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DÍA 2<br />
«Y luego agregó algo muy importante:<br />
«Hermano Martín, ¡mira a Jesús<br />
y no tanto a lo que llamas tus pecados!».<br />
en sus pecados, y esto le pesaba mucho. No eran los pecados mayores, como el asesinato<br />
o el homicidio lo que le preocupaban; no tenía ningún problema con eso. Lo que no podía<br />
mantener bajo control eran sus pensamientos. Por ejemplo, estaba obsesionado con la<br />
ansiedad de que pudiera pecar en sus sueños, pero no podía hacer nada al respecto. Cuanto<br />
más tiempo pasaba con Dios, más le parecía que Dios era un juez despiadado; alguien<br />
a quien prefería evitar. Se atormentaba constantemente con preguntas como: «¿Cómo<br />
podía llegar a ser apto a los ojos de Dios? ¿Cómo puede la Biblia decir que Dios es un ser<br />
misericordioso cuando exige algo de nosotros que nunca podríamos cumplir? Lo intento<br />
por todos los medios, pero no puedo guardar los mandamientos, de manera que la ley de<br />
Dios me condena una y otra vez. No, este Dios no ama a los humanos; está jugando a un<br />
juego cruel con nosotros. Este no es un Dios de amor».<br />
Lutero se esforzó aún más. Ayunaba aún más, comía aún menos, y se pasaba casi todas<br />
las noches en oración. Pero eso no le ayudó; no podía vivir sin pecado. Se sentía cada vez<br />
más culpable e incapaz de cumplir la ley de Dios hasta que, finalmente, comenzó a odiar<br />
a Dios. Johannes von Staupitz, su superior en el monasterio, observó el tormento de Lutero<br />
provocado por estos pensamientos. Pero, ¿cómo podía ayudarle? Primero dejó claro<br />
a Lutero que lo que él denominaba «pecado» en realidad solo era «Mumpitz», el tipo de<br />
sinsentidos en los cuales no debía perder el tiempo preocupándose. Y luego agregó algo<br />
muy importante: «Hermano Martín, ¡mira a Jesús y no tanto a lo que llamas tus pecados!».<br />
Lutero siguió el consejo de su superior, y un día, durante su estudio, Dios le ayudó a<br />
comprender una verdad que, en última instancia, cambiaría el mundo. No sabemos el día<br />
o el año exacto en el cual se produjo ese encuentro divino, pero un año antes de su muerte,<br />
Lutero escribió acerca del momento en el cual se estableció el curso de la Reforma<br />
protestante, describiendo cómo había perdido casi por completo la fe en Dios hasta que:<br />
«Finalmente, meditando día y noche, por la misericordia de Dios, me detuve a analizar<br />
el contexto de las palabras de Romanos 1: 17: “Pues en el evangelio, la justicia de Dios se<br />
revela por fe y para fe, como está escrito: ‘Mas el justo por la fe vivirá’”. En ese momento,<br />
empecé a entender que la justicia de Dios es aquella por la cual vive el justo gracias al<br />
regalo de Dios, es decir, por fe. Y este es su significado: la justicia de Dios se revela en el<br />
evangelio, es decir, la justicia pasiva a través de la cual un Dios misericordioso nos justifica<br />
por la fe, como está escrito: “Mas el justo por la fe vivirá”. Sentí que había nacido de<br />
nuevo y que entraba al paraíso con las puertas abiertas de par en par. El Señor me mostró<br />
una cara totalmente diferente de las Escrituras. Entonces hice un recorrido mental por las<br />
Escrituras, y descubrí una analogía en otros términos como la obra de Dios, es decir, lo que<br />
Dios hace en nosotros, el poder de Dios, a través del cual nos hace fuertes, la sabiduría de<br />
Dios, a través de la cual nos hace sabios, la fuerza de Dios, la salvación de Dios, la gloria<br />
de Dios». 1<br />
Lutero vio claramente que Dios nos da su justicia como un regalo; por lo tanto, él es el<br />
único que nos salva. Dios nos ama con la misma fuerza con la cual condena el pecado;<br />
18 · SO JAE <strong>2017</strong>