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LUNA-CRECIENTE-3-Maqueta-Final

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Luna creciente 3 (Fall 2014) - 59el colgante que Amelia llevaba en el cuello.Tenía una llave pequeña. No recordaba haberlovisto antes. Ahora le daba la sensación queAmelia se lo estaba mostrando de una maneraexplícita, con alguna intención concreta.Tomó el café (un poco amargo, pero nodijo nada) y las tostadas. Durante el desayuno,Amelia estuvo callada. Al acabar, César le pidióque fuera al dormitorio y le esperara allí, que encinco minutos él también iría. Amelia obedecióy César, tras tomar una segunda taza de café,salió de la cocina.Antes de entrar en el dormitorio, sedetuvo en la vitrina y trató de abrirla. Seguíacerrada. Vio que al lado de la misma estaba elpaquete envuelto que Amelia había comprado.Lo cogió y rasgó un poco el papel para ver quéhabía dentro. Parecía un recipiente de cristalgrueso con una tapa de plástico. Volvió a pegarel papel y fue al cuarto de Amelia.#Pasó una hora hasta que Amelia sequedó dormida y César decidiera entoncesquitarle la llave de su colgante, colocarse lospantalones y la camiseta, y salir al recibidor.Cruzó el salón y se acercó a la vitrina,comprobando que, tal y como había pensado, lallave encajaba en la cerradura. Dio dos vueltas ygiró el picaporte, pero antes de abrir del todo lapuerta volvió a fijarse en el paquete envuelto enpapel de la estantería. Lo cogió y desgarró elenvoltorio por completo.Era un tarro de cristal, vacío, grande,con capacidad para unos tres litros y tapa derosca. El cristal era grueso y parecía hacermarcas de agua. No parecía nada extraordinario.Era un tarro de cristal normal y corriente y, sinembargo, la reacción de César fue de completaextrañeza.- Se acabó.Se volvió y vio a Amelia en el umbraldel salón.- Qué dices –preguntó, dejando el tarrodonde estaba.- Que se acabó. Que esto no puedeseguir.Amelia se había colocado el albornoz yllevaba el pelo suelto. Su actitud, pensó César,parecía diferente.- Me parece que no entendiste lo quedije. No tengo intención de irme. Sólo lo harécuando yo quiera.- ¿Y cuándo será eso, eh? –Amelia secolocó detrás del sofá, usándolo a modo debarrera– ¿Cuándo acabarás conmigo como conlas otras?- ¿Qué? –César no entendió.- Las otras –Amelia cogió un par deperiódicos y los zarandeó- ¡Las mujeres de losperiódicos a las que has matado durante todosestos meses! –Y, señalándole con un gesto muyteatral, añadió–: Yo sé quién eres…César empezó a reír. Aunque aquello lehacía gracia, también pensó que la risa era elmejor medio de controlar una inquietud quecrecía dentro de él. Porque aquella situación, enverdad, le estaba poniendo nervioso. ¿Acasoestaba insinuando Amelia que él era el hombre

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