se encuentran Grecia e Italia (con el fracaso estrepitoso del intento de reelegiral “tecnócrata” Mario Monti, el ascenso del M5E y el retorno de Berlusconi alprimer plano), por no hablar de lo que está ocurriendo en los países del Esteeuropeo, amenazan con un estado de crisis permanente dentro al menos de laperiferia de la eurozona. Una tendencia que, si bien puede favorecer el ascensode fuerzas a la izquierda de un social-liberalismo en declive, también seconvierte en caldo de cultivo para el ascenso de la extrema derecha y de nuevasformaciones de protesta “atrápalo-todo”.Crisis del Estado autonómico, de la monarquía y delbipartidismo “imperfecto”Lo específico en el caso español estaría en que a esos factores se suman losrelacionados con pilares hasta ahora básicos para garantizar la estabilidad delrégimen. Uno y fundamental es el que tiene que ver con la relación nacionalismoespañol-nacionalismos “periféricos”, agravada tanto por el fundamentalismoconstitucional de los dos partidos de ámbito estatal y el Tribunal Constitucionalcomo por los efectos de la crisis de la deuda y los agravioscomparativos entre comunidades autónomas en torno al sistema de financiaciónautonómica. El otro es el relacionado con la monarquía, cuya impopularidadya va más allá de las zonas vasca o catalana gracias a los escándalos decorrupción que afectan a la “Casa Real”.La crisis del Estado autonómico supone una quiebra clave en el régimenvigente porque demuestra el fracaso de la apuesta que el nacionalismo españoldominante hizo en la Transición. La convicción de que se podría imponeruna concepción esencialista de España como única nación a cambio de un procesode descentralización política y del reconocimiento de algunos “hechosdiferenciales”, en el marco de la integración en una “Europa” idealizada comosalvadora del “problema español” (viejo sueño de Ortega y Gasset, extensamentearraigado en sucesivas generaciones, por contraste con el falso “aislamiento”franquista), ha terminado viéndose desmentida por la Europa-pesadillaen la que ahora estamos y por el nuevo desafío soberanista catalán.Por eso hoy vemos a un nacionalismo español más reactivo que nunca y sinproyecto frente a un independentismo catalán que, tras el fracaso del Estatut yfrente a las obligaciones derivadas del déficit fiscal, amenaza con desbordar aConvergència i Uniò mediante la reivindicación del derecho a decidir, ya seapor la vía legal o mediante la desobediencia civil pese a la negativa del estadoespañol. Es aquí donde está más abiertamente en juego la legitimidad del régimene incluso del Estado como tal, ya que se pone así en cuestión las fronterasterritoriales en las que se asientan y el “demos” en el que se basan, despuésde haberse negado en distintas ocasiones a reconocer distintos “demoi” quepudieran pactar entre sí un nuevo tipo de relación, ya fuera federal o confederal,como ya vimos anteriormente con el rechazo al Plan Ibarretxe.22 VIENTO SUR Número 128/Junio 2013
El problema está en que los efectos de la crisis de la deuda –y de los agravioscomparativos que la acompañan también entre territorios– favorecen un discursorecentralizador del PP en el resto del estado que cuenta con el apoyo deuna parte importante de la opinión pública española, mientras que en Catalunyaocurre lo contrario. Por eso no va a ser fácil convertir la confrontación quepuede suponer la disposición a celebrar la consulta independentista frente algobierno central en ventana de oportunidad para generar un movimiento deapoyo a escala estatal que no sólo apoye su derecho a decidir sino que tambiénbusque la confluencia en una lucha común contra el régimen.En cuanto a lo relacionado con la monarquía, su función simbólica de legitimacióndel tránsito de la vieja legalidad franquista a la nueva legalidad deuna “democracia de baja intensidad”, así como la de garante de la “unidad ypermanencia” del Estado, parecían aseguradas tras la leyenda forjada en tornoal golpe del 23F y la relativa estabilidad política vivida durante largo tiempo.Sin embargo, la irrupción del movimiento por la recuperación de la memoriahistórica –y con ella del republicanismo– primero y, luego, la progresiva superacióndel tabú en los medios de comunicación sobre su comportamiento y lossucesivos casos de corrupción que acompañan a un monarca cuya persona es,según la Constitución, “inviolable” y “no sujeta a responsabilidad”, estánhaciendo caer en picado su presunta popularidad. Hasta en las elites dominantesaumenta la incertidumbre sobre cómo asegurar la continuidad de la monarquía,ya que con los escándalos de los que son protagonistas él y su familia enlas portadas de los grandes medios de comunicación occidentales, ni siquierasu papel al servicio de la “marca España” parece hoy ser útil, más allá de susinmejorables relaciones con regímenes despóticos como los del Golfo Arábigo.La hipótesis de que, en un escenario de crisis de régimen, la polarizaciónmonarquía-república, planteada no solo desde la izquierda sino también desdealgunos sectores de la derecha extrema, pasara a primer plano no es en absolutodescabellada.Pero es que, además, la crisis que atraviesa a los dos grandes partidos deámbito estatal también muestra síntomas de agravamiento difícilmente reversibles,como se puede comprobar en los últimos sondeos de 2013. El dato deque la suma de ambas fuerzas políticas vaya bajando del 47%, después dehaber obtenido el 83,9 % en las elecciones generales de 2008, revela hasta quépunto se está acelerando la profundización de esa crisis como resultado combinadode los recortes sociales protagonizados por uno y otro partido, losescándalos de corrupción que les afectan y la percepción creciente del autismoque caracteriza a sus oligarquías partidarias.Esto es más patente en el caso del partido que hoy gobierna, ya que la contradicciónentre sus promesas electorales y las políticas que está adoptandoparece estar provocando un desgaste progresivo en una parte creciente de susvotantes, especialmente cuando se producen ataques a derechos fundamenta-VIENTO SUR Número 128/Junio 2013 23
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