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Memorias de nómada Numero 6

Revista cultural

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08<br />

tario casual. Pero no lo conseguí y pronto me<br />

encontré persiguiendo su espalda <strong>de</strong> ropero entre<br />

las calles <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong> México, entre la gente<br />

que no sabía quién era X y entre la gente que sí lo<br />

sabía, que le hacía venias o le extendía tímidamente<br />

una mano. Sé in<strong>de</strong>pendiente. Nunca cedas<br />

a la presión. Crece hasta per<strong>de</strong>r el suelo.<br />

Y como un personaje <strong>de</strong> sus novelas, X se instaló<br />

en un puesto <strong>de</strong> tacos y exigió dos amablemente.<br />

Sus bigotes se embarraron <strong>de</strong> salsa, <strong>de</strong> la ban<strong>de</strong>ra<br />

mexicana, <strong>de</strong> las excrecencias que escurrían <strong>de</strong><br />

la tortilla a su boca o a su playera negra, don<strong>de</strong><br />

asomaba la barriga <strong>de</strong> un hombre feliz, pleno,<br />

que pue<strong>de</strong> darse el lujo <strong>de</strong> comer a la vista <strong>de</strong><br />

cualquiera. Tomé una mesa contigua y esperé.<br />

Una camarera diminuta y estrábica se <strong>de</strong>tuvo a<br />

mi lado y dijo: ¿Qué le servimos, Güerito?, a lo<br />

que contesté: Lo que esté comiendo el señor <strong>de</strong><br />

enfrente. ¿Cuál? El <strong>de</strong> enfrente, el que tiene bigotes.<br />

La verdad no sé qué pidió el señor, Güerito,<br />

porque ya se lo comió. Bueno, lo que vaya a<br />

pedir ahora, sírvame lo mismo.<br />

Al poco tiempo tuve bajo mi nariz tres tacos,<br />

cuyo contenido no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>scifrar. La mesera<br />

habló con el taquero y este volteó a verme con<br />

las cejas arqueadas, con un cuchillo en la mano<br />

<strong>de</strong>recha que, moviéndose <strong>de</strong> aquella forma,<br />

<strong>de</strong>notaba suspicacia. No temas. Las <strong>de</strong>cisiones<br />

<strong>de</strong>ben tomarse tar<strong>de</strong> o temprano. El miedo es la<br />

moral. El miedo es subjetivo. El taquero<br />

atravesó el vapor <strong>de</strong> la plancha y le susurró algo<br />

a X, quien se inclinó para escuchar. No contengas<br />

tus emociones. Per<strong>de</strong>r es un estado <strong>de</strong> ánimo.<br />

X volteó, me escrutó con los ojos semicerrados<br />

.Lo miré sin respirar y en ese juego sentí que<br />

algo <strong>de</strong> él entraba en mí, como diría Nietzsche,<br />

algo <strong>de</strong>l abismo entraba en mí, se diseminaba<br />

como líquido espeso, se repartía con ímpetu en<br />

mi sangre. Se levantó. La vida es una ruleta. La<br />

vida gira, <strong>de</strong> pronto caes. Inició la caminata a un<br />

ritmo distinto porque, mucho <strong>de</strong>spués reparé en<br />

ello, ya intuía la persecución. El sentido llega<br />

con la secuencia.<br />

X atravesaba la Alameda y yo lo medía cada vez a<br />

mayor distancia, zigzagueando entre los puestos,<br />

el ruido, el tráfico, a<strong>de</strong>ntrándonos poco a poco a<br />

Garibaldi, rebasando Garibaldi, arribando a<br />

Tepito. Por un momento lo perdí. No sientas<br />

preocupación. Las oportunida<strong>de</strong>s se repiten. La<br />

vida es un ciclo interminable. Y en el mar <strong>de</strong> seres<br />

humanos que pululaban por los pasillos <strong>de</strong>scubrí<br />

la aureola <strong>de</strong> su calvicie, que sobresalía por su<br />

estatura y chusquedad junto a un puesto <strong>de</strong> zapatos.<br />

Bien Ignacio, me dije, es el momento. Brinqué<br />

<strong>de</strong>l pasillo a la calle; caminé a mayor distancia<br />

para mejorar mi campo visual. A lo largo <strong>de</strong>l<br />

recorrido X intentó pedir un taxi, intentó, volteando<br />

<strong>de</strong> soslayo, ubicarme entre la multitud, y al<br />

no conseguirlo abandonó su papel <strong>de</strong> presa,<br />

volvió a ser él, el verda<strong>de</strong>ro, el novelista gigante<br />

,humil<strong>de</strong> , el novelista sin miedo, el mismo que<br />

yo necesitaba para no morir y el mismo al que le<br />

toqué la espalda con el filo <strong>de</strong> mi cuchillo. Suave,<br />

le dije, camina suave y hacia don<strong>de</strong> yo te diga.<br />

¿Qué quieres?, inquirió, sobresaltado. Vi los<br />

vellos <strong>de</strong> su brazo levantarse. Tengo dinero,<br />

susurró. Acabo <strong>de</strong> cobrar. A mí no me interesa tu<br />

dinero, repuse, me interesa tu talento, me interesas<br />

tú, y no te queda mucho tiempo <strong>de</strong> vida. Estás<br />

enfermo, lo he visto en televisión. No po<strong>de</strong>mos<br />

permitir que te vayas para siempre. No entiendo<br />

<strong>de</strong> qué hablas, dijo. Suave, exigí, suave, yo<br />

mismo me encargaré <strong>de</strong> llevarte a don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bemos<br />

ir. ¿Dón<strong>de</strong> es eso? Mi casa, contesté, iremos a mi<br />

casa y ahí podremos asegurarnos <strong>de</strong> que tu herencia<br />

intelectual nunca se pierda. Pero <strong>de</strong> qué<br />

manera conseguirás eso—bajó el tono <strong>de</strong> su voz,<br />

probablemente asumió que yo era un enfermo y<br />

<strong>de</strong>bía tratarme con cautela—. No hace falta que<br />

me lleves a ningún lado. Toma el dinero que tengo<br />

aquí—metió la mano en el bolcillo <strong>de</strong>l pantalón—son<br />

casi 15 mil pesos. Suave, repetí,<br />

enterrando un poco más el cuchillo en su espalda;<br />

la punta hizo brotar un piquete <strong>de</strong> sangre que se<br />

propagó en su playera. Aquí da vuelta.<br />

Luego, en la casa que ves ahí, la roja, quiero que

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