Descargar Musikenews nº7

muchas ocasiones fui a
escucharlos en sus actuaciones
por España con un cartel en mi
coche. La gente me paraba
sorprendida, y en ocasiones
hasta decía que iba a cantar
con ellos. Así descubrí las
Pasiones de Bach , Carmina
Burana de Orff, y mucho más
del gran repertorio coral.
­ ¿Volvió a ir a conciertos en el
extranjero, como en su
infancia?
­ A los 23 años fui por primera
vez a Salzburgo. Me fue posible
porque envié una carta
bastante lacrimógena diciendo
que era estudiante de música y
detallaba mi mala situación en
la España de la dictadura y me
proporcionaron entradas de
estudiante. Allí tuve un primer
contacto con Tristán e Isolda de
Wagner. Me pareció
interminable, porque no
conocía el argumento. Pude
hasta asistir a ensayos de la
Filarmónica de Berlín. También
solía ir a París en tren a ver
conciertos, muchos de ellos
dirigidos por Solti, Baremboim,
Liebermann…
­ ¿Cómo llega a la gestión
musical?
­ Fue más un cúmulo de
circunstancias que una meta
previa. En el año1977 empecé a
colaborar con la Caja de
Ahorros de San Sebastián para
organizar conciertos y en 1979,
la Quincena Musical no se pudo
hacer en agosto por razones
sociopolíticas. Su equipo
directivo dimitió, se fijaron en mí
y me ofrecieron la dirección del
festival para hacerlo en
diciembre de ese año y evitar el
peligro de su desaparición. Así,
produje un pequeño ciclo de
conciertos en torno a la
Navidad y después permanecí
en el puesto durante 31 años,
asumiendo la dirección artística
y económica. Los comienzos
fueron duros, porque era un
festival con mucha tradición (el
de música clásica decano de
España, con 73 ediciones).
­ Tras años de trabajo en
Quincena, y siendo actualmente
su director adjunto, ¿cuál es su
balance del festival?
­ Opino que la Quincena está
muy volcada en la ciudad, que
la asume como propia. Suelo
decir que es un festival
respetado a nivel musical y con
un profundo respaldo social.
Está también sustentado en la
tradición musical donostiarra,
que viene desde finales del siglo
XIX. Además, siempre ha habido
una obsesión por llevar el festival
a toda la sociedad, con una
programación variada y para
todos los bolsillos.
­ ¿Cree que le falta algo?
­ Aparte de presupuesto, le falta
mucho, ya que es un constante
trabajo de creatividad y
sustentación realista. Hace años
me marcaron unas
declaraciones del ministro de
cultura francés Lang, que decía
que el mundo de la cultura
presenta tres grandes
estamentos: formación, difusión
y creación. Los festivales
solemos cumplir bien con la
difusión, pero estamos más
huérfanos en creación y mucho
más en formación. Me
encantaría haber puesto en
marcha una academia de
verano en paralelo al festival,
como otro reclamo para los
grandes intérpretes y para los
jóvenes estudiantes, que
aportarían una inyección de
energía y exigencia como
público. En cuanto a la
creación, la planteamos desde
el ciclo de música
contemporánea y nuestro
principal asesor es Ramón
Lazkano, profesor de vuestro
centro. Debemos seguir
trabajando en estos dos frentes
con especial ahínco para
reforzar nuestra columna
vertebral, que es la difusión.
­ ¿Cómo se programa una
temporada de conciertos en
época de crisis económica?
­ Con muchísima imaginación.
Se intenta que lo último en
descender o en sufrir sea la
calidad musical, aunque el
número de conciertos se
reduce. También baja el caché
de los intérpretes, que suelen
mostrarse comprensivos. Hay
mucho que buscar en cuanto a
alianzas con otros festivales,
coproducciones, tratar
directamente con intérpretes y
orquestas para hacer con
tiempo una programación
atractiva y por supuesto, ajustar
mucho los costes. Los ingresos
disminuyen en cuanto a
patrocinio y público, aunque
hasta la última edición, la
respuesta de público de
Quincena ha sido muy
permanente. Una de las
ventajas respecto a otros
festivales, ha sido precisamente
la parte de autofinanciación,
que es casi la mitad de su total.
­ ¿Con qué sector es más difícil
trabajar en el ámbito musical?
­ Sin lugar a dudas, con los
cantantes, pero es
comprensible, dado que ellos
llevan su instrumento encima.
Julio Caro Baroja decía que la
historia del siglo XX podían
escribirla más los psiquiatras que
los historiadores, y en el caso de
la música los pacientes más
adecuados serían los cantantes.
Son tan exigentes consigo
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