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No.106 - Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

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Ahora bien, me parece oportuno ac<strong>la</strong>rar que <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción <strong>de</strong> El ungüento… con <strong>la</strong> imaginación<br />

garcíamarquiana no es gratuita. Si para llegar a esa conclusión por sí mismo al lector no le<br />

bastaran los testimonios leídos anteriormente, le propongo asistir entonces a otro, narrado por<br />

Javier Fernán<strong>de</strong>z Alcocer, <strong>de</strong>l Batey San <strong>Pablo</strong>, y cuyo argumento es semejante al <strong>de</strong> un<br />

conocido cuento <strong>de</strong> García Márquez: “Me alquilo para soñar”. Aunque es un tanto <strong>la</strong>rgo, lo<br />

reproduzco completo porque no tiene <strong>de</strong>sperdicios:<br />

Mi hermana Nicasia pa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> embarazos psíquicos. A el<strong>la</strong> se le ocurría salir preñada y<br />

enseguida tenía todos los síntomas: vomiteras, antojos, manchas en <strong>la</strong> cara, los huecos <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

nariz se le ensanchaban como troneras y, sobre todo, le crecía <strong>la</strong> barriga. Aunque mi mamá,<br />

que <strong>la</strong> conoce bien, advertía que <strong>la</strong> barriga <strong>de</strong> el<strong>la</strong> era por <strong>la</strong> tar<strong>de</strong>, porque por <strong>la</strong> mañana<br />

amanecía con el estómago pegado al espinazo. El caso es que el<strong>la</strong> iba lejos con sus inventos,<br />

pues como en aquel<strong>la</strong> época no existían los ultrasonidos y esas cosas <strong>de</strong> hoy que enseguida<br />

<strong>de</strong>tectan <strong>la</strong> verdad <strong>de</strong> <strong>la</strong> verdad, una vez llegó hasta a coger dieta <strong>de</strong> embarazada y comprar <strong>la</strong><br />

canastil<strong>la</strong>. El pobre Berto, su marido, era <strong>la</strong> persona con quien se ensañaba en sus histerismos.<br />

Le daba asco, <strong>de</strong>cía. También lo acusaba <strong>de</strong> “tener <strong>la</strong> sangre cuajada”, y entre otras<br />

humil<strong>la</strong>ciones lo ponía a dormir en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, sobre un sofá con una colchoneta. Al tercer<br />

embarazo <strong>de</strong> esos el propio Berto se aburrió y buscó <strong>la</strong> manera <strong>de</strong> quitarle <strong>de</strong> <strong>la</strong> cabeza el<br />

capricho y el encarne. Fue a Palmira, se entrevistó con un baba<strong>la</strong>wo y este le dio un remedio<br />

que consistía en lograr que los dos tuvieran <strong>la</strong> misma pesadil<strong>la</strong> una noche. Pero Berto no sabía<br />

cómo contagiarle sus pesadil<strong>la</strong>s a Nicasia, que él sí <strong>la</strong>s pa<strong>de</strong>cía, y más <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que dormía en el<br />

sofá. ¡Es que no es fácil, compadre! ¿Quién coño sabe pegar pesadil<strong>la</strong>s Al guanajo <strong>de</strong> Berto<br />

lo estafaron, pensaba yo. Finalmente una noche, tras un ejercicio <strong>de</strong> concentración que le<br />

enseñaron, mi cuñado sueña una cosa terrible: el negro Siriaco, que mi<strong>de</strong> como siete pies y es<br />

corto <strong>de</strong> mente pero <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> miembro, bajo una tempestad <strong>de</strong> truenos llega a su casa montado<br />

en un perro salchicha gigante, que tenía <strong>la</strong> cara <strong>de</strong>l doctor Portuondo. Viene vestido el negro<br />

con una trusita <strong>de</strong> esas que se usan en <strong>la</strong> lucha sumo, y tras comerse un jabón con salsa que<br />

le sirvió mi madre en un p<strong>la</strong>to, mientras se escucha <strong>de</strong> fondo una canción que dice “el caimitillo<br />

me gusta mucho más / que el mamoncillo, que el mamoncillo, / pero mucho menos que el<br />

marañón”, agarra a Nicasia y, <strong>la</strong>drando, <strong>la</strong> vio<strong>la</strong> con aquel<strong>la</strong> barbaridad que tenía entre <strong>la</strong>s<br />

piernas –más gran<strong>de</strong> todavía en el sueño. La suelta, el<strong>la</strong> queda como <strong>de</strong>smayada, y cuando va<br />

a vio<strong>la</strong>rlo a él, se <strong>de</strong>spierta Berto con unas taquicardias <strong>de</strong>l carajo y hasta tiene que tomarse un<br />

Librium. Va al cuarto, se fija en Nicasia y se queda más tranquilo, porque duerme<br />

p<strong>la</strong>centeramente, con una sonrisa <strong>de</strong> oreja a oreja. Pero lo más importante <strong>de</strong> esta historia es<br />

que, realmente, al otro día Nicasia amanece con <strong>la</strong> barriga p<strong>la</strong>na, tal como <strong>de</strong>cía mi mamá,<br />

sonriente y cantando eso mismo <strong>de</strong>l mamoncillo y el marañón. Y más nunca se acordó <strong>de</strong>l<br />

santo embarazo.<br />

Recuer<strong>de</strong>n que en Cien años <strong>de</strong> soledad un cura levita tras beber una taza <strong>de</strong> choco<strong>la</strong>te<br />

espeso. En esta historia, sin embargo, el negro Siriaco vio<strong>la</strong> a Nicacia <strong>la</strong>drando como un perro,<br />

tras comerse un jabón <strong>de</strong> <strong>la</strong>var en salsa, y así ocurre una triple paradoja: con su miembro <strong>la</strong><br />

esteriliza para siempre <strong>de</strong> <strong>la</strong> preñez imaginaria. Y <strong>de</strong>spués hay quien dice que <strong>la</strong> realidad no<br />

supera a <strong>la</strong> ficción.<br />

GUERRA CIVIL ESPAÑOLA<br />

¡BRIGADISTAS, VOLVÉIS!<br />

Por Idania Trujillo <strong>de</strong> <strong>la</strong> Paz<br />

“Cuando los años pasen y <strong>la</strong>s heridas <strong>de</strong> <strong>la</strong> guerra se vayan restañando… hab<strong>la</strong>d a vuestros

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