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Jorge Isaacs, el poeta según sus obras por Baldomero Sanín Cano

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saber, de bondad inagotable, prosador de altas dotes, crítico literario en <strong>sus</strong> horas de<br />

esparcimiento y autor de trabajos económicos y estadísticos muy atendibles. Con tan<br />

valiosas recomendaciones <strong>el</strong> tomo de versos debió haber atraído intensamente la curiosidad<br />

pública. No hay sin embargo, pruebas de que <strong>el</strong> aura popular hubiera recibido<br />

fervorosamente las primicias literarias de <strong>Isaacs</strong>. Desde 1864 hasta ahora no se ha hecho<br />

una nueva edición de <strong>sus</strong> poesías.<br />

La historia de este primer amago de publicidad es referida con entusiasmo comunicativo<br />

<strong>por</strong> un contem<strong>por</strong>áneo a quien he tenido la buena fortuna de consultar. En 1864 duraba<br />

todavía en Bogotá la tertulia de “El Mosaico”, cuyo buen nombre ha salido de Colombia y<br />

se ha extendido <strong>por</strong> <strong>el</strong> mundo. En ese cenáculo donde se aceptaban todas las opiniones y<br />

tenían asiento los más opuestos gustos, la figura predominante era la de José María Vergara<br />

y Vergara, <strong>el</strong> historiador de la literatura colonial en Nueva Granada y autor de críticas<br />

literarias y cuadros de costumbres no exentos de verdad y de raras prendas de estilo. Es<br />

fama que en un día lluvioso se acogieron en un mismo zaguán a esperar que escampase<br />

Vergara y Vergara, y <strong>Jorge</strong> <strong>Isaacs</strong>. Im<strong>por</strong>ta saber que los chaparrones de la capital<br />

colombiana son famosos <strong>por</strong> su violencia y <strong>por</strong> su duración.<br />

Sobrevienen de ordinario en las primeras horas de la tarde como epílogo de días luminosos<br />

y calientes en que <strong>el</strong> azul inverosímil d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o ha ostentado toda la riqueza de <strong>sus</strong> tintes<br />

antes de que vengan a v<strong>el</strong>arlo nubes amenazantes, blancas primero, como enormes alas de<br />

cisne, con franjas de un brillo metálico y ominoso, tenebrosas en seguida como un<br />

presentimiento. El ci<strong>el</strong>o abre <strong>sus</strong> cataratas y la vida se <strong>sus</strong>pende en las calles mientras dura<br />

<strong>el</strong> chubasco. En <strong>el</strong> reglamento interior d<strong>el</strong> Senado había un artículo muy significativo,<br />

<strong>según</strong> <strong>el</strong> cual, los padres conscriptos estaban exentos de asistir a las sesiones los días de<br />

lluvias. La <strong>sus</strong>pensión es tan completa que las citas quedan truncas, los profesores<br />

r<strong>el</strong>evados de presentarse a dictar la conferencia y <strong>el</strong> funcionamiento público autorizado para<br />

devengar su<strong>el</strong>do sin salir de su casa. Para librarse de estos diluvios puede <strong>el</strong> transeúnte<br />

allanar la propiedad privada, y, como se prolongan <strong>por</strong> horas enteras, sucede que <strong>el</strong><br />

vestíbulo de un inmueble queda a veces ocupado <strong>por</strong> los extraños mientras dura <strong>el</strong> rigor de<br />

la tormenta. Haciendo alto en los zaguanes cuando llueve, su<strong>el</strong>en las gentes ensanchar <strong>el</strong><br />

círculo de, <strong>sus</strong> r<strong>el</strong>aciones. De esa comunidad forzada y transitoria resultan en ocasiones

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