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Hemos vuelto a visitar el apartamento, que estaba gélido.<br />
—Las chimeneas funcionan, pero habrá que deshollinarlas si<br />
quiere encender el fuego en ellas.<br />
—Claro, claro. Por supuesto.<br />
—Quizás prefiera las paredes de otro color, que no sea este<br />
gris azulado.<br />
—Sí, me gustaría más un blanco o un beige pálido.<br />
—Los balcones que dan a la avenida se encuentran en muy<br />
buen estado.<br />
Mientras conversamos en el apartamento llego a pensar que<br />
no lo voy a habitar de inmediato, pero Gracieuse tiene soluciones<br />
para todo, y tengo que confesar que me he dejado convencer.<br />
Xabier me había confiado a ella, parecía conocerla muy bien y<br />
con lo que me dijo me bastaba:<br />
—Es una mujer de confianza.<br />
Propietaria de un bonito hotel y del mejor restaurante de la<br />
ciudad, tiene un marido gascón que responde al dulce nombre de<br />
Marcel. Conoce a todo el mundo: al electricista, al fontanero, al<br />
deshollinador, al ebanista. Y también las tiendas de ropa de cama,<br />
definitivamente lo conoce todo.<br />
Voy con ella al <strong>com</strong>ercio de Martín Berdot, el ferretero, para<br />
hacerle un pedido que hace estremecer su grueso vientre del otro<br />
lado del mostrador azul; un pedido que escucha frotándose sus<br />
pequeñas manos rechonchas: una batería de cocina, la mejor; un<br />
juego de café, una vajilla, una cristalería y una cubertería de plata<br />
que está colocada en dos cajones dentro de un estuche de terciopelo<br />
beige. E inmediatamente después me lleva hasta la casa<br />
de Francisco, el electricista.<br />
—Vale su peso en oro –me dice Gracieuse Lasserre–, ya lo verá,<br />
hace cualquier trabajo en un abrir y cerrar de ojos.<br />
El barrio de las Arenas me ve regresar corriendo, con las mejillas<br />
rojas del frío, sintiéndome culpable por haberme ausentado<br />
durante tanto tiempo. Me siento culpable de repente por ser tan<br />
fútil, mientras las listas con los nombres de los fusilados son cada<br />
vez más extensas y la población, huyendo bajo una lluvia de bombas,<br />
se va acercando cada vez más a Bilbao.<br />
—No hay más que ruinas por todas partes –escucho <strong>com</strong>o<br />
dicen.<br />
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