Aquí hay dragones
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E L S A L V A D O R<br />
hinc sunt dracones g <strong>Aquí</strong> <strong>hay</strong> <strong>dragones</strong><br />
Breve antología de minificción centroamericana contemporánea<br />
Los clásicos<br />
Augusto Monterroso nunca olvidó la tarde cuando descubrió,<br />
en la biblioteca de su amigo Luis Cardoza y Aragón, un libro<br />
que creía perdido para siempre: La comedia de Aristóteles.<br />
Lo tomó con apremio del estante, sin cortedad alguna pues<br />
estaba solo. Al principio creyó que sus ojos lo engañaban.<br />
Incluso pensó que se trataba de una broma, de un remedo<br />
ingeniado para burlarse de su entusiasmo por los clásicos.<br />
Pero los detalles que saltaban a la vista parecían indicar<br />
que estaba en lo correcto. Intuyó que se trataba de una<br />
edición veneciana del siglo XVII. Acarició el lomo del libro,<br />
el cuero bruñido por el tiempo. Inspeccionó la suntuosa<br />
encuadernación con más cuidado y notó, cerca de los bordes,<br />
innumerables manchas diminutas y oscuras, ásperas al tacto.<br />
Sujetó con firmeza cada tapa del libro y lo abrió con cautela.<br />
Fue entonces cuando sintió un agudo ardor en las yemas de<br />
los dedos. El libro cayó al suelo con un polvoroso estruendo.<br />
Augusto miró, perplejo, sus manos abiertas. Sus dedos<br />
sangraban.<br />
El viejo Luis entró a la biblioteca en el preciso instante en<br />
que el libro caía de las manos de Augusto. No mostró sorpresa<br />
alguna.<br />
—Ten cuidado, Tito —comentó—. Hay libros que<br />
muerden.<br />
Y con estudiado sigilo, como si ensayase su nueva<br />
profesión de fantasma, caminó hasta su mullida poltrona y se<br />
sentó para conversar un rato con su leal amigo, que lo visitaba<br />
a este lado de la muerte.<br />
Jorge Ávalos