Alighieri_Dante-Divina Comedia-Paraiso.pdf
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y esto habrás de decir en vuestro mundo.»<br />
Con esta voz el inflamado giro<br />
se detuvo y con él la mezcolanza<br />
que se formaba del sonido triple,<br />
como para evitar riesgo o fatiga,<br />
los remos que en el agua golpeaban,<br />
todos se aquietan al sonar de un silbo.<br />
¡Qué grande fue mi turbación entonces,<br />
al volverme a Beatriz para mirarla,<br />
y no la pude ver, aunque estuviese<br />
en el mundo feliz, y junto a ella!<br />
CANTO XXVI<br />
Mientras yo deslumbrado vacilaba,<br />
de la fúlgida llama deslumbrante<br />
salió una voz a la que me hice atento.<br />
«En tanto que retorna a ti la vista<br />
que por mirarme -dijo,--- has consumido,<br />
bueno será que hablando la compenses.<br />
Empieza pues; y di a dónde diriges<br />
tu alma, y date cuenta que tu vista<br />
está en ti desmayada y no difunta:<br />
porque la dama que por la sagrada<br />
región te lleva, en la mirada tiene<br />
la virtud de la mano de Ananías.»<br />
«A su gusto -repuse pronto o tarde<br />
venga el remedio, pues que fueron puertas<br />
que ella cruzó con fuego en que ardo siempre<br />
El bien que hace la dicha de esta corte,<br />
es Alfa y es O de cuanta escritura<br />
lee en mí el Amor o fuerte o levemente.»<br />
Aquella misma voz que los temores<br />
del súbito cegar me hubo quitado,<br />
a que siguiese hablando me animaba;<br />
y dijo: «Por aún más angosta criba<br />
te conviene cerner; decirnos debes<br />
quién a tal blanco dirigió tu arco.»<br />
Y yo: «Por filosóficas razones<br />
y por la autoridad que de ellas baja