Luna creciente 3 (Fall 2014) - 52dentro de ella le decía lo contrario. Hacía seismeses que Ramón había muerto. Le debía unrespeto. Incluso aunque le había dado treinta ysiete años de su vida, le debía un respeto.Ojalá hubieras muerto antes.Oyó el ruido de la puerta al cerrarse.Respiró, como si sintiera que lo peor ya habíapasado. Ahora podría fantasear con que pudoestar con ese hombre, pero que lo rechazóporque había sido una mujer honesta, respetuosacon su marido, coherente con la manera en quehabía sido educada.- Por favor, no te vayas...Las palabras salieron de su boca sin quepudiera retenerlas. Oírselas decir le llenó de unaprofunda tristeza.Y entonces notó cómo alguien leagarraba por detrás. Al volverse, vio que Césarseguía allí. El joven la besó y Amelia, olvidandopor un segundo los treinta y siete años dematrimonio con Ramón, perdió completamentela consciencia.#Al despertarse a la mañana siguiente,Amelia se vio sola en la casa. Eran más de lasonce. El dormitorio estaba revuelto. Las sábanasestaban rotas. Tenía marcas por todo su cuerpo.Intentó recordar lo que había pasado y, aunquecon lagunas, logró dibujar un retrato más omenos fiel de los acontecimientos.Recordó que, tras ver que César no sehabía marchado tal y como le había pedido, éstela había llevado al dormitorio. Recordó cuandoél se había desnudado y la había atado a la cama.Recordó la enorme fuerza que tenía. Tambiénlos golpes y las bofetadas. Recordó (aunque estoestaba más confuso) cómo él le había roto lasropas movido por una (o así le pareció) ansiedadmás propia de un animal que de un ser humano,cómo le había rodeado el cuello con las manos yle había golpeado la cabeza contra la pared,contra el suelo y contra todo lo que habíaencontrado. Recordó su boca, su lengua y susdientes. Sí, también había habido mordiscos. Ydolor. Muchísimo dolor. Aún sentía dolor entodo el cuerpo. Pero lo extraño de todo aquello,aparte de la confusión y de la niebla que parecíahaber alrededor de ello, es que le había gustado.No recordaba haberse sentido forzada ohumillada a pesar de que ciertos pasajes leparecían le parecían ahora, recién levantada,rozar lo monstruoso.Fue al cuarto de baño, llenó la bañera deagua y se sumergió durante unos minutos. Apesar de enjabonarse y luego ponerse perfume,el olor de César siguió en su cuerpo. Le parecíaun olor entre bestial y perverso, pero no quisoque desapareciera. De alguna manera, sintió queeso era lo que siempre había querido. Durante lapasada noche había sido más ella misma de loque había sido en toda su vida.En la cocina, mientras preparaba el café,encendió el transistor. En las noticias delmediodía estaban informando acerca delviolador que tenía aterrorizada la ciudad.Escuchó atentamente. El presentadorcomunicó que aún no se sabía nada acerca delmismo, pero que la policía sospechaba que
Luna creciente 3 (Fall 2014) - 53podría tratarse de un varón blanco de entreveinticinco y cincuenta años, dedicadoprobablemente a la fontanería, electricidad u otraactividad que tuviera que desarrollarse dentro deuna vivienda. Ello explicaría por qué lascerraduras de las casas de las cinco víctimas nohabían sido forzadas.Algo se agitó dentro de Amelia. Se mirólas marcas de mordiscos que tenía en el brazo.Hombre blanco de entre veinticinco y cincuentaaños. Dentro de una vivienda. Aquellas dosfrases dieron paso al recuerdo, otra vez, deRamón. Sintió cómo la culpa por lo que habíahecho con César volvía a ganar terreno dentro deella. Culpa y horror por si...El teléfono sonó en el salón. Amelia fuea contestar. Era Sofía, que llamaba para vercómo estaba.- Bien... –respondió Amelia, aunqueaquello sonó más a adverbio que a adjetivo.- Te llamé a primera hora de la mañana,pero debías estar fuera.- Sí.- ¿Y tu bombón?- Quién... –Amelia estaba desprevenida-.No sé...- ¿Te encuentras bien, cielo?Amelia se frotó la frente.- Sí, creo que sí.- ¿Quieres que vaya esta tarde a tu casa?- Sí. Sí. Podemos vernos.- ¿Seguro que todo está bien?Amelia no contestó.- Amelia...- Mmm...- ¿Qué es lo que pasa?- Nada. Es sólo que me duelemuchísimo la cabeza. He pasado muy malanoche. Te veo a la tarde.- A las seis.- A las seis. Adiós.Amelia colgó el teléfono. Sofía se daríacuenta enseguida de lo que había pasado esanoche. Era su mejor amiga y no tenía secretoscon ella. Por mucho que lo negara, ella sabríaenseguida que César la había... No quiso decir lapalabra. Era demasiado horrible para que salierade su boca. Porque más que el hecho en sí, loque le horrorizaba era tener que aceptar que, apesar de que lo que había ocurrido tenía todoslos signos de ser lo que ella pensaba que era (losgolpes, el dolor, la dominación), aquello habíasido algo que le había gustado. Que legolpearan. Que le hicieran daño. Que ledominaran.Pero, ¿y si César era el hombre que lapolicía estaba buscando? ¿Cuál debía serentonces su postura ante un hecho así? Recordósus palabras del día anterior con Sofía.¿Qué clase de mujer abre la puerta a undesconocido, así, sin más ni más?Una cerda. Una perra. Una enferma.Ella no era una enferma, se dijo. Habíatenido un momento de debilidad; eso era todo.No volvería a repetirse. Volvería a pensarracionalmente. Volvería a respetar la memoriade Ramón y todo regresaría a la confortablerutina que siempre había tenido. César no había
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