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Ahora están preparados.<br />
III. Destino<br />
Incomprensiblemente, lo que para todos es caos y entropía, para Collins es<br />
lógica, orden y justicia. Como si la realidad se hubiera vuelto estática, Collins<br />
puede anticiparse a cualquiera de las maniobras, de las acciones o de los<br />
disparos de los alemanes en las playas normandas. Eso no es óbice para que se<br />
quede mirando mientras tres proyectiles, salidos del cañón de una MG 42<br />
alemana, atraviesen el pecho de Norton, reventándolo por dentro. Collins se<br />
agacha y recoge su chapa identificativa. Tampoco mueve un dedo para evitar<br />
que Hopkins y McKinley se cuelen en un campo de minas que los zapadores no<br />
han señalado. Se limita a echar cuerpo a tierra y, después, recoge las chapas<br />
de los cuerpos mutilados. Unos metros más.<br />
De sus amigos de la sexta acorazada, sólo quedan Jackson y Harry Stanton, el<br />
único al que siempre llama por el nombre. Ambos avanzan hacia las líneas<br />
alemanas, unos ciento cincuenta metros por delante de Collins. Ambos tienen<br />
su destino escrito en algún lugar, pero Collins desconoce en cuál. Él ya ha<br />
cumplido su misión. Se interpone en la trayectoria de la bala disparada por el<br />
soldado Weigel y no por otro, tal y como está escrito.<br />
IV. Versiones<br />
A veces la misma Adela lo cuenta, cuando nos juntamos con Rosalía y la Trini<br />
y tomamos café como si fuéramos de ciudad.<br />
<strong>La</strong> misma Adela lo cuenta, que al fin y al cabo es a quien le ocurrió y quien<br />
sabe cómo pasó todo, quien estaba con el Pluto, que así lo llamaban por