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FRÍO Y OSCURIDAD

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LO QUE OCURRIÓ EL DÍA DE LO DE WHITECHAPEL<br />

Aquel hombre tenía prisa por llegar a su<br />

casa; el barrio de “Whitechapel” no era seguro, y<br />

al oscurecer era mucho peor; se adueñaban de<br />

las calles bandas, rateros y delincuentes de todo<br />

genero. Durante ese otoño se habían sucedido<br />

varios asesinatos en la zona.<br />

El médico siguió caminando con paso<br />

presuroso. Observó al fondo de la calle, en la<br />

penumbra, que dos porteros conversaban a la<br />

entrada de un fumadero de opio. Al pasar frente<br />

a ellos, lo miraron fríamente, como a quien de<br />

ninguna forma podría nunca representar una<br />

amenaza. Más allá sólo se veía la habitual<br />

niebla densísima de Londres.<br />

De entre la espesa nube blanca surgió<br />

pausadamente una silueta. Él continuó<br />

avanzando, intranquilo, sabiendo que en<br />

cualquier esquina podían esperarle una<br />

puñalada o un atraco. La silueta se hacia cada<br />

vez más grande a medida que se le acercaba.<br />

Cuando pudo verlo, se dio cuenta de que se<br />

trataba de un mendigo envuelto en harapos. El<br />

médico intentó apartarse de su paso, bajándose<br />

de la acera; pero el mendigo se detuvo justo<br />

frente a él, y se le quedó mirando con fijeza.<br />

Con ademán pausado, le puso enfrente un plato<br />

que tendría unas 8 monedas, y el médico intentó<br />

apartar la cara.<br />

Se estaba levantando un viento helado<br />

que, combinado con la oscuridad, la niebla y el<br />

mal barrio, hicieron que el hombre apretara el<br />

paso sin hacer caso al mendigo.<br />

Dos manzanas al norte, se encontró con<br />

un chico con periódicos bajo el brazo, hablando<br />

con varios hombres. El médico se acercó al<br />

grupo y pudo escuchar lo que decía el joven<br />

voceador. Hablaba sobre el nuevo asesinato de<br />

“Jack el destripador”.<br />

Escuchar ese nombre hizo al joven<br />

galeno apartarse casi de un salto y continuar su<br />

camino con todavía más nerviosismo y prisa.<br />

Después de todo, también tenía que completar<br />

el trayecto que había iniciado en “Berner Street”.<br />

Hacía cada vez más frío. Era apenas 30<br />

de septiembre, pero ya la oscuridad invernal y<br />

los vientos helados del Mar del Norte se habían<br />

apoderado de la ciudad.<br />

Cuando el médico finalmente llegó a su<br />

casa, una construcción relativamente nueva<br />

pero envilecida por la oscuridad del callejón<br />

antiguo en el que se encontraba, y se dispuso a<br />

abrir la puerta, sorpresivamente saltó frente a él<br />

el vagabundo del plato, que le apoyó con<br />

precisión felina un enorme cuchillo justo en el<br />

pecho.<br />

- “Soy Jack... El destripador. Dame<br />

el dinero y puede que no te mate.<br />

El médico, temblando y pálido como un<br />

cadáver, sacó algo de su capa y lo puso frente a<br />

la cara de su atacante. La mirada del<br />

vagabundo cambió instantáneamente, y de la<br />

misma forma en que había aparecido,<br />

desapareció.<br />

El todavía tembloroso galeno entró a su<br />

casa con movimientos lentos, como de<br />

cansancio.<br />

¿Qué había ocurrido? ¿Un hombre<br />

desarmado en mitad de la noche oscurísima de<br />

Londres había hecho huir despavorido a Jack el<br />

destripador? La respuesta es simple. Aquel<br />

médico sabía bien que su atacante no era Jack<br />

el destripador, ya él que conocía perfectamente<br />

al asesino más desalmado de la historia de<br />

Inglaterra. Y es que era él mismo; él era Jack el<br />

destripador.<br />

Se acercó titubeante a la sombría repisa<br />

de la chimenea, y posó en ella el cuchillo<br />

ensangrentado con el que acababa de matar a<br />

una dulce joven en la calle “Berner”, el mismo<br />

cuchillo con el que acababa de ahuyentar al<br />

farsante que pretendía asaltarlo en la entrada de<br />

su casa.<br />

Carlos Sánchez Hernández<br />

Alumno del IES “Aravalle”<br />

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