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A tono con el paisaje, la práctica literaria consiste en disponer fragmentos, figuri-‐<br />

tas, iconos, objetos perdidos, pequeñas piezas inservibles, formas plásticas, formas<br />

abstractas y coloreadas como astillas de anuncios lumínicos: las luces espectrales<br />

de un motel, una gasolinera, un centro comercial, un Publix, un Winn-‐Dixie �todos<br />

vacíos, o mejor, pensados al vacío.<br />

La palabra clave aquí, palabra recurrente en García Vega, es destartalo. Pero ojo:<br />

si en esta Habana arrasada por un huracán interminable, si en La Habana ruinosa y<br />

sucia todavía es posible ensayar sobre las ruinas o escribir una Trilogía, en Playa<br />

Albina el destartalo carece de aura literatosa (el destartalo es, de hecho, aquello<br />

que vuelve pertinente el té������� literatos��). Ninguna consagración es viable allí:<br />

sólo quedan fórmulas de proyectos que no se escriben nunca, apuntes autistas, co-‐<br />

llages, readymades textuales, textos como cajitas conceptuales a la manera de<br />

Joseph Cornell.<br />

Es decir, mierditas. Chucherías. De pronto estamos hablando otra lengua, ya esta-‐<br />

mos en otra parte. No hay nada que esperar en el horizonte de una página. Esto es<br />

lo que hay, nos decimos. Esto es Miami, y Miami y mierda es lo mismo.<br />

Playa Albina, la playa del naufragio de la escritura, como un módulo extremado pe-‐<br />

ro funcional de Miami. ¿Es posible fundar algo desde ahí, a partir de ahí? Habrá que<br />

ver. El crítico Gerardo Muñoz apuntó que ningún escritor cubano de la actualidad<br />

estaría dispuesto a cambiar Anagrama por Lorenzo García Vega. Todos quieren ir al<br />

supermercado, diría yo, pero nadie quiere ser el bag boy.<br />

Tengo la impresión de que en algún momento del futuro cercano puede resultar<br />

mucho más productivo leer, antes que Los años de Orígenes, los años que García<br />

Vega trabajó como bag boy en Miami. No sé si se ha insistido lo suficiente sobre es-‐<br />

to. Creo que para los escritores, a la hora de sacarle filo a los alrededores vallados<br />

de ese espacio mítico y posnacional que es La Yuma, hay una parada, una Playa<br />

obligatoria ahí.<br />

La lengua del bag boy, lenguaje que involucra estanterías, latas de conserva, cajas,<br />

envoltorios, fechas de caducidad, los carritos de la compra abandonados en un par-‐<br />

queo. Lo que queda: el destartalo.<br />

Lorenzo hoy en día, en un supermercado de la (otra) capital de todos los cubanos,<br />

la ciudad del Cuban American dream, si es que eso existe, solitario, aislado, anóni-‐<br />

mo, observándolo todo, intentando penetrar o alumbrar un poco las sombras cruza-‐<br />

das, enormes, que proyectan la basura y el consumo sobre su (otro) oficio, el de<br />

mperder, sobre ilos reversos posibles ade la escritura, sobre mla memoria y la deriva in-‐<br />

i<br />

telectual.<br />

Y a lo mejor por ahí, en minúsculas y en plan rizoma, como a él le gustaba, pode-‐<br />

mos empezar a hablar de un factor yuma.

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