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BETWEEN LOVE & OTRAS CHINGADERAS 

… is a collection of  prose, poems and short stories. The product of the past five years—from the green mountains of Chiapas, Mexico to the dusty streets of (Tabarre) Port-Au-Prince and the irreverence that the Spirit of God has planted in his heart—put into the limits of words. Love, just as the iconic Mexican word, chigadera, is versatile, creative, life giving. The life that emanates out of love makes you radically unapologetic, irrational as to the healing power that it brings. Hence, the binary of life is undomesticated love, tenderness in private and justice in the public realm.

… is a collection of  prose, poems and short stories. The product of the past five years—from the green mountains of Chiapas, Mexico to the dusty streets of (Tabarre) Port-Au-Prince and the irreverence that the Spirit of God has planted in his heart—put into the limits of words. Love, just as the iconic Mexican word, chigadera, is versatile, creative, life giving. The life that emanates out of love makes you radically unapologetic, irrational as to the healing power that it brings. Hence, the binary of life is undomesticated love, tenderness in private and justice in the public realm.

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Esa noche, mi Padre se preparaba a salir con Mamá al cumpleaños de una de las tías, y como era<br />

muy retirado yo tenía que quedarme en casa a darle guerra a la abuela. Mientras se alistaba mi<br />

padre, entré al baño para observar cómo se afeitaba. Mi padre me tomó por la cintura y me<br />

sentó a un lado del lavabo con mi espalda recargada en el gran espejo húmedo por el vapor de la<br />

bañera. Así continuó con rastrillo en mano entonando su canción preferida, como lo hacía cada<br />

vez que se afeitaba: Dos Gardenias para ti, la la la la, mi vida, ponles todo tu atención que serán<br />

tu corazón y el mio, la la lala la la, la la la la, lala la, dos gardenias para ti… Ya que se enjuagaba<br />

los restos de la espuma, me vio como yo también me veía al espejo y me restregaba las mejillas.<br />

Me tomo de los brazos y me sentó justo enfrente de él y con su mano en mi barbilla me examino<br />

el rostro. Con su dedo pulgar raspaba mis mejillas. !Mmmmm, sí, mmm, claro, ya es tiempo!<br />

Mira Manuel, tienes 9 años, tú ya eres un hombrecito y yo creo que tenemos que inaugurar este<br />

evento y hacerlo oficial, pero no lo podremos hacer hoy, tendrá que esperar para mañana<br />

sábado, que te parece, me preguntó. Abrió, el botiquín y me dijo, tenemos suficientes navajillas<br />

y espuma, sí, mañana será el día. Su certitud acentuó metafísicamente le importancia de éste<br />

acontecimiento<br />

Esa fatídica noche, justo antes de salir de casa para la fiesta, mi padre recibió una urgente<br />

llamada de su trabajo y tuvo que abandonar sus planes e ir a la empresa. En el camino hacia Los<br />

Rosales mi padre perdió el control de su automóvil y cayó en uno de los voladeros. No sabemos<br />

si murió al instante o por el fuego, su carro quedo incinerado. Mi madre, siendo una mujer<br />

fuerte, tomó la noticia lo mejor posible. Mi abuela inmediatamente prendió una vela y nos puso<br />

a rezar el rosario y yo decidí quedarme mudo por que el barón quien inaugurara mi hombría<br />

estaba dentro de un ataúd que ni siquiera pudimos abrir durante el velorio.<br />

Que cosas de la vida, mi madre, toda una viuda a los veintinueve, teniendo que soportar el dolor<br />

de ver a su pareja muerta, con una madre que sólo quiere rezar y con un hijo el cual después de<br />

no hablar ni pío por todo un mes, las primeras palabras que lo escuchó entonar fueron las de las<br />

Dos Gardenias. No era para menos. Estaba en todo su derecho en ponerse tan histérica. Pero<br />

con histeria o no, y aunque mi madre se partiera el alma golpeando la puerta, esa noche yo no<br />

podía salir de ese santo lugar, el cual sería el único testigo ante todo el mundo de que yo era ya<br />

todo un hombre. Así pues, con rastrillo en mano, con murmullos de mi abuela, medios lloriqueos<br />

de mi madre en la casa, con mis pies helados por el frió de la madrugada, y mal entonando el<br />

bolero, el cual adornaba el rito, terminé, o más bien comencé, lo que mi padre me prometió. Esa<br />

mañana, mis días como un hombre comenzaron. Ahora que lo soy, como quisiera regresar el<br />

tiempo para poder sentarme al lado del lavabo y verlo una vez más como lleva acabo ese rito<br />

mientras mal entonaba las Dos Gardenias.

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