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7:30 P. M.<br />
El tipo, pequeño, de un metro sesenta de estatura, se paró<br />
sonriente. Tenía un palillo en la boca y se lo pasaba de un lado a<br />
otro con la lengua.<br />
La calle bajaba hacia la avenida Sucre y subía hacia Cútira. El<br />
pequeño, llamado Puerto Rico por su propio padre, miró hacia<br />
arriba.<br />
—Esos carajos no van a bajar. Es hora de que estuvieran aquí.<br />
Si bajan nos vamos al este. Allí es donde está la muna y no hay<br />
fórmulas. Además de que nos tienen miedo, tenemos al papaúpa<br />
de nuestra parte.<br />
Hablaba con desprecio y de hecho le insuflaba valor a sus<br />
compinches. La Salazar Lengua, a dos pasos de él, le transmitía el<br />
pensamiento a los cinco que esperaban detrás con la disposición<br />
de disputarse el territorio y liquidar de una vez por todas con los<br />
de Cútira. Los de Cútira bajaron una noche, mataron a un pobre<br />
diablo que hablaba por el teléfono público, dispararon contra la<br />
casa de Puerto Rico y le metieron un balazo al padre que ya llevaba<br />
cinco años en una silla de ruedas sin poder moverse ni hablar.<br />
Ahora el Puerto Rico, a sus dieciocho años de edad, quería vengar<br />
al padre y acabar con todos los pandilleros de la parte alta del cerro.<br />
Los espero hasta la madrugada, se dijo. Se lo comunicó a la Salazar<br />
FEBRERO<br />
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