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Eduardo Galeano - Bocas Del Tiempo

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<strong>Eduardo</strong> <strong>Galeano</strong><strong>Bocas</strong> del tiempoEl armonioHermógenes Cayo llegó a Buenos Aires, caminando miles y miles de leguas, desde laslejanas alturas de Jujuy. Viajó en 1946, junto con otros indígenas que luchaban por su derecho ala tierra; y entonces, como quien no quiere la cosa, se dio una vueltecita por Luján, donde lehabían dicho que había una catedral que era para caerse de espaldas.Cuando regresó a su tierra, alzó una catedral de Luján, en versión enana, a la entrada de sucasa de piedra. Con adobe hizo los arcos góticos, y armó los vitrales con pedacitos de botellasrotas, de todos los colores que encontró. La copia quedó igualita al original, pero un poco máslinda. Jorge Prelorán la filmó, para dejar constancia.Años después, Hermógenes escuchó un armonio en alguna iglesia.Nunca en su vida había escuchado un armonio, y descubrió que no podía seguir viviendo sineso.Pero poca es la gente y la distancia mucha, allá en la puna, y la iglesia quedaba a variosdías de caminata. De modo que Hermógenes no tuvo más remedio que convencer al cura de queel armonio ése no estaba sonando bien. Diciendo ser un experto, ofreció sus servicios para ajustarel instrumento. Lo desarmó, dibujó cuidadosamente cada una de las piezas, y de vuelta a casa sehizo un armonio propio, todo tallado en cardón.Su armonio le ofrecía música al fin de cada día.El electricistaAndaba en bicicleta, con la escalera al hombro, por los caminos de la pampa.Bautista Riolfo era electricista y sieteoficios, un todero que arreglaba tractores, relojes,molinos, radios o escopetas. La joroba que tenía en la espalda le había salido de tanto agacharsehurgando enchufes, engranajes y rarezas.René Favaloro, el único médico de la comarca, también era todero. Con los pocosinstrumentos que tenía y los remedios que encontraba, oficiaba de cardiólogo, cirujano, partero,psicólogo y especialista en todo lo que se necesitara componer.Un buen día, René viajó a Bahía Blanca y a la vuelta se trajo una máquina jamás vista enaquellas soledades habitadas por el viento y el polvo.Ese tocadiscos tenía sus mañas. En un par de meses, se negó a seguir funcionando.Y ahí vino Bautista, en su bicicleta. Sentado en el suelo, se rascó la barba, investigó, soldóunos cablecitos, ajustó tornillos y arandelas:A ver ahora –dijo.Para probar el aparato, René eligió un disco, la Novena de Beethoven, y colocó la púa en sumovimiento preferido.Y la música invadió la casa y se echó a volar por la ventana abierta, hacia la noche, hacia latierra sin nadie; y siguió viva en el aire cuando el disco dejó de girar.René comentó algo, o algo preguntó, pero Bautista no contestó nada.Bautista tenía la cara estrujada entre las manos.Un largo rato pasó, hasta que el electricista consiguió decir:–Perdone, don René, pero yo nunca había escuchado eso. Yo no sabía que esa... esaelectricidad existía en el mundo.62

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