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OCIO<br />
Elogio de las fiestas<br />
Por dEbAsO vídeo manuales. Fotografía: cedida por Tilo (de “Los Járvac”).<br />
Verano=fiestas. Fiestas por todos los pueblos de la isla, recorriéndola<br />
de cabo a rabo: de Máguez a La Tiñosa, de Las Breñas<br />
a Famara, pasando por Tao o El Cuchillo… Pueblos engalanando<br />
el cachito de cielo que los cubre con liñas de banderines.<br />
Bailes, verbenas. El tufo de la carne saliendo de los ventorrillos<br />
y envolviéndolo todo en una nube que se deja sentir de lejos,<br />
mucho antes que la escandalera de la música o el genterío.<br />
O no tanto genterío, que ése es el motivo de estas líneas.<br />
Porque las fiestas de los pueblos, unas más que otras, se han<br />
quedado viejas y solas, descartadas por otras formas de ocio<br />
veraniego más modernas. No pretendemos aquí un estudio sociológico,<br />
pero a la vista está que se<br />
han quedado tan antiguas como las<br />
procesiones sacando a hombros al<br />
patrón o la patrona que corresponda,<br />
que se supone son la verdadera<br />
razón de las fiestas. La gente joven<br />
las utiliza, si acaso, para ir calentando<br />
motores y luego rematar la<br />
juerga en Arrecife o en Los Fariones.<br />
A ello ha contribuido decisivamente<br />
una nueva normativa que prohíbe<br />
las celebraciones después de las<br />
cuatro de la mañana (¡las cuatro de<br />
la mañana!: ¡a la hora que empieza uno a ensayarse!). Y en<br />
este año de crisis es lógico que mengüe todavía más la de por<br />
sí escasa afluencia.<br />
A las comisiones de fiestas de las diferentes corporaciones<br />
no les ha quedado otra que lo de renovarse o morir. Seguir<br />
el ejemplo de Famara, las mejores fiestas de la isla, que lleva<br />
muchos años aunando tradición y modernidad, separadas<br />
apenas por una esquinita del muelle para que no se solapen<br />
ni se atropellen (hoy día, en escenarios mucho más apartados<br />
para poder recibir y acoger a tanta gente). No les extrañe ver<br />
en algunos programas cómo las orquestas de siempre son desplazadas,<br />
o incluso sustituidas, por los DJ’s, extendiendo éstos<br />
sus dominios más allá de las cuatro paredes de las discotecas,<br />
amenizando las fiestas con los ritmos que se llevan ahora mismo.<br />
De momento, creemos que con poco éxito.<br />
No pretendemos tampoco aquí ponernos nostálgicos ni defender<br />
las fiestas más tradicionales frente a éstas de nuevo tipo.<br />
Entre otras cosas, porque junto a muchos recuerdos entrañables<br />
nos quedan también otros reprobables de aquéllas. Por<br />
ejemplo, en épocas de vacas gordas, los dispendios de los<br />
ayuntamientos por traer a tal o cual cantante cuya fama duró lo<br />
mismo que los fuegos artificiales, en los que por cierto también<br />
se gastaban (y se gastan) una buena pasta. O esa afrenta de los<br />
concursos de belleza que por desgracia aún pervive. (En otra<br />
parte de esta revista se esboza lo que serían unos “sangineles”<br />
ideales que nosotros suscribimos de pé a pa.).<br />
Lo que queremos defender es que las fiestas no se pierdan,<br />
no se extingan, da lo mismo en nombre de qué santo o al son<br />
de qué ritmos musicales, sin afrentar ni ofender a nadie. Lo<br />
esencial es que son un punto de encuentro, la excusa para que<br />
los vecinos tomemos contacto, para que nos toquemos. Una<br />
costumbre que nos sobrepasa y que perdura desde los tiempos<br />
en que se iba a hacer la visita al pueblo vecino y a celebrar con<br />
ellos, a lomos de un burro o caminado en alpargatas con los<br />
zapatos nuevos bajo el brazo para no<br />
gastarlos. No han pasado tantos años<br />
desde que nos dirigíamos en masa,<br />
con los coches, a las plazas de los<br />
pueblos, una distinta cada fin de semana,<br />
amenazando con desgajar del<br />
resto ese pedacito de la isla en fiestas,<br />
y hundirlo en las profundidades<br />
marinas por el peso de la gente. No<br />
ha pasado tanto desde que deseábamos<br />
que llegara el verano no por el<br />
sol o la playa, o por el merecido descanso,<br />
sino por las fiestas.<br />
Les debemos mucho a estas fiestas, más de lo que pueda parecernos.<br />
Le debemos la primera posibilidad que se nos presentó<br />
a alguno de restregarnos el cuerpo con el de otra persona,<br />
bailando una pieza lenta de… Richard Cocciante, que eran<br />
tan lentas que daba tiempo de todo. Aunque ya sabemos que<br />
eran los músicos de las orquestas, con sus ropajes y su carisma,<br />
los que se llevaban los triunfos con tan sólo picarle el ojo<br />
a alguien. Razón de más para cogerle tirria a las orquestas.<br />
¡Mal empleaditas Gibsons Les Paul y Fenders Stratocasters para<br />
tocar pachanga y cancioncitas del verano! ¡Cuántos grupitos<br />
de la isla, de rock principalmente, nos las arreglábamos comprándoles<br />
los instrumentos que ellos desechaban! Pero pasado<br />
el tiempo (y los reproches) sería injusto no reconocerle su labor<br />
a las orquestas, especialmente a esa “edad de oro” de Los<br />
Járvac y Los Walkinairos, que todavía se recuerdan por no dar<br />
resuello a las parejas mientras actuaban sobre el escenario. Y<br />
eso también es un arte que merece ser homenajeado.<br />
El primer recuerdo de las fiestas de los pueblos que se le viene<br />
a uno a la cabeza tiene que ver con las orquestas, con nuestros<br />
padres saliendo disparados hacia el centro de la plaza en<br />
cuanto la orquesta se arrancaba con un pasodoble, dejando<br />
atrás un reguero de sillas de madera que se movían más que<br />
los dientes de un viejo. La elegancia vistosa de una pareja mar-<br />
32<br />
<strong>jul</strong>io 2009