Dorfman_Ariel_Mattelart_Armand_Para_leer_al_pato_Donald
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DEL NIÑO AL BUEN SALVAJE 43<br />
en habitaciones cerradas: pero éstas enfatizan el carácter catastrófico<br />
y absurdo de la vida urbana. Hay cuentos dedicados <strong>al</strong><br />
smog, a las congestiones de tráfico, a los ruidos intempestivos,<br />
a la dificultad de la vida soci<strong>al</strong> (muchas veces las peleas entre<br />
vecinos <strong>al</strong>canzan ribetes muy cómicos), a la omnipresencia de Ja<br />
burocracia y de los agentes de la policía. En re<strong>al</strong>idad, la urbe<br />
está concebida como un infierno, donde específicamente el hombre<br />
pierde el control de su propia situación. En un episodio tras<br />
otro, el personaje se enreda en los objetos. Por ejemplo, en D. 431,<br />
Don<strong>al</strong>d se queda pegado, <strong>al</strong> llegar de hacer compras^ en un<br />
patín. Va a iniciar una solitaria carrera demente por la ciudad,<br />
en la cu<strong>al</strong> irá acumulando experiencias traumáticas de la vida<br />
contemporánea: un tarro de basura, las c<strong>al</strong>les, los trabajos de<br />
obras públicas, los perros sueltos, el cartero, el parque público<br />
lleno de gente (donde, si se nos permite la interrupción, una<br />
madre reprime a su retoño: "No te muevas, hijito, para que no<br />
se asusten las p<strong>al</strong>omas"), la reglamentación del tránsito, la policía,<br />
la obstrucción (el Café Airelibre ocupa toda una vereda<br />
y Don<strong>al</strong>d, <strong>al</strong> volcar las mesas, se pregunta, preocupado, pero sin<br />
poder parar: "Me pregunto si volverán a admitirme en este<br />
café"), los choques automovilísticos, los negocios, los descargadores,<br />
el <strong>al</strong>cantarillado y el caos gener<strong>al</strong>izado.<br />
En otras ocasiones él hilo conductor que induce a recorrer<br />
la ciudad como una inmensa vitrina de desdichas son otros objetos-pulpos:<br />
caramelos (D. 185), un billete perdido (D. 393),<br />
una motocicleta descontrolada que monta Pillín (D. 439). En<br />
esta sufrentura (porque de aventura tiene sólo el ritmo y de desgracia<br />
todo lo demás), vuelve a acechar la leyenda de Frankenstein,<br />
el robot que se escapó de las manos de su inventor. Donde<br />
este carácter monstruoso <strong>al</strong>canza sus rasgos más neurotizantes es<br />
en D. 165, en el cu<strong>al</strong> Don<strong>al</strong>d, para poder dormir de noche (el<br />
tráfico pesado pasa por su c<strong>al</strong>le, "aceleran, frenan, tocan la bocina"),<br />
clausura la vía. Es multado por un policía: "Autorización<br />
escrita no tengo, pero el derecho a un sueño tranquilo me autoriza...",<br />
interrumpido por el agente: "¡Está equivocado!" Y comienzan<br />
su enloquecida búsqueda de permiso: del comando polici<strong>al</strong><br />
a la casa del jefe de policía, y de ahí a hablar con el señor<br />
<strong>al</strong>c<strong>al</strong>de, que sólo puede firmar "ordenanzas aprobadas por el