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Excodra XXIII: El dolor

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Las montañas<br />

Ya hace días que una lluvia persistente se ha afianzado sobre el valle, al fondo<br />

del cual se halla la ciudad de piedra gris y verdeante musgo. Lágrimas que<br />

rezuman constantes desde las paredes.<br />

Hacia poniente se distingue una escasa franja de cielo azul, que corona de<br />

cintas las cimas de montes lejanos. A la precisa hora exacta de la puesta del<br />

sol, será cuando ese músico de perezosos gestos, recoja todas y cada una de<br />

las monedas que le han depositado en el cesto. Levantará su cuerpo del suelo,<br />

pero no alzará la mirada. Derrotada la tarde inicia la retirada. Pronto la noche<br />

extenderá su oscuro manto sobre los tejados que guardan los sueños. Poco a<br />

poco menguarán los habituales ruidos del ajetreo. Resuenan algunos discretos<br />

pasos sobre la gastada roca negra. Los taconeos apresurados del retorno a casa<br />

me llegan amortiguados y silenciosos cuando penetran por la entreabierta<br />

ventana de la torre escuadrada con palabras, alzada entre letras sobre la plaza<br />

porticada. Observo y me amarillean la mirada los reflejos de las luces urbanas.<br />

Sólo el constante observador desde la privilegiada atalaya de la mesa, conoce<br />

la verdad. Llueve desde hace tantas semanas que ya se han mojado varios<br />

meses. Parece que nadie se ha percatado de las fechas. Les vi llegar una<br />

mañana soleada, él se quedó sentado en el escalón, ella le dio un beso largo,<br />

de corta despedida y le dijo: Espérame que vuelvo enseguida. Y pasó la<br />

jornada y él, fiel a lo acordado, aguardaba. Amaneció un esplendoroso día<br />

nuevo, esplendoroso pero ella no volvía. Y luego les siguieron muchos más<br />

soleados. Hasta que alguien, el del comercio aledaño, depositó compadecido el<br />

instrumento sobre su regazo. De inmediato rebotaba su triste canto sobre la<br />

plaza, propagándose por toda la ciudad, descendía hasta el puente del río a<br />

través de las estradas. Al poco rato, desde las colinas del ocaso, el cielo se fue<br />

tiñendo de un oscuro gris de acero. <strong>El</strong> viento se asomó a escuchar y se quedó<br />

quieto, muy muy quieto, inmóvil y pesado. <strong>El</strong> orballo templado y manso

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