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—Te lo he dicho y te lo repito por última vez. No acepto más<br />
llamadas de tu última mujer.<br />
El hombre alto, delgado, con un bigotico blanco respondió:<br />
—Eso es mentira. Son imaginaciones tuyas.<br />
—¿Mías? ¿Y por qué te llama?<br />
—¿Cuándo llama?<br />
—Cuando no estás en casa y encima me insulta.<br />
El hombre se bebió el ron, tosió y levantó el vaso de agua. No<br />
respondió y la mujer continuó.<br />
—¿Por qué tienes sus fotos allí? ¿Por qué hablas de ella? ¿Por<br />
qué se casó con otro y continúa llamándote?<br />
—¿Vas a volver a empezar con lo mismo? Mira que los señores<br />
que están cerca de la puerta de la cocina se están dando cuenta.<br />
—¿Y a mí qué me importa?<br />
El hombre, vestido con una combinación de pantalón gris y<br />
chaqueta negra, la miró y le echó el humo del cigarrillo en la cara.<br />
La mujer abrió sus negros ojos pero se dominó y más bien lo<br />
recordó riéndose, jugando a las adivinanzas en el apartamento y<br />
ella diciéndole: “Tienes los ojos de burro, ¿sabes? Los ojos de burro<br />
son los más bonitos”.<br />
En aquel tiempo no le habían importado las fotos de nadie,<br />
pero de una parte a ese día su odio era transparente, no solo contra<br />
él, sino contra los sitios que habían visitado juntos.<br />
—Continúas igual que antes, visitando sitios sucios y oscuros,<br />
fíjate en este.<br />
La mujer soltaba chispas. El hombre se bebió el ron y dijo que<br />
se iba. Masculló:<br />
—Yo no voy a andar pagando nada para que encima me<br />
insultes.<br />
Y ella, levantándose:<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
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