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DT 32-Azcona_Web - ielat

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José Manuel <strong>Azcona</strong>. Metodología estructural militar de la represión…(IELAT – Noviembre 2011)arrancar cualquier parte del cuerpo. En algún momento estando bocaabajo en la mesa de tortura, sosteniéndome la cabeza fijamente, mesacaron la venda de los ojos y me mostraron un trapo manchado desangre. Me preguntaron si lo reconocía y, sin esperar mucho la respuesta,que no tenía porque era irreconocible (además de tener muy afectada lavista) me dijeron que era una bombacha de mi mujer. Y nada más. Comopara que sufriera... Me volvieron a vendar y siguieron apaleándome. A losdiez días del ingreso a ese 'chupadero' llevaron a mi mujer, Hilda NoraEreñú, donde yo estaba tirado. La vi muy mal. Su estado físico eradeplorable. Sólo nos dejaron dos o tres minutos juntos. En presencia de untorturador. Cuando se la llevaron pensé (después supe que ambospensamos) que ésa era la última vez que nos veíamos. Que era el fin paraambos. A pesar de que me informaron que había sido liberada junto conotras personas, sólo volví a saber de ella cuando, legalizado en la Comisaríade Gregorio de Laferrère, se presentó en la primera visita junto a mis hijas.También me quemaron, en dos o tres oportunidades, con algúninstrumento metálico. Tampoco lo vi, pero la sensación era que meapoyaban algo duro. No un cigarrillo que se aplasta, sino algo parecido a unclavo calentado al rojo. Un día me tiraron boca abajo sobre la mesa, meataron (como siempre) y con toda paciencia comenzaron a despellejarmelas plantas de los pies. Supongo, no lo vi porque estaba 'tabicado', que lohacían con una hojita de afeitar o un bisturí. A veces sentía que rasgabancomo si tiraran de la piel (desde el borde de la llaga) con una pinza. Esa vezme desmayé. Y de ahí en más fue muy extraño porque el desmayo seconvirtió en algo que me ocurría con pasmosa facilidad. Incluso la vez que,mostrándome otros trapos ensangrentados, me dijeron que eran las bombachitasde mis hijas. Y me preguntaron si quería que las torturaranconmigo o separado. Desde entonces empecé a sentir que convivía con lamuerte. Cuando no estaba en sesión de tortura alucinaba con ella. A vecesdespierto y otras en sueños. Cuando me venían a buscar para una nueva'sesión' lo hacían gritando y entraban a la celda pateando la puerta ygolpeando lo que encontraran. Violentamente. Por eso, antes de que seacercaran a mi, ya sabía que me tocaba. Por eso, también, vivía pendientedel momento en que se iban a acercar para buscarme. De todo ese tiempo,el recuerdo más vivido, más aterrorizante, era ese de estar conviviendo conla muerte. Sentía que no podía pensar. Buscaba, desesperadamente, unpensamiento para poder darme cuenta de que estaba vivo. De que noestaba loco. Y, al mismo tiempo, deseaba con todas mis fuerzas que memataran cuanto antes. La lucha en mi cerebro era constante. Por un lado:'recobrar la lucidez y que no me desestructuraran las ideas', y por el otro:'Que acabaran conmigo de una vez'. La sensación era la de que giraba haciael vacío en un gran cilindro viscoso por el cual me deslizaba sin poderaferrarme a nada. Y que un pensamiento, uno sólo, sería algo sólido queme permitiría afirmarme y detener la caída hacia la nada. El recuerdo detodo este tiempo es tan concreto y a la vez tan íntimo que lo siento como sifuera una víscera que existe realmente. En medio de todo este temor, noInstituto de Estudios Latinoamericanos – Universidad de Alcalá | 27

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