No.106 - Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

vuelta a la guitarra, de Eric Méndez, y el Concierto de fin de año, de Pedro Luis Ferrer.
Una página se dedica a la quinta edición de Sharing Dreams / Compartiendo sueños, que este
año tiene como tema central la música y el diseño, con énfasis en la guitarra, a propósito de la
primera década de A guitarra limpia. Por último, cerramos la edición con fragmentos de las
palabras de Silvio Rodríguez durante el encuentro que sostuviera con trovadores en el Centro
Pablo, a propósito de la presentación del disco doble Te doy una canción, en enero de 2008.
LOS UNGÜENTOS DE RICARDO RIVERÓN ROJAS
Por Antonio Rodríguez Salvador (Fragmentos)
Qué tal si en el siglo XXVIII, a cierto escritor y director de la revista interplanetaria Signos de
Santa Clara, ultramegatataranieto del también escritor villaclareño Ricardo Riverón Rojas, de
pronto se le ocurre escribir un libro sobre el humor en la medicina del siglo XX.
Hace 800 años se usaba algo llamado inyección –nos contará este Ricardo Riverón CLXIV del
siglo XXVIII– que consistía en usar un aparato hecho nada menos y nada más que de vidrio o
de plástico, terminado en una púa de acero, con la cual se pinchaba la nalga del paciente.
Mediante la inyección se introducían bajo la piel ciertos brebajes hechos a base de hongos y
otras toxinas químicas, que unas veces curaban y otras no, cosa que no viene a cuento ahora,
sino lo cómico que resultaba el gritico del inyectado en el momento cumbre. El paciente
siempre contraía la nalga y se echaba un par de veces hacia delante: primero cuando se la
remojaban con alcohol, y después cuando le encajaban el pincho, aunque también a veces la
nalga se contraía sola, algo que por lo regular el inyectante resolvía dándole al enfermo una
leve nalgada o diciéndole con viveza y tono de reproche: ¡Afloja! Por último, nos parece
oportuno acotar que este era uno de los casos –junto con otros como recibir un pisotón, o un
porrazo en el olécranon: al que entonces llamaban golpe de suegra– en que las personas
tenían licencia para soltar alguna palabrota de grueso calibre, ocasión que casi nunca
desaprovechaban.
Por supuesto, la futura obra del Ricardo Riverón Rojas CLXIV, con justicia tendría que estar
dedicada a su ultramegatatarabuelo Ricardo Riverón Rojas I, autor de El ungüento de la
Magdalena, un libro merecedor del premio Memoria 2007, que cada año otorga el Centro
Cultural Pablo de la Torriente Brau, y en el que se recrea el humor en la medicina popular
cubana.
Naturalmente, como confío en la sagacidad de los que leen esta columna, sé que alguno
enseguida observará: La obra del Riverón contemporáneo tiene un enfoque folclórico, pero no
la del Riverón futuro: sabido es que ya hoy la medicina goza de carácter científico. Y tendría
razón, pero igualmente no la tendría, porque lo hoy considerado científico, sin duda mañana
será folclórico: tanto como nosotros miramos hoy con ojo chusco, y dibujándonos una media
sonrisa, hacia lo que era tenido por ciencia en el siglo XVII.
En aquel entonces, por ejemplo, los piojos y las pulgas surgían de la mugre por generación
espontánea. Sí usted quería tener una buena colección de pulgas –hay quien se dedica a
amaestrarlas con fines circenses– solo debía dejar que el churre y los malos olores se
acumularan en el colchón de su cama, y al poco tiempo vería cumplido su propósito. Y conste
que esto no lo aseveraba la llamada “sabiduría popular”, con sus sinécdoques y metonimias
que por lo regular suelen ver un todo en apenas una de las partes, o trastocar los efectos en