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dirección artística, pero en la
mayoría de los festivales esta
figura suele ser única, y es
imprescindible conocer el
mundo de la música a fondo y
también la sociedad a la que se
la ofrecemos. Opino que no
debe haber un divorcio entre
ambas dimensiones, la gestora
y la artística.
­ ¿Hasta qué punto considera
que se puede dejar influir el
gusto personal como
programador?
­ Hay que buscar un punto de
equilibrio entre público,
intérpretes y patrocinadores,
con una oferta variada y
dinámica.
­ ¿Cómo es el público de la
Quincena?
­ Ha evolucionado mucho y
muy positivamente. Es más
generoso en los aplausos, más
agradecido y más puntual. Y de
ello ha sido responsable la
Orquesta de Euskadi e
instituciones como las escuelas
de música o el propio Musikene.
El público sigue siendo de una
cierta edad y algo conservador.
Para mí la mayor ovación de un
público es el silencio. Cuando
los auditores se muestran
contrariados por cualquier ruido
o hasta porque caiga al suelo
un programa, expresan su
respeto por aquello a lo que
están asistiendo.
­ ¿Qué busca para escoger el
programa de un concierto?
­ El interés de las obras y una
duración adecuada al espacio
en el que se realiza. Me
sorprende que algunos
intérpretes rechacen actuar en
escenarios históricos, naturales o
no específicamente preparados
para conciertos. A veces se
echa de menos algo de
flexibilidad y creo que los
festivales como la Quincena
deben ser también una
catapulta para jóvenes valores.
­ ¿Considera importantes la
imagen y las comunicaciones
para la promoción artística?
«Los festivales
cumplimos bien con la
difusión, pero no con
la creación y la
formación»
­ Creo que los programadores
seguimos un poco anclados en
el siglo pasado en este aspecto,
aunque ya se van incorporando
nuevas tecnologías y difusión
por Internet y redes sociales…
Quizás seguimos comunicando
como hace treinta años a un
público que ha cambiado y
hay que hacer un especial
esfuerzo por integrarse en estos
nuevos esquemas de difusión.
­ ¿Guarda especial cariño por
alguno de los escenarios de
Donostia?
­Cada uno tiene sus “delicias”:
el Teatro Victoria Eugenia me
parece ideal para recitales,
ópera barroca o de pequeño
formato, y ha sido el teatro por
excelencia hasta el año 1999.
Guardo mucho cariño por el
convento de Santa Teresa, y el
Kursaal desde el punto de vista
acústico, ha dado un giro a la
vida musical donostiarra.
­¿Cree que la música clásica
sigue atrayendo público
suficiente como para que se
considere rentable desde las
instituciones?
­ Bueno, la verdad es que no es
un buen momento para la
cultura, pero el público vasco y
donostiarra en particular no
falla. Sin embargo, no podemos
bajar la guardia. Hay que
apostar por la calidad y por la
imaginación para que el
público no decaiga. Las
instituciones deben apostar por
la música y los cachés de los
artistas deben bajar.
­¿Opina que centros como
Musikene pueden colaborar en
la renovación de público y en la
promoción de la música
clásica?
­ Sí, me parece importantísimo.
Creo que existiendo en
Donostia la Orquesta de
Euskadi, Musikene, o tantas
entidades corales debería
conseguirse una alianza dirigida
a una labor social de
alfabetización y difusión de la
música a todas las edades y
niveles.
­¿Existiría alguna posibilidad de
intensificar colaboraciones de
Musikene con Quincena o
Fundación Kursaal a nivel de
clases magistrales?
­ Sería fantástico intensificar la
corriente formativa. Es una
lástima que la Quincena sea en
verano, durante las vacaciones
del curso, pero contamos con
vosotros en el ciclo de Jóvenes
Intérpretes, y nos asesoramos
con profesores vuestros.
­¿Qué consejo les daría a los
jóvenes músicos para su
promoción en el futuro?
­ Gran paciencia y mucha
honestidad en todo lo que
hagan, programas incluidos. Los
curriculum deben actualizarse y
presentarse debidamente.
También recomendaría la
transparencia en las exigencias
y saber moverse en función de
la institución o público al que se
va a dirigir para que el proyecto
pueda enganchar, y por último,
esperar un poquito de suerte.
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