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Mujeres de La Biblia 1 Alef Guimel - Escritores Teocráticos.net

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MUJERES DE LA BIBLIA TOMO 1 - MUJERES DE LA BIBLIA<br />

estaban los trabajos <strong>de</strong> temporada como las cosechas, el ambulantismo<br />

inseguro, vendiendo artesanías, o esa manera fácil <strong>de</strong> hacer dinero que<br />

pue<strong>de</strong> hallar una mujer a costa <strong>de</strong> llevar sobre sí un título <strong>de</strong>nigrante:<br />

ramera. Desgraciadamente, yo me <strong>de</strong>cidí por eso.<br />

Este negocio tenía categorías y diferencias en todo el mundo<br />

antiguo. Estaba la prostituta que recibía sus clientes en casas y trataba<br />

directamente con ellos, y estaban las que ejercían lo que se llamaba<br />

“prostitución sagrada”, porque se hacía en el interior <strong>de</strong> los templos y el<br />

precio era controlado por los sacerdotes, engrosando las entradas <strong>de</strong> la<br />

religión.<br />

<strong>La</strong>s costumbres no variaban mucho <strong>de</strong> una ciudad a otra. Por lo<br />

general las muchachas que prestaban estos servicios en los templos, se<br />

vestían con ropas atrevidas, <strong>de</strong> olores chillones, y se sentaban en el suelo<br />

en rueda. Los visitantes extranjeros pasaban en frente <strong>de</strong> ellas y elegían<br />

una, indicándolo por medio <strong>de</strong> arrojar una moneda en su seno. <strong>La</strong><br />

muchacha se levantaba y los acompañaba a aposentos interiores<br />

preparados para tal fin. Con el pasar <strong>de</strong>l tiempo, aparecían evi<strong>de</strong>ncias <strong>de</strong><br />

que aquellas relaciones <strong>de</strong>jaban sus frutos. Cualquier niño que naciera,<br />

pertenecía a los dioses mudos, insensibles, cincelados por manos<br />

humanas. Como propiedad <strong>de</strong> ellos, eran inmolados en homenaje a tales<br />

<strong>de</strong>ida<strong>de</strong>s.<br />

Poco a poco, me fui enterando <strong>de</strong> estas cosas en mi adolescencia,<br />

y eso influyó en mi actitud hacia la religión. Era muy difícil amar y<br />

respetar a esos dioses que pedían muerte y gozaban <strong>de</strong> la corrupción.<br />

Comprendí, aunque muy vagamente, que tenía que haber un Dios<br />

verda<strong>de</strong>ro que no se asemejara a las <strong>de</strong>ida<strong>de</strong>s mezquinas <strong>de</strong> Jericó.<br />

Mirando alre<strong>de</strong>dor, la tierra hermosa y productiva, el cielo limpio sobre<br />

nuestras cabezas, el gozo <strong>de</strong> existir <strong>de</strong> los animales, la elegancia <strong>de</strong> las<br />

palmeras que eran un sello distintivo en el paisaje <strong>de</strong> Jericó, y nosotros<br />

mismos, lo que somos y lo que po<strong>de</strong>mos lograr, me <strong>de</strong>cía a mí misma que<br />

Alguien a quien no conocía, tenía que ser el autor <strong>de</strong> todo.<br />

Ya era suficiente para mí haber llegado a ser lo que era, pero mi<br />

corazón estaba resuelto a no mezclar mi manera indigna <strong>de</strong> hacer dinero<br />

con la religión. Quiero aclararles, que no todo en mi forma <strong>de</strong> vivir fue <strong>de</strong><br />

mal nombre en aquellos días. Cultivé un hábito bueno, sin imaginarme<br />

que eso iba a tener que ver con las más gran<strong>de</strong>s bendiciones que recibí<br />

en mi vida. En la azotea <strong>de</strong> mi casa tenía un plantío <strong>de</strong> lino, una planta que<br />

tiene poca raíz y no necesita tierra profunda. Aprendí a cultivarlo, a tejerlo<br />

y a teñirlo. Hacía cientos d metros <strong>de</strong> cuerda <strong>de</strong> lino <strong>de</strong> vistosos colores,<br />

que servía para muchos usos, y la vendía. Cuando volvía a casa con esas<br />

mondas en la mano, sentía una satisfacción diferente <strong>de</strong> la que me <strong>de</strong>jaba<br />

el otro dinero.<br />

Y a propósito <strong>de</strong> ese lino y esta cuerda, algo magnífico sucedió.<br />

Una tar<strong>de</strong> cuando estaba oscureciendo, llamaron a mi casa dos hombres.<br />

Por sus ropas y acento, me di cuenta <strong>de</strong> que eran hebreos. Pidieron<br />

hospedaje para <strong>de</strong>scansar esa noche y una cena, que gustosamente<br />

pagarían lo que fuera necesario. Nos aclararon que, por la ley <strong>de</strong> su Dios<br />

no comerían nada que contuviera sangre, ni animal que no hubiera sido<br />

<strong>de</strong>sangrado. Les traje un lebrillo para lavarse los pies y los invité a<br />

ponerse cómodos, mientras mi madre preparaba la comida. Luego, toda la

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