En la nebulosa ciudad de las muñecas cautivas

—Y, ¿qué decía aquella carta?
—Es esta que tengo aquí, señor oficial.
El oficial tomó la carta con sumo cuidado, pues estaba bastante arrugada, y la leyó con
toda su concentración. Se trataba de un papel fucsia en el cual resaltaban unas letras
rojas muy elegantes. Una carta que decía exactamente lo siguiente:
Gonzalo: esta es una carta de despedida. Debo irme, por eso te dejo a ti, la única
persona en la cual confío en todo el mundo, todas mis cosas y a mi pequeña gatita
Blanca. A donde voy, solo me llevo el terruño flameado de tus ojos y el ímpetu incesante
de tu ser. Siempre te recordaré porque siempre fuiste conmigo todo un caballero. Un
amante espléndido y apasionado, es cierto, aunque todo un caballero. Es más, si te soy
sincera, debo decir que tú fuiste mi único amor y mi único amante. Mi único amor
durante toda mi vida en este mundo y bajo los tenues rayos de este sol que siempre
recordaré como tejidos con vida y una insólita luz de azulada esencia Por eso, te repito,
nunca te olvidaré, así como tampoco olvidaré nunca esa fresca y primaveral brisa que
nos recorría tan traviesa y cariñosamente cuando jugábamos a entendernos con la piel.
Por siempre tuya, Angie.
—Es una carta escrita con muchísima emoción —le comentó el oficial a Gonzalo
cuando terminó de leer aquella hoja de papel color fucsia que sostenía entre sus manos.
Luego dijo—: Mire, señor Ruíz, le ayudaremos en lo que podamos, aunque todo parece
indicar que este no es un caso de desaparición forzada, o, por lo menos, no es el caso,
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