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Biblioteca “Eliahu Toker” Volumen IV

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era del Mesías, y aunque demore en llegar... la espero. El Mesías que<br />

en el amplio sentido interpretativo desde el punto de vista judío, es<br />

algo más que un mensajero divino o enviado por la divinidad para<br />

reinar en el mundo cuando se alcance la era de paz universal. El<br />

mensaje mesiánico, de acuerdo a los judíos, lo lleva en potencia todo<br />

ser humano que logra encauzar sus ideas y sus actos al bien<br />

universal. El Mesianismo, en consecuencia, es la conceptualización<br />

de esa idea, es decir, el logro de esta paz universal a la que el hombre<br />

podrá llegar realizando una vida de justicia que necesariamente<br />

conducirá al amor entre los hombres. Mesías, como vocablo hebraico<br />

y bíblico, significa el ungido de Dios. Para el judaísmo todo individuo<br />

digno de la unción es un potencial Mesías.<br />

Desde este ángulo visual, es dable afirmar que el judío no puede<br />

escapar a las condiciones propias de su vida judía. La vida judía<br />

plena, la auténtica y cabal, la que determina su peculiaridad psíquica,<br />

va más allá de su vida física y espiritual humana que caracteriza a<br />

toda persona civilizada. Es que el judío vive, además, e intensamente,<br />

en un universo simbólico que es, sustancialmente, lo que lo distingue<br />

de otros grupos sociales. Universo éste, cimentado en ideales y modalidades<br />

que derivan de los factores ancestrales que condicionaron<br />

su carácter de pueblo con acusadas aristas nacionales y perfiles<br />

religiosos. Sentimientos, convicciones, lenguajes, esperanzas, ritos,<br />

costumbres folklóricas y, esencialmente, principios morales, son las<br />

determinantes de ese su universo distintivo. Todos estos elementos<br />

gravitan con tanta intensidad en la psiquis del judío que las más de<br />

las veces su realidad física, la de sus intereses materiales, queda<br />

eclipsada para ceder el paso a los requerimientos de su universo<br />

simbólico. Como consecuencia de ello, en vez de encarar las cosas de<br />

la vida terrena con criterio práctico y mundano, el judío delibera<br />

consigo mismo en una confrontación con la historia de su pueblo.<br />

Ello es así porque la historia es, para el judío, una cosa activa que<br />

obra como brújula en el mar de solicitaciones en que el alma de todo<br />

hombre navega.<br />

En todo lo que el judío se propone hacer en el orden<br />

trascendente, antes de dar un paso adelante, decisivo, sintoniza, por<br />

decirlo así, con su historia, esto es, con la memoria sedimentaria de<br />

su pasado que es donde radica el centro neurálgico de su identidad<br />

personal. Sin examinar con el mágico catalejo de su memoria el<br />

trasfondo de su pasado histórico, el judío carecería de identidad que

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