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Seminarista Manuel Aranda

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MANUEL ARANDA<br />

Cerca de los pobres<br />

Vivió <strong>Manuel</strong> un tiempo y en un lugar donde la pobreza en todos los sentido<br />

estaba a la vista. En casa no estaban sobrados y el sentido del ahorro no facilitaba<br />

las limosnas y menos la generosidad; pero <strong>Manuel</strong> no podía estar al margen<br />

de los pobres. Toda su vida espiritual pudiera parecer dudosa si no hubiera ido<br />

acompañada de un amor al prójimo manifestado especialmente en la cercanía a<br />

los más necesitados. Es de domino común que <strong>Manuel</strong> hacía obras de caridad, disimuladamente,<br />

aquí y allí, con niños, enfermos y obreros, con los pocos ahorros<br />

que conseguía. Compartía la merienda -la talega- con trabajadores, siempre pedía<br />

a su madre que echara más y así se supo que lo daba a un jornalero para sus hijos;<br />

visitaba enfermos, defendía el salario justo y los derechos del obrero. Tuvo especial<br />

preocupación por una niña disminuida síquica y muda por ataque de meningitis<br />

y lo tenía todo preparado para llevarla a Madrid a un centro especializado.<br />

<strong>Manuel</strong> era un joven normal<br />

Lo dicho hasta aquí, no nos autoriza a forjarnos una idea de que nuestro<br />

seminarista fuera un tipo ajeno a sus compañeros, uno de aquellos personajes con<br />

virtudes extraordinarias y comportamientos impropios ya al poco de nacer. No.<br />

<strong>Manuel</strong> era un muchacho normal, enriquecido por la gracia y por su propio<br />

esfuerzo. Como una tierra buena donde cae la semilla y cuando vienen las<br />

primeras aguas se empapa sin dejar que corra ni una sola gota, así nuestro seminarista<br />

recibía la simiente y la devolvía convertida en frutos abundantes.<br />

Ante un grupo de personas, le preguntó una señora, por cierto, indiscretamente:<br />

<strong>Manuel</strong>, ¿a ti no te gustan las mujeres? Respuesta tajante: Señora, si no me<br />

gustaran, ¿qué mérito tendría?. No volverían a tratarle el tema.<br />

Los testimonios de sus compañeros lo presentan como un buen amigo,<br />

atento, capaz de compartir las alegrías y bromas de los demás, sin una simpatía<br />

arrolladora pero de agradable compañía. “Sonreía siempre aunque no se le vio<br />

dar carcajadas”. Los Superiores le estimaban sobremanera. La Carta al Correo<br />

Josefi no muestra su buen humor y compañerismo.<br />

¿Qué efecto produjo entre sus paisanos?<br />

Nos situamos en aquel lugar y en aquel tiempo. Año tras año en vacaciones<br />

de verano, <strong>Manuel</strong> aparece, ante los ojos de sus paisanos, como el único “representante”<br />

de la Iglesia desde que entrara en el Seminario. Él nunca disimuló su<br />

condición; al contrario se manifestaba enérgico como creyente en Dios y defensor<br />

de la Iglesia: mal cartel en aquellos tiempos. Al principio le acogieron bien,<br />

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