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La candela se extendió más rápido de lo que Pedro se había<br />
imaginado.<br />
La candela se fue de un lado a otro como si hubiera un remolino<br />
y arrasó el billar y el botadero de basura. No tuvo tiempo de ver<br />
otra vez el cuerpo de Margot que, de espaldas, blanco y mágico, se<br />
estrechaba al de Miguel. Salió de la cárcel o de la casa que llamaban<br />
cárcel y caminó por el viejo camino que conducía a Maracay. ¿Y yo<br />
–se preguntó– me acomodaré? Y pensó que se cercenaba el pene,<br />
que se lanzaba a una laguna y se ahogaba y todo eso le dio miedo.<br />
No quería morir y el pensar en la muerte le causaba pánico. No<br />
sabía lo que pasaba con él, pero a él le causaba un inmenso placer<br />
otorgar la muerte. Yo lo hago de gratis, se dijo, caminando, volteándose<br />
y viendo el incendio que aniquilaba todo el pueblo y que se<br />
crecía en el cementerio y en los pastizales de más allá.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
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