La Ley de Memoria Histórica: reparación e insatisfacción Julio ...

Permanecen, sin duda, no pocos riesgos. Unos de ellos, por demás evidente, no es instrumental sino
conceptual. Las Memorias Colectivas, sus tendencias y sus luchas, no pueden ni oscurecer ni, menos,
sustituir o cambiar la Historia. Las Memorias, las batallas de la Memoria, como hemos dicho en otras ocasiones,
no pueden separarse un ápice de las Memoria de las batallas. Las Memorias tienen que templarse y
confrontarse en el yunque duro de una Historia bien sabida, bien explicada y bien comprendida. La
Historia prevalece sobre la Memoria, la justifica o la rectifica y, como bien público, colectivo y trascendente,
no puede ser escrita a gusto de todos, pero tampoco al gusto de unos pocos. Las Memorias son
cambiantes, generacionalmente cambiantes. La Historia, lo consiga o no, debe ser un espejo en el que
todos, todas esas Memorias, puedan reflejarse sin acusar deformaciones.
Nuestro país llega tarde a la reparación moral y material de sus tragedias en el panorama de la convulsa
Europa del siglo XX. Esta tardanza no altera, en absoluto, su necesidad. Nosotros debemos superar las
consecuencias de un conflicto de mayor entidad y gravedad que otros, como es la guerra civil y no el derivado
de la proyección de ideologías, intereses y ansias hegemónicas a escala internacional que determinan
las catástrofes europeas y mundiales del siglo anterior. Un conflicto civil es el peor de los traumas que
puede vivir una sociedad constituida. Reparar sus consecuencias no admite ningún subterfugio.
Una prueba de generosidad más y final es la renuncia colectiva a retomar la depuración de las responsabilidades,
manifiestas y enumerables, que caben a personas y colectivos por haber desencadenado la
tragedia que hoy se pretende reparar en lo posible. Es tarde para ello, y no caben lamentaciones por la
forma en que la Historia ha transcurrido. Las responsabilidades son conocidas. Su depuración no es inseparable
de la reparación de sus consecuencias. Por ello, el tránsito por la vía de las sanciones penales
para los responsables no es obligatorio, aunque fuese plausible. Nuestra reconsideración del pasado
puede transitar por el perdón de quienes fueron culpables. Pero no por el olvido de sus culpas.
La llamada Ley de Memoria Histórica es un proyecto de Justicia que nos pone ante el reto de hacerla
completa, ciega, generosa y reconciliadora. Y la responsabilidad colectiva de los españoles de hoy es
asumir tal reto. Cualquier otra consideración es tan engañosa, tan falaz, como inútil.
Madrid, mayo de 2009.
The Law, with greater or lesser accuracy, tries to address
this Memory to a much more decided degree than what
took place in the Transition, without forgetfulness nor false
reconciliation. From there it has been said with accuracy, as
far as we believe, that the true spirit of the text reflects the
feelings of a good part of a new generation which does not
base the reconciliation in the transitional thinking of the
1970s but rather in the search for an historical legitimacy
like that which the Republic had possessed subverted by an
illegitimate uprising. The fundaments of democracy are
thereby consolidated and not by the obligatory necessary
transactions in a process of overcoming of old tragedies,
but in the legitimacy granted by a freely elected regime.
Was it necessary that this new spirit of reparation could
work itself out precisely through a Law? Could the same
goals have been achieved by other less-solemn but perhaps
more pragmatic routes? Here are questions for
which the majority of opinions would today be superfluous.
The Law of reparation exists and the great challenge
now is to make it effective, to use all its resources and to
make its utility recompense its lateness. This is also due
to very explainable reasons. Justice is stronger when it
comes in its own time and tempo. But History almost
always imposes its own prescriptions.
Without a doubt, there remain no few risks. One of them,
otherwise evident, is not instrumental but rather concep-
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tual. The Collective Memories, their trends and their
fights, can neither darken nor, even less, substitute or
change History. The Memories, the battles of the Memory,
as we’ve said on other occasions, cannot be separated by
a hair from the Memory of the battles. The Memories
need to calm down and confront themselves on the hard
anvil of a History that’s well known, well explained, and
well understood. History prevails over Memory, justifies it
or rectifies it and, as a public, collective, and transcendent
good, cannot be written to the taste of all, but neither
to the taste of just a few. The Memories are changing,
generationally changing. History, whether it achieves
it or not, should be a mirror in which all, all those
Memories, can be reflected without deformations.
Our country arrives late to the moral and material reparation
of its tragedies in the panorama of the convulsive
Europe of the 20th Century. This lateness does not
change one whit its necessity. We must overcome the
consequences of a conflict of greater importance and
gravity than others, as is the Civil War and not that
derived from the projection of ideologies, interests, and
hegemonic anxieties on an international scale which
determine the European and world catastrophes of the
past century. A civil conflict is the worst of the traumas
that a constituted society can live. To make reparation for
its consequences allows for no subterfuges.