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No me deja terminar la frase:<br />
—Pues vuelve a salir, qué quieres que te diga.<br />
Siento a mis espaldas las miradas clavadas en mí y lo único<br />
que deseo es volver a encontrarme con Gracieuse Lasserre y sumirme<br />
en la futilidad.<br />
Y es eso lo que hago durante todo el mes de marzo de 1937.<br />
Me reencontraba a diario con François y con los pintores, que cantaban<br />
a grito pelado C’était un musicien, de Tino Rossi, otra que<br />
me gustaba mucho y que acabé por cantar con frecuencia con<br />
ellos, Il pleut sur la route, y otra más, Guitarre d’amour, que escuchaba<br />
a mi pesar y que me embargaba de una emoción que hacía<br />
exclamar a Cyprien, cuando me sorprendía entre brochazo y brochazo:<br />
«¿Esta canción es triste, verdad, bella señora?».<br />
Yo asentía con la cabeza, con mirada afligida.<br />
La pintura secó más rápido de lo que ellos pensaban y los pintores<br />
se fueron, por lo que me quedé sola con François, el artífice<br />
de que tengamos electricidad y capaz de hacer que un gancho<br />
se mantenga en una gruesa pared. François era feo, de una fealdad<br />
afable. Calvo, con el pelo echado hacia atrás con gomina, con<br />
las orejas <strong>com</strong>pletamente separadas, una cara sanguínea y alargada,<br />
una frente ancha sobre una nariz triste y una enorme boca<br />
abierta que dejaba al descubierto unos dientes amarillentos. Era<br />
tan feo que se ganó toda mi confianza y le llegué a confiar las llaves<br />
del apartamento.<br />
François no sabía nada de la guerra de España. O muy poco.<br />
A veces, cuando me sorprendía escuchando una radio que había<br />
<strong>com</strong>prado para ponerla en la cocina, me hablaba de ella con palabras<br />
confusas.<br />
Adoptaba un aire religioso para decir:<br />
—Pobre gente...<br />
¡Pobre gente! Nunca supe si hablaba de los republicanos, de<br />
los franquistas, de los carlistas, de los miqueletes o de los milicianos.<br />
De los muertos o de los vivos.<br />
—¡Pobres niños! –Decía con el mismo aire religioso, cuando<br />
Encarnación amenazaba a los niños en el apartamento en obras.<br />
¡Pobres niños!<br />
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