Seminarista Manuel Aranda

MANUEL ARANDA
El testimonio supremo
Llega el día 8 de agosto, el calor de
la época imprime fatiga en el ambiente y lo
envuelve un silencio mortecino; sólo el cantar
de las cigarras y algún ladrido de perros.
Tal vez, Manuel pasara la noche soñando
con el fi nal. 17 Ya le habían amenazado con
matarle en este día; por eso aquella noche
se preparó conscientemente y, según dijeron,
al despertarse rezó más que de costumbre.
Hacia las 9 horas le sacan para el
trabajo diario: barrer, recoger la basura y
así le mandan llevar un carrillo cargado
de huesos para enterrarlos en el campo; le
“guardan” otros dos jóvenes armados de es-
Pozo de la Patrocinia
copetas, van a coger la carretera de Martos:
pasa por la encrucijada, el esbozo de plaza,
las últimas casas; y ya carretera adelante, sobrepasa la revuelta, se pierden las casas,
la cuesta se pronuncia y el carro se hace cada vez más pesado. ¿Acaso pensaría en
la Cruz de Cristo camino del Calvario?.
Unos cuatro niños pululaban
por los alrededores y contaron
muy bien lo sucedido. Las varetas,
muy a mano en las patas de los olivos,
pudieron servir de fl agelo que
recordara a Manuel el camino de
la amargura, el recuerdo de la Virgen
María no pudo faltarle, y así
sudoroso caminaba hacia delante,
soportando los envites e inútiles
exigencias para blasfemar.
Una vez frente al cortijo de
“oliveros” o “ramales”, cerca de
“La Patrocinia”, le mandan dejar
la carretera y entrar en el olivar;
sortea con difi cultad el cantón o
ribazo de la cuneta, el carrillo se le
Cruz que recuerda su muerte.
17 Ver el escrito de Juan Carlos Torres Jiménez, seminarista, “La última noche de Manuel Aranda”
primer premio del Primer Certamen Literario Manuel Aranda. 2008. Publicado por la Asociación Manuel
Aranda.
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