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2<br />

A la mujer no se le escapó un solo gesto del hombre. Le dio<br />

la espalda, pero no lo perdía de vista mirándolo por encima del<br />

hombro. De ese modo terminó de colgar la ropa y con prisa se<br />

dirigió a la puerta de la casa.<br />

El hombre no se había movido. Continuaba sudando y<br />

echando largas ojeadas a la lejura. Hasta lograba ver una urbanización<br />

con sus alamedas y sus carros estacionados bajo el intenso<br />

sopor del mediodía.<br />

Uno que otro gallo cantó y un gato pasó con lentitud, se humedeció<br />

las patas delanteras con la lengua y prosiguó en su incierta<br />

caminata.<br />

Cuando la mujer traspuso la puerta de zinc el hombre dio dos<br />

pasos, titubeó y se dijo: Carajo, estoy en la misma Cagua. Hay que<br />

ver lo que he corrido por la noche y parte del día de hoy.<br />

Se acercó a la casa de adobes y cartón piedra, una casa de dos<br />

cuartos en la que se podía divisar una cocina en uno de ellos y una<br />

cama en el otro.<br />

El hombre de unos treinta años, más negro que moreno y con<br />

los ojos más rojos que negros, caminó levantando el polvo del patio<br />

y tocó la puerta.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 16 ]

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