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CUATRO HOJAS

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BIBLIOTECA ECONOMICA DE ANDALUCÍA.EL TRÉBOLDE<strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>,. POREDUARDO LABOULAYE.SEVILLA.EDUARDO PERIÉ,PLAZA STO. TOJÍASW. 0 13.MADRID.FÉLIX PERIÉ,CALLE BE S; ANDRES 1. DDP. 3.°


GENERALI. ; •• -A.-POR:


Moco. 1A LOS SUSCRITORES.Cumpliendo sus promesas con la esactitud queha acreditado LA BILIOTECA ECONÓMICA DE ANDALUCÍAen el tiempo que lleva de existencia, publica en eltomo de este mes, otro de los libros que ofreció enel prospecto del presente año, y que seguramenteno habrá sido el que con menor impaciencia habránaguardado los suscritores. El nombre de EduardoLaboulaye y la acogida que han obtenido todas lasobras ae este profundo al p:tr que ingenioso pensadordadas áluz por la BIBLIOTECA, son seguras garantíasde que el libro era esperado con vehementedeseo y será acogido con gran complacencia.Ni vamos á hacer un juicio anticipado de laobra, ni ha menester Eduardo Laboulaye, á quienlos lectores de esta BIBLIOTECA considerarán ya comoun antiguo amigo,.de presentación ante ellos. Hacemospreceder el libro de estas cortas líneas, solamentepara congratularnos por la realización de\a.s ofertas hechas, y para que las HISTORIAS ORIEN­TALES aparezcan precedidas de una indispensableadvertencia. No hay que considerar este libro comoobra meramente amena que entretiene la imaginacióncon el interés de las acciones que desen-BIBLIOTECA UNIVERSIDAD DE MALAGA6104304444


•"páelYe, y deleita el espíritu con el sabor de asimilaciónliteraria que ha sabido darle Laboulaye. Esmucho mas que eso; es un libro que debe leerse consumo detenimiento y meditación, como todo lo quees muy profundo. Bajo una exterioridad musulmanay con el aspecto de la literatura oriental, encierrapreceptos y enseñanzas esencialmente cristianos.Bajo el aspecto de la novela y del cuento, comprendeun pensamientode gran trascendencia social.Por la misma razón de que el talento artístico delautor iguala á la profundidad de su saber y á la nobledirección de sus intenciones; porque el méritoliterario y puramente plástico del libro es bastantepara deleitar y contentar á los que lo leen, por estomismo es necesario llamar la atención hacia la superioridadde la obra y su pensamientofilosófico,para que el deslumbramiento que produce la bellezasuperficial, no llegue hasta el extremo de impedirque la intención se dirija á profundizar las grandesbellezas filosóficas y morales y la enseñanzacristiana que bajo ella se contiene.


EL TRÉBOL DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>,


SEVILLA,—lmp. y №. de Hijos de Fe, Tctnan 35 y sierpes 21.


EL TRÉBOL<strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>POREDUARDO LABOULAYE.E¡. PERIB.SEVILLA.Lib. de Hijos de Fé, Tedian 35.F. PERIB,MADRID.Calle S. Andrés 1, duplicado 3.*l8jO.


PREFACIO.Los autores son como los padres: el hijo quemas quieren no es por lo mas hermoso ni el masafortunado. Hé aquí un libro que vino modestamenteal mundo de la publicidad sin meter el ruidoque sus hermanos menores París en América J ElPríncipe-Perro: y no obstante, es el que prefiero átodos. Lo concebí en dias mas felices, cuando la vidame sonreía aun. Le he llevado un año entero enmi cabeza, y en medio de mis ocupaciones, ha sidoel único objeto de mi amor y de mis pensamientos.Para que nada faltase á la verdad de mi relación,me he rodeado de libros árabes y persas, he leidodos veces el Koran, y he procurado vivir con laimaginación en el desierto. Me parece que algunavez lo he conseguido, y que en mi cuadro brilla áintervalos un rayo del sol de Oriente. ¿Es esto ilusiónmia? Lo ignoro: he tenido sin embargo, unasatisfacción: ha desagradado á viajeros que han vivido bajo la tienda, encontrando lectores hasta entrelos mismos musulmanes.Se me ha tachado de rehacer la moral del Koranhaciendo á mi héroe cristiano y no moro, peroyo recuso esta critica. No se encontrará en mi libro


VIIIun precepto que no esté sacado del Koran ó de latradición: no he prestado á mi Abdallah una ideani un sentimiento que no encontrara antes e:i algúnautor musulmán. SJ olvida por muchos que Mahomas¿ inspiró en la Biblia, y se olvida, sobre todo,q le el hombre encuentra en su corazón la ley quedispone el ble i y condena el mal. Sin duda perteneceal cristianismo la confirmación mas hermosade esta ley: pero es preciso recordar que el Evangelioperfecciónala naturaleza humana sin truncarla.Seamos mejores que los musulmanes porque esdeber nuestro, pero no le disputemos su bondad nisu caridad.Si se quiere saber lo que son los sentimientosmas comunes entre esos orientales que tan ligeramentejuzgamos, léase la historia de Aziz y Aziza.que he añadido á este volumen. Si solo hubiera tenidopresente mi amor propio de autor, hubieraevitado las comparaciones: toda imitación palidecejunto á una obra original, pero he pensado principalmenteen el público. Sin dejar de distraerle, hequerido mostrarle una vez mas que todos los hombresse asemejan y que el género humano es unafamilia.Sea la que quiera nuestra religión, se ama, sesufre, y es cada uno pérfido ó generoso, bueno ómalo. Cualesquiera que sea la Iglesia en que se hayanacido, la conciencia detesta el egoísmo y admirael sacrificio. Separados por el pensamiento, todosestamos unidos por el corazón.Si resulta esta lección de mi libro, bien puede


IXdecirse que equivale á un tratado de moral. Enbuen hora los delicados desdeñen las obras de imaginación:por mi parte creo que ocupan el primerlugar en el arte y en la vida. En cuestión de sentimientovivan las ficciones: son el camino mas cortode los que conducen á la verdad.


PRÓLOGO.«En el nombre de Dios clemente y misericor-»dioso que nos ha dado la caña para escribir y que«cada dia enseña al hombre una cosa de las mu-»chas que no saben.» (1). Esta no es la leyenda deAbu-Zeyd, ni la vida de Ez-Zahir ni ninguna deesas maravillosas historias que los dias de fiestadeclaman y cantan en los cafés del Cairo. Esta es lasencilla conseja que el camellero Ben-Ahmed nosrefirió en el desierto en una tarde que acampamosreunidos junto á los pozos de la Bendición. La nocheavanzaba, las estrellas resplandecian en el cieloy todo parecia dormir; el aire, la tierra y loshombres. Solo Dios velaba contemplando la creación.Fatigados del calor y del peso del dia, estahistoria fué para nosotros como agua cristalina quetrae consigo la vida y la frescura. ¡Ojalá refrigereigualmente á otros viajeros derramando sobre suespíritu la paz, el sueño y el olvido!(1) Koran XGVI3.


ABDALLAHóEL TRÉBOL DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>.CAPÍTULOPRIMERO.LA ALEGRÍA DE LACASA.No hace mucho tiempo que vivia en Djeddah larica, ciudad situada á orillas del mar Rojo, un mercaderegipcio llamado Hadji-Mansur. Este mercader,era al decir de las gentes, un antiguo esclavodel famoso Ali-Bey, el cual durante las guerras deEgipto habia servido alternativamente y algunasveces al mismo tiempo á los franceses y los turcos,álos mamelucos y á Mehemed-Aly.Durante laluchatodoslos partidos contaban con élparaprocurarsevíveres,armasycamellos,y sin embargo,se quejaba siempre después de la batalla dehaber sido sacrificado por los vencedores. Verdades que nadie se mostraba en estas ocasiones mas ardientepartidario del que triunfaba, ni nadie, obteníaá menos precio el despojo de los vencidos.El complaciente Mansur habia adquirido en es-


12 EL TRÉBOLte honrado tráfico, grandes riquezas aunque á costade algún otro disgusto. En una ocasión.sus envidiososle acu-aron como á espía, mas tarde unosfanáticos le apalearon por traidor y por último sedecia que estuvo á punió de ser ahorcado, lo cualse hubiera llevado á efecto á no intervenir un bajácaritativo que no tuvo dificultad en reconocer suinocencia, mediante la sumado un millón de piastras,l'ero Mansur tenia el alma demasiado bientemplada para intimidarse por estos pequeños tropiezos,y si al consolidarse la paz se había retiradoá Djeddah, era porque h ibia comprendido que duranteaquella nueva época solo el comercio en susnaturales condiciones podia ser camino de la fortuna.En este nuevo género de vida habia desplegadoMansur las mismas brillantes facultades obteniendoidénticas ventajas. A dar crédito alas hablillas delvulgo, su casa estaba empedrada de oro y diamantes.A pesar de todo, el egipcio no gozaba de grandessimpatías: sobre ser estraujero en Arabia, pasabapor uno de los acreedores mas duros: pero enDjeddah, como en muchas otras partes del mundo,nadie se atreve á despreciar públicamente á unhombre que mide el dinero por celemines; de modoque cuando Mansur aparecía en el bazar, todossalían á. su encuentro disputándose el honor de tenerleel estribo y besarle la mano.El mercader recibía estos homenajes con la modestiadel que conoce los derechos del oro á ser respetadoy temido: treinta años de avaricia y de astu-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 13cía habían puesto á sus pies á m -chas personashonradas que sin sus riquezas le habrían despreciado.Solo una cosa faltaba á este favorito de la suertey nublaba el cielo de su dicha; no tenia hijos.Cuando pasaba por delante de la tienda de algúnotro mercader pobre y veia en el fondo á un padrerodeado de sus hijos, esperanza y orgullo de la casa,suspiraba de envidia y sentimiento. Retiradoal fondo de sus almacenes, olvidaba aquel dia supipa, y en vez de repasar las cuentas del rosario óde recitar algunos versículos del Koran, acariciabalentamente su barba gris, lo cual era en él evidentesigno de preocupación. En lo íntimo de su concienciapensaba con espanto en que la edad comenzabaá pesarle y que tras el no quedaría nadie para continuarlos negocios de la casa. Su único herederoera el bajá, el cual podía cansarse de esperar sumuerte y en este caso, ¿quién le impediría aplastará ua estranjero sin parientes ni verdaderos amigospara apoderarse de los tesoros adquiridos con tantafatiga?Estas ideas y estos temores envenenaban la vidadel egipcio, así que podéis figuraros cuál seria sugozo al anunciarle una de sus mujeres, una abisinia,que pronto seria padre. Al recibir esta noticiaestuvo en poco que el pobre hombre perdiese el juicio.Doblemente avaro desde que atesoraba para suhijo, solia encerrarse para contar y pesar por centésimavez su oro, desplegar las ricas telas que poseíay desenterrar y admirar estasiado sus monto-


14 EL TRÉBOLnes de diamantes, perlas y rubíes. Mansur hablabaá aquellos objetos inanimados como si pudierancomprenderle y les anunciaba el advenimiento deun nuevo dueño que á su vez los amaría y los guardaríacomo él lo había hecho hasta entonces. Si dabauna vuelta por las calles de la ciudad, era precisoque todo el mundo le hablase de su hijoporque sin duda alguna debia ser hijo el queDios deparara á su fiel servidor, y una de las cosasque mas le estrañaban era ver á todo el mundoocupado en sus quehaceres ordinarios, cuando segúnél los habitantes de Djeddah no debían tenermas que un solo pensamiento, una esclusiva preocupación:la de que Dios, consecuente en su justicia,iba á bendecir la casa del hábil y afortunadoMansur.El egipcio, vio cumplidos sus deseos, y para quenada faltase á su dicha, le nació un hijo en la horamas favorable del mes de mejor augurio. Cuandotrascurridos ocho dias le permitieron ver á aquelniño tan ansiosamente deseado, se aproximó temblorosoá la cuna tejida de palmas y guarnecidade algodón, en la que descansando sobre unpañuelo de seda bordado de oro reposaba el herederode los Mansur.Levantó suavemente el velo que lo cubría y vioun niño casi tan negro como su madre, pero robustoy que con sus manecitas atraía ya hacia si el algodóndéla cuna. El mercader permaneció un momentoabsorto y mudo, mientras gruesas lágrimasresbalaban por sus mejillas. Después tomó al recien


PE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 15nacido en brazos, y aproximándole los labios al oi~do, esclamó:—¡Dioses grande! ¡Yo afirmo que no hay masDios que Dios y que Mahoma es su profeta!—Concluida esta oración y sintiéndose mas tranquilocomenzó á contemplar á su hijo con la mayorternura:—¡Oh presente de Dios! esclamaba, tienes apenasocho dias, pero al ver tu robustez y tu graciadiriase que eras un niño de un año. Tu cara brillacomo la luna llena.Luego volviéndose á la madre preguntó:—¿Qué nombre le has puesto?—Si Dios me hubiera castigado con una hijarespondió la etiope, yo hubiera pensado cómo llamarle, pero habiendo tenido la gloria de dar á luzun hijo, ávos os pertenece ese honor. Guardaos,no obstante, de ponerle un nombre, demasiadopretencioso,puespodria atraer sobresí el maldeojo.Mansur reflexionaba aun sobre estas palabras,cuando oyó un gran ruido en la calle. Un dervispersa arreaba un borriquillo cargado de provisiones,mientras una turba de chicos perseguía al herejellenándole de injurias y acosándole á pedradas.Como quien no desea ni teme el martirio, eldervis apretaba el paso sin dejar por eso de insultará sus enemigos.—Maldito seas, Ornar (1), esclamaba pegándoleal asno, y malditos sean como tú todos los quete se parecen.—Hé aquí, dijo Mansur, una nueva prueba de


16 EL TRÉBOLque la suerte me favorece. Mi hijo se llamará Ornar:este nombre no llamará la atención á las que hacenmal de ojo y le preservará de todo maleficio.En el momento en que volvia á colocar alrecien nacido en su cuna, una beduina entró en lahabitación con otro niño próximamente de la mismaedad en los brazos. Era una mujer alta y teniala cara descubierta según costumbre de las mujeresdel desierto. Aunque pobremente vestida andabacon tal lentitud y dignidad que se la hubieratomado por una sultana.—Halima, le dijo Mansur, te doy gracias porhaber venido. No he olvidado que Yussuf, tu esposo,murió de endiendo mi última caravana: he aquíla ocasión de probarte que no soy un ingrato. Yasabes lo que espero de tí. Si no puedo hacer de mihijo un sherif, ni darle el turbante verde, está enmi mano educarle como á tal, bajo la tienda movibley en medio de los nobles Beni-amers. Adoptadopor tu familia, y criado con tu hijo, aprenderálenguaje mas puro y maneras mas elegantes quelas mias, encontrando al mismo tiempo entre los tuyosamigos que le protegerán mas tarde. Por miparte sabré mostrarme reconocido á tu adhesión.Que la amistad de nuestros hijos comience desdehoy: que desde hoy duerman en la misma cuna.Mañana te los llevarás para que crezcan juntos enla tribu. Ornar será hijo tuyo como Abdallah lo serámió: ¡Quiera Dios que á ambos les sonria la fortuna!—Que Dios sea su refugio conrta el maldito Sa-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 17tanas, respondió la mujer inclinándose. ¡De Diossomos y á Dios hemos de volver!Mansur la miró sonriéndose. El mercader eralo que se llamaba un hombre despreocupado, queno creia en Dios, aunque siempre estuviese. su xnombre en la boca. Había vivido bastante ytratado demasiado á los hombres para creerhabiaqueDios se mezclaba en las cosas del mundo: en cambiocreia á pié juntillas en el diablo y le teniamiedo atroz. La única malo- acción de su vidaque solia reprocharse á sí misino, era haber arrojadosiete piedras al gran diablo de Jamrat, cuandohizo la peregrinación á la Meca. Verdad es que seencontraba satisfecho de haber ganado á tancosta el sonoro título de Hadjiundepocaque le valia el respetode sus clientes, y que siempre hablaba con airede compunción de la Kaaba. rubí del paraíso quenuestro padre Abrahnm colocó en el santo lugar dela Meca, pero en el fondode su conciencia no estabaperfectamente .tranquilo acerca de los resultadosque podría tener su temeridad, y hubiera dadocon gusto hasta el título de Hadji por que el demoniole perdonase las pedradas.


CAPITULOII.El. HORÓSCOPO.Aquella misma noche, en el momento en quela luna se levantaba, y mientras los dos niños dormíantranquilamente el uno en brazos del otro, elprudente Mansur entró en la habitación llevandoen su compañia á un dervis harapiento y con labarba descuidada y sucia, en todo semejante al herejeque por la mañana perseguían los muchachos.Era uno de esos desvergonzados mendigos quebuscan en los astros el secreto del destino de losotros, sin encontrar jamás el de su propia fortuna,y que generalmente escarnecidos, pero siempreocupados por los mismos que los escarnecen, durarántanto tiempo como dure la malicia de Satanás yla ambición y la credulidad de los hombres.(í) Aquí hay un juego do palabras intraducibie: homar,en árabe, significa asno.


DE <strong>CUATRO</strong> HO.JAS. 19Halima abandonó muy contra su gusto á los niños,dejando á su lado aquel personaje sospechoso;pero Mansur lo habia mandado y fué preciso obedecer.Apenas salió la beduina, el egipcio condujo aldervis junto á la cuna y le pidió que sacara el horóscopode su hijo.El astrólogo, después de contemplar al niño congrande atención, subió al mirador mas alto de lacasa y observó largo tiempo los astros: en seguidacogió un carbón y trazó en el suelo un gran cuadroque subdividió en casillas, colocando en ellas losplanetas. Hechas estas operaciones, dijo que el cielono se mostraba desfavorable, pues si bien Martey Venus aparecían indiferentes, Mercurio en cambiose presentaba bajo el mejor aspecto. Esto eracuanto podia decir por los dos cequies que Mansurle habia dado.El mercader condujo nuevamente al adivino ála habitación, y enseñándole un par de relucientesdoblas de oro, le dijo:—¿No habría medio de saber algo mas? ¿Hanagotado ya los astros toda su ciencia?—El arte es infinito, respondió el dervis arrojándosesobre las monedas; aun puedo decirte cuales el sino bajo cuya influencia está destinada á viviresta criatura.Diciendo esto, sacó del pecho unas tablillas cabalísticasy una pluma de bronce: escribió los nombresdel niño y déla madre, y colocando cada letraen distinta línea, hizo en seguida el cálculo del


20 EL TRÉBOLvalor numérico de las letras, y esclamó por últimomirando á Mansur con ojos brillantes:—;Oh! padre siete veces dichoso, tu hijo ha nacidobajo el signo de la balanza: si vive se puedeesperar todo de su fortuna.—¿Cómo si vive? le interrumpió Mansur, ¿quélees en esas malditas tablas? ¿Le amenaza algúnpeligro?. —Sí, respondió el astrólogo, un peligro que nopuedo definir. Su mejor amigo será su mayor enemigo.—¡Cómo! ¿Qué iba yo á hacer? dijo el egipcio,¿este hijo de beduino que he colocado en su cunaserá un di a el matador de mi hijo? Si lo supiera ólo imaginara lo estrangulaba en el instante.—Guárdate muy bien de hacerlo, replicó el dervis;la existencia de tu hijo está unida á la de esteniño, y matarías á los dos de un golpe. ¿Por dondese ha de colegir que ese beduino destinado á vivirbajo la tienda del desierto, será el mejor amigo delmas poderoso mercader de Djeddah? Y aun cuandoesto no fuera, ¿conoces tú un refugio contra el destino?¿Puede borrar nadie lo que ha trazado la plumade los ángeles? Lo que está escrito está escrito.—Sin duda, objetó el mercader, pero Dios (cuyonombre sea alabado) ha dicho en el libro por excelencia:«No os arrojéis por vuestros pi'opios piesá la perdición.» (1)—El día de la muerte, replicó gravemente el(t) Koran, II. 191.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 21dervis, es uno de los cinco misterios de los cualesse lia reservado Dios la llave (1). Acuérdate de lahistoria del hombre que estaba sentado junto á Salomónel dia que Azrael vino á visitar al rey. Asustadode las miradas que el extranjero le dirigía, elhombre le preguntó á Salomón quién era aquelterrible y desconocido personaje. Cuando supo queera el ángel de la muerte, dijo á Salomón: «Meparece que quiere apoderarse de mí. Ordena alviento que me lleve á la India,» y el viento lo llevó.Azrael dijo entonces á Salomón:—Miraba á ese hombre con estrañeza porque herecibido orden de arrebatar su alma en la India ylo encontraba en Palestina.De la muerte para huirNo hay alas bastante leves;Al grande como al pequeño,Alcanza su brazo fuerte.El mas sabio es el que viveComo Dios dispone y quiere,Y ni altivo ni medrosoA contemplarla se atreve.Esto dicho, el astrólogo se inclinó, despidiéndosede Mansur, que le retuvo por un estremo de suharapiento traje.—¿Tienes que pedirme alguna otra cosa? dijoel dervis fijando sus pequeños ojos en el egipcio.—Sí, replicó el mercader; pero no me atrevo á(1) Koran, XXXI, 3't.


22 EL TRÉBOLhablar. Sin embargo, me pareces persona de confianza,y tratándose de mi hijo creo que escusarásmi debilidad. Un sabio como tú, que lee en los astros,debe haber ido aun mas lejos impulsado porel deseo de saber. Dicen que hay hombres que áfuerza de estudios han descubierto el gran nombrede Dios, ese nombre misterioso que solo ha sido reyeladoá los profetas y al Apóstol, que sea porsiempre bendito ese nombre que basta á resucitar álos muertos y matar á los vivos, que obliga á laspotencias infernales y al misino Eblis á obedecercomo un esclavo. ¡Conocerias tú por casualidad, áalguno de esos espíritus superiores que no desdeñasehacer un favor á un hombre que no tiene famade desagradecido?—Eres la misma prudencia, replicó en voz bajael astrólogo aproximándose á Mansur, y veo queque de tí puede fiarse cualquiera. No obstante, laspalabras son aire, y las mas hermosas promesas comosueños que se desvanecen á la mañana.Por toda respuesta Mansur colocó uno de susdedos en la mano del adivino.—Usa bolsa, replicó el dervis con tono desdeñoso,eso vale un camello. ¿Quién seria tan insensatoque á riesgo de su vida incomodaría á Satanáspor tan poca cosa?El egipcio alargó otro dedo y miró al adivino,que conservaba aun su aire de indiferencia: trascurridoun momento, durante el cual ninguno deos dos habló palabra, arroj j iri pr>"i 11) suspiroy estendió el tercer dedo.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 23—¡Tres bolsas! dijo el astrólogo, eso vale unesclavo, un infiel. El alma de un musulmán se pagaalgo mas cara. Separémonos, Mansur, y olvidemoslas indiscretas palabras que has pronunciado.—No me abandones, esclamó el mercader colocandola mano abierta ante los ojos del dervis. Cincobolsas componen una suma respetable y cuantopuedo ofrecerte. Si es preciso añadiré mi alma á laoferta: el común peligro te responde de mi discreción.—Dame las cinco bolsas y el resto queda de micuenta. Confieso mi debilidad, desde que te vi, sentíun afecto extraordinario hacia tu persona; ojaláno me cueste cara la prueba que de él voy á darte.Mansur llevó el dinero; el dervis lo sopesó en lamano y lo guardó en lafaja que le rodeaba la cintura,después tomando la lámpara dio tres vueltas alrededorde la cuna murmurando palabras ininteligibles,pasó la luz sobre la frente del niño, y seprosternó varias veces en los cuatro rincones de lasala, seguido siempre de Mansur, que temblaba deansiedad y de miedo. Concluidas estas ceremonias,que parecieron interminables al mercader, el mágicocolocó la lámpara sobre un asiento que se apoyabaen el muro, y sacando de entre los plieges dela faja una cajita, tomó con la punta de los dedosun poco de polvo negro que arrojó sobre la mechainflamada. En el momento una nube de humo espesoque parecía salir del muro llenó toda la habitación,y enmedio de aquella humareda, Mansur,


24 EL TRÉBOLmas muerto que vivo, creyó entrever la figura infernaly los llameantes ojos de un Afrit ó genio infernal.El dervis se agarró al brazo del mercader, yambos cayeron sobre la alfombra con la frente contrael suelo y los ojos ocultos entre las manos.—Habla, dijo el dervis con voz temblorosa; habla,pero sin levantar la cabeza, porque te costaríala vida. Puedes formular tres peticiones; Eblis estápresente; y te complacerá.—Quisiera, murmuró Mansur, que mi hijo fueserico toda su vida.—Sea, respondió una voz tenebrosa, que parecíaresonar en el fondo déla sala, aunque Mansurhabia visto la aparición á su lado.—Quisiera además, añadió el egipcio, que mihijo gozase siempre perfecta salud: ¿porque sin lasalud de qué sirve la fortuna?Sea, respondió la misma voz.En este punto reinó un instante de silencio.Mansur dudaba acerca de cual seria su tercer petición.—¿Le desearé talento? pensaba; no, es mi hijo yserá listo como yo.La profecía del dervis volvió de repente á sumemoria.—Amenazado por su mejor amigo, dijopara si,solo le queda un medio de salvarse. No querer ánadie ni ocuparse mas que de su persona. Además,tomando á pechos las desgracias agenas se gasta el•.


FE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 25gratitudes. Quisiera, dijo por último, que mi hijofuese un perfecto egoista.—Sea, respondió la voz con acento doblementeatronador y medroso.El último eco de la voz misteriosa causó tal pavoren el ánimo del egipcio, que permaneció postradoe inmóvil hasta que el adivino, tirándole deun estremo del trage, le ordenó que se levantara.' En aquel instante salió de la lámpara una granllamarada que iluminó tan vivamente la habitaciónque parecía que toda ella comenzaba á arder.Mansur espantado de su atrevimiento se precipitóhacia la puerta para asegurarse do que viviaaun, y que nada habia cambiado á su alrededor.Mientras el dervis se arreglaba el trage y volvíaá ponerse las sandalias como hombre acostumbradoá aquellas escenas, una mujer entró en la habitacióny se dirigió presurosa á la cuna en que dormíanlos niños. Era Ilalima, que habia permanecidoen la habitación inmediata todo el tiempo queduró el encanto, y que se habia asustado doblementeal ver salir á Mansur con las facciones contraidasy los ojos estraviados. Su primer cuidadofué mojar uno de sus dedos y pasarlo por la frentede los niños, repitiendo una fórmula contra los maleficios.La serenidad del dervis y la benevolenciade ;su sonrisa, fueron calmándola poco á poco, yconcluyó por arrepentirse de haber sospechado deaquel piadoso personaje que tenia todo el aspectode un santo. Aproximándose á él con respeto lebesó la orla de la túnica, y le dijo:


26 EL TRÉBOL—Santo varón, mi hijo es huérfano, yo soy pobre,no puedo ofrecerte mas que gratitud; sin embargo—Bien, bien, esclamó el astrólogo: sé antes queme lo digas lo que vas á pedirme. Quieres que tuhijo sea rico. ¿No es eso? Para conseguirlo no menecesitas absolutamente. Haz á tu hijo mercader yque robe como Mansur; hazlo bachi-bozak y quedespoje á sus hermanos, ó hazlo dervis y que aduley mienta. Todos los vicios conducen á la fortunacuando se les reúne el mas feo de todos ellos, laavaricia. Hé aquí el secreto de la vida. Adiós.—No es eso lo que quiero, esclamó la beduina,y haces mal en burlarte de mí. Mi hijo será honradocomo lo fué su padre; lo que quiero es que seafeliz.—Virtuoso y feliz, dijo el astrólogo sonriendode una manera estraña, ¿y te diriges á mí paraconseguirlo? Buena mujer, tú quieres nada menosque el trébol de cuatro hojas; que desde Adán acáaun no ha visto nadie. Sin embargo, haz que tuhijo lo busque, y cuando lo encuentre puedes estarsegura de que no le faltará nada de lo quedesee?—¿Y qué es el trébol de cuatro hojas? Preguntóla madre con aire de inquietud.Pero al querer interrogar de nuevo al mágicoéste habia desaparecido. Hombre ó demonio nadieha vuelto á saber de él. IJalima, conmovida aun, seinclinó sobre la cuna y contempló largo rato á suhijo que parecía sonreirle entre sueños.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 27—Duerme en paz, le dijo, y cuenta con el amoldetu madre. Ignoro qué talismán es ese de quemeha hablado eldervis, pero no tengas cuidado, hijode mi alma, le buscaremos juntos y una voz secretame dice que lo encontrarás. Satanás es astuto yel hombre es débil, pero Dios guia el corazón desus fieles y hace su voluntad á despecho del demonio.


CAPÍTULO III.LA EDUCACIÓN.Mansur había dado una nueva prueba de su habitualprudencia confiando á Ornar al cuidado de labeduina. Desde el primer dia tuvo Halima toda laternura de una madre para con su hijo adoptivo,mirándole como fruto de sus propias entrañas. Sise la ofrecía salir de la tienda, el niño mimado quellevaba siempre apoyado en la cadera ó sobre lasespaldas era el nwrcadcrillo, como llamaban á Ornarentre los Beni-amers. Y sin embargo ¡qué diferenciaentre los dos hermanos! Alto, esbelto, ágil ynervioso, Abdallah, con sus ojos claros y su tez dorada,hubiera sido el orgullo de todos los padres,en tanto que el hijo de Mansur, con su piel negruzca,su cuello corto y su abultado vientre, dejabaver que era un egipcio trasplantado al desierto. Pero¿qué importaba esto á la beduina? ¿No habia


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 29criado los dos á sus pechos? ¿Quién sabe si comomadre verdadera no sentía una secreta debilidadpor el que consideraba con mas necesidad de cariño?Al crecer mostró Abdallah bien pronto toda lanobleza de su raza. Viéndole junto al egipcio, sehubiera dicho que comprendía que él era el dueñodéla tienda y que se mostraba orgulloso ejerciendolos deberes de la hospitalidad. Aun cuando solo teniaseis meses mas que Ornar, se había constituidoen guarda y protector de su hermano, y su mayorplacer era divertirlo y defenderlo. En todos los juegosy fiestas buscaba el sitio preferente para elmercaderillo, y si á propósito de esto sobreveníauna cuestión, siempre era él solo quien peleaba,hábil, fuerte y atrevido como un verdadero hijodel desierto.Ornar se escudaba gustoso con Abdallah, comosi ya comenzara á comprender todo el partido quepuede sacarse de una amistad que no calcula. Indolentecomo un habitante de la ciudad, rara vez salíade la tienda, y mientras el beduino corría entrelos pies de las yeguas, luchaba con los potros y seencaramaba sobre los camellos sin que doblasen larodilla, el egipcio, que miraba con el mas profundodesden todas aquellas travesuras ruidosas, pasabala mayor parte del dia durmiendo, con las piernascruzadas sobre una estera. Si se reunía alguna vezá los otros muchachos, era para jugar con ellos al vmercader, porque el hijo de Mansur tenia graciaparticular para cambiar un dátil por un limón, un


30 EL TRÉBOLlimón por una naranja y una naranja por un pedazode coral ú otro dige cualquiera. A los diez añoshabia adivinado Ornar que el mejor uso que puedehacerse de un rosario es servirse de él para contar.Por lo demás no podia decirse que era un ingrato,y queria al beduino á su manera, acogiéndolecon mil caricias cuando volvia á la tienda cargadode plátanos, granadas, albaricoques ó algunos otrosfrutos, que le daban las mujeres de la vecindad,encantadas por su gracia y su viveza.Ornar conseguía siempre á fuerza de cariños,que su hermano le ofreciese aquello que mas deseaba;pero la verdad es que si satisfecho se encontrabael egipcio de haber conseguido su deseo, medianteá su habilidad, no lo quedaba menos Abdallahde haberse dejado despojar por aquel hermanoá quien tanto queria. Cada cual nace con un sinoque lleva al cuello como un collar inquebrantable.El zorro criado por una leona será siempre un zorro,y nunca se hará un beduino del hijo de un mercader.Gracias álos cuidados de ílalima, Abdallah sabiaá los diez años todo lo que debía saber un Benyamer.El hijo de Yusuf recitaba la genealogía de sufamilia y de su tribu, conocíala ascendencia, elnombre, el sobrenombre, el pelo y la marca de todoslos caballos: leia en las estrellas, las horas de lanoche y las del día en la proyección de las sombras.Nadie obligaba mejor que él á los camellos á arrodillarse,ni les cantaba con mas dulce voz esas romanzasplañideras que les acortan el camino y les


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 31hacen alargar el paso á pesar del calor y la fatiga.Manejaba el fusil y jugaba la lanza y el sable comosi hubiera escoltado ya diez caravanas. Su madre lecontemplaba con lágrimas de alegría, sintiéndoseorgullosa por haber dado á luz un hijo que seriacon el tiempo la gloria de su pueblo y el amor desu tribu.Iíalima era una verdadera musulmana, y sabiaque no hay sabiduría, fuerza ni consuelo mas queen Dios, de modo que aun no contaban los niñossiete años cuando ya les había enseñado á recitarlas cinco plegarias y á hacer las abluciones. Por lasmañanas, apenas una débil claridad iluminaba elOriente, al medio dia, cuando el sol tocaba en lomas alto del cielo, en la siesta, cuando se prolongabanlas sombras, por la tarde, cuando el sol desaparecíatras los horizontes, por la noche, en fin,cuando se borraban los últimos reflejos del crepúsculo,Ornar y Abdallah tendían en el suelo el tapizde la plegaria, y vueltos hacia la Meca, repetían lassantas palabras que contienen toda la religion: «Nohay mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta.»Cuando terminaba la oración, Halima solía repetirleslos preceptos de Aisha, preceptos que eran sunorma.—Hijos de mi alma, les decia, oíd lo que Aisha,la esposa bien amada del profeta, la virgen incomparable,la madre de los creyentes, respondió á unmusulmán que le pedia consejo. Retened en lamemoria estas santas máximas, eme son la herenciadel mismo apóstol y la perla de la verdad: «Re-


32 EX TRÉBOLconoced, que no-hay mas que un solo Dios; permanecedfirmes en vuestras creencias religiosas; instruios,contened vuestra lengua, reprimid vuestracólera, guardaos de hacer mal. tratad con los buenos,disimulad los defectos del prógimo, consoladá los pobres con vuestras limosnas y esperad laeternidad por recompensa.»Así se educaban los niños al abrigo de un amormaternal tan tierno y semejante, que nunca dudaronque fuesen de la misma sangre. I T n dia, sin embargo,entró en la tienda un viejo con unas tablillaspintadas de blanco, sobre las cuales se veíanunos caracteres primorosamente trazados con negro.Era el sheik ó maestro, el cual gozaba de granrenombre en la tribu, pues se decía de él que enotro tiempo habia estudiado en el Cairo y en la espléndidamezquita de El-Azhar, fuente de luz, quees alegría de los creyentes y desesperación de losinfieles. Era todo un verdadero sabio, hasta el puntoque podia leer en el Koran y reproducir con unacaña los noventa y nueve nombres de Dios y elFatlíth. Con no poca sorpresa por parte del beduino,el viejo, después de hablar con Halirna en voz bajay recibir de manos de esta una bolsa, no lijó suatención mas que en el hijo de Mansur, al cual acariciócon ternura paternal, le hizo sentarse á su lado,y entregándole las tablillas, después de haberleenseñado cómo se banlancean la cabeza y elcuerpo para ayudar á la memoria, le hizo repetircantando el alfabeto. Ornar encontró este egerciciotan de su gusto, que desde el primer dia aprendió


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 33el valor numérico de las letras de modo que aldejarleel sheik le abrazó una vez mas, prometiéndoleque si continuaba asi, llegaría un tiempo en quesabría mas que su maestro. Dicho lo cual salió sinmirar siquiera á Abdallah.Al concluir esta lección dada á su hermano,de la cual él también hubiera' queridoyaprovecharse,Abdallah se mostró contristado, por lo quefin de evitarle sentimientos, su madre le envió águardar el ganado desde el siguiente día. En estaocupación no estaba solo, pues lo habían confiado ála solicitud de un pastor ya viejo, tuerto y cojo, perohombre de buen juicio y su mas próximopariente.áHafiz, que tal era el nombre del pastor hermanode Ilalima, era un valiente soldado y unmusulmán qre había vistopiadosomucho y habia sufridomucho; Compañero de Yusuf, padre de Abdallah yherido á su lado en el combate en que aquel perdióla vida, servia de únicoapoyo á una familia casideshecha, y viéndose solo y sin hijos, tenia para susobrino todo el amor de un padre.El fué quien se opuso a que hicieran unde Abdallah.sabio—¿Quieres tú saber más que el profeta? (¡i quienDios dé su favor) decía al joven beduino. ¿Qué piensasleer? ¿El Koran? ¿Y sus santas palabras debengrabarse en un vil harapo ó en tu corazón? Librosestranjeros no los necesitas. ¿No está todo el sabercontenido en el Koran? ¿No se ha dichoaludiendoá los espíritus temerarios que buscan la verdad fue-?3


34 EL TRÉBOLra de él: «Los que buscan protectores fuera de Dios,se parecen á la araña que se construye una casa.¿Hay una habitación mas endeble que la de la araña?¡Silo supieran!» (1) Todas esas gentes cuyo talentoestá en los libros, son como asnos cargadosde tesoros ágenos que solo le sirven de molestia.El hombre no ha nacido para atesorar los pensamientosde los otros; ha nacido para hacer. Marcha,pues, por tu camino con el espíritu levantado y enél un santo temor de Dios. En la edad de la fuerza,Dios te dará la sabiduría como á los hijos de Jacob,porque así según su palabra recompensa á los justos(2).Estas frases inflamaban el corazón de Abdallah.Todos los dias durante las horas que el escesivo calorretenia á los hombres bajo la tienda, Hafiz recitabaal hijo de Yusuf algún :s versículos del librosanto y se los hacia repetir de memoria. Asi fuécomo poco á poco le enseñó el Koran entero, comenzandodespués del Fattah por los breves capítulosde los Hombres, del Alba del Día y de la Unidadde Dios, hasta concluir por las hermosas máximascontenidas en los capítulos de las Mujeres, >./e la Familiade Animan y de la Vaca. El niño se asemejabaoyéndole á la arena del desierto que bebe todas lasgotas de la lluvia sin perder una sola. Por su parte,no se cansaba jamás de cantar aquella prosa cadenciosa,tan superior á la poesía como la palabra de(1) Koran XXIX, 40.(2) Koran XII, 22.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 35Dios, es superior al lenguaje de los hombres. Dia ynoche repetía aquellos preceptos, donde la sabiduríay la elocuencia se siguen y se tocan como lasperlas de un collar, de modo que cuando un buenmusulmán quería dar una fiesta á sus compañeros•i honrar la sepultura de un amigo, siempre llamabaal cojo y á su discípulo para que recitaran elKoran entero ó alguna de sus treinta lecciones.Sentados en el suelo, formando circulo al rededordel maestro y de Abdallah, los Beny-Amers seembriagaban con la palabra divina, csclamaado:«¡Dios es grande! Gabriel no estaba mas hermosoque este joven, cuando depositó en el corazón delprofeta la eterna revelación.»Hafiz no enseñaba á su sobrino el testo del Koransolamente, sino le repetía á menudo las palabrasdel apóstol que sus amigos'nos han conservado,enseñándole igualmente los cuatro principalesdeberes que Dios impone á todos los que se quierensalvar; las cinco oraciones diarias, la limosnadel cuadragésimo; el ayuno del Kamadam y la peregrinacióná la Meca. Asimismo le enseñaba áaborrecer los siete grandes pecados, de los cualescada uno engendra otros setecientos que matan lasalmas; la idolatría, crimen que según su palabraformal no perdona nunca Dios; el homicidio, la falsaacusación de adulterio dirigida contra una mujerhonrada, el perjuicio hecho á los huérfanos, lausura, la fuga en una espedicion contra infieles yla desobediencia á los padres.—Oh hijo mió! le decia al acabar cada una de


36 EL TRÉBOLsus lecciones; tú que por permisión divina te cuentasen el número de los que han recibido las SantasEscrituras, repite diariamente esta promesa, queconstituye toda nuestra energía y nuestra esperanzaen el mundo: «El que obedezca á Dios y al apóstolirá con aquellos para quienes Dios ha sido misericordioso,con los profetas, con los hombres sinceros,con los mártires y con losjustos. ¡Qué compañíatan escelente! Tal es la bondad de Dios, yDios no ignora nada (1).También para no fatigar á su discípulo, soliaHañz mezclar en su enseñanza la historia de algunosde aquellos innumerables profetas á quienesDios entregó la verdad en depósito, esperando lavenida de Mahoma. Ya le hablaba de Adán, nuestroprimer padre, á quien Dios en su bondad infinitaenseñó el nombre de todos los seres. Los ángeles,criaturas sacadas del fuego, adoraron por ordendel Señor al hombre sacado del limo de la tierra:solo uno se resintió, el ingrato Eblis, y su orgullofué la causa de su perdición. DesgraciadamenteAdán y Eva fueron tentados por el enemigo y probaronla fruta prohibida, arrojándoles Dios del Paraísopara castigarles.Adán fué arrojado á la isla de Serendib, dondese encuentra aun la huella de su pie; Eva cayó enDjeddad, donde vivió doscientos años sola hastaque el Señor se apiadó de los esposos é hizo queGabriel les reuniese sobre el monte Aratat, cerca(1) Koran IV, 71,72.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 37de aquel lugar de portentos en que Abraham é Ismaeldebian fundar mas tarde la Santa Kaaba.Otras veces le referia el Cojo, como hizo verDios á Abraham el reino de los cielos y de la tierraá fin de que supiese la verdad de la ciencia que noengaña.Educado en el culto de sus padres, el hijo deAzar adoraba los astros. Una noche, cuando le rodearonlas sombras, vio una estrella y dijo: «Ese esmi señor.» Desapareció la estrella y añadió entonces:«No quiero por señor lo que desaparece.» Laluna se levantaba y Abraham esclamó: «Ese es miseñor.» Pero cuando se escondió la luna, dijo: «Sipor mi señor me hubiera guiado, ahora estaría perdido.»Y vio al'sol alzarsey esclamó de nuevo: «Estesi que será mi señor, que eá mas grande y mashermoso.» Mas luego que el sol se puso, esclamó:«¡Oh pueblo mió! ¡yo soy inocente del culto de idolatríaque profesáis!»(1). El hijo de Azar habia comprendidoque los astros sembrados por el cielo revelanuna mano suprema como las huellas impresasen la arena atestiguan el paso de un caminante.Cumpliendo como buen musulmán, apenasAbraham conoció su error, hizo pedazos todos losídolos de su pueblo, escepto Baal, al cual suspendiódel cuello el hacha destructora. Cuando los caldeosle preguntaron furiosos quien habia puesto ásus dioses en aquel estado, Abraham les respondió:«Baal ha sido; preguntádselo y os responderá.» —(1) Koran VI, 74, 78.


38 EL TRÉBOLUn ídolo no habla, esclamaban los caldeos, y se llamabanimpíos los unos á los otros. Pero ¿quién puedehacer la luz en la inteligencia de los que tienenojos y no ven? La misma verdad es un resplandorque los ciega. Nenrod, rey de los caldeos, hizo quearrojasen á Abraham en una hoguera. ¡Crueldadinútil! El Eterno es quien da la vida y la muerte.Á una señal suya, el fuego se revolvió, consumiendoá los infieles, trasformándose la hoguera paraAbraham en un prado verde y fresco, y las llamasen ramaje que le prestaba sombra y frescura. Deesta manera el Señor sublima al justo y abate alorgulloso.¿Quién podría referir todas las santas historiasque el Koran y la tradición nos han guardado? Sonmas innumerables y mas hermosas que las estrellasdel cielo de una noche de verano. Hafiz las contabatal y como las había oido á sus padres: Abdallahlas repetía con el mismo entusiasmo y la mismafé. Tan pronto era de David, el rey herrero, áquien Dios enseñó el arfe de fabricar las cotas demalla, para proteger á los verdaderos creyentes,como se trataba de Salomón, si quien el Señor sometiólos vientos, los genios y los pájaros. Figúrate,le decia, á Balisis, la reina de Saba, sentada sobreun trono de plata, oro y pedrerías, cuando recibela carta de Salomón que le trac un pájaro ybesa el sello misterioso que aterra á Satanás, y sehace musulmana por consejo del mas sabio de losreyes, ó á los compañeros de la caverna, que esperanel reinado de la verdad durmiendo durante


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 39trescientos nueve años con su ñel perro El-Kakimacostado á sus pies, ó la camella sagrada, pariendouna rosa cuando Saleh quiso confundir la incredulidadde los talmudistas. ¿En qué tiempos se hacansado el señor de obrar prodigios para socorrerá sus fieles?De todas estas historias maravillosas, que siemprese escuchan con placer, habia una que Halimapedia á menudo á su hijo que le recitase, y éralade Job, aquel hombre escelente que en medio desus trabajos siempre volvía el rostro á Dios. En vanosu mujer cansada de sufrir, consentía en adoraral demonio por volver á su pasada opulencia; Jobrehusaba el socorro de aquella mano maldita, y silevantaba del estercolero su cuerpo roido de gusanos,era para dirigir al Señor esta conmovedoraplegaria, que arrancó á Dios el perdón del desgraciado:«En verdad que los trabajos me consumen;¡pero tú eres el mas misericordioso de todos los quetienen misericordia!» (1) Hermosas palabras que solopuede pronunciar un verdadero creyente.Hafiz era piadoso, pero al mismo tiempo era unbeduino lleno del orgullo de su raza, un soldadoque gustaba del olor de la pólvora y del estruendodel combate.—Piensa, hijo mió, solia decir á Abdallah, enlos privilegios que nos ha conquistado el profeta:privilegios que debemos defender hasta morir. Pa-(I) Koran XXI, S3.


40 EL TRÉBOLra facilitarnos la vida, nos ha dado Dios los jardines,las fuentes de aguas puras, numerosos rebaños,el durah (1) y la palmera: para gloria nuestranos ha dado noble sangre, un pais que jamás fuéconquistado y una libertad que no puede mancharningún dueño. Somos los reyes del desierto; nuestrosturbantes son nuestras diademas; tiendas nuestrospalacios, las espadas nuestros baluartes, la palabrade Dios nuestra ley. Tu padre murió peleando:fué un mártir. Entre tus abuelos, paracadaunoque por casualidad ha muerto bajo la tienda, treshancaido en el desierto, con la lanza en la mano.Ellos te enseñan la senda que debes seguir, puescomprendieron el testo divino: «Dos que sacrificanla vida de la tierra á la vida futura, combaten enel camino del Señor. El bien de la vida presente, escorto: la vida futura es el verdadero bien para losque temen á Dios (2).»¿Habéis visto al caballo de guerra cuando oyeel clamor de los clarines escarbar con el casco laarena y relinchar dilatando la nariz y olfateando elaire? Pues tal parecia Abdallah cuando Hafiz lehablaba de los combates: palpitaba su corazón, brillabansus ojos, la sangre encendia sus mejillas yexclamaba ardiendo en entusiasmo: «¡Dios mió!¡haz que pronto llegue mi vez para que puedaarroz.(1; Cereal que consumen ¡os árabes como el maiz y el. (2) Koran IV, 70, 79.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 41aplastar á los infieles y hacerme digno del puebloen cpue he nacido!»¡Cuan hermoso era acpuel hijo del desierto! Erapreciso verle con su larga túnica azul sujeta á lacintura con una trenza de cuero que le daba diezveces la vuelta al cuerpo. Sus espesos cabellos oscurosle caian sobre la frente y se derramaban enbucles por la espalda. Bajo su capucha, sujeto poruna negra rosa de resino, resplandecían sus ojoscon un brillo mas suave que el de esos azulados planetasque tiemblan en el fondo del cielo. Llevandoen su mano la lanza, rodeada de un hilo plateado ybrillante como una espada, andaba lentamente conla gracia de un niño y la gravedad de un hombre,sin hablar mas que cuando era necesario, sin reirnunca.Cuando volvia del campo trayendo los corderinosen el pliegue de su vestidura, mientras las ovejasle seguían balando y refregando la cabeza contrasu mano, los pastores compañeros suyos se deteníanpara verle pasar, y en aquel instante, se parecíaa José adorado por las once estrellas.Por la tarde, cuando iba á los pozos, ycon fuerzasuperior á su edad, levantaba la pesada piedrapara que bebiese su rebaño, las mujeres se olvidabande llenar sus cántaros y esclamaban: «Es hermosocomo su padre;» y los hombres anadian: «Ycomo él será valiente.


CAPÍTULOIV.ELRECONOCIMIENTO.Ya habían pasado quince años desde el dia encrac Efalima llevó á su tienda al heredero del ricoMansur, pero Ornar no conocía aun el secreto desu nacimiento. Algunas burlas amargas de suscompañeros le habían hecho comprender que nopertenecia á la raza délos Beni-Amer, y que la sangreque circulaba por sus venas no era tan pura comola de Abdallah. No obstante, aun cuando le llamabanOrnar el mercadercillo, nadie en la tribu sabiasu origen, y él mismo se juzgaba un huérfanorecogido por la bondad de Halima, y destinadoá vivir en el desierto. Una tarde que los doshermanos volvían del campo, se sorprendieron alver á la puerta de la tienda dos camellos ricamenteadornados, á los que acompañaba una muíacubierta con un hermoso tapiz, tenida del diestro


OE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 43por un negro vestido con túnica blanca:—¿De dónde viene esta ínula? preguntó¿á quién pertenece?Ornar:—Esta muía pertenece á tu padre, respon ;ió elesclavo, que por su semejanza reconoció al hijo de—Tu padre, respondió el negro, es el ricoMansur. Venimos ele Djeddah en tu busca.—¿Y quién es mi padre? preguntó Ornar conmovido.Mansar,síndico de los mercaderes de Djeddah, y sultánde los hijos de Egipto. No entra en la rada nisalepor las tres puertas de la ciudad un fardo, grande óchico, sin que se le ofrezcan antes que á nadie,del cual no pueda disponer á su antojo. Tutiene esclavos al frente de sus establecimientosypadreYambo, en. Suez, en Karthnn y en el Cairo. Su fortunaes tan grande que sus servidores no leconsultanpara negocios que importenmil piastras.enmenos de cien— ;Oh oadre mió! ;Dónde estáis? esclamó el jóvenentrando precipitadamente en el interior de latienda. ¡Gracias sean dadas á Dios que me ha deparadoun padre tan digno de mi ternura! Y esto"diciendo, se arrojó en brazos de Mansur,'con tanvehementes demostraciones de afecto, que el viejomercader se sintió lleno de gozo y Halima no pudoreprimir un involuntario suspiro.Al día siguiente, s? pusieron ele mañana en caminopara Djeddah, con gran sentimiento déla beduina,que no podía separarse de aquel niñoáquiensolo ella habia ainado hasta entonces.


44 EL TRÉBOL— Adiós, hijo mas querido que un hijo, le deciacubriéndole de lágrimas y besos.Ornar se mostró mas firme y abandonó á sumadre con la satisfacción de un cautivo que encuentraá la vez libertad y fortuna.Abdallah acompañó hasta la ciudad á su hermano.Mansur habia mostrado empeño en ello. ParaMansur hacer ver al beduino que la consideraciónen que se tiene en las ciudades á los ricos, colocaá un mercader muy por cima de los pastores deldesierto, y que por lo tanto él y su madre debíanconsiderarse dichosos por haber .- mado y servidoá Ornar, era una manera especial de pagarles ladeuda de gratitud .que con ellos habia contraído.El poderoso no conoce su locura y su vanidad sinodel lado allá del sepulcro.Cuando llegaron á Djeddah, el joven egipcio nopudo contener sus trasportes de gozo. Sentía algosemejante á lo que sentiría un desterrado vuelto ála madre patria. Todo le parecía inmejorable, lascalles angostas con sus grandes casas de piedra,el puerto donde descargaban barricas de azúcar, sacosde café y fardos de algodón y la abigarradamultitud que se dirigía en grupos hacia el bazar.Turcos, sirios, griegos, árabes, persas, indios, negrosde todas castas; judíos, peregrinos, dervises,mendigos, ricos mercaderes montados sobre muíasenjaezadas, conductores de asnos llevando mujeresenvueltas en mantos negros, y semejantes á fantasmasque solo dejaban ver los ojos; conductores«le camellos dando voces por entre la apiñada muí-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 45titud pava abrirse camino; amantes de continenteaudaz y amenazador, orgullosos con sus armas damasquinas,y fumadores pacíficos sentados con laspiernas cruzadas ala puerta de los cafés, esclavosconducidos al mercado, todas estas gentes confundidasy revueltas formaban un conjunto mas hermosopara Ornar que el paraíso de sus sueños". Enun lugar semejante ¡cuánto se podía comprar yvender! Durante el camino había ya preguntado ásu padre el precio de todas las cosas y no ignorabaá cuanto podia montar el pago de la integridad delcadí, dos escrúpulos de los sheyks y la virtud delbajá.La casa de Mansur se encontraba en el fondo deuna calleja angosta y sombría. Era un edificio demodesta apariencia; desde la calle no se veía masque un patio oscuro, al que servían de ornato algunasesteras de juncos suspendidas de las paredesencaladas; pero en el primer piso cuidadosamentecerrado, y al que solo daban luz ventanas cubiertaspor celosías que defendían el interior de los rayossolares y de las miradas de los curiosos, seveían ya espaciosas habitaciones adornada? con tapicesturcos y rodeadas de divanes de terciopelobordados de plata. Apenas tomaron asiento los viajeros,vieron colocar en medio de la sala un veladorprimorosamente esculpido, cargado de platos llenosde frutos y bebidas heladas. Mientras un esclavovertía un frasco de agua de rosas sobre las ennegrecidasmanos de Abdallah, otro quemaba inciensodelante del viejo Mansur, el cual atraía há-


46 EL TRÉBOLciasu barba y vestidos, haciendo aire con la mano,aquellas nubes de humo perfumado y azul. Despuéssirvieron café en pequeñas copas de porcelanachinesca, colocadas en tazas de filigrana de oro:tras el café les ofrecieron esquisitcs sorbetes preparadoscon jugo de violetas y sumo de granadasesprimido al través de la cascara. Por último, tresnegrillos vestidos de rojo y cubiertos de brazaletesy collares, encendieron pipas de jazmia de largostubos á los convidados, que abandonaron la mesapara sentarse en el suelo, absortos y en el mas profundosilencio.Largo tiempo fumaron sin hablar. Mansur gozabacon el placer que dejaba adivinar el semblantede su hijo y la admiración que suponía en .-\bdallah.La espresion del rostro de este último no habíacambiado, y en medio de aquel lujo nuevo paraél, permanecía tan grave y tranquilo como lo esta- »ba de ordinario en medio de sus ovejas. ¡Qué valenlas galas del mundo para el que aguarda las recompensasmagníficas que Dios tiene preparadas á suscreyentes?—Y bien, hijo mió, dijo al cabo el viejo Mansur,dirigiéndose á Abdallad, ¿te encuentras satisfechode tu viaje?—Padre, respondió el joven, te doy gracias portu hospitalidad. Tu corazón es mas rico que tu tesoro.— ¡Bien, bien! replicó el mercader: pero lo quete pregunto es: ¿que opinión has formado d/ ÍJjeddah,y si te agradaría quedarte con nosotrc


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 47—No. Esta ciudad parece infestada. El aire seme hace apestado y el agua corrompida. Me dañaver esos dervises holgazanes que tienen á galamostrar al público su avidez y su impudencia; esossoldados orgullosos, cuya insolencia no se puedecastigar con una cuchillada; esos esclavos que nosrodean impidiéndonos el uso de nuestras manos, yespiando las pasiones de sus dueños para fomentarlas.Viva el desierto. A mí me gustan mas nuestrosterribles huracanes, que el viento pesado y calientede esta prisión. Bajo la tienda solo se encuentranhombres, y con la lanza empuñada cadacual se hace allí justicia por su mano. En la tribuse arroja al perro que mendiga por cobardía, y sehumilla al orgulloso que no sabe respetar á los cpievalen mas que él.—Hablas como un libro, dijo Mansur acariciándosela barba; un vvabita no se mostraría mas rígido.Yo pensaba como tú cuando era niño, y recitabaaun las lecciones de mi ama de cria. Quédatecon nosotros algún tiempo. Hazte mercader, ycuando veas de qué modo presta la fortuna al últimode los hombres autoridad, juventud y virtudes;cuando veas cómo los poderosos de la tierra, lasmugeres y hasta los santos se arrodillan delante deese metal que desprecias, cambiarás de opinión yte agradará la atmósfera infecta de las ciudades.Vivir libre en el espacio, como la alondra, es porcierto muy hermoso, pero tarde ó temprano se caecomo ella en la red. El oro es el rey del mundo yllega un dia en que el mis sabio y el mas valiente


48 EL TRÉBOLacaban por convertirse en servidores del rico.—Sé, replicó dignamente Abdallah, que nadaes bastante á aplacar la ambición del hombre, yque solo el polvo de la tumba es capaz de llenarleel vientre: pero al menos en el desierto, una onzade honor vale mas que un quintal de oro. Con laayuda de Dios viviré como vivieron mis padres.Quién nada desea, siempre será libre.—¡Adiós, pues, Mansur: adiós, hermano mió!Nuestros caminos se separan hoy, ¡ojalá la sendaque has tomado te conduzca al término que debedesear todo buen creyente!—¡Adiós, mi querido Abdallah! esclamó el jovenegipcio, cada uno de nosotros sigue su suerte.Lo que está escrito, está escrito. Tú has nacido paravivir bajo la tienda; yo para sermercader. ¡Adiós!no olvidaré nunca nuestra amistad de la infancia,y puedes estar seguro de que si algún dia me hacenfalta un brazo vigoroso y un corazón esforzado,me acordaré de tí.—Gracias, hermano mío; esclamó el beduino, yechando sus brazos al cuello de Ornar, le besó tiernamente,sin contener ni ocultar sus lágrimas.Ornar recibió impasible estas pruebas de cariño,y cuando Abdallah con la cabeza baja y el aspectotriste salió de la habitación, no sin volver los ojospor dos ó tres veces, esclamó el egipcio dirigiéndoseá su padre.—¿En qué estabas pensando al dejarme tantotiempo con ese beduino? ¿No comprendes que si tehubieses muerto y yo me hubiera presentado para


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 49recojer tu herencia, los ancianos de la ciudad hubierandicho: «Nosotros no sabemos que el mercaderMansur tenga hijo ni hija, y entonces quiénsino el bajá se hubiera hecho dueño de tus tesoros?Llévame, llévame cuanto antes al bazar, preséntameá todos los mercaderes amigos tuyos, asocíameá tu fortuna abriéndome un almacén.Siento unansia infinita de remover oro: ya he calculado bastanteal abrigo de la tienda,y sé como se debenmanejar los hombres para ganar mucho arriesgandopoco. Pierde cuidado, no tendrás que avergonzartede tu hijo.Al oir estas palabras Mansur, levantando al cielosus manos temblorosa:, esclamó lleno de la emociónmasprofunda:—¡Oh, hijo mío: la sabiduría habla con tu lengua!Hoy es ya tarde para salir, y además no tienesel traje que te conviene. Mañana iremos al bazar,y todo Djcddah tendrá mañana noticia de mifelicidad y mi gloria.Durante la noche soñó Ornar con oro y plata, yMansur vio llegar el dia agitándose en el lecho sinpoder cerrar los ojos: se veia renaceren un hijomas hábil, mas astuto, mas duro de corazón y masavaro que él.—¡Ah, esclamaba en medio de sus trasportes dealegría, soy el mas dichoso de los padres! El dervisno me engañó: si mi hijo escapa del peligro quele amenaza ¿quién sabe hasta dónde llegaránuestrafortuna?Insensato! Olvidaba que el oro es una bendii


50 EL TRÉBOLcion para quien lo da y un veneno para quien loguarda. El que aloja la avaricia en su corazón, alojacon ella al enemigo de los hombres, y ¡desdichadodel que escoge á Satanás por compañero!


CAPÍTULO V.EL NUEVO SALOMÓN.Apenas amaneció el dia siguiente, Mansur condujosu hijo al baño y le hizo vestir según conveniaa su nueva situación. El sastre mas famoso deDjeddah le llevó una túnica de seda rayada de coloresvivos que se sujetaba á la cintura con una fajade cachemir, un amplio caftán ó sobretodo de pañofinísimo y un gorro bordado, alrededor del cualse liaba un turbante de muselina blanca. Con estetrago las facciones del egipcio parecían mas durasy su tez mas negra; pero el sastre fué de otra opinión,no cesando de alabarle mientras le ayudabaá vestir y compadeciendo á las mujeres de la ciudadque vieran indiferentes aquella cai - a mas hermosaque la luna en su plenitud.Cuando ya no quedó ni rastro del beduino de lavíspera, sirvieron el almuerzo y llevaron sorbetes:


52 • EL TRÉBOLacto continuo y después de algunas recomendacionesde Mansur, Ornar montado en una magníficamuía y arreglando el paso de esta- para caminarmodestamente en pos de su padre, tomó el caminodel bazar.El egipcio llevó á su bijo á un almacén estrechocomo todos los del mercado, pero lleno de objetosá cual mas ricos y preciosos. Chales de la India, satenesy brocados de China, tapices de Basora, yataganescon vaina de plata cincelada, pipas guarnecidasde ámbar y ornadas de rubíes, rosarios de coralnegro, collares de monedas de oro y perlas: todolo que seduce á las mujeres y arruina á los hombres,se encontraba en aquel almacén de perdición.Delante del despacho habia un vestíbulo de piedra.Mansur se sentó en un cojin con las piernas cruzadasy encendió su pipa. Ornar sacó su rosario y sinlevantar los ojos del suelo se puso á rezar sus oraciones.El joven tenia toda la sabiduría y la prudendiade un viejo.Cuando los mercaderes apercibieron al síndicose levantaron y vinieron en su busca para recitarleel fattali y darle los buenos dias. Todos mirabancon sorpresa al recien venido, preguntándose unosá otros en voz baja quien podría ser aquel estranjero.¿Seria tal vez un pariente de Ornar ó algún esclavojoven que de propósito habían vestido ricamentepara realizar sus prendas personales y aumentarsu precio?Mansur llamó al sheyk y en voz alta le dijo señalandoá Ornar;


BE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>.. 53—He aquí á mi hijo, mi asociado, y mi sucesor.— ¡Tu hijo! esclamó el sheyk. ¿Quién ha oidodecir nunca eme el viejo Mansur tenia un heredero?—He querido engañar al mal de ojo y esta es larazón por la que lo he hecho educar lejos de mi yen secreto. No pensaba habérosle presentado hastaque peinara barbas, pero veo que voy envejeciendo.La impaciencia ha podido mas que mi determinación,y hoy, con vuestro permiso, piensoestablecerle en el bazar para que aprenda de vosotrosel arte de comprar y vender.—Mansur da siempre muestras de su buen juicio,fué la esclamacion general. Y cada cual seapresuró por su parte á felicitar al dichoso padreque habia merecido tener semejante hijo, esclamando:—;Que el Señor bendiga el tallo y la rama!Terminado aquel concierto de alabanzas que sonabandeliciosamente en los oídos del mercader,tomó la palabra el sheyk.—Entre nosotros, dijo á Mansur, cuando naceun hijo ó una hija, hasta los mas pobres invitan ásus hermanos para eme se alegren juntos. ¿Has olvidadoesta costumbre ó nos has olvidado á nosotros?—Honradme esta tarde con vuestra presencia yseréis bien venidos á mi casa, respondió el viejo.Una hora mas tarde un esclavo que llevaba unenorme ramillete de ñores, dio la vuelta al bazarofreciendo una á cada mercader.—Recita el faüah por el profeta les iba diciendo,


54 EL TRÉBOLy cuando el mercader terminaba la oración, anadia:—Esta tarde vé á la casa de Mansur para tomarcafé.—Mansur es el primero de los hombres generosos,respondía el invitado. Contando con la voluntadde Dios, esta tarde iré a saludar al síndico.A la hora prevenida Mansur y su hijo recibieroná los mercaderes en el jardín, donde esperaba á losconvidados un espléndido báñemete. Corderos rellenosde almendras y alfónsigos, arroz con azafrán,salsas de crema con pimienta, helados de jugode rosa, pasteles de todas clases, nada se omitiópara honrar á tan escelente compañía. Por la primeravez de su vida quiso Mansur que los pobresparticipasen de su gozo, é hizo distribuir á la puertalos restos del festín y algunas monedas de plata.Esto fué mas que suficiente para que en todo el ámbitode la calle resonasen gritos y bendiciones, ypara que llegaran á los estremos de la ciudad entrefrases de admiración los nombres del generosoOrnar y del rico Mansur. Una vez servido el café yencendidas las pipas, el sheyk tomó á Ornar por lamano y esclamó presentándole á los mercaderes:—Aquí tenéis al hijo de nuestro amigo, que deseaformar parte de nuestra importante asociación.Ruego que cada cual de vosotros recite el fatlah porel profeta.Mientras que repetían tres veces la oración, elsheik rodeó un schalá la cintura de Ornar echandoun nudo por cada fatlah que se recitaba. Concluidala ceremonia, besó el joven la mano del sheik y las


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 55de todos los asistentes, comenzando por el de masedad. Sus ojos brillaban de alegría en aquel momento.Ya era mercader en Djeddah, ya era rico:ante él se abrían de par en par las puertas delmundo.El resto de la tarde se pasó en conversacionescuyo objeto era el negocio. Ornar no desplegaba suboca y permanecía junto á los ancianos y los ancianosno se cansaban de hablar á un joven que los escuchabacon tanta atención y respeto. Le dijeroncomo un buen vendedor debe pedir siempre al quese acerca á comprarle una cosa, cuatro veces masde lo que la cosa vale, sin pestañear ni perder lasangre fría, que es el secreto del oficio. Comerciar,añadió el mas esperimentado, es pescar con anzuelo.Es preciso saber atraer al parroquiano y saberlodejar ir, hasta que por último aturdido y fatigadono sabe como defenderse, y cae. Dar vueltas áun rosario á tiempo, ofrecer una taza de café ó unapipa, hablar con naturalidad de cosas indiferentes,no contraer un solo músculo del rostro y sin embargoencender el deseo en el alma del comprador,es un arte difícil que no se aprende en un dia. Pero,añadían acariciando á Ornar, tú, hijo mió, estásen buena escuela. No hay judío ni armenio á quienel sabio Mansur no pueda dar lecciones en esteasunto.—Si comerciar no es mas que eso, pensaba eljoven, no me hacen falta las lecciones de esta jente.No pensar mas que en sí mismo y pensar siempre,fomentar las pasiones ó las debilidades agenas


56 EL TRÉBOLpara aliviar del peso de sus riquezas á algunosinsensatos á quienes parece que les pesan, eso losé yo desde que nací y en menor escala no he hechoen el desierto otra cosa. Ya es preciso que mismaestros sean hábiles, para que no les dé algunalección antes de seis meses.Pocos días después fué Mansur á buscar al cadípara hablarle de un proceso, cuyo resultado no leinquietaba mucho. Una conversación tenida en secretocon el juez, le prestaba cierta confianza en suderecho. El mercader quiso que le acompañase suhijo para que se fuera acostumbrando á saber contarcon la justicia.El cadi acostumbraba á sentenciar los pleitossentado en el patio de una mezquita. Era un hombregordo y de buen semblante, que pensaba pocoy hablaba menos, lo cual unido á su enorme turbante,la longitud de la barba y un eterno aire deasombro, le habia valido gran reputación de gravey justiciero. La audiencia estaba muy concurrida ylos principales mercaderes sentados en el suelo sobretapices, formaban un semi-círculo delante delmagistrado. Mansur se colocó á poca distancia delsheik, y Ornar se puso entre ambos con gran curiosidadde ver cómo se obedecen las leyes ó se burlan,según la necesidad y el caso. Se comenzó porel asunto de un joven baniano de tez anaranjada,y aspecto afeminado y muelle. Acababa de desembarcarde la India y se quejaba de haber sido engañadopor un rival de Mansur.—En Deli, y entre los efectos que componían


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 57el patrimonio de mi padre, dijo, encontré un cofrecitolleno de diamantes: emprendí con él un viaje aEgipto, esperando vivir en la opulencia con el productode aquellas joyas. El mal tiempo me obligó átocu - en Djeddah y los placeres me detuvieron enesta población. Como tuviese necesidad de dinero,no faltó quien me indicase que si queria deshacermede las piedras preciosas, encontraría aquí buenmercado para ellas. Fui al bazar y pregunté quiénpodría comprármelas. El mercader mas rico esMansur, me contestaron, y el mas probo Alí el joyero.Me dirigí á este último. Cuando supo el objetode mi visita, me acogió con demostraciones decariño paternal, y no queriendo hablar en el bazarde negocios me llevó á su casa. Durante algunosdías me trató generosamente, ganándose mi confianzapor medio de toda clase de atenciones y adelantándomecuanto dinero le pedia. Una tarde despuésde la comida, en la cual habia yo bebido algomas que de costumbre, me indicó que trajese elcofre, examinó los diamantes que encerraba y despuésde examinarlos me dijo con tono de fingidacompasión:—Hijo mió, tú vives engañado: en Arabia y enEgipto estas piedras valen muy poca cosa. Los peñascosdel desierto nos las suministran á millares yyo tengo arcas llenas.Para probarme la verdad de su dicho, abrió unacaja, sacó de ella un diamante mas grueso que elmayor de los mios y se lo regaló al esclavo que meacompañaba.


58 EL TRÉBOL— ¡Qué va áser de mí! esclamé yo entonces, notengo otra fortuna. ¡Me creía poderoso y me encuentropobre y solo, lejos de mi familia y de mipatria!—Hijo mió, continuó el malvado, desde el puntoen que te vi he sentido hacia tí una inesplicableafección. Un musulmán no abandona á sus amigosen las necesidades. Déjame ese cofrecito y por puraamistad te daré por él lo que nadie te ofrecería.Escoge lo que quieras en Djeddah; oro, plata, coral,lo que se te antoje y antes de dos horas me obligoá darte peso por peso lo que desees en cambio detus piedras indianas.Vuelto á mi casa, reflexioné lo que habia hecho,consulté á algunas personas y no tardé muchoen saber que Ali me habia engañado. Lo que habiadado á mi esclavo era un pedazo de cristal; pues losdiamantes son mas raros en Djeddah que en la India,y se estiman diez veces mas que el oro. He reclamadomi cofrecillo y Alí se niega á devolvérmelo.Venerable magistrado, tu justicia es mi únicaesperanza. Interésate por un estranjero ele quien túeres el solo apoyo, y ojalá el traidor que me arruinabeba agua hirviendo durante una eternidad.Cuando terminó el baniano, Ali tomó la palabra.—Ilustre servidor de Dios, esclamó dirigiéndoseal cadí, en todo lo que ha referido ese joven solohay una cosa de verdad, y es que hemos hecho uncontrato y por mi parte estoy dispuesto á cumplirlo.¿Qué importa que yo haya dado al esclavo estoó lo demás allá? ¿Qué persona dotada de buen sen-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 59tido no hubiera comprendido que lo del regalo erauna broma? ¿He hecho yo que ese estrangero meentregue por fuerza el cofrecillo? ¿Tengo yo culpade que la falta de dinero le obligase á aceptarmis condiciones? ¿A qué viene acusarme de perfidia?¿Quién falta á su palabra, él ó yo?—Joven, dijo el cadí al baniano, ¿tienes testigosque declaren que Alí te ha engañado en el preciode la mercancía? Si no los tienes, daré fé al juramentodel acusado. Así lo dispone la ley.Trajeron el Corán. Alí colocó la mano estendidasobre el libro santo y dijo por tres veces:—En el nombre de Dios, del que es el solo Grande,y por la palabra de Dios contenida en este libro,afirmo que no he engañado á ese estranjero.Y lo afirmo hoy, añadió volviéndose al auditorio,como lo afirmaré en el día del juicio cuandoDios será cadi y testigos los ángeles.—Desdichado, esclamó el indio, tú eres de losque se dejan resbalar al abismo. Has condenado tualma.—Tal vez, murmuró el sheik al oido de Ornar,pero gana una gran fortuna. Ese Alí es un tunantecon suerte.—No es tonto, no es tonto, añadió Mansur, lapartida está bien jugada.Ornar se sonrió, y mientras Alí gozaba con eléxito de su astucia, se aproximó al estranjero quelloraba amargamente.—¿Quieres, le dijo, que gane tu pleito?— Oh, sí, esclamó el indio, confunde á ese mise-


60 EL TRÉBOLrabie y pídeme luego cuanto quieras. Pero tú eresun niño y nada podrás hacer.—Solo te pido que pongas en mí toda tu confianza,le respondió el egipcio. Acepta el contratode Alí, déjame escoger en lugar tuyo y nada temas.—¿Qué puedo temer ya, después de haberloperdido todo? E inclinó la cabeza como un hombreque ha perdido toda esperanza.No obstante, volvió á la presencia del cadí é inclinándosecon respeto le dijo."—Oh mi dueño y Señor; tu esclavo, implora detu misericordia una última prueba de bondad: disponque el contrato se cumpla, puesto que la leyasí lo exige; pero permite que este joven diga á Alíen mi nombre con qué debe pagarme.El cadí hizo una señal afirmativa y reinó unprofundo silencio en el auditorio, hasta que le rompióOrnar, diciendo después de saludar al magistrado:—Alí, tú habrás traído sin duda el cofrecillo encuestión, y podrás decirnos lo que pesa.—Helo aquí, dijo el joyero, pesa veinte libras,puedes por lo tanto dentro de ese peso escoger loque quieras. Y lo repito, si lo que me pidas se encuentraen Djeddah, lo tendrás antes de dos horasy si no lo tienes es nulo el contrato. Todos sabenque mi palabra essagrada y que nofalto á ellanunca.—Pues lo que queremos, dijo Ornar alzando lavoz, son alas de hormigas, la mitad de machos y lamitad de hembras. Tienes dos horas para buscarlas veinte libras que nos has prometido.


OE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 61—Eso es ridículo, eso es imposible, esclamó eljoyero. Necesitaría dier» personas y seis meses detrabajo para satisfacer petición tan absurda. Traerá estas cuestiones caprichos de niños, es pura ysimplemente burlarse de la justicia.—¿Hay en Djeddah hormigas con alas? preguntóel cadí.—¿Que si hay? respondieron riendo los mercaderes,una nube. Son nuestra plaga de Egipto; lascasas están llenas y por cierto que nos harían granfavor esterminándolas.—Entonces, continuó el cadí, es preciso que Alícumpla su palabra ó que vuelva el cofrecillo. Esejoven ha sido un loco vendiendo sus diamantes alpeso y mas exigiendo semejante pago. Tanto mejorpara Alí la primera locura y tanto peor la segunda.La justicia no tiene dos medidas ni dos pesos.O le das las veinte libras de alas de hormiga ódevuelves el cofrecillo al baniano.—¡Muy bien juzgado, muy bien! esclamó el auditoriomaravillado de tanta equidad. El estranjerofuera de sí abrazó á Ornar llamándole su salvador ysu dueño, y no contento con estas demostracionesde cariño, sacó de la cajita tres diamantes de hermosasaguas y del tamaño de huevos de ruiseñor,y los ofreció al egipcio. Ornarlos guardó en la faja,besó respetuosamente la mano derecha del banianoy volvió á sentarse al laclo de su padre, sinque las miradas de los circunstantes le turbasen enlo mas mínimo.—Muy bien, hijo mió, le dijo Mansur, pero Ali


62 EL TRÉBOLes un pobre hombre: si estuviera en mejores relacionescon el cadí, habría ganado su negocio. Ahorame toca á mí, procura aprovechar la lección.—Aguarda un momento, dijo Ivlansur al indioque se marchaba con sus diamantes, aun tenemosnosotros que arreglar unas cuentas. Ruego al ilustrecadí que conserve en su poder el coí'recito, porqueacaso haya aquí alguien que tenga mas derechosá él que ese estranjero y que el prudente Ali.Estas palabras produjeron general sorpresa entrelos circunstantes y todos prestaron atención alnuevo pretendiente.—Antes de ayer, prosiguió Mansur, vino al bazaruna dama cubierta con un velo y entró en mialmacén pidiéndome que le enseñara collares: nadade lo que le enseñé le gustó; pero en el puntoen que se disponía á salir, reparé en una caja cerradaque estaba en un rincón y me rogó la abriese.Aquella caja contenia un aderezo de topacios,del cual no podia yo disponer porque ya estaba vendidoal bajá de Egipto. Lo dije así á la dama, masella insistió en que al menos le enseñase aquel aderezodestinado á las sultanas. Contrariar el deseode una mujer, no es cosa fácil. Dicen que hay tresobstinaciones invencibles, la de los príncipes, la delos niños y la de las mujeres: tuve, pues, la debilidadde ceder. La desconocida miró el collar, se lopuso para probárselo y por ríltimo me declaró quelo quería á cualquier precio. Habiéndome negadoá venderlo, salió llenándome antes de injurias ymaldiciones. No habia pasado una hora, cuando es-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 63te joven entró en mi almacén, diciéndome que lavida de aquella dama y la suya pendían de la adquisicióndel aderezo: me suplicó, me besó la mano,lloró en fin, esclamando:—Padre, pídeme por él lo que quieras, pero mehace falta ese aderezo sin el cual moriré y moriráconmigo lo quemas amo en el mundo.Yo soy débil con los jóvenes y, aunque pensandoen lo peligroso que era disgustar al bajá, mi señory dueño, no pude resistir á tantas súplicas.—Toma esos topacios, le dije al estranjero, ypromete darme en cambio lo que me agrade.—Auque sea mi cabeza, respondió, porque medas con ellos mas que la vida, y se llevó las esmeraldas.—Estábamos sin testigos, añadió Mansur, peroél puede decir si las cosas pasaron como las acabode contar.—Sí por cierto, dijo el joven, y dispénsame porno haberte satisfecho antes, pues ya sabes la causa.Ahora que gracias átu hijo he recuperado mifortuna, pídeme lo que quieras.—Lo que quiero, dijo Mansúr haciendo una señalde inteligencia al cadí, es ese cofrecillo con todolo 'que contiene: No es mucho para pagar á unhombre que desobedeciendo al bajá se juega la cabezaen el negocio. Ilustre magistrado, tú lo has dicho,todo contrato debe cumplirse: se me ha prometidodarme lo que me agrade y yo declaro solemnementeque la sola cosa que me agrada sonesos diamantes.


64 EL TRÉBOLEl cadí levantó la cabeza, pasó lentamente sumirada por el auditorio, se acarició la luenga barbacon los dedos y volvió á entregarse á su meditación.—Han derrotado á Ali, dijo el sehik á Ornar,pero aun no ha nacido el zorro que sea mas astutoque el respetable Mansur.—Soy perdido, esclamaba el indio.—Hijo mió, continuó Mansur, tú eres hábil; peroesto te enseñará que tu padre sabe un poco masque tú. El cadí va á pronunciar la sentencia; pruebaotra vez á arrancarle un fallo favorable al estranjero.—Todo esto no es mas que una niñería, respondióOrnar encogiéndose de hombros. Ya que lodeseas vas á ver como tu pleito es cosa perdida.Esto diciendo solevantó y sacando una piastrade la faja, se la puso al indio en la mano y le condujoá presencia del juez.—Ilustre cadí, dijo, este joven está pronto ácumplir lo prometido. lié aquí loque ofrece á Mansur:Una piastra (1). La moneda en si es de pocovalor, pero repara bien que está sellada con la cifradel sultán, nuestro glorioso dueño, y que Diosaplaste y confunda á los que desobedezcan á su alteza.Mírala bien, esta venerada y preciosa cifrate ofrecemos, continuó Ornar, dirigiéndose á Mansur.¿Te agrada? pues ya estás pagado. Si no teagrada, dilo; pero sabe de antemano que es un in-(1) Moneda que equivale á una peseta.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 65sulto al padishah, crimen que se castiga con lamuerte.Cuando Ornar acabó de hablar, todas las miradasse fijaron en el cadí, el cual tenia un aspectomas impenetrable que nunca, y proseguía acariciándosela barba y enarcando las cejas, esperandoque el viejo viniese en su ayuda. Mansur estabasorprendido y cortado. El silencio del cadi y delauditorio le infudia miedo, y de cuando en cuandolevantaba hacia su hijo una mirada suplicante.— ¡Padre mió! esclamó, al fin Ornar, permite áeste joven que te.dé gracias por la lección de prudenciaque le has dado asustándole un poco. Todoscomprenden perfectamente que yo hablo de acuer-' do contigo y que de otro modo nunca lo hubierahecho contra mi padre. ¿Quién podria dudar de laesperiencia y la esplendidez de Mansur?—Nadie, interrumpió el cadi, que parecía unhombre despertado de improviso en lo mas profundoclel sueño, y por eso te lie dejado hablar, jovenSalomón, honrando en ti la sabiduría de tu padre;pero otra vez evita tomar al nombre de su alteza.Con la garra del león no debe jugarse. El negocioestá arreglado. El aderezo seria cosa de cienmil piastras, ¿no es verdad, Mansur? Pues que esemajadero te las dé y todo está concluido.A pesar de su modestia no pudo Ornar sustraerseá las demostraciones de agradecimiento del indioy á las unánimes alabanzas de los mercaderes. Talruido metió el asunto que hoy díase habla aun enDjecldahde la célebre audiencia en que se puso de5


66 EL TRÉBOLrelieve la sabiduría del joven á quien el profundocadi habia llamado el nuevo Salomón con tan justomotivo.De vuelta á la casa, Mansur no pudo contenerse.—No te comprendo, hijo mío, esclamó, tengouna fortuna en mis manos y me la arrebatas. ¿Asientiendes los negocios? ¿De ese modo me respetas'.''—Paciencia, padre, replicó fríamente Ornar. Hoyhe adquirido una reputación de prudencia y hombríade bien, que durará largo tiempo. La reputaciónes un valor que nada reemplaza, es un capitalque produce mil veces mas que un puñado de diamantes.Todos desconfian del .astuto Mansur, todosconfiarán en la rectitud y la probidad de su hijo.Ya está echado ei cebo: no faltarán peces.Mansur quedó confundido. Habia deseado un hijodigno de él y comenzaba á temer que Eblis habiacolmado quizá la medida de su deseo. Cierto es quetanto cálculo en tan tierna edad, era cosa admirableaun para un hombre que habia negociado toda suvida; pero fuerza es decirlo en descargo de Mansur.aquella precoz experiencia le helaba el cor.-.zon: loespantaba aquel sabio de quince años.


CAPÍTULO VI.I.A VIRTUD RECOMPENSADA.Nada faltó á la dicha del mercader y durantelos cinco años que vivió aun después de ocurridosestos sucosos; pudo gozar á sus anchas de la educacióny los triunfos de su hijo. Todo su comerciopasó arnacos de Ornar, las riquezas de su casa seacrecentaron enormemente, y como era natural elrespeto y la consideración crecían al par de las riquezas.¿Ni cómo era posible que Ornar dejase de salirbien en cuantos asuntos emprendía? Todo tendíaá favorecerle, mucho dinero, pocaspasiones y ningúnescrúpulo. Con dificultad se habría encontradoquien reuniese en mas alto grado las cualidades queconstituyen el genio de los negocios: el amor deloro y el desprecio de los hombres. Mansur podíapues morir en paz: habia vivido largo tiempo, las


68 EL TRÉBOLenfermedades no molestaban su vejez, sus sueñosse habían realizado, dejaba tras sí un heredero queguardaría y aumentaría aquella fortuna acumuladacon tantas fatigas.Dícese, no obstante, que el egipcio murió conla rabia en el corazón, gritando que nadie le quería,maldiciendo su locura y temblando á la vistade sus tesoros, como si aquel oro derretido en lasllamas infernales comenzara ya á consumirle lasentrañas.Por lo que hace á Ornar aceptó la muerte de supadre con la mas admirable resignación. Los negociosle habían detenido lejos de la cabecera del moribundo,y los negocios le sirvieron de consuelo.Tenia tan maravillosa resignación, que la vista deuna piastra bastaba á secar su llanto y disipar suspenas.Solo y dueño de una herencia magnífica, el hijode Mansur, no encontraba límites ásu ambición.Nada escapaba á sus combinaciones: retirado alhondo de su casita de Djeddah como la araña en elcentro de su tela, envolvía en sus hilos invisiblestodas las riqueza del mundo. Arroz y azúcares dela India, gomas y café de Yemen, marfil, polvosde oro y esclavos de Abisinia, trigos de Egipto, telasde Siria, buques y caravanas todo venia consignadoá Ornar. Por otra parte, si bien le suponíaninmensamente rico, jamás hombre alguno recibiólos dones de la fortuna con mas modestia. Al verlepasar por las calles de la población con un sucio ypequeño turbante liado á la cabeza, con un trage


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 69raido y repasando las cuentas de un rosario de huesosde albaricoque, nadie hubiera estimado su créditoen mas de mil piastras. M en su conversaciónni en sus manei-as se traslucía al poderoso; era llanocon los pobres, familiar con sus compañeros,adulador con quien podia servirle, y respetuoso conquien podia hacerle daño. A dar crédito á sus palabrasse engañaban completamente los que le suponíanuna gran fortuna: todas aquellas mercaderíasno eran de su pertenencia, sino consignacionesde corresponsales estranjeros que tenían confianzaen él, confianza que solía costarle cara pues siemprese estaba quejando deque perdía dinero.Si compraba los mas hermosos esclavos, los masricos perfumes, el tabaco mas esquisito y las telasmas raras y preciosas, siempre era por cuenta dealgún bajá ó de algún negociante estranjero. En laciudad se decía que todos aquellos tesoros no salíandéla casa del egipcio, pero nadie estaba segurode ello. Ornar no tenia amigo alguno, tratabalos negocios en el bazar y no recibía á nadie. ¿Erarico ó pobre, prudente ó egoísta, humilde ó hipócrita?La llave de este secreto la tenia Satanás.Su prudencia no era menor que su humildad.Empezando por el bajá y concluyendo por el jefede la Aduana, no habia en Djeddah empleadogrande ó pequeño cuyo palafrenero, porta-pipa óesclavo favorito no conociera al mercader. No eraamigo de dar, por el contrario repetía muy á menudoaquella máxima del profeta «los pródigos sonhermanos de Satáná?:» ñero sabia abrir la mano


70 EL TRÉBOLcuando llegaba la ocasión, y nadie se arrepentía dehaber servido á este hombre de bien.•Los bajas duran poco tiempo en Djeddah y elturco tiene el brazo pesado, y cuando lo levanta,los mas ricos mercaderes tienen cpie pagar su cuotapara desarmarle. Solo el hijo de Mansur solía librarsede estos empréstitos que nunca se reembolsan.Al cabo de los ocho días, de un modo ó deotro, ya era amigo, y según anadian algunos, hastabanquero del nuevo gobernador: la tempestadque le amenazaba un instante, venia siempre ádescargar sobre las cabezas de sus colegas. En todoDjeddah y particularmente entre los mercaderes,era realmente objeto de asombro y envidia.Un dia, sin embargo, se oscureció su estrella.Fué destituido mandándole comparecer á Constantinopla,un bajá que se había enriquecido en tresmeses de una manera escandalosa. El que fué áreemplazarle recibió orden de ser honrado. Al diasiguiente de su llegada se disfrazó y fué á comprarsus provisiones á las casas del panadero y del carniceromas ricos de la ciudad. El Inspector de losmercados estaba prevenido y aguardaba en la callearmado del peso oficial y rodeado de agentes. El bajádispuso que se pesara en presencia del pueblo loque acababa de comprar. Faltaban dos onzas en seislibras de pan, y una onza de carne en un enormecuarto de carnero. El crimen estaba patente y lajusticia no se durmió sobre las pajas. El bajá llenóde reproches é injurias álos miserables que engordabancon el sudor del pueblo, y en su justa cólera


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 71no quiso ni aun oir su defensa, sino los mandó desnudar,atar y azotar en público, y por Bu orden clavarondespués al panadero poruña oreja á la puertade la panadería, y amarraron al carnicero á unaventana de la gran mezquita agujereándole la narizcon un alambre del que colgaba la onza ele carneque había robado. La multitud hizo sufrir á aquellosinfelices todo género de ultrajes, aclamando albajá como al verdadero amigo del pueblo, prototipode la justicia y nuevo Ilarun-al Rashid. La famade esta acción meritoria, después de llegar hastael sultán, encontró eco en todo el occidente paraconfusión de los infieles.Aquella misma noche, fletaron varios mercaderes"in buque protestando haber sabido que susnegocios hacían necesaria su presencia en Egipto.Ornar en vez de atemorizarse calculó de estemodo: La virtud es un artículo que no se encuentrafácilmente en el mercado. Cuando se presenta yhace falta es menester pagarla bien.» Después depensar esto se dirigió al bruzar donde casualmenteencontró al secretario del bajá. Le hizo entraren sualmacén y después que se sentaron, así como quiennada intenta, le hizo fumar en cierta pipa que destinabaal sultán.—Es muy peligroso habituar el pueblo á la justicia,decia Ornar al secretario. Cuando se le acostumbraá malas mañas, acaba por hacerse exigente.El dia que se le deje mezclarse en lo que no le importa,concluyen todos los grandes negocios.El secretario callaba como un muerto, pero con-


72 EL TRÉBOLtemplando su hermosa pipa, pensaba que Ornar erahombre de buen juicio.Y lo cierto es, que el egipcio tenia razón de sobra.El primer dia del mercado, se notó cierta agitaciónen la ciudad. El precio del trigo había subidodiez piastras en ardeb (1); los maldicientes pretendíanque era culpa de Ornar por haberlo acaparadotodo.La multitud estaba sobreescitada y entre losgrupos se hacían notar dos hombres que perorabancon inusitado ardor. Eran el carnicero de la narizagujereada y el panadero de la oreja.Los ladrones de la víspera habíanse convertidoen héroes: todos les tenían lástima y mientras masdesaforadas eran sus voces, mas se admiraba suvirtud.Entre las turbas, apenas media un paso de lapalabra á la acción; ya trataban de echar abajo laspuertas de la casa de Ornar, cuando el gefe de lapolicía seguido de algunos soldados, vino á buscaral mercader de orden del gobernador. Ornar recibióal emisario con una emoción fácil de comprendery le besó la mano como si no pudiera separarlade sus labios; el jefe de la policía tras aquel largobeso retiró el puño cerrado y lo restregó entre lospliegues de la faja, como si se le hubiera manchadoel contacto de la boca de un culpable.Esto no obstante, y á pesar del grave descontentamientode las turbas, no tuvo que sufrir el hi-(i)Pro'siicamen'e cinco fanegas.


PE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 73jo de Mansur ni injurias, ni golpes: por el contrario,mas de una vez el jefe de la policía animó alprisionero diciéndole que contase eon la equidaddel gobernador.—«Lo que está escrito, está escrito,» respondíael mercader, repasando las cuentas de su rosario.Las puertas del palacio estaban abiertas, y elpueblo se precipitó en el patio donde grave é impasibleestaba el gobernador calmando con la mano ála escitada multitud. Se presentaron los dos acusadoresy el bajá les ordenó que hablasen sin miedo.— Justicia para todos; dijo en voz alta, este esmi deber. Rico ó pobre, ningún ladrón encontrarágracia conmigo.—Dios es grande y el bajá es justo, esclamó lamultitud, y acto continuo trajeron delante del tribunalá cuatro mercaderes, que temblando demiedo besaron el Koran y juraron que Ornar leshabia comprado todos los trigos llegados de Egipto.— ¡Muera! ¡Muera! gritaba la multitud. /El bajá dio á entender por señas, que quería oíral acusado y se restableció el silencio.— ¡Oh mi dueño y señor! Dijo Ornar prosternándosecon la frente contra la tierra; vuestro esclavose entrega á vuestra voluntad. Dios bendiceá los que perdonan y mientras mas pequeño es eldelincuente, obra mas meritoria es no aplastarle.El mismo Salomón se apartó de su camino por noaplastar una hormiga. Cierto es, que yo he compradoalgunas cargas de trigo en el puerto de Djedhad,como todo honrado mercader puede hacerlo,


74 EL TRÉBOLpero esceptuando mis enemigos, nadie hay que ignoreque yo he hecho esta compra por cuenta delSultán mi señor. Ese trigo se destina á las tropascolocadas en el camino de la Meca para protejer álos que Tan á esta santa ciudad en peregrinación.Esto es al menos, lo que me ha dicho el secretariode vuestra señoría al darme en vuestro nombre eldinero que un pobre mercader como yo no podíaadelantar.Perdonad si no os he enviado antes los mil ardebsde trigo que me encargasteis; el jefe de lapolicía os podrá decir que solo la fuerza me lo haimpedido.—¿Qué hablas de mil ardebs de trigo? Esclamóel gobernador con voz terrible.—Perdón señor, prosiguió Ornar con voz entrecortada,estoy tan turbado que es fácil me equivoque.Son me parece mil quinientos ardebs, añadiófijando la mirada en el contraído rostro del gobernador,ó dos mil.—Son tres mil, interrumpió el secretario, alargandoun papel al gobernador. Hé aquí le orden remitidaá esc mercader y sellada con vuestro sello.—¿Y se le han entregado los fondos? Preguntóel bajá dulcificando la voz.—Si señor, dijo Ornar saludando de nuevo, eljefe de la policía aquí presente os dirá que me remitióla orden. Vuestro secretario me adelantó antesde ayer, las doscientas mil piastras de que tenianecesidad para las compras. Debo pues, doscientasmil piastras ó tres mil ardebs de trigo.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 75—Entonces á ¿qué viene todo este alboroto? Esclamóel bajá fijando su mirada colérica en los dosacusadores. ¿De este modo se respeta al sultánnuestro dueño?•Han de morirse de hambre en el desierto I >ssoldados que protegen la santa peregrinación?Agarradme á esos dos bribones y eme le apliquen ácada uno treinta palos en las plantas cielos pies.Justicia igual para todos. No hay piedad para loscalumniadores. Acusan' á un inocente, es mas quequitarle la vida.—Bien dicho csclamó el auditorio, el bajá tienerazón.Una vez pronunciada la sentencia, cuatro soldadoscogieron al carnicero, le amarraron los pies áun barrote de madera y un arnaute armado Je ungrueso bastón, comenzó á golpearle con tocia sufuerza en la planta de los pies. El carnicero se picabade valiente, contó en alta voz los golpes querecibía, y acabado el suplicio salió en brazos de susamigos lanzando á Ornar una mirada furiosa.El hombre de la oreja cortada, era menos resuelto.Cada vez que le tocaban prorumpia en un¡Alah! que partía el corazón. Al duodécimo golpe,Ornar besó la tierra delante del gobernador y pidiógracia para el culpable, la cual le fué concedida. Nocontento con esto puso un duro en manos del paciente,de manera que todos lo pudieran ver, declarandoque aun le quedaban treinta ardebs detrigo que repartiría entre los pobres. No fué menestermas para que volviese á su casa acompañado


76 EL TRÉBOLde las bendiciones de los mismos que una hora antesquerían hacerle pedazos. Elogios ó amenazas,Ornar lo recibía todo con la misma humildad ó lamisma indiferencia.—Dios sea alabado, esclamó al verse sano y salvoen su casa, el bajá me ha apretado la mano unpoco; pero ya es mió.Tranquilo por esta parte, prosiguió el hijo deMansjr en sus ingeniosas combinaciones. Al despertaruna mañana los trancantes en esclavos, supieroncon el mayor gusto, que el precio de susmercaderías habia doblado; pero por desgracia eldia anterior se habían deshecho de las existencias.Ornar obedeciendo órdenes llegadas de Egipto loshabia comprado todos. Al mes siguiente, le tocó elturno al arroz; después al tabaco, la cera, el café,la azúcar y la pólvora. Todo subia de precio; perosiempre eran los corresponsales de Ornar los quese aprovechaban de estas operaciones. Poco á pocose convirtió Djeddah en un mercado opulento, enel cual .bundaban de tal modo las riquezas, que lospobres no sabían como hacer para no reventar dehambre. Las gentes listas, encontraban sin embargomedios de hacer fortuna captándose la benevolenciadel egipcio.En cuanto á Ornar, sentado siempre en su despacho,y cada dia mas dulce y obsequioso con losque necesitaba, dejaba correr las horas contandopor los granos del rosario los millones de piastrasque de todas partes venían á aumentar.su tesoro.Decía para si que por mas que algunos le des-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 77preciasen, era el amo de los hombres, y que si lonecesitara para salir adelante en un negocio, teniadinero suficiente para comprar el sultán y con él suserrallo.Pero nadie es impunemente rico. El dinero, elamor y el humo no se pueden ocultar. Apesar detoda su modestia, recibió Ornar una invitación delgran Sherif de la Meca, pidiéndole que fuese áTayf para ocuparle en un asunto importante, quesolo á él podia confiar el descendiente del profeta.El mercader no se sentió muy halagado por elhonor que le hacían.El rico, pensaba, tiene dos clases de enemigos:los pobres y.los poderosos. Los primeros son comola hormiga, que grano á grano desocupan una casa:los segundos se parecen al león, rey de los ladrones:de una zarpada nos desuellan. Pero con pacienciay astucia se defiende uno mejor del leónque de la hormiga. Veamos lo que desea el sherif.Si trata de engañarme, trabajo le doy. si paga hágasesu voluntad, hasta donde alcance su dinero.Lleno de tan profunda veneración hacia el gefede los creyentes, tomó Ornar el camino de Tayf.La vista del desierto cambió bien pronto el cursode sus ideas: las tiendas movibles, los grupos depalmeras sembrados en los arenales, le sugirieronel recuerdo de su infancia y por primera vez seacordó de su hermano Abdallah.—Quién sabe, dijo pero sí, si por casualidad lonecesitaré para algo.


CAPÍTULO VILBARSIM.Mientras que el hijo de Mansar se entregaba ála avaricia como si nunca debiera morir, Abdallahcrecia en piedad, juicio y virtudes. Siguiendo laprofesión de su padre, se ocupaba en escoltar lascaravanas que cruzan entre Yambo, Medina y laMeca. Ardoroso y atrevido como el caballo de combatecuando sacude sus crines, y prudente comoun anciano, habia sabido ganarse la confianza delos mas ricos mercaderes. A pesar de su juventud,se confiaban á su custodia la mayor parte de los peregrinosque en el mes sagrado llegaban de todoslos puntos del globo á dar siete vueltas alrededorde la Santa Kaaba, acampar en el monte de Araraty hacer sus sacrificios en el valle de la Mina. Estosviajes no dejaban de ser peligrosos: mas de una vezhabia espuesto el beduino su vida defendiendo á


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 79los que se colocaban*bajo su amparo; pero se habíabatido siempre con tanto valor, que ya comenzabaná temerle y á respetarle. El viejo Hafiz no abandonabajamás ásu discípulo, y aunque estropeado, leera en estremo útil. Corazones resueltos y brazosvigorosos se encuentran fácilmente; lo que es muydifícil hallar es un amigo fiel y un consejero razonable.Aquella vida mezclada de reposo y sobresaltos,de paz y peligros, ofrecía atractivos al hijo de Yusuf.Su única ambición era vivir con fama de valiente,y en caso ele necesidad, morir como un soldado,de la manera, que había muerto su padre. Supensamiento no iba mas allá. Sin embargo, una nubeempañaba el cielo de aquel alma serena. Halimale había hablado del Dervis, y el hijo del desiertopensaba constantemente en aquella yerba misteriosaque daba á su poseedor la virtud y la dicha.Hafiz fué el primero á quien Abdallah confió elsecreto de su corazón, pero el prudente musulmáncreyó ver en este pensamiento una seducción deldemonio.— ¿Para qué te atormentas? Decía á su discípulo.Dios ha consignado en el Koran la manera deagradarle. Dios no tiene mas que una voluntad.Hagamos lo que manda y no nos inquietemos. Diosno tiene necesidad de nosotros para que las cosaslleguen á su fin.Estas palabras no calmaban la curiosidad de Abdallah.Hafiz le habia referido tantas maravillas, delas cuales no dudada un punto, que no se le hacía


80 EL TRÉBOLimposible la existencia de .aquel talismán misterioso.Y si existia ¿por qué un creyente no habia depoder encontrarlo?«Los que vivimos en el desierto bajo la tienda,pensaba el beduino, somos unos ignorantes: ¿quiénme priva interrogar á los peregrinos? Dios hasembrado la verdad por toda la tierra, ¿quién sabesi algún hadji del Oriente ó del Occidente conoce elsecreto que busco? Yo no creo que el dervis dijerapor burla á mi madre que, con ayuda de Dios, encontraríael camino derecho.»Pasado algún tiempo, condujo el beduino á laMeca una caravana de peregrinos venidos de Egipto.A la cabeza de la espedicion iba un médico quehablaba mucho, reia mas y parecía no dudar de nada.Era, según dijeron, un francés que habia abjuradoel error para entrar al servicio del bajá. Abdallahse resolvió á interrogarle.Pasando cerca de una pradera, cogió un pié detrébol en flor, y presentándolo al estrangero, ledijo:—¿En tu país conocen esta yerba?—Sí tal respondió el médico; esto es lo que vossotrosllamáis barsim y nosotros Irifolium. Es el trébolde Alejandría, familia de las leguminosas, cáliztubular, corola persistente, hojas divididas entressegmentos ó folículas, algunas veces en cuatro yhasta en cinco, pero esto es una escepcion, ó comodecitnos nosotros, un monstruo.—En tu país no hay, pues, trébol que constantementetenga cuatro hojas.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 81—No, ni en mi país ni en ningún otro.por qué me preguntas eso?¿PeroAbdallah le hizo saber el motivo de su pregunta,y elestranjero se echó á reir cuando lo supo, diciéndole:—Muchacho, el dervis se ha burlado de tu madre.Ella le pidió una cosa imposible y él se la prometiócon una condición, mas imposible todavía.—Y si Dios quisiera, ¿por qué no habia de crearun trébol de cuatro hojas? preguntó Abdallah,quien mortificábala desdeñosa sonrisa delestranjero.á—¿Porqué? porque en un punto de su desenvolvimientoprodujo la tierra todas las plantasvirtud de una fuerza germinativa que se ha agotado.Desde los tiempos del rey Salomón no hay yanada nuevo en cuanto el sol alumbra.—Y si Dios hace un milagro, interrumpió Hafizaproximándose á los viajeros. ¿Se ha agotado Dios?El que en el espacio de dos dias sacó del humo lossiete cielos y las siete tierras, colocando á quinientasjornadas de camino los unos de los otros: el quemandó á la noche que envolviese al dia, el que hasembrado la vida por todas partes, ¿no puede añadiruna nueva yerbecilla á los millones de plantasque ha creado para sustento y regocijo del hombre?—Ciertamente puede, contestó el médico en tonoirónico; yo soy demasiado buen musulmán parapretender lo contrario. Dios podría también enviarun trueno y un rayo para encender mi pipa queacaba de apagarse; pero no quiere. Por el contra-6en


82 EL TRÉBOLrio, lo que desea es que te pida un poco de yesca yfuego. Y dicho esto, se puso á silbar un aire estranjeromientras llenaba su pipa.—Malditos sean los impíos, esclamó el Cojo.Ven, Abdallah, deja á ese incrédulo, cuyo alientomata. Para castigar nuestras culpas, ha dado Diosla ciencia á los francos, pero esa ciencia, que es supoder, sirve al mismo tiempo para castigar su orgulloarrojándolos mas violentamente en el abismode la perdición. ¡Insesatos, que para negar á Diosse sirven de su poder y del constante milagro desu bondad! Anda, infiel, añadió levantando las manosal cielo, como si llamara al rayo para que descargasesobre la cabeza del renegado, ¡anda desagradecido,que has vuelto las espaldas al Señor!Dios ve el fondo de tu alma y morirás presa de ladesesperación, siendo tu alimento perpetuo los frutosespinosos y envenenados del árbol del infierno.Al estremo opuesto de la caravana iba un persade barba blanca como la nieve y la cabeza cubiertacon un gorro de piel de carnero negro: era el maspobre y el mas anciano de todos, y al mismo tiempoel que miraban con mas desden por pertenecerá un pueblo herético. Al viejo parecia importarlepoco su ancianidad, su soledad y su pobreza. Nohablaba con nadie, comia poco y fumaba todo eldia. Encaramado sobre un camello escesivamenteflaco, dejaba correr las horas repasando entre susdedos las noventa y nueve cuentas de su rosario,levantando alcielo su temblorosa cabeza y murmurandopalabras estrañas. La dulzura y la piedad de


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 83aquel pobre hombre habían llamado la atención deAbdallah, que buscó á su lado un refugio contra laironía del incrédulo.El animado rostro y la brillante mirada del jovenguia, hicieron buena impresión en el dervis.que sonriendo con amabilidad, se adelantó ala confidenciaque adivinaba.—¡Hijo mió, dijo á Abdallah, que Dios te dé eltalento de Platón, la ciencia de Aristóteles, la fortunade Alejandro y la dicha de Cosroés!—¡Padre mió! esclamó el joven, dices bien;ciencia me hace falta; pero no la ciencia del pagano,sino la del verdadero musulmán, á quien la feabre el tesoro de la verdad.—Habla, hijo mió, replieó el viejo, acaso puedayo servirte. La verdad es como la perla, solo la poseeel que se sumerge en el fondo de la vida y seensangriéntalas manos en los escollos del tiempo.Lo que buscas tal vez lo habré yo encontrado y¿quién sabe si te podré dar esa luz que deseas yque ya no tiene valor para mis debilitados ojos?Seducido por tanta bondad, refirió el beduinola causa de sus inquietudes al anciano, que le escuchabaatentamente. Acabada la relación de Abdallah,el persa, por toda contestación, secó del tapizen que estaba sentado un velloncillo de lanablanca que arrojó al aire: después, agitándose comoun hombre embriagado, y mirando á Abdallahcon estraña impresión, improvisó los siguientesversos:


EL TRÉBOLNoble ciprés esbelto,flor de oscura corola,joven de ojos mas negrosque noche triste y sola.¿Ves ese vellón blancoque leve el aire arroja?Así pasan los dias,y pasan y no tornan.Menos pronto de galasdesnúdase la rosa;la lluvia, menos prontola leve arena moja;que de la vida pasanplaceres y zozobras;pasan como los sueñospasaron á la aurora.¡Tan solo Dios es grande!Si quieres que tus obraslos ángeles conservenperpetua en su memoria,refrena las pasionesque son mortal ponzoña,y limpio á las alturastu espíritu remonta.El cuerpo es para el almaprisión humilde y toscade luz de amor en buscadichoso el que la rompa;


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 85Dichoso el que á Dios subey en su esplendor se arroba,y puede quemar su almade amor en lumbre ignota.—Tus palabras me conmueven, pero no has respondidoá mi pregunta.—Pues qué, hijo mió, esclamó el místico, nocomprendes lo que quiero decir? El trébol de cuatrohojas no existe en el mundo y es preciso buscarlofuera de él. El trébol de cuatro hojas es unemblema. Es lo inefable, lo infinito. ¿Quieres obtenerlo?yo te revelaré el secreto. Ahoga en tí todomovimiento de los sentidos corporales. Sé sordo,ciego y mudo: abandona la ciudad de la existenciapara convertirte en un viajero en el reino de lanada; abísmate en el éxtasis y cuando ya no lata tucorazón, cuando te hayas ceñido la gloriosa coronade la muerte, entonces, hijo mió, encontrarás elamor eterno y te.confundirás en él como una gotade agua que cae en la inmensidad de los mares.Esta es la verdadera vida. Cuando no existía nada,existía el amor; cuando nada quede, el amor durarátodavía; fué el primero y será el último; es Diosy hombre; Criador y criatura; es la cima y el abismo;lo es todo.—¡Anciano! esclamó el beduino espantado, laedad debilita tu razón y no conoces que blasfemas.Solo Dios existia antes que el mundo, y solo Diospermanecerá cuando se desplomen los cielos yaplasten la tierra. El es el primero y el último, el


8b'EL TRÉBOLvisible y el escondido, el poderoso y el sabio; el emetodo lo sabe y todo lo puede (1).El viejo no oia nada; hubiérase dicho que soñabadespierto; sus labios se agitaban velozmente, sumirada fija se perdía sin objeto en el espacio; unavisión arrastraba lejos de la tierra el espíritu deaquella víctima de las ilusiones satánicas.Abdallah, preocupado y triste, volvió al lado deMatiz y le refirió su nuevo desengaño.—Hijo mió, le dijo el Cojo, huye de esos insensatosque se embriagan con el humo del opio ó delcáñamo. Son idólatras que se adoran á sí mismos.¡Pobres locos: ¿La pupila crea la luz? La inteligenciadel hombre inventa la verdad? ¡Desdichado elque saca de su imaginación un mundo mas vano yligero que la ampolla de jabón con que juega el niño!¡Desdichado el que coloca al hombre en el tronode Dios! Desde el punto en que se pone el piéen la ciudad de los sueños, ya no hay salvación posible.Dios se borra, la fé se estingue, la voluntadse desvanece, se ahoga el alma y comienza el reinadode las ti nieblas y de la muerte.(!) KOMI), LVIL 1-4.


CAPÍTULO VIIIEL JUDIO.La juventud es la época de los deseos y las esperanzas.A pesar de los desengaños, Abdallah nose cansaba de interrogar á los peregrinos que conducíaá la Meca, contando siempre con alguna casualidaddichosa: pero la Persia, la Siria, el Egipto,la Turquía y la India permanecían mudas; nadiehabia oido hablar del trébol de cuatro hojas. Hafizcensuraba una curiosidad que podia convertirse enpecado. Ilalima consolaba á su hijo haciéndolecreer que ella abrigaba también esperanzas de encontrarle.Un dia que Abdallah, retirado al fondo de sutienda y mas triste que de costumbre, se preguntabasi no haría bian abandonando la tribu para iren busca del talismán misterioso, entró un judíoen el aduar para pedir limosna y buscar el refugio


88 JEL TRÉBOLde Lina noche. Era un viejecillo cubierto de harapos,y tan seco que parecia una osamenta escapadadel sepulcro y envuelta aun en los girones del carcomidosudario. Se apoyaba en un palo y arrastrabalentamente los pies liados en algunos pedazosde tela sangrienta y fangosa: de vez en cuando levantabala cabeza para mirar á su alrededor é implorarla piedad de los pasajeros. Su frente amarillay surcada de arrugas profundas, sus párpadosrojizos, sus labios delgados que cubrian apenas lasencías faltas de dientes, la luenga y desordenadabarba que caia hasta cubrirle el pecho, todo revelabaen su persona el sufrimiento y la miseria.El estranjero vio á Abdallah, y alargando en sudirección una mano descarnada y temblorosa, murmurócon voz desfallecida:—Señor de la tienda, lié aquí un invitado porDios.Absorto en sus pensamientos, el hijo de Yussufno oyó una sola palabra. Ya el viejo habia repetidopor tres veces la salutación, sin lograr que leoyesen, cuando por desdicha suya volvió la cabezahacia una tienda próxima donde una negra dabade mamar á su hijo.Al ver la mujer al judio, ocultó su cria para preservarladel mal de ojo, y saliendo de la habitacióncomenzó á gritar dirigiéndose al peregrino:—Huye de aquí, lapidado, vienes á traernos algunacalamidad? ¡Ojalá te maldiga Dios tantas vecescomo pelos tienes en la barba!Y llamando á los perros los azuzó contra el in-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 89feliz. El viejo trató de escapar, pero se le enredaronlos pies en la túnica y cayó dando gritos dolorosos.Aquellos gritos hicieron volver en si á Abdallahpara quien fué obra de un momento correr al auxiliodel judio, castigar los perros y amenazar la esclava.Después tomó al mendigo en sus brazos, locondujo á la tienda y le lavó los pies y las manoscurándole las heridas, mientras Halima le presentabadátiles y leche.—Hijo mió, deja que te bendiga, e--clamaba elviejo llorando; la bendición del mas miserable delos hombres es siempre grande á los ojos de Dios.Que El te dé la sabiduría, la paciencia y la paz, yahuyente de tu corazón los celos, la tristeza y el orgullo.Hé aquí los bienes; bienes que ha prometidoá los que como tú son generosos.Aquella misma tarde reunidos alrededor de unafrugal comida, Hafiz, Abdallah y el judío hablaronlargamente de diversas cosas, aunque el Cojo tratabaen vano de disimular su repugnancia hacia elhijo de Israel. Abdallah por el contrario, escuchabaal viejo con muestras de profundo.interés, porquehablaba desús viajes, y estos habian sido muy largosy por paises remotos. Conocía á Máscate en laIndia y toda la Persia; habia visitado el pais de losfrancos y atravesado los desiertos del África; enaquel momento llegaba de Egipto atravesando elSudam y se encaminaba á Jerusalen por Siria.—Y lo que he buscado en estos largos viajes,decia el judío, no es ciertamente la riqueza: mas de


90 EL TRÉBOLuna vez la lie visto brindándome con sus dones alborde de mi camino y he pasado adelante. La pobreza,han dicho nuestros sabios, sienta á los hijosde Abrahan como el arnés rojo al caballo blanco.Lo que busco desde hace cincuenta años al travésde los desiertos y los mares, de las fatigas y las miserias,es la palabra de Dios, la tradición santa ymisteriosa. La palabra no escrita y que Dios hizosonar al oido de Moisés sobre el monte Sinai. Moisésla confió en depósito á Josué, Josué la trasmitióá los setenta ancianos, los ancianos á los profetasy los profetas á la Sinagoga. Después de la ruinade Jerusalem, nuestros maestros la han recogidoen el Talmud, pero ¡cuan destrozada é incompleta!Dios, para castigar las culpas de nuestrospadres, rompió la verdad y arrojó los pedazos áloscuatro vientos del cielo. ¡Dichoso el cpie logre reuniresos fragmentos esparcidos! ¡Dichoso el queencuentre un rayo de la luz divina! Los hijos delsiglo pueden perseguirle con su desden ó su odio;las injurias son para su alma lo que las tempestadespara la tierra, que al desgarrarla la refrescan y fecundan.—¿Y sois vos por ventura ese hombre? esclamóAbdallah conmovido con aquellas palabras hasta elpunto de olvidar que estaba hablando con un infiel,¿vos habéis descubierto ese tesoro y poseéis la verdadcompleta?—Yo no soy mas que un gusano de la tierra,pero desde mi niñez he preguntado á los sabios paraque me revelasen los secretos de la ley: he bus-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 91cado en la cabala las riquezas que no tienen valoren el mercado del mundo: he hecho esfuerzos paraconocer el lenguaje de los números que es la llavede toda verdad. Hasta donde he llegado sólo Dioslo sabe, y á él pertenece la gloria. Una cosa haycierta, y es que el ángel Raziel inició á Adam en todoslos misterios de la creación. ¿Se ha perdido estarevelación? ¿Quién se atreverá á afirmarlo? Elhombre que logre levantar una sola punta de esevelo misterioso, nada tiene que temer ni esperaren la tierra. Ya ha vivido, puede morir en paz.—Padre mió, preguntó Abdallah temblando,¿habla vuestra ciencia de una yerba santa que da áun tiempo la felicidad y la sabiduría?—Sin duda alguna, respondió el viejo sonriendo;en el Zohar (1) entre otras maravillas se hablade ella.—Es el trébol de cuatro hojas, ¿no es verdad?—Tal vez, replicó el judío frunciendo el entrecejo.¿Cómo ha llegado hasta tí ese nombre?Después que el hijo de Ynsuf acabó de referirlecomo lo sabia, el viejo le miró con espresionde ternura y le dijo:—Hijo mió, á veces vale mas el pobre que el ricopara pagar la hospitalidad, porque por el pobrey el desamparado paga Dios. El secreto que buscaslo encontré hace tiempo en el fondo déla Persia.Tal vez Dios me ha traído aquí para que te revelela verdad. Oye, y graba en tu corazón lo que voyá decirte.(1) El libro del Esplendor, es una obra cabalística.


92 ÉL TRÉBOLHafiz y Abdallah se aproximaron al viejo, queen voz baja y misteriosa, les contó lo que sigue:—Ya sabéis que cuando el Señor arrojó del Paraísoá nuestro primer padre Adán, le permitiótraer á la tierra la palmera que debía alimentarle yel camello hecho del mismo barro que el hombre yque no puede vivir sin él.—Verdad es, dijo el Cojo. Cuando nacen los camellos,son tan débiles, que morirían á poco de nacidossi no se les sostuviera la cabeza llevándola álas tetas de la madre. El camello se ha hecho paranosotros como nosotros para el camello.—El judio prosiguió:—Cuando la espada de fuego, suspendida sobrela cabeza de los culpables, los empujaba hacia laspuertas del Paraíso, Adán arrojó una mirada de desesperaciónhacia aquel lugar de delicias que le eraforzoso abandonar, y para llevar consigo un últimorecuerdo cortó una rama de mirto. El ángel no seopuso: recordaba que obedeciendo un mandato deDios habia adorado', no hacia mucho, á aqu ;1 miserablemortal que entonces le inspiraba lástima.—También es verdad, interrumpió Hafiz. Esamisma rama de mirto fué la que dio mas tardeChoaib á su yerno Moisés y convertida en cayado,con el que guardó los rebaños, sirvió luego al profetapara hacer sus milagros en Egipto.—Eva también, continuó el viejo, se detenia llorosacontemplando aquellas flores y aquellos árbolesque no debía ver mas; pero la espada se manteníainflexible, era preciso andar sin detenerse bajo


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 93el peso de la maldición. Al salir, cogió Eva otra delas plantas del Paraiso y tampoco se opuso el ángel.¿Qué planta era aquella? La misma Eva lo ignoraba.La habia cogido al paso cerrando la mano en elmomento de cogerla. Lo mas prudente hubiera sidocontinuar así, pero también entonces pudo mas quenada la curiosidad, y Eva abrió la mano y se detuvoá verla. La planta que habia cogido era la mashermosa de las plantas del jardín celeste, era eltrébol de cuatro hojas. Una de las hojas era rojizacomo el cobre, la otra blanca, como la plata, la terceraamarilla como el oro y la cuarta resplandecientecomo el diamante. Eva contemplaba absortasu tesoro cuando le tocó la llama de la espada. Sucuerpo se agitó estremecido, se abrió su mano ydejó escapar el trébol que se deshojó al caer. Lahoja de diamante cayó en el Paraiso, las otras treslas arrebató el viento para esparcirlas al azar sobrela tierra. ¿Dónde cayeron? Este secreto solo Dioslo conoce.—¿Cómo, esclamó el beduino, no se han vueltoá ver mas?—No: ó al menos yo no lo sé, respondió el judío.Tal vez esta historia no es mas que una alegoría,bajo cuyo velo se oculta alguna profunda verdad.—¡Oh! no es posible, dijo Abdallah. Padre mió,interrogad vuestros recuerdos, acaso encontrareisen ellas algún indicio. Yo necesito esa planta, laquiero y la obtendré con la ayuda de Dios.> El viejo ocultó su frente entre las manos y permaneciólargo tiempo como sumergido en una pro-


94 EL TRÉBOLfunda meditación. Ábdallahy Hafiz se atrevian apenasá respirar, temiendo distraerle.—Inútilmente revuelvo las ideas en el fondo dela memoria,'esclamó al fin el judio,nada. Veamos si mi libro me enseña algo.no encuentro—Esto diciendo, sacó un manuscrito amarillento,cubierto con una piel grasicnta y oscura, y hojeándolelentamente,comenzó á examinar con gran atenciónsus cuadrados geométricos, esferas concéntricasy alfabetos mezclados con mímeros.—Fléaqui, esclamó, cuatro versos que recitan enel Sudan y que acaso nos interesan. Yo, hasta ahora,no he podido alcanzar su significado.Crece escondida álos humanos ojosla yerba del misterio;y en vano es que la buscjues en el mundoporcjue habita en el cielo.—Calma, calma, añadió dirigiéndose á Abdallahque parecía agitado; las palabras tienen mas de unsentido. El pueblo ignorante quiere encontrarlola superficie; los sabios le siguen hasta el fondolos abismos y allí se apoderan de él, gracias al maspoderoso délos útiles, la santa década delosSefiroth.¿Tú no sabes lo que ha dicho uno de nuestros maestros,el rabí Halafata, hijo de Dozza? Pues oye:En vano buscas el cieloen ese azul pabellón,con su luna, sus estrellas,y su deslumbrante sol;ende


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 95El cielo mas luminosolo ha puesto en el alma Dios;el Paraiso lo llevael justo en su corazón.—Sí continuó el judío elevando la voz, entreveouna luz que me guia. Dios me ha puesto en tu caminopara que consigas lo que deseas; pero guárdatemucho de adelantarte ásu voluntad guiado poruñaimpaciencia tan criminal como inútil. Sigue lospreceptos de la ley; practica sus mandamientos, hazun cielo de tu alma: acaso un día, cuando menos loesperes,encontrarás la ansiada recompensa. Estoesal menos todo lo que mi ciencia puede enseñarte.—Bien dicho, esclamó Hafiz, y poniendo su manosobre el hombro de Abdallah, añadió: Sobrino,Dios es dueño del tiempo, obedece y espera.


CAPÍTULOIX.LOS POZOS BE ZOBEIDA.La noche pasó dulce y tranquila para Abdallah,que mas de una vez vio en sueños el trébol misterioso.La mañana siguiente quiso detener al hombreque le habia devuelto la esperanza y que considerabaya por ello como un escelente amigo: el judíorehusó obstinamente.—No, hijo mió, contestó, ya es bastante haberpasado una noche, en tu tienda: el estranjero el primerdia es un huésped, el segundo una carga, el tercerouna calamidad. Nada tienes ya que preguntarmeni yo que decirte, tiempo es de separarnos. Dejatan solo que te dé una vez mas las gracias y niegueá Dios por tí. Si no tenemos la misma kibla (1),(1) La kibla es el punto del horizonte hacia que se vuelveelrostro para orar. Los mahometanos lo -vuelven hacia laMeca y los judíos hacia Jerusalem.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 97al menos somos ambos hijos de Abraham y adoramosal mismo Dios.Todo lo que el hijo de Yusuf pudo conseguirdel judío, fue que montase sobre un camello dejándoseacompañar por los dos amigos hasta lamitad de su jornada. Hafiz habia acabado por aficionarseal estranjero y Abdallad esperaba que lediese alguna nueva luz acerca del objeto de su anhelo;pero la vista del desierto despertó en la mentedel judío otras ideas y no volvió á ocuparse dela historia de la víspera.—Si no me engaño, dijo el viajero á Hafiz, vamosá encontrar en nuestro camino los pozos quehizo escavar en otros tiempos la sultana Zobeidacuando llevó á cabo su peregrinación á la Meca.—Sí por cierto, respondió el Cojo, ese es el recuerdoque Harum-al-Rashid dejó en nuestras comarcas.Al califa y á su piadosa mujer debemosnuestros mas hermosos jardines.—Dichoso recuerdo, dijo el judío, y que duramas que lo que los hombres llaman gloria: es decir,que la sangre inútilmente derramada y los tesoroslocamente prodigados.—Tú hablas como verdadero hijo de Israel, dijoHafiz.Vosotros sois, por decirlo así, un pueblo demercaderes; pero un beduino no puede pensar delmismo modo. La guerra es lo mejor que hay enel mundo. El que no ha visto la muerte de cerca,no sabe todavía si es hombre. Es glorioso herircuando hay peligro en hacerlo, y derribar al con-7


98 EL TRÉDOLtrario y vengar á los que se, ama. ¿No piensas túcomo yo, sobrino?—Tienes razón, tio mió; pero el combate es unplacer á medias. Yo recuerdo el dia en que estrechadopor un beduino que me puso el cañón de supistola en las Bienes, le hundí mi sable en el pecho;cayó á mis pies y mi alegría fue grande, pero corta.Al ver aquellas ojos vidriosos, aquella boca llena deespuma y sangre, pensé que aquel hombre teniamadre, y que por muy orgullosa que se encontrarade haber dado á luz un valiente, tendría que resignarseá vivir sola y triste, como se quedaría mi madresi lo matasen á su hijo. Y aquel hombre era unmusulmán, esto es, un hermano.Quizás tienes razón, prosiguió el joven, dirigiéndoseal peregrino. La guerra seduce, pero combatiral desierto como lo hacia el califa y obligar ála soledad á retirarse vertiendo por todas partes lavida y la abundancia, es mas noble y mas consolador.¡Felices los que vivían en tiempo de la buenaZobeida!—¿Y por qué no imitar á los que se admira?preguntóel viejo á media voz y como si se dirigierasolamente al joven.—Esplícate, dijo el beduino; no te entiendo.—Ni yo tampoco, añadió el cojo.—La juventud tiene aun cerrados los ojos, y lafuerzade la costumbre enturbia los de la vejez.¿Por qué ha nacido un grupo de acacias en aquelterreno cuando todo es estéril á su alrededor? ¿Porqué las ovejas pacen la yerba verde allá abajo cuan-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 99do lo eme nos rodea es un arenal? ¿Por qué los pájarosque corren y saltan entre los pies de las ovejaspicotean el suelo que aun germina.'' Estáis viendoeso diariamente y porque lo veis diariamente nohacéis alto en ello. Así son los hombres: admiraríanal sol si el sol no saliese todas las mañanas.—Tienes razón, dijo Abdallah pensativo, debajode esa verdura hay agua: tal vez uno de los pozosabiertos en otra época por el califa.—¿Y como lo sabríamos? preguntó el cojo.—lié ahí una pregunta, respondió el judío, queno me harías si hubieras envejecido como yo, estudiandoel Talmud: oye lo que dice uno de nuestrosmaestros y comprende que toda ciencia estáencerrada en nuestra ley:«¿A qué se parecían las palabras de la Ley antesque Salomón hubiese aparecido? A los pozoscuya agua fría corre profunda, de modo que nadiepuede beber de ella. ¿Qué hizo entonces un hombreinteligente? Amarró cuerdas las unas á lasotras y amarró hilos los unos á los otros, y en seguidasacó agua y bebió. De esta manera Salomónpasó de una á otra alegoría y de uno á otro discurso,hasta que profundizó las palabras de la Ley (1).»—El que encontrara este manantial encontraríaun tesoro: quédate con nosotrosestranjero y buscaremosjuntos: tú nos ayudarás con tu ciencia y tendrástu parte.—No; respondió el judío, el que se consagra al(1) Midrasch del «Cántico de los Cánticos,» fol. í.


100 EL TRÉBOLestudio, se consagra á la pobreza. Hace cincuentaaños que la ciencia y yo vivimos bastante bien paraque trate de divorciarme de ella. La riqueza es unaquerida exigente, necesita todo el corazón y todalaexistenciadelhombre. Dejémosla para los jóvenes.El sol descendía á su ocaso; el viejo bajó de sucamello, dio las gracias á sus acompañantes, losabrazó con ternura, pero no les permitió que pasaranmas allá.—No os inquietéis por mí, les dijo, no hay temorposible cuando se lleva la pobreza por bagaje,la vejez por escolta y Dios por compañía.Después de decir estas palabras y de saludarlespor última vez con la mano, el judio se internó resueltamenteen el desierto.


CAPITULO X.LA HOJA HE COBRE.No fué difícil comprar aquel rincón de tierra enque la vista esperimentada del peregrino habia adivinadouna fuente.Hafiz, á quien, nunca abandonaba la prudencia,anunció que iba á constituir en aquel lugar un abrigopara sus ganados, y desde el primer dia amontonóá su alrededor ramos bastantes para ocultar álas miradas estrañas la obra misteriosa que iban áemprender.En donde quiera que hay mujeres y niños, securiosea y se charla. Bien pronto no se hablaba enla tribu de otra cosa que de Hafiz y su sobrino, loscuales, ai decir de los mas enterados del caso, pasabanlas noches escavando para descubrir un tesoro.Cuando los pastores llevaban los ganados alabrevadero y veian á los dos amigos cubiertos dearena, no faltaban chanzas y bromas.


102 EL TRÉBOL—¿Quién anda ahí? Preguntaban riendo. ¿Es unchacal que se refugia en su escondrijo? ¿es un dervisque se labra una celda? ¿es un viejo que se abreuna sepultura?—No, respondían ellos mismos; son mágicosque hacen un agujero para ir al infierno.—No hay cuidado, gritaban otros, ya llegaránantes de lo que se figuran.Y asi continuaban las risas y llovian los sarcasmos.Aun no se ha encontrado freno bastante fuertepara sujetar la boca del ignorante y del envidioso....Durante mas de un mes, Abdallah y su tio escavaroncon ardor el suelo: pero su obra avanzabapoco: la arena se venia abajo y durante la noche searruinaba el trabajo del dia. Halima fué la primeraen perder la paciencia y acuso á su hermano de habercedido á la locura de un niño.Poco á poco Hafiz fué desesperanzándose y dandooidos á los reproches de su hermana, abandonóla empresa.—Dios me castiga por mi debilidad, decia. Hicemal en dar oidos á aquel miserable impostor que seha burlado de nosotros. ¿Podia esperarse otra cosade los eternos enemigos del Profeta y de la verdad?Abdallah, aun viéndose solo, no se dejó abatirpor la adversa fortuna.—Dios es testigo, esclamaba, de que si trabajocon tanta obstinación no es por mí, es por mi pueblo.Si me equivoco ¿qué importan mis fatigas? Y silogro mi-empresa ¿qué importa el tiempo?


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 103Hechas estas reflexiones, empleo un mes en ponerpuntales y sostener las arenas: asegurada laobra comenzó do nuevo las escavaciones con masardor que nunca.Pasados quince dias del tercer mes, Hafiz aconsejadopor Halima quiso tentar un último esfuerzopara convencer á su sobrino que esperaba aun trabajandocomo un insensato, cuando su ti o le dabaejemplo de prudencia y resignación. Pero predicará Abdallah no era del todo fácil: el pozo tenia yatreinta codos de profundidad y el obrero estaba enel fondo. Hafiz se puso boca abajo sobre la arena yasomando la cabeza á la entrada del agujero, gritócon todos sus pulmones:—Criatura mas cabezudo que una bestia, ¿liasjurado enterrarte en ese pozo de maldición?—TÍO, respondió Abdallah con una voz que parecíasalir del infierno, puesto que estáis ahi. hacedmeel favor de tirar de la cuerda y vaciar las espuertasy así adelantaré doble en mi trabajo.—Desdichado, replicó Hafiz, ¿no te acuerdas delas lecciones que te di siendo niño? ¿tan poco respetasá tu madre y á mí que nos quieres llenar deamargura? ¿tet se han olvidado aquellas hermosaspalabras del Koran: «Los que fortifican su corazóncontra la avaricia serán dichosos?» ¿crees tú...— ¡Padre, padre! gritó de repente eljóven, ¡sientohumedad, el agua sube, ya la oigo!... ¡Socorredme,tirad pronto de la cuerda ó soy perdido!Hafiz se abalanzó á la cuerda, pero á pesar de laprontitud con que lo hizo y de su energía, sacó á


104 ÉL TRÉBOLAMallah cubierto de lodo, sin conocimiento y casiahogado. El agua mugía y borbotaba en el pozo.Abdallah vuelto en sí, oía acpuel ruido encantado;su corazón latia con violencia: Hafiz lloraba de gozo.De pronto cesó el ruido: el Cojo encendió unpuñado de yerbas secas y lo arrojó en el agujero: ámenos de diez pies de distancia se veía brilar comoun reflejo acerado: era un manantial. Descolgar unavasija y sacarla fué obra de un instante, el agua eradulce. Abdallah cayó de rodillas sobre la arena y seprosternó con la frente en el polvo. Hafiz hizo lomismo, pero al levantarse echó los brazos al cuellode Abdallah y le pidió perdón.Una hora después á pesar del gran calor del día,habían instalado los dos beduinos cerca de la fuenteuna gran rueda vertical armada de un rosario devasijas de barro, á la cual hacían dar vueltas dosbueyes; la safo/e/i gemidora, derramaba el agua sobrela yerba amarilla devolviendo á la tierra lafrescura de la primavera.Cuando llegó la tarde no fué preciso ir al abrevadero.Ganados y pastores se detenían delante dela fuente, y los zumbones de la víspera bajaban lacabeza confundidos y ensalzaban á Abdallah.—¡Lo habíamos previsto, decían los ancianos!—¡Dichosa la madre de tal hijo, repetían lasmujeres!—¡Feliz la esposa de ese valiente y hermoso joven,pensaban las muchachas! Y todos anadian:—¡Bendito sea el servidor de Dios y los hijosde sus hijos!


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 105Cuando toda la tribu estuvo reunida, el hijo deYusuf llenó un cántaro de aquel agua tan fresca comola de los pozos de Zem-Zem (1), y apoyándoleen su brazo dio de beber á su madre la primera ydespués á todos los presentes, bebiendo él el último.Al aproximarse la vasija á la boca, sintió unacosa fria en los labios: era una hojita de metal quela fuente habia arrastrado con sus aguas.—¿Qué es esto, tio? Preguntó á Hafiz. ¿El cobrese oculta en esta forma en el fondo de la tierra?—¡Oh hijo mió! esclamó el anciano, guarda esocomo el mas preciado de los tesoros. Dios te enviadpremio de tu trabajo y de tu constancia. ¿No estásviendo que es una hoja de trébol? La tierra mismase entreabre para traerte de sus entrañas esa yerbadel paraiso. Verdad es cuanto nos dijo aquel honradohijo de Israel.Espera, hijo mió, espera en Dios, á El sean dadastodas las alabanzas. ¡Al Incomparable, al Todopoderoso,al Único! Solo Él es grande.(1) Pozo sagra-do que se encuentra cu la Meca dentrodel perímetro del templo. Según la tradición es la fuente queel ángel hizo brotar en el desierto para apagar la sed deAgar y de Ismael.


CAPÍTULO XI.LOS JARDINES DE IREM.Jardines siempre verdes regados por arroyoscristalinos de aguas vivas: frutos que cuelgan alalcance de la mano, palmeras y granadas, un perfumeembriagador, una sombra eterna, lié aquí elparaíso que el libro de la verdad promete á los fieles.Abdallah habia logrado ver. un trasunto de eseparaíso en la tierra. Al cabo de algunos años no podíaimaginarse nada mas hermoso que su plantación,jardín lleno de frescura y de paz, encanto delcorazón y de los ojos. Las blancas clemátidas dabanvueltas alrededor del tronco de las acacias y los olivos:valladares de mirto cercaban con sus hojas,siempre verdes, los grandes cuadros donde crecíanel durah, la cebada y los melones: el agua fresca ysonora corriendo por diferentes conductos regaba elpié de los tiernos naranjos: durante la estación ha-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 107bia bananas, granadas y albaricoques, y siempremultitud de llores olorosas.En aquel dichoso asilo, al cual nunca se aprocsimóla tristeza, la rosa, el jazmín, la menta, elnarciso de ojos grises y el agenjo de flores azules,parecían sonreír á la vista, y cuando los ojos estabanya hartos de su hermosura todavía halagabasu dulce perfume.¿Qué espesura escapa á la penetrante vista clelpájaro?De todos los puntos del cielo habían acudidoesos amigos de los frutos y las flores. IIubiera.se dichoque conocían la mano que los alimentaba. Porlas mañanas, cuando salía Abdallah de su tiendapara estender el tapiz de la oración sobre la yerbahúmeda.aun por el rocío, le saludaban los gorrionescon sus picos alegres, las palomas torcacesocultas entre las anchas hojas de la higuera, arrullabanmas tiernamente; las abejas venían á posarsesobre sus hombros, las mariposas daban vueltasá su alrededor. Flores, pájaros, insectos y aguasmurmuradoras, todo cuanto vivía parecía darle gracias,y este concierto de cantos y murmullos elevabael alma de Abdallah hacia Aquel que le habíaconcedido la abundancia y la paz.El hijo de Iialiina, que nunca deseó para si lasriquezas, había hecho participar de ellas á todos lossuyos. En un estremo del jardín había abierto unestanque profundo, en el cual caia el agua á grandesborbotones guardando su frescura durante lasequía del verano. Los pájaros que revoloteaban


108 EL TRÉBOLalrededor, atraían desde lejos las caravanas.¿De dónde viene este agua? decían los camelleros.Al cabo de tantos años como hace que cruzamosel desierto, nunca habíamos visto esta cisterna.¿Nos hemos estraviado quizás? Llenamos losodres para siete dias y hé aquí que encontramosagua á la tercera jornada. ¿Por ventura son estoslos jardines de Irem (2) visibles á nuestros ojos mercedá un prodigio?ííalima respondió á los camelleros:—No, estos no son los jardines de Irem, esto noes el palacio del orgullo: lo que veis es obra deltrabajo y la oración; Dios ha bendecido á mi hijoAbdallah.Y el pozo ?e llamó desde entonces el pozo de laBendición.(2) Choddal), rey del pueblo de Ad, habiendo oído lasalabanzas del Paraíso y sus delicias, quiso levantar un palaciorodeándole de jardines, cuya magnificencia fuese superiorá los del paraíso.


CAPITULO XII.LOS DOS HERMANOS.Tres cosas cautivan la mirada, dice un proverbio:el agua comente, la A r erdura y la belleza. Halimaeme comprendía lo que faltaba á aquel jardíntan verde y tan bien regado, repetía con frecuenciaá su hijo que un hombre no debe dejar eme sepierda el nombre de su padre; pero Abdallah haciapoco caso de sus amonestaciones y nada estabamas distante de su pensamiento que el matrimonio.Los deseos de su alma se reconcentraban en otropunto: contemplando la hoja del trébol se preguntabapor medio de qué acción, ó merced á qué virtudpodría complacer á Dios, de modo que le concedieseel único bien que deseaba. En el corazónhumano no hay lugar parados pasiones.Una tarde cjue Hafiz, secundando los deseos desu hermana, desplegaba tocia la elocuencia para decidirá aquel potro salvaje á aceptar el freno, se


i 1.0EL TRÉBOLoyeron á lo lejos varios tiros: era la señal ele laaproximación ele una caravana. Abdallah se levantópara salir al encuentro de los estranjeros, dejandoá su madre y á su tio con menos esperanzasque nunca de conseguir su intento.No tardó mucho en volver conduciendo á latienda un hombre joven aun, pero ya grueso y pesado.El estranjero saludó al Cojo y á su hermanamirándolos con grande atención, después fijandosus ojillos en Abdallah, preguntó:—¿No es esta la tribu de los Bcni-amers y estala tienda de Abdallah hijo de Yusuf?—Abdallah es el que tiene la honra de recibiros,contestó el joven, y cuanto veis aquí perteneceá vuestra señoría.—¡Pero es posible! csclamó el recienveniclo,diez años de ausencia me han desfigurado de talmodo, que ya soy un estranjero en esta habitación.¿Abdallah ha olvidado á su hermano? ¿Mi madre notiene ya. mas que un hijo.La alegría de volverse á ver después de unaausencia tan larga fué inmensa. Abdallah no secansaba de abrazar á su hermano y Halima acariciabaalternativamente á sus hos hijos. Hafiz pensabaentre tanto que el hombre es naturalmenteinclinado á la desconfianza. Acusar ele ingratitud alegipcio era un crimen y este crimen lo había cometidoel anciano pastor multitud de veces.Acabada la comida y después que trajeron laspipas, Ornar tomó la palabra estrechando afectuosamentela mano del beduino.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 111—Qué feliz soy al volver á verte; y tanto mascuanto que vengo á hacerte un favor.—Habla hermano, dijo Abdallah. Como nacíaespero ni temo sino de Dios, ignoro que favor podráshacerme. No obstante, el peligro se sueleaproximar sin que se le sienta, y en estos casos nadareemplaza ala previsión de los que nos quierenbien.—No se trata de peligros sino de fortuna, replicóel hijo de Mansur. He aquí lo que me trae.Vengo de Taif, á donde el gran sherif me habiallamado. Ornar, me dijo al verme en su presencia,sé que eres el mercader mas rico y mas prudentede Djeddah, en el desierto no hay quien no le conozca:las tribus respetan tu nombre y á la vistade tu sello todos se encuentran prontos á proporcionartecamellos para trasportar tus mercancíasy valientes para defenderlas. Por estas y otras razoneshe concebido hacia tí grande estimación y tellamo para darte de ella testimonio.Yo me incliné respetuosamente aguardando lasórdenes del sherif, que se acarició largo tiempo labarba antes de seguir hablando.El bajá de Egipto, esclamó al fin, que tiene engrande estima mi amistad como yo tengo la suya,me envía una esclava para que sirva de ornamentoámi harem; esclava á la cual por respeto á la personaque me la envía, yo no puedo menos de dar eltítulo de esposa. El bajá me hace un gran honor yyo lo acepto reconocido aun cuando ya soy viejo yá mi edad, y teniendo á mi lado una mujer eme me


1 12 EL TRÉBOLquiere, hubiera sido mas prudente no comprometerla paz doméstica. Ahora bien, el caso es que la esclavano está aquí, y para que la traigas recurro átu habilidad y tu prudencia, Esa mujer no puededesembarcar en Djeddah, porque allí domina elturco; es necesario que salte á tierra en Yambo, enmis dominios. El camino de Yambo á Taif es largo,y en el desierto hay bandas errautes y tribus orgullosasque á veces desconocen mi autoridad. Al presenteno entra en mis planes hacerles la guerra; perono me conviene tampoco esponerme á un insulto.Necesito, pues, un hombre sagaz y hábil quevaya á Yambo por su propia cuenta. Tú puedes hacerese viaje con facilidad y sin que llame la atención.Nada mas natural que salir al encuentro dealguna consignación importante.Además, hay la ventaja de que nadie atacará áun simple mercader, sobre todo én un pais dondetienes tantos recursos y cuentas con tantos amigos.Asi me habló el sherif. Por mi parte quise rehusaraquel peligroso favor, pero me lanzó una miradaterrible que me obligó á enmudecer y resignarme.La cólera de los príncipes es como el grito delleón: irritarlos es perderse.«Jefe de los creyentes, le respondí, es verdadque Dios ha bendecido mis trabajos y que puedocontar con algunos amigos en el desierto. A tí tetoca mandar á mí escuchar y obedecer.»—Bien, dijo Abdallah, hay riesgos que correr ycorriéndolos se puede alcanzar gloria.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 113—Por eso lie venido á verte, replicó el hijo deMansur. ¿A quién cedería yo una parte en esta nobleempresa sino á tí, hermano mío, el valiente entrelos valientes, al previsor Hañz y á vuestros atrevidoscompañeros? Los beduinos del desierto no mehan visto nunca y solo conocen mi nombre: porotra parte en lugar de defender mi caravana, podríansaquearla como ya han hecho mas de unavez; mientras que estando tú y los tuyos, se miraránmucho en ello antes de intentarlo. A tí te corresponde,pues, ponerte al frente de esta empresa,y para tí será la gloria que de ella resulte.Ya ves que te hablo con toda confianza: yo nosoy mas que un mercader; tú eres hombre de consejoy de acción. En el desierto dicen que soy ricoy la mayor parte solo estima mi dinero: esta reputaciónmas es un peligro eme una ventaja: á ti por elcontrario, todos te temen y te respetan: el nombredel hijo de Ynsufes un escudo, su persona equivaleaun ejército. Sin tí nada puedo hacer; contigo,estoy seguro de salir adelante en un negocio, en elcual juego mi cabeza. ¿He hecho mal contando contigo?—No, dijo Abdallah; somos anillos de una mismacadena: desgraciado el cpie la rompa. Partiremosmañana y suceda lo cjue quiera me encontrarássiempre á tu laclo: el hermano ha nacido paraayudar al hermano.8


CAPITULO XIII.LACARAVANA.Aquella misma noche quedó todo preparado parael viaje: se llenaron las odres, se hicieron las provisiones,se contaron los haces de heno y se repasaronlos arneses. Abdallah escogió los camellosmas seguros y los conductores mas inteligentes.Después invitó para que le acompañasen á doce jóvenescompañeros suyos, gente toda de confianza,y para los cuales eran placeres las fatigas y la guerra.¿Quién no se hubiera sentido orgulloso siguiendoal hijo de Yusuf? Su mirada imponía respeto, supalabra cautivaba el corazón. Con el sable siempredesnudo y la mano abierta, era el mas valeroso delos jefes y el mas leal de los amigos. A su lado seestaba tan seguro como el milano entre las nubes óel muerto en su sepulcro.Por lo que hace á Hafiz, no durmió en toda lanoche. Limpiar las espingardas, probar la pólvora,


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. j 15fundir las balas y afilar los sables y los puñales eraun trabajo tan de su gusto, que por nada del mundolo hubiera encomendado el Cojo á otra persona.Cuando las estrellas comenzaron á palidecer sepuso en marcha la caravana. Abdallah á la cabezajunto á Ornar: Hafiz en las últimas filas previniéndolotodo y dirigiendo oportunamente, ya una frasede reconvención, ya una palabra de estímulo.Los camellos guiados por sus conductores, eme entonabanuna canción monótona, caminaban lentamenteunos en pos de otros. En medio de la banday cubierto de oro, seda y plumas vistosas, caminabaorgulloso un magnifico camello de la raza deOrnar, llevando sobre sus espaldas la litera guarnecidade brocado y terciopelo que se destinaba alanueva favorita.Le escoltaban doce beni-amers montados enmagníficos caballos, y en cuyas armas cinceladas ybordados de oro ¡lelos negros albornoces, relucíanlos primeros rayos del sol de la mañana. A la escoltaseguía la yegua de Abdallah conducida deldiestro por un servidor. No podía imaginarse nadamas hermoso que aquel noble animal: era el orgullode la tribu y la desesperación y envidia de todoslos beduinos. Llamábanla Paloma, y era enefecto tan blanca, tan mansa y tan veloz como unade estas candidas aves.Abdallah, vestido de simple camellero y armadode un largo bastón con punta de hierro, iba ápié al lado de Ornar, que caminaba tranquilamentemontado en su muía. Atravesaban un país amigo,


116 EL TRÉBOLy los dos hermanos podían hablar á sus anchas sobrelos recuerdos de la niñez sin temor de ningunaclase, Cuando el sol cayó á plomo y el aire abrasadorcomenzaba á enervar los hombres y las bestias,Yusuf se colocó junto al primer guia y con voz lentay grave cantó uno de esos himnos del desiertoque alivian las fatigas de la jornada.¡Dios solo es grande! un soplo^de su alientoes el simoun que las arenas barre:La ronca tempestad es el acentoDe su voz jigante.Por eso las arenas y las fuentes,Cielo y rayo y aire,Repiten en su canto á los creyentes;¡Solo Dios es grande!¡Dios solo es grande! por eso á su mandatose ven las olas hasta el cielo alzarse,y que humilde después sobre la arenalimpias se deshacen.Por eso las arenas y los hombreslos ángeles y maresrepiten prosternados en el polvo,¡solo Dios es grande!¡Oh influjo poderoso del nombre Divino! Al ecode sus alabanzas, hasta los animales olvidaban sufatiga marchando con paso firme, los camelleroslevantaban la cabeza y todos parecían refrescarseen la armonía de aquellas palabras como en unagua pura y corriente; la fuerza del alma constitu-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 117ye la energía del cuerpo y para el alma no hayfuerzas mas que en Dios.Así pasó el primer día.Á la mañana siguiente se tomaron algunas precauciones.Hafiz salió á la descubierta y no se pusieronen camino hasta que se levantó la luna. Lajornada se hizo en el mayor silencio, deteniéndosemas temprano que el dia anterior; pero no vierontampoco á nadie.Los dias siguientes pasaron igualmentesin que ocurriera nada de particular, y en latarde de la novena jornada descubrieron al fin losmuros y las torres de Yambo.


CAPITULO XIV.KAFUR.La caravana se detuvo poco tiempo en la ciudad:el buque que conducía á la esclava estaba enel puerto desde el dia anterior, y Ornar tenia prisapor verse sano y salvo en su casa.La sultana desembarcó en el puerto. Un botedelbrik en que habia llegado, condujo al muelle dosmujeres envueltas en amplios mantos de tafetán negro,las cuales, á escepcion de los ojos teníanla caracubierta con un velo de muselina blanca eme lesllegaba hasta los pies. Ornar recibió á las dos estranjerasinclinándose conrespeto, y las condujo haciala. litera que los aguardaba.A la voz de Abdallah, el dromedario se puso derodillas: una de las mujeres subió lentamente alpalanquín y se sentó,recogiendo á su alrededor conesquisita gracia los largos y flotantes pliegues de suvestidura: la otra se aproximó con la misma serie-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 119dad, pero despojándose de pronto del manto y elvelo, se los puso al mercader sobre la cabeza, rodeándolela muselina á la cara como si lo quisieraahogar; hecha esta operación y colocando un piésobre el camello, saltó á la litera con la agilidad deun gato, y sin miramiento alguno á las personasdesconocidas que la rodeaban, hizo á los beduinosconfusos un gesto de mono y comenzó áreir comouna loca.—Kafur, he de hacer que te azoten, esclamó ladama del velo, que apenas podia mantener su seriedad.Pero Kafur no daba crédito á las amenazas desu señora, y asomada á la portezuela con la manoen la cintura, esperaba que Ornar apareciese parasacarle la lengua en son de mola.Cuando el mercader pudo al fin desenvolversede la nube de seda y muselina en que se hallabaliado, y levantó los ojos hacia la persona cjpe lehabia ultrajado de aquella manera, no pudo menosde sorprenderse al ver eme los graves beduinos yel mismo Abdallah podian apenas contener la risa,y encogiéndose de hombros le mostraban á su enemigo.Era este una muchacha, una negrilla de la masperfecta fealdad que puede concebirse.Una cara redonda y aplastada, unos ojillos cuyoblanco apenas se veia, una nariz aplastada, de lacual pendia un anillo de metal, unos labios enormes,dientes blancos como los de un perro, y labarba pintada de rayas rojas y azules, he aquí con


120 EL TRÉBOLalgunos rasgos bosquejada la figura de la dama.Para hacer resaltar mejor su fealdad, la habían cargadode diges y joyas como á un ídolo. En lo altode la cabeza llevaba un penacho de plumas de loro:la espesa lana que le cubría la frente se dividía enpequeñas trenzas adornadas de monedas de oro:de sus orejas agujereadas como una criba, habíancolgado multitud de pendientes de todas formas ytamaños; un collar de esmalte azul brillaba sobresu pecho; siete ú ocho brazaletes de coral, de ámbary filigrana, le subían desde la mano al codo, ypor último, en cada pierna llevaba una gruesa ajorcade plata. Tal eraKafur, delicias de su señora.A los locos se les permite todo: son los favoritosde Dios, su alma está en el cielo mientras su cuerpose arrastra por la tierra. A escepcion de Ornarque aun le guardaba cierto rencorcillo, toda la caravanasimpatizó con la pobre negrilla. Era evidenteque no estaba en su cabal juicio: hablaba yreía sin cesar, su lengua no perdonaba á nadie, ysus palabras carecían hasta de objeto.Primero se quedó un rato contemplando al mercader,que rodeado de sus esclavos y medio tendidoen su muía, caminaba al lado de la litera, fumandocon mucha tranquilidad tabaco de Persiaenuna pipa de jazmín. Como uno de sus servidoreshubiese cargado demasiado la pipa, Ornar le alargóuna bofetada por única reprensión.—Señora, esclamó Kafur, ves ese viejo que llevalos pies metidos en unas babuchas y parece quevá enterrado en el cojin de su caballería? Pues es


Mí <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 121un judio. Ten cuidado con él, por un duro nos haríaazotar y por un zequí nos vendería.Leila se reia á carcajadas y Ornar enfurecidoamenazaba á la negrilla con el puño. ¡Tratar de judíoy de viejo á un hombre que contaba por milloneslas piastras! ¿Podia darse mayor'locura? ¿Quépersona razonable se hubiera atrevido á tanto?Pronto le tocó el turno á Abdallah que pasabarevista á la caravana. Vestía su trage de guerra ytodos admiraban la apostura del joven jefe. Sublanco albornoz flotaba en anchos pliegues sobre suespalda, en su cintura brillaban las culatas de labordamasquina de sus pistolas y el puño de plata desu candjar; un turbante de seda roja y amarillasombreaba sus ojos y hacia resaltar el brillo y la altivezde su mirada. Parecía tan hermoso que todoslos corazones volaban tras él. Hasta la misma yeguaparecía orgullosa de su dueño. Con el cuellocargado de bellotas y anillos de oro, la Paloma levantabaaspirando el aire su cabeza de serpiente ysus orejas semejantes á cañas: de su ancha narizparecía arrojar fuego, y al verla escapar, volvery detenerse de pronto, hubiérase dicho que caballoy caballero tenían una misma voluntad. Cuando elhijo ele Yusuf se detuvo junto á la litera, uu camellerodijo áKafur.—Mira muchacha, mira, ¿entre tus gordos ypesados egipcios, ó en tu Magreb, se encuentran figurastan bizarras como esta?—Mira, señora, esclamó Kafur inclinándose sobreel cuello del dromedario, ¿qué trage tan rjeo,


122 EL TRÉBOLqué aire tan noble, qué mano tan fina y qué ojos!lástima que los lleve bajos! ¡Eh! ave del paraiso,¿no quieres mirarnos? gritó dirigiéndose al hijo deYusuf. ¡Vaya! ¿pues si es una mujer disfrazada, lavirgen de la tribu sin duda! Camellero, hazle quesuba con nosotros. Este es su sitio.—¿Callarás, pagana? dijo Abdallah, á quien comenzabaá faltar la paciencia.... será preciso cosertela boca para enfrenar tu lengua de serpiente.—No lo dije, continuó Kafur riendo á carcajadas,es una mujer: un hombre no se venga con injurias.Ven aquí, las mujeres han nacido para seramigas. Tú eres hermosa, yo también lo soy, peromi ama es la mas hermosa de las tres. Sino, mira...La vista es tan pronta como el pensamiento. Abdallahlevantó los ojos hacia la litera y Kafur, jugando,tiró un poco del velo de su señora: estaasustada, echó la cabeza atrás y el velo se rompió.Viéndose con la cara descubierta, Leila arrojó ungrito, se ocultó el rostro con una mano y con laotra dio un golpe á Kafur, que comenzó á llorar.Todo estopase en menos tiempo del que duraun relámpago.—¡Qué mujer tan hermosa! pensó Mansur: hede poder poco ó ha de ser mía.—Gloria á Dios que la ha creado y que la hacreado tan perfecta, murmuró el hijo de Yusuf.¿Quién podría sumar todo el placer ó la amarguraque encierra un solo instante? ¿Quien podríadecir hasta qué punto aquella figura que no habia


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 123hecho mas que aparecer un momento á su vista,penetró en el fondo del alma de Abdallah.La caravana continuaba andando, y el "beduinopermanecía inmóvil.Leila había vuelto á taparse con el manto, y sinembargo, Abdallah seguía viendo una mujer quele sonreía: cerraba los ojos y apesar suyo veia unafrente blanca como el marfil, unas mejillas frescascomo el tulipán, unos cabellos negros como el ébano,que caian en rizos sobre un cuello de gacela,como cae la rama de una palmera cargada de dátilesdorados.Dos labios semejantes á un hilo rojo se entreabríany le llamaban por su nombre: dos ojos hermosísimosle miraban, dos ojos rodeados de una franjaazul y que brillaban mas suavemente que las violetashúmedas con las gotas del rocío.Abdallah sintió que el corazón se le escapaba,ocultó el rostro entre las manos y rompió á llorar.La caravana seguía marchando.Hafiz que cerraba la comitiva, se encontró juntoá su sobrino, y asombrado del silencio y la inmovilidaddel valiente gefe, se aproximó á él y le tocó elbrazo diciéndole:—¿Hijo mío, hay algo nuevo, no es verdad?Abdallah se estremeció, y volviendo en sí comoel que sale de un sueño.—Sí tío, le contestó con voz desfallecida.—¿Se acerca el enemigo? esclamó el Cojo, cuyosojos centellearon, ¿lo has visto? ¡Gloria á Dios, queva á hablar la pólvora!


124 EL TRÉBOL—No, nadie nos amenaza: el peligro no viene deahí.—¿Pues qué sucede, hijo mió, replicó el ancianocon aire inquieto, estás enfermo? ¿tienes calentura?Ya sabes que soy también médico.—No es eso tampoco, padre mió; en la próximaparada os lo diré todo.—Me aturdes, dijo Hafiz. Si no te agitan ni elpeligro ni la fiebre, ¿es alguna mala pasión la queperturba tu alma? Ten mucho cuidado, hijo mió,con la ayuda de Dios se abate al temerario; con laayuda de Dios se apaga la fiebre. Solo hay un enemigocontra el cual no cabe defensa, y ese enemigoes nuestro corazón.


CAPÍTULO XV.HISTORIA DEL SULTAN DE LANDAU AR.Después que se detuvo la caravana condujo Abdallahá su tio á un lugar apartado: el Cojo se sentósobre un tapiz y comenzó á fumar sin decir una solapalabra. El joven jefe se echó sobre la tierra envueltoen su albornoz, permaneciendo inmóvil por algúntiempo; luego besó la mano de Hafiz esclamando:—Querido tio, yo imploro la protección de Dios.Lo que Dios quiera ha de ser, porque solo en el haypoder y fuerza.Y con voz conmovida le refirió todos los pormenoresde aquella visión que le habia turbado elalma.— ¡Oh, hijo mió! Esclamó suspirando el ancianopastor, veahi las consecuencias de no haber escuchadonuestros consejos. Dichoso el que sin masdeseo que trasmitir á otras generaciones el nombrede su padre, escoge en su tribu una mujer virtuosa


126 EL TRÉBOLy obediente: desdichado el que deja prender su lama en las redes de una estranjera. Nada buenopuede venir del Egipto. Desde el tiempo de José todaslas mujeres de ese país son pérfidas, dignas hijasde Zuleika (1).—Pero tio, ¿qué estáis hablando de perfidia':Todo ha sido obra de la casualidad.—No lo creas, hijo mió: nada es casual en esascazadoras astutas que tienden sus redes por todaspartes.—¿Creéis que ella se ha ocupado de mi? Esclamóel joven levantándose: ¡Locura tio! os engañáis.Dentro de dos dias estaremos en Taif; dentro dedos dias nos separaremos para no volvernos á verjamás, y sin embargo, yo conozco que la amaré todami vida.—Si, tú la amarás; pero ella te olvidará por elprimer dige que le ofrezca su nuevo dueño. Tu corazónle sirve de juguete; cuando le pase el capricholo romperá. Recuerda, hijo mío, lo que dice elKoran á propósito de ese ser imperfecto y caprichosoque crece entre las bagatelas y los adornos (2);la razón de las mujeres es la locura: su religión elamor. Semejantes alas llores son la delicia ele losojos y el encanto de los sentidos; pero son floresenvenenadas; infeliz del que se aproxima á ellas;pronto tendrá el sudario por vestidura! Cree en laesperiencia de un viejo; he visto mas familias des-(1) Este es el nombre que dan los árabes á la mujer dePulifar.(2) Koran, XLIIf.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 127truidas por las mujeres que por la guerra: mientrasmas noble y generoso es el hombre, mas enpeligro está de ser su víctima.¿No sabes la historia del sultán de Candahar?Pues este sultán era un verdadero creyente, aunquevivió en época de ignorancia (1), y un sabioá pesar de ser rey. Habia recogido toda la sabiduríaque la prudencia humana habia atesorado hastaentonces para dejar á sus hijos una herencia dignade él. Los filósofos de la India formaron con ellauna biblioteca que le seguía á todas partes, necesitandodiez camellos para trasportarla de un puntoá otro.«Remontaos á los principios de esa ciencia y reducidlaalas premisas mas importantes.»Así elijo un dia el sultán, y un gran número deancicnos bracmanes, escogidos por el príncipe,cumplieron sus órdenes, reduciéndolo todo á la cargade un camello. Era aun demasiado: otros sabiosdel país redujeron aquel compendio de la esperienciade muchoscinco, hastasiglos á diez volúmenes, después áque por último quedó en uno la quepodría llamarse quinta esencia del saberhumano:y este fué el libro que ofrecieron al sultán despuésde encerrarlo en un estuche de oro y terciopelo.El principe habia reinado muchos años y la vidatenia ya para él pocos secretos: abrió el libro y comenzóá borrar todo aquello eme el sentido comúndicta á un hombre avisado. «¿Cuál es el verdadero(1) Es decir, antes de aparecer el islamismo.


128 EL TRÉBOLpeligro para mis hijos? pensaba. ¿La avaricia? No;esta es enfermedad de los viejos. ¿La ambición?Tampoco: esta es virtud en los reyes. Borremos tote-esto.»Pero cuando llegó adonde se trataba dede una pasión mas fuerte, le llamaron tanto la atenciónalgunas frases por su verdad y su laconismoque arrojó el libro al fuego y legó á sus hijos aquellasola máxima llamándola la llave del tesoro de lavida.AMA.lié aquí la máxima:TODA MUJER ES PÉRFIDA, y MAS QUE TODAS LA QUE TE¿Quieres tú, hijo mió, ser mas prudente queaquel pagano, mas ilustrado quesabio que el Profeta?Salomón y masNo, créeme; la belleza de la mujer es como lavaina de nuestros sables, una cubierta dorada queoculta la muerte. No vayas en busca de tu perdición.Piensa en Dios, guárdate para tus antiguos yfielesamigos, y si he de hacerte el último llamamiento,ten piedad de tu pobre madre y del viejoHafiz.—Tenéis razón, respondió tristemente Abdallah.Y sin añadirotra palabra, volvió á acostarse,liándose el albornoz á la cabeza. Por la primera vezde su vida no daba crédito á las palabras ele su tio:por la primera vez olvidó el trébol de cuatro hojas.


CAPÍTULO XVI.ELATAQUE.La noche es un bálsamo pava la fatiga, y un tósigoparala tristeza.El hijo de Yusuf se levantó mas enfermo que lavíspera. Embriagado de una incurable locura, nose sentía dueño de sus fuerzas ni de su voluntad: dela furia de lafiebre pasabaal marasm o de la desesperación.Aquella litera le atraía á pesar suyo, pero alllegar á su lado volvía la brida huyendo como perseguidopor dos ojos terribles y encantadores. Siveia desde lejos que un ginete se aproximaba alpalanquín ó que el hijo de Mansur levantaba la cabezahacia las dos mujeres, lanzaba su caballo algalope como si fuera á herir á un enemigo; despuésse detenia de pronto, no atreviéndose á avanzará retroceder- Así fatigó su cabalgadura durante todala mañana.La Paloma, cubierta de sudor y jadeante botaba9nj


130 EL TRÉBOLal contacto de la aguda espuela, sin comprender lavoluntadde su gánete, y presa como él de un vértigo.El Cojo lanzaba miradas terribles hacia la litera.Leila permanecía escondida en un rincón, y el tupidovelo cubría su rostro. Solo se divisaba á Kafurtriste y silenciosa.Tranquilo por esta parte, buscó Hafiz á su sobrinoque corría á la ventura por el desierto. Tododenunciaba en él la turbación de su espíritu. El viejodirigió su caballo hacia el de Abdallah.—Valor sobrino, esclamó al aproximársele; refrenatu corazón, sufre como un hombre y resígnatecomo buen musulmán.—¡Es que me ahogo! esclamó el joven, el mal queme devora puede mas que yo. Todo lo prefiero, todoá lo que estoy sufriendo. Venga el enemigo'venga el combate, quiero pelear, quiero morir!—¡Deseos insensatos, votos culpables! dijo severamenteel anciano. Dios es dueño de la vida yla muerte. Guárdate bien no te oiga. Para castigarnosbasta á Dios concedernos lo que le pide nuestralocura... Pero ¿qué es esto? añadió saltando al sueloy mirando la arena con atención. Son huellas decaballos sin que se mezclen con ellas las del pie delos camellos, ünabanda armada hapasado por aquí.Las huellas son recientes, el enemigo no está lejos.¿Ves como nos ciega la pasión? Tú eme eresnuestro jefe, no has reparado en nada y nos conducíasá la muerte.Los dos compañeros tendieron la vista á lo lejos


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 131y no vieron mas que las arenas y las rocas. El caminodaba vueltas por entre enormes trozos de granitorojizo arrojados en medio de las arenas, comorestos de ruinas colosales. Anchas quebraduras accidentabanel terreno, y los torrentes desecados ylas cavernas que se abrían en los flancos de aquellosprecipicios, parecían tumbas abiertas para elviajero. .No se veian ni un pájaro en el aire, ni unagacela en lontananza, ni un punto negro en el horizonte.Atacados allí, solo podían esperar socorrode Dios y de sus sables.El Cojo recorrió la caravana. Cada cual se colocóen su sitio, guardando silencio como en una marchanocturna, solo se oia crugir la arena bajo lospies de los camellos. Después de una hora de camino,eme á todos pareció muy larga, llegaron á lafalda de una colina, á la cual era preciso dar vuelta.Hafiz se adelantó, subió á la altura y dejando elcaballo ala mitad, llegó hasta la cima deslizándosecomo una culebra entre las rocas. Desde aquel puntoobservó el campo y descendiendo sin hacer ruido,puso el caballo á galope hasta colocarse al ladode Abdallah: su rostro estaba perfectamente tranquilo.—Hay tiendas blancas en la llanura, le dijo ámedia voz; no son beduinos, son arnautes de Djeddah.Parecen muchos y nos esperan: alguien nosha hecho traición. Pero no importa, les venderemosnuestras pieles mas caras de lo que querrían pagarlas.Adelante, hijo mió: cumple con tu deber.El Cojo llevando en su compañía á seis de los


132 EL TRÉBOLmas decididos, volvió á emprender el camino de lamontaña.Abdallah llegaba á la cabeza de la columna,cuando de entre las rocas se levantó una humaredablanca, silbó una bala y cayó en tierra un dromedario.En el momento se produjo una gran confusiónen la caravana, los camellos espantados seechaban unos sobre otros y caian juntos: los conductoresescapaban, los ginetes se arremolinabanen grupos. Parecía aquello un bosque sacudido porla tempestad. Los gemidos de los camellos se mezclabanal relinchar de los caballos y á la confusa voceríade los hombres. Aprovechando los primerosmomentos de confusión, un puñado de bandidos,cuyos trajes rojos, calzones blancos y anchas fajasdejaban ver claramente que eran arnautes de Djeddah,se arrojó sobre el dromedario que conducíalalitera, empujándolo fuera del camino, en meció dela mayor algazara. En vano Abdallah y sus valientescompañeros quisieron impedirlo; los tiradoresemboscados en las rocas les cerraban el paso. Tresveces lanzó el valeroso jefe su caballo contra aquellosenemigos invisibles, tres veces tuvo que retrocederbajo una lluvia de balas, que hacían estragosen sus compañeros.Abdallah se estremecía de rabia: á su lado y nomenos animoso que él estaba Ornar, á quien la pasiónhacia olvidar toda prudencia, no pensandomas que en el tesoro de hermosura que le escapabade entre las manos.—Adelante hermano mío, gritaba, adelante.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 133Ambos se reunieron para hacer el último esfuerzocuando comenzó á oirse un fuego graneadopor la parte mas alta de la colina. Los amantes nohabian contado con Hafiz, que descendía sobre suscabezas fusilándolos sin piedad.Una vez libre el camino, los dos hermanos salieronal escape seguidos por el Cojo.—Poco apoco, gritaba este á Abdallah, no fatiguesel caballo, tenemos tiempo de sobra.—¿Dónde está Leila, tio? ¿no veis que se la llevany que es necesario rescatarla?—¿Qué nos detengamos? Esclamó Ornar. ¿Creesque esos bandidos A r an á esperarnos? Veinte durosal que derribe el dromedario en eme va la litera.Uno de los beduinos apuntó al animal y disparóá riesgo de matar las dos mujeres. El dromedarioherido cayó, derribando con él su preciosa carga.—¡Grandemente! Esclamó el Cojo, mirando albeduino con aire de mofa. Los arnautes te daránlas gracias: les has quitado el único estorbo que lesdetenía. Ahora sí que hemos perdido la sultana.Hafiz tenia razón: los arnautes rodearon la literade la cual sacaron una mujer envuelta en unmanto negro. Abdallah reconoció á Leila. Obedeciendolas órdenes de su jefe, uno délos raptorestomó á la mujer en la grupa del caballo y partió algolope.Al ver esto, el hijo de Yusuf se lanzó sobre elenemigo como un águila que hiende las nubes.—Perro, hijo de perro, gritaba al gefe, si ereshombre enséñanos la cara. O tienes ese caballo tan


134 EL TRÉBOLhermoso para huir mejor. Y al mismo tiempo quele dirigia estos insultos le disparó un pistoletazo.—Espera hijo de judio, dijo el gefe volviéndose;mi sable tiene sed de tu sangre maldita.—A la carga, hijos de la pólvora, gritó el viejoHafiz: á ellos hijos mios, antes muertos que deshonrados.¡Cargad! las balas no matan, ni sucedemas que lo que Dios quiere.Entre tanto Abdallah y el amante corrían el unoal encuentro del otro con toda la velocidad de suscaballos: el gefe liego con su sable en una mano yuna pistola en la otra. Abdallah no tenia mas queun puñal sujeto ala muñeca por un cordón, y sehabia tendido hacia adelante con la cabeza ocultapor el cuello de la Paloma. El enemigo hizo fuego 1sobre el hijo de Yusuf y erró el tiro. Los caballosse encontraron, se cruzaron los estribes y los doshombres lucharon cuerpo á cuerpo. Pero Abdallahreuníalas fuerzas de un furioso á las de un león:cogió a su rival por la cintura y le sacudió de unamanera terrible hundiéndole el puñal en la garganta.La sangre saltó como el vino de un ordre roto;el arnaute se agitó convulsivamente y cayó de espaldas.Abdallah lo sacó en alto de la silla y lo arrojóen tierra como para aplastarle.—¡Hé aqui uno eme no beberá más! Dijo Hafizsaltando sobre el muerto para despojarle.La muerte del gefe, los sables de los beduinosque caian sobre sus enemigos como abejas á quienesroban la miel, y las voces de los camelleros queacudían armados de sus espingardas, decidieron


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 135pronto la lucha. La tropa de arnautes desaparecióen medio de la nube de pólvora y humo, quedándoseatrás los mas valientes para proteger con algunasdescargas una fuga que nadie trataba de estorbar.La victoria había costado cara, sin embargo.—¡Y bien hermano! esclamó Ornar, cuyos ojosarrojaban llamas, ¿permaneceremos aquí mientrasesos bandidos se llevan nuestro tesoro?—Adelante amigos míos, gritó Abdallah. es precisoun último esfuerzo para rescatar la sultana.—Está aquí, señor, está aquí, respondieron áun tiempo varias voces. Abdallah se volvió bruscamentey sus ojos se encontraron con Leila, á quienacababan de sacar de la litera cubierta de sangre ypolvo, pálido el rostro, tendido el cabello y mashermosa que nunca en medio de aquel desorden.—Salvadme, decia Leila, dirigiéndose á Abdallah,salvadme. Solo en vos tengo esperanzas.—Pues ¿á quién se han llevado esos tunantes?preguntó el Cojo.—A Kafur respondió Leila. Viéndome en peligrose envolvió en mi manto y me echó sobre laespalda su albornoz.— ¡Buen chasco! esclamó un beduino: esos hijosde perro se han llevado una mona en vez de unamujer.—Vamonos pronto de aquí, interrumpió el hijode Mansur, que devoraba á Leila con la mirada, lavictoria es nuestra. Señora: prosiguió dirigiéndoseá Leila, no lloréis vuestra esclava que ya os buscaremosotra. Por doscientos duros encontraré una


136 ÉL TRÉBOLsemejante en Djedad y me consideraré dichoso alofrecérosla.—Partamos, repetían los camelleros; la bandaes numerosa y esta noche volverá á atacarnos.Hafiz miró fijamente á Abdallah.—¡Cómo! dijo este, movido por un sentimientode piedad, ¿dejaremos la negrilla en manos de esosmiserables?—Lo que está escrito, está escrito: respondióOrnar, á quien se habian pasado ya las ganas decombatir. ¿Te parece prudente esponer tu vida y lade estos valerosos musulmanes, por correr tras unapagana que puede reemplazarse antes de dos días; 1Es preciso que partamos: nos esperan en Taif. ¿Vasá abandonarnos cuando mas necesidad tenemos detu presencia?— ¡Abdallah! esclamó Leila, levantando hacia élsus hermosos ojos, ¡no me abandonéis!El hijo de Yusuf se llevó la mano al corazónque sentia desfallecer.—Nó; dijo después de un momento de silencio yansiedad, no se dirá que un beduino falta á su palabra.Si me hubieran confiado un fardo de café, nolo dejaría en manos de esos ladrones, ¿deberé abandonarlesuna criatuta de Dios? ¿Quién me sigue?Todos guardaron silencio; al cabo lo rompió unode los Beni-amers para decir.—Tenemos seis heridos, y la sultana se ha salvado.Hemos cumplido con nuestro deber.— Ven hijo mió: csclamó el Cojo con amarga ironía;ya veo que no hay aquí mas que nosotros dos


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 137con sangre de locos en las venas. Partamos. Conayuda de Dios recuperaremos la muchacha.—Adiós hermano, dijo Abdallah, cuida de la estranjera;si no me ves antes de dos dias, di al Sherifque he cumplido con mi obligación, y á mi madreque no me llore.Y sin volver la cabeza tomó el hijo de Yusuf elcamino del desierto acompañado de Hafiz que lequitó el albornoz y le dijo sonriendo al echarle unamanta de camellero sobre las espaldas:—Ahora no necesitamos la piel del leen, sino ladel zorro.Ornarles seguía con la mirada, y cuando los violejos, dijo para sí:—¿Si no volvieran, que negocio tan redondo!Con el Sherif estoy seguro de entenderme mejorque con Abdallah. No hay nada mas difícil que deslumhrary engañar á esas cabezas locas que no entiendenrazones. ¡Vivan las gentes que calculan!siempre se está á tiempo de comprarlas; su sabiduríanos las proporciona á mitad de precio.Á medida que Abdallah se alejaba, oía cada vezmas distante las voces de los camelleros y el ruidode la caravana que se ponía en marcha. Todo loque mas quería iba á abandonarlo por una chicueladesconocida. Mas de una vez quiso volver la vistaatrás, pero le contenia la presencia de Hafiz que conlos ojos fijos en los suyos, parecía leer en su corazón.Cuando se desvaneció el último rumor, se eletuvieronlas yeguas de Abdallah, se volvió hacia la


138 EL TRÉBOLcaravana olfateando el aire como para reunirse ásus compañeros. Hafiz, puso la mano sobre el hombrode su sobrino, y señalándole con la otra el desiertoesclamó:—¡Hijo mió! tu camino es aquel.


CAPÍTULO XVII.LASULTANA.Después de una hora de marcha divisaron lastiendas de los arnautes ocultas hasta entonces poruna ondulación del terreno. El campo estaba rodeadode algunos pastos secos donde comían enlibertad los caballos.Detengámonos aquí, dijo el Cojo, aproximándoseá una roca cuya cima doraba aun el postrer reflejodel sol. Tenemos que esperar seis horas todavía.Una vez travados los caballos, se puso Hafiz árecoger ramas secas entreteniéndose en formar conellas hacecillos, que rellenaba por dentro de algodony pólvora. Concluida su tarea sacó de la alforjaun pedazo de carne ahumada y un puñado dedátiles, comió, y encendiendo después la pipa, comenzóá fumar tranquilamente.—Ahora sobrino, dijo Abdallah, voy á dormir.Los enomorados no tienen necesidad de reposo:


140 EL TRÉBOLpero los viejos no se parecen en nada á los enamorados.Despiértame cuando la osa mayor y sus pequeñuelosestén allá bajo.Un momento después dormia profundamente,mientras Abdallah con la cabeza inclinada sobre elpecho, pensaba en aquella mujer á quien habia salvadoy que ya no volvería á ver jamás.El Cojo despertó sin necesidad de eme le llamaranun poco antes de la hora que habia indicado, ycontempló un momento con ternura á su sobrino.—Vamos esclamó,anímate: querías peligros paraolvidar tu locura y Dios te haescuchado. Valor:dos amigos resueltos salen de una hoguera.Cuando los dos beduinos llegaron al campamentose deslizaron sigilosamente entre las yerbas y loszarzales, y pasando á gatas por debajo de los vientresde los caballos pudieron asegurarse de eme todosdormían en el campo, escepto algunos centinelascolocados en un punto distante. Las luces estabanapagadas en todas las tiendas menos en una:aproximáronse á ella sin hacer ruido y se tendieronen la arena. Desde allí y protegidos por la sombrepodían ver sin ser vistos.—Prestemos atención á lo que se oye, dijo elCojo, tal vez sepamos donde está la muchacha.Al través de la abertura cjue servia de entrada ála tienda, se veian tres hombres que por sus trajesno parecían simples soldados. Sentados en tapicesy fumando largas [pipas alrededor de una mesillasobre la cual humeaban las tazas de café, parecíanseguir una conversación muy animada.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 141—¡Mal dia! dijo uno de los oficiales. ¿Quién habiade decir al capitán que moriría á manos de uncamellero?—Querido Hassan, respondió el mas joven délosinterlocutores, lo que constituye la desgracia deunos es precisamente lo eme hace la fortuna deotros. Muerto el capitán nos toca á nosotros ser jefes.—Es cierto, querido Mohamed, replicó Hassan,pero ¿cuál de nosotros tres será el jefe?—Yo vendo mi derecho, dijo el que aun no habiahablado, el cual estaba vuelto de espaldas.Dicen epue la mujer que hemos robado es parientadel bajá de Egipto. Dadme la sultana y me marchoá Epiro para vivir allí á mi gusto. Un hombreentrado en años como yo, se afana poco por unamujer; pero el Sherif no debe ser de la misma opinión.Para él la prisionera vale lo menos cinco milduros. ,—Por mí aceptado, dijo Hassan, y cedo á Kara-Shitan la parte de botin que me toca.—Yo nó, replicó Mohames; tengo veinte y cincoaños y á esta edad no se venden las mujeres. Porel contrario, me sonríe la idea de tener una sultanapor esposa y convertirme en primo del bajá.—Doy mi derecho á la jefatura por la princesa,tiempo tengo para llegar á capitán.—Podemos entendernos, dijo el de la barba gris;á uno la espada, á otro la mujer y á mi el dinero.—Está bien, dijo Hassan; yo te ofresco dos milduros.


142 EL TRÉBOL—¿Y tií qué me darás Mohamed?—Yo, dijo el joven riendo, te prometo cuantoquieras. Cuando'no se tiene mas que esperanza enla bolsa no se regatea.—Tienes una yegua negra, dámela.—Viejo judío, esclamó Mohamed, atrévete áponer un dedo sobre mi yegua y te hago pedazos.—Pues no tendrás la sultana.—¿Quién me lo vá á impedir?—Un hombre que no te teme, dijo Kara-Shintan,y dirigiéndose al fondo de la tienda añadió:—La sultana está aquí, ven á buscarla.Mohamed desnudó el puñal: Hassan se interpusoentre los dos rivales tratando de apaciguarlos.—Ya son nuestros, murmuró el Cojo al oido deAbdallah. Voy á llamarles la atención fuera de latienda, entre tanto coge la muchacha, parte con loscaballos y espérame en las piedras coloradas hastaque amanezca.A fuerza de ruegos y de razones, logró Hassanapaciguar á los dos jefes, yKara-Shitan colgó de sucintura un sable magnífico que Mohamed mirabacon sentimiento.—En fin, dijo el joven, puesto que he compradola sultana, dámela—Nada mas justo, respondió Kara-Shitan, yaproximándose á la cortina que cubría el fondo,llamó en voz alta á la estranjera. La cortina se levantóy salió una mujer velada y envuelta en unmanto egipcio.El joven arnaute se aproximó á ella y le dijo,


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 143procurando dulcificar su voz:—Señora,- la guerra tiene sus derechos. Ya nopertenecéis al sherif. Sois mia, porque os he pagadocon mi oro como os hubiera pagado con mi sangre.—Caro es, dijo una voz burlona que al momentoreconoció Abdallah.—La hermosura no tiene precio; añadió Mohamed.¿Qué tesoro podria pagar vuestros encantos?—Con dos bolsas sobraría dinero, respondió ladama velada.—No es esa la opinión del sherif. El gefe de loscreyentes daria la mitad de sus riquezas por ocuparmi sitio al lado de la hermosa egipcia.—Si la caravana no se detiene, replicó la desconocida,la hermosa egipcia estará mañana en Taif,—¿Quién sois vos entonces? Preguntó Mohamed.Por toda respuesta cayó el velo dejando ver lasnegras facciones y los blancos clientes de Kafur. Lanegrilla tenia un aspecto tan estraño, que Kara-Shitan no pudo contener la risa con lo cual acabóde desesperarse su joven compañero.— ¡Desdichado el que intente jugar conmigo, porquelo pagará temprano ó tarde! esclamó mirandoKara-Shitan. Y, tú, perra maldita, no contarás ellance. Esto diciendo y cegado por la rabia, sacóuna pistola y disparó sobre Kafur.La negrilla se tambaleó esclamando un grito dedolor y de miedo. En el mismo instante sonó un tiro,y Mohamed dio una vuelta y cayó en tierra bañadoen sangre. Abdallah entró en la tienda conuna pistola en la mano.


144 EL TRÉBOL—¡Alas armas! gritaron los dos jefes llevandolas manos al puño de sus sables.Kafur, veloz como un relámpago, derribó el veladorcon la lámpara. Abdallah sintió entonces unamano que se apoderaba de la suya y le conducía alfondo de la tienda. Atravesar la habitación destinadaá las mujeres, y levantar un estremo de la telapara buscar una salida, fué cosa fácil para Kafur,que parecía ver claramente en. medio de las tinieblasde la noche.Una vez fuera, Abdallah cogió á la muchachaen brazos y huyó con ella internándose en el desierto.La voz de los jefes habían puesto en conmocióná toda la banda: pero cuando se precipitaron á latienda no encontraron á nadie.—¡A caballo! gritó Hassan, muerto ó vivo es necesarioque el traidor caiga en nuestro poder.De repente una luz ardiendo cayó en medio delas yerbas secas. Los caballos espantados rompieronlas trabas y huyeron hacia la llanura: al mismotiempo se oian voces que gritaban, ¡fuego! fuego!y el incendio se apoderaba del campamento porsus cuatro costados.—Adelante muchachos, exclamó el capitán; estoes un ataque en regla: el enemigo está á nuestroalcance ¡adelante!El Cojo estaba con el oido contra el suelo; cuandosintió que se aproximaban hacia él, exclamó:—¡Dios es grande! Abdallah se ha salvado.Y escondiéndose en un matorral, dejó pasar á los


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 145arnautes: saltando después sobre un caballo estraviado,se lanzó hacia el desierto sin que le inquietasenlas balas que silvaban á su alrededor.10


CAPÍTULOXVIII.LAHOJA DE PLATA.Abdallah corrió con su carga hasta llegar á laroca donde habían trabado los caballos. Sentó alachica en el arzón y aflojó las riendas á la Palomaque devoraba la tierra secundada por el caballo delCojo. Durante algún tiempo no osó detenerse el hijode Yusuf á escuchar si le seguían; más tranquiloá medida que se alejaban, acortó el paso de sucabalgadura, tratando de orientarse en medio de lanoche para llegar al punto de cita que su tio le habíaseñalado.Durante aquella rápida carrera, habia permanecidoKafur muda é inmóvil, estrechándose contrael pecho de Abdallah: cuando comprendió que habiapasado el peligro, comenzó á llamar en voz bajaá su salvador.—¿Tú también estabas prisionero? le dijo.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 147—No, á Dios gracias, respondió Abdallah.—Entonces, ¿por qué has venido entre tus enemigos?—¿Por qué? dijo el hijo de Yusuf sonriendo:porque queria salvarte.La respuesta sorprendió á Kafur y se quedó unrato pensativa.—¿Y por qué, dijo al fin, querías salvarme?—Porque te habían confiado á mi guarda.—Guárdame siempre, Abdallah; nadie me guardarámejor que tú.—Yo no soy tu dueño, replicó el beduino: pertenecesá Leila.Kafur suspiró sin añadir palabra alguna. Cuandollegaron á las piedras coloradas, Abdallah tomóen peso á la niña para bajarla del caballo, y esta arrojóun grito que en balde trató de ahogar.—No es nada, señor, dijo, es eme estoy herida.A la claridad de las estrellas le enseñó su brazo sangriento;la bala habia resbalado por la espalda, desgarrándolela carne.Abdallah examinó la herida, la lavó y colocósobre ella un vendaje. Kafurle miraba con asombro.-—Si no te pertenezco, dijo, ¿por qué tienes tan -o cuidado conmigo?—¡Silencio, pagana! Tú no conoces los prec eptosdel libro de la verdad. «Adorad á Dios sin asociarleotra persona. Sed buenos para convuestrospadres, para con vuestros parientes, para con loshuérfanos, para con los pobres, para con el prógi-


148 EL TRÉBOLroo que es de vuestra sangre, para con el prógimoestranjero, para con vuestros compañeros, para conel caminante, para con el esclavo que poseéis. Diosaborrece el orgullo, la vanidad y la avaricia. (1)»—¡Qué hernioso es eso! dijo Kafur, ¡y qué grandedebe ser el Dios que lo ha dicho!—Calla y duerme, interrumpió el joven; la jornadade mañana será larga y tienes necesidad dereposo.Hablando de esta suerte, Abdallah tomó á la pobreniña sobre sus rodillas y envolviéndola en sualbornoz, le apoyó la cabeza sobre su brazo derecho.Kafur se durmió en seguida; su sueño era agitadoy hablaba soñando. Abdallah sentía latir sucorazón; pero poco á poco fué calmándose, cedió latensión de sus miembros, y apenas se le oia respirar.El soldado mecia dulcemente aquella niña queel azar de la guerra le habia dado por un dia: contemplandoaquella pobre criatura pensaba en cuántohabia sufrido por él su madre y sólo de ella seocupaba la imaginación.Así, gozando de una paz desconocida, permanecióhasta las últimas horas de la noche. Todo callabaen torno suyo, ni un soplo de la brisa nocturnavenia á interrumpir aquel silencio profundo; soloen el cielo se movía lento y mudo ese ejércitoluminoso que desde hace tantos siglos obedece elmandato del Eterno. Aquella calma solemne refrescabael espíritu de Abdallah haciéndole olvidar los(i) Koran, IV, 40,


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 149peligros del presente y las inquietudes del porvenir.El alba se anunciaba apenas iluminando débilmenteel horizonte, cuando se oyó á lo lejos el aullidode un chacal, que se repitió hasta tres veces.Abdallah contestó con un grito semejante.Le respondieron y á poco un caballo jadeante sedetuvo junto á las piedras coloradas. Hafiz se habiasalvado.—Vamos, sobrino, dijo riendo; la partida no seha jugado del todo mal. Allá los dejo ahumadoscomo ratas. Ahora en marcha. Es preciso que nonos esperen en Taif.Un esplendor rojizo anunciaba la salida del sol;Abdallah tendió el tapiz de la plegaria y los doscompañeros, vueltos hacia la Meca, dieron graciasal Omnipotente que los habia sacado del peligro.— Abdallah, dijo Kafur arrodillándose delantede su salvador, tú eres mi Dios y á tí te adoro.—Calla, maldita, esclamó el hijo de Yusuf. Nohay mas que un Dios al que no puede asociarsepersona alguna. El 2s el Eterno, el incomparable,el Único, sólo á Él se debe adorar.—Que tu Dios sea el mió, añadió Cafur; yo noquiero ya á un Dios que me dejaba matar.—Tu Dios, dijo Abdallah, es ciego, sordo ymudo; será sin duda algún pedazo de leño que sepudre en el fondo del Magreb.—No; interrumpió la niña, mi Dios estaba conmigoy me ha hecho traición. Toma, añadió sacándosede entre los cabellos un penacho de plumas,tírale, rómpele, yo le maldigo.


150 EL TRÉBOL—¿Y ese es tu Dios? ¿un penacho de plumas?Dijo el Cojo riendo.—Si, respondió la niña, este es el que me dio mimadre al venderme. No es feo, mírale.Y arrancando las plumas, que rompía injuriándolas,sacó del penacho una laminita de plata queofreció al hijo de Yusuf.—TÍO, mirad; esclamó este trasportado de alegría,mirad lo que nos viene del fondo del Magreb,Dios nos envia la hoja de trébol. Tío, vos me habéissalvado. ¡Gloria á Dios!Y los dos compañeros abrazaban llenos de júbiloá la pobre muchacha, que sin comprender elmotivo de aquellas caricias, los miraba con ojos humedecidosllena de asombro y dichosa, al comprenderque existían seres que la amaban.


CAPÍTULO XIX.EL SECRETO.Cuando nuestros amigos divisaron la caravanaque se desenvolvía á lo lejos como una serpienteenorme, comenzaba á caer la tarde. El último rayodel sol iluminaba las blancas casas de Taif que brillabanen medió de los jardines como flores diseminadasentre un zarzal. Habia salido del imperio delas arenas; el peligro habia pasado y el viaje tocabaá su término. A la vista de Taif se apoderó deAbdallah una amarga tristeza. Inquieto, turbado yfuera de si, un solo pensamiento ocupaba su imaginación.Iba á perder á Leila para siempre.Los beduinos celebraron la vuelta de sus compañeroscon aclamaciones de júbilo. Ornar abrazó ásu hermano con estremada ternura, pero Abdallahpermaneció indiferente á aquellas caricias, conmoviéndosetan solo al separarse de Kafur. La pobre


152 EL TRÉBOLmuchacha se habia arrojado en brazos de su salvadory no habia medio de separarla de ellos.Para conseguirlo fué necesario que Abdallah leordenase con voz severa que marchara á reunirsecon su señora. Kafur obedeció llorando: el hijo deYusuf la acompañó con una mirada dolorosa: acababade romperse el último lazo que le unia á Leila.Al llegar junto á la litera, llamó Ornar á Kafury enseñándole dos objetos que tenia en las manos,le dijo con tono entre risueño y amenazador:—Ven aquí, hija de Satanás: ¿sabes tú la diferenciaque hay entre este palo y este collar de perlas?—La misma que entre tu hermano y tú, respondióla negrilla. El uno es hermoso como el arcoiris y el otro no sirve mas que para quemarlo en lashogueras del infierno.—Tienes toda la malicia de los tuyos, replicótranquilamente Ornar; no te será difícil escogerbien. ¿Quieres el collar?—Sin duda, respondió la negrilla, cuyos ojosbrillaban. ¿Qué hay que hacer para ganarlo?—Casi nada. Antes de una hora estarás en e^harem: todos querrán verte y nada te será mas fácilque llegar á presencia de la esposa del sherif, lasultana Fatima. Repítele palabra por palabra lo quete voy á decir, y el collar es tuyo.—Trae, dijo Kafur tendiendo la mano. Escuchoy obedezco.—Cuando estés en presencia de la sultana, y despuésque la hayas hecho reir con tu figura de mona


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 153y tus posturas de gata, dile de modo que solo ellapueda oírlo: «Señora, mensaje de un amigo.» Fatimate prestará atención, y entonces la dices estaspalabras:«Una nueva luna, luna de Mayo, asoma en el«horizonte. Si no quieres que turbe la serenidad de»tus noches, reten al sol en el signo de Gemis.«Pide, ruega, manda. Toma por divisa esta fra-»se: El arnor es como la locura; todo se le perdona.»—Repite la última frase, dijo Kafur: Bien, yalo sé. «El amor es como la locura; todo se le perdona.»Llevaré tu mensaje á la sultana. Una pregunta:¿estas palabras no pueden hacer daño á tu hermano?—Ninguno, respondió el hijo de Mansur disimulandouna sonrisa. En nada de esto entra Abdallah,de modo que ningún peligro puede amenazarle;por el contrario, en caso de apuro estas mismaspalabras le. salvarían. Adiós: para los demás,tratándose de este asunto, como si fueras muda.Obedéceme y cuenta con mi generosidad.El dátil está maduro, añadió hablando entre sí,veremos quien lo coje. Ya me he desembarazadodel hermoso Abdallah: solo me resta despertar loscelos de la sultana y urdirle un embrollo al sherif.La cosa no deja de ofrecer peligro; pero cueste loque cueste es necesario que Leila salga del harem.Una vez fuera, Leila es mia.Kafur se sorprendió al reunirse con su señora,encontrándola triste, pálida y febril.—¿Qué tienes? le dijo: ¿lloras cuando va á co-


154 EL TRÉBOLmenzar tu dicha? Tendrás cuatro esclavas para servirte,te darán trages de seda y terciopelo, schalesde cachemira, babuchas bordadas de perlas y oro:llevarás collares esmaltados, placas de diamantes ybrazaletes de rubíes y záfiros. ¿Quemas puede desearuna mujer? Al salir de Egipto te juzgabas dichosaviniendo aquí. ¿En qué consiste este cambio?—¿Tií no puedes comprenderme, dijo Leila convoz apagada. Eres una niña.—No soy tan niña, señora, replicó la negrilla;he cumplido ya doce años, soy una mujer y puedesfiarte de mí.—¡ Ay mi pobre Kafur! esclamó la egipcia suspirando:si quieres ser siempre dueña de tu corazón,cierra los ojos. ¿Por qué he visto á ese hermoso joven?Sin verle, hubiera entrado en el harén llenade gozo: ahora no seré allí mas que un cadáver entrelos vivientes.-—¿Amas á Abdallah? preguntó la niña con ciertaemoción.—¡Que si le amo! ¿Crees tú que es posible verley no amarle? ¿Flay en el paraíso cara mas hermosaque la suya? ¡Su mirada es tan dulce, su voz tansuave! ¡Hasta su mismo nombre es un perfume!¡Que si le amo! Despierta, mi corazón vive para él;dormida, mi corazón vela y languidece de amor.Ojalá hubiera yo nacido bajo la tienda, y ese beduinofuera mi hermano: correría á él, me arrojaríaen sus brazos y no me despreciaría.- Huye con él, esclamó Kafur, voy á decirleque te robe.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 155—¿Qué estás diciendo? Yo soy una esclava ytengo amo. Y aun cuando no fuera así, ¿crees túque Abdallah faltaría nunca á su palabra? Vengoencargada á su custodia ¿y quieres que olvide sujuramento?—'Entonces dile al sherif que te entregue á Abdallah.—Calla, necia; esa petición seria una sentenciade muerte para todos nosotros.Kafur quedó un rato pensativa repitiendo envoz baja el mensaje de Ornar; después, mirando fijamenteá Leila, esclamó:—Señora; si te casas con Abdallah y te lleva ásu tienda, ¿me llevarás contigo?—¿Por qué no? Te quiero mucho y espero queno nos separaremos nunca.—¿Seré siempre tu. esclava y la esclava de Abdallad?— ¡Sin duda! ¿pero por qué me preguntas eso?—Júramelo, prosiguió Kafur en tono solemne;júramelo y déjame á mí hacer. No me preguntes,ni muevas la cabeza con aire desdeñoso. ¿Qué arriesgascon ese juramento? ¿Piensas arrojarme detu casa ó venderme?—No por cierto. Si es la voluntad de Dios quesea esposa del que quiero como á mi alma, permaneceráscon nosotros: te lo juro en nombre del Diosclemente y misericordioso, señor de los mundos....—Señora, yo no soy mas que una pagana ignorante;júramelo solo por el Dios de Abdallah.Hablando así llegaron las dos amigas al harem,


156 EL TRÉBOLdonde las esperaban numerosas compañeras.Kafur, siempre risueña y alegre, bajó de unsalto del palanquín y corrió hacia una habitaciónespléndidamente alumbrada, en medio de la cualse veian mesas cubiertas de vajillas de plata y deflores. Leila, quejándose de la fatiga del camino, seretiró á un gabinete para llorar con libertad. ¡Dolorinútil, remedio impotente para un mal que no puedecurarse.«El que se embriaga con vino, ha dicho el sabiode Chiraz, despierta á media noche; el que se embriagade amor no despertará hasta la mañana dela resurrección.»


CAPÍTULOXX.LA PACIENCIA DEL ZORRO.Abdallah quería volverse aquella misma tarde,y Hafiz no demostraba menos impaciencia; parecíaleque huyendo al desierto, dejaría tras sí su sobrinolas inquietudes y el pesar. Pero el sherif habiaanunciado que al dia siguiente recibiría á los jefesde la caravana, y era imposible rehusar este honor.En las primeras horas de la mañana se dirigieronal palacio: el patio estaba lleno de beduinos contrages azules, y mantos rojos. Todos se apresuraroná estrechar la mano del valiente Abdallah ydel prudente Hafiz. Ornar hablaba en voz baja conel Cojo: por primera vez se quejaba el egipcio delos peligros de la jornada, acusando al sherif de haberespuesto á tantos valientes á una muerte casisegura.Hafiz apoyaba los discursos del mercader.Esclavos negros introdujeron á los invitados enun salón adornado con ricos tapices y circundado


158 EL TRÉBOLde divanes de seda verde bordados de oro. De unode los muros pendía, como único ornamento, unsoberbio sable turco, enriquecido con topacios y rubíes.Era un regalo del sultán. Ornar llamó sobre élla atención de Hafiz, que, murmurando de lo quellamaba una debilidad, se inclinó con demostracionesde profundo respeto ante el jefe de los creyentes.Después de haber recibido las salutaciones detoda la banda, dio elsherif unas cu antas palmadas, á.cuya señal sirvieron el café y las pipas. Los beduinosse sentaron en el suelo y comenzaron á fumarsilenciosamente. Abdallah se estremeció: entre losservidores que se mantenían á espaldas del sherifacababa de ver á Kafur, que de cuando en cuandollevaba su mano al cuello. ¿Era á él ó algún otro áquien la negrilla hacia señas? Nopodia saberlo: ningunolevantaba los ojos incluso Ornar.El descendiente del Profeta parecía abismado enprofunda meditación. Era un anciano de noble aspecto,cuya nariz aguileña, ojos adormidos y luengabarba, le prestaban cierto aire de majestad. Un granturbante y una túnica azul sujeta por ancha faja depúrpura y oro, entre cuyos pliegues brillabaun magníficopuñal cubierto de pedrería, prestaban mayorrealce á su imponente figura. En el fondo el sherifera un sabio que no pensaba mas que en sí mismo.Intratable para quien turbaba'su reposo, se mos- _traba el mas complaciente de los hombres cuandono contradecían sus pasiones ó sus hábitos; el poderno le habia trastornado: oia con gusto la verdadcuando se trataba de asuntos ágenos, y sufría


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 159sin quejarse las mentiras mas descaradas de susaduladores y sus domésticos. Naturaleza delicada,grande amigg de cuentos, poeta refinado, su únicadeqilidad, debilidad escusable á sus años, era la deque tenia necesidad de ser amado ó creer que leamaban. Merced á este secreto que sorprendió desdeel primer dia la hermosa Fátima, habia convertidoá su dueño en esclavo obediente y sumiso. Repitiéndoleque los caprichos delamujer son la,pruebade su amor, la sultana le manejaba á su antojo.Á los sesenta años es mas cómodo creer las cossaque cuestionar sobre ellas y el sherif cedia siemprepara evitar tempestades, considerándose feliacuandole pagaban con una earicia.Por el momento no habia ninguna nube en elhorizonte, y el jefe de los creyentes estaba del mejorhumor del mundo: sonreia acariciándose la barbacon los dedos, y tenia los ojos enhornadoscomoun hombe medio despierto que quiere retener unsueño dorado próximo á volar y desvanecerse.Cuando hubo apurado la segunda pipa, el gefede los creyentes tomó la palabra, y en términos elegantesy esquisitos, dio las gracias á los beduinos yá Ornar por su visita y por los servicios que le habianprestado.En vez de responder á sus razonamientos, el hijode Mansur se levantó como un culpable poseidode terror, y esclamó prosternándose ante el descendientedel Profeta, y besándole los pies:—Hijo de Ali y de Hassan, sé lo que merece elesclavo eme ha tenido la desgracia de no guardar


159 EL TRÉBOLbien el depósito que le confiara su dueño. Conozcomi crimen y aguardo sin quejarme el castigo quetu justicia me imponga.—Levántate, dijo el sherif con tono bondadoso.Lo que está escrito está escrito. Dios quiere que alternenlos reyes y los triunfos entre los hombres,á fin de conocer á los creyentes y escoger entreellos sus testigos (1). En cuanto al insulto que mehan hecho esos miserables, yo elegiré el dia y horade la reparación. Entretanto ¡paciencia! Con lapacienciase alcanza todo.—¡Ay! señor, replicó el hijo de Mansur, lo demenos es el ataque. Mi hermano Abdallah y sus valientesbeduinos rechazaron á los traidores, es verdad;pero nos sorprendieron; la esclava estuvo algúntiempo en manos del enemigo, aquellas gentessin fé y sin honor le arrancaron el velo y esa belleza,que debió ser sagrada para todos, la profanaronmiradas indignas.—Basta, interrumpió el sherif, á quien aquellarelación desagradaba sobremanera. El cuidado demi honor me toca á mí. ¡Paciencia!— ¡Paciencia! esclamó Hafiz, eso es lo que deciael zorro que se hacia el muerto.—¿Qué decia el zorro? preguntó el'sherif lanzandouna severa mirada al beduino, que permanecióimpasible.—Habia en una ocasión, dijo Hafiz, un zorro quese iba haciendo viejo. Conociéndolo habia renun-(1) Koran, III, 134.


DE CUATU0 <strong>HOJAS</strong>. 161ciado á la caza y á las aventuras, concretándose ávisitar todas las noches un gallinero próximo á suguarida. En este gallinero, y á espensas de las inocentesaves, engordaba sin trabajos nipeligros. Sucedióleun diacjue se detuvo, y cuando quiso escapar,el sol se habia levantado, y con él los vecinos.Volver ala madriguera no era ya posible. El zorroimaginó tenderse en el camino haciéndose el muerto.»«Paciencia, decia, en la paciencia está la salvación»El primero que pasó al lado del animal no repagóen él: el segundo le dio con la punta del pié paraasegurarse de que no vivia: el tercero era un muchachoque se divirtió en arrancarle los pelos delbigote.«Paciencia, «se dijo el zorro, este chicuelo nosabe lo que se hace, su intención no es inferirme unagravio. Mas vale aguantar un poco que esponerseá morir.»En seguida pasó un cazador con la escopeta alhombro.«La uña de este animal, dijo, es muy buen remediopáralos panadizos.»Y sacó el cuchillo.«Paciencia, decia el zorro, mas vale vivir contres patas que morir con cuatro.»Y se dejó estropear sin respirar siquiera.Por último, pasó una mujer que llevaba un niñoen la cadera.«Con los dientes de este animal haré un collarque preserve á mi hijo del mal de ojo.»11


162 ELTRÉBOL—Conozco la fábula, interrumpió el sherif,cuando se aproximó la mujer el zorro le mordió enla cara.—Mi historia no dice eso, repuso gravementeel Cojo, cuando una vez se transige ya no se detieneuno en el camino. El zorro se dejó arrancar losdientes, repitiendo: «Paciencia,paciencia,» y aguardóá que un último pasajero le arrancase el corazón.Solo entonces pudo comprender, aunque tarde, queel mas cierto de los peligros es la paciencia.—Yo también empiezo á creerlo, esclamó el sherif,desde que un beduino viene á mi mismo palacioá contar esas historias estúpidas. Preciso es serun grosero pastor para no haber comprendido miprudencia, y venir á insultar mi bondad. Si la caravanase ha visto comprometida en un país seguropor donde transitan los mercaderes, ¿quiénes tienenla culpa, sino los que han escogido por jefe á unniño, que solo por piedad no hago responsable?Doce Beni-amers, armados y resueltos atravesaránsiempre el desierto, sin que nadie se atreva á atacarlos:para que los arnautes os sorprendiesen precisoes que os hayan tendido un lazo, en el cualhabéis caido por imprudencia ó por traición.—Señor, esclamó el hijo de Mansur levantandolas manos en ademan de súplica, dices verdad; eneso consiste mi falta. Antes de elegir para jefe de lacaravana á mi hermano y amigo, debí pensar queá nuestra edad la pasión nos ciega. Desde elprincipiodel viaje la presencia de la esclava turbó á ese jovenhaciéndole olvidar los preceptos de la esperiencia.


BE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 163—¿Qué es lo que oigo? dijo el sherif, cuyos ojosse inflamaron de cólera. ¿De esta manera se meobedece? ¿Así se me respeta? Desdichados los quese han atrevido á mofarse de mi: yo les enseñaréque no sufro los insultos. Tú, mercader, serás castigadopor tu imprudencia, y tú, joven, pagarás tulocura.Diciendo esto llamó á un negro que tenia ungran sable al costado, y mostrándole á Ornar y Abdallah,hizo ademan de cortar el aire con la mano:ademan que equivalía á una sentencia de muerte.Los beduinos se miraron unos á otros estremecidos,pero ninguno, incluso el mismo Hafiz, seatrevió á revelarse contraía voluntad del descendientedel Profeta. Ornar oyó la sentencia sin conmoverse,y después de investigar á su alrededorcon la mirada, levantó la mano é hizo una seña á lanegrilla, que pareció no comprenderle. El hijo deMansur frunció el entrecejo con un jesto de cólera,murmurando:—¡Maldito dervis! ¿si diría verdad? Mi confianzaen ese beduino va á perderme. ¿Si lo habré queridomas de lo que pensaba?Abdallah levantólos ojos hacia el ejecutor sonriendo.—Pobre niño, esclamó Hafiz abrazando á su sobrino:yo soy la causa de tu muerte.—No, padre mió, respondió el joven. Dios esdueño de la última hora. Resignaos y consolad ámi madre. No me compadezcáis, para mí la muertees preferible á la vida.


164 EL TRÉBOL—Después volviéndose hacia Ornar, que no quitabaojo de la negrilla, le tendió la mano y le dijo:—Hermano, perdóname en nombre de la quenos cuidó en la infancia.Y saludando al jefe de los creyentes se puso derodillas y ofreció el cuello al verdugo.—Deteneos, gritó Kafur arrojándose á las plantasdel sherif. Yo he cometido la falta, yo arranquéel velo de mi señora. Matadme á mí pero no toquéisá Abdallah.- Que se lleven á esta muchacha, dijo el sherif,y que la castiguen hasta que calle.—Piedad, decia la niña, á quien cogió en brazosun negro, ¡perdón! y merced á un esfuerzo desesperado,logró desasirse de las manos del esclavo, dejandoen ellas un pedazo del vestido. ¡Piedad! repetíaabrazando las rodillas delsherif, que la rechazababrutalmente. ¡Abdallah no tiene culpa, no lecastigues!—De pronto, y reparando en las contraidas faccionesde Ornar, se levantó como iluminada por unaidea repentina, y añadió tendiendo el brazo hacia elpríncipe.—¡No seas cruel! Recuerda que al amor, como ála locura, todo se le perdona.—Detente, gritó el sherif al verdugo. Estoesraro, pensó; la misma frase que me repetía Fatimaesta mañana, sin quererme esplicar su sentido....Ven acá, niña, dijo á Kafur con acento mas suave.¿De dónde provienen esas palabras? ¿Lo sabestú?


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 165—Si lo sé, respondió la. negrilla, provienen deuna boca de donde no salen nunca mas que el consueloy la piedad.—¿Y conoces el sentido de ellas?—Sí, repuso Kafur temblando. Abdallah no haoído jamás esas palabras, pero Ornar hace tiempoque conoce-.el secreto que ocultan. Pregúntaselo yte lo dirá todo.—¡Oh, señor, dijo Ornar, arrastrándose á lospies del sherif y hablándole en voz baja: conozcodemasiado esas palabras, ellas son causa de mi crimen,y ellas serán tal vez mi disculpa. ¿Quién puedeengañar á un corazón celoso? Cuando me llamasteá Taif sospecharon el objeto, y antes de salir delpalacio me habían arrancado ya una promesa loca,la cual he cumplido demasiado fielmente. Yo hecomprometido á la esclava como me lo habían ordenado.¿Podía, por ventura, resistir á una voluntadprotegida por tu amor? Feliz el que puede inspiraruna pasión viva. Su misma dicha le hará indulgente.Al mismo tiempo que mentía con aquel descaro,estudiaba el hijo de Mansur el rostro delsherif, que iba serenándose poco apoco. Ya Ornarno suplicaba, á aquel miserable anciano dueño de*av ida y la muerte, sino adulando y prodigandofrases halagüeñas, apaciguó las últimas olas querugían aun en el fondo de su pecho, alterado pollacólera.—Levanta, dijo al cabo el sherif, te perdono yperdono también á ese orgulloso beduino, que pa-


166 EL TRÉBOLrece desafiarme hasta el último momento. Ya hedemostrado que no temo á nadie, y que sé castigaral que me insulta. Basta con lo hecho: guardaré lasangre de mis fieles para mejor ocasión. Joven,añadió dirigiéndose á Abdallah, y acompañando suspalabras con una bondadosa sonrisa, recuerda quedesde hoy tu vida me pertenece: cuento contigopara vengar nuestro común ultraje.Por toda contestación, el hijo de Yusuf besó lamano del sherif profundamente conmovido, mientrasHafiz demostraba de una manera ruidosa sureconocimiento y su alegría.—Tú, dijo el sherif llamando áKafur, ven aquíhija de la noche: ¿No te ha dicho nada mas la sultana?—Sí por cierto, respondió atrevidamente la negrillacon aire misterioso: la sultana me ha dichoque si le perdonabas los estreñios de su amor necesitabauna prueba de tu ternura.—Habla, dijo el anciano, ¿qué podré rehusarleá una pobre criatura que me ama, hasta el puntode volverse loca?—La sultana teme que rechaces su petición:para concederle lo que desea se necesita, segúnella, un amor tan grande como el suyo.—Habla, pues, repuso el sherif, ¿no conoces miimpaciencia?—Pues bien, añadió Kafur, no le deis por rivalá esa egipcia, ala cual han deshonrado las miradasde los beduinos y los arnautes.—¿No es mas que e--c? dijo sonriendo el jefe de


BE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 167los creyentes. Elevar hasta mí á esa mujer, despuésde lo que ha pasado, ¡jamás! Permanecerá esclavay acabará sus días en un rincón del harén.—Algo mas quería 1M sultana: está inquieta ycelosa. Su deseo es que Leila salga del palacio parano volver. Que mi esposo, dice, que el bien amadode mi corazón me dé esta última prueba de ternura.¿No podría dejar esa mujer á los que la hanconducido? Entre los beduinos seria fácil encontrarleun esposo, y yo entonces seria sola á quereral dueño de mi vida.— ¡Qué débiles son las mujeres! esclamó el descendientedel Profeta. El Koran tiene razón al recomendarnosla indulgencia á nosotros que tenemosla fuerza y la sabiduría. Son una locura los celosde Patima, y en otra ocasión me avergonzaríade ceder á ellos: pero ahora tengo gusto en probarleque nada hay imposible para mi poder y miamor. Vé á buscar á Leila, y al mismo tiempo di ála sultana que su rival no volverá á entrar en elharén. Esta es mi voluntad y quiero que todos larespeten.Después, volviéndose hacia los beduinos, prosiguióen alta voz:—Amigos míos, os hago jueces de mi conducta.¿Qé debo hacer con la egipcia que habéis escoltado?Por respeto á mi mismo no puedo tomarla por esposa:por respeto al bajá no puedo guardarla encalidad de esclava. lié aquí lo que propongo. Si hayalguno entre vosotros que quiera casarse con la estranjera,se la doy con un dote razonable, si no la


168 ÉL TRÉBOLcasaré con cualquier rico mercader de Medina ó laMeca.— ;Dios es grande! esclamó el hijo de Yusuf estrechandola mano de Hafiz. No busquemos ya eltrébol de cuatro hojas: helo aquí, ya está en mi poder,ya he encontrado la felicidad.—Valor, hijo mió, respondió el Cojo, es precisotenerlo hasta para soportar la dicha. No creo, añadiódirigiéndose al sherif, que sea necesario ir hastala Meca para establecer á la egipcia. Si no le hacefalta mas que un marido, hé aquí un joven áquien nadie aventaja ni en nacimiento, ni en fortuna,ni en corazón.—Señor, esclamó Ornar saludando al sherif conprofundo respeto, yo no hubiera cometido nunca latemeridad de levantar los ojos hasta unamujer confiadaá mi custodia, pero ya que las cosas han cambiado,y que tú lo permites, me atreveré á pretenderá Leila. Es una esclava del bajá, desde la infanciaestá acostumbrada á las dulzuras y al lujo delharén: al venir aquí soñaba con una fortuna que seha desvanecido, ¿quién sabe si la vida de la tiendano le parecerá demasiado ruda y trabajosa? La riquezaes una necesidad para la mujer que siempreha vivido en un palacio. Yo ruego á tu señoría queentregues la estranjera al eme le ofrezca un dotemas considerable: esta será la última prueba de tubenevolencia para la que todo lo debe á tu .generosidad.—Tu petición me parece justa, dijo el sherif,traed á la egipcia y vengan los pretendientes,


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 169estoy dispuesto á oir sus proposiciones.—TÍO, murmuró el hijo de Yusuf, estoy perdido.—Al cabo, dijo Ornar, Leila es mia.Kafur miró á los dos hermanos y corrió al harén.- '- -J


CAPÍTULO XXI.LA SUBASTA.Mientras fueron á buscar á la estranjera, Hafizse aproximó al hijo de Mansur y le dijo:—Joven, escucha á un anciano que te ha tenidosiendo tú niño sobre sus rodillas. Según dicen, eresmas rico que tu padre: las mujeres van en busca dela fortuna y no hay en Egipto ni en Siria un mercaderque no se crea honrado aliándose contigo. Abdallah,por el contrario, solo puede amará una mujer,y ha entregado su corazón á la estranjera. Ségeneroso; paga hoy la deuda de gratitud que conellos tienes, haciendo felices á Abdallah y á Halima.—Mi hermano, respondió Ornar, no es mas queun egoista: ya he sufrido bastante por su culpa. Sabeque tengo empeño en poseer esa egipcia: sabeque la obtendré á toda costa: por qué se declara mirival? ¿Qué va á conseguir conque su obstinación


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 171me haga perder inútilmente cien mil piastras? Querenuncie á Leila y acaso yo olvide que hoy ha puestopor segunda vez en peligro mi cabeza.—Tienes la fortuna de ser musulmán, respondióel Cojo: sino, antes que acabara el dia, te enseñaríamosque dos onzas de plomo pesan mas quetodo tu oro; pero anda: aun no has conseguido loque deseas, y si Dios nos ayuda, confundiremos tuabominable dureza.Ornar se encogió de hombros y salió al encuentrode Leila.Esta acababa de entrar cubierta con un velo, yal hijo de Yusuf le pareció no obstante que de aquelvelo espeso salia una mirada de fuego, cuya violenciano podia resistir. Kafur seguía á su señora.¿Babia hablado á la sultana? No era posible; sinembargo, llevaba un collar de corales rosa, que seguramenteno se habían tallado para una esclava.De cuando en cuando se acercaba á un balcón cubiertocon una celosía eme daba á la sala, y cambiabapalabras misteriosas con algunas figuras invisibles.Era el harén entero que se interesaba por lahermosa Leila, y acaso hacia votos por el hijo deYusuf.Abdallah fué el primero á tomar la palabra.—Mi fortuna, dijo, consiste en la fuente que hedescubierto y el jardín que he plantado: añadiendolas armas de mi padre y la yegua que he domado,puede decirse eme está hecha la relación de mis bienes.Todo ello es tuyo, Leila, si quieres aceptar mialma y mi vida.


172 EL TRÉBOL—Todo ello vale á lo sumo cien mil piastras, dijoMámente Ornar. Aquí mismo, en Taif, tengo unjardín de naranjos, donde el sherif tiene algunasveces la bondad de pasearse y tomar el café: esejardín vale mas de doscientas mil piastras; yo se loofrezco á Leila como garantía de igual suma enjoyas.—Joyas, dijo el Cojo; mi sobrino las tiene tanricas como las tuyas. lié aquí un cofrecillo que valemas que todas tus promesas.Con asombro de todos los circunstantes, Hafiz,ayudado de Kafur, abrió un cofrecillo de nácar yconcha lleno de pendientes, brazaletes y aderezos.Abdallah no pudo contener una esclamaciondesorpresa; entre aquellas alhajas habia reconocidoel brazalete de rubíes que llevaba Leila el dia delataque y el collar de corales rosa que lucia Kafurpocos momentos antes. Quiso hablar, pero una señalde su tio le detuvo.—Bonitos aderezos, aunque usados, dijo Ornarfrunciendo el entrecejo. No quiero preguntar dedónde han venido esos despojos de mujeres ni perderel tiempo en valorarlos: mi generosidad darámas que todo eso: ofrezco trescientas mil piastras.—Ofrecer no es dar, interrumpió el Cojo; aquíhace falta algo mas que palabras.Por toda respuesta, Ornar sacó una cartera desu faja, y tomando varios papeles se los presentó alsherif.—Señor, le dijo, hé aquí las órdenes de pago


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 173que me has dado hace algunos meses y que estáncumplidas. Suman algo mas de un millón de piastras.¿Rehusará su señoría á su esclavo la gracia deservirle de fiador con estos exigentes beduinos?—Haré lo que deseas y seré tu fiador por cienmil piastras.—Si no hace falta mas que esa cantidad, esclamóun beduino, no dejaremos desamparado á uncompañero y daremos una lección á ese mercadervanidoso. Hé aquí nuestros sables; nosotros los rescataremospor cien mil piastras.Y desenganchándose el yatagán arrojólo el beduinoá los pies del sherif, lanzando á Ornar unamirada despreciativa. Hafiz se adelantó para hacerlo mismo, dando ejemplo á la banda.—Recoge tu sable, dijo el jefe de los creyentesal beduino: yo seré fiador tuyo y de tus compañeros.No quiera Dios que os vea desarmados á mialrededor: vosotrossoismigloriaymifuerza. Ornar,antes de aventurarte á hacer nuevos ofrecimientos,conviene que lo pienses bien. El arrepentimientosigue á la pasión satisfecha; una querida se encuentraá todas horas: pero los amigos que se pierdenno se recuperan nunca.—Jefe de los creyentes, repuso Ornar con orgullo,bajo tu palabra me he aventurado en este negocio:mándame detenerme, sino iré hasta lo último:solo á tí temería disgustar. Para acabar, pues,con este enojoso asunto, ofrezco un millón de piastras:no es una dote exajerada para la mujer que tehas dignado honrar con tu protección.


174 EL TRÉBOL—¿Eres tan rico que puedas hacer semejanteslocuras? dijo el descendiente del Profeta: lo tendréen la memoria para cuando llegue la ocasión.—Manda, señor, respondió el mercader; mi fortunay mi vida son tuyas.Hubo un momento de profundo silencio. Leila,que hasta entonces había permanecido en pié, cayósobre un diván: Abdallah inclinó la cabeza, Hafizy los beduinos dirigían miradas amenazadoras áOrnar, que las'afrontaba con aire desdeñoso: Kafurcomenzó á gesticular de una manera estraña,mirando hacia el balcón, y desapareció por últimodel salón.Todos los ojos estaban fijos en el sherif, queparecía agitado por la duda.—He dado mi palabra, dijo al fin con voz lentay dirigiéndose á los beduinos; vosotros sois testigosde que todo ha pasado conforme á la mas estrictalegalidad. Ese mercader compañero vuestrode caravana, ofrece un millón: le pertenece la esclava,si alguno de vosotros no da mas.—¿En donde podría encontrarse esa suma en eldesierto? Esclamó el Cojo: solo las almas vendidasá Satanás poseen esos tesoros del infierno: nosotrosno tenemos mas que nu.estros sables y nuestras espingardas.¡Ojalá llegue pronto el día en cpue se conozcalo que valen!—¿Olvidas las joyas de Abdallah? Dijo el mercadersonriendo.—¡Ah, hermano mió! Esclamó el hijo de Yusuf;¿qué te he hecho para que me trates así? ¿eras tú


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 175el que debia clavarme el puñal en las entrañas?—¿Quieres eso? preguntó el sherif á dos esclavosnegros que depositaban á los pies de Abdallahun pesado cofre de plata cincelada.—Señor, respondió uno de los portadores, es eltesoro del hijo de Yusuf.Y abriendo el cofre sacó á manos llenas las mashermosas pedrerías del mundo.A primera vista se podía calcular que el cofrecontenia piedras preciosas por valor de mas de unmillón de piastras.—Es singular, pensaba el sherif; esas arracadasde diamantes y esos brazaletes de topacios ¡cómose asemejan á los aderezos que yo dabaá mi sultana!¿Quién te envia? preguntó al es clavo.—Señor, respondió el negro inclinándose. «Elamor es como la locura: todo se le perdona.»Abdallah se creía juguete de un sueño: Ornarpalidecía de rabia.—-Aquí se me tiende algún lazo, murmuraba;pero no importa;podré mas que todos. Si es precisoofrezco dos millones de piastras.Nuevos esclavos, pesadamente cargados de bandejas,lámparas de plata, jarros y copas cinceladas,vinieron como los anteriores á depositar aquella riquezaálos pies de Abdallah. A la primera ojeada,reconoció el sherif las piezas de una magnífica vajillaque era parte del ornamento del harén. Se lahabia regalado el Sultán, y no sin sentimiento se lahabia ofrecido á la hermosa Fatima al dia siguientede haber tenido una cuestión con ella.


176 EL TRÉBOL—¿Quién ha podido dar orden para traigan aquíesos tesoros?—Señor, respondieron los esclavos al sherif.«El amor es como la locura: todo se le perdona.»—A ver: que apaleen á esos tunantes para queaprendan que á mí no se me responde con proverbios.¿Quién los ha enviado? /—'¡Señor! dijo uno de los esclavos temblando:Kafur nos envia.—¡Traedme acá esa hija del diablo! dijo el sherif:si la dejan es capaz de cargar con el palacio entero.Aun no habían salido los esclavos, cuando entraronotros conduciendo los vestidos mas raros ylas telas mas preciosas. Delante de ellos iba Kafurdirigiéndoles con la seriedad de un Imán. El gefe delos creyentes la llamó y cogiéndola por una oreja,le dijo:—Ven acá maldita. ¿Me espliearás este embrollo?—«El amor es como la locura, respondió gravementeKafur, todo se le perdona.»—¿Te atreves á mezclar á la sultana en estedesorden? dijo el gefe de los creyentes.—La sultana está allí, repuso con calma la negrillaseñalando el balcón: todo lo ha visto, todo loha oido, lo sabe todo, y, añadió bajando la voz, estáfuriosa.—¡Furiosa! ¿y por qué? esclamó el sherif inquieto.—Sabe, continuó Kafur, que sientes haberle sa-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 177criticado á Leila, y adivina el j uego de ese mercaderque puja en tu nombre: solo la pasión, dice,puede cegarte hasta el punto de humillar á esos valientesbeduinos que son el sosten de tu imperio.Puesto que no me ama, ha añadido, no quiero nadasuyo: quita de mi vista las joyas y los vestidos conqueme engalanaba para agradarle: llévalo todo áAbdallah y que luche por mí hasta el último momento.Si el dueño de mi alma vuelve á mí ¿quénecesidad tengo de riquezas? Si me abandona,quiero conservar mas que el recuerdo de su amor.El sherif volvió los ojos hacia el balcón, y creyóver á través de la celosía unas manos delicadasque hacían pedazos un pañuelo de encage. Un rumorde sollozos comprimidos le obligó á bajar lacabeza. En aquel momento comprendió que la amistadde los Beni-amers le seria mas útil que el reconocimientode. Ornar, y tomó su partido.—lío han de hacerme cómplice de farsas indignas,esclamó con voz solemne; yo no falto nunca ála palabra que doy. He querido que se asegure unadote conveniente á la mujer que protejo, y cien milpiastras me parecen-bastantes. En cuanto á decidirentre los dos rivales, es cuestión que toca á Leila.Que ella opte por el mercader ó por el beduino, pollaciudad ó por el desierto; á mi no menoimporta:respetaré su elección y haré que todos la respeten.—David y Salomónmas acierto, esclamó el Cojo.no hubieran juzgado conLos dos hermanos estaban junto á Leila: Abdallahla miraba con ojos en que ardia la pasión:12 •


178 EL TRÉBOLOrnar le hablaba estremecido por la cólera y loscelos.—Piensa en el porvenir, le decia, no sacrifiquesá ese hombre la flor de tu juventud y tu hermosura.¿Sabes lo que es la vida de una mujer bajo latienda? ¿Están tus manos acostumbradas á moler elgrano, teger la lana y recoger el forrage y la leña?¿Te dará un beduino los baños, las joyas y los perfumesá que estás acostumbrada? ¿Hará que te pintenlas cejas y los párpados? Te labará los cabelloscon agua de azahar y te los secará cqn ámbar y almizcle?Conmigo tendrás mujeres para que te sirvan,vestidos costosos para engalanarte, ricas joyaspara embellecerte. No serás sierva, sino señora,y tus caprichos serán leyes que obedeceré gozoso.Leila se inclinó, tomó la mano de Abdallah, ydijo colocándola sobre su cabeza:—Yo soy la esclava de mi señor. Estranjera, notengo otro refugio; huérfana, no tengo otra familia.El será mi padre, mi madre y mi hermano.¡Oh bien amado mió! ¡al fin soy tuya! ¡al fin puedodecirte que eres toda mi alma!Y llorando y sonriendo á la vez, besó la manode su esposo.El jefe de los creyentes contemplaba gozosoaquel espectáculo que le rejuvenecía. La leccionesun poco fuerte para Fatima, pensaba, pero me alegrode haber confundido á la sultana. Me pareceque esto la curará por algunos dias de sus incurablescelos.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 179Ornar permanecía callado: sus facciones contraidas,sus ojos amenazadores, todo revelaba en él elcombate del dolor y el orgullo.—Hijo de Mansar, le dijo el Cojo; tú debías casartecon Kafur; tu alma es tan negra como su piel:tendrías hijos dignos de Satanás su abuelo.—TÍO, esclamó el hijo de Yusuf; no seáis cruel.Si Ornar ocupase mi puesto, nos respetaría. Hermanoañadió, tendiéndole la mano, perdóname mi •felicidad.—Eres mas hábil que yo, respondió Ornar, tefelicito por tu triunfo.Dichas estas palabras, salió corrido.—¡Qué gran cosa es la juventud! dijo Hafiz: áesta edad es uno honrado, confia en todo el mundoy cree en la virtud. Yo ya soy viejo y he hecho laguerra. Cuando encuentro un malvado lo aplastobajo mis pies como á un escorpión, para que nomuerda mas.


CAPITULO XXII.LALLEGADA.Mas fácil es retener la riqueza en las manos delpródigo ó conducir agua en una criba, que alojar lapaciencia en el corazón de un amante.Aun no asomaba el dia ni las aves habian abandonadosus nidos, cuando el hijo de Yusuf habiadespertado á sus compañeros, ordenando en largasfilas los camellos cargados con los presentes delsherif y de la sultana.Solo esperaba ya impaciente á su adorada, áquien Fatima habia detenido en el harem durantela noche para oirle referir la historia de sus amores.La mujer quiere siempre á la rival que no teme.Cuando Kafur abrió la puerta del harem y apareciómas fea y mas alegre que nunca, Abdallah nopudo contener una esclamacion de alegría y sorpresa.La mujer que asomaba detrás de la negrilla á lacual tendía su mano, ¿era Leila?


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 181Ella era: un amante, no se podia engañar; perola egipcia cargada de joyas habia desaparecido paratrastornarse en la beduina, constante habitadorade la tienda. Leila estaba vestida con una largatúnica de algodón azul que se cerraba en el cuellopara bajar hasta los pies. Encima de la túnica llevabaun albornoz de lana roja que le cubria la cabeza.Sus cabellos negros peinados en multitud detrenzas que remataban en un grano de coral, lecaian por la frente hasta los ojos, prestando nuevobrillo y dulzura á su mirada. Con aquel modestotraje, la cara descubierta y los pies desnudos parecíala reina del desierto.Los beduinos saludaron alegres aquella encantadoracriatura, fresca y risueña como la mañanade un dia sereno.La caravana se puso en marcha: una tempestadreciente habia hecho brotar la verdura: las yerbashúmedas aun con las gotas de rocío, y las floresfrescas y acabadas de abrir, sonreían á aquellas almasdichosas. Abdallah marchaba á caballo junto áLeila y le iba hablando con la mano apoyada en elborde del palanquín. Kafur no se habia mostradojamás tan habladora ni tan traviesa.-Que Dios te castigue, Abdallah, decia Leilasonriendo, con el peso de tu brazo vas á derribar lalitera obligándonos á hacer el camino á pié.—¡Bah! respondió el hijo de Yusuf.deja que flotela brida del camello y no me niegues el placerde estrechar tu mano en la mia.—Ingrato, esclamaba Kafur, ya no te acuerdas


182 EL TRÉBOLde mí. ¿Eres tú el tostado beduino de la leyendaque roba á la mujer del califa de Mohavish? Y convoz alegre como la de la alondra, comenzó á cantarla canción de la hermosa beduina tan popularentre los árabes.Así anduvieron todo el dia sin pensar en el cansancioni en el calor. Cuando la alegría viene trasel sufrimiento, ¿se puede pensar en otra cosa que'en ella? Hafiz se habia encargado de dirigir la caravana,de suerte que Abdallah no tenia para quéabandonar ni por un momento el tesoro que los beduinosllevaban á sus tiendas en son de conquistadores.Por la tarde descubrieron las tiendas de los Beniamers.El sol se ponia bajo la bóveda de un inmensoarco iris: una luz rosada iluminaba las arenasdel desierto, y los rayos de oro del astro reychispeaban en la cima de las pirámides de granito.A lo lejos se oia el ronco gemido de la sahiek, losladridos de los perros y el arrullo de las tórtolas. Derepente saludó un grito la vuelta délos viajeros.—¿Qué grito es ese? preguntó Leila.—Es la voz de mi madre, respondió Abdallah,bajando de su yegua: de hoy mas seremos dos áquererte.Halima les salió al encuentro manifestando suasombro al ver aquella caravana tan numerosa.—Qué es eso, preguntó señalando á los fardos:;el hijo de Yusuf ha vendido su caballo y sus armaspara convertirse en mercader?—Sí, madre mía, respondió Abdallah y os trai-


DE <strong>CUATRO</strong> OJAS. 183go el mas preciado y el mas raro de todos los bienes;una bija que os respetará y os ayudará.Leila bajó de la litera para arrojarse en brazosde la beduina que la miraba sorprendida y le preguntóel nombre de su padre y de su tribu.• La presencia de Kafur no la maravilló menos;de modo que á pesar de todos los discursos de Hafiz,Halima entró en la tienda suspirando. La verdadera que no tenia gran afición á las estranjeras;pero cuando después de haber descargado los camellos,Abdallah vino á sentarse á su lado y Leilaacudió con un jarro de agua caliente á labar por simisma los pies de su marido, la anciana esclamótrasportada de gozo:—¡Alabado sea Dios! hé aquí una mujer que seráverdaderamente la servidora de su marido. Lacasa ha encontrado al fin una dueña, ya puedo moriren paz.Y diciendo esto, fué á abrazar á aquella hija queDios le deparaba.—¿Qué te pasa? dijo Kafur, que estaba acostadaá los pies de Abdallah con la cabeza apoyada en lasrodillas de su salvador, ¿te se ha entrado en losojos el humo de la pipa? Cualquiera diria que lloras.Vaya, pues si la pipa está apagada. ¿Quieres uncarbón para encenderla?— Calla: calla: murmuró el beduino, pasando lamano sobre la cabeza de la negrilla, como si acariciaseá un caballo leal: la niña volvió á recostarse,pero al mismo tiempo tiró con tal fuerza del brazode su señora, que la frente de Leila tocó en los


184 EL TRÉBOLlabios de Abdallah. Kafur se hecho á reir. ¡Pobrecriatura!Conociendo que todo estaba vedado paraella,habia encontrado el medio de ser dichosa, cifrandosu felicidad en la felicidad de los otros.


CAPÍTULO XXIII.KARA-SH1TAN.Ornar había vuelto á su casa presa de la desesperación,Inútilmente trataron sus esclavos de divertirle,inútilmente se le ofrecieron negocios y dinero,la pasión le devoraba pasándose los días y losdias encerrado en sus habitaciones, con las piernascruzadas sobre un tapiz, revolviendo en su imaginaciónproyectos insensatos y buscando una venganza,cuya forma no podia determinar.—¿Qué me importa el voto de mi padre, paracjué me sirven la salud y el dinero eme he amontonado,si soy el mas infeliz de los hombres? ¡Ese miserablebeduino triunfa en medio de su pobreza, yyo en medio de mi abundancia permanezco triste yabandonado! ¡Maldita sea la vida, maldito sea mihermano! El oráculo no mintió, mi mejor amigo esel cpie me mata.A 7pensando así volvía á caer en su abatimiento.


1 86 . E L TRÉBOLLa tristeza de Ornar era objeto de las conversacionesde toda la ciudad. Nadie estimaba gran cosaal hijo deMansur, pero en cambio todos tenian enmucho su posición y su fortuna, y no faltaban personasque se calentaban la cabeza buscando algúnconsuelo que venderle. Después de la humillaciónsufrida decian, pagará bien al que - le vengue delbeduino.Las palabras que s.e echan á volar no se pierdennunca. La fatalidad del rico consiste en que siemprehay gentes prontas á entrar por su cuenta en elinfierno. La pasión del pobre es una llama que leabrasa el corazón, pero que cuando le ha consumidose estingue: la pasión del rico es una hogueraque cada cual atiza y de que salen el incendio, elcrimen y la muerte.Una mañana anunciaron á Ornar la visita de uncapitán de arnautes que según habia dicho, iba átratar negocios que no podian dilatarse. Ornarlerecibió atentamente mandando servir las pipas y elcafé:—Buen café, dijo el capitán bebiendo á sorbos:amargo como la muerte, negro como el diablo, calientecomo el infierno. ¡Qué mezcla tan esquisitade clavel, canela y nuez moscada! ¡Dichosos los ricos!El mundo es vuestro.—A veces se engañan los que creen en la felicidadde los ricos, dijo Ornar suspirando.— ¡Bah! un rico que tiene pesares es un avaroque no sabe gastar su dinero. Si desea una mujerque ^ compre; si quiere librarse de un rival que


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 187ponga precio á su piel. Todo se paga: con dinero setiene todo.—¿A quién tengo el gusto de hablar? preguntóel hijo de Mansur.—Me llamo Kara-Shitan, respondió el recienvenido:soy capitán de arnautes y uno de los que osatacaron en el desierto. Al matar tu hermano Abdalladá mi amigo Mohamed me ha deshecho unnegocio de cinco mil duros; págame esa deuda y tedesembarazo de Abdallah.—¡Un homicidio! dijo Ornar.—¡Bah! repuso fríamente el capitán. Si Dios nohubiera dispuesto la muerte acabaríamos por comernosunos á otros. Cuando se tiene la ocasión enla mano la prudencia aconseja no dejarla ir. Nadamas justo que obligar á nuestros enemigos á beberel cáliz, cuya amargura nos han hecho probar. Elque hiere con el arma con que le han herido, estáen su derecho.—Pero... ¡á mi hermano! murmuró Ornar comoquien duda.—Tú hermano es tu enemigo: ¿qué te importasu muerte? Yo mataré á Abdallah como á un perrosi le hallo en el desierto. Yo no haré mas que vengarmepersonalmente, solo que para vengarme necesitoesos cinco mil duros.—¿Y para qué me servirá tu venganza? repusoel hijo de Mansur.—No sé, respondió Kara-Shitan, tú entiendeslos negocios mejor que yo; pero si me encontrase entu puesto y Abdallad desapareciese, pronto habría


188 EL TRÉBOLconseguido á la hermosa Leila. Según dicen, el beduinono tiene mas familia que su madre y un viejoloco; con un poco de dinero y de resolución sequitan esos obstáculos. Un rapto no es cosa difícil yno seria que Leila viuda y en tu casa llegara á consolarse.¿Qué puede temerse? ¿El s'herif? En Djeddadserien de la cólera de los beduinos. ¿El bajá?Es un hombre como todos; si tiene conciencia todoel trabajo será averiguar el precio.—Y la tribu ¿has pensado en ella?—La tribu no importa nada, añadió el capitán.Ya sé que esos beduinos son tan vengativos y tanastutos como sus camellos, pero la sangre se pagacomo todo: en el desierto como en cualquiera otraparte, no viene nunca mal un poco de plata: los Beni-amersse consolarán heredando á Abdallah.—Sí, replicó Ornar, la sangre se paga cuando elhomicidio es involuntario. Un hombre vale ciencamellos; pero cuando se trata de un asesinato notransigen; entonces la pena es la del Talion y mematarán.—El desierto es mudo, dijo el capitán, y losmuertos no hablan.Cuando se encuentra en medio de los arenalesun cadáver desecado, listo ha de ser el que distingaun homicidio de un accidente casual. Pero enfin, basta de conversación inútil, añadió levantándose,qué me importa á mí la hermosa Leila á quienno he visto en mi vida? Que siga amando á su beduino,que sean dichosos juntos y que juntos semofen del hijo de Mansur, me tiene completamen-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 189te sin cuidado. Después de todo Abdallah es un -valienteá quien estimo: si tú lo hubieras hecho laofensa que él te ha inferido, á buen seguro que notendría esos escrúpulos para vengarse. ¡Adiós.'—Espera, esclamó el hijo de Mansur, tienes razón.Mientras Abdallah viva no abrá para mí pazen la tierra. Me lo han predicho al nacer y cadavez lo conozco mejor. Líbrame de ese enemigo.También con el Cojo tengo una cuenta pendiente yya la arreglaremos. ¡Oh Leila, Leila! añadió ¡cuántossacrificios me cuesta tu amor!Si quieres creerme, repuso el capitán, demosambos el golpe al mismo tiempo." yo me llevo á Abdallahseguro de que no ha de volver: tú en tantorobas á la egipcia y todo concluye en dos horas,batiendo al enemigo antes de que sospeche el ataque.Así lo haremos, dijo Ornar, pero piensa que noquiero volverte áver.Naturalmente, respondió Kara-Shitan, dime eldia y la hora del golpe, dame cinco mil duros ycuenta con mi exactitud. No faltaría á mi compromisopor los mas hermosos caballos de Arabia.


CAPITULOXXIV.LAHOSPITALIDAD.Mientras la avaricia y el odio tramaban juntos lamuerte de Abdallah, el hijo de Yusuf gozaba de suventura, sin sospechar siquiera que podría formarseuna nube en el horizonte. ¿Podía creer que teniaenemigos, siendo tan pura su alma y abrigando uncorazón tan leal? Cuando se ama y se siente uno correspondido,parecen hermanos todos los hombres.Lleno de estas generosas ideas hacia un mes que seembriagaba de ternura y alegría, sin otros cuidadosque admirar á Leila y dar gracias á Dios que habiabendecido su casa.Durante una de esas mañanas sofocantes y pesadasque preceden á la tempestad, el beduino reposabaen su jardín á la sombra de los limoneros.Kafur siempre indolente, estaba acostada á los piesde su señor como un perro que espera una miradaó una orden: en el fondo de la tienda Halima se


D E C U A T R O H O J A S . 191ocupaba en cocer panes entre las cenizas calientes.Leila, arodillaua delante de un bastidor, bordabade oro y seda un albornoz de su marido: rodeadode cuanto amaba en el mundo, el hijo de Yusufparecia abandonarse á la dicha de vivir.El ladrido de los perros sacó á Abdallah de suprofunda abstracción: un hombre habia parado sucamello á la entrada del jar clin y tendía su mano albeduino. Leila desapareció. Abdallah salió al encuentrodel estranjero.—Seas bien venido, le dijo, tu llegada nos traela bendición de Dios. La tienda y cuanto hay enella te pertenece, puedes disponer á tu antojo.—Hijo de Yusuf, respondió el desconocido, noecharé pié á tierra si no juras antes hacerme el favorque voy á pedirte.—Habla, dijo el joven, eres mi huésped y tuspalabras son mandatos.—Yo soy un pobre mercader de Siria, añadió elestranjero, habia venido á la Meca para algunosnegocios, y ayer me trabé de palabras en la ciudadsanta con un Beni-Motair: de las palabras pasamosá las obras y tuve la desgracia de matar á mi adversario:su familia y sus amigos me persiguen y notengo á nadie eme me defienda; si no puedo llegar ála noble Medina, soy perdido. Según me han dicho,solo tú puedes conducirme seguramente á ese asilo:mi vida está en tus manos, decide de mi suerte.—Entra en mi tienda, dijo el joven, partiremosantes de una hora.—Piensa, dijo el mercader, que solo me fio en tí.


192 EL TRÉBOL—Te acompañaré yo solo, repuso Abdallah yrespondo de tu vida con la mia.Después que el estranjero entró en la tiendaquedando encomendado á las atenciones de Halima,el joven beduino salió para preparar la partida. Kafurledetuvo al paso.—¿Conoces á ese hombre? le dijo.—No, ¿pero qué me importa? Le envia Dios.—-No es un mercader: he visto sus pistolas y sondemasiado buenas; es un soldado, no te fies.—Soldado ó mercader, replicó Abdallah, ¿quépuedo temer de un estranjero fugitivo? Apresiírateá servirnos la comida, solo me queda tiempo paradespedirme de Leila.Cuando el hijo de Yusuf volvió al lado de suhuésped, ya habia colocado Kafur delante del pretendidomercader una mesa baja con una cesta dehojas de palmera. Llevó después pan sin levadura,dátiles, arroz cocido, miel, leche agria y agua fresca.Dando vueltas alrededor del estranjero no lequitaba ojo, queriendo recordar dónde habia vistootta vez aquella figura sospechosa. El desconocidoconservaba la calma y la indiferencia de unhombre que no se apercibe de que se ccupande él.Kafur quiso concluir de una vez con sus dudasrompiendo el velo que le ocultaba el peligro: paralograrlo tomó un jarro de tierra cocida y colocándoseá espaldas del huésped, lo dejó caer al suelo, haciéndolemil pedazos. El estranjero se volvió depronto con la mirada colérica.


E <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 193—¡El arnaute! gritó la negrilla, dirigiéndose áAbdallah.—¡Sal de aquí, maldita! esclamó el beduino, ¡nome importunes con tus necedades!Kafur se retiró á un estremo de la tienda, dedonde volvió á poco llevando el té. El estranjeroestaba completamente tranquilo: el nombre de arnauteno le habia alterado.— Huésped, dijo Abdallah, sé bien venido á estapobre mesa. La jornada será larga y bueno esprevenirse contra la fatiga. Hártate.—Perdóname, respondió el mercader; la turbacióny el miedo me tienen febril: solo deseo ponermeen camino.—La sal abre el apetito, esclamó Kafur, y cogiendoun puñado de sal se lo metió en la boca alestranjero, huyendo después á refugiarse en el jardin.—¡Imprudente! gritó el hijo de Yusuf, yo castigarétu insolencia.Y furioso corrió en persecución de Kafur paracorregirla.—Pega, decia Kafur llorando, pega al perro quete advierte y acaricia al chacal que ha de devorarte.¿No oistes los aullidos de esta mañana? Tus perroshan visto á Asrael. ¡Insensato, tus pecados te ciegan!la muerte se cierne sobre esta casa. ¿No conocesá ese mercader?—Yo no sospecho nunca de un huésped, interrumpióAbdallah.Y volviendo á la tienda encontró al estranjero13


194 EL TRÉBOLen el mismo sitio con la sonrisa en los labios.—Creo que la esclava me ha dado una lección,dijo este, la barba del invitado está en manos deldueño de la tienda: procuraré aprovecharme de tuhospitalidad.Y comenzó á comer con bastante buena ganapara un enfermo, hablando con facilidad de diferentescosas y procurando parecer agradable al hijode Yusuf.En el momento de la partida y cuando el estranjeroestaba ya sobre su montura, salió Leilacon la cara casi cubierta por el albornoz: llevaba uncántaro en la mano y echó una poca de agua sobrela grupa y sobre los pies del camello.—Que Dios te dé buen viaje, dijo al mercader,y que te vuelva al lado de los que te esperan y teaman.—Los que me aman están bajo tierra, respondióel estranjero; hace veinte años que perdí á mi madre,y desde entonces no me espera nadie.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 195tienda: después de Dios os confio á su guarda.Y tomando su lanza, se puso en marcha, caminandoá pié al lado del camello del estranjero.Halima y Leila siguieron con la mirada á los caminantestodo el tiempo que pudieron distinguirlesy entraron después ala tienda.Kafur se quedó fuera con la mirada fija y el corazóntembloroso. Le parecía á cada momento queel horizonte se iba á abrir para devolverle á suseñor.¡Vana ilusión de un alma inquieta! la noche llegósilenciosa y oscura sin llevar á Abdallah.


CAPÍTULO XXV.LA HOJA DE ORO.Apenas se internaron en los arenales, miró elestranjero á su alrededor para asegurarse de que seencontraban solos y llevó la mano á la faja, de lacual pendian las pistolas.—-Espero, querido huésped, le dijo Abdallah,que me perdonarás la locura de aquella muchachaque te turbó durante la comida.—Si la esclava hubiera sido mia, respondió elviajero, la hubiera castigado.—Es preciso ser indulgente con los que nosaman, dijo Abdallah. Kafur creia que me amenazabaun gran peligro y cometió aquella imprudenciapara salvarme de ese peligro imaginario. Forzándoteá probar la sal de mi mesa, nos ha hechoamigos para siempre. Entre vosotros los naturalesde Siria, ¿no pasa lo mismo?


J)E <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 1.97—En mi tribu, respondió el mercader, la amistaddura un solo dia: si pasa el segundo sin que sevuelva á comer en el mismo plato, la sal pierde suvirtud y somos libres para aborrecernos.—Pues bien, huésped, dijo Abdallah sonriendo,me matarás mañana después que te haya salvadola vida. Hasta entonces estoy bajo tu custodia y debesprotegerme contra todos.—Así lo haré, respondió el viajero y permaneciósilencioso.Hé aquí, pensaba, una cosa con que no habíacontado. Ese beduino tiene razón: no puedo matarleteniendo aun en el estómago la sal de la hospitalidad:seria un crimen. Esperemos á la noche.Cuando s?. ponga el sol comienza otro dia y entoncestengo el derecho de hacer lo que quiera.Durante el camino, no apartaba el viajero sus .ojos de Abdallah que avanzaba con la frente alta yla mirada serena. Las pistolas del beduino estabandesmontadas y si conservaba la lanza en la mano,era mas bien para servirse de ella, como apoyo quecomo defensa.—La confianza de ese hombre me hace daño,decia el fingido mercader; yo quiero abatir un enemigo,degollar un cordero. Cinco mil duros por estenegocio son una bicoca: de mejor gana mataría áOrnar por la mitad de esa suma.Cuando el sol estaba á punto de ocultarse, el estranjeroavivó el paso de su cabalgadura para prepararlas armas sin ser visto de Abdallah: ocultódespués el brazo bajo el albornoz y se detuvo.


198 EL TRÉBOL—Vamos, pensó ha llegado el momento.Al tiempo de volverse, el hijo de Yusuf seaproximó á él, detuvo al camello por la brida y clavandola lanza en la tierra, estendió sobre el suelodos tapices.—Hermano, dijo al desconocido, ha llegado lahora de la oración. Tenemos la kibla frente á nosotrosy si carecemos de agua para la ablución, sabesque Dios nos permite reemplazarla con el polvo deldesierto.No perdamos tiempo, esclamó el mercader, yono tengo nada que hacer aquí.—¿No eres musulmán? dijo Abdallah mirándolecon aire amenazador.—No hay mas Dios que Dios y Mahoma es suProfeta, se apresuró á responder el estranjero. Perola religión de un pobre peregrino como yo, esmas sencila que la de un noble Beni-amer. Yo nopido nada á Dios, porque creo que Dios hace bientodo lo que hace: no me lavo la cara, porque elagua del desierto me sirve para beber; no doy limosnaporque estoy á punto de pedirla; no ayunoen el mes de Ramadan, porque me muero de hambretodo el año, y no hago la peregrinación de laMeca, porque creo que el mundo entero es la casade Dios. He aquí mi fé. Tanto peor para el que nole guste.—Me asombras, huésped, replicó el hijo de Yusuf,yo habia formado otra opinión de ti. ¿No lleva scomo yo atado al brazo un amuleto que aleja lastentaciones de los malos espíritus? Y si lo llevas,


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 199¿no sabes que contiene los dos capítulos salvadores?—Sí, llevo un talismán, dijo el viajero. Haceveinte años que me lo entregó mi madre al morir.Es la única cosa que respeto, y mas de una vez haalejado la muerte que silbaba á mis oídos.—¿Y has olvidado las palabras que constituyenla virtud de ese tesoro? *•—Ni me he ocupado de aprenderlas, replicó eldesconocido: mi madre las escogió para mí y ellasabia en este asunto mas que yo.—Óyelas, pues, esclamó Abdallah con tono solemne.Cuando se vive en medio de las olas de arenaque un soplo puede levantar, es bueno acercarseal que envia al peligro, por medio de la oración.Dios oye gustoso al que le alaba. ¡Oh Señor, á tísea dada toda alabanza por los siglos de los siglos!Y volviéndose con la frente inclinada hacia laMeca, el hijo de Yusuf pronunció con voz conmovidaesta oración.EL ALBA DEL DIA (1).En el nombre de Dios clemente y misericordioso, di:Yo busco un amparo cerca del Señor de EL ALBA DELDÍA;Contra la maldad de los seres que ha creado;Contra los peligros de la noche sombría;Cuando la noche nos sorprende;Contra los amaños del envidioso que nos tiene envidia.(1) Koran, cap. CXIII.


200 EL TRÉBOL—¡La paz sea contigo! esclamó el mercader.¡Esas son las palabras eme me dejó mi madre.Y prestando atención á Abdallah, dejó otra vezlas pistolas en el cinto.El hijo de Yusuf prosiguió recitando el Koran.LOS HOMBRES (1).En el nombre de Dios clemente y misericordioso, di:Yo busco un amparo cerca del Señor de LOS HOM­BRES;Rey de los hombres;Dios de los hombres;Contra la maldad del que sugiere los malos pensamientosy se oculta.Contra el que engendra el mal en el corazón de loshombres;Contra los genios y contra los hombres.—¿Quien dice eso? preguntó el desconocido:¿epuién lee así en lo mas secreto del corazón?—Dios mismo, respondió Abdallah. Nosotrossomos suyos. Si emiere nuestra perdición, nuestrospies nos conducen á donde nos espera la muerte.Si quiere nuestra salud, la muerte cae á nuestrospies como un león herido. Él sacó á Abraham deentre las llamas, y á Jonás del fondo del mar y delas entrañas de la ballena.—¿Tú no tienes nunca miedo á la muerte? dijoel mercader.—No, respondió Abdallah. Donde Dios manda,(1) Koran, cap. CXIV.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 201es inútil toda precaución. Hay dos dias en la vidadel hombre en que es en balde cuanto haga paradefenderse de la muerte: el dia en que Dios mandaá la muerte que nos haga su presa y el dia en quese lo prohibe.—Sin embargo, siempre debe temerse esa horadesconocida que ha de ser la última, replicó el viajero.—Si se ha seguido la palabra de Dios, no, dijoel hijo de Yusuf. Tu madre como la mia te habrárepetido muchas veces la máxima de nuestros sabios:«Acuérdate de que el dia de tu nacimiento todosestaban alegres y tú solo llorabas. Vive de modoque en tu hora postrera todos los demás lloren ysolo tú no tengas que derramar lágrimas. Asi notemerás á la muerte, sea la que quiera la hora queescoja para arrebatarte de entre los tuyos.»—Vosotros los habitantes del desierto, sois unpueblo estraño, murmuró el desconocido: vuestraspalabras son de oro y vuestras acciones de plomo.Y mientras pronunciaba estas frases, acariciabamaquinalmente con la mano sus pistolas.—Nosotros somos el pueblo del Profeta, respondióel beduino y seguimos sus máximas. Antes quehubieras puesto el pié en mi tienda, añadió elevandola voz, ya te había reconocido Kara-Shitan.Tú eres mi enemigo y has entrado en mi casa conun nombre falso, ignoro con qué objeto. Nada mehubiera sido mas fácil que deshacerme de ti; perome has pedido hospitalidad, Dios te ha puesto bajomi custodia; hé aquí por qué te he acompañado so-


202 EL TRÉBOLlo y sin armas. Si tienes malos pensamientos, queDios me proteja: si eres mi amigo, dame la mano.—¡Que el infierno me trague si toco á un pelodel que ha obrado tan noblemente! Hé ahí mi mano,la mano de un soldado que vuelve el mal por elmal y el bien por el bien.Aun no habia acabado de pronunciar estas palabras,esperimentó como un tardío arrepentimiento.—Siempre he de ser un niño, pensó: ¿volveréloscinco mil duros? No. Ornar es bastante rico parapagar la deuda de su hermano. Además yo le hedesembarazado del beduino. Si no le ha faltado corazón,ya Leila estará camino de Djeddah. En fin,sino le parece bien, que venga por el dinero, yo heprometido matar á alguien, le daré la preferencia.Al cruzar esta idea por su imaginación sonrióseKara-Shita i admirado de haber tenido una ocurrenciatan feliz.Un momento después volvió á remorderle laconciencia:—Es estraño decia, nunca he cometido una debilidadsemejante. ¿Quién me encargará en adelanteningún negocio? Yo no soy mas que un leónviejo sin uñas y sin dientes. Aquella mujer que mehablaba con tanta dulzura, este beduino eme confiaen mí, la voz de mi madre que sale de su tumba,todo esto me parece cosa de magia. ¡Maldito amuleto,tú eres el que me has perdido!Y al decir estas LÍltimas palabras se arrancó eltalismán del brazo.Capitán, dijo en este momento Abdallah, es


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 203preciso que nos internemos en el desierto si noquieres encontrar aquella caravana que vemos alláabajo camino de la noble Medina.—No, respondió Kara-Shitan, antes por el contrariodeseo alcanzarla: ya no tengo necesidad detí. ¿Qué te daré como muestra de mi agradecimiento?Toma ese talismán. Tú no sabes lo que le debesni sabes lo que me cuesta. Adiós si alguien dice delantede ti que soy cobarde, no olvides que he sidotu huésped y tn amigo.Dichas estas palabras, aligeró el paso de su cabalgaduray desapareció dejando á Abdallah confusoy sin poder descifrar el.sentido de aquellas frasesoscuras.Cuando se vio solo el hijo de Yusuf quiso atar ásu brazo el amuleto protector: este consistía en unrulito de pergamino atado con una seda: á uno desus lados habían cosido un pedazo de terciopelo,sobre el cual se veia fija como una especie de abejade oro. Abdallah arrojó un grito de júbilo: no podiaengañarse. ¡Era la tercera hoja; la hoja de oro! ¡Eltrébol estaba completo! ¡El hijo de Yusuf no teniaya nada que buscar en la tierra; la hoja de diamantele esperaba en el cielo?Con el alma llena de gratitud, Abdallah inclinóla frente hasta tocar el polvo y r recitó elfattah.En el nombre de Dios clemente y misericordioso.Alabanzas sean dadas á Dios, señor del universo;El clemente, el misericordioso;Soberano el dia de las recompensas;A ti solo te adoramos, de ti solo imploramos auxilio:


204 EL TRÉBOLConsérvanos en el camino derecho;En el camino de los que tú has colmado de favores;No en el de los que han incurrido en tu cólera, ni enel de los. que se estravian;Así sea, oh Señor de los ángeles de los genios y delos hombres (ij.Concluida su oración, emprendió Abdallah elcamino de vuelta, con el ánimo alegre y el paso ligero.Un pensamiento bullia en su cabeza, un pensamientoque por sí solo constituía un nuevo goce.¿Era cierto que la hoja de diamante había caído enel paraíso? Aquellas tres hojas reunidas viniendopara reunirse, de todos los puntos de la tierra, ¿noparecían llamar á su hermana? Un favor de Dios,¿podría quedar incompleto? ¿Quien podia saber siun nuevo esfuerzo, una mas completa abnegacióná la voluntad divina no obtendría acaso la supremarecompensa á que aspiraba Abdallah?Entretenido con estos pensamientos, caminabael hijo de Yusuf sin inquietarse por la distancia ylas fatigas del camino. La llegada de la noche leobligó á detenerse. La noche habia cerrado oscura yla luna no se levantaba hasta muy tarde. Envueltoen su albornoz acostóse al pié de un árbol y se durmióen seguida.Sus pensamientos no le abandonaron: entre sueñosveia el trébol divino, pero sus hojas se desarro-(1) Koran, cap. I.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 205liaban tomando forma humana: eran Leila, Hafiz,Halima y la pobre Kafur que.se daban la mano,formando la planta misteriosa, y envolvían y acariciabaná Abdallah con su sonrisa y su amor.Hasta mañana, amados mios, murmuraba el joven,hasta mañana.Dios se ha reservado el dominio y el conocimientode las horas... nadie sabe lo que le traerá eldia siguiente; nadie sabe en que punto de la tierramorirá. Dios es el que lo sabe y lo conoce todo (1).(1) Koran XXXI, 34.


\CAPÍTULO XXVI.LA VUELTA.Cuando despertó el hijo de Yusuf, la luna derramabaaun su dulce claridad sebre las arenas, perose sentía ya el fresco de la mañana. El viajero impacienteaceleró el paso y al romper el dia descubrióá lo lejos las tiendas de su tribu. Delante deladuar y próximo se destacaban su habitación y eljardín que habia plantado, en el cual permanecíasiempre hasta el fin del otoño.Al descubrir su casa se detuvo Abdallah paratomar aliento y gozar del espectáculo que se ofrecíaá sus ojos. A la calma de la noche, sucedían elmovimiento y los murmullos del amanecer. Algunasmugcres se dirigían con cántaros sobre la cabezahacia los pozos: los camellos bramaban elevandosus largos cuellos; las ovejas encerradas balabanllamando al pastor. En torno de la tienda de Abda-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 207llah permanecía todo silencioso: en el jardín no senotaban movimiento ni ruido.—Mi pobre tio se va haciendo viejo, pensó; cadadia hago mas falta. ¡Qué gozo, llegar inesperadamentey sorprenderlos! ¿Quién me hubiera dichootras veces que un dia de ausencia me habia deparecer tan largo?Al tiempo de bajar la colina, salió un caballo escapadoy pasó por delante de él á galope; era la Paloma.Abdallah la llamó, pero la espantada yeguasiguió corriendo hacia el aduar. Por primera vez noobedecía á la voz de su dueño.¿Quién ha quitado las trabas á la Paloma? dijoel beduino, ¿quién la ha espantado? Alguna nuevatravesura de Kafur. Pero, ¿cómo no están mas sobreaviso?Diciendo esto llegó al jardín: la puerta estabaabierta. Al ruido de sus pasos salieron los perros dela tienda; pero en lugar de correr á acariciarle comenzaroná ahullar de una manera lúgubre.—Dios es grande! esclamó el hijo de Yusuf; ladesgracia ha entrado en mi casa.Sintiendo las amarguras de la muerte, quisoavanzar; perose le deblaron las rodillas y una nubepasó por delante de sus ojos. Quiso llamar; pero sele ahogó la voz en la garganta. Por último, haciendoun esfuerzo desesperado, gritó:—¡Tio! ¡madre mia! ¡Kafur! ¿dónde estáis?El eco de sus voces se perdió sin obtener respuesta.Las tórtolas arrullaban en la cima de los árboles,las abejas zumbaban al rededor de las últi-


208 EL TRÉBOLmas ñores, el agua corría saltando por entre las piedrasy los surcos, todo vivía en el jardín; solo el interiorde la tienda estaba como mudo ó muerto.Abdallah se arrastraba penosamente entre losarbustos. Recobró de nuevo algunas fuerzas, la sangrele encendió el rostro y se adelantó vacilandocomo un hombre embriagado.En la tienda no habia nadie: todo estaba vacío,los muebles derribados, una mesa rota: se conocíaque allí habia tenido lugar una lucha. El cortinajede la habitación de las mujeres estaba corrido. Abdallahse dirigió hacia aquella habitación, pero alentrar sus pies tropezaron con un objeto: era el cadáverde Hafiz.El Cojo estaba tendido de espaldas con los dientesapretados, la boca llena de espuma y las faccionescontraidas por la cólera. Sus manos estabancrispadas: en la izquierdatenia un pedazo de algodonazul del vestido de Leila, y en la derecha unpedazo de tela roja arrancado sin duda al raptor.¡Ah valeroso Hafiz! los cobardes no se habían atrevidoá atacarle de frente y le habían asesinadomientras defendía á Leila.Abdallah se arrodilló junto á su tio y le cerrólosojos.—¡Dios haya tenido misericordia de ti! murmuró.El seatan bueno para contigo como tú lo fuistespara con nosotros.Después se levantó sin derramar una lágrima yandando con paso firme y seguro se encaminó haciael aduar.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 209En medio del camino le faltaron las fuerzas ytuvo que apoyarse en una palmera. Entonces tomósus dos pistolas y las disparó á la vez.A aquel ruido acudieron de todas partes hombresy mujeres;'y rodearon á Abdallah que permanecíaen el mismo sitio pálido, convulso y con losojos estraviados.•—¡Ya estáis aqui! esclamó: ¡los valientes! !losBeni-amers! ¡los reyes del desierto! ¡Ah hijos de judíos!¡Corazones de mujer, cobardes! ¡Que Dios osmaldiga!Y por la primera vez de su vida, después de haberdesahogado su cólera con aquellas imprecaciones,rompió á llorar como un niño.A las palabras de Abdallah habia contestado ungrito de indignación.—Está loco, se apresuró á decir uno de los masancianos: respetad al infeliz, cuya alma está conDios. Vamos hiio mió, añadió tomando una de lasmanos de Abdallah; cálmate, ¿qué te sucede?—¿Qué me sucede? esclamó el joven: que estanoche durante mi ausencia han asesinado á Hafiz,me han robado á mi madre, me han quitado cuantoamaba en este mundo. Y vosotros habéis dormidosin oir nada. ¡Maldición sobre vosotros! para míes el dolor y la amargura; para vosotros el ultraje yla infamia.A las primeras palabras de Abdallah, habíancorrido las mugeres á la tienda y se las oia llorar ylamentarse. El Skeib bajó la cabeza.—Y quien habia de creer fuese necesario velar14


210 EL TRÉBOLpor los tuyos, dijo, cuando para defenderlos teníaná tu tio y á tu hermano.—¡Mi hermano! esclamó Abdallah, ¡imposible!—Ayer por la tarde, replicó un beduino, llegótu hermano con seis esclavos. Conocí perfectamenteal mercader y ayudé al viejo Hafiz á matarel cordero que sirvió para la cena de los huespedes.El hijo de Yusuf permaneció un largo rato conla cabeza éntrelas manos, silencioso é inmóvil: despuésmiró á sus compañeros diciendo con voz desfallecida:—Ved lo que ha hecho mi hermano, y aconsejadme.—El consejo es fácil, respondió el Skeib. Al ultrajedebe seguir la venganza. Tú eres un dedo denuestra mano, quien te toca nos hiere. Ornar noslleva Algunas horas de ventaja; pero con la ayudade Dios esta tarde le mataremos.¡Sus! los valientes,añadió dirigiéndose á los beduinos, ensilladvuestros caballos y tomad doble ración de agua: eltiempo es sofocante y los odres se secarán pronto.¡En marcha!Antes de montar á caballo quiso Abdallahveruna vez masa su tio. Las mujeres habían rodeadoya el cuerpo y comenzado sus lamentaciones.— ¡Oh padre y único amigo mío, murmuró el joven,tú sabes porque me alejo de tí! ¡Te juro que novolveré mas á esta tienda ó serás vengado!Los Beni-amers siguieron al hijo de Yusuf: elSkeib permaneció largo tiempo contemplando el ca-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 211dáver de Hafiz y por último esclamó levantando ladiestra:—Maldito sea aquel de entre nosotros que vuelvaal lado de su muger antes de haber derribado ymuerto al enemigo. Desdichado del que nos insulta:no llegará la noche sin que hayamos arrojado sucuerpo á los chacales y los buitres. La tierra enterasabrá si los Beni-amers son hermanos que seapoyan entre sí ó niños de quienes se hace befa.


CAPÍTULOXXVII.LEILA.Los beduinos partieron en medio de las imprecacionesde las mujeres y de los gritos de venganza.Ya en el desierto guardaron todos silencio yprepararon sus armas con la mirada fija en el horizonte.Era fácil seguir la pista de la caravana porque elaire no habia borrado aun las huellas de los camellos.Estas indicaban el CÍX01ÍX10 ele Dj eddah.Abdallah, caminando siempre á la cabeza delgrupo, llamaba á Dios en su ayuda; pero en cuantoalcanzaban sus ojos no descubría mas que la soledad.El viento era sofocante y en el cielo parecía prepararsela tempestad. Los caballos jadeantes y sudorososavanzaban al paso. Abdallah suspiraba impaciente:la venganza parecía huirle.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 213Al fin divisó un punto negro en el horizonte. Erala caravana: habia comprendido que se aproximabala tormenta y se habia refugiado en aquellas peñascoloradas, que tan bien conocia Abdallah.—¡Amigos, esclamó, ya son nuestros! Vedlosallí; Dios nos los entrega: ¡adelante!Y olvidando todos la fatiga, lanzaron su caballoal encuentro de los raptores.En aquellas llanuras sin límites no es posiblesorprender á un enemigo que está sobre aviso.Ornar pudo reconocer á los que le perseguían, y nolos aguardó.Se le vio poner en fila los camellos y colocar detráslos conductores como para simular una defensa,y detener algún tiempo á los Beni-amers. Montódespués á caballo y se internó en el desierto seguidopor el resto de su gente.Llegaron los beduinos. A la primera descargacejaron los camellos de Ornar huyendo á refugiarseentre las rocas.. Aun no se habia disipado el humocuando una muger corría al encuentro de Abdallah.Era Halima á quien habían dejado atrás y quehabia logrado escaparse de sus enemigos.—¡Bendito seas, hijo mió! esclamó; no te detengas,corre hacia el negro del albornoz rojo: ese esel asesino de Hafiz y el raptor de Leila.Vénganos: ojo por ojo, diente por diente, almapor alma. Muerte álos traidores, muerte á los asesinos.A estos gritos, la Paloma como si participase dela pasión de su dueño, se lanzó sobre las arenas con


214 EL TRÉBOLla rapidez de un torrente. Los beduinos apenas podianseguir á su compañero.El furor hacia olvidar á Abdallah el peligro.—¡Cobardes! gritaba á los cómplices de Ornar,¿á dónde queréis huir cuando Dios os persigue? ydesnudo el sable, pasaba por entre las balas con lavista fija en el negro que llevaba á Leila.Bien pronto los dos enemigos dejaron atrás á loscombatientes. El etiope, montado en un caballo veloz,huia como la flecha en el aire: Abdallah le seguiade cerca: la Paloma ganaba terreno y la venganzase aproximaba.Leila colocada en el arzón de la silla ysujetapor un brazo fuerte, llamaba á su esposo y se retorcíaluchando, aunque en vano, contra el terriblecaballero. De pronto logró coger la brida y tiró contal fueraa, que el caballo se encabritó y seun instante.detuvo—¡Maldición! dijo el negro; ¡suelta la brida, señora,suelta la brida! me van á matar por tu culpa.—¡Socorro! ¡A mí, Abdallah! gritaba Leila queá pesar de las amenazas y los golpes seguia tirandode la brida con las fuerzas que presta la desesperación.Ya estaba salvada. El hijo de Yusuf cayó comoel rayo sobre su raptor y ya tenia el brazo en el aire,cuando la Paloma espantada dio un bote capaade derribar á cualquiera otro gánete menos hábilque su dueño. Una masa azulada habia caido á suspies. Abdallah oyó un gemido que le heló el corazón.Sin tratar de perseguir al enemigo que esca-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 215paba, saltó á tierra y levantó á la infeliz Leila, pálidacubierta de sangre y con el rostro desencajado.Tenia una ancha herida en el cuello y sus ojos vidriososno veian ya la luz.— ¡Leila! ¡amor mió! ¡respóndeme! decia el hijode Yusuf estrechando á su esposa contra su corazón.Leila no podia oirle.Abdallah se sentó sobre la arena con su preciosacarga, y tomando la mano de Leila le levantó undedo en el aire diciendo:—Hija mia, repite conmigo: «No hay mas Dioseme Dios y Mahoma es su Profeta.» Respóndeme,te lo suplico, es tu esposo, tu Abdallah quien tellama.Al eco de este nombre, Leila se estremeció: susojos buscaron al que amaba, sus labios se entreabrierony después de este esfuerzo postrero,cayó su cabeza sobre la espalda de Abdallah comocae sobre la de cazador la cabeza del cabritillomuerto.Cuando los Beni-amers se reunieron al hijo deYusuf le encontraron en el mismo sitio inmóvil,con su mujer en los brazos y la mirada fija enaquel rostro que parecía sonreirle. Los beduinosrodearon en silencio á su compañero, y aunqueeran hombres acostumbrados á la vida y sus trabajos,mas de uno lloraba.Ala vista de la muerta, Halimaarrojó un gritohorrible y corrió hacia Abdallah. Lloró un momentoá su lado; después, levantándose de pronto esclamó:


216 EL TRÉBOL—¿Estamos vengados? ¿Ha muerto Ornar? ¿Habéismatado al negro?—¿Ves aquellos cuervos que se reúnen allá abajo?dijo un beduino; allí está el asesino de Hafiz.Ornar se nos ha escapado: pero ved el Simoun emese levanta. Ornar no saldrá del desierto: antes deuna hora la arena le servirá de mortaja.—¡Hijo mió! apela á tu valor, dijo Halima, nuestroenemigo vive aun: déjanos enterrar nuestrosmuertos. Vé á herir al traidor y Dios te acompañe.Estas palabras reanimaron á Abdallah.—¡Dios es grande! esclamó. Tenéis razón, madremia: á vos os toca el llanto y á mí la venganza.Esto dicho, se levantó, dejando á Leila en brazosde la beduina y contemplando aquel rostro pálidoy dulce cou infinita ternura, esclamó con vozlenta y grave.—¡La paz sea contigo, hija de mi alma! La pazsea contigo, q.ue ya estás en la presencia del Señor.Recíbelo que te tenia prometido. Dios nos sublimay nos abate: Dios es dueño de la vida y de lamuerte.También nosotros si así le place iremos prontoá reunimos contigo. ¡Oh Dios, perdónala y perdónanos!Levantó los brazos al cielo, murmuró el fellali ypasándose la mano por la frente, abrazó á su madrey montó á caballo.—¿A dónde vas? le dijo el Skeib, ¿no ves esanube de fuego que avanza? Apenas si tendremos


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 217tiempo para refugiarnos en las peñas coloradas. Lamuerte reina ya en el desierto.—¡Adiós! respondió Abdallah, paramí ya no hayreposo mas que á la sombra de la muerte.


CAPÍTULOXXVIII.LA VENGANZA.Poco después de abandonar á sus compañerosencontró el hijo de Yusuf un cadáver. Era el del negro.Las aves de rapiña revoloteaban sobre él arrojandogritos agudos y arrancándole las cejas y losojos.—Dios aborrece los pérfidos, murmuró el beduino,Dios me entregará al hijo de Mansur.La tormenta se aproximaba: el cielo estaba cubiertode un vapor blanquecino: el sol, despojado desus rayos, parecía una rueda de molino inflamada:un soplo hirviente y envenenado secaba la salivaen la garganta y derretía la médula de los huesos.En lontananza se oia un ruido semejante al de unmar irritado: grandes remolinos de ceniza roja salíande las arenas y se remontaban volteando: parecíangigantes con cara de fuego y brazos de humo:


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 219por todas partes reinaba la desolación y se sentíaun calor horrible, en medio de un silencio mas espantosoque los gemidos del Simoun.La Paloma avanzaba lentamente por aquellatierra árida y encendida. Su dueño conservaba lacalma de un hombre que no conserva ya esperanzani temor. No sentía el calor ni la sed; un solo pensamientodominaba su cuerpo y su alma; alcanzaral asesino y matarlo.Al cabo de una hora de marcha vio un caballotendido en la arena, y un poco mas allá creyó oirun suspiro. Se aproximó; un hombre yacia entre elpolvo muñéndose de sed y sin fuerzas para llamaren su ayuda. Era el hijo de Mansur. Tenia los ojosfuera de las órbitas, los labios negros, la lengua secay se comprimía el pecho con las manos abrumadopor el sufrimiento, ni siquiera reconoció áAbdallah, limitándose á llevar sus dedos á la abrasadagarganta, como en demanda de socorro.—Te daré agua, dijo el beduino, porque no debesmorir así.Y descendiendo del caballo tomó un odre delarzón de la silla, y después de arrojar á alguna distancialas pistolas y el sable de Ornar, dio de beberal moribundo. Ornar bebió con ansia aquel aguaque le-volvía la vida, encontrándose al concluirfrente á frente de Abdallah.— ¡Eres tú quien me salva! esclamó. Reconozcotu bondad inagotable. Tú eres el hermano de losque no tienen herma.no, tú eres un rocío bienhechorpara los infelices.


220 EL TRÉBOL—Hijo de Mansur, dijo el joven, es preciso quemueras.—¡Piedad hermano mió! esclamó el mercader.¿Me has salvado la vida para matarme? ¡Piedad ennombre de lo que tengas de mas querido en elmundo, piedad! ¡en nombre de la que nos crió álos dos!—Halima te maldice, respondió Abdallah; espreciso que mueras.Amedrentado ante el aspecto siniestro del beduino,Ornar se puso de rodillas.—Hermano mió, dijo, sé cual es mi crimen: hemerecido tu cólera, pero por grande que sea miculpa ¿no podré redimirla de algún modo? ¿Quieresmi fortuna entera, quieres ser el mas rico de Arabia?—Tú has matado á Hafiz, dijo Abdallah, túhas matado á Leila, es preciso que mueras.—¡Leila ha muerto! esclamó el hijo de Mansurllorando, ¡imposible! ¡Que su sangre caiga sobre lacabeza del matador! yo no soy culpable de sumuerte. ¡Perdóname, Abdallah, ten piedad de mí!—Llamas ala puerta de un sepulcro, respondióel hijo de Yusuf, desnudando el yatagán: que Dioste dé valor para sufrir la aflicción que te envía.Al menos, hermano, insistió Ornar con voz alterada,déjame rezar. Tú no querrás que el ángel dela muerte me coja por los cabellos antes de haberimplorado la misericordia de Dios.—Reza, dijo el beduino.El mercader deshizo su turbante, lo tendió en el


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 221suelo, se arrodilló encima y bajándose el albornozhasta descubrir el cuello, inclinó la cabeza esperandoel golpe mortal.—Dios es grande, murmuraba, solo Dios tienefuerza y poder. Suyos somos,á él volveremos. ¡Oh,Dios soberano, el.dia de las recompensas líbramedel fuego del infierno y ten piedad de mí!Abdallah le contemplaba llorando: «Es preciso,decía, es preciso, y, sin embargo, sentía faltarle elcorazón. Aquel miserable era su hermano, lo habiaquerido y lo quería aun. Cuando el cariño entra enel alma permanece en ella como la bala en la carne.Se le puede arrancar,pero la herida queda siempre.En vano para cobrar ánimos recordaba á su tío degollado,á su mujer moribunda, lo único que á supesar veía presente, eran los dichosos tiempos desu infancia: Halima estrechándolos á ambos sobre, su seno: el anciano Hafiz sentándolos para contarlessus aventuras de guerra: tristezas comunes,placeres compartidos, todos estos dulces recuerdosse levantaban del' pasado para proteger al hijo deMansur. Cosa estraña: hasta las mismas víctimasparecían levantarse para implorar el perdón del asesino:«Es tu hermano, está indefenso, decia el viejoHafiz.» «Es tu hermano, repetía Leila llorosa, nole mates.» «No, no, murmuraba el joven rechazandoá aquellas sombras queridas, es preciso: cuandose castiga el crimen, la justicia es piedad.»Aun cuando Mansur estaba muy turbado, lavacilación de Abdallah no pasó desapercibida á susojos y á fin de inclinar la balanza al lado de la mi-


222 EL TRÉBOLsericordia, se arrojó á sus pies con lágrimas y gemidos.—¡Ohhermano mió, esclamó, no añadas tuiniquidad ala mia! Acuérdate de lo eme dijo Abel ásu hermano que le amenazaba: «Si tiendes la manosobre mí para herirme, yo no tenderé sobre tí lamia, porque yo temn á Dios, señor de las criaturas(1). ¡Ay! mi crimen ha sido mayor que el de Cain.Estás en tu derecho matándome, pero mi vida espoca cosa para espiar el crimen á que me ha conducidola pasión. Dios que perdona, ama á los quele imitan. El ha prometido indulgencia á los epue sevuelven hacia El: déjame arrepentirme. El ha prometidoun paraíso inmenso como la tierra y los cielos,á los que dominan su cólera: perdóname paraque Dios á su vez te perdone á ti. Dios ama á losbondadosos (2) perdóname..—Levántate, dijo Abdallah, esas palabras tehan salvado. La venganza pertenece á Dios: eme elSeñor sea tu juez: yo no mancharé mis manos conla sangre del que alimentó mi madre.—¿Pero me vas á abandonar aquí? dijo Ornarmirando á su alrededor con aire inquieto: eso seriamas cruel que matarme.Abdallah, por toda contestación, le señaló la Paloma.Ornar se lanzó sobre la yegua, y sin siquieravolver la cabeza atrás, le clavó la espuela en los lujaresy desapareció.—Vamos, pensaba mientras corría á través del(1) Koran, V. 31.(2) Koran, III, 117—130.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 223desierto entre las arenas arremolinadas, si escapo ála ráfaga heme fuera del peligro que me habianpredicho.Abdallah comete una verdadera imprudenciaquedándose en el desierto solo, sin caballo y sinagua, con un tiempo semejante. Que su locura caigasobre su cabeza. Olvidemos á esos malditos beduinosque no me han traido nunca mas que calamidades.Ha llegado el tiempo de vivir para mísolo.


CAPITULOXXIX.J.A HOJA DE DIAMANTE.Cuando el malvado consigue su objeto rie en elfondo de su corazón y dice: «¡Qué hábil soy! La habilidades reina del mundo.» El justo se resigna átodo, y levantando las manos al cielo esclama: «Señor,tú estravias y diriges al que quieres: tú eres elpoderoso y el sabio: lo que tú haces está bienhecho.»Abdallah se encaminó hacia sn habitación, llenael alma de una tristeza profunda. Su corazón estabainquieto: habia logrado estinguir en él la cólera,pero no podia arrojar el dolor. Gruesas lágrimasrodaban por sus mejillas, á pesar de los esfuerzosque hacia para contener el llanto.—Perdóname-, Señor, decia, sé indulgente paracon la debilidad de un corazón que no puede resignarse.El Profeta lo ha dicho: «Los ojos se han hechopara el llanto y la carne para la aflicción.» Glo-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 225ria al que tiene en su diestra el imperio de todas lascosas. El me dará fuerzas para sufrir la aflicciónque me ha enviado.Orando así caminaba por medio de las arenasy de los inflamados remolinos. La fatiga y el calorle obligaron al fin á detenerse. ¡No era ya sangrelo que corría por sus venas, sino fuego: una agitaciónestraña turbaba su cerebro y no era dueño desus sentidos ni de sus ideas. Devorado por la sedhabia momentos en que ni veia ni oía nada. Otrasveces la imaginación le fingía en lontananza jardinesllenos de sombras y lagos rodeados de flores:el viento agitaba las hojas de los árboles y unafuente saltaba entre la yerba. El aspecto de aquellosmágicos jardines reanimaba al beduino que searrastraba penosamente hacia las ondas encantadas:¡ilusión cruel! Jardines y fuentes se desvanecían alaproximarse, sin quedar á su alrededor mas quearena y fuego. Fuera de sí y falto de aliento, comprendióAbdallah que se acercaba su última hora.—¡No hay mas Dios que Dios, dijo, y Mahomasu profeta! ¡Está escrito que no saldré de aquí! ¡Señor,ven en mi ayuda y aleja de mi los horrores dela muerte!Hecha esta breve oración, se puso de rodillas,lavóse la cara y las manos con el polvo del desierto,y desnudando después el sable comenzó á abrirseuna sepultura. .Apenas habia empezado á remover la tierra,cuando le pareció que la tempestad se habia alejadode repente. El horizonte se iluminó con una clari-15


226 EL TRÉBOLdad mas suave que la de la aurora, y se abrió lentamentecomo las cortinas de una tienda. ¿Era aquellouna nueva ilusión? ¿Quién sabe? Abdallah permanecióabsorto de admiración y de pasmo.Ante sus ojos se estendia un jardin inmenso regadopor arroyos que corrían de todas partes. Arbolescon el tronco de oro, las hrjjas de esmeralda ylos frutos de topacios y rubíes, cubrían con su luminosasombra praderas esmaltadas de flores desconocidas.Recostados sobre cogines y tapicesmagníficos, hermosos jóvenes vestidos de raso verdey con los brazos cargados de brazaletes de pedreríase miraban unos á otros con aire complacido,bebiendo en copas de plata el agua de las fuentescelestiales, aquel agua mas blanca que la leche,mas suave que la miel, y que apaga la sed parasiempre. Al lado de los jóvenes se veian hermosasmujeres de grandes ojos negros y mirada modesta.Nacidas de la luz, y trasparentes como ella, sugracia encantaba los ojos y el corazón, brillando susrostros con un resplandor mas dulce que el de laluna cuando sale de entre nubes. En aquel reino delas delicias y la paz, las dichosas parejas hablabany sonreían, mientras una multitud de niños hermososy eternamente niños, les rodeaban como lasperlas de un collar, teniendo cada uno un vaso masresplandeciente que el cristal, y sirviendo á los bienaventuradosese licor inestinguible que no embriaga,y que es mas agradable que el perfume delclavel.A lo lejos se oia el ángel Izrafil, la mas meló-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 227diosa de las criaturas de Dios: las huríes unian susencantadoras voces al cántico del ángel, y hasta losárboles mismos, agitando su follaje sonoro, entonabanlas alabanzas divinas, con una armonía superiorá cuanto el hombre puede concebir. En tantoque Abdallah admiraba en silencio aquellas maravillas,descendió á él un ángel. No era el terrible Azrael,sino el mensagero de la gracia, el amable ybondadoso Gabriel. Tenia en su mano la hoja dediamante, de la cual brotaba un torrente de luz queiluminó todo el desierto.El hijo de Yusuf salió al encuentro del ángelcon el alma embriagada de gozo, pero bien prontose detuvo espantado. A sus pies se abría un abismoinsondable lleno de llamas y humo. Para pasar sobreaquel abismo que separaba la tierra del cielo, nohabia mas que un arco inmenso formado de unahoja de acero mas fina que un cabello y mas coreanteque el filo de una espada.El desaliento .comenzaba ya á apoderarse delbeduino, cuando se sintió ayudado por una fuerzainvisible: Hafiz y Leila estaban á su lado: él no losveia ni osaba volverse para verlos, temeroso dedespertar: pero sentía la presencia de aquellos séresqueridos, y oía sus palabras. Entre los dos leayudaban y le sostenían en aquel tránsito. «En elnombre del Dios clemente misericordioso!» esclamóAbdallah, y aun no habia acabado de pronunciarestas palabras, que son la llave del paraíso, cuandose encontró del otro lado del puente, pasandosobre el abismo como pasan el rayo y el viento. El


228 EL TRÉBOLángel estaba allí ofreciéndole la ñor misteriosa: eljoven se apoderó de ella. Al fin tenia el trébol decuatro hojas: el ardor del deseo estaba apagado,rasgándose el velo de la carne; la hora de la recompensaacababa de sonar. Gabriel volvió los ojos haciael fondo del jardín donde se levanta el trono dela magestad divina: la mirada de Abdallah siguióla dirección de la mirada del ángel, y una chispadel resplandor eterno hirió el rostro del joven.Al ver aquel torrente de luz que no hay ojos humanosque soporten, cayó Abdallah con la frente enel polvo arrojando un grito tal como oidos delhombre no han oido nunca, ni hay voz que lo puedarepetir. La embriaguez de regocijo del náufragoque escapa al furor de las olas, el éxtasis del esposoque por primera vez estrecha á su amada contra elcorazón, los trasportes de la madre que vuelve áencontrar al hijo que lloraba muerto, todas las alegríasde la tierra juntas, no representan sino dueloy aflicción junto á aquel grito de suprema dichaque salió del alma de Abdallah.Al oir esta gran voz repetida á lo lejos por eleco, la tierra recuperó por un instante la hermosurade sus dias de inocencia, cubriéndose de floresdel paraíso, y el cielo mas azul que el záfiro, sonrióá la tierra: después, y poco á poco, todo fué quedandoen silencio; el dia cayó en brazos de la noche,y el huracán recobró nuevamente el imperiode las arenas.


CAPITULO XXX.LA FORTUNA DE OMAR.'Al volver á su casa de Djeddah experimentabael hijo de Mansur la alegría del reo que escapa á lamuerte. Su primer cuidado fué encerrarse para tomarposesión de sí mismo: pasó revista á sus riquezasy removió su oro: aquello constituía su existenciay su poder. ¿No le daban sus tesoros armaspara humillar y sujetar á sus caprichos á los hombres,y el derecho de despreciarlos después?La dicha de Ornar no era sin embargo perfecta:aun flotaba mas de un peligro en el horizonte.Si Abdallah volvía á su tienda ¿no podrían inducirleá que re arrepintiera de su generosidad? Simoria en el desierto, ¿no tendría vengadores?Además, el sherif podía mostrarse ofendido, yen este caso ¿á qué precio le vendería el bajá suprotección?


230 EL TRÉBOLEl hijo de Mansur arrojó aquellas ideas importunas.—¿Por qué he de asustarme, decia, cuando lomas-inminente del peligro ha pasado gracias á mihabilidad? He apurado acaso, todos mis recursos?Mis verdaderos enemigos han caido: ¿por qué nohe de poder igualmente con los otros? La vida esun tesoro que todos los dias disminuye ¿no es unalocura gastarla atormentándose con inquietudespueriles? ¡Qué difícil es ser completamente dichosoen este mundo!A estos temores, que no carecían de fundamento,se añadían otros cuidados que asombraban alhijo de Mansur.Día y noche pensaba en el Cojo, á quien habiamandado matar, y las imágenes de Leila y de suhermano moribundo en el desierto, víctima de sugenerosidad, le acosaban por todas partes.- He aquí, decia, una de esas absurdas imaginacionesque nos blanquean el cabello antes de envejecer.¡Qué debilidad la mia de pensar en cosassemejantes! Puedo yo cambiar el destino de laspersonas? Si el viejo Hafiz ha muerto, estarían contadossus dias. Desde el punto en que Abdallah entróen el seno de su madre estaba escrita la hora desu muerte en el libro de Dios. ¿Por qué me he decreer yo responsable de ella? ¿No soy rico? ¿Nocompro cuando quiero la conciencia de los demás?Pues al fin y al cabo averiguaré el medio de comprarla tranquilidad del corazón.Todos sus razonamientos eran, sin embargo, in-


DE'<strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 231útiles: su alma se parecía á un mar agitado; cuandoel mar no se apacigua arroja á la orilla fango y espuma.—Es preciso ganar tiempo, pensaba, lo que esperimentono es mas que un resto de agitación yde espanto: los necios llaman á esto remordimiento;pero no es en suma mas que un poco de fatigay de fiebre. Yo sé el medio de curarme. Tengo unvino de Shiraz que mas de una vez me ha consoladoen mis aflicciones, ¿por qué no he de pedirle lacalma y el olvido?Revolviendo en su imaginación estas ideas, subióal harem y llamó á una esclava persa cuya vozle encantaba. Era una hereje que no se asustabadel vino y servia con gracia infernal ese venenomaldecido por los verdaderos musulmanes.—¡Qué pálido estás señor! dijo al fijarse en lasdescompuestas facciones del hijo de Mansur.—Es la fatiga de un viaje demasiado largo. Sírvemevino y cántame una de esas canciones de tupaís que destierran el fastidio y atraen la alegría.La esclava llevó dos copas de cristal incrustadasde oro, y vertió en ellas un licor amarillo comoel oro y trasparente como el ámbar. Después cantóuna de esas odas perfumadas del Ruiseñor de Shiraz(1).Como rayo de sol chispea el vinoEn las tazas de plata;(1) El Ruiseñor de Shiraz llaman al poeta persa Hafiz.


232 EL TRÉBOL¡Bebed! Él cura lo que nadie cura:Los males del alma.¿Los pliegues del dolor surcan tu frente?¿Temes las largas noches?Bebe esa copa. ¿Sabes qué contiene?Olvido de dolores.—Si, dame el olvido, esclamó el hijo de Mansur:no sé qué secreto pesar me aflige hoy y haceque el vino me entristezca en vez de aturdirme.Canta mas alto y mas de prisa, haz ruido, emborráchamesi puedes.La hermosa esclavaprosiguió levantando la voz:La locura y la muerte dicen todosQue bebo en ese vino;Mas yo respondo: Hafiz oye con risadel cuervo los graznidos.—¡Maldición! esclamó Ornar amenazando á laesclava que huyó espantada. ¡Que nombre me traesá la memoria! ¿Los muertos no pueden quedarse enpaz bajo la tierra? ¿Vendrán hasta el fondo de miharem á turbar mi vida? Desembarazado ya de misenemigos ¿me dejaré intimidar por fantasmas? ¡Lejosde mí estas quimeras! Yo ahogaré estos recuerdosy á pesar de todo seré dichoso y me reiré.No bien habia acabado de pronunciar estas palabras,arrojó un grito de terror. Kafur estaba delantede él.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 233—¿De dónde sales, hija del infierno? dijo. ¿Quéhaces en mi casa?—Eso es lo que yo te pregunto, contestó la negrilla;tus gentes me han traído á ella contra mivoluntad.—Vete: no te quiero ver.—No me iré repuso Kafur, sin que me devuelvasá mi señora: pertenezco á Leila y quiero servirla.—Tú señora no tiene necesidad de servidores.—¿Por qué? dijo la negrilla.—¿Porqué? dijo el hijo de Mansur con voz enrecortada,ya lo sabrás mas tarde, Leila está en eldesierto, véá buscarla.—No, respondió Kafur, yo me quedo aquí: esperoá ATOallah.—Abdallah no está en mi casa. '—Si está, dijo Kafur, he visto su caballo.—Mis gentes habrán traído su caballo cuandote trajeron á tí.—No, replicó la negrilla, cuando tus gentes mecogieron yo había quitado las trabas á la Paloma,que mas dichosa que yo logró escaparse. Abdallahdebe estar aquí, y sino está, ¿qué has hecho de tuhermano?—¡Fuera de aquí, desvergonzada! esclamó el hijode Mansur: ¿quién eres tú para interrogarme?Teme mi cólera; ¿sabes que puedo mandarte apalearhasta que te maten?Y al decir esto, parecían sus ojos los de un hombrecompletamente ebrio.


234 EL TRÉBOL—¿Por qué me amenazas? dijo Kafur con tonodulce y cariñoso; aunque no soy mas que una esclava,quizás me necesites para algo: tu tienes algunapena oculta, lo veo en la turbación de tu semblante.En mi país hay remedios para curar el corazón.La tristeza, el remordimiento mismo, auncuando se esconda en el fondo del alma, puedo yosacarlo de su guarida como se saca el veneno quecorroe el cuerpo con una piedra de beozar.—¿Tú tienes ese poder? dijo Ornar con acentoirónico, ¿tú, una niña?Y miró á Kafur que no pareció desconcertarse.—¡Quién sabe! añadió, los negros del Magrebson hijos de Satanás y conocen los secretos de supadre.—Pues bien, esverdad, tengo pesares, cúramey te pagaré.—Tú debes tener bang (1) en tus almacenes, dijoKafur, déjame prepararte una bebida que te devolverála calma y la felicidad.—Haz lo que quieras respondió Ornar, tú eresuna esclava y sabes que soy rico y generóse: tengoconfianza en tí: cueste lo que costare quiero gozarde la vida.Kafur subió las hojas de cáñamo, las labó portres veces pronunciando palabras misteriosas y despuéslas machacó en un mortero de cobre mezclándolascon especias y leche.(1) Bang ó liacskkk es el cáñamo indiano que se beboó se fuma paraembriagarse.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 235—Hé aquí la copa del aturdimiento, dijo, bebe yno temas nada.Apenas hubo bebido sintió Ornar la cabeza masligera. A su pesar se le abrían de par en par losojos, y sus sentidos adquirían una sensibilidad yuna delicadeza de percepción estraordinarias: perocosa singular! hubiérase dicho que la voluntad deKafur era la suya. Si la negrilla cantaba, repetía elhijo de Mansur, la canción: si reia,se echaba á reír,si se entristecía, asomaba el llanto á su pupila:si leamenazaba temblaba como un niño.Cuando Kafur le vio en su poder, quiso arrancarlesu secreto.—Ya eres dichoso, le dijo esforzándose parasonreír, te has vengado de tus enemigos.—Muy dichoso, esclamó riéndose:ya estoy vengado.La hermosa Leila no amará á su beduino.—¿Ha muerto? preguntó con voz temblorosa.—Ha muerto: contestó Ornar llorando; pero nofui yo sino el negro el que le dio muerte. ¡Pobremujer! ¡Tan hermosa! ¡Qué bien hubiera estado enmi harem!—¿Y no temes á Abdallah? prosiguió Kafur.—No: no le temo porque le he dejado sin la yeguasolo en medio del desierto y de la tempestad.No es fácil eme salga de allí.— ¡Perdido entre las arenas! ¡Muerto quizás! esclamóKafur desgarrándose los vestidos en un accesode dolor.—¿Qué quieres? dijo Ornar con tono plañidero.Me habían vaticinado que mi mejor amigo seria mi


236 EL TRÉBOLmayor enemigo. Los muertos nos quieren siemprey no hacen mal á nadie.—¿Qué amigo podrías tener tú que á nadie hasquerido en el mundo? dijo la negrilla. ¿Quieres quete enseñe al amigo que ha de matarte?•—¡No! ¡no! esclamó Ornar temblando como unniño á quien amenazan. Diviérteme, Kafur, y nome des pesares.—Mira, prosiguió la esclava poniéndole un espejodelante délos ojos: ¿Ves al asesino de Hafiz?¿Ves al matador de Leila? ¿Ves al fratricida, al infame,á aquel para quien no hay perdón ni reposo!Pues ese es. ¡Miserable! tú no has querido á nadiemas que á tí: tu egoísmo te ha perdido; tu egoísmote matará.A la vista de su rostro contraído y de sus ojosestraviados, permaneció Ornar mudo de espanto. Laconciencia alumbró un instante los oscuros senos desu alma, y tuvo horror de si mismo. Pero pronto lavergüenza le hizo volver en sí, miró á su alrededor,y al ver á Kafur dueña de su secreto, se apoderó deél una cólera horrible.—Espera, hija de perdición, dijo, espera, voy ácastigar tu insolencia enviándote á hacer compañíaá Abdallah.Aunque estaba completamente embriagado, tratóde levantarse; pero le faltó un pié, y tropezandocon el velador, cayó nuevamente al suelo volcandotras si la lámpara. El fuego prendió en su ropasy en un momento se vio su cuerpo rodeado de llamas.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 237—¡Muere, miserable, muere como un perro! esclamóKafur. ¡Abdallah está vengado!El hijo de Mansur gritaba de un modo espantoso:le oyeron en el harem y corrieron á salvarle.Al sentir el ruido de los pasos, Kafur puso supié sobre el rostro de Ornar, y santando con ligerezasobre el cuerpo, corrió á una puerta y desapareció.


CAPÍTULO XXXI.LOS DOS AMIGOS.Mientras que socorrían al hijo de Mansur, Kafurensillaba la Paloma, tomaba un odre y algunas provisionesy se perdía entre las estrechas calles deDjeddah. La noche era oscura y la tormenta rugíaá lo lejos.La niña acariciaba la yeyua y le hablaba comosi un bruto pudiera entender el lenguaje de loshombres.—Paloma, amiga mia, esclamaba, llévame á dondeestá tu dueño. Entre los dos le salvaremos. Yasabes cuanto te quiere, sabes que nadie mas que yote cuidaba, ayúdame á encontrarlo. Gracias á ti selo devolveré á su madre y lloraré con él á Leila,consolándole en su dolor. Hazlo, Paloma, amigamia, hazlo y te querré mucho.Y abrazándose al cuello de la yegua le aflojó lasriendas.


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 239La yegua partió como una flecha; parecía queun dedo invisible le señalaba el camino.Cuando al rayar el dia, atravesó la llanura pordelante de una avanzada de arnautes, el centinelaespantado disparó un tiro. Según decía después,había visto á Satanás montado en un caballo blancopasar con la rapidez del águila que hiende las nubes.De tal modo corría la Paloma sin detenerse,sin pensar en beber. Un instinto maravilloso laguiaba hacia su dueño. Corría derecha á él por fueradel camino, á través de las rocas, del lecho de lostorrentes, de las grietas, de los arenales: Dios laguiaba.A la mitad del dia divisó Kafur de lejos á Abdallahprosternado como un hombre que reza.—¡Señor, señor, gritó al verle, vedme aquí!Ni las voces déla niña, ni el ruido de los pasc?sde la yegua, sacaron á Abdallah de su recogimiento;cuando la Paloma se detuvo á su lado, no se moviótampoco. Kafur temblorosa corrió á él. Parecíadormido: su rostro se asemejaba al de un dervis enestasis y una sonrisa divina vagaba en sus labios:las huellas del dolor habían desaparecido del rostrode aquel mortal eme tanto habia sufrido.—Vuelve en ti señor, decíala pobre esclava estrechandoá Abdallah entre sus brazos.Pero Abdallah estaba frió; la vida habia abandonadoaquella envoltura de barro y el espírituhe dio para el cielo habia sido llamado al seno deDios.— ¡Abdallah! esclamó Kafur arrojándose sobre él


240 EL TRÉBOLy cubriéndole de besos. ¡Abdallah! ¡¡yo te amaba!!Y pronunciando estas palabras espiró.Durante algún tiempo miró la yegua á los dosamigos con inquietud; mas de una vez empujó á Kafuraproximando el hocico á su cara: después seacostó y metiendo la cabeza entre la arena, con lamirada siempre fija en los dos amigos, esperó á quedespertasen aquellos que no debian despertar masen la tierra.


CAPÍTULOXXXIÍ.COSÍCLUSION.Hé aquí, nos dijo Ben-Hamed concluyendo, lahistoria del Pozo de la Bendición tal como se refiereá las caravanas que cruzan por este sitio; es unahistoria verdadera y hay muchos testigos de ellaque viven aun.¿No hay alguno entre vosotros que conozca áMansur? La última vez que estuve en Djeddah, melo enseñaron. Es un viejo seco y amarillento, delarga barba,ojos hundidos y apagados y el rostrolleno de cicatrices. Su fortuna, es, segúncuentan,mayor que la del Sultán: los ricos que tienen necesidadde él le rodean y le adulan: los pobres le despreciany mas de un mendigo le ha arrojado su limosnaá la cara llamándole Cain.Estos desprecios, dicen que le hacen menos dañoque las adulaciones. Sus palabras son duras, es16


242 EL TRÉBOLcruel y violento. Sus mujeres le odian, sus esclavosle engañan, el aborrecimiento le rodea como el aireque respira. Nadie le ha oido quejarse, sin embargo,el orgullo le presta fuerzas, pero aseguran queno duerme ninguna noche y las pasa fumando bangy opio. Está cansado de la vida y tiene horror á lamuerte.—Como yo encuentre á ese perro á la boca demí fusil, esclamó un joven camellero, ya le ajustaréla cuenta.—Cállate, niño, esclamó un conductor ya anciano:Ornar es un musulmán y tú no eres Beni-amer:no tienes derecho sobre su vida. Dios hace bien loque hace: ¿sabes tú si para ese hombre no es la vidael mas cruel de los castigos?—Que sea maldito el fratricida, esclamó Ben-Ahmed. Y cada uno de nosotros repitió en alta voz.—¡Maldito sea!—Por mi parte continuó el anciano camellero,me acuerdo de haber visto aquí á la madre de Abdallah.Después de haber abrevado nuestros camellos,nos mostraba con orgullo un reducido rincónde tierra rodeado de un círculo de piedras que lo defendíade los chacales. Allí esperaban sus hijos eldia del juicio. Todo el año se veian ñores en aquellugar, y largos festones de jazmines sujetos por hilosde palmera rodeaban la tumba. Hoy el jardínpertenece á otros dueños y del hijo de Yusuf noqueda mas que el nombre. ¡Pobre Halima! me pareceque aun la oigo referirnos como habían encontradoentre las arenas á Abdallah y á Kafur, á quie-


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 243nes pusieron en un mismo féretro. Y ¡cosa singular!Las aves de rapiña habían devorado al caballo,y ni un buitre se habia posado durante el dia sobreel cuerpo de Abdallah ni un chacal habia tocado alde Kafur.—Así muere el justo, continuó el anciano; lasalmas nobles son siempre las primeras que se van.Dios las arrebata á las miserias de la vida y á losataques de la maldad. Los mejores frutos caen apenasmaduros: los malos quedan en el árbol y se pudrensin madurar para ser arrojados al fuego con laleña seca.Distraídos en esta conversación, nos sorprendióla aurora; era tiempo de partir. Se arrancaron lospostes, se liaron los cordeles y se levantó la tienda;pero mientras trabajaban no habia uno solo que nopensara en el beduino. Ninguno'de nosotros lehabia conocido y todos le sentíamos como á unhermano.Cuando la caravana estuvo en línea, el ancianocamellero hizo la señal para partir, pero antes decomenzar la jornada quiso recitar un fattah en honordel hijo de Yusuf. Todos le imitamos alejándonosdespués silenciosos y llenos de respeto y admiraciónpor aquel hombre del cual ha desaparecidohasta el sepulcro.—Este, dijo el anciano, era Abdallah, (1) con razónllamado asi, porque verdaderamente era servidorde Dios.(1) Abdallah quiere decir servidor de Dios.


CAPÍTULO XXXIII.EPÍLOGO.Aquí da fin á esta demasiado larga historia, elpobre esclavo de Dios, siempre resignado (así lo espera)á la voluntad divina, Mohammed, hijo deIiaddab de la noble tribu de los Beni-Malik.Mohammed no trata de complacer á los delicados,dejando esta gloria á los ensartadores de perlasy álos cinceladores del Cairo y de Teherán. Si halogrado que sonrían un instante los que lloran y quelloren un momento los que rien, su ambición estásatisfecha. ¡Que Dios le perdone su locura! En presenciade Aquel para quien toda nuestra sabiduríano es mas que vanidad, puede que el dia del juicioencuentre mas acogida la fábula que consuela, quela verdad que seca y mata.En aquella hora terrible, en que cada cual responderáde sus palabras, plegué al cielo que las


DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>. 245quimeras de un soñador no pesen demasiado en elplato de la balanza; esto pide y esto espera el hijode Haddah.Si algún malvado hace aplicaciones de esta relacióny se cree aludido, con su pan se lo coma: elnarrador no se ocupa siquiera de ello porque nohabla con los hijos de Faraón. Hace tiempo queviaja por la tierra y ha visto triunfante mas de unOrnar y desaparecer arrebatado en ñor mas de unAbdallah; pero su espíritu no se ha conturbado porque fia en Dios. Dios es quien mezcla la amarguraá las satisfacciones del egoísta. Dios quien impregnaen secreto placer al sufrimiento de los corazonesamantes. Dios glorifica la derrota del justo y empañael triunfo del malvado. ¡El es quien dá la paz!¡El es el Señor de la vida y de la muerte! ¡Él es elEterno, el Sabio, el Fuerte, el Clemente, el Misericordioso,el Único!FIN.


AZIZ Y AZIZA,CUENTODE LAS MIL Y UNA NOCHES.E. PERLB.SEVILLA.Lib. de Hijos de Fé, Teluan 35.F. PBRIB.MADRID.Calle S. Andrés 1,duplicado 3.»1830.


INTRODUCCIÓN.Las Mil y una noches casi no se conocen en Europamas que por la traducción deGalland, y se cree quesolo hay una colección de cuentos orientales coneste titulo; pero la verdad es que hay muchas coleccionesque llevan el titulo de las Mil y una noches;siempre se trata en ellas del mismo sultán créduloy feroz, siempre figura en primer término la simpáticaSherazada, pero si el marco no cambia, loscuadros varían y los cuentos se diversifican hastalo infinito.Un sabio inglés, M. Edward Willian Lañe, trajode Egipto y tradujo al cabo de quince años un manuscritode las Mil y una noches. En esta colecciónhay un episodio tan delicado y tan lleno de verdad,que no he podido resistir al deseo de traducirlo.Aziz y Aziza, es el titulo del que no deberíamos lia-


IImar cuento. En efecto, no es una de esas produccionesmaravillosas, fruto de una imaginación ardienteque tanto agradan á los indios y á los persas,autores de casi todos estos cuentos orientales;sino una noventa árabe en que se pinta la vida delos simples musulmanes; es pura y simplementeuna historia de amor, pero contada con tanta verdady poesía que yo no vacilaría en parangonarlacon lo mas delicado y sentido que se encuentre enla literatura Occidental.Para apreciar bien su mérito, es preciso conoceralgo las costumbres orientales á fin de no asombrarsede ciertas cosas, al parecer estrañas. Aziz, elhéroe que se queja de que el amor y las inquietudesdisminuyen su belleza y que mas tarde nos pintasu dicha diciendo que vivia sin penas y seponia gordoy colorado, es sin duda un personaje que sublevanuestros instintos delicados. Nuestros enamoradosengordan alguna vez cuando son felices, pero no seufanan de ello.. La manera expedita que tiene Fatmade casarse y descasarse, tiene un sabor demasiadooriental para nuestro gusto, y lo mismo puededecirse de los furores de la sultana; pero encambio, ¡cuan conmovedora, qué simpática y verdadera,es la figura de Aziza! La misma grosería delos personajes que la rodean, ¡hace resaltar tan bienpor el contraste que forman, su delicadeza y suhermosura! ¿Quién creería encontrar un alma tandelicada y tan noble en una musulmana, en un paisen que es instituncion la poligamia y dode, segúnnosotros, la mujer no es mas que una esclava?


III¡Cuánto talento no se ha necesitado para hacer interesanteá la misma Sultana al propio tiempo quedesempeña un papel odioso! El eme estudie con detenimientoesta obra de un novelista desconocido,encontrará un arte inmenso bajo la apariencia deuna gran sencillez; y verá trastornadas además todaslas ideas admitidas entre nosotros acerca de lasmujeres orientales.Yo espero que mis lectores verán con gusto estaobra maestra de un narrador olvidado.E. L.


AZIZ Y AZÍZA.Cuatro veces habia salido el Sol desde que el hijodel rey de la Ciudad Verde, el príncipe Taj-el-Moluk, andaba de caza, cuando al rayar la auroradivisó una numerosa caravana, escoltada por esclavosblancos y negros. La caravana se detuvo enuna llanura, al margen de un arroyo, sobre el cualflotaban las sombras de un grupo de árboles; unavez en aquel sitio, los que la componían comenzaroná descargar los camellos y á levantar las tiendas.—Vé al encuentro de esos viajeros, dijo el principeauno de los que le acompañaban, y pregúntalesquiénes son y por qué acampan en ese sitio.Cuando llegó el enviado le contestaron los viajeros:—Somos mercaderes, y nos detenemos aqui paradescansar porque la primera estación está muy


8 AZIZ Y AZIZA.lejos. Hemos escogido este sitio, porque aquí estamosbajo la protección del rey Suleiman y de suhijo. Quien entra en los dominios del rey de la CiudadVerde, goza en ellos de paz segura; asi es queen muestra de respeto y agradecimiento, traemosricas telas para ofrecerlas al príncipe Taj-el-Moluk.Cuando el hijo del rey Suleiman supo la respuestade los mercaderes, dijo:—Puesto que me traen regalos, no quiero volverá la Ciudad Verde, ni apartarme de este lugarsin verlos.Esto dicho montó á caballo, y seguido de susguardias y de sus esclavos, se dirigió hacia la caravana.Al verle venir se levantaron á saludarle losmercaderes rogando á Alá que aumentase la gloriay perfecciones del príncipe.Levantaron delante de Taj-el-Moluk una tiendade seda carmesí, bordada de perlas y pedrerías, ysobre una alfombra de seda extendieron un tapizreal, cuyos estrenaos enriquecían gruesas esmeraldas.Sentóse el principe, sus guardias y esclavos secolocaron en semicírculo tras él, y mandó á losmercaderes que le enseñasen todas sus riquezas.Los mercaderes desplegaron sus diversas mercancías.Taj-el-Moluk escogió .las cosas que mas leagradaban, mandando satisfacer su precio.Ya á caballo y á punto de partir, divisó á ciertadistancia un joven, de aire distinguido y elegantetrage, pero pálido, silencioso y como agoviado porla tristeza. Taj-el-Moluk se aproximó al estranjeroy le contempló un instante con asombro. El joven


A Z I Z Y A Z I Z A . 9completamente absorto en su dolor no veia á nadie,dejando resbalar por sus mejillas gruesas lágrimasmientras recitaba estos Tersos:Me la llevó la eternidad sombría,Llevándoseme el alma;Partió, y partió con ella mi alegríaMi ventura y mi calma!Solo soy un cadáver, sombra perdidaque entre los vivos vaga:como la antorcha se apagó mi vidaque el huracán apaga!Pronunciadas estas palabras rompió á lloraramargamente, y por último, se desmayó.Al volver en si sus ojos estaban como estraviados,y esclamó:De esa mujer sepárate,que si adorarla llegasenvidiarás la paz de los que duermendebajo de la tierra!Su ternura es falsía;mentira su inocencia!Su amor es triste sueño, del que siemprellorando se despierta!Al concluir estos versos, arrojó un profundosuspiro y volvió á desmayarse. Conmovido por lapiedad, dio Taj-el-Moluck algunos pasos en direccióndel estranjero, pero este, vuelto en si y reco-


10 AZÍZ Y AZIZA.nociendo al principe, se adelantó y besó la tierra delantedel hijo de Suleiman.—¿Por qué no me has enseñado tus mercancías?le dijo Taj-el-Moluek.—¡Oh, señor! respondió el joven: no traigo nadadigno de tu grandeza.—No importa, dijo el principe, enséñame lo quetraes, y dime quién eres. Si algo te aflige, yo haréque cesen tus sufrimientos: si estás arruinado,yo pagaré tus deudas, porque desde que te he visto,siento turbados mi corazón y mi alma.Taj-el-Moluk hizo una señal á sus esclavos: actocontinuo le llevaron una silla de marfil y ébanoadornada de trenzas y flecos de seda y oro, y estendieroná sus pies un tapiz de seda. El principe sesentó, y mandando al estranjero que se colocasesobre el tapiz le dijo:—Enséñame tus mercancías.El joven trató de escusarse nuevamente; peroáuna orden de Taj-el-Moluk fueron sus esclavos ábuscar los fardos del mercader. En vano lloró y suspiró:le fué preciso mostrar sus mercancías al principe,fardo por fardo, pieza por pieza Al desplegarun vestido de seda bordado, que valia cuando menosdos mil piezas de oro, cayó un pañuelo de entrelos pliegues de látela. El joven se apresuró ácogerle ocultándole bajo su rodilla: su cabeza seturbó y eslamó entre gemidos:¡Oh! tú que el dolor renuevasdel corazón, ¿á qué vienes?


AZIZ Y AZIZA.A traerme la esperanzaó á darme otra vez la muerte?11Sorprendido Taj-el-Moluk al oir aquellas palabrascuyo sentido no comprendía, dijo al mercader:—¿Qué pañuelo es ese?— ¡Oh, señor! respondió el joven; perdóname.Sino quería enseñarte mis mercancías, era paraque no vieses ese triste objeto. ¡Tú no puedes nidebes verlo!Aquel lenguaje ofendió al príncipe.—Tu conducta, dijo al mercader, es poco respetuosa.Quiero ver ese pañuelo y quiero saberpor qué lloras al encontrarle.—¡Oh, señor! dijo el joven; mi historia es muyestraña, y ese pañuelo hace un gran papel en ella,lo mismo que la que ha bordado las figuras y emblemasque lo adornan.Diciendo esto desplegó el pañuelo. En uno desus picos habia dos gacelas bordadas en seda, mirándose;una estaba realzada con hilo de oro y laotra con hilo de plata, teniendo este última un collarde oro rojo con tres crisólitos.Cuando Taj-el-Moluk vio aquella obra maestra,esclamó:—Alabado sea Dios, que ha enseñado al hombrelo que el hombre no sabia.Y su corazón ardió aun mas en el deseo de oirla historia del mercader.— Cuéntame tu vida, le dijo, habíame de la queha bordado esas dos gacelas.17


12 AZIZ Y AZIZA.El joven comenzó en estos términos:— «Sabe, pues, ¡oh, señor! que mi padre era unrico mercader que no tenia otro hijo que yo. Unhermano le habia confiado al morir su hija tambiénúnica, exigiéndole formal promesa de casarla conmigo.Me eduqué por lo tanto en la casa paterna,en compañía de mi prima, sin que nos separasencuando fuimos mayores, porque estábamos destinadosel uno para el otro.Un dia dijo mi padre á mi madre:—Casaremos este año Aziz y Aziza.Y habiendo aprobado mi madre el pensamiento,se comenzaron á hacer provisiones para la fiesta.Mientras esto pasaba, vivíamos sin pensar quese ocupaban de nosotros: aunque á decir verdad miprima, mas inteligente, sabia algo mas que yo sobreeste asunto.Cuando todo estuvo prepai'ado y ya no faltabamas que estender el contrato y celebrar la boda, mipadre propuso que se firmara el acta después de lasoraciones del viernes, y fué á dar parte á sus amigoslos otros mercaderes, mientras que mi madreinvitaba por su lado á sus amigas y á las mujeresde la familia. Llegado el viernes, se lavó el salóndispuesto para recibir á los convidados, se aljofifóel mármol del pavimento, se tendieron tapices porel suelo y se adornaron las paredes de telas de sedabordadas de oro. Mi padre salió á mandar hacerpasteles y dulces para la tarde. Mi madre me envióal baño y me hizo traer vestidos nuevos de admirableriqueza. Al salir del baño me puse aquellos


AZIZ Y AZIZA. 13vestidos perfumados, de los cuales se exhalaba unsuave olor que iba dejando como un rastro de aromaspor mi camino. Solo faltaba ya estender elcontrato.Mi primera idea fué dirigirme á la mezquita;pero me acordé del nombre de un amigo á quien nohabia invitado á la boda, y calculé que tendríatiempo de avisarle antes de que sonara la hora de laoración. Con este propósito entré en una calle pordonde nunca habia pasado. Hacia calor, el baño mehabia rendido y estaba sudando de manera queviendo allí un banco de piedra, estendi mi pañueloy me senté á descansar un poco. Las gotas de sudorme corrían por la frente y por las mejillas y no tenianada con que enjugarme: ya iba á hacerlo conun estremo de mi vestido cuando cayó á mis piesun pañuelo blanco.Levanté la cabeza y mis ojos se encontraron conlos de una mujer que me miraba á través de unascelosías entreabiertas. Era hermosa sobre toda ponderación.Yo no habia visto nunca mujer mas encantadora.Me levanté; pero la desconocida puso undedo sobre su boca, colocóse después sobre el pechoel índice y el del corazón y de repente se retiróde la ventana cerrando las celosías.El fuego habia prendido en mi corazón; permanecílargo rato en aquel sitio, inquieto, suspirando,haciendo esfuerzos por comprender aquellasseñas misteriosas. Veinte veces miré á la ventanaeme permanecía muda. Allí estuve hasta que se pusoel sol, pero sin oir ningún ruido ni ver á nadie.


14 AZIZ Y AZIZA.Cansado, en ñn, y desesperado, me resigné á marcharme:cogí el pañuelo, lo desdoblé y salió de élun olor de almizcle que me trasportó al paraíso. Almismo tiempo encontré un billete perfumado quecontenia esto? versos:Con pena lograrás, amado mió,leer estas palabrasque ha dictado el dolor.Y sin embargo, créeme, al trazarlasmucho mas que la manotemblaba el corazón.Volví á desdoblar el pañuelo y admiré su trabajoleyendo los versos amorosos bordados en los picoscon una delicadeza estremada.Aquellos versos y aquella carta aumentaronmis deseos y mis angustias. Volví á mi casa conpaso vacilante: tenia turbada la razón y no sabiaque hacer para encontrar aquella mujer que mehabia aprisionado el alma.Cuando llegué á mi casa era mas de media noche.Mi prima me aguardaba llorando, pero apenasme vio, se enjugó las lágrimas, y corrió á mi encuentropara quitarme el caftán. Me dijo que laspersonas notables de la ciudad, los mercaderes ylos amigos, habían acudido á la fiesta: que el cadihabia estado con los testigos, que habían comido,aguardándome mucho tiempo para celebrar la boda;pero que al fin, cansados de esperar se habíanmarchado todos. Añadió que mi padre estaba furio-


AZIZ Y AZIZA. 15so, y que habia jurado no casarnos basta que pasaraun año, porque habia hecho gastos considerablespara aquellos preparativos, que por líltimo no habianservido para nada.—¿Qué te ha pasado y por qué vienes tan tarde?añadió.Yo estaba loco de amor y se lo referí todo; leconté cómo una mano desconocida me habia arrojadoun pañuelo haciéndome señas misteriosas, ycómo con este motivo habia permanecido el dia enteroal pié de la ventana. Para concluir le di el pañueloy la carta diciendo:—Esa es mi historia; ayúdame á salir del mar deconfusiones en que me encuentro.Mi prima leyó los versos, y mientras los leiagruesas lágrimas se escapaban de sus ojos. Despuésme dijo:—'¡Oh primo mió! si me pidieses uno de mis ojosme lo sacaría para dártelo. Yo te ayudaré á realizartu deseo y le ayudaré á ella, porque conozco queel amor es en su pecho tan intenso como en el tuyo.—¿Y me esplicarás, le dije, las señas que me hahecho?—Si, respondió Aziza. El dedo colocado sobre laboca, significa que tú eres para ella lo que el almaes para el cuerpo. El pañuelo es el saludo que laamante envia á su amado: la carta indica que hascautivado su corazón, y en cuanto á los dos dedospuestos sobre el corazón, es una manera de decirte:«Vuelve dentro de dos días á fin de que tu presenciacalme mi ansiedad.» ¡Oh primo mío! continuó,


16 AZIZ Y AZIZA.ten por cierto que te ama de veras, y confia en ti,porque eso dan á entender sus señas. Si yo fueralibre para salir y entrar pronto os reuniria.Al o ir aquellas dulces frases que me devolvíanla esperanza, di gracias ámi prima y pensé esperardos dias.Aquel tiempo lo pasé sin salir de casa, sin comerni beber, sentado en el suelo con la cabeza entrelas rodillas de Aziza. Ella me reanimaba consus palabras repitiéndome:•—Ten valor y ve á buscarla á la hora prevenida.Cuando llegó el momento mi prima me trajo mismas hermosos vestidos y me perfumó con incienso.Salí con el corazón agitado y llegué al punto dela cita.Ya hacia algún tiempo que estaba sentado en elbanco de piedra cuando se entreabrió la persiana.Levanté la vista hacia la desconocida, y una nubepasó por delante de mi vista. Vuelto en mí, levantélos ojos por segunda vez, y por segunda vez estuveapunto de caer desvanecido.Cuando al cabo logré serenarme un poco, vi quetenia en las manos un espejo y un pañuelo encarnado.Se levantó las mangas hasta el codo, abriólos cinco dedos y se los puso sobre el pecho; despuéslevantó las manos y agitó el espejo. Hechasestas señas desapareció un instante para volver conel pañuelo encarnado el cual sacudió tres veces fuerade la ventana torciéndolo y destorciéndolo. Yoseguía con la mirada sus acciones tratando de adi-


AZIZ Y AZIZA. 17vinar aquel lenguaje mudo, cuando sé cerró la celosía,quedando todo en silencio. En vano esperéhasta la noche, nadie apareció en la ventana: tuvede nuevo que volver á mi casa confuso y desesperado.Ya estaba muy entrada la noche cuando lleguéá mi habitación donde encontré á mi prima con lacabeza oculta entre las manos y llorando. Su vistaaumentó mi dolor y me arrojé en un rincón de la salagimiendo. Aziza corrió hacia mí, me levantó, enjugómis lágrimas con la manga de su vestido, yme preguntó lo que habia pasado.—•¡Oh primo mío! me dijo cuando se lo hube referido,tranquilízate. Los cinco dedos colocados sobreel pecho significan: «Vuelve dentro de cincodias.» El espejo y el pañuelo quieren decir: «Siéntateen la tienda del tintorero hasta que vayan ábuscarte por mi orden.»Al oir aquellas palabras el fuego abrasó mi corazón.—Por Alá, eselamé, que es cierto lo que dices,porque en la misma calle he visto un tintorerojudío.Diciendo esto comencé á llorar y mi prima repuso:—Valor, otros hay que como tú sufren los tormentosdel amor y tienen que luchar muchos añoscontra este terrible mal, mientras tú solo tienes queesperar una semana. ¿Te dejarás vencer por la impaciencia?Trató después de distraerme con su conversa-


18 AZIZ y AZ1ZA.cion y me sirvió la comida. Bebí un poco de vino éintenté comer, pero no pude. Durante aquellos cincodias apenas tomé nada: no dormia, estaba pálido,se desfiguraban mis facciones, y poco á poco ibaperdiendo mi belleza. ¡Ay! yo desconocia ely la intensidad de su llamadevoradora.amorCaí enfermo, y mi prima, viéndome sufrir, noestaba menos enfermaque yo. Sin embargo, parareanimarme, me referia historias de amor, lograndoá veces calmarme y dormirme. Al despertar veiasiempre que ella velaba llorando.De esta manera pasaron los cinco dias. Al quintomi prima hizo disponer un baño templado, arreglócon esmero mi trage, y me dijo:— ¡Anda, y quiera Alá que logres lo que deseas!Al llegar á la calle, vi que la tienda del j udio estabacerrada: era sábado. Me senté para esperar enla misma piedra que los dias anteriores.El sol sepuso; cantaron en las torres llamando á la oración,vino la noche y no vi á nadie ni recibí mensaje alguno.Al volver á mi casa vi á mi prima con la cabezaapoyada contra la pared, sollozando mientras recitabaunos versos.Cuando hubo concluido se volvió, y enjugándoselas lágrimas con la manga del vestido vino haciamí sonriendo, y me dijo:—¡Primo mió, que Alá te acompañe! ¿Por quéno te has quedado esta noche junto á tu adorada?Al oir aquellas palabras, la cólera me cegó, ydándole una patada en el vientre latiréal suelo.


AZIZ Y AZTZA. 19Al caer se hirió la frente y brotó la sangre; pero noarrojó un grito ni dijo una palabra. Levantóse comopudo, enrojeció el pañuelo que se puso sobre laherida, y se colocó una venda alrededor de las sienes:lavó después la sangre que habia caido sobreel tapiz y todo quedó como si no hubiera sucedidonada.Concluida esta operación, se acercó á mí con lasonrisa en los labios, y me dijo con dulzura:—Por Alá, primo mío, te aseguro que no quiseburlarme ni de tí ni de ella. Un violento dolor decabeza me turbaba el espíritu, y puede que sinquerer dijera algo desagradable, pero ahora que yano me duele la cabeza ni la frente, dime lo que teha pasado.Se lo conté llorando, y ella me dijo:•—Anímate, porque todo anuncia que lograrástus deseos y se cumplirán tus esperanzas. Sin dudahoy ha querido probarte para saber si tu amor essincero y firme. Tu dicha se acerca y tu afliccióndesaparecerá.Estas palabras y otras muchas que me dijo, nollegaban á consolarme. Entonces puso un veladordelante de mí y me trajo platos con la comida; perode un puntapié derribé la mesa y cuanto conteniaesclamando:— ¡En verdad que el amor es absurdo! ¡Quita elapetito y el sueño.'—Por Alá, dijo Aziza, que ciertamente son esoslos síntomas del amor.Al decir esto se le saltaron las lágrimas; recogiói


20 AZIZ Y AZIZA.los pedazos de los platos, barrió el tapiz y vino ásentarse á mi lado, tratando siempre de divertirmemientras yo pedia á Dios apresurase el curso de lanoche y trajese la mañana.Al romper el dia volví á la calle y ocupé mi sitiosobre el banco de piedra. La ventana se abrió yla desconocida asomó la cabeza riendo.Se retiró después de un momento para volvercon un espejo, una planta verde y una lámpara. Loprimero que hizo fué meter el espejo en el saco yarrojar ambas cosas en el interior de la sala: en seguidase dejó caer las trenzas de los cabellos sobreel rostro, y colocó la lámpara encima de la plantaverde, y sin añadir una palabra, cerró la ventana ydesapareció. Todos aquellos misterios contribuíaná turbar mi espíritu y á aumentar la violencia y lalocura de mi amor.Cuando volví á casa, encontré á mi prima con lacabeza apoyada contra la pared. Los celos le roianel corazón; pero ahogaba sus penas para no ocuparsemas que délas mias. Mirándola de mas cerca reparéque tenia una doble venda; una ocultaba la heridade la frente y la otra estaba colocada sobre unojo que se le habia inflamado á fuerza de llorar. Lapobre Aziza estaba realmente en un estado lamentabley sollozaba recitando estos versos:¡Dios aleje el peligro que te acechacuando huyes de mi lado!¡Oh, quién fuera la sombra de tu cuerpo:el eco de tus pasos!


AZIZ Y AZIZA. 21Cuando mi prima acabó de recitar los versos,volvió la cabeza y me vio; en el momento vino haciamí enjugando sus lágrimas: pero era tal la violenciade su pasión, que estuvo gran rato sin poderarticular una sola palabra: al ñn me dijo:—¡Oh, primo mió, cuéntame lo que te ha pasadohoy!Se lo referí todo, y me dijo:—Ten un poco de paciencia: tu esperanza se harealizado y vuestra unión no tardará. El espejo enel saco significa: «Espera que se oculte el sol.» Loscabellos esparcidos sobre la cara indican: «Cuandovenga la noche y caiga su negra sombra sobre la luzdel dia, ven aquí.» La planta verde te da á entenderque entres por eljardin eme se encuentra á espaldasde la casa, y en cuanto á la lámpara, es como si ladesconocida te dijese: «Una vez en eljardin, verásuna lámpara encendida, permanece allí y aguárdame,parque tu amor me consume.»Al oír aquellas' palabras, la fuerza de la pasiónme hizo prorumpir en llanto, y dije á mi prima:— ¡Cuántas veces me has prometido la felicidad!Todas tus esplicaciones me anuncian el triunfo, ysin embargo, mis deseos no se realizan.Aziza me respondió sonriendo:—Espera á que concluya el dia: cuando la nochetraiga al mundo sus espesas sombras, se cumplirántus votos.Esto dicho se aproximó á mí y me consoló condulces palabras, aunque sin ofrecerme de comer.Temia incomodarme, y su único afán era compla-


22 AZIZ Y AZ1ZA.cerme. Pero yo no le hacía el menor caso, y repetíaá cada instante:—¡Oh! ¡Alá apresure la llegada de la noche!Cuando llegó la hora, mi prima me dio un granode almizcle diciéndome:—¡Oh, primo mió! pon este grano de almizcleen tu boca, y después que veas á tu amada y ellaescuche tus votos, recítala estos versos:Oye una voz doliente que te implora:¿Qué hará el alma que la pasión devora?Al decir esto, Aziza me abrazó haciéndome jurarque no recitaría aquellos versos á la desconocidahasta el momento de abandonarla.Yo le respondí:—Entiendo, y obedeceré.Entrada la noche, fui al jardín; la puerta estabaabierta y entré, divisando al entrar una luz. Lleguéá donde ardia, y vi una gran sala cubierta de un artesonadode marfil y ébano. La lámpara estaba suspendidaen medio de la bóveda: debajo se divisabauna bugía ardiendo en un gran candelabro. Cubríael suelo un tapiz de seda bordado de oro y plata: allado de un surtidor de agua había una mesa serviday cubierta con un mantel de seda. Junto á lamesa, un jarro de porcelana lleno de vino y unacopa de cristal incrustada en oro; el servicio de mesaera de plata, y los platos estaban cubiertos.Al descubrirlos, encontré frutos de toda especie:higos, granadas, uvas, limones, naranjas y fio-


AZIZ Y AZIZA. 23res diferentes como rosas, jazmines, mirto y narcisos.El aire estaba lleno de aquel perfume.Notando que mi prima habia acertado en todo,se disipó mi tristeza y me sentía feliz; pero con gransorpresa por mi parte, en aquella deliciosa estancia,no encontré ninguna criatura de Dios (cuyonombre sea alabado) ni un esclavo siquiera. Pareciaaquello cosa de encantamento.Permanecí en el mismo sitio esperando á la bienamada de mi corazón: pasó una hora, pasaron dos,pasaron tres, y no vino nadie: estaba impaciente,aunque no inquieto, y miraba por todas partes prestandoatento oído; todo permanecía inmóvil y silencioso.Entonces comencé á sentir hambre. Desdeque estaba enamorado ni comía ni bebía: seguroya del éxito me dejé tentar por aquella mesaservida espresamente para mi. Levanté el mantelde seda y vi un plato de porcelana, y en el plato dospollos aderezados con especias: alrededor del platohabia cuatro bandejas. Una contenia dulces, otrahelado de granadas, la tercera un pastel de almendras,y la cuarta bizcochos con miel. Probé uno delos bizcochos, luego un pedazo del pastel de almendras,después tomé una cucharada de dulce seguidade una segunda y una tercera: por último, mecomí un muslo del pollo, sin pensar que mi esto-'mago, debilitado por el ayuno, no podría soportaraquel poco de alimento. Aun no habia concluido delavarme las manos, me sentí con la cabeza pesada,me eché sobre un cojín y me quedé dormido.Ignoro cuantas horas permanecí en aquel esta-


24 AZIZ Y AZIZA.do. ¡Hacía tanto tiempo que no dormía! pero cuandodesperté el sol quemaba. No me costó poco trabajovolver en mí y coordinar mis ideas. La mesa,los tapices, todo habia desaparecido: estaba tendidoen una sala con las paredes desnudas sobre un pavimentode mármol, y no sin gran asombro encontrésobre mi pecho un puñado de sal y algunos carbones.Me levanté, sacudí mis vestidos y miré áderecha é izquierda: estaba completamente solo.Triste, humillado y lleno de vergüenza, tomé el caminode mi casa.Mi prima estaba allí golpeándose el seno, mientrassus lágrimas caian espesas como la gota deagua de una nube. Al verme se levantó, y con vozdoliente me dijo:— ¡Oh! primo mió, Dios ha tenido misericordiade tí y eres amado de la que amas, mientras yo medeshago en llanto, porque no encuentro piedadátusojos; ¡pero que Dios no te castigue por mi causa.Entonces sonrió como una mujer que sonríe paradisimular un dolor vivo, me acarició, me quitóel caftán, y al tiempo de doblarle dijo:—¡Por Alá, hé aquí un olor que no es ciertamenteel de la alcoba de una dama! Qué te ha sucedido?Yo le conté mi mala ventura.Tornó á sonreír con el mismo aire de sufrimiento,y [esclamó:—En verdad que padezco al verte padecer: castigueDios á la que asi te aflige. Esa mujer es exigentey caprichosa y comienzo á tener miedo por


AZIZ Y AZIZA. 25ti. Al ponerte la sal sobre el pecho te dice la desconocida:«Te has embriagado de sueño, y me parecesinsípido, mi alma te rechaza con desden. Tú nomereces el nombre de amante.» Tal es la pretensiónde esa mujer, pero su amor es mentira, si tequisiera te hubiera despertado. En cuanto al carbónsignifica: «Ojalá Dios te ennegrezca la cara por habermentido, diciendo eme sabias amar. No eresmas que un niño que solo piensa en comer, beber ydormir.» lié aqui el sentido de las dos cosas. QuieraAlá (cuyo nombre sea alabado) librarte de esacriatura.Al oir aquellas palabras comencé á golpearme elpecho esclamando:—Por Alá, eme lo que dices es cierto. Me hedormido y los enamorados no duermen: yo soy elculpable, yo que he hecho la tontería de comer ydormirme. ¿Qué partido tomar ahora?Y rompí á llorar diciendo á mi prima:•—Aconséjame, ten piedad de mí y Dios la tendráde ti. Si me abandonas soy hombre muerto.Aziza que me amaba me respondió:—Por mi cabeza y por mis ojos te aseguro, primomío, que haré cuanto pueda por complacerte, ysi Dios lo permite os reuniré alas dos. Escucha miconsejo. Cuando llegue la noche vuelve al jardin,entra en la sala, pero ten cuidado con el córner^porque la comida llama al sueño. Mantente, pues,despierto: ella no vendrá hasta pasada una granparte de la noche. ¡Dios te guarde de la malicia deesa mujer!


26 AZIZ Y AZIZA.Aquellas palabras me devolvieron el ánimo, pedíá Dios que apresurase las horas, y cuando acabóel dia me dispuse á salir. Mí prima me dijo.—Si la encuentras, antes de abandonarla no olvidesrecitarla los versos que te he enseñado.—Te lo prometo por mi cabeza y por mis ojos,le contesté y corrí al punto de la cita.La sala estaba preparada como el dia anterior:fuente, ñores "frutos, mesa servida, todo estaba ensu sitio. Esperé largo tiempo: la noche avanzaba yempezaba á cansarme de mi soledad; la sangre meardia en las venas y me devoraba la sed. Vi unacarrafa de agua de arroz mezclada con miel y azafrány bebí un trago, al que siguieron otros. Al pocotiempo, no sabiendo en que entretenerme, comencéaprobar los dulces y los pasteles, hasta quepicando aquí y allá me entró hambre y comí de todo.La cabeza me pesaba y se me cerraban los ojos:me recliné sobre un cogin. pero diciendo con el propósitofirme de cumplirlo. No me dormiré. Sin embargo,el sueño pudo mas que yo, y me cpiedé dormido.Cuando desperté el sol se habia levantado. Po rsegunda vez me encontré tendido sobre el pavimentode una habitación desamueblada, y vi sobre mipecho una taba, un hueso de dátil y un grano de algarroba.Me levanté y después de arrojar aquellos miserablesemblemas, corrí á mi casa furioso. En elmomento que vi á Aziza la llené de injurias hastael punto de hacerla llorar, pero ella se aproximó á


AZIZ Y AZIZA. 27mí sollozando, y me abrazó estrechándome contrasu corazón. Yo la empujé lejos de mí maldiciendomi estupidez y mi locura.— ¡Oh primo mioí esclamó, me parece^juc tambiénte has dormido esta noche.—Sí, respondí, y al despertar he encontradouna taba, un hueso de dátil y un grano de algarroba.¿Qué quiere decir eso?—Por mi cabeza y por mis ojos, respondió ella,la taba significa «que has ido allá como un niño quejuega; tu corazón estaba en otra parte: así no seenamora: no eres un amante formal.» El hueso dedátil: »Si me hubieras amado como yo te amo, elamor ardería en tu alma como el dátil en el brasero,y no te dormirías.» Por último, el grano de algarrobaes como si te dijese «todo ha acabado entrenosotros. Sufre esta separación con la misma pacienciacon que. Job sufrió su miseria.»Aquellas'palabras atizaron el fuego que ardíaen mi corazón, y esclamé:—Dios había dispuesto que me durmiese. ¡Oh!prima mía sino quieres verme morir, inventa algunaestratagema que me permita volverla á ver.—Aziz, me respondió, el llanto ahoga mis palabras.Vuelve al jardín, y sino te duermes obtendrásel objeto de tus deseos. Este es mi consejo, que lapaz sea contigo.—Si Dios quiere no me dormiré y seguiré tusconsejos.Mi prima se levantó y me sirvió la comida, diciéndome:18


28 AZIZ Y AZIZA.—Come ahora para que á la noche no tengashambre.Le obedecí y cuando llegó la noche Aziza metrajo mis mas hermosos vestidos y me los puso recordándomelos dos versos que debia recitar.Al llegar al jardín lo encontré todo dispuesto dela misma manera y esperé como las noches anteriores.Para no dormirme sacudía la cabeza y me levantabalos párpados con los dedoá, prometiéndomeno comer. Pero la impaciencia y el deseo me secaronlas fauces y tomé la carrafa del vino, diciendo:No beberé mas que un vaso.Por desdicha el vino se me subió á la cabeza yy todo lo olvidé comiendo y bebiendo con ardor febril.Al décimo vaso cai como herido de un rayo.Volví en mi acuerdo al despuntar el dia y meencontré en la calle: sobre el pecho me habían colocadouna pesa de hierro y un cuchillo. El miedose apoderó de mi y tomé aquellos dos objetos,apresurándome á volver á mi casa.Apenas entré caí desvanecido á los pies de Aziza,y la pesa y el cuchillo se escaparon de mis manos.Cuando á fuerza de cuidados logró hacermevolver en mí, pregunté á mi prima que significabanaquellos amenazadores emblemas.—La bola de hiero, me dijo, es la pupila negrade esa mujer y el cuchillo, quiere decir, que ha juradopor el Señor de todas las criaturas y por suojo derecho, que si vuelves al jardín para dormirteen él, te dará muerte con ese puñal.


AZIZ Y AZIZA. 29— ¡Oh primo, mió! añadió, temo la malicia, deesa mujer, mi corazón está lleno de inquietud yapenas puedo hablar. Si estás completamente segurode no dormirte, vuelve al jardin y obtendráslo que deseas pero sabe que si te duermes te degollará.— ¡Oh, prima mia! esclamé; ¿qué partido debotomar? Sácame de esta aflicción. ¡En nombre deDios te lo pido!—Por mi cabeza y por mis ojos te juro que sisigues mis consejos verás realizada tu esperanza.—Haré cuanto quieras esclamé.Aziza me estrechó sobre su corazón, me hizoacostar sobre el diván y pasó suavemente sus manossobre mis parpados fatigados hasta que me dormí.Después tomó un abanico, se sentó á la cabeceradel lecho y me estuvo abanicando hasta quellegó la noche. Me parece que la veo aun teniendoen sus manos el abanico: habia llorado tanto, quesu túnica estaba empapada de lágrimas.Apenas abrí los ojos disimuló la pena con unasonrisa y me trajo de comer. Yo no tenia ganas pe->ro me dijo:—¿No sabes que tienes que obedecerme?Y por su mano me iba metiendo los pedazos decarne en la boca. Yo la dejaba hacer. Cuando concluíme sirvió una infusión deazufaifas y azúcar, melavó las manos y me las enjugó perfumándome conagua de rosa. Nunca me habia sentido tan bien ytan ágil.En el momento de salir me dijo:


30 AZIZ Y AZIZA.—Primo mió, vela toda la noche, porque novendrá hasta el rayar de la aurora. No olvides miencargo, añadió deshaciéndose en lágrimas. Suamargo dolor me causaba pena y la pregunté quéencargo era aquel de eme me hablaba.—Cuando os separáis, me dijo, repítele los versosque te he recitado.Corrí al jardín con el corazón lleno de júbilo.No tuve sueño, y sin embargo, la noche me parecióeterna. Ya comenzaba á clarear el dia, cuandopercibí un rumor. Era ella. La acompañaban diezhermosas esclavas, y brillaba en medio de su cortecomo la luna llena en medio de las estrellas. Suvestido era de raso verde bordado de oro.Al verme se sonrió, esclamando:—¿Cómo has podido resistir el sueño?Ahora conozco que eres un amante formal,porque la pasión tiene á los enamorados toda la nocheen vela.Se volvió á las esclavas, les hizo una señal paraque se retirasen, y dirigiéndose á mí me estrechósobre su corazón deteniéndome á su lado hasta quefué completamente de dia.Al momento de salir me dijo:—Espera, quiero regalarte alguna cosa. Y sacóese pañuelo en que están bordadas las dos gazelas,el cual me entregó, haciéndome prometer que volveríatodas las noches. La abandoné loco de alegría.Al llegar á casa me encontré á mi prima acostadaen el diván, al verme se levantó y con los ojos


AZ1Z Y AZIZA. 31húmedos aun, me dio un abrazo y me preguntó:—¿Has recitado los dos versos?—No, le respondí, me he olvidado y este pañuelotiene la culpa.Aziza dio algunos pasos como el que recibe unaherida de muerte y cayó á plomo sobre el diván,deshaciéndose en lágrimas.—Oh, primo mió, esclamó al fin entre sollozos,dame ese pañuelo.Se lo arrojé á los pies, lo desdobló y estuvo largorato mirando las gacelas en silencio.Por la noche me dijo:—Vé y eme Dios te proteja; pero cuando os separéisrecítale esos versos que te he dicho y que olvidastes.—Vuélvemelos á decir.Aziza los repitió.En la sala del jardín encontré á la sultana, lacual al verme se levantó, vino á mi encuentro y medio un abrazo, haciéndome sentar á su lado paracenar juntos. Por la mañana le recité los dos versosde Aziza:Oye una voz doliente que te implora;¿Qué hará el alma que la pasión devora?La sultana me miró fijamente, sus ojos se inundaronde lágrimas y dijo:Debe callar y sufrirDando muestras de valor!Satisfecho por haber cumplido lo que prometí ámi prima, volví á casa.


32 AZIZ Y AZ1ZA.Aziza estaba en cama y á su cabecera velaba mimadre contemplándola tristemente: al aproximarmeal diván me dijo mi madre:—Maldición sobre un pariente tan ingrato comotú. ¿Cómo has podido abandonará tu prima enfermasin cuidarte de sus sufrimientos?Al verme Aziza levantó la cabeza, se sentó trabajosamentesobre la cama y me preguntó:—Aziz, ¿le has repetido los dos versos?—Sí, le respondí, y al oírlos ha llorado, diciéndomeotros dos versos que conservo en la memoria.—Recítamelos, dijo Aziza.Se los recité y cuando hube concluido esclamósollozando:¿Y si se siente morir?¿Y si aumenta su dolorCallar?Aziza, añadió:—Repítela esos cuando os separéis mañana.—Oigo y obedezco, le respondí.Volví al jardín como el día anterior y recité aldespedirme de la sultana los versos de mi prima.La sultana me miró fijamente, sus ojos se llenaronde lágrimas y me dijo:Mas vale morir.A mi vuelta encontréá Aziza desmayada, velándolami madre. El eco de mi voz la hizo volver ensí, abrió los ojos y me preguntó:


AZIZ Y AZIZA. 33—¿Has recitado mis versos?Cuando le repetí la contestación de la sultanavolvió á desmayarse, pero á poco recobrando lossentidos esclamó:Moriré como me mandasenvidiosa de tu dicha,pues me robas un tesoroque amaba mas que la vida!Por mi parte no falté á la cita del jardín. La sultaname esperaba y cenamos juntos. Por la mañanarantes de partir, le recité los versos de mi prima.Al oírlos, prorumpió en llanto y con voz temblorosame dijo:—¡Por Alá, la que ha dicho esos versos hamuerto! Después añadió sin dejar sus sollozos.—¡Desgraciado de ti! la que ha dicho esos versos,¿no era parienta tuya?—Es hija de mitio, le respondí.—Mientes, replicó; si hubiera sido hija de tu tiola hubieras amado como ella te amaba á tí. Tú lahas matado. ¡Permita Diasque mueras como ellamuere! Por Alá eme si me hubieras dicho que teniasuna prima no te hubiera recibido en mi casa.—Pues prima mía es, respondí, y ella me ha esplicadolas señas que me has hecho dándome instruccionessobre el modo de conducirme en estacuestión. Gracias á ella he podido llegar hasta tí.—¡Luego conocía nuestro amor!—¡Sin duda! contesté.


34 AZIZ Y AZIZA.—Quiera Alá que llores tú juventud como por tuculpa llora ellala suya. Sal al momento y vé á verla.Salí en estremo turbado: al entrar en mi calleoí gemidos y lamentaciones. Pregunté qué sucedíay me respondieron eme habían encontrado á Azizatendida en el suelo muerta. Mi madre al verme esclamó:— ¡La muerte de esta niña pesa sobre ti! ¡OjaláDios no te perdone, esa sangre inocente! Maldiciónsobre un pariente tan desnaturalizado como ¡tú.Mi padre entró y preparamos el cuerpo paradarle sepultura. Se celebró la ceremonia fúnebre, yenterramos á la pobre Aziza encargándome yo demandar recitar el Koran entero sobre su tumba.Permanecimos á su lado durante tres días, pasadoslos cuales volvhá casa afligido por la pérdidade mi prima.Mi madre me dijo:— ¡Oh hijo mió! cjuisiera saber que has hechopara destrozarle el corazón. Yo le preguntaba sincesar la causa de su sufrimiento, y nunca quisoconfiármela. ¡Por Alá te conjuro me digas qué lehas hecho para matarla!—Yo nada le he hecho, respondí.—Que Dios la vengue y te castigue, replicó mimadre. La pobre niña no ha querido.decirme nadaocultándome la verdad hasta el último suspiro yguardando siempre su afecto hacia tí. Momentos antesde morir abrió los ojos por última vez y me dijo:«¡Oh mujer de mi tio! ojalá Dios no pida á tu hijocuenta de mi sangre. Alá le perdone lo que me


AZIZ Y AZIZA. 35ha hecho. Ahora que estoy resignada, que Dios metrasporte de este mundo perecedero á la eternidad.»—Yo le contesté: «¡Oh hija mia! que Dios te conservey conserve tu juventud.» Y le pregúntelacausa de su enfermedad, pero no me contestó nada.Algunos momentos después se sonrió y me dijo:«¡Oh mujer de mi tio! si Aziz quiere volver al lugareme frecuenta, dile que antes de salir repita estafrase: «La fidelidad es noble y la traición baja:» Lehe servido durante mi vida y quiero serle útil despuésde mi muerte.»—Tu prima, continuó mi madre, me ha dejadouna cosa para tí, pero haciéndome jurar que no tela entregaría hasta que llorases y sintieses su muertede veras. Cuando así suceda te confiaré su últimorecuerdo.—Enséñamela, dije á mi madre; pero mi madrese negó.A pesar de la muerte de Aziza, yo no pensabamas que en mis amores: estaba como loco y hubieraquerido pasar las noches y los dias al lado de miadorada. Apenas llegó la noche, corrí al jardín yencontré á la sultana á quien devoraba la impaciencia.—Ha muerto! le dije; hemos cumplido los ritosy hecho recitar el Koran. Cuatro noches han pasadodesde que murió y esta es la quinta.—No te dije eme la matarías, esclamó sollozando.Si me hubieras hablado antes le hubiera dadoun testimonio de mi agradecimiento por su bondad,


36 AZIZ Y AZIZA.pues sin ella nunca hubieras llegado hasta mí. Temoque esta muerte atraiga alguna desgracia sobretu cabeza.—No, dije; me ha perdonado antes de morir.Y le conté lo que mi madre me había dicho, oidolo cual esclamó:—Por Alá te conjuro le pidas á tu madre esedepósito.—También, continué, me ha confiado mi madreque mi prima le encargó me dijese: «Si tu hijoquiere volver al lugar que frecuenta, prevenle queantes de salir repita esta frase: La felicidades nobley la traición baja.Oyendo aquellas palabras esclamó la sultana:—Que Dios (cuyo nombre sea alabado), tengapiedad de ella que te salva de mis manos. Me iba ávengar en tí; pero al presente no quiero ya tocarteni hacerte mal alguno.Asombrado de oir aquellas frases dije á la sultana.—¿De qué venganza estás hablando? ¿No nosune un mutuo amor?—Tú me quieres, respondió ella, pero eres joven,no conoces la mentira y no sabes cuánta maliciay perfidia encierra el corazón de una mujer.Si Aziza viviera aun, te ayudaría á conocerlo comote ha salvado de la muerte.De aquí en adelante, añadió, te prohibo que hablesá mujer alguna joven ó vieja. Ten mucho cuidadoporque no sabes nada de las astucias de lasmujeres:la que te lo esplicaba todo ha muerto, y si


AZ1Z Y AZIZA. 37caes en una red nadie vendrá ya á sacarte de ella.¡Oh, y cómo siento á la hija de tu tio! Que Dios(cuyo nombre sea alabado) tenga piedad de su alma.Ella guardó su secreto, ocultó lo que sufría, y porsu mediación llegaste hasta mí.Ahora tengo que pedirte un favor. Llévame ádonde reposa, quiero visitar su tumba y escribir algunosversos sobre la piedra.—Mañana, le dije, te llevaré si es voluntad deDios (cuyo nombre sea alabado).A la siguiente mañana tomó una bolsa que conteniamonedas de oro y me dijo:—Vamos á visitar la tumba, quiero escribir versosen ella, levantar una cúpula, rezar por el almade tu prima y hacer limosna á su nombre.Oigo y obedezco, respondí.Emprendimos la marcha, yo delante y ella detrás:durante el camino se detenia para dar limosnasdiciendo:—Esta limosna es por el alma de Aziza, queguardó su secreto hasta beber la copa de la muerte,espirando sin revelar su amor.De este modo agotó el bolsillo en limosnas, repitiendoá cada una de ellas: «Por el alma deAziza.»Cuando llegamos al sitio en que reposaba, prorumpióen llanto y se arrojó sobre la tumba: despuéssacó una punta de acero y sobre la piedra dela tumba grabó por su mano y en pequeños caractereslos versos que siguen:


38 AZIZ Y AZIZA.¡Vi aquel jardin desiertodonde crecen las zarzas!¡Vi aquellas ñores, que no riega nadie,caer sobre la tumba deshojadas!Me aproximé á la piedravi la inscripción borrada,y pregunté á los árboles y al viento:—¿Quién duerme en esta tumba solitaria?Me respondió la brisaagitando las ramas:—«Reposa aquí la que murió en silenciode un ignorado amor víctima santa.¿Qué importan al dichosoamarguras estrañas?¿Qué importan á los vivos los que muereny sus secretos en la tierra guardan?—¡Abandonadasflores!esclamé, ¡pobre alma!¡Aunque os olviden todos, cuando menosyo rezaré y os regaré con lágrimas! (!)1Cuando acabó su trabajo lloró de nuevo, se levantóy partió. Volví al jardin con ella y me dijo:—Te conjuro por Alá que no me olvides.Yo le respondí:—Oigo y obedezco.Todas las noches iba en busca de mi amada que(1) Traducción libre y directa de D. F. de T.


AZIZ Y AZIZA. 39me recibía siempre con bondad haciéndome repetirá menudo la frase que Aziza habia ¡dicho á mimadre. Dichoso al conocer que era amado sin inquietudesni disgustos, gozaba de aquella vida deliciosay me ponia colorado y grueso sin pensar paranada en mi prima.Así pasé un año embriagado de placeres. Un diade fiesta que me habia puesto mis mejores vestidos,entré en el baño de donde salí mas feliz y masalegre que nunca. Habia bebido un poco de vino deShiraz y sentía el corazón contento. El perfume demis vestidos me embriagaba, mientras decía paramis adentros:—¿Habrá otro hombre mas dichoso que yo en elmundo?Al dirigirme á casa de mi amante, equivoqué lacalle: el vino de Shiraz se me habia subido un pocoá la cabeza y me hizo perder el rumbo. Cuandotrataba de orientarme se acercó á mi una vieja quetraía en las manos una luz y una carta.—Hijo mió, me dijo en tono lastimero, ¿sabesleer?—Si sé, le respondí.—Pues toma esta carta y léemela.Tomé la carta, la abrí y la leí. Era de un ausente.queenviaba á su familia noticias de su salud. Lavieja se alegró mucho al conocer el contenido de lacarta, y esclamó en forma de oración:—Hijo mió, que Dios disipe tus aflicciones comohas disipado las mias.Tomó la carta y se alejó, pero volvió al poco ra-


40 AZÍZ Y AZIZA.to y me dijo después de besarme la mano:—Oh, mi señor! asi Dios (cuyo nombre sea alabado)te permita gozar de tu juventud. Te ruegoque vengas conmigo hasta aquella puerta; les hedicho el contenido de la carta, pero no quierencreerme: hazme el favor de venir, les leerás la cartadesde el dintel y yo rezaré por tu salud.—¿De quién es la carta? pregunté.- Querido señor, me respondió la vieja, es deun hijo que salió hace diez años de la ciudad conunas mercancías y no hemos vuelto á saber de élhasta ahora. Pero mi hijo tiene una hermana quedurante esos diez años le ha llorado día y noche, yno quiere creer que esta carta, es suya, diciéndome:—Trae á alguno que me lea esa carta á fin deque mi corazón se alivie y se tranquilice mi espíritu.Hazme ese favor y obtendrás la recompensaprometida por el apóstol de Dios (á quien Dios favorezcay exalte) cuando dice: «Al que ahuyentadel espíritu de una persona afligida una de las inquietudesde este mundo, Dios le recompensa ahuyentandode su espíritu una de las inquietudes delmundo futuro.»Y aquella otra tradición que nos dice: «Al queahuyenta del espíritu de su hermano una de las inquietudesde este mundo, Dios le recompensa ahuyentandode su espirita setenta y dos inquietudesel dia de la resurrección.»Ahora hijo mió, no hagas vana mi esperanza.Yo respondí:—Anda que te sigo.


AZIZ Y AZIZA. 41Pasó delante de mi y me condujo á una granpuerta forrada de cobre á la cual después de haberdicho algunas palabras en persa, llegó una jovencon paso ligero y gracioso. Estaba vestida comouna mujer que se ocupa en el arreglo de la casa.Tenia los calzones remangados hasta la rodilla, dejandover dos piernas que solo podían compararsecon doscolumnasde alabastro. En los tobillos llevabados ajorcas de oro con piedras incrustadas y susmangas levantadas también hasta el codo, dejabanver sus magníficos brazos realzados por'brazaletesde gran valor. Los pendientes eran de perlas, el collarde diamantes y sobre la cabeza lucia un adornoestraño todo cuajado de rubíes Estaba encantadora.Al verme dijo con voz cuya dulzura no puedeponderarse.—yEs esta la persona que va á leer la carta?Y oyendo la respuesta de la vieja, me alargó elpapel.Como estaba á alguna distancia de la puerta,alargué el brazo para coger la carta, y mi cabeza ymis espaldas traspasaron el dintel. Ya tenia la cartaen la mano, cuando de improviso y sin darmetiempo á evitarlo, la vieja topó con la cabeza en misespaldas á la manera de los carneros, me empujódentro del vestíbulo, y con la rapidez del relámpagocerró la puerta tras nosotros.Aun no habia vuelto de mi sorpresa, cuando lajoven se aproximó á mí estrechándome sobre sucorazón. Después me tomó la mano y á pesar de mi


42 AZIZ Y AZIZ A.resistencia me obligó á seguirla, en tanto que lavieja nos precedia alumbrando el camino. Atravesamossiete vestíbulos y llegamos á un salón tangrande que podía jugarse en él á la pelota. Los muroseran de alabastro y los muebles y hasta los cojines,de brocado. Habia dos bancos de bronce y unsofá guarnecido de perlas y esmeraldas. Parecía elpalacio de un rey.Cuando llegamos allí, la joven me dijo:—¿Qué prefieres, la vida ó la muerte?—La vida, me apresuré á contestar.—Pues bien, si no quieres morir, cásate conmigo.—De ningún modo, esclamé, no quiero casarmecon una mujer como tú.—Aziz, repuso ella, si te casas conmigo no tendrásque temer las asechanzas de la hija do la astutaDalila.—Quién es la hija de la astuta Dalila? le dije.La joven comenzó á reir esclamando:—¡Con qué tú no la conoces, tú que hace unaño y cuatro meses que la ves todos los días! QueDios (cuyo nombre sea alabado) la confunda. Nohay mujer mas pérfida. ¡Cuánta gente ha matado!¡Qué cosas no ha hecho! ¿Cómo has podido escapará su furor?—¿Pero tula conoces? pregunté lleno de asombro.—¿Que si la conozco? respondió, como la vejezconoce sus propias miserias. Cuéntame todo lo queha pasado entre vosotros, quiero saber á qué debestu salvación.


AZIZ Y AZIZA. 43Entonces le referí mi historia y la de mi primaAziza.Mas de una vez esclamó oyéndome:—¡Que Dios tenga piedad de ella! Cuando lleguéárelatar la muerte de Aziza, lloró retorciéndoselasmanos diciendo:-^-Aziz, dá gracias á Dios; tu prima te ha protegidocontra la hija de la astuta Dalila, sin ella podíascontarte entre los muertos.Acabada la conversación dio una palmada y llamótila vieja.—Madre, le dijo, haz entrar á los que estáncontigo.La vieja salió para volver acompañada de cuatrotestigos. Encendió cuatro antorchas, los testigosse sentaron después de saludarme, y la jovense cubrió con un velo, encargando á uno de loscircunstantes que la representase en el contrato.Se redactó el acta y Fatma (entonces supe el nombrede aquella mujer) declaró eme habia recibidoadelantado su dote y que me era deudora de diezmil monedas de plata. Después dio á los testigossus honorarios y los despidió.Al dia siguiente quise salir pero ella se aproximóá mí y con tono risueño me dijo:—¿Crees tú que se sale de la prisión con la facilidadque se entra? ¿Piensas que me parezco á lahija de la astuta Dalila? Pues arroja esa idea de tuimaginación. Eres mi marido, según el Koran y elSonnah: si te has embriagado tiempo es de que recobresel juicio. Esta casa no se abre mas que una19


44 AZIZ Y AZIZA.vez al año, si no lo crees ve á la puerta de la calley desengáñate por tus ojos.—Era verdad, la puerta estaba cerrada y clavada.•—No te inquietes por eso, me dijo mi mujer,tenemos provisiones para muchos años: harina, arroz,frutas, granadas, azúcar, carne y aves: peroconvéncete de que no saldrás de aquí hasta quepase un año.—Solo en Dios reside el poder y la fuerza, dije.Ella se echóá reir, yo lúcelo mismo y me resignéá hacer lo que mi mujer quisiera quedándomeá su lado un año justo.El dia señalado se abrió la puerta, vi entrar áalgunos hombres cargados de pasteles, harina yazúcar: quise salir, pero mi mujer me dijo;—Espera que llegúela noche, saldrás á la horaque entrastes.Esperé y Fatma me dijo al marcharme.—Por Alá que no te dejaré salir sino me jurasprimero que volverás esta noche antes que se cierrela puerta.Le prometí volver á la hora indicada y me obligóá prestar los tres j uramentos irrevocables: por laespada, por el Koran y por el divorcio.Una vez en libertad, á dónde habia de dirigirmesino al jardín? Encontré la puerta abierta pareciéndomeaquello un mal indicio.—¡Qué' decia entre mí, hace un año que no vengoá este sitio y cuando vuelvo sin ser esperado meencuentro la puerta abierta como si hubiera salido


AZLZ Y AZIZA. 45ayer. ¿Es posible que la sultana esté ahi todavía?Voy á asegurarme.La noche habia llegado, entré en la sala y encontréen ella á la hija de la astuta Dalila. Estabasentada en el suelo con la cabeza apoyada en unamano y su intensa palidez hacia resaltar la oscuridadde sus ojos. Al verme esclamó:—Gracias sean dadas á Dios que te ha salvado.»Trató de levantarse pero su emoción era tanfuerte que volvió á caer sobre los cojines. Yo meadelanté, confuso, con la frente baja y avergonzadode mí mismo: la abracé y le dije:—¡Por dónde sabias que vendría esta noche?—No sabia nada, respondió. Por Alá, hace unsño que he perdido el sueño. Desde el dia que meabandonastes prometiéndome volver al siguiente,he venido aquí todas la noches á esperar tu vuelta:¡tan absurdas esperanzas engendra el amor! ¿Y áti quién te ha detenido? ¿Dime por qué hace unaño que no te veo?,Le referí mi historia. Al saber mi casamientopalideció.—He venido esta noche, le dije, pero tengo quedejarte antes que llegue el dia.—¡Cómo! esclamó, no le basta á esa mujer habertetenido prisionero durante un año, después dehacerte su espeso por sorpresa, sino que no ha dedejarte siquiera un dia con tu madre ó conmigo?¿No ha pensado en lo que habrá sentido duranteesa larga separación, la que te poseía antes que ella?¡Que Alá tenga piedad de Aziza! La infeliz sufrió lo


46 AZIZ Y AZIZA.que nadie ha sufrido, soportando lo que no ha soportadonadie. Tu ingratitud la mató y ella te hasalvado de mí. Cuando te dejé la libertad imaginéque volverías, ¿si no, quién me hubiera impedidoaprisionarte y darte la muerte?Dichas estas palabras prorumpió en amargollanto; luego pasando de repente del dolor á la cólera,fijó sobre mí sus airados ojos.Estaba tan terrible, que tuve miedo y comencéá mirar á mi alrededorLa sultana llamó, y á su mandato, diez de susmujeres se arrojaron sobre mí y me derribaron enel suelo. Cuando me vio sujeto, se levantó, tomó uncuchillo y dijo:—Voy á matarte como se mata una cabra: esaserá tu recompensa por lo que has hecho á tu prima.Conocí que estaba perdido é imploré su piedad,pero mis súplicas solo consiguieron aumentar sufuror. Hizo que sus esclavas me atasen las manosá las espaldas. Ya atado, les mandó que me maltratasen,y aquellas mujeres, me comenzaron á golpearcon tal furia, que perdí el conocimiento. Alvolver en mí esclamé:—En verdad que la muerte es menos dura queeste suplicio.Y recordaba las palabras de mi prima «Dios tepreserve de la malicia de esa mujer,» mientras elllanto me echaba un nudo al cuello.Mientras tanto la hija de Dalila, afilaba su cuchillo,diciendo á las mujeres:


AZIZ Y AZIZA. 47—Descubridle la garganta.Cumpliendo esta orden, dos de ellas se sentaronsobre mis rodillas, otras dos, me sujetaron lo pies,y una negra me cogió la cabeza, ladeándola un poco.En aquel momento, Dios me inspiró y repetí lafrase que me había dicho mi prima:—La fidelidad es noble y la traición baja.Apenas pronuncié estas palabras, la sultana sedetuvo y esclamó:—Que Alá tenga piedad de tí, Aziza. Has protegidoá tu primo durante tu vida y después de tumuerte. Luego continuó dirigiéndose á mi:—Por Alá, esas palabras te han librado de mivenganza; pero guardarás la huella de mi resentimiento.—Y aproximándose, mellizo una cruel herida:la sangre corrió y me desmayé.Cuando volví en mí, estaba vendado, me dieronun poco de vino, y la sultana me empujó con lapunta del pié.Me levanté como pude, salí con gran trabajo deljardín, logrando arrastrarme hasta la casa de mimujer. La puerta estaba abierta y me arrojé al sueloen el vestíbulo. Fatma me ayudó á entrar, yo estabadelirante y ni sé lo que hice: cuando pude darmerazón de mi persona me encontré en la calle ála puerta del jardín de Fatma. También ella me habíaarrojado de su casa y de su corazón.No me quedaba mas eme mi madre y tomé elcamino de la casa paterna. Encontré á mi madrellorando y diciendo:


48 AZIZ Y AZIZA.—¡Oh! ¿hijo mió, no podre saber donde te encuentras?Me arrojé en sus brazos, me estrechó en elloscon toda su alma, y me dijo:—¿Estás enfermo?Tenia la cara amarilla y negra de los golpesque habia recibido; pero en aquel momento, loque mas me hacia sufrir era el reeuei'do de mi prima.¡Habia sido tan buena para mí! ¡Me habia amadotanto!Lloré amargamente, mi madre, acompañándomeen el llanto me dijo:—Tu padre ha muerto.Esta noticia aumentó mi desesperación y llorécon mayor amargura. En toda la noche no cesé degemir contemplando el sitio en que se sentaba miprima. Mi madre volvió á decirme:—¡Hace diez dias que tu padre ha muerto. 1—¡Oh madre mía! lerespondí, perdóname, peroen este momento no tengo lágrimas mas que.parami prima. He merecido lo que mesucede desdeñandoá la que tanto me amaba.Fué preciso pensar en mi herida. Gracias á loscuidados de mi madre, pronto estuve restablecido.Viéndome ya bueno, me dijo un dia:—Hijo mió, ha llegado la hora de entregarte eldepósito que me confió tu prima. Me hizo jurar queno te lo daria hasta que dejases de pensar en otrasy la sintieses y la llorases á ella. Creo eme ha llegadoese momento.Abrió un cofre y sacó el pañuelo en que están


AZIZ Y AZIZA. 49bordadas las gacelas. Era el pañuelo que yo le habíadado. Había bordado en uña de sus puntas algunosversos, quejándose de amar sin esperanza.Con el pañuelo habia una carta eme contenia consuelosy consejos para mi.Leyendo aquel último adiós de Aziza, sentí quese me partía el corazón. Mi madre lloraba conmigo.Yo no podía apartar mis ojos de aquella carta y deaquel pañuelo que me traían á la memoria cuantohabia perdido.Hacia cerca de un año que me consumía el dolor,cuando se dispuso á salir de la ciudad una numerosacaravana.—Sal con ella, me dijo mi madre, acaso se mitiguetu dolor con los viajes.Siguiendo su consejo, vine aquí con la caravana,pero el remedio ha sido inútil. Cada vez es masgrande mi dolor y no dejo de pensar un instante enaquella á quien mató mi crueldad, en la que tantobien me hizo, y á quien pagué con tanto mal.Esta es mi historia, señor; que la paz sea contigo.Taj-el-Moluk era joven y estaba enamorado: lahistoria de Aziz halló eco profundo en su corazón.—Hermano, esclamó abrazando al mercader, dehoy mas no nos separaremos nunca.—Yo, señor, respondió Aziz, quisiera morir átus pies; pero me acuerdo de mi madre,—Hermano mió, insistió el príncipe, tú tienesesperiencia de las cosas de la vida y tengo necesidadde tus consejos. Ayúdame á conquistar á mi ama-


50 AZIZ Y AZIZA.da, y cuando mis votos estén cumplidos, todo irábien para tí.Con este motivo entró Aziz á formar parte de lacomitiva del príncipe Taj-el-Moluk partiendo conél á las Islas del alcanfor en seguimiento de la princesaDunia.FIN.


ÍNDICE.Página.A los suscritores 1EL TRÉBOL DE <strong>CUATRO</strong> <strong>HOJAS</strong>.PREFACIO 7PRÓLOGO 10Capítulo I.—La alegría de la casa 11II.—El horóscopo 18III.—La educación 28IV.—El reconocimiento 42V.—El nuevo Salomón 51VI.— La virtud recompensada. . . . 67VIL—Barsim. _ 78VIII.—El judío 87IX.—Los pozos de Zobeida 96'X.—La hoja de cobre 101XI.—Los jardines de Irem 106XII.—Los dos hermanos 109XIII.—La caravana 114. XIV.—Kafur 118XV.—Historia del sultán de Candahar. 125XVI.—El ataque 129


Tágina.XVII.—La sultana 139XVIII.—La hoja de plata 146XIX.—El secreto 151XX.—La paciencia del zorro. . . . 157XXL—La subasta 170XXII.—La llegadaISOXXIII.-Kara-Shitan. . . « 185XXIV.—La hospitalidad 190XXV.—La hoja de oro 196XXVI.—La vuelta 206XXVII. —Leila 212XXVIII.—La venganza 218XXIX.—La hoja de diamante 224XXX.—La fortuna de Ornar. . . . . 229XXXI.—Los dos amigos 238XXXII.—Conclusión 241XXXIII.—Epílogo , . . 244AZIZ Y AZIZ A.CUENTO DE LAS MIL Y UNA NOCHES.INTRODUCCIÓN 3Aziz y Aziza.7


OBRAS PUBLICADAS.M E D I N A Ó E S C E N A S D E L A V I D A Á R A B E, por A. de Gonclrecourt:dos tomos. (Agotada.) En prensa'2/ edición.C U R S O S F A M I L I A R E S D E L I T E R A T U R A, por Lamartine: dos tomos.(Agotada.) En prensa 2. Aedición.P A R Í S / É N A M É R I C A, por Laboulaye: un tomo. (Agotada.) Enprensa 2. A edición. , •E S T U D I O S S O B R E L A C O N S T I T U C I Ó N D E L O S E S T A D O S -U N I D O S, porLaboulaye: dos tomos. (2. Aedición.)Los M Á R T I R E S D E L A L I B E R T A D, por Esquiros: un tomo. (Agotada.)Los C A N T O N E S S U I Z O S, por Molina: un tomo. (2. edición.)AH I S T O R I A D E L O S E S T A D O S -U N I D O S, por Laboulaye: dos tomos.(2. A edición.)L A M U J E R D E L P O R V E N I R, por doña Concepción Arenal.L A S C I V I L I Z A C I O N E S . D E S C O N O C I D A S, por Osear Comettant: un t; uE L E S P I R I T I S M O, estudio, carácter y controversias sobre estanueva secta: un tomo.H I S T O R I A G E N E R A L D E A N D A L U C Í A, tomo 4.°P O R T U G A L , S U O R I G E N , C O N S T I T U C I Ó N É H I S T O R I A P O L Í T I C A, en relacióncon la del resto de la Península: un tomo.E L T R É B O L D E C U A T R O H O J A S, por Eduardo Laboulaye: un t."EN PRENSA.—H I S T O R I A D E A N D A L U C Í A, tomo quinto.CONDICIONES DE LAPUBLICACIÓN.EN SEVILLA.FUERA DE SEVILLA.Un año. . . . . . 48 Rvn.En las Islas Canarias, Baleares, un año 72 rs. En la isla deCuba un año id., 120, franco de porte.Las personas que deseen suscribirse á esta BIBLIOTECApueden hacerlo remitiendo en carta certificada el importede su suscricion al editor, plaza Santo Tomás n.° 13, Sevilla;ó á D. Félix Perié, calle de San Andrés, núm. í, pisotercero, Madrid.Se halla abierta la suscriciOn^además en'las principaleslibreríasde la nación.Un año. . . . : C 60 Rvn.

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