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2017_SoJAE (1)

Temario División TransEuropea- España

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Wartburg hasta que se calmaran las aguas (o al menos eso esperaba su aliado, el Príncipe<br />

Federico).<br />

En la parte derecha del Retablo de la Reforma observamos una representación del perdón<br />

de los pecados. En ella alcanzamos a ver a Johannes Bugenhagen (amigo de Lutero<br />

y su sucesor como pastor de la iglesia de Wittenberg y como reformador en el Norte de<br />

Alemania, Pomerania y Dinamarca) arrodillado frente al púlpito. El pastor, junto con otra<br />

persona que inclina su cabeza en señal de humildad, se postra ante toda la congregación<br />

y ante Dios. El cuadro parece mostrar a una persona que se confiesa ante el Señor al decir:<br />

«Dios, sé propicio a mí, pecador» (Lucas 18: 13). El pastor lo tranquiliza recordándole<br />

la promesa de Dios en cuanto al perdón de los pecados, tal y como lo describe el profeta<br />

en Isaías 43: 25: «Yo, yo soy quien borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me<br />

acordaré de tus pecados».<br />

Todavía nos queda algo más por observar en la pintura: Bugenhagen, el pastor, sujeta<br />

una llave encima de la cabeza del pecador que se arrepiente de sus pecados. En la Edad<br />

Media, esta iconografía era un símbolo del «poder de las llaves» que fue otorgado a Pedro<br />

según Mateo 16: 19. Se creía que la llave que daba acceso al perdón y, por ende, al reino<br />

de los cielos, había sido entregada a Pedro y luego a los papas; según la tradición, tan solo<br />

ellos ostentaban esta autoridad.<br />

Sin embargo, en la nueva Iglesia protestante, se había desprovisto al papa de toda<br />

autoridad. Aquí podemos ver que quienes reciben el perdón son aquellas personas que<br />

piden perdón a Dios con un corazón arrepentido. Esto choca de lleno con lo que vemos en<br />

la parte derecha del cuadro: un noble de ceño fruncido, ceja pronunciada y ojos oscuros,<br />

cuya expresión da a entender que no siente remordimiento alguno, y que no le interesa ser<br />

perdonado. Por eso se aleja del altar y de la congregación. No recibirá el perdón, así que<br />

seguirá sufriendo bajo el peso de la culpa.<br />

El pintor también acentúa esta diferencia entre estos personajes por medio de los colores<br />

que utiliza. En la época, se consideraba que el amarillo era el color de Judas (Cranach<br />

también lo pintó así en la escena del cuadro central), de los herejes y del pecado. El noble<br />

ceñudo de la pintura lleva ropa interior de color amarillo; en su interior, sigue estando<br />

cubierto de pecado. No sabe lo que es experimentar el gozo y la libertad que produce el<br />

perdón. Al final, abandona la iglesia que podría haberle ayudado a empezar de nuevo, de<br />

cero.<br />

CÓMO EXPERIMENTÓ LUTERO EL PERDÓN<br />

La cuestión relativa al perdón de los pecados y la culpa se encuentra en el epicentro de<br />

la Reforma. Fue esta pregunta la que llevó a Lutero a la comprensión de la verdad que<br />

dio comienzo a la Reforma, una interrogante que no perdió importancia con el paso de<br />

los años. No obstante, experimentar lo liberador que es entender que Jesús ha perdonado<br />

nuestros pecados no significa que ahora tenemos carta blanca para continuar pecando en<br />

el futuro. Por eso leemos lo siguiente en Romanos 6: 12-15: «No reine, pues, el pecado en<br />

vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus apetitos; ni tampoco presentéis<br />

vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros<br />

mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos<br />

de justicia. El pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la Ley,<br />

sino bajo la gracia. ¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la<br />

gracia? ¡De ninguna manera!».<br />

Lutero era consciente de que tenemos que luchar contra el pecado todos los días. Incluso<br />

teniendo una relación con Jesús desde hace muchos años, nadie puede decir que el<br />

pecado no ejerce poder alguno sobre su vida. Desafortunadamente, aunque nuestra rela-<br />

Revolución: La Reforma que cambió el mundo · 41

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