Las tragedias Virginia y Ataúlfo de Montiano
Las tragedias Virginia y Ataúlfo de Montiano
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alma”, un atributo inalienable <strong>de</strong> la dignidad y condición humanas, aunque esa persona no sea<br />
noble: el labriego limpio <strong>de</strong> sangre, el plebeyo honesto <strong>de</strong> <strong>Montiano</strong>. Y ante el atropello y la ofensa<br />
no cabe más salida que lavar la mancha. Sólo que en <strong>Virginia</strong> la acción purificadora es doble: Lucio<br />
Virginio se ve obligado, totalmente en contra <strong>de</strong> su voluntad, a matar a su hija inocente porque sólo<br />
así pue<strong>de</strong> evitar la esclavitud; pero también está obligado a que el verda<strong>de</strong>ro culpable, el tirano,<br />
pague con la vida su maldad. La única salvedad resi<strong>de</strong> en que será la plebe aliada con los patricios,<br />
y encabezada por Icilio, la encargada <strong>de</strong> restaurar la libertad <strong>de</strong> Roma.<br />
B.4. El or<strong>de</strong>n restaurado: la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la virtud causa dolor, sufrimiento y llanto<br />
femenino. La restauración <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n supone la libertad <strong>de</strong> Roma, la armonía social que alteró la<br />
tiranía <strong>de</strong>l Decenvirato. Sin embargo, este triunfo no <strong>de</strong>para totalmente alegría y gozo, sino que <strong>de</strong>ja<br />
un poso <strong>de</strong> amargura y tristeza a causa <strong>de</strong>l sacrificio <strong>de</strong> una víctima inocente, la <strong>de</strong>sdichada<br />
<strong>Virginia</strong>. Por todo esto, aunque en los versos finales Icilio y Publicia hablen <strong>de</strong> perpetuar la fama y<br />
gloria <strong>de</strong> la heroína a través <strong>de</strong> las honras fúnebres, el final feliz <strong>de</strong> la tragedia no se cumple<br />
plenamente: en Virginio, el padre, en Publicia, la nodriza, y en Icilio, el novio, queda el dolor por la<br />
muerte <strong>de</strong>l ser que más amaban en esta tierra; mientras que en el lector / espectador queda la<br />
compasión, el apiadarse <strong>de</strong> los sufrimientos pa<strong>de</strong>cidos por lograr esa restauración <strong>de</strong> un estado <strong>de</strong><br />
cosas que jamás <strong>de</strong>bió haberse roto.<br />
Un aspecto fundamental en <strong>Virginia</strong> es que el triunfo <strong>de</strong> la virtud lleva consigo una lucha que<br />
causa dolor, sufrimiento y llanto sobre todo en las mujeres, como es el caso <strong>de</strong> la joven<br />
protagonista. Así en el monólogo <strong>de</strong> I, 2 <strong>Virginia</strong> se lamenta <strong>de</strong> ser “triste miserable presa”,<br />
“lastimoso sacrificio” y no pue<strong>de</strong> evitar que se le escapen las lágrimas en conmovedor llanto. Icilio<br />
la ve en tal estado y le pregunta en términos como éstos:<br />
ICILIO: ¿Qué es esto? ¿Tú afligida? ¿Tú llorosa? / ¿Tú el hermoso semblante conturbado, / que<br />
a la luz apostó serenida<strong>de</strong>s? / [...] Madre Venus, Amor, Sacras Deida<strong>de</strong>s, / ¿pudo llegar el<br />
triste, el doloroso lance, / en que Icilio a su <strong>Virginia</strong> encuentre / con las duras señales<br />
<strong>de</strong>mudadas? / [...] Pero ¿podrá negarme tu hermosura, / que no está sin motivo su tristeza, /<br />
<strong>de</strong>latando el dolor, que la maltrata? /<br />
VIRGINIA: Es verdad que le tiene: el mismo llanto, / que en bal<strong>de</strong> reprimí, lo califica. / [...] Es<br />
tal, señor, que el labio, que hasta ahora / sólo aprendió en la escuela <strong>de</strong>l recato / clausulas<br />
encogidas, que no salen / <strong>de</strong> caseros asuntos, no halla voces, / que al grave que la ocurre<br />
correspondan: / y más si has <strong>de</strong> ser tú quien ha <strong>de</strong> oírle. / Y así, no me porfíes porque diga / lo<br />
que no sé cómo a <strong>de</strong>cirlo acierte. / (I, 3, vv. 204-263).<br />
Más tar<strong>de</strong>, habiendo sido puesta a prueba nuevamente su virtud cuando la acosó Claudio en<br />
persona (III, 2), se produce el siguiente diálogo en la séptima escena <strong>de</strong>l acto III, abierta bajo la<br />
acotación escénica <strong>de</strong> “<strong>Virginia</strong> llorosa”:<br />
PUBLICIA: [...] Depón el llanto, y vigorosamente / lo que acordamos, sin rubor práctica. /<br />
VIRGINIA: No esquivo, no, Publicia, tu consejo; / porque bien le conozco necesario: / mas <strong>de</strong>ja,<br />
que el espíritu se cobre / <strong>de</strong>l <strong>de</strong>susado afán, que me arrebata / lejos <strong>de</strong> mí, sin que el arbitrio<br />
pueda / el ímpetu pausar, con que se agita. /<br />
ICILIO: ¿Qué nueva sinrazón, mi dulce dueño, / cuando ha tan poco que <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> verte, / tan<br />
presto a la primera ha sucedido? / Ya me tienes aquí: templa, señora, / las turbaciones <strong>de</strong>l<br />
divino rostro; / que es rigor, que unas lágrimas tan puras / sin piedad <strong>de</strong> tus ojos se <strong>de</strong>rramen, /<br />
y sin vengarlas yo se <strong>de</strong>sperdicien. / Si vive Icilio, ¿qué es lo que acongoja / la noble<br />
comprehensión <strong>de</strong> tu entereza? / [...] Habla, pues: no me encubras <strong>de</strong> tu ahogo / la triste<br />
gravedad, que le motiva / [...]<br />
VIRGINIA: ¡Ay Icilio! ¡Ay señor! Que no es ya tiempo / <strong>de</strong> que la voz en referir se emplee / las<br />
duras congojosas ocurrencias, / que han <strong>de</strong>latado a mi pesar mis ojos. /<br />
(III, 7, vv. 1277-1304).<br />
A diferencia <strong>de</strong> lo ocurrido en I, 3, <strong>Virginia</strong> ahora no tiene el menor inconveniente en relatar<br />
la causa <strong>de</strong> sus lágrimas. De todos modos en ambas escenas el llanto <strong>de</strong> la virtuosa protagonista<br />
provoca un estado anímico que casi le impi<strong>de</strong> el uso <strong>de</strong> la palabra: “Y así, no me porfíes porque<br />
diga / lo que no sé cómo a <strong>de</strong>cirlo acierte” ruega <strong>Virginia</strong> en I, 3, y “Que no es ya tiempo / <strong>de</strong> que la<br />
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