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Respondí yo a la semana siguiente sin ira,<br />
manteniendo el tono literario de mi admiración<br />
hacia Unamuno y recordando sobre todo<br />
un Decreto Ministerial recientemente aparecido<br />
(B.O.E., 10-9-1964), en el que, entre otras<br />
afirmaciones, se decía: “su nacimiento [el de<br />
Unamuno] debe tener la dimensión nacional<br />
que corresponde a<br />
la magnitud de su<br />
obra” 3 . Pero cuál<br />
sería mi sorpresa<br />
cuando, a la semana<br />
siguiente, se le respondió<br />
al Sr. Beitia<br />
como se le debía<br />
haber respondido<br />
desde un principio:<br />
con poderosas razones.<br />
Entró en la polémica<br />
el sacerdote y<br />
periodista José Alfonso<br />
Cabo, quien<br />
respondió al anónimo<br />
denigrador de<br />
Unamuno con tal<br />
claridad y contundencia,<br />
que la polémica<br />
se dio por<br />
cerrada y reinó el silencio<br />
por parte del<br />
provocador. José Alfonso<br />
Cabo, que a la<br />
sazón ampliaba sus<br />
estudios en el seminario<br />
de Toulouse,<br />
le decía al Sr. Beitia<br />
por qué no le gustaban<br />
sus opiniones<br />
sobre Unamuno.<br />
Algunas de ellas eran éstas: “Porque si le<br />
regalasen a Ud., Sr. Beitia, una trompeta, probablemente<br />
tocaría una marcha de guerra<br />
contra todos los heterodoxos; porque su espíritu<br />
es todo lo contrario al espíritu de Juan<br />
XXIII y Pablo VI; porque si le fuese posible<br />
resucitaría de nuevo a la Inquisición; porque<br />
admiro a Unamuno, su ejemplaridad y su<br />
obra, su idealismo hecho con honestidad y<br />
rectitud, y su amor exaltado y disconforme<br />
con una patria viciada; porque otro obispo<br />
español de nuestros días ha escrito que la lección<br />
de la experiencia religiosa de Unamuno<br />
es fecunda y fructuosa para quien la quiera<br />
recibir con sano y bien fundado entendimiento;<br />
porque Charles Moeller, uno de sus<br />
mejores y más admirados críticos (cuya obra<br />
Literatura del siglo XX y Cristianismo no<br />
puedo dejar de recomendar a Ud.) dice en su<br />
maravilloso estudio, que Unamuno chocó<br />
con el vacío de la intelectualidad católica de<br />
su tiempo; por la valentía admirable de dar<br />
un testimonio religioso de su vida en medio<br />
de una sociedad escéptica y en un mundo intelectual<br />
irreligioso…” 4 .<br />
He abundado en la cita de José Alfonso<br />
Cabo, y no en la mía, por mi afán de objetivar<br />
la respuesta al ataque anónimo. Recuerdo<br />
también al lector que estábamos en 1964 y<br />
que no eran precisamente tiempos fáciles<br />
para adentrarse en este tipo de defensas cerradas<br />
o ideológicas de Unamuno, pues todavía<br />
brillaban incomprensiones, ironías, y<br />
ataques a su persona y a su obra como la que<br />
hemos señalado.<br />
Como queda dicho, la lectura de las obras<br />
de Unamuno fueron claves en esa etapa de mi<br />
vida, cuando yo sólo tenía 16, 17, 18 años. Los<br />
libros entonces adquiridos y leídos, y aquella<br />
exaltada polémica de provincias, son la mejor<br />
prueba de ello. Podría insistir en otros textos<br />
que escribí luego y en mi valoración de la figura<br />
del rector salmantino, pero hoy deseaba<br />
ir sólo hacia aquel origen en el que yo hablaba<br />
desde mi independencia, doblemente significativa<br />
por ser la de un adolescente. Esa misma<br />
independencia intelectual que todavía hoy (y<br />
probablemente siempre) tan difícil es mantener<br />
en una nación de extremos y poco dada a<br />
la concordia como es la nuestra. Los últimos<br />
días vividos por Unamuno en Salamanca así<br />
nos lo prueban también de manera clara y<br />
contundente.<br />
3. Antonio Colinas, «Carta a Don Juan Gutiérrez sobre “Un hombre del 98”», ob. cit., 24 de octubre de 1964, p. 8.<br />
4. José Alfonso Cabo, «Otra respuesta a Don Juan Gutiérrez», 14 de noviembre de 1964, p. 7.<br />
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