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Eduardo Galeano - Bocas Del Tiempo

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<strong>Eduardo</strong> <strong>Galeano</strong><strong>Bocas</strong> del tiempoentran y pasean, de árbol en árbol, a lo largo de los cuerpos de madera que se alzan desde lasruinas y entre las ruinas juegan.VolantinesAcaba la estación de las lluvias, el tiempo refresca, en las milpas el maíz ya se ofrece a laboca. Y los vecinos del pueblo de Santiago Sacatepéquez, artistas de las cometas, dan los toquesfinales a sus obras.Son todas diferentes, nacidas de muchas manos, las cometas más grandes y más bellas delmundo.Cuando amanece el Día de los Muertos, estos inmensos pájaros de plumas de papel seechan a volar y ondulan en el cielo, hasta que rompen las cuerdas que los atan y se pierden alláarriba.Aquí abajo, al pie de cada tumba, la gente cuenta a sus muertos los chismes y lasnovedades del pueblo. Los muertos no contestan. Ellos están gozando esa fiesta de colores queocurre allá donde las cometas tienen la suerte de ser viento.El precio del arteEuropa había tenido la gentileza de civilizar el África negra. Le había roto el mapa y se habíatragado sus pedazos; le había robado el oro, el marfil y los diamantes; le había arrancado a sushijos más fuertes y los había vendido en los mercados de esclavos.Para completar la educación de los negros, Europa les obsequió numerosas invasionesmilitares de castigo y escarmiento.A fines del siglo diecinueve, los soldados británicos llevaron a cabo, en el reino de Benín,una de esas operaciones pedagógicas. Después de la carnicería, y antes del incendio, se llevaronel botín. Era la mayor colección de arte africano jamás reunida: una enorme cantidad demáscaras, esculturas y tallas arrancadas de los santuarios que les daban vida y amparo.Esas obras venían de mil años de historia. Su perturbadora belleza despertó, en Londres,alguna curiosidad y ninguna admiración. Los frutos del zoológico africano sólo interesaban a loscoleccionistas excéntricos y a los museos dedicados a las costumbres primitivas. Pero cuando lareina Victoria mandó el botín a remate, el dinero alcanzó para pagar todos los gastos de suexpedición militar.El arte de Benín financió, así, la devastación del reino donde ese arte había nacido y sido.Primera músicaSonaba como los mosquitos en verano, aunque no era verano.Aquella noche de 1964, Amo Penzias y Robert Wilson no podían trabajar en paz. Desde unacresta de los montes Apalaches, los dos astrónomos estaban tratando de captar las ondasemitidas por quién sabe qué lejanísima galaxia, pero la antena les devolvía un zumbido que lesatormentaba los oídos.59

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