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—¡Suéltame, que me ahogas!<br />
—¡Puta! –respondió él y la golpeó. Le rompió el vestido. Natalí<br />
gritó y Pedro le puso la mano en la boca y la golpeó con el puño<br />
derecho. La poseyó desmayada y luego procedió a ahorcarla con<br />
la correa.<br />
Natalí abrió los ojos al mismo tiempo que abría la boca y se<br />
ponía morada.<br />
—Ya estás, coño.<br />
Pedro saltó de la cama, se bebió otra lata y se sentó en la única<br />
silla del cuarto. Al rato, antes de amanecer, envolvió el cuerpo de<br />
Natalí en una sábana y lo metió debajo de la cama.<br />
Bastante tiempo les va a costar encontrarte, se dijo.<br />
Recogió su ropa, sacó la moto y se fue a la panadería.<br />
Pedro tenía el apellido de la mujer que lo había criado en la<br />
calle Cajigal de los Jardines del Valle. La señora Valecillos solía<br />
dormir con él y a partir de cierta edad (a estas alturas cree que<br />
tiene treinta, pero puede tener menos) comenzó a jugar con él<br />
en la cama, a tocarlo por debajo de los granos y a chupárselos. Se<br />
conocía a todas las familias que vivían en las veredas. Entraba en<br />
todas las casas. Le gustaba perseguir a los perros y apalearlos. Y a<br />
veces gritaba en medio de la calle:<br />
—¡Maté uno!<br />
Perseguía a los gatos y le gustaba amarrarles una cabuya por el<br />
pescuezo y alzarlos lentamente hasta que morían. Se hizo hombre<br />
desde muy temprano. Luego vino cuando la señora Valecillos lo<br />
llevó a casa de la que le dijo:<br />
—Esta es tu madrina.<br />
Y también conoció al padrino y a Patricia, la niña que para ese<br />
entonces contaba cuatro años.<br />
Luego estuvo yendo siempre a la casa de la madrina y tocando<br />
a Patricia por debajo de las piernas hasta que su padrino lo corrió a<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
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