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—Un día voy y lo denuncio en Maracay –le dijo cierta vez<br />
Margot a Josefina.<br />
También Margot le confesó a Josefina que el padre había<br />
amenazado a todas sus hijas con una hojilla o un cuchillo.<br />
El hombre, en unas bermudas, bebía con ganas.<br />
—Aquí, amigo, no sucede nada. A usted lo emplearon para<br />
suplir una vacante y el gobierno quiere pleno empleo. Ande, beba<br />
–porque después del café, abrieron las latas y se sentaron en unas<br />
silletas de cuero.<br />
—Aquí, en este rincón, sudo yo mis peas, –dijo el amo de la<br />
casa.<br />
Pedro vio a la mujer. Le vio las piernas delgadas y varicosas y<br />
se dijo que a Castillo le sobraban razones para abandonarla. Si no<br />
se va, pensó Pedro, es por las hijas. Más por las menores. Castillo<br />
llamó a las niñas para que saludaran al forastero, ese hombre de<br />
pelo niche que vestía uniforme de la justicia o de la seguridad.<br />
Pedro al principio le había dicho a Castillo:<br />
—A mí su hija Margot, cuando me entregó los implementos,<br />
me remachó que yo estaba aquí para proteger a la colectividad y no<br />
para matar.<br />
Por la tarde las niñas jugaron en el corral y todas parecían<br />
asustadas o casi en trance de llorar. La madre, que las llamó desde<br />
adentro, les sirvió unos platos de atol que las muchachas rechazaron.<br />
La mujer entonces murmuró:<br />
—No faltará quien lo mate. Llevo más de veinte años en esto<br />
y ahora quiere sacudirse de mí para quedarse con la casa. Pero su<br />
carácter le va a resultar una tragedia. No faltará quien le dispare o<br />
lo desaparezca.<br />
La mujer caminó con los pies descalzos desde el corredor a la<br />
cocina y cuando salió de la cocina volvió a decir delante de sus hijas:<br />
—Sí, no faltará quien lo mate. O se mate él mismo.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
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