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revista 66 - Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima

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Las limosnas ahí eran más abundantes,<br />

y Sebastián pudo mejorar su<br />

apariencia. Consiguió un empleo <strong>de</strong><br />

jardinero, gracias a la protección <strong>de</strong><br />

doña A<strong>de</strong>laida, la esposa <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong>.<br />

Muy agra<strong>de</strong>cido, comenzó a acompañarla<br />

a Misa todos los días. La señora<br />

lo presentó al párroco, que lo recibió<br />

con gran afecto. Sebastián hizo<br />

una buena confesión, pues su temperamento<br />

colérico ya se había amansado<br />

con la <strong>de</strong>sgracia.<br />

En la fiesta <strong>de</strong>l Buen Pastor, el padre<br />

predicó sobre la gran misericordia<br />

<strong>de</strong> Nuestro Señor recordando varias<br />

<strong>de</strong> sus parábolas, entre ellas, la<br />

<strong>de</strong>l “hijo pródigo”, para así <strong>de</strong>mostrar<br />

el amor <strong>de</strong> Dios por los pecadores y su<br />

<strong>de</strong>seo <strong>de</strong> perdonarlos.<br />

Sebastián se sintió conmovido hasta<br />

llorar. Pensó: “Nuestro Señor, como<br />

un padre, ya me ha perdonado.<br />

Sin embargo, ¿tendré todavía una<br />

madre que me espere y me reciba a<br />

mi vuelta?”<br />

Decidió regresar a la casa materna.<br />

El sacerdote lo bendijo y doña<br />

A<strong>de</strong>laida le ofreció los medios necesarios<br />

para empren<strong>de</strong>r el viaje.<br />

Al llegar a su pueblo natal, Sebastián<br />

no creía lo que estaba viendo. El<br />

pequeño lugarejo había crecido. Muchas<br />

casas no las reconocía. Pero la<br />

campana <strong>de</strong> la parroquia siempre le<br />

sería familiar. ¡Era su tierra, su casa!<br />

Caminando por las calles, se encontró<br />

con algunos compañeros <strong>de</strong> la<br />

infancia. Trató <strong>de</strong> saludarlos, pero lo<br />

esquivaban. Vió a algunos niños que<br />

jugaban en la pequeña plaza <strong>de</strong>l colegio,<br />

antaño tan frecuentada por él,<br />

pero ellos se alejaban, acordándose<br />

<strong>de</strong> la recomendación materna <strong>de</strong> no<br />

hablar con extraños.<br />

Más tar<strong>de</strong>, en el colmado, vio un<br />

viejo agricultor, era su antiguo patrón.<br />

Le extendió la mano, pero éste,<br />

<strong>de</strong>sconfiado, se <strong>de</strong>svió y siguió su camino.<br />

¡Todos lo rechazaban!<br />

Al observar la terraza <strong>de</strong> una hermosa<br />

casa, reconoció en ella a su<br />

hermano Fernando y le gritó alegremente:<br />

— ¡Fernando, soy tu hermano, Sebastián!<br />

Pero éste, no lo reconoció, se dio<br />

la vuelta y entró en la casa.<br />

Abatido y humillado, el pobre<br />

hombre no entendía lo que estaba<br />

sucediendo. ¿Sería que su rostro<br />

cansado, sus cabellos encanecidos y<br />

su apariencia sufrida le hacían irreconocible?<br />

¿O que la memoria <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>lito era tal que nadie quería volver<br />

a verlo?<br />

Por último, llegó a la casa <strong>de</strong> su<br />

infancia, don<strong>de</strong> su anciana madre<br />

estaba sentada en el umbral <strong>de</strong> la<br />

puerta haciendo croché, y acompañada<br />

por un viejo perro ya sin vitalidad.<br />

Parecía estar esperando una visita,<br />

pues su mirada se perdía en el<br />

camino.<br />

“Ella seguro que me reconocerá...<br />

Pero, ¿no tendrá la misma reacción<br />

<strong>de</strong> todos los <strong>de</strong>más?” —Pensó.<br />

Temiendo una nueva y suprema<br />

<strong>de</strong>cepción, se acercó lentamente. Si<br />

ella también lo rechazaba, sería el fi-<br />

nal: todas las esperanzas <strong>de</strong> regeneración<br />

<strong>de</strong>saparecerían, todas las palabras<br />

<strong>de</strong>l sacerdote sobre la misericordia<br />

le parecerían vanas. Pero una<br />

pizca <strong>de</strong> confianza le hizo aproximarse<br />

más. Al verlo, se levantó con<br />

los brazos abiertos y exclamó:<br />

— ¡Oh mi Dios! ¿Eres tú, Sebastian?<br />

¡Mi hijo, has vuelto!<br />

Abrazándolo tiernamente, entre<br />

lágrimas, la madre lo llevó al interior<br />

<strong>de</strong> la casa y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese momento le<br />

ayudó a empezar una nueva vida, rehabilitándolo<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus hermanos<br />

y <strong>de</strong> aquellos que todavía lo consi<strong>de</strong>raban<br />

un criminal.<br />

* * *<br />

Si las madres <strong>de</strong> esta tierra reciben<br />

con tanta ternura y amor a un<br />

hijo que regresa a casa, ¿cómo proce<strong>de</strong>rá<br />

esa Madre, mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> cariño,<br />

llamada María, con los hijos que<br />

a Ella recurren? ¡En sus brazos maternos<br />

siempre encontraremos refugio,<br />

consuelo y fortaleza para entrar<br />

a la casa <strong>de</strong>l Padre! <br />

Enero 2009 · Heraldos <strong>de</strong>l Evangelio 47<br />

Edith Petitclerc

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