma, que por el doble filo<br />

resplandece débilmente a la claridad de la luna.<br />

Martín Espinoza agradece al Mendigo Negro con un gesto de la cabeza, y<br />

hace otro gesto a su más próximo seguidor.<br />

Éste saca una flecha del carcaj, la encaja en la cuerda del arco, y lo tensa con<br />

concentrada premeditación.


La flecha parte hacia la oscuridad, con un zumbido.<br />

ESCENA 6<br />

EXTERIOR. NOCHE. CALLE DEL PUEBLO DE RÍO VIEJO<br />

Dos soldados, acurrucados, somnolientos, hacen incómoda guardia frente a<br />

una hoguera alimentada por las astillas de los modestos muebles del poblado:<br />

taburetes, tablas de mesa, patas de silla.<br />

Uno de los soldados cae al suelo, atravesado por la flecha.<br />

El otro soldado apenas puede exclamar:<br />

SOLDADO:<br />

-¿Qué...?<br />

Otra flecha le atraviesa la garganta.<br />

Desde la oscuridad de la calle avanza a la carrera Martín Espinoza, dando un<br />

terrible alarido mientras esgrime el machete enastado.<br />

Tras él, hierros en ristre, sus trece seguidores<br />

ESCENA 7<br />

EXTERIOR. AMANECER. PLAZOLETA DEL PUEBLO DE RÍO<br />

VIEJO.<br />

La alta cruz sin imagen en el centro de la plazoleta de Río Viejo.<br />

Al pie de ella, formando un círculo como un pedestal, señalando con los<br />

brazos abiertos en todas las direcciones, entre trapos desgarrados y manchones<br />

de sangre yacen muertos los niños, niñas y mujeres del pueblo, más de una<br />

docena. Junto a ellos, también muerto, un perro.<br />

En la calle frente a la plazoleta, tres soldados muertos, tendidos entre charcos<br />

de sangre, con flechas en el cuerpo. El resto, parados con la espalda contra las<br />

paredes de bahareque, algunos heridos, con las manos en alto, vigilados por<br />

seis de los seguidores de Espinoza, que les apuntan con las flechas preparadas<br />

en los arcos.<br />

Sentada en la tierra, Viviana acaricia el rostro exánime de la mujer de Martín<br />

Espinoza. Tras la adolescente, un haz de chamizas atado con mecatillo, casi de<br />

su tamaño.<br />

Espinoza, con una rodilla en tierra y la larga vara con la punta de machete en<br />

la mano, toca también el rostro de su mujer, se inclina hasta besarla, y luego<br />

mira a Viviana.<br />

ESPINOZA:<br />

-¿Cómo te escapaste?


VIVIANA:<br />

-Me escondí detrás de las chamizas. Pero nadie<br />

puede matarme, porque tengo que cumplir un<br />

encargo.<br />

ESPINOZA:<br />

-¿No tienes familia?<br />

VIVIANA:<br />

-No tengo a nadie. Mamá no me dejó ni un odio.<br />

ESPINOZA:<br />

-¿Y tu papá?<br />

VIVIANA:<br />

-Nunca dijo su nombre.<br />

Espinoza, todavía arrodillado, levanta la mirada hacia los soldados<br />

prisioneros.<br />

Uno de ellos está parado ante él, con una desastrada gorra militar en las<br />

manos, y le habla, con una voz distante:<br />

SOLDADO:<br />

-Con la venia de usted. Algunos hemos hecho mal.<br />

Casi todos somos reclutados a la fuerza. Hicimos el<br />

mal también a la fuerza. No sería justo matarnos a<br />

todos.<br />

Martín Espinoza se persigna con solemnidad, apoyándose en la lanza.<br />

MANUEL ESPINOZA:<br />

-Tiburcio está pidiendo a Dios que nos ilumine.<br />

Martín Espinoza voltea la cabeza y mira en dirección a una pequeña capilla.<br />

ESCENA 8<br />

EXTERIOR. AMANECER. FACHADA DE PEQUEÑA CAPILLA<br />

Seis de los seguidores de Espinoza, arcos y lanzas en mano, vigilan la entrada<br />

de una pequeña capilla.<br />

De la capilla, montado a caballo, sale el brujo Tiburcio. Sobre sus espaldas<br />

lleva un rico manto, robado a un santo, que contrasta con el pecho desnudo<br />

lleno de rosarios, collares y amuletos y con los andrajosos calzones<br />

desgarrados. En una mano, un cáliz; en la otra una larga cruz, casi como la<br />

vara de una lanza, con pequeños brazos y sin imagen, de la que cuelga una<br />

larguísima banderola que ondula al viento.<br />

Los hombres de Espinoza lo miran, expectantes.


Tiburcio se persigna, bebe largamente del cáliz, hasta que le chorrean hilillos<br />

de vino por la enmarañada barba, y dirige la mirada hacia el sol naciente, que<br />

lanza su primer destello.<br />

TIBURCIO:<br />

-Mándenlos ante Dios. Él guardará a los suyos.<br />

ESCENA 9<br />

EXTERIOR. AMANECER. PLAZOLETA DEL PUEBLO DE RÍO<br />

VIEJO.<br />

Desde el punto de vista de los prisioneros, o detrás de ellos, desde las ventanas<br />

a sus espaldas, vemos a Martín Espinoza acercarse, y rugirle al prisionero<br />

mientras le asesta un formidable golpe con el machete enastado.<br />

Un chorro de sangre salta.<br />

Tras él, los otros seguidores irrumpen hacia el primer plano, esgrimiendo<br />

armas blancas y dando terribles tajos.<br />

El montaje hace ver como una sola acción la sucesión de imágenes de<br />

hombres que atacan.<br />

El brujo Tiburcio se arrodilla, llevando en sus manos el cáliz, que baja hasta<br />

ras de suelo, cerca de los hombros de uno de los cuerpos caídos.<br />

Espinoza, las piernas abiertas, está firmemente plantado apoyándose en la<br />

lanza ante el círculo de mujeres y niñas muertas que rodea la cruz.<br />

ESPINOZA:<br />

- Nos quitaron todo lo que tiene un hombre. Tierra.<br />

Mujeres. Hijos. Ya no somos hombres. Somos<br />

animales.<br />

Espinoza se dirige a su docena de seguidores, y les va tocando la frente con el<br />

machete enastado:<br />

ESPINOZA:<br />

-Tú eres Perro. Tú eres Onza. Tú eres Tigre. Tú eres<br />

León. Tú eres Mapanare. Tú eres Cascabel. Tú eres<br />

Caimán. Tú eres Toro. Tú eres Lobo. Tú eres Caribe.<br />

Tú eres Tragavenados. Tú eres Cuaima...<br />

El brujo Tiburcio sigue a Espinoza con el cáliz rebosante de sangre, y sobre<br />

cada bautizado vierte un hilo de sangre, que baña sus rostros dándoles el<br />

espantable aspecto de los guerreros caribes pintados con onoto.<br />

El brujo Tiburcio recita el texto de Hebreos, 9, 22:<br />

TIBURCIO:


-Porque según la Ley, todas las cosas se limpian con<br />

sangre, y sin sangre derramada no hay redención...<br />

Los bautizados mojan la punta de sus flechas y de sus armas en la sangre que<br />

cubre sus rostros y baña sus pechos, se pasan las armas por el rostro,<br />

cortándose y mezclando sus sangres con las de sus víctimas, se llevan las<br />

armas ensangrentadas a los labios, y las lamen.<br />

Martín Espinoza se inclina ante el cuerpo de uno de los soldados muertos, y da<br />

un violento tajo descendente, que sugiere una decapitación.<br />

ESPINOZA:<br />

-¡Engrille!<br />

En rápido montaje, cada uno de los doce seguidores alza un arma blanca y la<br />

descarga con un tajo hacia el suelo, cerca del sitio donde, fuera de cámara, se<br />

supone que está el cuerpo de un prisionero.<br />

TIBURCIO:<br />

-Ojo por ojo. Diente por diente. Sangre por sangre.<br />

El brujo toca, casi acariciándoselas, las manos del único prisionero que queda<br />

en pie, el Oficial oligarca, que tiembla con los ojos cerrados. El brujo advierte<br />

que en una mano lleva un gran anillo con una esmeralda.<br />

TIBURCIO:<br />

-Tienes las manos blanditas. Como las mías.<br />

Martín Espinoza dice al oficial oligarca, con voz muy sosegada:<br />

MARTÍN ESPINOZA:<br />

-Tú no mereces morir rápido.<br />

Viviana contempla la escena, todavía sentada en el suelo junto a la muerta<br />

mujer de Martín Espinoza.<br />

Primeros planos de Espinoza y sus hombres, que a manera de trompeta tocan<br />

toscos cuernos de res que resuenan como amenazador rugido.<br />

El brujo Tiburcio, deliberadamente, enasta un machete afilado en la larga vara<br />

con el crucifijo que porta.<br />

Espinoza se pone en el anular una sortija ensangrentada, con una gran<br />

esmeralda.<br />

Toma de la alta cruz del centro de la plazoleta. El oficial oligarca grita sin<br />

sonido, amarrado con sogas de cuero a la cruz, como un crucificado, pero sin<br />

clavos. Apenas un hilo de sangre sale de su mano derecha.<br />

La cámara deja ver un cielo donde giran torbellinos de zamuros.


Los seguidores de Martín Espinoza montan en los caballos de los soldados y<br />

cabalgan hacia el encandilante amanecer.<br />

Colgados de las cinchas de sus sillas llevan toscos sacos de sisal<br />

ensangrentados, en cada uno de los cuales rebota un bulto que por su forma<br />

parece una cabeza decapitada.<br />

ESCENA 10<br />

EXTERIOR. AMANECER. CALLE DEL PUEBLO DE RÍO VIEJO.<br />

El Mendigo Negro, caminando con la dificultad que le imponen la vejez y el<br />

peso de la piedra de amolar que carga en la espalda, entra lentamente en la<br />

calle del pueblo de Río Viejo, pasa junto al vástago de la alta cruz, y<br />

contempla sin inmutarse los cuerpos de los soldados, tirados en el suelo de<br />

tierra en las posiciones más disímiles.<br />

Los cuerpos están colocados de tal forma que, desde el punto de vista del<br />

Mendigo Negro y del espectador, no se les ve la cabeza.<br />

En medio de la calle, Viviana lo espera, con un gran haz de chamizas en la<br />

espalda:<br />

VIVIANA:<br />

-¿Saca filo?<br />

El Mendigo Negro asiente con un gesto.<br />

Viviana se desciñe el haz de chamizas de la espalda, lo pone en el suelo,<br />

deshace el nudo de mecatillo, extrae un bulto largo envuelto en mugrientos<br />

sacos de sisal, los deja de lado, y saca la espada con los distintivos adornos<br />

metálicos en forma de sol del padre de Ezequiel Zamora, que éste dejó en<br />

manos de la madre de Viviana en el capítulo 1.<br />

Viviana alza el sable sobre su cabeza, y lo va desenvainando lentamente. La<br />

hoja resplandece con el creciente brillo del sol, como un arcoíris cegador.<br />

VIVIANA:<br />

-Necesita filo. Le pago con chamizas.<br />

El Mendigo Negro parpadea, ante el irresistible fulgor:<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-Yo no cobro por afilar el hierro del pobre.<br />

ESCENA 11<br />

EXTERIOR. DÍA. GOLETA O PEQUEÑA EMBARCACIÓN EN MAR<br />

ABIERTO<br />

Generador de caracteres: Curazao, 1859.


En la proa o junto al mástil de una goleta que navega a toda vela, Ezequiel<br />

Zamora abraza a la bella Estefanía Falcón, la muchacha vestida de negro a<br />

quien siguió en las escenas finales del capítulo I, que ahora lleva un traje<br />

blanco que casi sugiere un traje de novia, que el viento despliega.<br />

Ambos miran expectantes el horizonte, en el cual aparecen los contornos de<br />

una isla.<br />

Esta toma puede ser filmada, para simplificar la producción, en la misma nave<br />

que se utilizará para la escena posterior de la nave que desembarca en Coro, e<br />

incluso en la misma sesión. La embarcación, por la época, es de madera.<br />

Puede ser usado incluso un peñero mediano, pero la cámara debe evitar<br />

rigurosamente toda toma que revele máquinas, drizas de acero, plástico u otro<br />

anacronismo.<br />

ESCENA 12<br />

INTERIOR. AMANECER. ALCOBA EN CASA DE CURAZAO<br />

Alcoba de una modesta casa alquilada en Curazao. Ezequiel Zamora, sin<br />

camisa, mira amorosamente a su bella esposa Estefanía Falcón, la joven<br />

enlutada que vimos en las escenas finales del capítulo 2, ahora su esposa, que<br />

duerme apaciblemente a su lado, apenas cubierta por la sábana.<br />

Zamora se lleva la mano de la muchacha dormida a la boca, para besarla. Un<br />

primer plano de las manos entrelazadas de Zamora y Estefanía permite ver<br />

anillos matrimoniales.<br />

Resuena un galope que se detiene a las puertas de la casa. Una criada entra,<br />

diciendo en voz muy baja, para no despertar a Estefanía:<br />

CRIADA:<br />

-Tiene visita.<br />

Sin esperar, tras la criada entra Gaspers, con la cabellera rubia más<br />

desordenada que nunca, en la cual aparecen ya varias canas. Gaspers se queda<br />

cohibido ante la joven dormida.<br />

Ezequiel no sabe si sonreír o entristecerse por la presencia del cuñado que<br />

siempre aparece en momentos decisivos, y le pide un instante de silencio<br />

poniéndose un dedo en los labios.


Zamora pasea la mirada por su esposa todavía dormida, los ingenuos y<br />

apacibles adornos de la alcoba, un velo de novia que cuelga de un espejo, los<br />

floreros con flores amarillas, el retrato de Juan Crisóstomo Falcón, a quien ya<br />

hemos visto en varias reuniones del partido liberal, y la punta de lanza del<br />

llanero “Gavilán”, y vuelve a mirar a Gaspers, interrogante.<br />

GASPERS:<br />

-¡Cuñado, se acabó el exilio! ¡Se sublevó la guarnición de<br />

Ciudad Bolívar! ¡Hay rebeliones campesinas en Yaracuy,<br />

en Portuguesa, en los Llanos Occidentales, en El Baúl! ¡En<br />

toda Venezuela! Los muchachos de Coro cumplieron lo<br />

prometido ¡Se alzaron ayer y tomaron el parque del cuartel<br />

frente a la plaza de San Francisco, sin un muerto! En día y<br />

medio de navegación estamos allá.<br />

Mientras Gaspers habla, Zamora se ha puesto los pantalones y Estefanía se<br />

cubre con la sábana hasta la barbilla, contemplando con alarma aquella<br />

conversación sobre alzamientos y rebeliones.<br />

ESTEFANÍA:<br />

-¡Pero Ezequiel!... Juan Crisóstomo y su Comité<br />

Político no han autorizado ningún alzamiento!<br />

Gaspers, respetuoso, se voltea de espaldas para no perturbar el pudor de<br />

Estefanía.<br />

ZAMORA:<br />

-Tu hermano Juan Crisóstomo no acaba de<br />

decidirse... ¡Nunca ha decidido nada!... Y esos<br />

políticos de Saint Thomas lo que quieren es llegar a<br />

la Casa de Gobierno sin hacer la revolución. Si yo<br />

logro desembarcar lo ayudaré mucho.<br />

ESTEFANÍA:<br />

-Juan Crisóstomo es demasiado bueno...<br />

ZAMORA:<br />

-Si los godos le hubieran puesto un par de grillos,<br />

como a mí, pensaría de otro modo... Pero hay que<br />

ayudarlo, porque lo están engañando...<br />

Zamora, indeciso, mira hacia Estefanía, hacia Gaspers, se planta en medio de<br />

la habitación, y poniéndose la mano en la frente, dice:<br />

ZAMORA:


-¡Tengo aquí, aquí una campaña! ¡Haré lo que<br />

ningún general ha hecho!<br />

A toda prisa, Zamora se pone una camisa y se cala el correaje del sable, y la<br />

lanza de Gavilán. Estefanía Falcón comprende todo lo que el gesto significa,<br />

desencaja el rostro, angustiada, y se lleva la mano a la boca, como para acallar<br />

una queja.<br />

ESCENA 13<br />

EXTERIOR. DÍA. MAR<br />

Generador de caracteres: Coro, febrero de 1859<br />

En primer plano, estalla una ola.<br />

El 23 de febrero de 1859 una goleta se aproxima a la rada de La Vela de<br />

Coro. En la proa, Zamora, impaciente, aprieta el puño del sable. Mientras los<br />

marinos recogen velas y aprestan el ancla, el MARAQUERO canta, divertido:<br />

MARAQUERO:<br />

Ayer me desembarqué<br />

En los muelles de la Habana<br />

Vendiendo mulas por ruanas<br />

Que en el Guárico compré<br />

Fui sargento en Barcelona<br />

Capitán en Buenos Aires<br />

En Santo Domingo fraile<br />

Fui monaguillo en Pamplona<br />

Fui Padre y tuve corona<br />

Pero misa no canté;<br />

Llegué al fin a Santa Fe<br />

Con mi clase de soldado<br />

De alférez abanderado<br />

Ayer me desembarqué<br />

El maraquero mete sus instrumentos en una marusa, y agarra un viejo fusil de<br />

la época. Hombres con sables, fusiles y lanzas van hacia la borda, esperando<br />

impacientes el desembarque.<br />

Entre todos cargan el ancla, y a una señal de un marinero, la arrojan por la<br />

amura de proa al mar, donde cae entre una explosión de espuma.


Zamora desenvaina el sable.<br />

ESCENA 14<br />

EXTERIOR. DÍA. PLAZA DE CORO<br />

Ezequiel Zamora habla ante una hilera de soldados en su mayoría en simple<br />

traje de campesinos y armada irregularmente, flanqueada por una gran<br />

manifestación de apoyo reunida en la plaza de la ciudad, también<br />

preponderantemente de gente vestida con ropa de trabajo. Zamora mismo viste<br />

el traje típico, sobre el cual porta con cierta incomodidad una sencilla<br />

guerrera, arrugada y desabrochada:<br />

ZAMORA:<br />

-El pueblo de Coro... levántase con sublime<br />

heroísmo el 20 de febrero... a conquistar su soberanía<br />

arrebatada por la infame traición y la bárbara<br />

dictadura... honrándome con el nombramiento de<br />

General de División y Jefe de Operaciones del<br />

Occidente. La Federación proclama: ¡Abolición de la<br />

pena de muerte!... ¡Prohibición perpetua de la<br />

esclavitud! ... ¡Abolición de la prisión por deuda!<br />

¡Derecho de los venezolanos a la asistencia pública<br />

en los casos de invalidez o escasez general!...<br />

¡Elección universal, directa y secreta del Presidente<br />

de la República, del Vicepresidente, de todos los<br />

legisladores, de todos los magistrados del orden<br />

político y civil y de todos los jueces!<br />

Mientras habla, cortes a primeros planos de los soldaditos y de los<br />

manifestantes, que a cada proclamación irrumpen en vítores, agitan banderas,<br />

sombreros y garrotes, alzan puños en alto:<br />

PUEBLO:<br />

-¡Viva! ¡Mueran los godos! ¡Tierras y hombres<br />

libres! ¡Tierras y hombres libres!<br />

La bandera nacional tiene un cambio, dispuesto por Zamora: en la franja<br />

amarilla campean 20 estrellas azules. No es indispensable hacer gran énfasis<br />

en esta variante, eliminada tras la muerte del comandante.<br />

ESCENA 15<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE UNA CASONA EN CORO


Zamora se inclina sobre una mesa cubierta con mapas y papeles, ante varios<br />

oficiales federales, y habla en términos precisos, cortantes, golpeando sobre<br />

los mapas:<br />

ZAMORA:<br />

-El enemigo tiene que reclutar a la fuerza. Nuestros<br />

hombres son voluntarios. Se acabaron las montoneras de<br />

caudillos. Creamos una milicia nacional. En quince días<br />

se nos unieron más de mil hombres. Ya requisamos<br />

cuatro naves, con doscientos marineros. Van a tratar de<br />

bloquearnos Puerto Cabello, Chichiriviche, el puerto de<br />

La Vela. ¡No harán más que desgastarse!<br />

Zamora se yergue, como desentumiendo los músculos, se saca la incómoda<br />

guerrera militar, la deja en el respaldo de una silla de cuero claveteado, queda<br />

sólo cubierto con una de las franelas de algodón crudo de mangas a medio<br />

antebrazo que los llaneros usan para que la tela no se enrede en las sogas, y se<br />

pasea impaciente de un extremo a otro de la mesa:<br />

ZAMORA:<br />

-El problema no es ganar la guerra. El pueblo ha<br />

ganado siempre las guerras, y ha perdido siempre la<br />

paz. Y así comienza otra guerra, y otra, por las<br />

mismas causas. La guerra es como la política: no es<br />

un fin, es un medio. Para ganar por siempre hay que<br />

eliminar el pago de alquiler por la tierra que se<br />

trabaja. Repartiremos los baldíos, pero no entre los<br />

ricos, sino entre los que los trabajan...<br />

ESCENA 16<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE LUJOSO HOTEL EN CURAZAO<br />

Generador de caracteres: Curazao, marzo de 1859<br />

Sala de un lujoso hotel en la isla. Lo ideal sería una terraza con vista al mar.<br />

Para marcar de una vez la locación y no insistir innecesariamente con el<br />

generador de caracteres, se puede usar un letrero que indique: “Curazao Inn”.<br />

Juan Crisóstomo Falcón, a quien hemos visto en escenas anteriores como<br />

político liberal, un cuarentón gordo, de pelo y bigotes lacios, con un bien<br />

cortado traje de hombre acomodado, abandona su acostumbrada actitud<br />

plácida mientras departe ante una pulida mesa, manojo de cartas en manos,<br />

con otros dos políticos bien vestidos, y con el joven Antonio Guzmán Blanco,


un petimetre atildado, de frente despejada, con peinado y barba en punta<br />

cuidadosamente arreglados, quien se abanica desdeñosamente con un par de<br />

finos guantes blancos. Falcón se incorpora violentamente, agitando las cartas:<br />

FALCÓN:<br />

-¡Señores! ¡Estoy decidido a entenderme con el<br />

dictador Julián Castro para que hagamos un arreglo y<br />

la paz! ¡No estoy contento con la revolución de Coro<br />

ni con la conducta de Zamora, que no consultó<br />

conmigo ni con el Comité Político de Saint Thomas<br />

para este alzamiento!<br />

ESCENA 17<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE DE LAS AFUERAS DE CORO<br />

Zamora camina por una calle de Coro, con casas humildes, acompañado por<br />

un llanero con lanza y por Gaspers. A su paso, hombres del pueblo, viejas,<br />

niños, se agolpan para hablarle y tocarlo.<br />

VIEJO:<br />

-Dios lo bendiga.<br />

NIÑO:<br />

-¡La bendición, padrino!<br />

ZAMORA:<br />

-Dios lo bendiga.<br />

Una vieja le entrega un desgastado escapulario.<br />

VIEJA:<br />

-¡El escapulario que salva de todas las balas! ¡Póngaselo y<br />

no se lo quite nunca, niño Ezequiel!<br />

Ezequiel sonríe, se quita el sombrero un instante y se pone el escapulario. Tras<br />

de él, Gaspers sonríe también.<br />

MUJER POBRE:<br />

-¡Ezequiel! ¡Me robaron, niño Ezequiel!<br />

Zamora se detiene, con el ceño fruncido:<br />

ZAMORA:<br />

-¿Y cómo es eso?<br />

MUJER POBRE:<br />

-¡Me robó todos los corotos, y hasta las gallinas!<br />

La mujer señala a El Perro, uno de los jinetes de la partida de Martín<br />

Espinoza. El guerrero todavía conserva su desapacible aspecto, arco terciado a


la espalda, lanza con machete afilado, indumentaria de trapos rasgados en la<br />

cual figura algún delicado velo o pieza de encaje evidentemente robado,<br />

pringues de sangre y de onoto rojo y, como prueba del delito, atada al cinto<br />

una gallina, preferiblemente blanca, que cacarea sin mayores esperanzas. Poco<br />

a poco, se van juntando a Perro todos sus compañeros, también montados y en<br />

terribles cataduras: Onza, Tigre, León, Mapanare...<br />

Zamora pone su brazo sobre los hombros de la mujer, se inclina hacia ella y le<br />

pregunta:<br />

ZAMORA:<br />

-¿Y cuánto valía lo que le quitó?<br />

MUJER POBRE:<br />

-Como tres reales.<br />

Zamora se registra un bolsillo, encuentra dos reales, y mira desconcertado a su<br />

alrededor.<br />

Gaspers se registra un bolsillo, y añade el real que falta. Zamora entrega las<br />

monedas a la mujer, y afectuosamente le toma un instante las manos entre las<br />

suyas.<br />

A pie, Zamora se dirige a Perro, que lo oye hablar desde la silla de su caballo,<br />

con el rostro pintarrajeado de sangre seca y onoto y una sonrisa de niño<br />

atrapado en una travesura. Zamora le habla con una gran suavidad:<br />

ZAMORA:<br />

-¿Tú no sabes que la gente del pueblo es intocable? Los<br />

godos que se queden en camisa, pero a la gente igual a<br />

usted se la respeta.<br />

Mientras Zamora habla, Onza, Tigre, León, Caimán, Caribe, Mapanare y<br />

Cascabel, montados en sus caballos, van formando un círculo alrededor de él,<br />

hasta que finalmente se les une Martín Espinoza.<br />

MARTÍN ESPINOZA:<br />

-La rabia es el arma del pobre.<br />

Zamora advierte de repente las ensangrentadas bolsas de sisal con bultos del<br />

tamaño de cabezas que cuelgan de las monturas, y tuerce el gesto, quizá<br />

recordando al infortunado Indio Rangel. Con expresión lúgubre, le pregunta a<br />

Tiburcio:<br />

ZAMORA:<br />

-No podemos ser iguales a los oligarcas.


De repente entra en cámara, también a caballo, el brujo Tiburcio, con su<br />

humanidad esquelética, su punta de lanza enastada en el largo crucifijo y sus<br />

sartas de amuletos todavía cubiertas por la riquísima capa del santo.<br />

TIBURCIO:<br />

-¿Vas a fusilar a un hermano porque se robó una gallina?<br />

ZAMORA:<br />

-No. Yo no le puse encima un dedo a los oligarcas de Coro<br />

que apoyaron la dictadura ¿Cómo voy a tocar a un<br />

campesino?<br />

Tiburcio se interpone repentinamente con el caballo entre Zamora y El Perro,<br />

y arrebata la gallina:<br />

TIBURCIO:<br />

-¡Justicia de Salomón!<br />

Primer plano de la cara de la mujer pobre, que grita levantando las manos,<br />

como suplicando a favor de la gallina, que cacarea desesperadamente.<br />

Tiburcio sostiene la gallina por una pata, y da un terrible machetazo fuera del<br />

campo visual, el cual envía un chorro de plumas blancas hacia el campo visual<br />

e interrumpe el cacareo.<br />

Gaspers se tapa la boca con una mano, conteniendo la risa.<br />

Tiburcio mueve su caballo entre el conjunto de gentes del pueblo y soldaditos<br />

que se han ido arremolinando, arrancando plumas blancas con una mano y<br />

esparciéndolas entre los curiosos, que las ven caer como una nevada.<br />

Primer plano de una de las manos del brujo que, ensangrentada, deja ver tres<br />

pequeñas piedras redondas, también mojadas en sangre.<br />

TIBURCIO:<br />

-El pobre es como la gallina, que come piedras. Hasta que<br />

las piedras se vuelvan pan, que sienta cada uno una piedra<br />

en el buche.<br />

ZAMORA:<br />

-Usted que sabe de justicia, ¿Sabe quién va a ganar esta<br />

guerra?<br />

Tiburcio desorbita los ojos, y contesta con las palabras de Revelación, 11,6:<br />

TIBURCIO:<br />

-“Tienen el poder de cerrar los cielos, que no llueva durante<br />

los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para<br />

convertirlas en sangre, y para azotar la tierra con la plaga<br />

tanto como lo deseen. Y cuando terminen su testimonio, la<br />

bestia salida del abismo los combatirá, y los vencerá, y los<br />

matará”.


Hombres de Espinoza, gentes del pueblo y soldaditos prorrumpen en una<br />

ovación, interpretando el galimatías según sus deseos. Zamora, sin decir una<br />

palabra, asiente.<br />

Tiburcio mira fijamente a Gaspers, quien le devuelve la mirada. Ambos<br />

hombres se escrutan, como tratando de adivinarse. Tiburcio se inclina sobre la<br />

montura del caballo, unge a Gaspers en la frente con la sangre de la gallina, y<br />

le cita la epístola a los Corintios, 1,4:<br />

TIBURCIO:<br />

Que nadie se engañe: quien se crea sabio, que se vuelva<br />

tonto, que así se volverá sabio.<br />

Gaspers queda desconcertado.<br />

El brujo añade, con convicción absoluta, clavando la mirada en Gaspers:<br />

TIBURCIO:<br />

-Aunque no llegues a verlo, el Reino vendrá.<br />

Un soldadito trae su caballo a Zamora, y éste se prepara a montar. Gaspers se<br />

le acerca, hasta que sus cabezas quedan a poca distancia:<br />

GASPERS:<br />

-Cuñado, ¿Y usted cree que un profeta puede hacernos<br />

ganar?<br />

ZAMORA:<br />

-No, pero cuando el pueblo cree que va a ganar, no pierde.<br />

¡Ensillen!<br />

Zamora salta sobre su caballo, toma una corneta que está amarrada a la<br />

montura, y con su toque personal desata una frenética actividad de partida.<br />

Los caballos caracolean, los soldaditos trotan y la caballería inicia un galope<br />

para colocarse en la vanguardia.<br />

ESCENA 18<br />

INTERIOR. NOCHE. SALA DE LUJOSO HOTEL EN CURAZAO<br />

Para no insistir con el generador de caracteres, un rótulo en la entrada del<br />

hotel o en la sala debe decir: “Curazao Inn”.<br />

Juan Crisóstomo Falcón sigue sentado en el sillón más cómodo ante la gran<br />

mesa del hotel, alumbrada ahora por una lámpara. Hay una confusión de<br />

papeles en la mesa, en la cual destacan un elaborado recado de escribir, con<br />

plumas de ganso, frasco para la arena, barritas de lacre, tintero. Falcón<br />

garrapatea afanoso una carta, interrumpiéndose, poniendo los ojos en blanco y<br />

moviendo los labios, como si hilara el contenido.<br />

Una criada negra comparece ante Falcón, y anuncia, con acento curazoleño:<br />

CRIADA:


-Antonio Guzmán Blanco.<br />

De la penumbra surge el joven Antonio Guzmán Blanco, con un traje a la<br />

moda y un deslumbrante chaleco todavía más esplendoroso que el de la escena<br />

anterior. Falcón mira con envidia y quizá reprobación la elegancia del<br />

petimetre, quien lo advierte y le dice, con un dejo de amargura:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Los caraqueños se alimentan de apariencias. Hay que<br />

darles de comer, aunque uno se muera de hambre.<br />

Guzmán saca de la manga izquierda un pañuelo, se toca delicadamente la<br />

nariz, vuelve a guardarlo, y se sienta altanero, enfatizando su desdén de dandy<br />

hacia la escasa elegancia del porte del adiposo Falcón.<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Según sus instrucciones, visité todos los políticos liberales<br />

de Caracas para pactar un acuerdo con los conservadores.<br />

Pero mi padre Antonio Leocadio dice que los<br />

conservadores no quieren arreglo mientras las gentes de<br />

Zamora “No desmayen en sus propósitos malignos de hacer<br />

las tierras comunes a punta de lanza”.<br />

Desdeñoso, Antonio Guzmán Blanco marca las comillas de la última frase con<br />

un gesto de los dedos índice y medio de ambas manos, y mira a Falcón con la<br />

cabeza ladeada y las cejas alzadas, meneando uno de sus zapatos charolados<br />

en forma impertinente.<br />

ESCENA 19<br />

EXTERIOR. NOCHE. EL PALITO<br />

Generador de caracteres: El Palito, marzo de 1859.<br />

Mientras avanza la acción, resuenan, en Off, las primeras estrofas del Himno<br />

de la Federación. Se debe evitar toda versión exageradamente sinfónica o<br />

rebuscada, prefiriendo la reciedumbre y la sencillez de interpretación, y una<br />

orquestación de elemental banda militar. Si la longitud de las escenas lo hace<br />

indispensable, se puede repetir alguna estrofa, o transformar el himno en<br />

áspera música instrumental:<br />

HIMNO DE LA FEDERACIÓN:<br />

El cielo encapotado<br />

Anuncia libertad


¡oligarcas, temblad<br />

Viva la libertad!<br />

Marchemos federales<br />

En recia multitud<br />

A romper las cadenas<br />

De vil esclavitud<br />

¡Oligarcas, temblad<br />

Viva la libertad!<br />

La espada redentora<br />

Del general Zamora<br />

Confunde al enemigo<br />

De la revolución<br />

¡Oligarcas, temblad<br />

Viva la libertad!<br />

Afueras de un pequeño poblado. Si es posible, se filmará con un fondo<br />

marino, con cocoteros.<br />

Entra en pantalla una multitud de hombres armados, los primeros con trabucos<br />

y fusiles, y otro grupo que les sigue esgrimiento lanzas, veras y machetes,<br />

mientras corren gritando hacia las primeras casas del poblado.<br />

Algunos clarines suenan destempladamente con el toque de ataque.<br />

En varias casas modestas, iluminados por candiles encendidos adentro, abren<br />

puertas y ventanas soldados con algunas prendas de uniformes del ejército<br />

federal, terminando de ponerse sus arreos militares, disparando uno que otro<br />

fusil, con todo el aspecto de haber sido sorprendidos.<br />

Un grupo de fusileros dispara contra ellos, llenando la calle de fogonazos.<br />

La marejada de campesinos sigue su carrera, indetenible, blandiendo sus<br />

armas improvisadas con herramientas del campo.<br />

ESCENA 20<br />

INTERIOR. NOCHE. LUJOSO HOTEL EN CURAZAO<br />

El rótulo “Curazao Inn” marca la locación, sin necesidad de generador de<br />

caracteres.


Plano de la cara y el pecho de Antonio Guzmán Blanco, más peripuesto que<br />

nunca, con un chaleco y una corbata que superan todas sus indumentarias<br />

anteriores, y un gesto desdeñoso:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Las cartas informan que Zamora tomó el Palito. Ya<br />

domina el litoral.<br />

Sobre el hombro del petimetre, clavado en la pared, un cuadrito romántico con<br />

un barco en alta mar u otro adorno que servirá para fijar que ocurren en la<br />

misma locación las sucesivas escenas idénticas.<br />

ESCENA 21<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE DE SAN FELIPE<br />

Generador de caracteres: San Felipe, abril de 1859<br />

De nuevo, en Off, las estrofas del Himno de la Federación:<br />

HIMNO DE LA FEDERACIÓN:<br />

Las tropas de Zamora<br />

Al toque de clarín<br />

Derrotan las brigadas<br />

Del godo malandrín<br />

¡oligarcas, temblad<br />

Viva la libertad!<br />

Yo quiero ver un godo<br />

Colgado de un farol<br />

Y miles de oligarcas<br />

Con las tripas al sol<br />

¡Oligarcas, temblad<br />

Viva la libertad!<br />

Gran casona con muro.<br />

Estrépito de disparos, que levantan nubes de polvo en el suelo y en las<br />

paredes.<br />

El comandante Pedro Araujo sale atropelladamente de un portón en el muro,<br />

disparando con un revólver hacia el interior del portón y luego hacia el otro<br />

extremo de la calle, y echa a correr en dirección opuesta.<br />

Apenas cuatro soldados lo acompañan en su huída.<br />

Una bandera blanca improvisada con una sabana ondea en el portón; otras<br />

aparecen en otras ventanas, si las hubiere.


Un hombre con traje de campesino y descalzo, con una gorra de soldado del<br />

ejército oligarca, un fusil y una bandera blanca, sale a la calle con las manos<br />

en alto, arroja la gorra y el fusil lejos de sí, y grita:<br />

SOLDADO:<br />

-¡Nos rendimos! ¡Nos reclutaron a la fuerza!<br />

¡Queremos unirnos a Zamora! ¡Viva Zamora!<br />

Empiezan a salir campesinos apenas sumariamente trajeados de soldados<br />

federales a la calle, arrojando sus armas y ovacionando a Zamora.<br />

ESCENA 22<br />

INTERIOR. NOCHE. LUJOSO HOTEL EN CURAZAO<br />

Una vez más el rótulo “Curazao Inn” marca la locación, sin necesidad de<br />

caracteres, aunque quizá bastaría la reiteración de los mismos muebles para<br />

ello.<br />

Nuevo plano de la cara y el pecho de Antonio Guzmán Blanco, con otro<br />

llamativo juego de levita, chaleco y corbata que rondan en la exageración.<br />

Una vez más Antonio Guzmán Blanco anuncia, con desdén:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO<br />

-Zamora tomó San Felipe. Ya domina la ruta del<br />

Centro.<br />

ESCENA 23<br />

EXTERIOR. TARDE. LLANURA EN LAS CERCANÍAS DE ARAURE<br />

Generador de caracteres: Araure, abril de 1859<br />

en Off, una vez más, el Himno de la Federación:<br />

HIMNO DE LA FEDERACIÓN:<br />

Aviva las candelas<br />

El viento barinés<br />

Y el sol de las batallas<br />

Alumbra en Santa Inés<br />

¡Oligarcas, temblad<br />

Viva la libertad!<br />

Vista de una hilera de lanzas, en posición vertical, como un bosque. Atadas a<br />

ellas, trapos y largas banderolas, que servían para que el arma no atravesara<br />

totalmente el cuerpo del enemigo, haciendo difícil la recuperación.<br />

Las lanzas se van inclinando una a una.


Plano general de una clásica carga de caballería llanera en medio de un<br />

pajonal.<br />

La cámara multiplica primeros planos, cada vez más cercanos, de los cascos<br />

de las bestias, sus cabezas, sus crines a galope tendido, el puntiagudo erizo de<br />

lanzas.<br />

Una lanza parece acometer de manera fulminante la cámara.<br />

Gritería y choques de cuerpos en Off, que connotan un feroz encontronazo.<br />

ESCENA 24<br />

INTERIOR. NOCHE. LUJOSO HOTEL EN CURAZAO<br />

Vemos un primerísimo primer plano del rostro de Antonio Guzmán Blanco,<br />

que con cierta preocupación, anuncia:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Zamora acaba de tomar Cabudare, Yaritagua, la<br />

plaza de Araure. Controla el camino al llano.<br />

Contraplano de Falcón que, un tanto envarado, contesta.<br />

FALCÓN:<br />

-Ha llegado el momento de desembarcar en<br />

Venezuela. Los políticos tenemos que tomar en<br />

nuestras manos esta guerra. Eso sí, por elemental<br />

prudencia, desembarcaremos en la zona que ya tiene<br />

dominada Zamora.<br />

La cámara, al alejarse, muestra que Juan Crisóstomo Falcón, frente a un<br />

espejo, hace que un sastre, cinta métrica al brazo, la boca llena de alfileres,<br />

hilos y tijeras en mano, le realice los últimos ajustes a un esplendoroso traje<br />

de general, fulgurante de dorados. Falcón levanta la mirada hacia Guzmán,<br />

esperanzado:<br />

FALCÓN:<br />

-¿Cómo me veo?<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Comme il faut, mon general.<br />

La cámara se aleja, y muestra a Antonio Guzmán Blanco revestido con un<br />

fantasioso uniforme de teniente, todavía más llamativo.<br />

El petimetre choca los talones y hace un ceremonioso saludo militar, no<br />

exento de ironía.<br />

La cámara se acerca al cuadrito con el romántico cromo del velero en alta mar.<br />

Sobre él, en fade in, entra una toma de mar.


Aprovechando las tomas de escenas anteriores, puede entrar por fade in la<br />

imagen de un velero parecido a los de la época, o de parte de él, que navega<br />

por el mar.<br />

ESCENA 25<br />

INTERIOR. DÍA. COMEDOR DE UNA CASONA EN MESA DE<br />

TABASCA<br />

Generador de caracteres: Mesa de Tabasca, 1859.<br />

Primer plano del general Falcón, con su fantasioso uniforme, sentado ante una<br />

mesa con manteles de encaje, servilletas de lino, refinada vajilla y cubiertos de<br />

plata, en la cual una criada desarrapada sirve una gran fuente. Detrás de<br />

Zamora, como una sombra, está el sargento G. Morón, un soldado de mala<br />

catadura, que rumia constantemente una mascada de tabaco y en ningún<br />

momento suelta el fusil que tiene prevenido ante sí. El sargento G. Morón casi<br />

le arrebata la fuente a la criada, y la sirve directamente ante Falcón. La criada<br />

hace una reverencia, y se marcha, dirigiendo una mirada de desconfianza<br />

hacia el intranquilizante guardaespaldas.<br />

Ante la mesa también están Antonio Guzmán Blanco, con su llamativo<br />

uniforme de teniente, los dos políticos a quienes vimos reunidos con Falcón en<br />

el hotel de Curazao, decorados con fastuosos uniformes de fantasía, y Zamora,<br />

con su sencillo atuendo.<br />

Falcón, sonríe, con comunicativa felicidad:<br />

FALCÓN:<br />

-¡Pastel de chivo! ¡La mayor exquisitez de la cocina<br />

coriana!<br />

Falcón se incorpora con una paleta de plata en la mano, corta una gran porción<br />

y empieza a servirla en su propio plato.<br />

FALCÓN:<br />

-¡Y hay para todos, según su apetito!<br />

Antonio Guzmán Blanco, trocada su expresión de desdén de petimetre en<br />

solicitud, añade, señalando botellas, caja de tabaco y cafetera:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-¡Y para todos los gustos, general Zamora! Mire, le<br />

he conseguido oporto, tabacos capadare, café volón...<br />

Después de haberse servido gran parte del pastel, el general Falcón empuja la<br />

fuente hacia Zamora, quien la rechaza con un discreto gesto, tras lo cual dice,<br />

con expresión impenetrable:


ZAMORA:<br />

-Fue muy afortunado, general, que después de su<br />

desembarco usted evitara riesgos innecesarios para<br />

su ejército evitando atacar Caracas, aparentemente<br />

fácil de tomar porque estalló una rebelión popular a<br />

favor de los liberales.<br />

Falcon toma la copa de oporto y bebe, asintiendo, sin advertir la ironía de<br />

Zamora.<br />

El joven Antonio Guzmán Blanco, que comprende perfectamente el sarcasmo,<br />

lanza una helada mirada a Ezequiel Zamora y otra de desdén a Falcón. El<br />

sargento G. Morón también parece captar el significado, y frunce el ceño.<br />

ZAMORA:<br />

-También es digno de encomio, general Falcón, que una<br />

vez que su ejército de cinco mil hombres se adentró<br />

audazmente en el territorio ya dominado por nosotros,<br />

usted mostrara por segunda vez una extraordinaria<br />

prudencia al no tratar de apoderarse del parque con piezas<br />

de artillería que conducía el general Andrade, que es<br />

decisivo para esta guerra.<br />

Falcón empuja generoso la fuente con el pastel de chivo hacia Antonio<br />

Guzmán Blanco, quien la rechaza sin poder reprimir un gesto de disgusto ante<br />

el plebeyo plato.<br />

Sin esperar la invitación, los dos políticos disfrazados de generales de opereta<br />

se sirven pantagruélicas porciones del pastel.<br />

Guzmán Blanco saca de una carpeta varias hojas de papel, y lee:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-En fin. Los términos del acuerdo del supremo comando de<br />

la revolución son: Uno. El general Juan Crisóstomo Falcón<br />

continuará desempeñando las funciones de Presidente de la<br />

República en Campaña. Dos. El general de división<br />

Ezequiel Zamora continuará desempeñando las funciones<br />

de Comandante en Jefe del Ejército Federal de Occidente,<br />

al cual se incorporarán las fuerzas conducidas por el<br />

general Juan Crisóstomo Falcón...<br />

Al escuchar el apellido de Falcón, el sargento G. Morón larga un escupitajo de<br />

chimó.


Disolvencia a la escena siguiente.<br />

ESCENA 26<br />

INTERIOR. NOCHE. COMEDOR DE UNA CASONA EN MESA DE<br />

TABASCA<br />

La misma mesa de la escena anterior, con los manteles arrugados, los<br />

cubiertos desperdigados y los candelabros encendidos, con las velas<br />

parpadeantes y a punto de consumirse. En el lugar que ocupaba la fuente con<br />

el pastel de chivo, un tablero de ajedrez. Si es posible, las piezas deberían ser<br />

de rústica artesanía. Frente a él, concentrado, con la frente apoyada en una<br />

mano, Zamora parece jugar una partida contra sí mismo antes de mover la<br />

primera pieza.<br />

Tras Zamora, hace guardia un llanero, lanza en mano.<br />

Entra Gaspers:<br />

GASPERS:<br />

-¿Ahora no duermes?<br />

ZAMORA:<br />

-Casi nunca.<br />

GASPERS:<br />

-Creía haberlo visto todo ¡Presidente de una revolución, un<br />

oportunista que negociaba acuerdos con la dictadura<br />

oligarca! ¡General, un político que sólo sabe hacer<br />

retiradas!<br />

ZAMORA:<br />

-La guerra es política... y la política es guerra. Que él<br />

negocie con sus políticos: el poder está en la punta de la<br />

lanza. Cuñado: es esencial mantener unido el partido<br />

liberal.<br />

GASPERS:<br />

-¿Para qué mantener unidos, el aceite y el vinagre?<br />

Zamora sonríe:<br />

ZAMORA:<br />

-Para hacer una ensalada.<br />

GASPERS:<br />

-Revolución sin ideología es piñata. Todos se arrodillan,<br />

hasta que se acaban los caramelos.<br />

ZAMORA:<br />

-El político vive de negociar fracasos. Mi única estrategia<br />

es el triunfo.


El llanero que hace guardia, somnoliento, resopla con un gesto de desprecio y<br />

levanta las cejas:<br />

LLANERO:<br />

-¡Estado Mayor de patiquines! ¡Hum!<br />

Absorto, Zamora cree haber encontrado una estrategia, y con un gesto arranca<br />

sobre el tablero, según su costumbre, con una salida de caballo.<br />

ESCENA 27<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMINO HACIA BARINAS<br />

Generador de caracteres: Barinas, abril de 1859<br />

Zamora cabalga con sus oficiales hacia Barinas.<br />

En un caney con un cobertizo de palma, un fuego de chamizas, topias y unos<br />

toscos enseres de cocina, Zamora divisa a un oficial federal que regaña<br />

destempladamente a un campesino y lo amenaza con fusilarlo, mientras<br />

escupe con asco. Varios soldaditos contemplan la escena, desconcertados.<br />

OFICIAL FEDERAL:<br />

-¡Carajo! ¡Qué porquería es ésta! ¡Soy capaz de fusilarlo!<br />

El campesino, espantado, retrocede hasta un poste del caney.<br />

Al presenciar el altercado, Zamora desvía su caballo, saluda con el sombrero<br />

de cogollo, y dice apaciblemente:<br />

ZAMORA:<br />

-Buenos días. ¿Qué le pasa al amigo?<br />

OFICIAL:<br />

-Le pedí de comer, me sirvió una vaina que parecía<br />

chicharrón, y después que empecé a comérmelos me di<br />

cuenta de que era una inmundicia, unos gusanos de palma<br />

fritos ¡El uniforme se respeta, no joda!<br />

El oficial levanta el brazo contra el campesino.<br />

Zamora se inclina desde la montura, toma una hoja de plátano con varios<br />

gusanos fritos que está sobre una tosca mesa de madera, y dice, con<br />

aprobación:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Es un plato exquisito!


Zamora ofrece los gusanos fritos con disimulada sonrisa a todos sus oficiales<br />

y a Gaspers. Éste los prueba con renuencia, y lanza una mirada dudosa hacia<br />

los oficiales, que muerden los gusanos con cautela, y a Zamora, quien<br />

entonces devora con gran apetito otro de los gusanos, y le da las gracias al<br />

campesino por haberles proporcionado bocado tan delicioso, al tiempo que les<br />

desliza unas monedas en la mano:<br />

ZAMORA:<br />

-Muchas gracias. Los mejores que he comido en mi vida.<br />

La comitiva arranca, y Gaspers pregunta a Zamora:<br />

GASPERS:<br />

-Cuñado, ¿Cuándo había probado usted esos gusanos?<br />

ZAMORA:<br />

-¡Nunca! Pero no puedo permitir que castiguen a un<br />

campesino que nos ayuda, ni desautorizar a un oficial<br />

delante de su tropa.<br />

Uno de los oficiales escupe, otros se atragantan, y Gaspers ríe por la pesada<br />

broma.<br />

Hacia la dirección de Barinas se escucha un nutrido tiroteo, y detonaciones de<br />

cañón.<br />

Zamora espolea el caballo, que inicia un ligero trote, que poco a poco se va<br />

volviendo galope.<br />

ESCENA 28<br />

EXTERIOR. DÍA. AFUERAS DE BARINAS<br />

Primer plano de varios de los hombres de Martín Espinoza, que elevan sus<br />

arcos, y colocan en ellos flechas incendiarias con las puntas ardiendo.<br />

Las flechas parten zumbando, y describen por el cielo fulgurantes parábolas.<br />

Las flechas caen en un alto pajonal, donde prenden fuego.<br />

Oficiales y soldados del ejército oligarca dan alaridos, haciendo inútiles<br />

esfuerzos para escapar del fuego dando sablazos y manotazos, tras lo cual<br />

echan a correr, entre nubes de humo.<br />

Aumenta el tronar de fusiles y cañones.<br />

ESCENA 29<br />

EXTERIOR. DÍA. CASA FUERTE DE BARINAS<br />

Generador de caracteres: Barinas


Una humareda se despeja lentamente, dejando ver a Zamora, Gaspers y sus<br />

oficiales que entran al galope con sus caballos por la calle que da a la casa<br />

fuerte de Barinas.<br />

Parapetados en las esquinas, tirados en el suelo, fusileros del ejército liberal<br />

disparan hacia la casa fuerte.<br />

Desde la casa fuerte contestan con un nutrido fuego por las troneras. También<br />

los conservadores disparan desde casas cercanas, con techos de paja.<br />

Desde las posiciones federales arqueros largan flechas incendiarias, que caen<br />

en los techos de paja tras lentas parábolas, y empiezan a incendiarlos.<br />

Una humareda brota desde las ventanas desde donde disparan los<br />

conservadores.<br />

Los conservadores se retiran hacia el interior de las ventanas. Si éstas no<br />

tienen rejas, saltan a la acera, o salen tosiendo por las puertas, y echan a correr<br />

agachados, intentando cubrirse de los ocasionales disparos, que hacen saltar<br />

surtidores de revoque y de bahareque.<br />

En medio del tiroteo reñido, se abre el portón de la casa fuerte, asoma el<br />

coronel Tesalio Cadenas Delgado con un cañoncito con ruedas por el portón,<br />

y dispara ayudado por dos servidores y por el viejo coronel Ramón Escobar.<br />

Tras el disparo del cañoncito, vuela un trozo de la esquina donde se parapetan<br />

varios soldaditos federales, que caen soltando los fusiles.<br />

Los servidores empiezan a recargar afanosamente el cañoncito por la boca.<br />

Aprovechando los breves instantes que toma la recarga, arremete la caballería<br />

liberal hacia el portón, con los jinetes tirados hasta el último instante sobre el<br />

flanco del caballo opuesto a la casa fuerte, para usar las bestias como escudo<br />

contra el fuego.<br />

En el último instante, se yerguen sobre las sillas, acribillan a lanzasos a los<br />

servidores del cañoncito.<br />

Cae el coronel Cadenas herido de un lanzazo, y los jinetes con lazos de soga<br />

cruda enlazan el cañoncito, que es arrastrado hacia una de las esquinas donde<br />

se parapetan los fusileros liberales.<br />

Uno de los lanceros atacantes se tira al suelo junto al sitio donde estaba el<br />

cañoncito, recoge tres balas de cañón y tres cartuchos con carga explosiva, y<br />

vuelve a su montura a toda velocidad.<br />

Zamora verifica la carga, ajusta la posición de tiro del cañoncito, y acciona el<br />

percutor. El cañoncito dispara, y recula, casi saltando.


Revienta un trozo de muro junto al portón.<br />

De la nube de polvo surge trabajosamente el viejo coronel Ramón<br />

Escobar, al cual la explosión ha herido seriamente en un brazo. Con inmenso<br />

esfuerzo y coraje, el viejo se incorpora, se para desafiante entre los escombros,<br />

y grita:<br />

EZEQUIEL ESCOBAR:<br />

-¡Mosca!<br />

Zamora se pone ambas manos alrededor de la boca para hacer bocina y le<br />

grita, en tono zumbón:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Viejo oligarca, godo miserable, no combatas con<br />

los enemigos de la República, vente a nuestras filas<br />

que son las de la libertad!<br />

El anciano coronel se yergue, todavía tambaleante y sangrando, y grita:<br />

EZEQUIEL ESCOBAR:<br />

-¡Escobar se orina en los zapatos, pero no ensucia la<br />

cobija!<br />

Zamora menea la cabeza:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Qué viejo tan guapo! ¡Ojalá todos los enemigos<br />

fueran como él!<br />

Zamora deja el cañoncito, monta en su caballo y arranca al galope hacia el<br />

portón casi derruido, blandiendo el sable.<br />

De una sola arremetida, jinetes y soldaditos atacan hacia el portón, lanzando<br />

un unánime alarido. <br />

ESCENA 30<br />

EXTERIOR. DÍA. FACHADA DE LA CASA FUERTE DE BARINAS<br />

Ante la castigada fachada de la casa fuerte de Barinas, delante de una hilera de<br />

soldaditos y jinetes y de una hilera de oficiales del bando liberal, Zamora,<br />

con las ropas desgarradas por la pelea, el pelo desordenado y una pequeña<br />

herida en la cara, anuncia la ejecución del plan político que adopta en todas las<br />

zonas que ocupa:<br />

ZAMORA:


-Con Barinas, tomamos trescientos fusiles, cañones y más<br />

de doscientas cargas de pertrecho. Tengo un solo plan para<br />

acabar con la guerra ¡En los Llanos la tierra no es de nadie,<br />

es de todos en uso y costumbres, y además, antes de la<br />

llegada de los españoles, los abuelos de los godos de hoy,<br />

la tierra era común, como lo es el agua, el aire y el sol! ¡La<br />

propiedad es un robo cuando no es consecuencia del<br />

trabajo!<br />

Contraplano de soldaditos y hombres, mujeres y niños del pueblo, que<br />

ovacionan y gritan, y al fin rompen las barreras entre hombre y armas y<br />

hombres del pueblo y llevan en hombros a Zamora:<br />

SOLDADOS Y PUEBLO:<br />

-¡Tierras y hombres libres! ¡Tierras y hombres libres!<br />

Uno de los generales liberales, José Ignacio Pulido, da media vuelta y se retira<br />

ofendido.


ZAMORA CAPÍTULO 4:<br />

ESPÉREME EN SANTA INÉS<br />

ESCENA 1<br />

INTERIOR. DÍA. CASA EN SANTA INÉS<br />

Generador de caracteres: Santa Inés<br />

Patio y corredor aledaño de una casa grande en Santa Inés, con una gran mesa<br />

abarrotada de platos rotos, restos de comida, fuentes y botellas volcadas y un<br />

blanco mantel desgarrado.<br />

Alrededor de la mesa, Martín Espinoza y sus seguidores, tanto los célebres<br />

Perro, Onza, Tigre, León, Mapanare Toro, Lobo y Cascabel, como soldaditos,<br />

campesinos, mujeres pobres.<br />

Muchos de los presentes están tirados en el suelo, ebrios; otros duermen<br />

apoyados en la mesa. En las paredes lucen grandes manchones de sangre.<br />

Grandes espejos de cuerpo entero en marcos reclinables multiplican la escena.<br />

Acodada sobre la mesa, una vieja mujer del pueblo se afana ante un espejo,<br />

tocada con un absurdo sombrero emplumado de dama rica de la época,<br />

recargada de zarcillos, untándose con los toscos dedos cremas y carmín hasta<br />

hacer de su rostro una espantosa máscara goyesca.<br />

Sobre la mesa y los cuerpos desgonzados picotean apacibles gallinas. Uno que<br />

otro perro olisquea los restos de comida y lame los cuerpos inmóviles.<br />

Una joven muchacha semidesnuda se aprieta con pavor las ropas desgarradas,<br />

con la cara y el busto apenas cubiertos por la desordenada cabellera y un<br />

transparente velo de novia.


El brujo Tiburcio, con el ya estropeado manto suntuoso del santo sobre el<br />

torso desnudo, oficia un salvaje rito matrimonial, recitando con áspera voz el<br />

texto de Mateo 22:<br />

TIBURCIO:<br />

-“El Rey, montando en cólera, envió sus ejércitos, hizo<br />

matar a aquellos asesinos y dio su ciudad a las llamas.<br />

Después dijo a sus siervos: el banquete está dispuesto, pero<br />

los invitados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los<br />

campos, y a cuantos encontréis llamadlos a las bodas”.<br />

Martín Espinoza, tirado sobre una de las sillas de cuero claveteado de la mesa,<br />

en la mano la sortija con gran esmeralda que arrebató al godo en escena<br />

anterior, vestido con unos calzones desgarrados, muestra una pierna vendada y<br />

ensangrentada apoyada en otra silla. Espinoza ordena con voz ronca y como<br />

ausente:<br />

MARTÍN ESPINOZA:<br />

-Besen a la novia.<br />

La muchacha grita y se tapa la cara con las manos.<br />

Uno a uno, los trece seguidores semidesnudos de Espinoza dan a la novia<br />

lascivos besos, manoseándola como para devorarla en una sugerencia de<br />

posesión carnal. Pero los terribles guerrilleros lucen sobre sus rudos aperos<br />

pringados en sangre nuevos y contradictorios detalles:<br />

Perro luce sobre el pecho desnudo un cuello de celuloide, con una disparatada<br />

corbata y un pisacorbatas con ostentosa perla.<br />

Mapanare sonríe mostrando en sus orejas decorativos zarcillos de oro y en la<br />

cabeza un lustroso sombrero de copa.<br />

Onza tiene en el cuello toda una quincalla de relumbrantes collares de oro y<br />

plata, y distraídamente mece en la mano una gran copa de coñac, llena quizá<br />

de aguardiente de culebra.<br />

TIBURCIO:<br />

-Y desde ahora serán una sola carne.<br />

La muchacha prorrumpe en alaridos, y la cámara se desvía para enfocar en<br />

primer plano al Tahúr, con atildado traje de petimetre, que danza por todos<br />

los rincones del banquete, batiendo obsesivamente un cubilete de dados que de<br />

cuando en cuando arroja sobre la mesa llena de copas volcadas y joyas<br />

desperdigadas, sobre una muchacha desnuda ebria, sobre un cuerpo bañado en<br />

sangre, gritando un sonsonete histérico, sin tomar respiración, que llena como<br />

un fondo sonoro toda la escena:<br />

EL TAHÚR:


-¡Juegue juegue su merced con la jugada de la suerte hoy<br />

pobre mañana rico juegue juegue con la jugada de la suerte<br />

juegue su turno hoy pobre mañana rico juegue su grado<br />

juegue el partido juegue su hacienda juegue su mujer<br />

juegue su hijo juegue su botín hoy pobre mañana rico<br />

juegue el ganado juegue su sueldo apueste al doble seis la<br />

jugada de la suerte!<br />

En su frenesí de arrojar dados aquí y allá, el Tahúr se acerca a la puerta de la<br />

galería y topa con Zamora, que entra acompañado de varios lanceros.<br />

Zamora ase al tahúr, y de un empellón tremendo lo arroja fuera del patio:<br />

ZAMORA:<br />

-¡La Revolución no es casino!<br />

El cubilete rueda hacia la mesa, y los dados ruedan hasta cerca del herido<br />

Martín Espinoza, mostrando el doble seis.<br />

La muchacha cubierta con el velo de novia da un alarido, se desase de uno de<br />

los secuaces de Espinoza, y escapa del patio, mientras en él van entrando<br />

varios de los hombres armados de Zamora, que se plantan en hilera.<br />

ESPINOZA:<br />

-¿Qué hace aquí, catire? ¿No sabe que en Santa Inés sale el<br />

diablo?<br />

Zamora toma una silla, se sienta al revés, acodándose en el respaldo, y se<br />

enfrenta a Espinoza, hablando con tensa calma:<br />

ZAMORA:<br />

-Martín, tercera vez que te insubordinas contra una orden<br />

de unir tus tropas con las del ejército federal.<br />

Al lado de Zamora, un espejo replica la imagen de Espinoza.<br />

En contraplano, Espinoza muestra con desdén su pierna vendada.<br />

ESPINOZA:<br />

-Me herí enlazando un toro.<br />

Al lado de Espinoza, un espejo refleja la tensa figura de Zamora, acodado en<br />

la silla. Zamora pasea la mirada por las baratijas acumuladas por todo el patio:<br />

ZAMORA:<br />

-Las órdenes son: tomar lo indispensable para la guerra,<br />

ganado, armas. No hay que robar por robar, ni matar por<br />

matar.<br />

ESPINOZA:<br />

-El negocio del godo es el saqueo, y llama saqueo a la<br />

guerra que se hace contra el godo. Nos roban todo y nos


matan a todos. Derraman el mar de sangre y después se<br />

espantan de la gota.<br />

ZAMORA:<br />

-No podemos ser iguales a los oligarcas.<br />

ESCENA 2<br />

INTERIOR. DÍA. PEQUEÑA SALA DE CORTE MARCIAL<br />

Abrupto corte a una salita semidesnuda con una silla donde Zamora sigue<br />

sentado, acodado en el respaldo de una silla. Martín Espinoza esta tirado<br />

sobre dos sillas, con su pierna herida apoyada en una de ellas, flanqueado por<br />

dos soldaditos. Ante mesa están sentados tres oficiales liberales que ofician<br />

de jueces.<br />

La posición de Zamora y la de Espinoza en esta nueva locación es, en lo<br />

posible, idéntica a las que tenían en el desordenado patio. Espinoza alza la<br />

mirada y habla, con serenidad, como si contemplara de lejos la escena o ya la<br />

hubiera previsto:<br />

MARTÍN ESPINOZA:<br />

-¡Mírate bien, Ezequiel! Tú eres quien te pareces cada vez<br />

más a los oligarcas. Aceptas como Presidente a Falcón, un<br />

inútil que no ha ganado una batalla, pero que es rico.<br />

Soportas a Antoñito Guzmán, un patiquín oportunista,<br />

porque su papá es un político que se transa con políticos.<br />

Los oligarcas nos declararon la guerra a los pobres. Y la<br />

guerra es una sola cosa: ¡Engrille!<br />

A espaldas de Espinoza, un espejo refleja el rostro pálido de Zamora. Mientras<br />

Espinoza habla, los tres oficiales liberales garrapatean con rasposas plumas de<br />

ganso sobre cuartillas. Espinoza dice al fin, con infinito cansancio;<br />

MARTÍN ESPINOZA:<br />

-Ni que matara todos los godos del mundo podría llenar le<br />

hueco que me dejaron en el pecho. No nací para rico. Me<br />

cansé de matar.<br />

El oficial sentado en el centro estampa un sello violentamente sobre una hoja,<br />

la levanta a la altura de sus ojos, y disponiéndose a leer, carraspea.<br />

ESCENA 3<br />

EXTERIOR. DÍA. PLAZA DE SANTA INÉS


Los dos soldaditos que flanqueaban a Espinoza en la sala de la corte marcial lo<br />

recuestan a un samán en una plaza que es más bien un pajonal.<br />

El brujo Tiburcio le acerca a la boca el largo crucifijo con una lanza atada en<br />

la punta. Espinoza desvía la cara, por no besarlo.<br />

ESPINOZA:<br />

-El perdón es un engaño.<br />

Un pelotón de fusilamiento prepara sus armas, dirigido por el oficial que leyó<br />

el papel.<br />

OFICIAL:<br />

-¡Preparen! ¡Apunten!<br />

Espinoza se quita una sortija con una esmeralda:<br />

ESPINOZA:<br />

-Le corté el dedo a un godo para quitársela. Es lo<br />

único que tengo después de mil años de guerra. ¡No<br />

voy a dejar que nadie se la devuelva!<br />

Espinoza arroja la sortija a un pajonal.<br />

Efecto especial: En cámara lenta, la sortija vuela, girando, y el sol le arranca<br />

un fulgor maligno.<br />

Resuena la descarga.<br />

El estruendo causa tremenda conmoción en Zamora, quien presencia la<br />

ejecución a caballo y cierra los ojos mientras su rostro se contrae como si de<br />

nuevo lo estremeciera el tifo.<br />

Al levantar la mirada, vuelve a sacudirlo la detonación del tiro de gracia.<br />

Zamora vuelve la mirada en la dirección de un galope que se aproxima.<br />

Gaspers, fatigado y polvoriento, llega a caballo hasta el conmocionado<br />

Zamora, y le habla mientras da vueltas a caballo alrededor de él:<br />

GASPERS:<br />

-En la sala del Estado Mayor en Barinas te esperan<br />

Antonio Guzmán Blanco y el Presidente federal Juan<br />

Crisóstomo Falcón. Pero te aviso que...<br />

La cámara se aleja mientras Gaspers dice a Zamora algo que no escuchamos<br />

entre el estruendo de los cascos, mientras los caballos de ambos dan vueltas<br />

antes de arrancar entre nubes de polvo.<br />

ESCENA 4


INTERIOR. DÍA. SALA DEL ESTADO MAYOR EN BARINAS<br />

En la sala del Estado Mayor en Barinas, Falcón, con operático uniforme de<br />

general y banda presidencial, se queja ante Zamora, tremolando tembloroso un<br />

papel en la mano:<br />

FALCÓN:<br />

-Su secretario, el oficial y doctor Francisco Iriarte,<br />

me ha ocultado una correspondencia del general Juan<br />

Antonio Sotillo, Jefe de las tropas federales de<br />

Oriente, en la cual éste manifiesta que sus fuerzas<br />

sólo reconocen como jefe “único” a Zamora.<br />

Tras de Falcón, hay un gran espejo, en el cual vemos a Zamora flanqueado por<br />

dos edecanes de Falcón, cuya pose guarda una remota similitud con la de los<br />

soldaditos que flanqueaban a Martín Espinoza ante el Consejo de Guerra que<br />

condenó al guerrillero.<br />

Al lado de Falcón, Antonio Guzmán Blanco toma una silla, le da vuelta con<br />

ágil gesto, y se sienta con acodándose en el respaldo, con un gesto<br />

impertinente de cejas alzadas, que pareciera esperar una explicación.<br />

ESCENA 5<br />

EXTERIOR. DÍA. PATIO CON SOLDADOS LIBERALES<br />

ACAMPADOS<br />

Gaspers entra a la carrera en un gran patio, con numerosos chinchorros<br />

colgados en la galería adyacente, y soldados que preparan rancho en una<br />

hoguera, descansan apoyados contra la pared o revisan sus sillas de montar.<br />

GASPERS:<br />

-¡A la plaza frente a la casa fuerte! ¡Rápido!<br />

¡Avísenle a todos!<br />

ESCENA 6<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DEL ESTADO MAYOR EN BARINAS<br />

Zamora clava una mirada feroz en Falcón, quien es incapaz de sostenérsela y<br />

palidece.<br />

ZAMORA:<br />

-En esa carta el general Sotillo, que tiene seis<br />

mil llaneros en armas en Oriente, ofrece tres<br />

mil quinientos para reforzar nuestro ejército de<br />

Occidente.


Zamora echa mano de su revólver, con el consiguiente sobresalto de Falcón y<br />

Guzmán, pero en lugar de amenazarlos pone el arma en la mesa, con la<br />

empuñadura hacia Falcón.<br />

Con un inconcebible esfuerzo para dominarse, con voz ronca, Zamora por fin<br />

articula:<br />

ZAMORA:<br />

-No debe haber diferencias en el Estado Mayor<br />

de la Revolución. Pongo mi cargo de<br />

Comandante en Jefe a la orden, y solicito<br />

pasaporte para retirarme a la Nueva Granada, a<br />

llevar mi vida privada.<br />

Zamora da media vuelta, violentamente, y se retira.<br />

Ni Falcón ni Antonio Guzmán Blanco se atreven a hacer otro gesto que mirar<br />

el revólver, que permanece sobre la dorada carpeta de la mesa.<br />

Un vocerío que da vivas a Zamora empieza a escucharse.<br />

ESCENA 7<br />

EXTERIOR. DÍA. PLAZA ANTE LA CASA FUERTE DE BARINAS<br />

Al salir a la calle por el derruido portón, Zamora encuentra que una<br />

muchedumbre de soldados, al frente de la cual está Gaspers, repleta la plaza y<br />

lo vitorea. A medida que Zamora avanza, los vítores se van convirtiendo en<br />

aclamación.<br />

SOLDADOS:<br />

-¡Zamora! ¡Zamora! ¡Zamora! ¡Tierras y hombres<br />

libres!<br />

ESCENA 8<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DEL ESTADO MAYOR EN BARINAS<br />

Antonio Guzmán Blanco y Juan Crisóstomo Falcón se cruzan significativas<br />

miradas, demudados.<br />

ESCENA 9<br />

EXTERIOR. DÍA. PLAZA ANTE LA CASA FUERTE DE BARINAS<br />

Zamora cruza la calle dando grandes trancos, entre las aclamaciones de sus<br />

soldados, que agitan fusiles y lanzas en alto, hasta formar una especie de túnel<br />

de armas por el cual avanza Zamora protegido.<br />

Juan Gaspers, acostumbrado a las repentinas marchas de Zamora, cree que se<br />

inicia otra atropellada movilización y pregunta:


GASPERS:<br />

-¿Ensillamos?<br />

ZAMORA:<br />

-No más carreras. Ahora les toca correr a ellos.<br />

ESCENA 10<br />

EXTERIOR. NOCHE. PLAZA DE SANTA INÉS<br />

Generador de caracteres: Santa Inés, diciembre de 1859<br />

Noche estrellada en el vivac, a la luz de las hogueras. Viviana, al lado de su<br />

gran haz de chamizas, con una tapara que cuelga de su hombro amarrada con<br />

mecatillo, habla con una vieja mujer, añadiendo ocasionalmente una chamiza<br />

a la hoguera, mientras el Mendigo Negro guarda silencio, inmóvil como una<br />

planta, al lado de otro mendigo desarrapado, con una venda sobre los ojos,<br />

que toca en un cuatro una vieja melodía llanera.<br />

Viviana dice a la vieja mujer:<br />

VIVIANA:<br />

-Mi papá se fue a la guerra y mi mamá se fue a la luna. Allá<br />

está siempre, recogiendo chamizas.<br />

Viviana señala con una mano hacia el cielo.<br />

Primerísimo primer plano de la luna, con la mancha grisácea que semeja<br />

vagamente una mujer cargando chamizas.<br />

EFECTO ESPECIAL: Una estrella fugaz cruza por el cielo.<br />

VIEJA:<br />

-Dí un deseo.<br />

VIVIANA:<br />

-Que se cumplan todos los deseos.<br />

VIEJA:<br />

-Los ángeles son muy mezquinos. Sólo muy de cuando en<br />

cuando dejan caer una estrella.<br />

VIVIANA:<br />

-Hay que subir el cielo, y bajarlas. El cielo empieza en la<br />

tierra. Allá, en el borde de la llanura.<br />

Viviana señala hacia el horizonte. Gaspers, que se ha acercado<br />

silenciosamente, toma de la barbilla a Viviana, y se la queda mirando largo<br />

rato. Al fin, se ajusta los lentes, y pregunta:


GASPERS:<br />

-Mis ojos y mis oídos. ¿Qué informes tienen?<br />

Una repentina ráfaga hace volar chispas de la hoguera.<br />

ESCENA 11<br />

EXTERIOR. AMANECER. CAMPAMENTO MILITAR EN SANTA<br />

INÉS<br />

A la luz de otra hoguera, que se extingue lentamente, Gaspers rinde cuentas a<br />

Zamora de los informes de la red de inteligencia que ha creado<br />

(históricamente, la red de espías fue creada por el británico-venezolano José<br />

Brandford, pero cinematográficamente se puede fundir su papel con el de<br />

Gaspers). Gaspers hace con una chamiza rudimentarios trazados sobre la<br />

tierra.<br />

GASPERS:<br />

-Mis informantes y los de José Brandford cuentan<br />

que un ejército oligarca de 7.500 hombres viene<br />

desde San Carlos y otro de unos 3.500 baja desde<br />

Trujillo y Mérida. Serán como once mil en total. Mis<br />

contactos de Caracas cuentan que allá levantan<br />

fondos para reclutar otros dieciséis mil. Nosotros<br />

tenemos algo más de siete mil, si contamos los<br />

irregulares. ¿Nos movemos?<br />

ZAMORA;<br />

-No. Hay que combatir siempre al enemigo en el<br />

terreno y las condiciones más favorables para<br />

nosotros ¡Aquí, en Santa Inés, será la tumba militar<br />

de la oligarquía!<br />

GASPERS:<br />

-Me dicen que en Santa Inés sale el diablo.<br />

ZAMORA:<br />

-El diablo le va a salir a los godos.<br />

GASPERS:<br />

-El diablo es uno mismo...<br />

ZAMORA:<br />

-Hay que acabar con el ejército de la oligarquía, para<br />

poder hacer la revolución en Venezuela.<br />

GASPERS:


-La revolución tiene más enemigos que la justicia.<br />

Necesitamos más fusiles.<br />

Zamora toma una pala que está cerca del fuego, la clava en tierra, y dice:<br />

ZAMORA:<br />

-Fusiles no, palas.<br />

Gaspers frunce el ceño:<br />

GASPERS:<br />

-¿Palas?<br />

Zamora sonríe:<br />

ZAMORA:<br />

-Cuñado: ¿Ya te olvidaste cómo luchan contra el<br />

ejército los obreros en Europa?<br />

Gaspers ríe, y se da una palmada en la frente, comprendiendo por fin.<br />

ESCENA 12<br />

EXTERIOR. AMANECER. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

Primer plano de un gallo que canta, anunciando el día.<br />

Corneta con sombrero de cogollo que toca la diana.<br />

En distintos lugares del campo los hombres de Zamora cavan afanosamente<br />

con palas, chícuras y escardillas, arrojando paletadas de tierra al aire.<br />

En la salida de Santa Inés hacia el campo, los soldaditos instalan con palancas<br />

pesados troncos que servirán de barricadas.<br />

ESCENA 13<br />

EXTERIOR. AMANECER. CAMPOS CERCA DE SANTA INÉS<br />

El Mendigo Negro, con su piedra de afilar a cuestas y su lento y fatigoso andar<br />

de tortuga, avanza por una trocha en el descampado.<br />

Un estrépito de galope de caballos se va intensificando. El Mendigo Negro<br />

intenta acelerar su marcha, sin lograr más que un patético renqueo.<br />

A sus lados entran en el campo visual dos caballos montados por jinetes del<br />

ejército conservador, que lo flanquean y dan vueltas a su alrededor.<br />

El Mendigo Negro se detiene, comprendiendo que la huída es imposible.<br />

ESCENA 14<br />

EXTERIOR. AMANECER. CAMPOS FUERA DE SANTA INÉS<br />

El Mendigo Negro, sentado en el suelo y encorvado sobre su piedra, da<br />

vueltas a la manivela afilando lentamente una bayoneta, sin levantar la mirada.


El General Pedro Estanislao Ramos, de pie, sosteniendo las bridas de su<br />

caballo, interroga al Mendigo Negro:<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¿De dónde vienes?<br />

CIEGO:<br />

-De Santa Inés.<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¿Qué hacías por este peladero?<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-Venía para el Real juyendo de la guerra.<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-Tú sabes dónde está la gente de Zamora.<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-No sé.<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-He oído de un viejo que afila gratis los hierros de<br />

los pobres. Los ricos pagamos.<br />

El general arroja unos centavos al lado del Mendigo Negro. Éste no mueve la<br />

cabeza para mirarlos, y sigue afilando desganadamente la bayoneta.<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-Vamos a ver si el hierro está bien afilado.<br />

A un gesto del general, dos soldados inmovilizan al Mendigo Negro en una<br />

incómoda presa, agarrándolo por los brazos y el cuello. Otro soldado le acerca<br />

la bayoneta al cuello.<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-No sé.<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-Dicen que en Santa Inés sale el diablo. A ti te salió<br />

tu propio filo ¿Dónde está la gente de Zamora?<br />

El soldado pincha con la bayoneta el cuello del Mendigo Negro, quien puja y<br />

aguanta. El soldado vuelve a pinchar, con más fuerza. El Mendigo Negro<br />

grita, no pudiendo aguantarse:<br />

MENDIGO NEGRO:<br />

-¡Sí, ahí están, en el monte, detrás del paso del río..!<br />

Llevan tres días esperándolos... No se vaya a meter<br />

por ahí, métanse por el paso del Bostero y sigan<br />

hacia el Guamillo, que ahí sólo hay unos pocos<br />

caballos y una gentecita de a pie...


Los soldados que tienen asido al Viejo Ciego miran al general Ramos, quien<br />

hace un gesto afirmativo.<br />

El soldado con la bayoneta la pasa por la garganta del Mendigo Negro, quien<br />

empieza un alarido que se corta con su aliento.<br />

El general Ramos se agacha e, impasible, recoge las monedas del suelo.<br />

Empieza a soplar un fuerte viento, que arrastra briznas de paja.<br />

Si es posible, durante toda la secuencia de la batalla de Santa Inés, se hará que<br />

sople un fuerte viento, con diversos grados de intensidad, que corresponde al<br />

llamado “barinés”, un viento frío que baja desde la cordillera andina por el<br />

piedemonte hasta barrer el llano.<br />

Sería deseable que, a partir de esta escena, todas las referidas a la secuencia de<br />

la batalla de Santa Inés tuvieran un clima onírico, propiciado por la insistente<br />

ventolera, las banderolas, gallardetes y ropas desgarradas tremoladas por el<br />

viento barinés, una cierta lentitud en los movimientos, a veces explícita en la<br />

cámara lenta, y una trágica serenidad en los protagonistas.<br />

ESCENA 15<br />

EXTERIOR. DÍA. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

El general Ramos, a caballo, conduce la vanguardia de la caballería del<br />

ejército oligarca que avanza hacia Santa Inés, por un terreno que presenta un<br />

largo declive.<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¡Por ahí! ¡Por el paso del Bostero!<br />

Desde el punto de vista del general Ramos vemos algunas partidas de<br />

exploradores zamoristas a caballo que avistan al ejército oligarca, frenan sus<br />

caballos, vuelven grupas y escapan a todo galope entre la polvareda que<br />

arrastra el creciente viento.<br />

Al frente del ejército oligarca, el general Pedro Estanislao Ramos se sostiene<br />

el kepis militar para evitar que las ráfagas se lo arrebaten, y refunfuña:<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¡Cobardes! Siguen huyendo... Ya se escapan hacia<br />

los llanos de Apure. ¡Paso redoblado!<br />

El general Ramos se yergue sobre el caballo, y grita a la sabana, desafiante:<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¡Zamora, por si te atreves! ¡Espérame en Santa Inés!<br />

El tambor de una unidad de infantería toca paso redoblado.<br />

La vanguardia de caballería del ejército oligarca continúa su avance,<br />

acelerando su marcha, seguida por las unidades de infantería, que inician un<br />

trote.


Desde una trinchera improvisada, un fusilero zamorista apunta el fusil y, con<br />

premeditación, dispara el primer tiro de la batalla.<br />

A su lado, dos fusileros más disparan, miran hacia el enemigo, vuelven las<br />

espaldas y echan a correr.<br />

Al dejar el reparo y huir, se advierten otros hombres del ejército federal que,<br />

disparando a la carrera, también vuelven espaldas y corren.<br />

El general Ramos se llena de alegría, y desenvaina el sable:<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¡Huyen! ¡Se acabó Zamora! ¡A la carga!<br />

Las unidades oligarcas avanzan a la carrera, con un clamor victorioso,<br />

mientras los desperdigados zamoristas siguen huyendo tras hacer pocos<br />

disparos espaciados, dejando espesas humaredas que el viento disipa.<br />

Mientras el ejército oligarca acelera su carrera triunfalista, empiezan un<br />

maraquero y un cuatrista a interpretar alternativamente en Off el contrapunteo<br />

de la época llamado “Golpe de Asamblea”:<br />

MARAQUERO Y CUATRISTA:<br />

-Agora mismo diré<br />

para que lo sepan todos<br />

lo que le pasó a los godos<br />

camino de Santa Iné.<br />

-Diga, pues, vale, qué fue<br />

yo estaba en ese lugar<br />

y también puedo contar<br />

ese susto que pasé.<br />

-Yo la fui con los centrales<br />

mas no la fui por mi gusto.<br />

-Y yo, vale, pasé el susto<br />

junto con los federales.<br />

-En Valencia la recluta<br />

fue de todo bicho de uña,<br />

y topó este negro Acuña<br />

con la comisión más bruta.<br />

Me metieron a la fila<br />

Y entre empujones y plan<br />

Camino del llano van<br />

Los reclutas a la jila...


ESCENA 16<br />

EXTERIOR. MAÑANA. ALREDEDORES DE EL TRAPICHE, EN<br />

SANTA INÉS<br />

Mientras resuena el “Golpe de Asamblea”, los soldados liberales siguen<br />

huyendo a la carrera, en una fuga que se ha convertido en desbandada.<br />

Los soldados del ejército oligarca avanzan por una trocha que corre en el<br />

medio de una especie de valle que desciende hacia Santa Inés, y se detienen<br />

ocasionalmente, para hacer nutridas descargas de fusilería.<br />

Uno que otro soldado liberal cae, soltando el fusil.<br />

El contingente oligarca emprende una carrera triunfal hacia las casas de El<br />

Trapiche, un conjunto de edificaciones y ranchos que rodea a una molienda de<br />

caña en la vía hacia Santa Inés.<br />

La caballería acelera su paso, la infantería la sigue con un alarido unánime.<br />

Las unidades de artillería los siguen, arrastrando sus trepidantes cañones.<br />

La cámara enfoca el creciente ritmo del trote de las patas de los caballos, de la<br />

carrera de los infantes, de las traqueteantes ruedas de los cañones, sugiriendo<br />

un avance cada vez más veloz e irresistible.<br />

De repente, los zamoristas parapetados en El Trapiche abren un poderoso<br />

fuego de fusilería desde ventanas, trincheras y tejados.<br />

Las descargas diezman a los oligarcas. Éstos detienen su carrera, buscan<br />

inútilmente cobijo en el campo con vegetación muy rala.<br />

El viejo oficial de artillería Olegario Meneses ordena a sus hombres instalar<br />

un cañón, verifica su posición y tira del percutor. El cañón dispara, dando un<br />

retroceso. La bala zumba, ominosa.<br />

El disparo levanta un surtidor de mampostería de uno de los muros de El<br />

Trapiche.<br />

Un disparo echa por tierra el caballo del general Pedro Ramos. Levantándose,<br />

aturdido, parapetado tras su caballo que cocea tirado en el suelo, ordena:<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¡Que ataque la segunda división!... ¡Hay que<br />

tomarles los parapetos!<br />

Gritando para darse ánimo, los soldados de la segunda división del ejército<br />

oligarca tratan de penetrar en las calles del pequeño grupo de edificaciones.<br />

Nuevo trueno de los fusiles de los soldados del ejército liberal, parapetados<br />

tras los muros El Trapiche.<br />

La segunda división, al igual que de la primera, es diezmada por un sostenido<br />

fuego, que detiene su empuje. Largos penachos de humo de pólvora nieblan la<br />

escena.


Caballos y soldados del ejército oligarca ruedan por tierra, en vano esfuerzo<br />

por llegar a las edificaciones.<br />

Sin embargo, el fuego de los zamoristas se va haciendo cada vez más<br />

espaciado, mientras que los soldados del ejército conservador, reponiéndose,<br />

contestan con un fuego cada vez más nutrido.<br />

El general Pedro Ramos asoma la cabeza detrás del cuerpo del caballo con el<br />

cual se escuda, y ordena al corneta tocar para el último ataque.<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¡Ataque!<br />

ESCENA 17<br />

EXTERIOR. DÍA. EDIFICACIONES DE EL TRAPICHE.<br />

Los restos del ejército oligarca avanzan disparando, sin encontrar a su paso<br />

más que cadáveres, heridos inmovilizados y restos de desperdigada<br />

resistencia.<br />

Los primeros soldados de infantería saltan una trinchera de troncos, y<br />

encuentran sólo muertos y armas abandonadas.<br />

El general Pedro Ramos y su Estado Mayor, revólveres y sables en mano,<br />

entran cautelosamente en El Trapiche, una gran casa con grandes montones de<br />

caña cortada.<br />

Sus tropas van ocupando el terreno, cargando hasta las edificaciones una gran<br />

cantidad de heridos, que un cirujano apenas puede atender, limitándose a<br />

decir a los portadores, señalando hacia el trapiche, mientras carga un pesado<br />

maletín de cuero negro:<br />

CIRUJANO:<br />

-Ahí... colóquenlos dentro... a cubierto... Más allá...<br />

¡Donde puedan! ¡Donde quepan!<br />

El cirujano, rebasado, se lleva las manos a la cabeza.<br />

ESCENA 18<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMPANARIO DE PEQUEÑA IGLESIA<br />

Un soldado liberal toca las campanas de la iglesia de Santa Inés.<br />

Si se dispone de un campanario muy pequeño, basta que se filme una campana<br />

que toca.<br />

ESCENA 19<br />

INTERIOR. DÍA. ESTADO MAYOR EN SANTA INÉS


En la casa que aloja el Estado Mayor de los federales, Zamora comenta, con la<br />

mayor tranquilidad, con la mirada perdida:<br />

ZAMORA:<br />

-Ya tomaron El Trapiche.<br />

Juan Crisóstomo Falcón y Guzmán Blanco saltan demudados de sus sillas ante<br />

la mesa con los rudimentarios mapas, al verificar la cercanía del enemigo.<br />

Detrás de Falcón, como una sombra, el sargento G. Morón, que fusil en mano<br />

funge como una especie de guardaespaldas.<br />

Añade Zamora:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Pisaron el peine!<br />

ESCENA 20<br />

EXTERIOR. DÍA. CAMPO EN LAS AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

Los cornetas del ejército oligarca tocan ataque.<br />

Arengados por sus oficiales, los soldados salen a campo descubierto a<br />

perseguir a los zamoristas que huyen en dirección hacia Santa Inés, largando<br />

apenas disparos sueltos.<br />

Montado en un caballo fresco, el general Pedro Ramos grita, sable en mano,<br />

señalando hacia los fugitivos.<br />

La caballería del ejército oligarca galopa en la dirección señalada, y tras ellos,<br />

a la carrera, los soldados de infantería, que avanzan un buen trecho acelerando<br />

cada vez más la marcha hacia las afueras de Santa Inés.<br />

Centenares de metros más adelante, desde otras trincheras más retiradas y<br />

mejor cavadas el ejército federal los recibe de nuevo con un fuego implacable,<br />

que los diezma.<br />

Arrastrados con infinito esfuerzo por soldados de infantería, llegan dos<br />

canones del ejército oligarca.<br />

Los artilleros del ejército oligarca, dirigidos por el viejo oficial Meneses,<br />

disparan cañonazos que parecen sacudir sin dañar las fortísimas barricadas<br />

de troncos que cierran el paso hacia las calles de Santa Inés.<br />

ESCENA 21<br />

EXTERIOR. TARDE. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

Zamora espolea su caballo hacia una loma que domina el campo de batalla,<br />

con el sombrero adornado con flores amarillas de la sabana, viendo el terrible<br />

espectáculo en compañía de Gaspers y de algunos oficiales, y repite, como<br />

reprochando la imprudencia de sus enemigos:<br />

ZAMORA:


-No se debe sacrificar vidas contra posiciones<br />

intomables...<br />

ESCENA 22<br />

EXTERIOR. TARDE. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

Zamora y Gaspers espolean sus caballos hacia las tropas del ejército oligarca<br />

que se retira, y del campo abierto van pasando a una zona con ocasionales<br />

matorrales altos.<br />

Una que otra bala silba.<br />

GASPERS:<br />

-Cuidado con las balas, cuñado.<br />

ZAMORA:<br />

-Los godos están muy lejos para darnos.<br />

GASPERS:<br />

-Para matar al pueblo, basta acertarle en la cabeza.<br />

ZAMORA:<br />

-¿Y para matar a la oligarquía?<br />

GASPERS:<br />

-Es muy difícil: la codicia tiene mil cabezas.<br />

Se escucha, cercano, el chasquido del cerrojo de un fusil.<br />

Gaspers voltea, interpone violentamente su caballo tras el de Zamora.<br />

Suena una detonación, silba una bala.<br />

Gaspers cae aparatosamente, herido de bala en la espalda.<br />

Zamora desmonta, intenta reanimar al amigo que agoniza sacudiéndolo.<br />

Varios soldados arrastran a ambos hacia unos matorrales que los cubren<br />

visualmente del disperso fuego.<br />

Viviana, que recorría el campo de batalla con su haz de chamizas a la espalda<br />

y una tapara colgando de ésta, echa a correr hacia el grupo, y se detiene a<br />

pocos pasos.<br />

Viviana entra en el campo visual de Gaspers, pero no en el de Zamora, que le<br />

da la espalda, absorto en el amigo herido. En su último aliento, Gaspers alza el<br />

brazo hacia Viviana e intenta desesperadamente decir algo, pero le falta el<br />

aliento. Zamora lo consuela:<br />

ZAMORA:<br />

- Ya sé, cuñado. La malignidad del enemigo...<br />

Los ojos de Gaspers se cierran, sus lentes resbalan, su boca se entreabre,<br />

inerte. Zamora aprieta la oreja contra el pecho de Gaspers, se incorpora, le


cierra los ojos, acaricia las sienes del viejo revolucionario. De improviso,<br />

Ezequiel Zamora abraza con todas sus fuerzas el inanimado cuerpo de Johann<br />

Gaspers, y hunde su cabeza en los hombros del camarada, resistiéndose al<br />

llanto.<br />

Al fondo, se va escuchando el toque de un redoblante, cada vez más áspero,<br />

acelerado y tronante, que acompaña el parlamento inmediato.<br />

Zamora empieza a incorporarse con un enorme esfuerzo de voluntad, y con<br />

voz seca recita la oración del Justo Juez, como si recordara cuando la joven<br />

Viviana se la rezó a él, mientras su rostro se va transformando del dolor a una<br />

determinación indomable:<br />

ZAMORA:<br />

¡Oh, Justo Juez! Mis enemigos veo<br />

Veo venir.<br />

¡Déjalos venir!<br />

Aun cuando vengan ciento uno<br />

Aun cuando vengan ciento once o ciento doce<br />

Hoy, en este día, los he de vencer<br />

A mis pies han de caer...<br />

La niña Viviana toca la frente de Gaspers, y vuelve la mirada hacia Zamora,<br />

con intensa atención.<br />

Sobre la mirada de la niña Viviana aparece, fade in, la sobreimpresión del<br />

rostro de la actriz que en el capítulo 2 interpretó a su madre, la joven Viviana.<br />

La joven Viviana recita, y su voz acompaña a dúo la de Zamora, la<br />

continuación de la oración del Justo Juez:<br />

JOVEN VIVIANA Y ZAMORA (A dúo):<br />

En la hora de la batalla<br />

Mi frente sea cubierta por la piedra<br />

Mi pecho sea resguardado para el puñal<br />

Mi cuerpo sea resguardado para la bala<br />

Y para toda clase de metal...<br />

Al concluir esta parte del recitado, la imagen sobreimpuesta de la joven<br />

Viviana se desvanece, y su voz se pierde. Zamora está enteramente de pie, los<br />

puños cerrados, plantado en dirección al enemigo, tembloroso de rabia.


Viviana escucha con inmensa atención la oración del Justo Juez, como<br />

reconociendo un rezo que alguna vez le recitó su madre, mira a Zamora con<br />

los ojos desmesuradamente abiertos, y continúa recitando la oración, como<br />

una cantinela aprendida, mientras el ventarrón le sacude la cabellera:<br />

VIVIANA:<br />

-...La justicia tiembla y mis enemigos<br />

En medio de los ángeles treinta y tres<br />

Las once mil vírgenes han de bajar a la tierra<br />

Donde fuere mi batalla<br />

En defensa mía, y el poderoso Juez, Amén.<br />

Mientras Viviana termina la oración, Zamora saca la lanza de Gavilán que<br />

siempre lleva terciada en el correaje, la besa, la enasta con premeditación en<br />

una larga vara que le ofrece un soldadito.<br />

Viviana se le acerca, y clava los ojos en Zamora:<br />

VIVIANA:<br />

-Le tengo que entregar un encargo...<br />

Zamora no vuelve la cabeza, obcecado por la rabia, mientras termina de atar<br />

la lanza de Gavilán con minuciosa paciencia. Tras lo cual, salta a la montura,<br />

la espolea, levanta el brazo y ordena:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Ofensiva! ¡Cerrar en un círculo de fuego el campo<br />

de batalla! ¡Que ataque la vanguardia de la<br />

caballería!<br />

Acto seguido, le arrebata al corneta el instrumento, y el propio Zamora<br />

interpreta su toque personal: “Fuego a pie firme y carga a la bayoneta con toda<br />

la gente disponible”.<br />

Viviana echa a correr tras él.<br />

El galope del potro de Zamora la va dejando atrás.<br />

Las tropas federales se abren en dos alas, cercan al enemigo que se repliega, y<br />

acometen ferozmente.<br />

Mientras caen los soldados del ejército oligarca y los oficiales oligarcas<br />

huyen, el MARAQUERO canta el siguiente corrido tradicional, que sirve<br />

como música de fondo de las escenas de derrota del ejército godo:<br />

MARAQUERO:<br />

Y el indio que lo sabía<br />

Y el indio que lo ayudó<br />

Se tostó por no correr


Cuando a Barinas quemó<br />

El que llaman Ezequiel<br />

El que pelea huyendo<br />

Y se escondió para ver,<br />

Cómo mordieron el peine<br />

Los godos aquella vez<br />

En las catorce trincheras<br />

Del pueblo de Santa Inés.<br />

Y aquí termina señores,<br />

El contrapunto que ayer<br />

En estas fiestas del Real<br />

Se empezó pa conocer<br />

Que gallos de la misma raza<br />

Ninguno pudo perder<br />

Y nunca es mango bajito<br />

Un cantador barinés.<br />

ESCENA 23<br />

EXTERIOR. TARDE. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

Zamora enarbola la lanza y sin dejar de tocar el clarín encabeza una carga de<br />

caballería que enfrenta las dispersas unidades de caballería oligarca.<br />

El comandante Olegario Meneses señala con el gesto a sus hombres para que<br />

apunten uno de los cañoncitos hacia la caballería, y con gesto imperioso da<br />

orden de disparar.<br />

El cañón revienta, haciendo saltar por el aire a los artilleros y al viejo<br />

comandante Meneses.<br />

Zamora, a todo galope, salta sobre los restos del cañón, de un poderoso<br />

lanzazo derriba al primer oficial que se le cruza, y sigue repartiendo y parando<br />

lanzazos, como poseído de una furia indominable.<br />

La carga pone en fuga la caballería de los oligarcas.<br />

Al ver los caballos que corren ya sin jinetes, o arrastrando los jinetes, se<br />

desbanda la infantería del ejército conservador.<br />

La infantería del ejército liberal sale de las trincheras y carga irresistiblemente<br />

a la bayoneta, con lanzas, con escardillas, haciendo correr a la infantería del<br />

ejército conservador.<br />

ESCENA 24


EXTERIOR. ATARDECER. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

El brujo Tiburcio, jinete sobre un flaco caballo, con la larga cruz en la cual<br />

ondula una banderola coronada por una hoja de metal afilado, mira con ojos<br />

desorbitados la carnicería, y dice:<br />

TIBURCIO:<br />

-Dios murió... cuando murió el primer inocente...<br />

A su lado, a pie, con el haz de chamizas a la espalda y una tapara sujeta con<br />

una cuerda del hombro, Viviana contempla la carnicería, como sonámbula.<br />

Tiburcio se quita la suntuosa capa del santo, con sus bordados dorados, y se la<br />

pone al revés, de modo que queda por fuera y al descubierto un desastrado y<br />

arrugado forro rojo.<br />

Tiburcio arranca hacia la refriega, repitiendo, mientras la larga tira de tela de<br />

la bandeleta atada a su cruz ondula:<br />

TIBURCIO:<br />

-El Diablo es Dios... es Dios... es Dios...<br />

Viviana echa a andar calmadamente entre la batalla, sin prestar atención al<br />

peligro.<br />

ESCENA 25<br />

EXTERIOR. ATARDECER. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

El general Pedro Ramos avanza en su nuevo caballo a la cabeza del ejército<br />

que huye.<br />

PEDRO RAMOS:<br />

-¡Aprovechen cuando anochezca, para escapar<br />

en la sombra!<br />

Con un gesto manda al corneta a tocar retirada.<br />

El Perro, con el torso rojo bañado en sangre, le interpone su caballo y le<br />

acierta un lanzazo.<br />

Con el pecho ensangrentado, vacilando, el general se dobla sobre la silla y<br />

empieza a caer, auxiliado por varios soldados de infantería que lo acompañan.<br />

En los brazos de sus soldados, Pedro Ramos mira con angustia al sol,<br />

esperando el crepúsculo para escapar entre las sombras.<br />

EFECTO ESPECIAL: Por efecto especial, el sol cae sobre el horizonte como<br />

acelerando su carrera, al mismo tiempo que la tiniebla se intensifica en forma<br />

innatural.<br />

ESCENA 26<br />

EXTERIOR. ANOCHECER. AFUERAS DE SANTA INÉS


El toque de corneta sorprende a Zamora en la silla de su caballo, lanza en<br />

mano, bañado en sangre hasta casi parecer uno de los secuaces de Espinoza,<br />

desgreñado, con las vestiduras desgarradas, respirando por la boca, casi sin<br />

aliento.<br />

El último rayo del sol poniente reluce en la ensangrentada punta de lanza de<br />

Gavilán.<br />

Zamora vuelve a izquierda y derecha la mirada, ve que no hay nadie a su lado<br />

atacándolo, y luego mira con los ojos desorbitados el campo delante de él.<br />

En el suelo, una abigarrada masa de cuerpos humanos, entrelazados, con ropas<br />

desgarradas, ensangrentados, algunos con lanzas clavadas, como una imagen<br />

de pesadilla en la fantasmal oscuridad, que crece como la de un eclipse.<br />

Zamora recupera el aliento, los ojos desorbitados, sin poder acostumbrarse al<br />

espantoso espectáculo de la muerte en masa.<br />

La sombra se va haciendo rápidamente sobre él, como si la puesta del sol lo<br />

sumiera en una pavorosa tiniebla espiritual.<br />

Un bronco mugido, parecido al de los cuernos de ganado que tocaban los<br />

hombres de Martín Espinoza, sube de volumen hasta volverse enloquecedor.<br />

Cuando la sombra está a punto de hacerse total, Zamora divisa al Perro,<br />

montado en su caballo, terciado el arco, en el brazo la lanza, con un saco casi<br />

lleno de macabros bultos ensangrentados, bañado en sangre el rostro en el cual<br />

blanquean los ojos clavados en Zamora y los dientes que dibujan una sonrisa<br />

de complicidad demencial.<br />

Zamora dirige su caballo lentamente hacia el de El Perro, y el Perro dirige su<br />

caballo hacia Zamora.<br />

La sombra total borra la aparición, que se mueve con lentitud de pesadilla.<br />

ESCENA 27<br />

EXTERIOR. MADRUGADA. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

EFECTO ESPECIAL: como si se tratara de un astro que resurge de un<br />

eclipse, se levanta del horizonte a velocidad algo mayor que la normal el<br />

rojizo sol, que parece no poder dispersar la tiniebla.<br />

Ante Zamora, que parece sumido en un trance, reaparece lentamente, como<br />

una pesadilla que vuelve, el mosaico de cuerpos entrelazados y<br />

ensangrentados.<br />

Un corneta toca la diana recortado contra un cielo en el cual apenas clarea.<br />

Zamora, a caballo, todavía ensangrentado, con las vestiduras desgarradas por<br />

el combate, grita a varios oficiales de caballería:<br />

ZAMORA:<br />

-¡A perseguirlos! ¡Hay que acabar esta guerra ya!


Cada pocos pasos, los soldados de la vanguardia de la infantería liberal se<br />

detienen, disparan hacia los fugitivos, cargan, avanzan un trecho y vuelven a<br />

disparar.<br />

Junto a un cañón volteado, Zamora divisa al viejo comandante de ingenieros<br />

Olegario Meneses, su antiguo profesor de matemáticas, quebrantado por el<br />

golpe de la caída y con la cabeza ensangrentada entre las manos.<br />

Zamora desmonta lentamente del caballo, se arrodilla junto al viejo, lo abraza,<br />

y le dice, cariñosamente:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Maestro Meneses, esto sí que no estaba en sus<br />

matemáticas!<br />

MENESES:<br />

-¡El ángulo!... ¡No calculé bien el ángulo de tiro!<br />

¡La parábola!... ¡El logaritmo!...<br />

Zamora carga dificultosamente al anciano, que apenas balbucea palabras sin<br />

sentido, y lo entrega a dos soldados de infantería, que lo sostienen:<br />

ZAMORA:<br />

-¡Cuídenlo bien, que fue mi profesor de artillería!<br />

ESCENA 28<br />

EXTERIOR. MAÑANA. AFUERAS DE SANTA INÉS<br />

La retirada del ejército oligarca se ha convertido en desbandada de hombres<br />

heridos, desmoralizados.<br />

De trecho en trecho, soldados del ejército oligarca que han tirado las armas<br />

levantan los brazos y esperan, destrozados por la fatiga y rendidos, a veces<br />

ensangrentados y de rodillas, a veces sentados o tendidos.<br />

Primeros planos de sus rostros curtidos, greñudos y famélicos de hombres del<br />

pueblo, a veces mal vestidos, descalzos, aguardando sin esperanzas un destino<br />

que nunca ha estado en sus manos.<br />

Viviana, con el enorme haz de chamizas en la espalda, camina como<br />

sonámbula entre los caídos.<br />

Viviana se arrodilla junto a un pobre campesino herido, con los ojos muy<br />

abiertos, que respira con el ansia de la agonía, le toma la cabeza entre las<br />

manos, le da de beber llevándole una tapara a los labios, y le dice al oído:<br />

VIVIANA:<br />

-Eres Dios.<br />

El campesino toma las manos de Viviana, agradeciendo el contacto humano,<br />

desorbita los ojos, y va perdiendo lentamente la conciencia.<br />

Viviana va hacia otro moribundo, le da de beber con la tapara, le habla al oído,<br />

y le sostiene las manos hasta que el herido deja de respirar.


Viviana se levanta y topa con el cuerpo del Brujo Tiburcio, que está ovillado,<br />

cubierto por la suntuosa capa del santo, ahora desgarrada, todavía en la mano<br />

la larga cruz rematada por una lanza, que luce tinta en sangre.<br />

A su lado, el cáliz, volcado junto a una mancha de sangre derramada.<br />

Viviana toca al brujo, para verificar si está vivo.<br />

El brujo rueda y queda boca arriba con los brazos extendidos en cruz, con la<br />

boca abierta, exánime a pesar de que no muestra en el cuerpo ninguna herida.<br />

Mientras Viviana encuentra al brujo Tiburcio y la cámara recorre el campo<br />

devastado, un maraquero y un cuatrista, en off o presentes, a elección del<br />

director, terminan de interpretar el contrapunteo de la época llamado “Golpe<br />

de Asamblea”:<br />

MARAQUERO Y CUATRISTA:<br />

-No venga a llorar sus cuitas<br />

en medio de esta reunión.<br />

¡Viva la Federación<br />

y las ánimas benditas!<br />

-Las ánimas me prestaron<br />

su bendito escapulario<br />

y la Virgen del Rosario<br />

que fue toda mi esperanza<br />

en aquél atolladero<br />

me libró de que una lanza<br />

de algún diablo federal<br />

me fuera a hacer un ojal<br />

en este lustroso cuero<br />

-Dejen el pleito, señores,<br />

déjenlo para después:<br />

no sigan entre estas flores<br />

el pleito de Santa Inés...<br />

La cámara se retira hasta que entra en el campo visual un matorral cubierto de<br />

flores amarillas.<br />

ESCENA 29<br />

INTERIOR. NOCHE. SALA DEL ESTADO MAYOR EN SANTA INÉS<br />

En la mesa de los mapas, comenta melancólicamente Juan Crisóstomo Falcón,<br />

tendido en uno de los taburetes de campaña, la mano desgonzada sobre un


mapa. Detrás de Falcón, como una sombra, está el sargento G. Morón, que<br />

rumia su mascada de chimó sin despegarse del general, siempre fusil en mano.<br />

FALCÓN:<br />

-Venció.<br />

Antonio Guzmán Blanco le replica, todavía más sombrío:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Nos venció. Ahora la Federación tiene un solo<br />

general. También en Santa Inés nos salió el diablo.<br />

Nos hizo vernos de nuestro propio tamaño.<br />

FALCÓN:<br />

-Hay que negociar con urgencia, antes de que gane<br />

esta guerra. Con la victoria, quedamos en manos de<br />

Zamora. Con la negociación, Zamora y los godos<br />

quedan en nuestras manos.<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Con otra batalla como ésta, Zamora no va a<br />

necesitar al partido liberal.<br />

FALCON:<br />

-¡Mejor perder la guerra que perder el partido!<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-A menos que... También a Zamora le salga el<br />

diablo.<br />

Un soldadito entra, se cuadra, y presenta armas.<br />

Ezequiel Zamora entra con varios edecanes, todavía ensangrentado, con ropas<br />

desgarradas, recogiendo los mapas, cortante, endurecido por la muerte de sus<br />

hombres y la de Gaspers.<br />

ZAMORA:<br />

-Siguen huyendo hacia Barinas. Allí los sitiaremos<br />

hasta que se rindan sin condiciones. Luego<br />

tomaremos San Carlos. De ahí a Caracas, y a la<br />

revolución.<br />

Falcón y Guzmán se miran desconsolados ante aquellas expresiones que no<br />

son ya consultas, sino órdenes.<br />

ESCENA 30<br />

INTERIOR. DÍA. SALA DE ESTADO MAYOR EN SAN CARLOS


Generador de caracteres: San Carlos, enero de 1860.<br />

El 10 de enero de 1860 entra a la improvisada sala del Estado Mayor en San<br />

Carlos un ordenanza con un mensaje en la mano.<br />

ORDENANZA:<br />

-Mensaje de los godos de San Carlos.<br />

Ezequiel Zamora extiende la mano, recibe la hoja de papel, la despliega y la<br />

lee rápidamente ante Antonio Guzmán Blanco y Falcón, detrás del cual su<br />

sempiterno guardaespaldas, G. Morón, rumia la mascada de chimó sin<br />

separarse del fusil ni del general.<br />

ZAMORA:<br />

- Piden parlamentar para la capitulación.<br />

Zamora respira profundamente, aliviado, y deja ante él el documento en la<br />

mesa del Estado Mayor, junto con mapas y despachos.<br />

ZAMORA:<br />

-Ahora Caracas, y la paz.<br />

Zamora cierra un instante los ojos, suspira, y se extiende en la silla de cuero<br />

claveteado, como si descansara de una tensión de años. En su cara y sus<br />

brazos todavía hay rasguños y magulladuras. Luego añade:<br />

ZAMORA:<br />

-La paz... Ya me cansé de matar...<br />

Un instante después mira al ordenanza, y le dice:<br />

ZAMORA:<br />

-Creo que todos en el Estado Mayor estamos de<br />

acuerdo en que la capitulación tiene que ser a<br />

discreción y sin condiciones. Ahora sí. Nada puede<br />

impedir la revolución.<br />

Zamora se levanta, y profundamente conmovido, abraza a su cuñado el gordo<br />

general Falcón y a Antonio Guzmán Blanco, los cuales se dejan abrazar con<br />

miradas perdidas en el vacío.<br />

ZAMORA:<br />

-Si ustedes permiten, voy a inspeccionar cómo andan<br />

las trincheras. Ojalá sean las últimas de esta<br />

guerra...¡Ya vengo!<br />

Zamora deja el Estado Mayor.<br />

Antonio Guzmán Blanco cruza una mirada con Falcón.<br />

Antonio Guzmán Blanco cruza otra mirada con G. Morón, el sargento de<br />

mala catadura que, fusil en mano, custodia a Falcón.<br />

El sargento G. Moron le contesta la mirada, larga un escupitajo de chimó, y<br />

parte siguiendo sigilosamente a Guzmán, que sale en pos de Zamora.


ESCENA 31<br />

EXTERIOR. DÍA. CALLE DE SAN CARLOS.<br />

Desde la esquina de una calle de San Carlos, Zamora mira hacia el sector de<br />

la ciudad donde está parapetado el ejército oligarca.<br />

De vez en cuando suena, lejano, un disparo apagado.<br />

Zamora deja la esquina y se dirige hacia una casa en parte derruida, por cuya<br />

puerta entra.<br />

Antonio Guzmán Blanco se queda en el umbral de la puerta, se pega<br />

cautelosamente a la pared, se toca la funda del revólver, y hace una señal con<br />

los ojos y con mano hacia alguien que no vemos en cámara, señalando la<br />

puerta por la que entró Guzmán..<br />

En el anular de la mano derecha de Guzmán Blanco advertimos un anillo con<br />

una gran esmeralda, como el que Martín Espinoza arrojó a un pajonal antes de<br />

ser fusilado.<br />

ESCENA 32<br />

INTERIOR. CASA DE SAN CARLOS<br />

Zamora entra solo en la casa, en parte derruida, y avanza algunos pasos por el<br />

corredor techado que da a un patio abandonado, donde algunos montones de<br />

tierra han sido removidos para cavar una suerte de trinchera.<br />

Zamora se detiene en el centro del patio, y examina con la mirada el muro casi<br />

en su totalidad demolido, frente al cual está la somera excavación de un<br />

agujero irregular parecido a una trinchera, con dos palas abandonadas.<br />

Se escucha el chasquido del percutor de un arma que se monta.<br />

Zamora echa mano instintivamente a la lanza de “Gavilán” que lleva terciada<br />

en la cintura. Resuena un disparo.<br />

Zamora se lleva las manos a la cabeza, y cae aparatosamente. La lanza vuela,<br />

rebota en el piso, cae al lado del cuerpo que se agita en la agonía.<br />

Antonio Guzmán Blanco avanza lentamente desde el zaguán.<br />

El cuerpo de Zamora está tendido en medio del patio, ya inmóvil y con la<br />

cabeza bañada en sangre.<br />

Antonio Guzmán se recuesta en la pared, se aprieta los puños sobre la frente,<br />

cierra los ojos, y repite para sí, como tratando de convencerse:<br />

ANTONIO GUZMÁN:<br />

-Hay una hora en la vida de cada hombre en que sabe si es<br />

grande. Hay una hora en la vida de cada hombre en que


sabe si es un enano. Esa hora dura toda la vida. Yo no soy<br />

un payaso, como mi padre Antonio Leocadio...<br />

En la puerta del zaguán aparece Viviana, con el gran haz de chamizas atado a<br />

sus espaldas y la tapara colgando, mira hacia el cuerpo caído, y pregunta a<br />

Antonio Guzmán Blanco:<br />

VIVIANA:<br />

-¿Él es Zamora?<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Él no es nadie.<br />

VIVIANA:<br />

-Nadie es como él.<br />

Viviana se arrodilla junto al cuerpo inmóvil de Zamora, se desciñe el pesado<br />

haz de chamizas de la espalda, desata el nudo de mecatillo que mantiene<br />

unidas las chamizas, saca de la envoltura de sisal el viejo sable con la<br />

distintiva decoración metálica en forma de sol en vaina y empuñadura, toma<br />

las engarfiadas manos de Ezequiel Zamora, se las cruza sobre el pecho, y las<br />

cierra sobre la empuñadura del sable, que queda sobre el cuerpo del guerrero<br />

como la espada de una estatua yacente.<br />

VIVIANA:<br />

-Aquí le manda mamá.<br />

Viviana queda un largo rato en silencio, cubre con sus manos por un instante<br />

las del muerto, cerradas sobre la empuñadura del sable. Luego, toma un<br />

puñado de tierra y la vierte sobre el rostro bañado en sangre.<br />

Viviana recoge del lado del cuerpo inmóvil la vieja lanza de Gavilán; la<br />

examina, advirtiendo las numerosas melladuras, y luego levanta la mirada<br />

hacia Guzmán.<br />

VIVIANA:<br />

-Necesita filo.<br />

Guzmán, tembloroso, levanta el revólver hacia Viviana, que lo mira con la<br />

lanza de Gavilán en la mano.<br />

Por un instante se miden. Viviana lo mira con desdén,<br />

VIVIANA:


-No puedes matarme. Ya estamos muertos todos. Lo<br />

que importa es cómo vivimos.<br />

Antonio Guzmán Blanco baja lentamente el revólver, sin decidirse a guardarlo<br />

en la funda:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-¡No digas nada!<br />

VIVIANA:<br />

-Lo único que no se dice es lo que todo el mundo<br />

sabe.<br />

GUZMÁN:<br />

-Si llega a vivir más, hubiera sido como nosotros.<br />

VIVIANA:<br />

-Entonces, ¿Por qué lo mataron?<br />

GUZMÁN:<br />

-Yo necesitaba saber quién soy.<br />

Viviana sube por un reguero de escombros hacia el gran boquete del muro<br />

derruido, donde queda perfilada contra el cielo azul, se vuelve hacia Guzmán<br />

y dice:<br />

VIVIANA:<br />

-Tú no eres grande. Sólo importante.<br />

Sintiéndose desenmascarado, Guzmán, en un arrebato, vuelve el revólver<br />

contra sí mismo y se pone el cañón del arma en la boca.<br />

Viviana se ciñe la lanza a una tosca faja de trapo que le ciñe el talle, alza de<br />

nuevo los ojos hacia Guzmán, y le dice, lentamente:<br />

VIVIANA:<br />

-Tú no mereces morir rápido.<br />

Viviana salta hacia el exterior. Un instante después, sólo quedan los restos del<br />

muro derruido, y el cielo azul.<br />

ESCENA 33<br />

INTERIOR. PATIO DE CASA DERRUIDA EN SAN CARLOS<br />

Antonio Guzmán Blanco resopla varias veces gruñendo, para darse valor para<br />

disparar, y se saca tembloroso el cañón del revólver de la boca, lo guarda en


la funda, se limpia el sudor de la frente con el dorso de la mano, se estira los<br />

faldones de la guerrera, trata de recuperar el dominio sobre sí mismo, se<br />

vuelve hacia el zaguán, y grita:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-¡Un francotirador enemigo mató a Ezequiel Zamora!<br />

Al oír su grito, entran dos soldaditos: uno de ellos, que avanza fusil en mano,<br />

es el sargento G. Mórón, que dos escenas antes aparecía como guardaespaldas<br />

de Falcón, y que siguió a Guzmán Blanco. Guzmán cruza una mirada de<br />

inteligencia con él, y ordena:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-Entiérrenlo.<br />

El sargento G. Morón suelta un nuevo escupitajo de chimó antes de, ayudado<br />

por el otro soldadito, arrojar el cuerpo de Zamora en el agujero cavado a toda<br />

prisa para trinchera. Con las estropeadas palas, paletada tras paletada cubren<br />

de tierra las manos donde luce el anillo de bodas, el sable empuñado, el rostro<br />

ensangrentado. El otro soldado se limpia una lágrima con el dorso de la mano.<br />

Guzmán grita:<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO:<br />

-¡Pena de muerte para el que cuente que murió<br />

Zamora! ¡Pena de muerte para el que diga dónde está<br />

enterrado!<br />

Las paletadas de tierra cubren el campo visual, y por superposición con la<br />

próxima escena, se vuelven una polvareda que arrastra un viento de fuerza<br />

descomunal.<br />

ESCENA 34<br />

EXTERIOR. DÍA. SABANA ABIERTA<br />

Se disuelve una polvareda.<br />

Primer plano de la cabeza de Viviana, de espaldas, mientras un ventarrón<br />

sacude su cabellera.<br />

Un torrente de hojas secas cubre por un instante sus espaldas.<br />

La pequeña figura de Viviana camina hacia el horizonte en medio de una<br />

llanura en la cual arrecia un ventarrón.<br />

Efecto especial: Diversos efectos con lentes especiales hacen parecer que la<br />

llanura se ensancha y crece a medida que la figura de Viviana sigue hacia el<br />

horizonte.


Disolvencias sucesivas sugieren una marcha infinita, mientras en la tierra<br />

crecen las polvaredas y en el cielo se agolpan las nubes, que parecen<br />

condensarse y disolverse a una velocidad mayor que la normal.<br />

Efecto especial: De las nubes brota un relámpago.<br />

ESCENA 35<br />

SUCESIÓN DE IMÁGENES FIJAS DE CIERRE DE LA PELÍCULA<br />

En Off, una destemplada versión de una canción de tiempos de la Guerra<br />

Federal, acompañada por una mal afinada charanga militar:<br />

CANTANTE:(en off)<br />

Por darle gloria a Guzmán<br />

Y honor a su regimiento<br />

Estoy pasando trabajos<br />

Que mejor no les cuento...<br />

Mientras suena la música, se recapitulan visualmente algunas imágenes fijas la<br />

película, que sirven de ilustración a los letreros siguientes, en generador de<br />

caracteres:<br />

Generador de caracteres: POR FALTA DE DIRECCIÓN MILITAR<br />

COMPETENTE, LA GUERRA FEDERAL SE PROLONGÓ TRES AÑ<br />

OS MÁS<br />

EN 1861 PÁEZ REGRESA DEL EXILIO, IMPONE LA<br />

DICTADURA DE LA OLIGARQUÍA Y CARGA AL PAÍS CON UNA<br />

DEUDA PÚBLICA DE UN MILLÓN DE LIBRAS ESTERLINAS<br />

EN 1863, EL GENERAL FALCÓN TRANSA CON LOS<br />

OLIGARCAS EN EL TRATADO DE COCHE<br />

ANTONIO GUZMÁN BLANCO LLEGÓ A PRESIDENTE TRES<br />

VECES, EJERCIÓ EL DESPOTISMO ILUSTRADO EN NOMBRE<br />

DEL LIBERALISMO Y MURIÓ MULTIMILLONARIO EN FRANCIA<br />

ANTONIO LEOCADIO GUZMÁN NUNCA LLEGÓ A<br />

PRESIDENTE<br />

JUAN VICENTE GONZÁLEZ SE PASÓ AL PARTIDO LIBERAL<br />

TRAS INSULTARLO TODA SU VIDA


EN UN SIGLO ESTALLAN EN VENEZUELA UN CENTENAR<br />

DE ALZAMIENTOS, EN SU MAYORÍA CAUSADOS POR LA<br />

DESIGUALDAD SOCIAL<br />

(Imágenes de la manifestación campesina de julio de 2005 en Caracas<br />

que protesta por los campesinos asesinados impunemente por sicarios: en las<br />

pancartas lucen, cada vez más próximos a la cámara, retratos de Ezequiel<br />

Zamora)<br />

EL PUEBLO SIGUE LUCHANDO POR TIERRAS Y HOMBRES<br />

LIBRES<br />

FIN<br />

Registro de Propiedad Intelectual 20 de junio de 2006<br />

N° 13.748

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