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al pobre hombre, cuyo torso se convulsionaba sin control, y lo<br />
miró con la misma frialdad que le había dedicado al resto de sus<br />
enemigos empalados. Después volteó al suelo y al ver el brazo<br />
ahí tirado, inclinó levemente la cabeza y podría jurar que esbozó<br />
una sonrisa. Mi corazón se aceleró, los gritos del hombre estaban<br />
aturdiéndome, ansiaba que lo dejaran morir. Intenté inhalar, pero<br />
de nuevo fui incapaz. Cerré los ojos unos segundos y al abrirlos vi<br />
cómo el príncipe dejaba caer su bota sobre el miembro arrancado.<br />
Los huesos tronaron y su antiguo dueño gritó como si el brazo aún<br />
le perteneciera. Cristian dejó escapar una sonrisa desdeñosa y yo<br />
sentí unas náuseas tan poderosas, que por momentos no supe si<br />
lograría esperar a que el príncipe se alejara, para vomitar. No podía<br />
soportar más, necesitaba alejarme de esa voz, de los aullidos, de la<br />
imagen de esos dedos empolvados y pisoteados como hojas secas.<br />
Quise estar ciego y sordo, despertar de esa masacre de pesadilla<br />
que apenas comenzaba a comprender.<br />
El diabólico soberano subió a su caballo moteado y<br />
comenzó a alejarse, sin una palabra más. Yo solo escuchaba<br />
los cascos chocando suavemente contra la tierra y cuando<br />
presentí que estaba lejos, mi náusea se calmó y me dejé caer, de<br />
nuevo, de rodillas. Decidí que huiría, apenas se presentara una<br />
oportunidad. No importaba a dónde. La idea devolvió el oxígeno<br />
a mis pulmones y la oscuridad naciente me ayudó a imaginar que<br />
las siluetas a mi alrededor eran, en realidad, árboles. Pero Cristian<br />
estaba decepcionado: esperaba un mayor reconocimiento a su<br />
crueldad.<br />
—¡Mi príncipe! —gritó, mientras alzaba de nuevo su<br />
espada. Vlad se volvió, justo a tiempo para ver caer al suelo el<br />
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