En la nebulosa ciudad de las muñecas cautivas

Mi amigo Gonzalo estaba mucho más destruido de lo que en un comienzo yo llegué a
pensar que él lo iba a estar por la misteriosa desaparición de Angie. Pero, ¿qué oscura
razón se escondía tras el hecho de que ella, es decir, la hermosa y alegre Angie,
decidiera desaparecer y dejarle todas sus cosas, incluyendo su propio diario personal, a
su novio, es decir, a Gonzalo? Y, ¿por qué decidió ella partir justa y precisamente en un
tren, un medio tan poco utilizado por las personas de la Ciudad de la Nébula Creciente?
Sea cual fuere la respuesta para cada una de aquellas preguntas que llegan
constantemente y no dejan de rondar la cabeza de Gonzalo, e incluso la mía, lo único
cierto es que en la memoria de mi amigo han quedado todos los vestigios de la dulce luz
que la linda Angie Daniela Durán despedía por su piel. Pero eso, en lugar de
impregnarlo e insuflarlo de vida, es, a decir verdad, algo que preocupa mucho más a mi
querido amigo. No por nada, en la memoria de él ha quedado, igualmente, la presencia
sutil de la bella y alegre Angie rondando como una brisa en el vacío o una pelusa que es
arrastrada hacia algún lejano confín.
Pero eso sí, en poder de mi amigo Gonzalo no solo han quedado aquellas insustanciales
y lejanas briznas de humanidad y de amor por su novia (la única que le llegué a conocer
hasta el momento ahora que me pongo a pensar), sino que, en su poder, y bajo su entera
responsabilidad, por supuesto, también quedó el apartamento y todas las cosas que ella
tenía. Todas las cosas que alguna vez le pertenecieron a la linda Angie y que ahora
parecen pertenecer a Gonzalo. Más exactamente una cama, un montón de libros de
biología, varios implementos de cosmética, un televisor, un computador portátil, una
nevera color hueso, varios implementos de cocina, una pequeña y mimosa gatita
llamada Blanca que Angie siempre solía consentir mucho, y hasta toda la ropa que
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