El mundo alucinante de Fray Servando Teresa de Mier y la ...

quien habría llegado a tierras americanas siguiendo el imperativo cristiano de
difundir la fe. Con este argumento, fray Servando quería demostrar la presencia
del cristianismo en América desde tiempos muy anteriores a la llegada de los
españoles, y de este modo desmontar y hacer insostenible la presencia española
en este continente con el argumento de la cristianización.
Fray Servando rebate todo el sistema filosófico por el cual se sostenía
esta dominación. Sus claras aspiraciones independentistas le costaron una
vida llena de cárceles y huidas, pues la primera medida, después de pasar por
la prisión de San Juan de Ulúa en Veracruz, fue desterrarlo a la cárcel
española de las Caldas. El dominico, en un estilo muy cercano a la picaresca,
se descubrió hábil para burlar las rejas de esta cárcel y de un buen número de
otras a lo largo y ancho de España. Huye de este país y recorre Francia, Italia,
Portugal, Inglaterra; de ahí se traslada a Estados Unidos para participar en la
liberación de México, de nuevo va a ser encarcelado y de nuevo regresará a
la famosa prisión veracruzana. Pero ésta no será la última, pues una vez
alcanzada la independencia se manifiesta en contra de Iturbide cuando éste
hace patentes sus intenciones de ser coronado emperador, y es de nuevo
desterrado. En el camino conocerá la prisión hermana de San Juan de Ulúa,
el Morro de La Habana, donde también el autor de la novela, Reinaldo
Arenas, pasó un tiempo de su vida. Finalmente (¡oh ironía!), lo esperaría la
cárcel de la Inquisición en México.
Fray Servando Teresa de Mier, siguiendo la tendencia del entonces joven
género autobiográfico, y siendo ya un hombre público de prestigio y con cierta
edad, diputado por Nuevo León, se da a la tarea de escribir esta Apología y
estas Memorias. Al comienzo de su narración, según es costumbre, justifica el
porqué de esta escritura:
Poderosos y pecadores son sinónimos en el lenguaje de las Escrituras, porque el
poder los llena de orgullo y envidia, les facilita los medios de oprimir, y les asegura
la impunidad. Así la logró el Arzobispo de México, D. Alonso Núñez de Haro, en
la persecución con que me perdió por el sermón de Guadalupe, que siendo entonces
religioso del orden de Predicadores, dije en el santuario de Tepeyácac el día 12 de
diciembre de 1794.
(...) Es tiempo de instruir a la posteridad sobre la verdad de todo lo ocurrido en
este negocio, para que juzgue con su acostumbrada imparcialidad, se aproveche y
haga justicia a mi memoria, pues esta apología ya no puede servirme en esta vida
que naturalmente está cerca de su término en mi edad de cincuenta y seis años.
La debo a mi familia nobilísima en España y en América, a mi universidad
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Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32