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LA RELIGIÓN EN UNAMUNO<br />
ÁNGEL GALINDO GARCÍA<br />
Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca<br />
Leyendo los escritos de Unamuno es obligado distinguir religiones de instituciones<br />
religiosas y religión de fe. Él mismo dice: “y bien, se me dirá, ‘¿Cuál es tu religión?’<br />
Y yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad,<br />
aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar<br />
incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el<br />
romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No<br />
puedo transigir con aquello del Inconocible –o Incognoscible, como escriben los pedantes–<br />
ni con aquello otro de ‘de aquí no pasarás’. Rechazo el eterno ignorabimus.<br />
Y en todo caso, quiero trepar a lo inaccesible”.<br />
Sus palabras son plenamente admisibles para un cristiano que quiera vivir con<br />
autenticidad el espíritu vital del Concilio Vaticano II pero también por la reflexión tomista<br />
y sobre todo en el horizonte del evangelio de Jesús. Lógicamente Don Miguel se sitúa en la crítica de<br />
aquel pensamiento religioso que piensa que Dios actúa directamente en el terreno de las causas segundas<br />
anulando la libertad del hombre. Ese Dios no es el dios cristiano ni el de Jesús de Nazaret. Unamuno critica<br />
a los hombres perezosos que creen en un Dios que les da las cosas hechas y que se levanta todas las mañanas<br />
dispuesto a hacer milagros.<br />
Las palabras siguientes muestran que Don Miguel tenía un<br />
espíritu buscador de la verdad desde la libertad, para quien<br />
Dios no es solo fruto del descubrimiento del raciocinio. Su<br />
creencia se basa fundamentalmente en la revelación, en la historia<br />
y en lo descubierto por el corazón: “Nadie ha logrado<br />
convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco<br />
de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen<br />
de una superficialidad y futileza mayores aún que los de<br />
sus contradictores. Y si creo en Dios, o, por lo menos, creo creer<br />
en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después,<br />
porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio y a través<br />
de Cristo y de la Historia. Es cosa de corazón. Lo cual quiere<br />
decir que no estoy convencido de ello como lo estoy de que dos y<br />
dos hacen cuatro”. Por ello, me atrevo a afirmar que para Don<br />
Miguel el descubrimiento de Dios no es solo ni primero cuestión<br />
de razón sino también de sentimiento. Esto se ve con cierta claridad<br />
en su reflexión y postura vital ante la inmortalidad.<br />
Para Unamuno, el filósofo no puede hacer filosofía únicamente<br />
con la razón, ya que el hombre es un todo, un hombre entero constituido<br />
por la razón, sí, pero también por la voluntad y el sentimiento.<br />
Hasta qué punto Unamuno considera al hombre como un ser más sentimental<br />
que racional, queda reflejado en la siguiente cita: “El hombre, dicen,<br />
es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo<br />
que de los demás animales le diferencia sea más el sentimiento que no la razón. Más veces he visto razonar<br />
a un gato que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva<br />
ecuaciones de segundo grado” (Del sentimiento trágico de la vida).<br />
Quizás como afirma Francisco José Fernández Defez, para Unamuno “El hombre se da cuenta de que<br />
su fe es incompatible con su razón, pero también de que las necesita a ambas. Ni puede vivir solamente amparado<br />
en la razón ni solamente abrazado a la fe. El hombre de carne y hueso no es el que ha escapado de<br />
una u otra, sino el que se tambalea, el que oscila perpetuamente entre ambas”. Si la personalidad de Don<br />
Miguel permanecerá en el tiempo es quizás debido a su realismo vital que le hace ‘pensar’.<br />
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