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Nº24 | jul-ago - Mass Cultura

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OCIO<br />

Elogio de las fiestas<br />

Por dEbAsO vídeo manuales. Fotografía: cedida por Tilo (de “Los Járvac”).<br />

Verano=fiestas. Fiestas por todos los pueblos de la isla, recorriéndola<br />

de cabo a rabo: de Máguez a La Tiñosa, de Las Breñas<br />

a Famara, pasando por Tao o El Cuchillo… Pueblos engalanando<br />

el cachito de cielo que los cubre con liñas de banderines.<br />

Bailes, verbenas. El tufo de la carne saliendo de los ventorrillos<br />

y envolviéndolo todo en una nube que se deja sentir de lejos,<br />

mucho antes que la escandalera de la música o el genterío.<br />

O no tanto genterío, que ése es el motivo de estas líneas.<br />

Porque las fiestas de los pueblos, unas más que otras, se han<br />

quedado viejas y solas, descartadas por otras formas de ocio<br />

veraniego más modernas. No pretendemos aquí un estudio sociológico,<br />

pero a la vista está que se<br />

han quedado tan antiguas como las<br />

procesiones sacando a hombros al<br />

patrón o la patrona que corresponda,<br />

que se supone son la verdadera<br />

razón de las fiestas. La gente joven<br />

las utiliza, si acaso, para ir calentando<br />

motores y luego rematar la<br />

juerga en Arrecife o en Los Fariones.<br />

A ello ha contribuido decisivamente<br />

una nueva normativa que prohíbe<br />

las celebraciones después de las<br />

cuatro de la mañana (¡las cuatro de<br />

la mañana!: ¡a la hora que empieza uno a ensayarse!). Y en<br />

este año de crisis es lógico que mengüe todavía más la de por<br />

sí escasa afluencia.<br />

A las comisiones de fiestas de las diferentes corporaciones<br />

no les ha quedado otra que lo de renovarse o morir. Seguir<br />

el ejemplo de Famara, las mejores fiestas de la isla, que lleva<br />

muchos años aunando tradición y modernidad, separadas<br />

apenas por una esquinita del muelle para que no se solapen<br />

ni se atropellen (hoy día, en escenarios mucho más apartados<br />

para poder recibir y acoger a tanta gente). No les extrañe ver<br />

en algunos programas cómo las orquestas de siempre son desplazadas,<br />

o incluso sustituidas, por los DJ’s, extendiendo éstos<br />

sus dominios más allá de las cuatro paredes de las discotecas,<br />

amenizando las fiestas con los ritmos que se llevan ahora mismo.<br />

De momento, creemos que con poco éxito.<br />

No pretendemos tampoco aquí ponernos nostálgicos ni defender<br />

las fiestas más tradicionales frente a éstas de nuevo tipo.<br />

Entre otras cosas, porque junto a muchos recuerdos entrañables<br />

nos quedan también otros reprobables de aquéllas. Por<br />

ejemplo, en épocas de vacas gordas, los dispendios de los<br />

ayuntamientos por traer a tal o cual cantante cuya fama duró lo<br />

mismo que los fuegos artificiales, en los que por cierto también<br />

se gastaban (y se gastan) una buena pasta. O esa afrenta de los<br />

concursos de belleza que por desgracia aún pervive. (En otra<br />

parte de esta revista se esboza lo que serían unos “sangineles”<br />

ideales que nosotros suscribimos de pé a pa.).<br />

Lo que queremos defender es que las fiestas no se pierdan,<br />

no se extingan, da lo mismo en nombre de qué santo o al son<br />

de qué ritmos musicales, sin afrentar ni ofender a nadie. Lo<br />

esencial es que son un punto de encuentro, la excusa para que<br />

los vecinos tomemos contacto, para que nos toquemos. Una<br />

costumbre que nos sobrepasa y que perdura desde los tiempos<br />

en que se iba a hacer la visita al pueblo vecino y a celebrar con<br />

ellos, a lomos de un burro o caminado en alpargatas con los<br />

zapatos nuevos bajo el brazo para no<br />

gastarlos. No han pasado tantos años<br />

desde que nos dirigíamos en masa,<br />

con los coches, a las plazas de los<br />

pueblos, una distinta cada fin de semana,<br />

amenazando con desgajar del<br />

resto ese pedacito de la isla en fiestas,<br />

y hundirlo en las profundidades<br />

marinas por el peso de la gente. No<br />

ha pasado tanto desde que deseábamos<br />

que llegara el verano no por el<br />

sol o la playa, o por el merecido descanso,<br />

sino por las fiestas.<br />

Les debemos mucho a estas fiestas, más de lo que pueda parecernos.<br />

Le debemos la primera posibilidad que se nos presentó<br />

a alguno de restregarnos el cuerpo con el de otra persona,<br />

bailando una pieza lenta de… Richard Cocciante, que eran<br />

tan lentas que daba tiempo de todo. Aunque ya sabemos que<br />

eran los músicos de las orquestas, con sus ropajes y su carisma,<br />

los que se llevaban los triunfos con tan sólo picarle el ojo<br />

a alguien. Razón de más para cogerle tirria a las orquestas.<br />

¡Mal empleaditas Gibsons Les Paul y Fenders Stratocasters para<br />

tocar pachanga y cancioncitas del verano! ¡Cuántos grupitos<br />

de la isla, de rock principalmente, nos las arreglábamos comprándoles<br />

los instrumentos que ellos desechaban! Pero pasado<br />

el tiempo (y los reproches) sería injusto no reconocerle su labor<br />

a las orquestas, especialmente a esa “edad de oro” de Los<br />

Járvac y Los Walkinairos, que todavía se recuerdan por no dar<br />

resuello a las parejas mientras actuaban sobre el escenario. Y<br />

eso también es un arte que merece ser homenajeado.<br />

El primer recuerdo de las fiestas de los pueblos que se le viene<br />

a uno a la cabeza tiene que ver con las orquestas, con nuestros<br />

padres saliendo disparados hacia el centro de la plaza en<br />

cuanto la orquesta se arrancaba con un pasodoble, dejando<br />

atrás un reguero de sillas de madera que se movían más que<br />

los dientes de un viejo. La elegancia vistosa de una pareja mar-<br />

32<br />

<strong>jul</strong>io 2009

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