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Amadís y don Quijote - Centro Virtual Cervantes - Instituto Cervantes

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CRITICÓN, 91, 2004, pp. 41-65.<br />

<strong>Amadís</strong> y <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong><br />

Bienvenido Morros<br />

Universidad Autónoma de Barcelona<br />

Nadie puede dudar de que <strong>Cervantes</strong>, al pensar en un modelo para parodia de su<br />

personaje, lo hizo en el <strong>Amadís</strong> de Gaula. Y si pensó en él fue por dos motivos muy<br />

importantes: por ser un caballero muy fiel a su amada y por ser bastante casto. Esas dos<br />

características las destacó <strong>Cervantes</strong> hasta la saciedad en <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, desde el prólogo<br />

hasta el lecho de muerte de su protagonista.<br />

Don <strong>Quijote</strong> está a punto de cumplir los cincuenta años cuando decide salir a los<br />

caminos para resucitar la caballería andante, mientras que <strong>Amadís</strong> vive su período de<br />

máximo esplendor, muy poco antes de su exilio en Peña Pobre, a los veinte, cuando ya<br />

ha tenido la primera relación sexual con Oriana. Don <strong>Quijote</strong>, por el contrario, ni se ha<br />

casado ni ha conocido mujer, y, de su vida amorosa, sólo menciona el episodio con<br />

Al<strong>don</strong>za Lorenzo, a quien convierte en la princesa Dulcinea, pero con quien ni tan<br />

siquiera ha hablado, y a quien no queda claro si ha visto. Por edad, <strong>Amadís</strong> ha de tener<br />

un temperamento sanguíneo, como lo demuestra al pedir a su dama, pero sólo dos<br />

veces, el quinto grado del amor, aunque sabe dominarse cuando es asediado por otras<br />

mujeres; alterna ese temperamento con el melancólico, que pone de manifiesto<br />

continuamente, al llorar a la mínima ocasión, siempre relacionada con su dama. Don<br />

<strong>Quijote</strong>, en cambio, exhibe un temperamento entre melancólico y colérico, y por eso<br />

pasa, en su etapa como caballero andante, por momentos de deseo y otros de absoluta<br />

inapetencia, por unos de preocupante violencia y otros de una tranquilidad serena.<br />

Don <strong>Quijote</strong>, pues, tiene a <strong>Amadís</strong> como punto de referencia a lo largo de toda la<br />

novela, en la primera y segunda parte, aunque da la impresión de imitarlo no<br />

sistemáticamente sino cuando se tercia. Sin embargo, durante un buen trecho de la<br />

primera parte y al principio de la segunda, parece ceñirse estructuralmente a los<br />

episodios más importantes del libro II del <strong>Amadís</strong> de Gaula. Si bien improvisa la<br />

penitencia de amor, es evidente que a partir de ella sigue el mismo itinerario que


42 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

<strong>Amadís</strong> hasta llegar al castillo de Miraflores para verse con Oriana: el Doncel del mar<br />

sale de Peña Pobre con esa perspectiva, pero antes acomete una serie de hazañas,<br />

consistente en el combate contra tres gigantes, a quienes unas veces se limita a vencer y<br />

otras a aniquilar. Don <strong>Quijote</strong> deja Sierra Morena, con la esperanza de dirigirse al<br />

Toboso para reunirse con Dulcinea, pero antes se compromete a luchar contra un<br />

gigante, a quien corta la cabeza en sueños, porque lo confunde con unos cueros de vino<br />

que están en la cabecera de su cama. Si no hubiera perdido el protagonismo en esa parte<br />

de la novela, para cederlo a otros personajes secundarios (Cardenio, Fernando,<br />

Luscinda, Dorotea, etc), habría quedado más clara la sujeción a las acciones de<br />

<strong>Amadís</strong> 1 .<br />

Algunas de esas acciones, que no todas, ya habían sido señaladas por los primeros<br />

editores del <strong>Quijote</strong>. En el presente trabajo, pretendo analizarlas, no sólo para ampliar<br />

las deudas de la genial novela de <strong>Cervantes</strong> para con la de Montalvo, sino para<br />

justificar la conducta del caballero manchego en toda la obra hasta su defunción,<br />

ocurrida en circunstancias bastante extrañas. La vida y la muerte de <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> se<br />

explican, pues, por esa imitación de <strong>Amadís</strong>, y ésa es, creo, mi mayor contribución a las<br />

aventuras del amante de Dulcinea.<br />

C A B A L L E R O B U S C A N O V I A<br />

A sus casi cincuenta años, Alonso Quijano, y también <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, no parece muy<br />

por la labor de enamorarse ni de echarse novia. Su transformación en caballero andante<br />

le obliga a buscarse una, y para ello recurre a un amor del pasado, aunque no se<br />

especifica de qué pasado, del más inmediato o del más remoto: un amor que no superó,<br />

si es que llegó a ese grado, la contemplación o visum. En conversación con el<br />

eclesiástico con quien comparte mesa en casa de los duques, el caballero de la Mancha<br />

reconoce que es enamorado, «no más porque es forzoso que los caballeros andantes los<br />

sean» 2 —pero quizá lo sea de verdad, de Dulcinea— por su actitud medrosa siempre<br />

con las mujeres. En ese punto, como en otros muchos, es posible que esté representando<br />

una farsa y que al final se la acabe creyendo 3 .<br />

En su primera salida, sin la compañía de Sancho, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> invoca a su señora<br />

para imaginarse, con respecto a ella, en la misma situación que <strong>Amadís</strong> después de<br />

sufrir la ira de Oriana por culpa del falso testimonio del enano Ardián. El de Gaula<br />

había obtenido permiso de su amada para ayudar a la reina Briolanja, «la niña<br />

fermosa», a recuperar el trono de su padre, y la reina, en agradecimiento, le había<br />

regalado una espada, que <strong>Amadís</strong> había roto al combatir con otro caballero y que,<br />

partida en tres partes, mandó a su escudero Gandalín que se la guardara. Tras<br />

aban<strong>don</strong>ar la corte del rey Lisuarte, preguntó a Gandalín si llevaba la espada rota, y, al<br />

contestarle que no, le hizo volver por ella; pero Ardián se brindó a ir, y, después de<br />

1 En la extensa bibliografía cervantina, hay pocos trabajos dedicados a examinar la relación entre las dos<br />

obras (véase Place, 1966). A decir verdad, esa labor casi siempre se ha acometido por los diferentes editores<br />

en sus notas al pie de página de la novela, y en ese sentido merece especial atención la de Diego Clemencín.<br />

2 <strong>Cervantes</strong>, Don <strong>Quijote</strong> de la Mancha, ed. 1998, vol. I, p. 890. A partir de aquí me limitaré a<br />

reproducir, después de cada cita y entre paréntesis, el número de las páginas de esa edición.<br />

^ De melancolía artificial califica la melancolía de <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> Roger Bartra, 2001, pp. 168-170 y 175-<br />

178.


AMADÍS Y DON QUIJOTE 43<br />

recogerla, al pasar junto a los palacios de Oriana, interrogado por la princesa, hubo de<br />

confesarle a qué había regresado, y en su confesión le reveló la sospecha que tenía que<br />

Briolanja amaba a su señor y que su señor la correspondía al ofrecerse como caballero<br />

suyo. Oriana no pudo reprimir los celos y, montada en cólera, escribió a <strong>Amadís</strong> una<br />

carta en la que le exigía que nunca más volviera a presentarse ante ella.<br />

Después de apelar a su amada en los términos que ya hemos visto, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> sigue<br />

su camino y no siente necesidad de tomar una decisión drástica en ese sentido. Se cree<br />

exiliado por parte de Dulcinea, pero no manifiesta ninguna reacción especial. Sólo en la<br />

segunda salida, ya acompañado por Sancho, y huyendo de la justicia después de la<br />

liberación de los galeotes, piensa en acometer una penitencia de amor, al refugiarse en<br />

Sierra Morena. Es entonces cuando la figura de <strong>Amadís</strong> surge como el modelo por<br />

imitar, a pesar de sus vacilaciones entre seguirlo a él o seguir a Orlando. Si el de Gaula<br />

por el desdén repentino de Oriana se refugió en un islote, dentro del mar, llamado Peña<br />

Pobre, para dejarse morir, y el paladín francés enloqueció al leer primero en una fuente<br />

y después en un cabana las inscripciones, grabadas por el propio Medoro, sobre el amor<br />

consumado entre éste y Angélica, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> está dispuesto o a permanecer sine die en<br />

Sierra Morena o a perder el juicio de manera definitiva si Dulcinea no pone algún<br />

remedio al mal de ausencia que padece. A pesar de ser vecina suya, en doce años que ha<br />

estado enamorado de ella no ha logrado verla en más de cuatro ocasiones, y por eso le<br />

escribe una carta, porque en función de la respuesta dará o no por terminada su<br />

penitencia. En ese planteamiento, pues, sin aún haberse decidido por ninguno de los<br />

dos, está más cerca del <strong>Amadís</strong>, quien aban<strong>don</strong>a su confinamiento en Peña Pobre tras<br />

recibir una segunda carta de Oriana.<br />

«EL ALEGRE RIBAZO DE LA PEÑA POBRE»<br />

Estando en ínsula Firme, <strong>Amadís</strong> recibe la durísima carta de Oriana, y, tras dar<br />

instrucciones a Isanjo para que, en el caso de que él muera, Gandalín herede la ínsula,<br />

se mete, olvidándose de sus armas, «muy presto por la espesa montaña» 4 (p. 684), allí<br />

por <strong>don</strong>de le lleva su caballo. Es alcanzado por su escudero, y se enoja al verlo, pero<br />

sigue su consejo de combatir con Patín, porque éste pretende casarse con Oriana.<br />

Después de dejarlo malherido, continúa su periplo hacia no sabe muy bien dónde, pero<br />

siempre alejado de la civilización. Cabalga por una floresta, a cuya salida halla un<br />

campo en el que dan comienzo muchos caminos: no opta por ninguno y entra «por un<br />

valle y una montaña» (p. 701), desde <strong>don</strong>de llega a «una ribera de una agua que de la<br />

montaña descendía» (p. 702). Pasa allí la noche, y su escudero, para disuadirlo de su<br />

decisión de dejarse morir, considera a Oriana bajo sospecha, por adoptar ella una<br />

actitud tan drástica no teniendo ningún motivo que la justifique:<br />

[...] y como la firmeza de muchas mugeres sea muy liviana, mudando su querer de unos en<br />

otros, puede ser que Oriana os tiene errado, y quiso, antes que lo vos supiéssedes, fingir enojo<br />

contra vos (p. 703).<br />

4 Montalvo, <strong>Amadís</strong> de Gaula, vol. I, p. 684. Desde este momento reproduzco sólo las páginas después<br />

de cada cita.


44 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

<strong>Amadís</strong> no puede menos que reaccionar con gran ira al oír esas acusaciones contra su<br />

amada, pero consigue dominarse, atribuyendo a su escudero una buena voluntad y<br />

zanjando la discusión con una amenaza verbal, formulada en condicional:<br />

[...] y si yo no entendiesse que por me conortar me lo has dicho, yo te tajaría la cabeça; y<br />

sábete que me has fecho muy gran enojo, y de aquí adelante no seas osado de me dezir lo<br />

semejante (p. 704).<br />

Deja a Gandalín durmiendo, y él solo se adentra «por lo más espesso de la montaña»,<br />

hasta plantarse «en una gran vega que al pie de una montaña estaba, y en ella había dos<br />

árboles altos que estaban sobre una fuente». Allí se encuentra con el ermitaño Andalod,<br />

a quien pide que lo lleve con él «este poco de tiempo que durare», para hacer la<br />

penitencia que le mandare, porque, de lo contrario, seguiría «perdido» por esa montaña<br />

sin hallar ningún remedio. El ermitaño lo acepta en su compañía, y los dos se dirigen al<br />

mar para pasar a la isla de Peña Pobre: antes de embarcar, <strong>Amadís</strong> regala su caballo a<br />

los marineros para poder empezar una vida nueva.<br />

En Sierra Morena es Sancho quien planea el itinerario, pero a medida que se va<br />

adentrando en ella su señor parece sentirse cómodo, y acaba imaginando una aventura<br />

en la que no había reparado, sobre todo tras conocer a un personaje, Cardenio, que ha<br />

buscado refugio en esas asperezas por culpa de amor. Cuando ya ha tomado la<br />

iniciativa, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> entra «en lo más áspero de la montaña» (p. 271), y enseguida<br />

anuncia a su escudero la realización de una hazaña con que piensa ganar fama en todo<br />

el mundo. En ese punto, introduce ya la referencia clara a <strong>Amadís</strong>, como ejemplo no<br />

sólo del perfecto caballero, sino de amante leal, y a ese propósito recuerda su penitencia<br />

en Peña Pobre. También menciona la locura de Orlando y sus efectos devastadores para<br />

la naturaleza y para los pastores que halló en su camino. Después de cabalgar por esa<br />

parte de la sierra, llega, siempre en compañía de Sancho, al pie de una montaña, y allí<br />

decide hacer su penitencia de amor. Veamos cuáles son las características del lugar<br />

elegido:<br />

Llegaron en esas pláticas al pie de una alta montaña, que casi como peñón tajado estaba sola<br />

entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por<br />

toda su re<strong>don</strong>dez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban.<br />

Había por allí muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar<br />

apacible (p. 278).<br />

Casi de inmediato se apea de Rocinante, al que deja en libertad, tras quitarle la silla y<br />

los arreos. Está pensando en deshacerse de su caballo como primer paso a un nuevo<br />

estilo de vida. No mucho después escribe la carta que Sancho debe hacer llegar a<br />

Dulcinea, y se la lee para que la memorice 5 .<br />

Al salir de Sierra Morena, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y Sancho protagonizan un pequeño incidente.<br />

Al oír a la princesa Micomicona proponer a su amo el matrimonio, Sancho no cabe de<br />

contento, porque, de esa manera, ve la forma de convertirse en gobernador de la tan<br />

•5 Si se decide, improvisando como improvisa un rosario con un jirón de su camisa, por la imitación de<br />

<strong>Amadís</strong>, es porque ha debido reconocer en Cardenio un locura prácticamente idéntica a la de Orlando; véase<br />

en ese sentido Márquez Vülanueva, 1975, pp. 46-51.


AMADÍS Y DON QUIJOTE 45<br />

ansiada ínsula, la que su amo le ha prometido como recompensa a los servicios<br />

prestados. Sin embargo, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> no contempla ni la más remota posibilidad de<br />

casarse con esa princesa, porque él se debe, en cuerpo y alma, al amor de su vida, a<br />

Dulcinea del Toboso. Ante tal negativa, y sobre todo con la perspectiva de quedarse sin<br />

ínsula, Sancho no puede menos que reaccionar con estupefacción y cólera, y por eso es<br />

incapaz de reprimir una comparación entre ambas princesas, en la que la del Toboso no<br />

sale demasiado bien parada:<br />

¿Es por dicha más hermosa mi señora Dulcinea? No, por cierto, ni aun con la mitad, y aun<br />

estoy por decir que no llega a su zapato de la que está delante (p. 352).<br />

Tampoco <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> puede contenerse y, a traición, sin avisarle, la emprende a palos<br />

con su escudero, a quien habría matado, de no haber intervenido Dorotea, rogándole<br />

que dejara de apalearlo. El hidalgo manchego había perdido el oremus al oír lo que a él<br />

le parecía una blasfemia contra su señora.<br />

La crítica ha subrayado que el lugar en que <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> decide ejecutar su<br />

penitencia de amor tiene los ingredientes que los médicos recomendaban a los<br />

melancólicos o enamorados para vencer su enfermedad: el arroyo, con su prado; los<br />

árboles, las flores 6 . El caballero manchego pretende quejarse en un paisaje agradable<br />

para dar a entender que su sufrimiento no se puede paliar con nada; <strong>Amadís</strong>, tras dejar<br />

Peña Pobre, también llega a un lugar <strong>don</strong>de, a no ser por «la soledad que a su señora<br />

tenía tanto no le atormentase, tuviera la más gentil vida para su salud que en ninguna<br />

otra parte» (p. 746) 7 .<br />

En cualquier caso, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y el de Gaula siguen un itinerario muy similar rumbo<br />

a sus respectivas penitencias: si el hijo de Perión, después de aban<strong>don</strong>ar a su escudero<br />

Gandalín, «se metió por lo más espeso de la montaña», el manchego y Sancho, tras<br />

dejar al cabrero, «íbanse poco a poco entrando en lo más áspero de la montaña» (pp.<br />

270-271); y si el hijo de Perión «entró en una gran vega que al pie de una montaña<br />

estaba» (p. 704), y en la que «había dos árboles altos que estaban sobre una fuente», el<br />

manchego y su escudero «Llegaron [...] al pie de una montaña», por cuya falda «corría<br />

[...] un manso arroyuelo» (p. 278).<br />

Al reaccionar como reacciona, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> también podría imitar a <strong>Amadís</strong>, quien<br />

no tolera a su escudero Gandalín que insinúe la mínima insidia en Oriana, y sólo le<br />

per<strong>don</strong>a la agresión física porque sabe que éste ha obrado para amortiguarle el dolor<br />

que en ese momento sentía por la carta que acababa de recibir de su señora. Si el de<br />

Gaula había controlado sus impulsos, el de la Mancha, en cambio, no había podido, y<br />

eso no tiene más explicación que la de su melancolía adusta.<br />

«Véase Re<strong>don</strong>do, 1998, pp. 144-145.<br />

^ Albanio, desdeñado por Camila, se halla en la misma situación de no poder sacar ningún beneficio de<br />

su entorno natural: «El dulce murmurar deste ruido, / el mover de los árboles al viento, / el suave olor del<br />

prado florecido / podrían tornar d'enfermo y descontento / cualquier pastor del mundo alegre y sano: / yo<br />

sólo en tanto bien morir me siento» (Garcilaso de la Vega, «Égloga II», vv. 13-18, p. 143).


4 6 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

T O B O S O Y EL C A S T I L L O DE M I R A F L O R E S<br />

En la Peña Pobre, cuando está ya a punto de morir por inanición, <strong>Amadís</strong> recibe la<br />

visita de la <strong>don</strong>cella de Dinamarca, quien, después de reconocerlo gracias a una cicatriz,<br />

le entrega una segunda carta de Oriana, y le hace saber que ésta le espera en el castillo<br />

de Miraflores, <strong>don</strong>de pretende enmendar «los dolores y angustias que el sobrado amor»<br />

le había causado. Así, el de Gaula aban<strong>don</strong>a su confinamiento en compañía de la<br />

<strong>don</strong>cella de Dinamarca, y, a instancias de ella, se detiene en un lugar ameno para<br />

recuperar las fuerzas que había perdido en el islote. Allí intercambia impresiones con la<br />

<strong>don</strong>cella de su señora y toma por escudero a Enil, a quien no da a conocer su verdadera<br />

identidad, porque aún se hace llamar Beltenebros:<br />

[...] y fallando un lugar metido en una ribera de agua mucho sabrosa y fermosos árboles,<br />

porque la gran flaqueza de Beltenebros en alguna manera reparada fuesse, a su ruego della allí<br />

le fizo reposar. Donde, si la soledad que a su señora tenía tanto no le atormentase, tuviera la<br />

más gentil vida para su salud que en ninguna otra parte que en el mundo fuesse, porque<br />

debaxo de aquellos árboles, al pie de los cuales las fuentes nascían, les daban de comer y<br />

cenar, acogiéndose en las noches a su alvergue que en el lugar tenían (p. 746).<br />

Tras estar durante diez días en esa ribera paradisíaca, los suficientes al menos como<br />

para desear tomar las armas, reemprende su camino y llega, después de cuatro, a un<br />

monasterio de monjas, en el que se separa de la <strong>don</strong>cella de Dinamarca y del hermano<br />

de ésta, Durín, en el que espera nuevas instrucciones de su amada y en el que se<br />

abastece de todo lo necesario para volver a ejercer la caballería. En el monasterio, recibe<br />

la confirmación del encuentro con Oriana en el castillo de Miraflores (a<strong>don</strong>de ha de<br />

entrar muy «encubierto») y se entera de que el gigante Famongomadán ha pedido al rey<br />

Lisuarte a ésta para esposa de su hijo Basagante, y por eso se propone, hasta llegado el<br />

momento de ver a su señora, «de no tomar en sí otra afruenta ni demanda hasta buscar<br />

a Famongomadán y se combatir con él» (p. 775).<br />

Al alba <strong>Amadís</strong> deja el monasterio, acompañado por su nuevo escudero, para<br />

dirigirse a Miraflores. Cabalga durante siete días sin hallar ningún contratiempo, pero<br />

al octavo se enfrenta al gigante Cuadragante, a quien derrota después de una cruenta<br />

batalla; acepta pasar tres días en el castillo de unas <strong>don</strong>cellas para recuperarse de sus<br />

heridas. Más adelante vence sucesivamente a ocho caballeros y al poco mata a<br />

Famongomadán y a su hijo, que llevaban presas en un carreta a muchas <strong>don</strong>cellas y<br />

niñas para sacrificarlas ante su dios. Se separa de su escudero, a quien manda a Londres<br />

y a quien convoca en la fuente de los Tres Caños para dentro de ocho días. Se adentra<br />

en una floresta y llega a una ribera, <strong>don</strong>de espera que se haga de noche para entrar en el<br />

castillo de Miraflores. Con la ayuda de los escuderos, desde abajo, y de las <strong>don</strong>cellas,<br />

desde arriba, escala un muro que le da acceso al patio en que aguarda una ansiosa<br />

Oriana. En su habitación pasa ocho días seguidos practicando la terapia más eficaz para<br />

un enfermo de amor como él.<br />

En el castillo de Miraflores, antes de la llegada de <strong>Amadís</strong>, Oriana se está<br />

recuperando de la tensión en que ha vivido desde que por celos decidió desterrar a su<br />

caballero. Parece bastante desmejorada, y así se lo hace notar Gandalín, en un tono<br />

muy distendido:


AMADÍS Y DON QUIJOTE 47<br />

Y vos, señora, con sperança de las buenas nuevas que os traerá, no dexéis de tener mejor vida,<br />

porque él venido, no os vea tan alongada de vuestra fermosura; si no echara huir de vos.<br />

A Oriana le plugo mucho de aquello que Gandalín le dezía, y díxole riendo:<br />

—¡Cómo!, ¿tan fea te parezco?<br />

Y él dixo:<br />

—Cuanto si tan fea parescéis a vos, asconderos íades <strong>don</strong>de ninguno os viesse (p. 760).<br />

<strong>Amadís</strong> parece ajeno a esas bromas entre su escudero y Oriana, y se entrega a ella con<br />

la misma intensidad de siempre: la estancia en la habitación de su señora se le antoja<br />

como una estancia en el Paraíso.<br />

Sancho aban<strong>don</strong>a a su amo para cumplir con la embajada que le ha encomendado,<br />

pero, al aproximarse a la venta de Juan Palomeque, en la que no se decide a entrar, topa<br />

con el barbero y el cura de su pueblo, a quienes refiere dónde ha quedado su amo y<br />

hacia dónde él se encamina. Al pretender enseñarles la carta que debía de entregar a<br />

Dulcinea, se percata de que no la lleva consigo, y al tratar de dictarla, se da cuenta de<br />

que no se la sabe de memoria. El barbero y el cura tienen la intención de disfrazarse de<br />

<strong>don</strong>cella menesterosa y de escudero, para sacar a <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> de Sierra Morena y<br />

devolverlo a su casa, y le piden a Sancho que los guíe al lugar <strong>don</strong>de ha dejado a su<br />

amo, dándole instrucciones muy precisas sobre cómo había de contestar la pregunta de<br />

si había entregado o no la carta a Dulcinea:<br />

dijese que sí, y que, por no saber leer, le había respondido de palabra, diciéndole que le<br />

mandaba, so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella, que era<br />

cosa que le importaba mucho (p. 301).<br />

Sancho está de acuerdo en decir a su amo semejante mentira, pero se la quiere<br />

transmitir sin testigos, y por eso sugiere adelantarse a sus dos acompañantes. El<br />

narrador no parece interesado por el reencuentro entre el caballero y el escudero, y<br />

concentra su interés en los personajes secundarios que han ido apareciendo en Sierra<br />

Morena. Reproduce, eso sí, la vuelta de Sancho, solo, al sitio en que había dejado al<br />

cura y al barbero, a quienes cuenta el estado en que ha hallado a su amo y cómo éste ha<br />

reaccionado al oír las nuevas de su dama, diciendo que no piensa ir al Toboso hasta que<br />

no haya acometido hazañas que le hagan digno de ella. En esa situación, el cura<br />

pretende que Dorotea, a la que acaba de conocer, represente el papel de la princesa<br />

Micomicona, y que maese Nicolás, el de su escudero, y que los dos, conducidos por<br />

Sancho, vayan hasta <strong>don</strong>de está <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> para contratarlo como caballero andante.<br />

Don <strong>Quijote</strong> y su escudero, en la compañía del cura, el barbero, Dorotea y<br />

Cardenio, llegan a la venta de Juan Palomeque, y allí el hidalgo manchego ocupa el<br />

cuartucho que había ocupado la primera vez que estuvo en ella: se acuesta en seguida<br />

«porque venía muy quebrantado y falto de juicio» (p. 368). No vuelve a entrar en<br />

acción hasta unas horas después, cuando, sonámbulo, se levanta de la cama para<br />

arremeter a cuchilladas contra unos cueros de vino que están en su cabecera, creyendo<br />

que son el gigante enemigo de la princesa Micomicona: sólo se despierta al ser duchado<br />

con agua fría por el cura, ante quien se arrodilla, confundiéndolo con la princesa, para<br />

anunciarle que ya la ha liberado del usurpador de su reino. Con la ayuda del cura, el


4 8 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

barbero y Cardenio, regresa, ya más tranquilo, a su cama, <strong>don</strong>de vuelve a quedar<br />

dormido. Antes de la noche, despierta por sí mismo para averiguar si las informaciones<br />

de Sancho sobre la identidad de la princesa son ciertas y para compartir mesa con todos<br />

los huéspedes de la venta, a quienes deja admirados con su discurso sobre las armas y<br />

las letras. Pasa la noche en vela, porque ha decidido garantizar la seguridad de las<br />

muchas <strong>don</strong>cellas que se hospedan en el que cree castillo. En esa nueva misión de<br />

centinela es objeto de una cruel burla por parte de Maritornes y la hija del ventero, y<br />

por culpa de ellas dos se está de pie sobre su caballo hasta la madrugada.<br />

La noche siguiente <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> seguramente la ha pasado durmiendo, aunque no se<br />

sabe en qué estancia de la venta (la suya la habían ocupado las <strong>don</strong>cellas que han ido<br />

llegando), pero la cuestión es que el cura decide sorprenderlo, con la ayuda de los<br />

camaradas de <strong>don</strong> Fernando y de los criados de <strong>don</strong> Luis, allí <strong>don</strong>de lo hayan alojado<br />

para atarlo y conducirlo a una carreta de bueyes, dentro de la cual lo devolverán a su<br />

aldea, haciéndole creer que ha sido encantado. En su casa, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> permanece un<br />

mes, sometido a una dieta para corregir el exceso del humor responsable de la patología<br />

que sufre.<br />

Después de la tercera salida, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y su escudero se dirigen ya de noche hacia<br />

el Toboso para recibir la bendición de Dulcinea; el hidalgo manchego parece tener<br />

previsto llegar al pueblo de su señora de día:<br />

Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar, y con más escuridad de la que<br />

habíamos menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, a<strong>don</strong>de tengo determinado de ir<br />

antes que en otra aventura me ponga, y allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par<br />

Dulcinea (p. 687).<br />

Sin embargo, los dos empiezan a divisar la ciudad al anochecer del día siguiente, y <strong>don</strong><br />

<strong>Quijote</strong> resuelve esperar aún hasta la medianoche para entrar en ella: elige para la<br />

espera un bosque de encinas situado en las afueras:<br />

En estas y otras semejantes pláticas se les pasó aquella noche y el día siguiente, sin<br />

acontecerles cosa que de contar fuese, de que no poco le pesó a <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>. En fin, otro día<br />

al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya vista se le alegraron los<br />

espíritus a <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y se le entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni<br />

en su vida la había visto, como no la había visto su señor; de modo que el uno por verla y el<br />

otro por no haberla visto estaban alborotados, y no imaginaba Sancho qué había de hacer<br />

cuando su dueño le enviase al Toboso. Finalmente, ordenó <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> entrar en la ciudad<br />

entrada la noche, y en tanto que la hora se llegaba se quedaron en unas encinas que cerca del<br />

Toboso estaban, y llegado el determinado punto, entraron en la ciudad, <strong>don</strong>de les sucedió<br />

cosas que a cosas llegan (p. 694).<br />

Ya en las calles del pueblo, caballero y escudero no saben a dónde ir, porque, como ha<br />

dejado claro el narrador, ninguno de los dos antes había estado en casa de Dulcinea:<br />

uno se empeña en buscar el palacio de una gran princesa, y el otro la humilde vivienda<br />

de una labradora, porque sigue convencido, a pesar de su desorientación, de que la<br />

dama de su señor es Al<strong>don</strong>za Lorenzo. Si el caballero tiene esperanzas de hallar aún<br />

despierta a Dulcinea (p. 695), el escudero piensa que no por ello va estar abierta la


AMADÍS Y DON QUIJOTE 49<br />

puerta de su alcázar, porque allá a <strong>don</strong>de van no es la casa de la mancebía, en la que se<br />

puede entrar «a cualquier hora, por tarde que sea» (p. 696).<br />

Perdidos en un pueblo de no más de novecientos habitantes, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y Sancho<br />

dudan qué hacer, hasta que el escudero, temeroso de que su amo no descubra que no<br />

había llevado la carta a Dulcinea, propone salir del Toboso para regresar él solo,<br />

cuando ya haya amanecido. El hidalgo manchego acepta encantado la sugerencia de su<br />

escudero, y accede a esperar en un bosque situado a dos millas del pueblo (no se<br />

especifica que sea el mismo en que había esperado antes).<br />

Sancho aban<strong>don</strong>a a su amo, pero resuelve no volver a entrar en el Toboso, porque<br />

para llegar a casa de Dulcinea por fuerza habría de preguntarlo a algún vecino que se la<br />

indicase, e imagina que los manchegos, por su carácter de suyo colérico, habían de<br />

contestar con violencia. Por esa razón, tiene la feliz ocurrencia de intentar convencer a<br />

su amo de que la primera labradora que vea salir del pueblo es Dulcinea, y si él no se lo<br />

cree, insistirá hasta <strong>don</strong>de sea necesario. El caso es que la moza que pretende hacer<br />

pasar por la amada de <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> es bastante fea y no desprende olores demasiado<br />

aromáticos, y <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, ya muy distinto al de la primera parte, la percibe tal como<br />

ella es, con todos esos defectos. El hidalgo manchego no puede más que suponer que<br />

Dulcinea está encantada y que sus enemigos la han degradado transformándola de bella<br />

princesa en tosca labradora.<br />

Al alejarse del Toboso, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> está más triste que nunca, y eso que más<br />

adelante reconoce que él no está enamorado, y que sólo finge estarlo porque así<br />

conviene a su oficio. Sancho contempla a su amo con una preocupación que quizá no<br />

había tenido o sentido antes:<br />

Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres<br />

las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí (p. 711).<br />

Sobre el episodio del Toboso se nos ocurren una serie de preguntas. ¿Por qué, por<br />

ejemplo, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> decide entrar en el pueblo por la noche, y no en pleno día, si sólo<br />

pretendía obtener de su señora la bendición y la licencia para echarse a los caminos?<br />

Podría pensarse que <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> actúa con la máxima discreción y no quiere ser visto<br />

por nadie cuando visita la casa de Dulcinea. Sin embargo, creo que el hidalgo manchego<br />

imita en ese punto a <strong>Amadís</strong>: si el de Gaula entra a medianoche en el castillo de<br />

Miraflores, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> no puede ser menos; y los dos encuentros, el del Toboso y el de<br />

Miraflores, se planean o deciden a propósito de sus respectivas penitencias de amor, en<br />

Sierra Morena y en Peña Pobre. Entre los diversos sonetos burlescos que introduce en<br />

los preeliminares de su novela, <strong>Cervantes</strong>, en lugar de los elogios habituales, pone uno<br />

en boca de Oriana dirigido a Dulcinea en que sugiere esa relación directa de los<br />

topónimos: «¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea, / por más comodidad y más reposo,<br />

/ a Miraflores puesto en el Toboso, / y trocara sus Londres con tu aldea» (p. 27).<br />

De hecho, <strong>Cervantes</strong> ha seguido el esquema del <strong>Amadís</strong>, especialmente a partir del<br />

episodio de Sierra Morena. De ahí saca a su personaje con la perspectiva de ver a<br />

Dulcinea, al igual que ocurre con la novela refundida por Montalvo. Sin embargo, antes<br />

de reproducir ese encuentro, que relega para el comienzo de la segunda parte, lo hace<br />

descansar, primero en la venta de Juan Palomeque y después en su casa, y lo convierte


50 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

en el paladín de la princesa Micomicona frente al gigante Pandafilando de la Fosca<br />

Vista, a quien sólo llega a cortar la cabeza en sueños. Al aban<strong>don</strong>ar Peña Pobre, <strong>Amadís</strong><br />

había seguido un itinerario parecido: primero había descansado en una ribera, después<br />

en un monasterio de monjas y, por último, en un castillo, y en el intervalo se había<br />

enfrentado a varios gigantes, a quienes había vencido. En esas condiciones, se creía ya<br />

preparado para la entrada en el castillo de Miraflores, de manera similar a <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong><br />

cuando se ha recuperado de su penitencia y parece tener la sensación de haber liberado<br />

a la princesa Micomicona.<br />

Después de la reconciliación en el castillo de Miraflores, <strong>Amadís</strong> sin duda se siente<br />

correspondido por su señora, lo que ha podido comprobar gracias a la aventura del<br />

tocado de flores, que Oriana supera con absoluto éxito. Tras sufrir las bromas de una<br />

carreta de actores itinerantes, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y Sancho pasan la noche «debajo de unos<br />

altos y sombrosos árboles» (p. 718), en los que se encuentran con el caballero del<br />

Bosque, que no es otro que el bachiller Sansón Carrasco. En conversación con él, a<br />

propósito de sus respectivas amadas, el hidalgo manchego afirma que «Nunca fui<br />

desdeñado de mi señora» (p. 725), una afirmación que podría tener diversas<br />

interpretaciones. En sentido estricto, si la moza ignora que existe, el caballero no pude<br />

sentirse ni amado ni desdeñado. Sin embargo, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> podría pensar en un cambio<br />

en sus relaciones con Dulcinea por efecto de su penitencia y de su visita al Toboso: con<br />

ambas acciones, se habría ganado el favor de su señora. Si su modelo es <strong>Amadís</strong>, como<br />

creo que lo es, por fuerza ha de estar convencido de que ha corrido su misma suerte.<br />

CORISANDA Y CARDENIO<br />

Durante su estancia en Peña Pobre, <strong>Amadís</strong> conoce a Corisanda, quien pasa en el<br />

islote cuatro días para descansar de,su viaje a la corte del rey Lisuarte. La dama está<br />

enferma de amor, porque nada sabe de su caballero Florestán, también hijo del rey<br />

Perión. Para aliviar su dolor, las dueñas que la acompañan la entretienen con música, y<br />

<strong>Amadís</strong>, al oírla por primera vez, se olvida de rezar los maitines. Él se interesa, quizá<br />

pecando de demasiado curioso, por la identidad del caballero del que Corisanda está<br />

enamorada, y, en cambio, poco dice de sí mismo: sólo que se llama Beltenebros y que<br />

está allí para hacer penitencia por sus muchos pecados.<br />

En Sierra Morena, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> vive una situación estructuralmente parecida. Entre<br />

sus montañas conoce a un muchacho con un aspecto muy desmejorado: medio desnudo,<br />

con barba y moreno a causa de su continua exposición al sol. Recibe una primera<br />

información de un cabrero que lo ha visto por la zona en los últimos seis meses<br />

exhibiendo un comportamiento unas veces lúcido y otras loco, unas pausado y otras<br />

violento. Después el hidalgo manchego llega a coincidir con él y le ruega que le cuente<br />

las vicisitudes personales que lo han llevado a refugiarse en la soledad de las montañas.<br />

Sin embargo, al interrumpirlo en la parte más interesante de la historia, se queda sin<br />

saber el final, y desde ese momento ya no parece interesarse más por el que va a ser,<br />

aunque por poco tiempo, compañero de locuras.


AMADÍS Y DON QUIJOTE 51<br />

BRIOLANJA Y LA PRINCESA MICOMICONA<br />

Briolanja es hija de Tagadán, rey de Sobradisa, a quien su hermano Abiseos había<br />

asesinado durante una fiesta para arrebatarle el trono a él y a su heredera. Ésta fue<br />

salvada por un caballero anciano de su padre, que la llevó al castillo de su tía<br />

Grovenesa. Allí llega <strong>Amadís</strong> y se compromete a vengar el regicidio dentro de un año.<br />

Al cumplirse el plazo, en compañía de su primo Agrajes, regresa al castillo de la tía de la<br />

desheredada para combatir contra Abiseos y sus dos hijos, Darasión y Dramis. Al poco<br />

de salir del castillo, Briolanja le pide un <strong>don</strong> al de Gaula, y Grovenesa, otro, que es el<br />

mismo, a Agrajes:<br />

Pues habiendo ya andado cuanto una legua, Briolanja demandó un <strong>don</strong> a <strong>Amadís</strong>, y<br />

Grovenesa otro a Agrajes, y por ellos otorgados, no se catando ni pensando lo que fue,<br />

demandáronles que por ninguna cosa que viessen saliessen del camino sin su licencia délias,<br />

porque se no ocupassen en otra afrenta sino en la que presente tenían (p. 630).<br />

Los dos caballeros lo conceden sin ningún problema y, ya en Sobradisa, obtenida cierta<br />

inmunidad, luchan contra los tres traidores, a quienes acaban matando. Antes del<br />

combate, Briolanja, enamorada de <strong>Amadís</strong>, está a punto de rogarle que se case con ella,<br />

pero logra contenerse (p. 635). El de Gaula y Agrajes se recuperan de sus heridas en el<br />

castillo real, del que la legítima heredera ha tomado posesión. Una vez sanos los dos, a<br />

quienes se han unido Galaor y Florestán, que han llegado después de la justa, se dirigen<br />

a la corte del rey Lisuarte, pero en el camino hallan en una ermita a la hija del<br />

gobernador de ínsula Firme, quien los invita a visitarla.<br />

El narrador baraja diversas hipótesis sobre los amores entre <strong>Amadís</strong> y Briolanja,<br />

aunque otorga mayor crédito a la menos comprometida para su héroe. En una de las<br />

versiones, la reina de Sobradisa exige a su caballero que se encierre en una torre y que<br />

no salga de ahí hasta no tener un hijo o hija con ella: <strong>Amadís</strong> se encierra en la torre,<br />

pero se niega a «haber juntamiento con Briolanja», y, al perder el apetito y el sueño,<br />

pone en peligro su vida. Para evitar su muerte, Oriana le hace saber que no se abstenga<br />

de cumplir lo que la reina le pide, y <strong>Amadís</strong>, entonces, tiene relaciones sexuales con su<br />

anfitriona y la deja embarazada de gemelos. En otra de las versiones, Briolanja, al ver a<br />

su salvador a punto de morir por culpa suya, le exonera de semejante obligación,<br />

aunque no lo deja marchar en tanto no llegue Galaor. Fuere cual fuere la verdad, lo<br />

cierto es que esa relación entre <strong>Amadís</strong> y la «niña fermosa» acaba desencadenando el<br />

episodio de Peña Pobre.<br />

<strong>Cervantes</strong> demuestra conocer muy bien toda esa historia y de alguna manera la tiene<br />

en cuenta en su gran novela para parodiarla. En la actitud de <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, sea o no<br />

sincera, hay una clara imitación de <strong>Amadís</strong>: al igual que el de Gaula, parece temer la<br />

reacción de su señora cada vez que siente comprometida su honestidad, y eso que ni tan<br />

siquiera sabe si es o no correspondido por ella.<br />

Reintegrado el hidalgo manchego a la vida caballeresca, tras dejar las asperezas de<br />

Sierra Morena, Dorotea, en el papel de princesa Micomicona, se presenta corno hija del<br />

rey Tinacrio el Sabidor y de la reina Jaramilla, y explica que primero murió su madre y<br />

después su padre, pero que éste, antes de morir, la previno de la invasión y destrucción<br />

que iba a sufrir el reino por parte del gobernador de una ínsula colindante, el


52 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

descomunal gigante Pandafilando de la Fosca Vista, y que sólo la podría evitar<br />

casándose con él 8 . También la falsa princesa recuerda que su padre le aconsejó que, en<br />

el caso de que no quisiera contraer matrimonio con el gigante, no le opusiera resistencia<br />

y que, una vez viese que él comenzaba la invasión, se marchara a España en busca del<br />

caballero que le podría derrotar, y que ese caballero no era otro que <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> de la<br />

Mancha, a quien debía de premiar ofreciéndose como esposa suya.<br />

A raíz de semejante premio, el hidalgo manchego, como hemos visto, arremete<br />

contra su escudero, pero los dos acaban firmando las paces, y, a la primera ocasión que<br />

pueden, se apartan un poco de sus acompañantes para hablar de Dulcinea. Sancho<br />

miente lo mejor que sabe, pero siempre partiendo de la idea de que ésta es la labradora<br />

Al<strong>don</strong>za Lorenzo. Siguiendo la sugerencia del cura, convence a su amo de que Dulcinea<br />

le ha rogado de que vaya al Toboso para verla en persona:<br />

Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos y que allí quedaba<br />

con más deseo de verle que de escribirle, y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la<br />

presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates y se pusiese luego luego<br />

en camino del Toboso, si otra cosa de mayor importancia no le sucediese, porque tenía gran<br />

deseo de ver a vuestra merced (p. 360).<br />

Don <strong>Quijote</strong> explica a Sancho que no sabe muy bien qué hacer, aunque le parece más<br />

lógico socorrer primero a la princesa Micomicona, matando al gigante que le ha<br />

usurpado el trono, y después dirigirse al Toboso para visitar a su señora. Le pide a su<br />

escudero absoluta discreción, «pues Dulcinea es tan recatada, que no quiere que se<br />

sepan sus pensamientos» (p. 363), y le aclara que sólo pretende servirla sin esperar nada<br />

a cambio:<br />

Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama<br />

muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se estiendan más sus pensamientos que a<br />

servilla por solo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos sino<br />

que ella se contente de acetarlos por sus caballeros (pp. 363-364).<br />

Sancho identifica ese tipo de amor con el que ha oído en la iglesia que debe tenerse a<br />

Jesucristo, y al poco, al ser llamado él y su amo por maese Nicolás, se alegra de la<br />

interrupción, porque está cansado de tanto mentir y teme incurrir en alguna<br />

contradicción, porque, aunque sabe quién es Dulcinea, ahora confiesa para sí no<br />

haberla visto jamás: «puesto que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso,<br />

no la había visto en toda su vida» (p. 364).<br />

En esas reflexiones, Sancho desmiente lo que ha dicho a su amo en Sierra Morena:<br />

que había visto a Dulcinea, esto es, a Al<strong>don</strong>za, y había apoyado su afirmación con una<br />

descripción tan real y viva de la moza, que nadie diría que se limitaba a reproducir los<br />

rumores que sobre ella podían circular en la provincia. Y, además, lo normal es que dos<br />

labradores que vivían en pueblos cercanos (a un día yendo a caballo) se conocieran y se<br />

hubieran visto muchas veces; lo raro parece lo contrario: que no se hayan visto nunca.<br />

Quizá estamos ante otro de los numerosos despistes de <strong>Cervantes</strong>.<br />

8 Para el personaje de Dorotea, véase Márquez Villanueva, 1975, pp. 15-35.


AMADÍS Y DON QUIJOTE 53<br />

Para empezar, Dorotea improvisa una historia en más de un punto coincidente con<br />

la de Briolanja. Se presenta como única heredera del territorio en que reina su padre, y,<br />

tras la muerte de éste, como desposeída del trono por la invasión de un antiguo<br />

enemigo. Para recuperar lo que es suyo decide contratar los servicios del mejor<br />

caballero del mundo. Al margen de los nombres, ése es también el currículo de<br />

Briolanja: varía el tipo de muerte del padre y poco más. Las dos princesas obtienen de<br />

sus respectivos caballeros el compromiso de dedicarse en exclusiva a la empresa por la<br />

que han sido llamados. Desde el punto de vista estructural, las dos historias guardan<br />

relación con las penitencias de amor de los protagonistas: en un caso la provoca,<br />

mientras que en el otro la clausura.<br />

Dentro del mundo de ficción que inventa, Dorotea sugiere al caballero de la Mancha<br />

la boda con ella si él logra devolverle el trono que le ha sido arrebatado, y la sugerencia<br />

la introduce antes del comienzo del combate. Briolanja, por su parte, también se siente<br />

tentada de ofrecerse a <strong>Amadís</strong> como esposa poco antes del inicio del duelo: después de<br />

la victoria del de Gaula lo tiene en su castillo <strong>don</strong>de no se sabe realmente qué ocurre. En<br />

cualquiera de los supuestos, <strong>Amadís</strong> siempre la rechaza como esposa y si la complace es<br />

con el consentimiento de Oriana; <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, como hemos visto, se niega<br />

rotundamente a contraer matrimonio con la princesa Micomicona, y, en su negativa,<br />

alega amor y absoluta lealtad a Dulcinea: en ese punto, llega a mostrarse muy violento<br />

con su escudero, a quien no tolera que hable mal de su señora.<br />

ORIANA Y DULCINEA<br />

<strong>Amadís</strong> y Oriana son aún niños cuando se conocen y enamoran: él tiene doce años y<br />

ella ha cumplido los diez. El Doncel del mar está desde los siete en la corte del rey<br />

escocés Languines, a <strong>don</strong>de llega la princesa inglesa después de un largo viaje por mar<br />

acompañando a sus padres, el rey Lisuarte y Brisena: cansada del mar se queda allí un<br />

tiempo hasta que vuelve a Londres junto a Mabilia, la hija de Languines. Cuando<br />

<strong>Amadís</strong> ha llegado, o está a punto de hacerlo, a los veinte años, y Oriana por tanto a los<br />

dieciocho, consigue su primera relación sexual con ella, a quien acaba de liberar de las<br />

garras de Arcaláus.<br />

Don <strong>Quijote</strong> reconoce haberse enamorado de Dulcinea unos doce años antes de<br />

empezar su carrera caballeresca: aproximadamente, a los treinta y siete o treinta y ocho.<br />

Sin embargo, no ofrece ningún dato sobre la edad de su amada, aunque no pone ningún<br />

reparo cuando en los bosques de los duques oye decir a una moza, que en realidad es un<br />

paje que se hace pasar por ella, que tiene «diez y nueve» y no llega «a veinte» (p. 925).<br />

Según esa información, no sé hasta qué punto fiable, Al<strong>don</strong>za Lorenzo, es decir,<br />

Dulcinea, habría encandilado a Alonso Quijano con sólo siete u ocho años 9 .<br />

<strong>Amadís</strong> parece temer, y mucho, las reacciones de Oriana, que lo domina en todo<br />

momento. Cuando el de Gaula oye mencionar a su hermano Galaor, no puede reprimir<br />

las lágrimas, y Oriana, que está viendo desde lejos la escena, pero que no puede saber el<br />

motivo por el que llora su amado, se enoja mucho con él y lo manda llamar para<br />

preguntarle «¿De quién os membraste con las nuevas de la <strong>don</strong>cella, que os hizo<br />

9 Sobre el personaje de Dulcinea, véase Herrero, 1982; Re<strong>don</strong>do, 1998, pp. 231-249; y Riley, 2000, pp.<br />

168-174.


54 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

llorar?» (p. 413). Al conocer la tazón, muy distinta a la que había imaginado, le pide<br />

disculpas por haber sospechado «lo que no debía» (p. 414). Este ejemplo sirve para<br />

ilustrar el carácter celoso de Orianai°, y justifica ese temor por parte de <strong>Amadís</strong>, que su<br />

escudero Gandalín describe muy gráficamente:<br />

¿cómo faltó el buen entendimiento de Oriana y vuestro y de la Doncella de Denamarcha en<br />

pensar que mi señor havía de fazer tal yerro contra aquella que por la menor palabra sañuda<br />

que en ella siente, según el gran temor que de la enojar tiene, se metería so la tierra bivo? (p.<br />

755).<br />

Oriana sabe dominar, casi siempre, la pasión que siente por <strong>Amadís</strong>, y por eso le pide, o<br />

se lo exige, que él también aprenda a controlar sus emociones, porque de lo contrario<br />

sus amores serán ya fábula del vulgo:<br />

Y por eso os mando, por aquel señorío que sobre vos tengo, que poniendo templança en<br />

vuestra vida la pongáis en la mía, que nunca piensa sino en buscar manera cómo vuestros<br />

deseos hayan descanso (p. 385).<br />

Don <strong>Quijote</strong>, por su parte, actúa como si Dulcinea tuviera el mismo carácter que<br />

Oriana. Cuando se halla en alguna situación comprometida para su honestidad, siempre<br />

invoca el nombre de su señora, como si temiese su reacción al pensar en lo que ocurriría<br />

de serle desleal y de saberlo ella. Si coge por el brazo a Maritornes para sentarla junto a<br />

sí en el lecho, y de paso palparle todo el cuerpo, no es para seducirla, sino para<br />

confesarle que no puede hacerlo, además de por su estado físico, muy debilitado a causa<br />

de la paliza de los arrieros, por no traicionar al amor de su vida. Repite ese mismo<br />

razonamiento una y otra vez cuando se imagina acosado por alguna moza a la que cree<br />

gran dama, o por alguna adolescente (Altisidora) o dueña madurita (Rodríguez) a<br />

quienes ya ve como son.<br />

Pocas cosas dice de Dulcinea, y las que dice son a veces bastante contradictorias. A<br />

Sancho, por ejemplo, durante la penitencia en Sierra Morena, confiesa que hace doce<br />

años que está enamorado de ella, y que en todo ese tiempo sólo la ha llegado a ver<br />

cuatro veces, porque sus padres la han criado con el máximo recato y encerramiento.<br />

Más adelante, cuando se dirige al Toboso, pregunta a su escudero hacia dónde han de<br />

ir, porque en ese momento afirma no haber visto nunca a su señora, y que por tanto<br />

sólo se ha enamorado «de oídas» (p. 697) n . Entre esas dos confesiones, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong><br />

introduce una diferencia. En la primera, alude tanto a la persona real (Al<strong>don</strong>za Lorenzo<br />

Corchuelo) como a la de ficción (Dulcinea del Toboso), y quizá por eso puede admitir<br />

que la conoce. En la segunda, en cambio, se refiere exclusivamente a la persona de<br />

ficción (Dulcinea), a quien imagina en unos palacios a los que, por inexistentes, no ha<br />

podido tener acceso: a esa amada sólo la ha visto con los ojos de la imaginación, y no<br />

con otros.<br />

10 A conclusiones similares llega Avalle-Arce, 1990, p. 172.<br />

H En ese aspecto, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> no está imitando a <strong>Amadís</strong> sino a su hijo Esplandián, que se enamora de<br />

la princesa Leonorina por lo que le oye contar al cirujano Elisabad (Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 194).<br />

Véase Riley, 2000, p. 54.


AMADÍS Y DON QUIJOTE 55<br />

Sancho, por su parte, al oír a su amo decir que Dulcinea es hija de Lorenzo<br />

Corchuelo y Al<strong>don</strong>za Lorenzo, da la impresión de que la conoce perfectamente y de que<br />

la ha visto. Prueba de ello es que la describe con unos rasgos demasiado realistas como<br />

para pensar que han sido inventados o improvisados. Así, por ejemplo, la presenta<br />

como varonil, casquivana y morena (por su continua exposición al sol) 12 . Además, se<br />

muestra ansioso por volverla a ver, acepta encantado la embajada que le ha<br />

encomendado <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y parece tener claro en todo momento a dónde se ha de<br />

dirigir: al dejar a su amo en Sierra Morena y encaminarse hacia el Toboso, no<br />

manifiesta ninguna duda sobre la localización de la casa de Al<strong>don</strong>za. Sin embargo,<br />

cuando ha de inventarse un encuentro que no se ha producido, admite para sí que no la<br />

ha visto nunca. No se entiende muy bien por qué ha mentido a su amo en un asunto en<br />

que no era necesario hacerlo: igual es que quería practicar con él la terapia más eficaz<br />

para desenamorarlo, consistente en la degradación del objeto amado. Quizá por eso la<br />

pinta con una serie de rasgos que son el reverso de los que ha ofrecido <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>.<br />

Sea como sea, el caso es que no sabemos cómo es Dulcinea: si rubia o morena, si alta<br />

o baja, si recatada o indecente, si femenina o varonil, etcétera. Cuando pensábamos que<br />

era como la describe Sancho, al poco nos asaltan muchas dudas al sospechar que el<br />

escudero miente y que muy posiblemente se ha inventado todo lo referente a Al<strong>don</strong>za<br />

Lorenzo. En semejante situación, quizá resultado de los despistes de <strong>Cervantes</strong>, nos<br />

sentimos desorientados y tentados de llegar a la misma conclusión que la duquesa: que<br />

Dulcinea no existe y que es sólo una fantasía de <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>.<br />

El hidalgo manchego se ha representado a su señora a imagen y semejanza de<br />

Oriana: si una era princesa, por fuerza la otra también lo debía ser, y si una era «la más<br />

hermosa criatura que se nunca vio, tanto que [...] fue la que sin par se llamó» (p. 268),<br />

la otra había de ser la «<strong>don</strong>cella más hermosa» y «la sin par Dulcinea del Toboso» (p.<br />

68). Si no se la imagina de una manera concreta, sino en abstracto, incluso cuando<br />

ofrece su presunto retrato al caballero Vivaldo, es porque Oriana tampoco es de una<br />

manera especial, porque nunca aparece descrita por nadie, y la suya es una belleza<br />

escurridiza. Quizá por ese motivo <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, cuando piensa en Dulcinea, no puede<br />

pensar en una mujer en concreto, sino en una mujer impersonal y vaga: si, lector del<br />

<strong>Amadís</strong>, hubiera tenido más detalles físicos de Oriana, habría podido aplicarlos a<br />

Dulcinea, pero, al no tenerlos, se ve forzado a ser impreciso y ambiguo con su señora.<br />

También por ese motivo los protagonistas de la obran acaban por reconocer que nunca<br />

la han visto, y por consiguiente la hacen aún más incorpórea y más universal.<br />

DON QUIJOTE Y MACANDÓN<br />

En su primera salida en solitario, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> se siente asaltado por una duda<br />

importante: hasta que no sea armado caballero, y aún no lo está, no podrá combatir<br />

contra nadie que ya lo sea. Por eso, concibe la idea de hacerse armar por el primer<br />

caballero con quien se encuentre. Con esa idea, llega a una venta, que confunde con un<br />

castillo, y cree que dos prostitutas que halla en su puerta son «altas <strong>don</strong>cellas». Se dirige<br />

12 Al retratarla como poco casta, Sancho tal vez sugiere que es la dama que le conviene a su señor (véase<br />

Re<strong>don</strong>do, 1998, p. 248).


5 6 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

a ellas en esos términos, y las mozas, al no darse por aludidas y al ver su aspecto tan<br />

estrafalario, empiezan a reír, con lo que provocan el enojo del caballero manchego:<br />

Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa<br />

procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es<br />

de ál que de serviros (p. 50).<br />

Al no entender ninguna de esas palabras, las mozas ríen aún con más ganas, y <strong>don</strong><br />

<strong>Quijote</strong> aún se enoja más, hasta el punto de que «pasara muy adelante» si no hubiese<br />

intervenido el ventero ofreciéndole alojamiento en su humilde venta. Por la noche, es<br />

armado caballero por el ventero y las dos prostitutas, quienes le ciñen la espada y le<br />

calzan las espuelas.<br />

En el <strong>Amadís</strong>, hay un episodio con ingredientes muy similares. Un escudero bastante<br />

anciano, llamado Macandón, se presenta en la corte del rey Lisuarte para ver si halla en<br />

ella a la <strong>don</strong>cella y al caballero que pasen la prueba de la espada y el tocado. Cuando,<br />

por fin, los encuentra en <strong>Amadís</strong> y Oriana, les pide que lo armen caballero, y si uno le<br />

calza las espuelas la otra le ciñe la espada. Para la ceremonia, Macandón se viste con<br />

«unos paños blancos» y «unas armas blancas» (es decir, lisas, sin ningún dibujo<br />

pintado), y con semejante aspecto, unido a su edad, muy provecta, superior a los<br />

sesenta años, provoca las risas y comentarios de las dueñas y <strong>don</strong>cellas de palacio,<br />

quienes cuestionan que, por sus años, el caballero novel sea capaz de emprender<br />

hazañas importantes como para dejar de serlo:<br />

Como así le vieron, las dueñas y <strong>don</strong>cellas començaron a reír, y Aldeva dixo, que todos lo<br />

oyeron:<br />

—¡Ay Dios, qué estremado <strong>don</strong>cel y qué estremada apostura de todos los noveles!: mucho nos<br />

deve placer que será novel toda su vida (p. 809).<br />

Ante las risas y los comentarios del público femenino, el caballero griego no puede<br />

menos que censurar su conducta y echar en falta en todas ellas una serie de cualidades<br />

que deberían ser inherentes a su condición:<br />

Buenas señoras —dixo él—, yo no daría mi plazer por la mesura de vosotras, que mejor esto<br />

yo de mesura y mancebía que vosotras de mesura y de vergüenca (p. 809).<br />

Macandón y <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> llegan a la caballería en edades ya muy avanzadas y<br />

despiertan, especialmente por su aspecto, las risas de las mozas que los ven, y que de<br />

alguna manera asisten a su ceremonia de su investidura como caballero. Los dos<br />

recriminan por igual ese comportamiento y les acusan de falta de mesura. Si el hidalgo<br />

manchego no creyese tenérselas con «altas <strong>don</strong>cellas»,,no les habría censurado en los<br />

términos en que lo hace. A diferencia de Macandón, está a punto de perder la mesura<br />

que exigía a las que creía damas.


AMADÍS Y DON QUIJOTE 57<br />

ELISENA Y MARITORNES<br />

El padre de <strong>Amadís</strong>, el rey Perión de Gaula, protagoniza dos veces el mismo tipo de<br />

episodio amoroso para engendrar a dos de sus hijos 13 . En la primera llega a la Pequeña<br />

Bretaña para dar a su rey, Garínter, noticias «de un su gran amigo», y el rey lo hospeda<br />

en su palacio con los máximos honores. Durante su estancia, Perión enamora a las<br />

primeras de cambio a una de las infantas, Elisena, de quien a su vez se enamora:<br />

ninguno de los dos lo había estado antes de hombre o mujer. Elisena toma la iniciativa<br />

y confía en su criada Darioleta, quien lo prepara todo para el encuentro entre los<br />

amantes la misma noche del día en que se conocen. Llegada la hora, Darioleta saca a su<br />

señora de la cama y le pone un manto encima. Después de pasar por la huerta, la<br />

sirvienta y la infanta entran en la habitación del huésped, a quien sorprenden<br />

despertando de una pesadilla. Perión, que no ha podido identificarlas, a pesar de la luz<br />

de luna que se había colado por la puerta, las recibe con la espada y el escudo, que deja<br />

caer al suelo cuando se percata de la presencia de Elisena. La abraza y se la queda<br />

mirando, sin duda con ojos de lujuria, para admirar su belleza, que puede reconocer<br />

gracias a la lumbre de tres antorchas. Vale la pena reproducir el pasaje final de todo el<br />

episodio:<br />

El rey quedó solo con su amiga, que a la lumbre de tres hachas que en la cámara seían la<br />

mirava pareciéndole que toda la fermosura del mundo en ella era junta, teniéndose por muy<br />

bien aventurado en que Dios a tal estado le traxera, y assí abracados se fueron a echar en el<br />

lecho (p. 239).<br />

En la segunda ocasión, anterior cronológicamente a la primera, Perión, al regresar de<br />

Alemania, se hospeda en casa del conde de Selandia y, por la noche, mientras duerme,<br />

se despierta abrazado a una <strong>don</strong>cella, que además lo está besando. El rey la aparta y, a<br />

la luz que hay en el aposento, ve «que era la más hermosa mujer de cuantas viera»<br />

(p. 626). Tras identificar a la <strong>don</strong>cella (es la hija del conde), la rechaza, pensando sobre<br />

todo en la honra de quien lo ha acogido con tanta amabilidad. La <strong>don</strong>cella se levanta y<br />

toma la espada del rey para apuntarse el corazón y amenazarle de que se va a suicidar.<br />

Perión, entonces, accede a complacerla, y la deja embarazada de Florestán.<br />

Don <strong>Quijote</strong> y Sancho, por culpa de Rocinante, que pretende refocilarse con unas<br />

jacas gallegas que pacen en un prado cercano, reciben un duro apaleamiento por parte<br />

de los yangüeses, a quienes antes habían arremetido por maltratar al caballo del<br />

manchego; muy malheridos, llegan a la venta de Palomeque, <strong>don</strong>de los curan la mujer e<br />

hija del ventero, ayudadas por una moza asturiana, llamada Maritornes: las tres,<br />

además, improvisan para el caballero una cama en el antiguo pajar, a no mucha<br />

distancia de la de un arriero que había convocado en la suya, para esa noche, a<br />

Maritornes. Cuando todo el mundo está durmiendo, la moza se dirige al pajar, y, al<br />

entrar en el aposento en que duerme su cliente, ha de pasar por el lecho de <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>,<br />

a quien sus heridas y sus imaginaciones no dejan descansar:<br />

13 Sobre el tema, sigue siendo básico el trabajo de Williams, 1909; añade otros antecedentes del episodio<br />

Cacho Blecua en su edición, vol. I, pp. 627-628, n. 8.


58 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

Esta maravillosa quietud y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los<br />

sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la<br />

imaginación una de las estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden; y fue que él se<br />

imaginó haber llegado a un famoso castillo (que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer<br />

todas las ventas <strong>don</strong>de alojaba) y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual,<br />

vencida de su gentileza, se había enamorado del y prometido que aquella noche, a furto de sus<br />

padres, vendría yacer con él una buena pieza; y teniendo toda esta quimera que él se había<br />

fabricado por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que<br />

su honestidad se había de ver, y propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora<br />

Dulcinea del Toboso, aunque la mesma reina Ginebra con su dama Quintañona se le pusiesen<br />

delante (pp. 172-173).<br />

Al oír a la asturiana cerca de su cama, el caballero andante piensa que es la hija del<br />

señor del castillo, y, para disuadirla de las intenciones que había imaginado, la coge por<br />

la muñeca y la obliga a sentarse a su lado; a pesar de la fealdad de la coima, y de sus<br />

malos olores, cree que se trata de un dechado de hermosura, y se la representa, no como<br />

es, sino como la imagina, al modo que los enfermos de amor se imaginan a su amada<br />

(de hecho, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> está persuadido de que ha sido visitado por la hija de Juan<br />

Palomeque, a quien se ha presentado como «de muy buen parecer», p. 167):<br />

Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo<br />

oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecía; y el aliento, que sin duda alguna<br />

olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y<br />

aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación, de la misma traza y modo, lo que<br />

había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver el malferido caballero vencida de<br />

sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos. Y era tanta la ceguedad del pobre<br />

hidalgo, que el tacto ni el aliento ni otras cosas que traía en sí la buena <strong>don</strong>cella no le<br />

desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes le parecía<br />

que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura (pp. 173-174).<br />

Si <strong>Cervantes</strong> se fija en ese episodio del <strong>Amadís</strong>^ 4 , es porque egregios humanistas ya lo<br />

habían presentado como ejemplo de toda falta de verosimilitud. Así, Juan de Valdés, en<br />

su Diálogo de la lengua, a propósito del <strong>Amadís</strong>, atribuye a su autor «cosas tan a la<br />

clara mentirosas que de ninguna manera las podéis tener por verdaderas» 15 (p. 251);<br />

cree que es un error importante la conducta que Elisena tiene para con el huésped de su<br />

padre: una infanta no iba a meterse en la cama, por más enamorada que estuviera, del<br />

primer caballero extranjero que se hospedara en su casa, y aún mucho menos la noche<br />

del día en que lo ha conocido. El decoro exigía otra actitud:<br />

Descuido creo que sea el no guardar el decoro en los amores de Perión con Elisena, porque,<br />

no acordándose que a ella hace hija de rey, estando en casa de su padre, le da tanta libertad, y<br />

14 Desde la edición de Schevill y Bonilla y San Martín, 1928-1941, se viene reconociendo que ése es el<br />

episodio que <strong>Cervantes</strong> tiene en cuenta para su parodia, si bien nuestro autor pudo basarse en otras muchas<br />

novelas de caballerías que suelen ofrecer uno muy similar. Para un análisis del episodio de Maritornes en<br />

relación al modelo caballeresco, véase Re<strong>don</strong>do, 1998, pp. 157-161, y también Riquer, 2003, pp. 148-149.<br />

15 Valdés, Diálogo de la lengua, p. 251.


AMAD IS Y DON QUIJOTE 59<br />

la hace tan deshonesta, que con la primera plática la primera noche se la trae a la cama (p.<br />

251)16.<br />

Tampoco entiende demasiado que el rey Perión, al ser consciente de la importancia del<br />

sigilo en todos sus movimientos, por más impresionado que esté por la presencia de la<br />

infanta, deje caer al suelo la espada y el escudo, y, aún lo que es peor, que nadie de los<br />

que dormían en las habitaciones cercanas, a raíz del ruido que debió provocar el<br />

impacto con el suelo de armas tan pesadas, se despertara e intentara averiguar el origen<br />

de semejante estrépito. Valdés no da crédito a tal inverosimilitud:<br />

Descuidóse también en que, no acordándose que aquella cosa que cuenta era muy secreta y<br />

pasaba en casa del padre de la dama, hace que el rey Perión arroje en tierra el espada y el<br />

escudo luego que conoce a su señora, no mirando que, al ruido que harían, de razón habían<br />

de despertar los que dormían cerca, y venir a ver qué cosa era (p. 251 ) 17 .<br />

Por último, considera que es un desliz bastante grave decir primero que en el aposento<br />

no había más luz que la de la luna que entraba por la puerta, y después especificar que<br />

en él ardían tres antorchas que lo iluminaban de sobras; además, está seguro de que<br />

Elisena, de percatarse de que era mirada por el Rey Perión con unos ojos llenos de<br />

lujuria, no se lo habría permitido:<br />

También es descuido decir que el rey miraba la hermosura del cuerpo de Elisena con la<br />

lumbre de tres antorchas que estaban ardiendo en la cámara, no acordándose que había dicho<br />

que no había otra claridad en la cámara sino la que de la luna entraba por entre la puerta, y<br />

no mirando que hay muger, por deshonesta que sea, que la primera vez que se ve con un<br />

hombre, por mucho que lo quiera, se dexe mirar de aquella manera (pp. 251-252) 18 .<br />

<strong>Cervantes</strong>, pues, parece parodiar el episodio, fijándose especialmente en esos tres puntos<br />

en que se concentra la crítica de Juan de Valdés. Al igual que el conquense, debió pensar<br />

que la conducta de la infanta no era propia de su estado social, y por eso, para la<br />

parodia, buscó a una prostituta: creería que Elisena se había portado como tal, y de ahí<br />

que no se le ocurriera mejor referente que ése. Asimismo debió opinar que la caída de la<br />

espada y el escudo del Rey habría provocado un estruendo perfectamente audible en las<br />

habitaciones próximas, y precisamente pensando en que había pasado desapercibido en<br />

su modelo, quiso que no ocurriera lo mismo en la escena entre <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y<br />

Maritornes: de hecho, las palabras del caballero a la prostituta llegan a oídos del<br />

arriero, y la pelea de éste con aquél, al ceder el lecho en que tiene lugar, por el peso de<br />

ambos, despierta al resto de la venta, desde su dueño, Juan Palomeque, el que para éste<br />

es el señor del castillo y el que hace de Rey Garínter, hasta un cuadrillero de la Santa<br />

Hermandad. Todos, sin excepción, acuden al aposento de <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> y el arriero, y en<br />

él se reparten porrazos a diestro y a siniestro: el tumulto se disuelve en el momento en<br />

que el cuadrillero ordena que se cierre la puerta de la venta porque está convencido de<br />

16 El pasaje ha sido citado, entre otros, por Cacho Blecua en su edición, vol. I, p. 239, n. 15.<br />

17 Véase la ed. de Cacho Blecua, ibid., n. 11.<br />

18 Véase la ed. de Cacho Blecua, ibid., n. 12.


60 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

que ha habido un asesinato (al hallar al hidalgo manchego sin sentido y tumbado boca<br />

arriba, piensa que está muerto).<br />

<strong>Cervantes</strong> también debe de reparar en la información contradictoria que daba el<br />

narrador del <strong>Amadís</strong> sobre la iluminación del aposento en que se citan el Rey Perión y<br />

Elisena. Por ello para toda la venta en que sitúa su episodio no quiere «otra luz que la<br />

que daba una lámpara que colgada en medio del portal ardía» (172); y, en esas<br />

condiciones, hace que Maritornes se dirija al lugar en que la espera el arriero sin ningún<br />

tipo de iluminación: entra a oscuras, y por eso topa con <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, a quien apenas<br />

puede ver y por quien tampoco puede ser vista. Sin embargo, el hidalgo manchego,<br />

cuando intenta describir a la <strong>don</strong>cella que lo ha visitado esa noche, decide callar las<br />

«otras cosas ocultas» que imagina haber visto, en clara referencia a la mirada que el<br />

Rey Perión dedica a una, más que probablemente, desnuda Elisena, la cual, para que<br />

pudiera alcanzar visualmente su objetivo, precisaba de la presencia inesperada de las<br />

tres antorchas en las que antes no había reparado el narrador.<br />

En imitaciones, en otras novelas anteriores, de ese episodio del <strong>Amadís</strong>, sus autores,<br />

no sé hasta qué punto al corriente de la censura de Valdés, subsanan el problema de la<br />

iluminación deficiente. Así, en El rey Tristán el joven, publicado en 1534, la criada que<br />

acompaña a la reina Trinea enamorada del hijo de Tristán toma la precaución de llevar<br />

una vela encendida oculta debajo de su manto, y, cuando ha conducido a la reina junto<br />

a la cama de Tristán, la saca para iluminar a los amantes: si en otras recreaciones del<br />

motivo, el caballero suele reconocer a la intrusa por la voz, en este caso la sirvienta<br />

pretende que tanto él como ella se vean para que no tengan dudas sobre la identidad de<br />

la persona con la que se acuestan 19 .<br />

LA VIDA Y LA MUERTE<br />

<strong>Amadís</strong> ama a Oriana con unas ansias fuera de lo común, y eso porque es joven y<br />

porque, a diferencia de su hermano Galaor, no se desahoga con otras mujeres. No de<br />

otro modo se entiende sus sufrimientos, tanto antes como después de su primera<br />

relación sexual con Oriana.<br />

En una de las muchas ocasiones en que la evoca, queda tan aturdido, que pierde<br />

prácticamente el sentido, hasta el punto de no darse cuenta de lo que ocurre en su<br />

entorno más inmediato. Al volver en sí, se dirige a su escudero para que le desee la<br />

muerte, porque no puede seguir en esa situación, deseando como desea a su amada,<br />

pero estando lejos de ella:<br />

Después que a su señora ovo loado, un tan gran cuidado le vino, que las lágrimas fueron a sus<br />

ojos venidas, y fallesciéndole el coracón, cayó en un gran pensamiento, que todo estaba<br />

estordeçido, de guisa que de sí ni de otro sabía parte. Gandalín vio venir por el gran camino<br />

una compaña de dueñas y caballeros, y que venían contra <strong>don</strong>de su señor estaba, y fue a él y<br />

díxole:<br />

—Señor, ¿no veis esta compaña que aquí viene?<br />

Mas él no respondió nada, y Gandalín le tomó por la mano y tiróle contra sí. Y él acordó<br />

sospirando muy fuertemente, y tenía la faz toda mojada de lágrimas, y díxole Gandalín:<br />

19 Tristán de Leonís y el rey <strong>don</strong> Tristán el joven, su hijo, pp. 698-699.


AMADÍS Y DON QUIJOTE 61<br />

—Así me ayude Dios, señor, mucho me pesa de vuestro pensar que tomáis tal cuidado cual<br />

otro cavallero del mundo no tomaría, y devríades haver duelo de vos y tomar esfuerço como<br />

en las otras cosas tomáis.<br />

<strong>Amadís</strong> le dixo:<br />

—¡Ay, amigo Gandalín, qué sufre mi coracón!; si me tú amas, sé que antes me consejarías<br />

muerte que bivir en tan gran cuita desseando lo que no veo (pp. 366-367).<br />

Gandalín, por su parte, se lamenta de que su amo ame tan profundamente, porque cree<br />

que no hay ninguna mujer que esté a su altura; <strong>Amadís</strong>, enojado, no parece dispuesto a<br />

permitir que nadie hable mal de su señora, a quien considera muy superior a él. Un<br />

poco después, Gandalín, en conversación con Oriana, le pondera el sufrimiento de su<br />

amo, a quien no le augura una larga vida si no lo amortigua de algún modo:<br />

—Señora —dixo él—, es del lo que vos quisiéredes, como aquel que es todo vuestro y por vos<br />

muere, y su alma padece lo que nunca caballero.<br />

Y comencé de llorar, y dixo:<br />

—Señora, él no pasará vuestro mandado por mal ni por bien que le avenga, y por Dios,<br />

señora, aved del merced, que la cuita que hasta aquí sufrió en el mundo no hay otro que la<br />

sofrir podiese; tanto, que muchas vezes esperé caérseme delante muerto habiendo ya el<br />

coracón desfecho en lágrimas [...]; mas a él falleció ventura cuando vos conosció, que morirá<br />

antes de su tiempo. Y cierto más le valiera morir en el mar, <strong>don</strong>de fue lançado, sin que sus<br />

parientes lo conocieran, pues que le ven morir sin que socorrerle puedan (p. 379).<br />

Oriana responde a Gandalín que ella no sobreviviría a la muerte de <strong>Amadís</strong> y que sufre<br />

tanto como puede hacerlo él; confirma semejante confesión el gesto con que la<br />

acompaña, el de las manos apretadas:<br />

Oriana dixo llorando y apretando sus manos y sus dedos unos con otros:<br />

—Ay, amigo Gandalín, por Dios, cállate, no me digas ya más, que Dios sabe cómo me pesa si<br />

crees tú lo que dizes!; que antes mataría yo mi coracón y todo mi bien, y su muerte querría yo<br />

tan a duro como quien un día solo no biviría si él muriesse, y tú culpas a mí porque sabes la<br />

su cuita y no la mía, que si la supiesses más te dolerías de mí y no me culparías; pero no<br />

pueden las personas acorrer en lo que desean, antes aquello acaesce de ser más desviado,<br />

quedando en su lugar lo que les agravia y enoja, y assí viene a mí de tu señor, que sabe Dios,<br />

si yo pudiesse, con qué voluntad pornía remedio a sus grandes desseos y míos (p. 379).<br />

La princesa de la Gran Bretaña reconoce padecer el mismo mal que su amante, y que<br />

por tanto requiere de igual solución, que no es otra que la satisfacción de sus deseos,<br />

por supuesto, aunque no se diga claramente, de naturaleza sexual. Por su gesto, y por<br />

sus repetidos desmayos, la princesa parece víctima de la histeria, como resulta normal<br />

en una <strong>don</strong>cella de su edad, que aún no se ha casado y que vive muy regaladamente. Ya<br />

en conversación con <strong>Amadís</strong>, en una huerta situada debajo de su habitación, le<br />

recrimina que no sepa dominarse, aunque le asegura que va a hacer lo posible por<br />

colmar los deseos de los dos. En un encuentro posterior, <strong>Amadís</strong> la insta a cumplir con<br />

su palabra, porque, de lo contrario, teme por su vida:<br />

[...] y si no fuesse, señora, este mi triste coracón con aquel gran desseo que de serviros tiene<br />

sostenido, que contra las muchas y amargas lágrimas que del salen con gran fuerça, la su gran


6 2 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

fuerça resiste, ya en ellas sería del todo deshecho y consumido, no porque dexe de conoscer<br />

ser los sus mortales desseos en mucho grado satisfechos en que solamente vuestra memoria<br />

dellos se acuerde, pero como a la grandeza de su necessidad se requiere mayor merced de la<br />

que él meresce para ser sostenido y reparado, si ésta presto no viniesse, muy presto será en la<br />

su cruel fin caído (p. 526).<br />

Poco antes de conseguir la relación sexual con ella, vuelve a insistir en los mismos<br />

argumentos: «Muy más espantosa y cruel es aquella muerte que yo por vos padezco; y,<br />

señora, doledvos de mí y acordaos de lo que me tenéis prometido» (pp. 572-573). Tras<br />

conseguir lo que tanto ha ansiado, se da cuenta de que no ha extinguido, ni tan siquiera<br />

suavizado, su sufrimiento, sino que lo ha aumentado:<br />

Y creyendo con ello las sus encendidas llamas resfriar, aumentándose en mucha mayor<br />

cuantidad, más ardientes y con más fuerça quedaron, así como en los sanos y verdaderos<br />

amores acaescer suele (p. 574).<br />

En los períodos de larga ausencia, bastante frecuentes entre él y Oriana, seguirá<br />

padeciendo amagos de desmayos como los de antaño, y sólo los superará a través de<br />

diferentes reencuentros, que culminan con la boda ya al final del cuarto libro. En la<br />

versión original, él moría al combatir, sin saberlo, contra su hijo Esplandián, y ella se<br />

suicidaba arrojándose desde una ventana.<br />

Don <strong>Quijote</strong>, después de creer a Dulcinea convertida en una fea labradora, se queda<br />

pensando en el modo en que podrá «volverla a su ser primero», y llega a ir tan fuera de<br />

sí, que suelta las riendas a Rocinante; Sancho, preocupado por la actitud de su amo, lo<br />

saca de su embelesamiento para reprochárselo, imitando en ese sentido a Gandalín<br />

cuando sacude a <strong>Amadís</strong> para despertarlo de su estado de semiinconsciencia:<br />

Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres<br />

las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte y vuelva en sí, y coja las<br />

riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan<br />

los caballeros andantes. [...] Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay en el mundo,<br />

pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos los encantos y<br />

transformaciones de la tierra (p. 711).<br />

El hidalgo manchego, como el de Gaula, se enoja al oír a su escudero maldecir a<br />

Dulcinea, de cuyas desgracias se considera el máximo responsable. Pronto se olvida de<br />

sus tristezas para acometer la primera aventura después de la tercera salida. Al igual que<br />

su modelo, a pesar de la diferencia de edad, se siente a veces acometido por unos deseos<br />

desmesurados, que pone de manifiesto cuando retiene por la fuerza a Maritornes o<br />

cuando recibe la visita en su propia habitación de la dueña Rodríguez. En un caso, al<br />

menos en la versión que ofrece a Sancho, se lamenta de que un moro encantado (en<br />

realidad, el arriero con quien la mesonera había quedado) le haya negado la posibilidad<br />

de arrebatar la virginidad de la moza a la que cree <strong>don</strong>cella y de alta alcurnia. En el otro<br />

caso, por más que contempla a la dueña sin los ojos de aumento de antaño, teme que<br />

sus deseos, dormidos durante tantos años, se despierten y le hagan caer «<strong>don</strong>de nunca<br />

he tropezado» (p. 1016).


AMAD Í S Y DON QUIJOTE 63<br />

<strong>Amadís</strong> no representa a la figura del amante impulsivo que, en presencia de la<br />

amada, no puede tener las manos quietas. En ese sentido, es muy diferente a Tirant o<br />

Calisto, quienes dan la impresión de estar forzando a sus respectivas amadas, en un<br />

episodio que Rafael Beltrán ha llamado con acierto «bodas sordas» 20 . <strong>Amadís</strong>, en<br />

cambio, cuando se halla ante Oriana, se queda como estupefacto y sorprendentemente<br />

parado o paralizado: incluso la primera vez que tiene relaciones sexuales con ella, tras<br />

haber obtenido su permiso, es incapaz de tomar la iniciativa para seducirla, y si acaba<br />

perdiendo la virginidad es porque Oriana se muestra mucho más activa y participativa:<br />

[...] assí que se puede bien dezir que en aquelle verde yerva, encima de aquel manto, más por<br />

la gracia y comedimiento de Oriana, que por la desemboltura ni osadía de <strong>Amadís</strong>, fue hecha<br />

dueña la más hermosa <strong>don</strong>zella del mundo (p. 574).<br />

Don <strong>Quijote</strong>, a punto de cumplir los cincuenta años, sigue virgen como el primer<br />

día, y esa condición es la gran diferencia que lo separa de <strong>Amadís</strong>. Don <strong>Quijote</strong> parece<br />

ajeno al amor, al menos cuando inicia su carrera como caballero andante, y si se busca<br />

uno es por exigencia del oficio que ha elegido: más cuestionable es si, a medida que<br />

representa el papel de caballero, se va enamorando, no de quien ya lo había estado, de<br />

Al<strong>don</strong>za, sino de la criatura que ha ido forjando en su imaginación, de Dulcinea.<br />

<strong>Amadís</strong> había sido leal a una mujer de carne y hueso, con quien satisfacía sus deseos<br />

más bajos; <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, en cambio, es fiel a una mujer que sólo existe en su mente y<br />

con la que no puede desfogarse desde el punto de vista sexual. El de Gaula no ha<br />

muerto, y lo reconoce en más de una ocasión, porque ha conseguido la relación sexual<br />

con Oriana; <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> padece una muerte repentina, porque no ha querido llegar a<br />

ese grado de intimidad con ninguna mujer, incluso cuando estaba enamorado de<br />

Al<strong>don</strong>za: la suya es una muerte por castidad, y no era el único que la había padecido 21 .<br />

A lo largo de estas páginas, hemos comprobado cómo <strong>Cervantes</strong> se sirvió de la<br />

refundición de Montalvo para elaborar bastantes episodios de su novela: más de los que<br />

habían señalado los editores de las andanzas del hidalgo manchego. Es verdad que unas<br />

veces las deudas son muy evidentes (Elisena, Peña Pobre, Miraflores, Macadón) y otras<br />

muy poco (Corisanda), pero todas resultan perfectamente explicables dentro del modelo<br />

imitado. Si ha elegido a <strong>Amadís</strong> como el básico es porque <strong>Cervantes</strong> lo consideraba<br />

perfecto para la parodia que pretendía pergeñar: la de un caballero efusivo pero muy<br />

temeroso con las mujeres, necesitado de relaciones sexuales pero poco decidido a<br />

emprenderlas. Todos esos ingredientes los toma de <strong>Amadís</strong>, y los eleva a la máxima<br />

potencia para conseguir unos resultados óptimos. Si <strong>Amadís</strong>, a pesar de su timidez, no<br />

desdeña la terapia sexual con Oriana, <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> sí que la evita, y para ello, en el<br />

momento más decisivo de su vida, pretexta no conocer más que de oídas a la mujer de<br />

^Beltrán, 1990.<br />

21 <strong>Cervantes</strong> al menos conocía un caso de ese tipo de muerte, porque lo menciona en su obra: el de<br />

Michael Verino, a quien los médicos le pronostican la muerte de perseverar en su castidad y odio a las<br />

mujeres; al igual que el manchego, el italiano es ingenioso y de buenas costumbres, y esas dos características<br />

parecen condicionar su vida y su muerte. Para la relación de ese caso con el de <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>, véase Morros, en<br />

prensa.


6 4 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004<br />

la que se había confesado profundamente enamorado. Parece como si tuviera pánico de<br />

vivir en el Toboso lo que <strong>Amadís</strong> había vivido en el castillo de Miraflores.<br />

Referencias bibliográficas<br />

AVALLE-ARCE, Juan Bautista, «<strong>Amadís</strong> de Gaula»: el primitivo y el de Montalvo, México, Fondo<br />

de Cultura Económica, 1990.<br />

BARTRA, Roger, Cultura y melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro,<br />

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, Don <strong>Quijote</strong> de la Mancha, éd. F. Rico, Barcelona, <strong>Instituto</strong> <strong>Cervantes</strong>-Crítica, 1998, 2<br />

vols.<br />

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MÁRQUEZ VILLANUEVA, Francisco, Personajes y temas del «<strong>Quijote</strong>», Madrid, Taurus, 1975.<br />

MONTALVO, Garci Rodríguez de, <strong>Amadís</strong> de Gaula, ed. J. M. Cacho Blecua, Madrid, Cátedra,<br />

1987, 2 vols.<br />

, Sergas de Esplandián, ed. C. Sanz de la Maza, Madrid, Castalia, 2003.<br />

MORROS, Bienvenido, Otra lectura del «<strong>Quijote</strong>», Madrid, Cátedra, en prensa.<br />

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Adams, eds. J. E. Keller y K.-L. Selig, Chapel HUÍ, University of North Carolina Press, 1966,<br />

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RILEY, Edward C, Introducción al «<strong>Quijote</strong>», Barcelona, Crítica, 2000.<br />

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Tristán de Leonís y el rey <strong>don</strong> Tristán el joven, su hijo, ed. M. L. Cuesta Torre, México,<br />

Universidad Nacional Autónoma de México, 1997.<br />

VALDÉS, Juan de, Diálogo de la lengua, ed. Cristina Barbolani, Madrid, Cátedra, 1982.<br />

WILLIAMS, G. S., «The <strong>Amadís</strong> Question», Revue Hispanique, 21, 1909, pp. 1-167.<br />

MORROS, Bienvenido. «<strong>Amadís</strong> y <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong>». En Criticón (Toulouse), 91, 2004, pp. 41-65.<br />

Resumen. Alonso Quijano decide ser <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> pensando en <strong>Amadís</strong>, porque éste es el caballero que mejor<br />

encaja dentro de su estilo de vida: el de Gaula no es nada, o muy poco, mujeriego, y el hidalgo manchego lo<br />

ha sido bastante menos en muchos más años. Ha otorgado a Dulcinea un carácter muy similar al de Oriana,<br />

igual de fuerte y dominante: siente por ella el mismo miedo que <strong>Amadís</strong> por la princesa de Bretaña, y como<br />

éste se muestra temeroso con todas las mujeres. Entre los dos caballeros, sin embargo, hay una gran<br />

diferencia: para el de Gaula, Oriana es el desahogo de su castidad; para el manchego, Dulcinea es el refugio<br />

de la suya. De ahí que <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> muera y <strong>Amadís</strong> no.


AMADÍS Y DON QUIJOTE 6 5<br />

Resume. Si c'est en pensant à <strong>Amadís</strong> qu'Alonso Quijano décide d'être <strong>don</strong> Quichotte, c'est parce qu'il est le<br />

chevalier qui correspond le mieux à son style de vie: <strong>Amadís</strong> n'est pas ou guère porté sur les femmes, et<br />

l'hidalgo de la Manche l'a été encore moins au cours de sa longue existence. Il attribue à Dulcinée un<br />

caractère de femme forte et dominante très semblable à celui d'Oriane: il ressent devant elle la même crainte<br />

qu'Amadis devant la princesse de Bretagne, une crainte qui s'étend, en réalité, à toutes les femmes. Une<br />

grande différence, pourtant, sépare les deux chevaliers: de sa chasteté, finalement, <strong>Amadís</strong> se libère avec<br />

Oriane, tandis que Dulcinée, pour <strong>don</strong> Quichotte, est prétexte à la préserver. <strong>Amadís</strong> ne meurt pas; mais Don<br />

Quichotte, oui.<br />

Summary. Alonso Quijano decides to become <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> thinking about <strong>Amadís</strong>, because he is the knight<br />

who best suits his lifestyle. The latter is not very fond of women but the nobleman from La Mancha has been<br />

much less lustful for many more years. Dulcinea and Oriana hâve been given a similar character, both are<br />

strong and domineering: <strong>don</strong> <strong>Quijote</strong> feels towards Dulcinea the same fear as <strong>Amadís</strong> shows for the princess<br />

of Brittany, and, in the same way, the former shows himself frightened of ail women. Nevertheless, between<br />

thèse two knights there is an enormous différence: Oriana is a relief of De Gaula's chastity, but Dulcinea is<br />

the shelter of the hidalgo's purity. For this reason Don <strong>Quijote</strong> dies and <strong>Amadís</strong> does not.<br />

Palabras clave. <strong>Amadís</strong>. Amor. Castidad. CERVANTES, Miguel de. Don <strong>Quijote</strong>. Dulcinea. MONTALVO, Garci<br />

Rodríguez de. Novelas de caballerías. Oriana. Sexualidad.


CENTRO DE<br />

ESTUDIOS CERVANTINOS AkaI¿ ¿t Henares, 23 de abril de 2004<br />

Adjunto les envío un ejemplar de la última publicación del <strong>Centro</strong> de<br />

Estudios Cervantinos:<br />

Giuseppe Grilli,<br />

Literatura caballeresca y re-escrituras cervantinas<br />

La relación entre la literatura caballeresca y el <strong>Quijote</strong> viene<br />

considerándose con distinto énfasis según las épocas. Hubo un momento en<br />

que pareció esencial para entender la obra maestra de <strong>Cervantes</strong> y el mismo<br />

surgir de la novela moderna. Luego pasó a considerarse más bien un simple<br />

pretexto para que el genial escritor de Alcalá escribiera el monumento de la<br />

literatura española. Más recientemente un interés diferente del de la<br />

investigación erudita ahonda en las raíces del libro de entretenimiento, cuya<br />

excelencia asegura y consagra el <strong>Quijote</strong> en los lectores (y lectoras)<br />

aficionados al género.<br />

El propósito del presente libro es el de escudriñar desde un punto de<br />

vista distinto al de la búsqueda de fuentes la relación entre la literatura<br />

caballeresca y la escritura cervantina a partir de una confrontación directa<br />

porque una re-lectura, en nuestro caso la de los libros cervantinos, es una<br />

manera de subrayar la virtus de un clásico. Y los clásicos se escriben siempre<br />

como una rescritura, incluso cuando su autor elabora una obra genial. Por<br />

ello, las fórmulas que se han acuñado por parte de los críticos y estudiosos<br />

para explicar el texto cervantino (libro de entretenimiento, rara invención o<br />

comte prose), todas de gran interés porque aseguran la comprensión de facetas<br />

importantes de la obra, tal vez escapan al reto de la confrontación de<br />

<strong>Cervantes</strong> con su antedato literario.<br />

Reciba un cordial saludo y esperamos que nuestras publicaciones<br />

puedan ser difundidas gracias a su prestigiosa publicación,<br />

Fdo. José ManuelJLucía Megías<br />

jmluciar"^ _ prra.es<br />

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