En la nebulosa ciudad de las muñecas cautivas

VIII
Si algo aprendí durante mis primeras semanas en la Ciudad de la Nébula Creciente, es
que la tentación es tan esencial para la pasión como lo puede ser la misma inspiración.
Sí, eso lo aprendí a las mil maravillas gracias a que mis tres bellas anfitrionas siempre
se esmeraron mucho por tentarme cada vez que querían que tuviéramos sexo, ah, y digo
“tener sexo”, puesto que por aquellos días me comenzó a parecer caduco el término
aquel de “hacer el amor”. Claro, lo que en verdad sucedió, es que el hecho de tener sexo
con aquellas tres mujeres, a veces de a una por una y en ocasiones con las tres al tiempo,
se volvió algo tan pero tan rutinario que el amor ya no podría tener ninguna cabida allí.
No, no podía tenerla, y eso que al inicio yo me sentía bastante atraído, en una forma
bastante romántica, por cierto, hacia aquellas tres jóvenes mujeres. Es más, yo llegué a
sentirme enamorado de cada una de ellas, en especial de Xiomara. Eso sucedió en gran
parte a que las caricias y el afecto inabarcable de la bella Xiomara, desde un inicio,
cautivaron profundamente mi espíritu, por lo que no es raro que hacia ella yo sintiera
una especie de cariño único que no sentía ni hacia Rebeca ni hacia Mariana. Respecto a
eso, me imagino yo que algo similar pudo haberle pasado a Julián con Amalia, pues no
es de extrañarse que un hombre termine enamorándose de una prostituta que es bastante
dulce y cariñosa con él. Pero bueno, decía yo que la expresión “hacer el amor”, me
comenzó a parecer caduca, puesto que lo que yo tenía con aquellas tres jóvenes y
hermosas mujeres que me habían dado posada, no tenía nada que ver con el amor ni con
las sustancialidades que se derivan de una fantasía idílica. Es más, ese sentimiento único
y especial por Xiomara que yo tenía en mi interior, se fue disolviendo en la más
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